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Parece que el Carnaval es, entre las fiestas del ciclo anual, la que se muestra más propicia a una recuperación actualizada (al menos en su aspecto festivo) después de un largo período de ocultación. Esta inyección de vitalidad que las Carnestolendas están recibiendo desde distintos estamentos sociales, presenta a nuestro juicio, sin embargo, un par de inconvenientes:
1. El Carnaval no puede tener la misma función que hace años, cuando representaba para el ser humano uno de los pocos momentos en que, a lo largo del año, tenía oportunidad de divertirse, de "echar la casa por la ventana"; nuestra sociedad actual, más abierta, más permisiva, ofrece variadas circunstancias en las que poder practicar ese propósito.
2. Rara vez el Carnaval era organizado y patrocinado por las Autoridades, cosa que sucede actualmente desde multitud de Ayuntamientos, animados sin duda -queremos suponer- del deseo de rescatar expresiones comunitarias válidas para el presente y el futuro de la sociedad. Queda sin embargo así en entredicho una de las constantes carnavalísticas que era la crítica aguda y mordaz contra la Autoridad; casi todas las murgas tenían sus venablos preparados contra los munícipes, quienes veían ridiculizados sus errores, durante los días de fiesta o en la procesión del entierro de la sardina.
Corremos el peligro, en este y otros terrenos, de ir perdiendo la naturalidad -no utilizaremos el término espontaneidad porque también sería incorrecto- Y convertir el Carnaval en algo excesivamente "normalizado" en un video-juego con el que uno pueda divertirse desde su casa.