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Durante el mes de febrero tiene lugar la original Danza de Los Negritos, declarada de Interés Turístico Regional. Por éstas y otras muchas tradiciones, le ha valido el sobrenombre de Cuna del Tipismo Extremeño.
«Los Negritos» forman un grupo de siete danzarines que, con las caras tiznadas con corcha quemada, al son del tamboril y de sus castañuelas elaboradas con corazón de encina, van a buscar a los mayordomos, para ir después hasta la iglesia de San Sebastián y a la ermita del santo para bailar, en el interior del templo[1].
Desde el siglo xv se tiene constancia de la celebración de la fiesta de San Blas. Esta se celebra durante dos días, La Velá y el día de San Blas.
Fiesta basada en la creencia que dice que el 1 de febrero, día de Santa Brígida, ésta salía a templar las aguas para que la Virgen María pudiera lavar los pañales del Niño Jesús con el agua más caliente. Ese día en Montehermoso las «hermanas de la Virgen», cuatro chicas cada año, se encargaban de atender durante todo el año a la Virgen y el día de las Candelas, salían con una vela encendida en la mano, si durante toda la procesión no se pagaba la vela y entraban en la iglesia con la vela encendida, se consideraba que iba a ser un año de buenas cosechas; pero si por el contrario, entraba la vela apagada, era un mal año para el campo.
En la misa las hermanas de la Virgen llevaban unas palomas blancas, cada una metida en una fiesta muy adornada y tapada para que no se viera y, en el momento del ofertorio, las lanzaban al aire dentro de la iglesia de esa manera daba más esplendor a la fiesta religiosa, ya que las palomas llevaban unas cintas de colores, que después se las quitaron para soltarlas.
Posteriormente, se realizan un baile en la plaza que solía terminar al oscurecer, cuando las campanas tocaban para acudir a la Velá de San Blas, que se celebraba el día 3 de febrero. La Velá consistir en acudir a la ermita de San Blas acompañando a los mayordomos, los cuales portaban unas antorchas. Una vez dentro de la ermita, un grupo de hombres conocidos popularmente en el municipio como «Negritos», interpretan unas danzas rituales dentro de la ermita.
«Los Negritos» forman un grupo de siete danzarines que, con las caras tiznadas con corcha quemada, al son del tamboril y de sus castañuelas elaboradas con corazón de encina, van a buscar a los mayordomos, para ir después hasta la iglesia de San Sebastián y a la ermita del santo para bailar, en el interior del templo[2].
Vamos a pasar a detallar la fiesta y la participación de «Los Negritos» en la misma.
El inicio de la fiesta, la Velá de San Blas: los actos comienzan el 2 de febrero, víspera de San Blas (coincidiendo con «Las Candelas», pero con celebración diferente):
Al atardecer de ese día, se acude al domicilio de los mayordomos, que obsequia a los asistentes con vino, de la tierra, aguardiente (destilado del anterior) y buñuelos caseros (realizados para la ocasión artesanalmente).
Después, una vez que las campanas de la torre tocan a La Velá, salen «Los Negritos» y se encaminan a la iglesia: lo hacen sin tiznar y con indumentaria «natural», ataviados sólo con una antigua gorra militar de borla delantera (aunque en el pasado no la usaban, portando en su lugar un pañuelo que llamaban «Rocaol» y que ahora llevan al cuello, similar al que utilizan en otros lugares: como sucede en La Vera, por ejemplo); tocando un pasacalles al son de castañuelas, flauta y tamboril; mientras los mayordomos llevan unos velones encendidos, y algunos faroles los acompañantes.
En la puerta del templo se detienen, y allí bailan «La zapateta» (que es una danza de pie). Una vez finalizada, prosiguen su camino por las calles del pueblo, tocando sin cesar el pasacalles, hasta que llegan a la ermita de San Sebastián, donde repiten la danza anterior (el hecho de acudir a este lugar siempre me llamó la atención: tal vez porque antiguamente la imagen de San Blas se ubicó en esa ermita; o dada la interrelación existente entre ambos santos, sobre todo entre las antiguas sociedades pastoriles…).
Desde ese lugar se dirigen hacia la ermita que cobija hoy a San Blas (y que comparte con el patrón del pueblo, San Bartolomé). En la puerta de ese lugar reiteran la danza mencionada, tras lo que penetran en el citado templo, siempre acompañados por los mayordomos (con sus velones encendidos) y el resto de la comitiva (muchos de los cuales también portan faroles o similares).
En el interior de la ermita vuelven a bailar «la zapateta», pero ahora individualmente: primero lo hace «el palotero», pero cada uno de los seis danzantes se lo impide, empujándolo y quitándolo del medio, cayendo sobre los asistentes; después ejecuta el mencionado baile cada uno de los danzarines, acompañados al son de las castañuelas por sus otros cinco compañeros; y así sucesivamente, hasta que lo hacen los seis. Vuelve a intentarlo «el palotero», pero los danzantes no le acompañan con las castañuelas, a pesar de que les pide colaboración (pues la suyas no suenan, ya que son de corcho…). Después pueden bailar los acompañantes, si así lo desean, a la vez que proclaman gritos de ¡viva San Blas! Podemos apreciar, pues, como interviene también el espectador, algo que es muy importante.
Una vez que finaliza el acto, regresan al pueblo al son del musical pasacalles con tamboril, flauta y castañuelas. Y, durante la noche, recorren los domicilios de los mayordomos de años anteriores, donde entonan tradicionales canciones denominadas Floreas, que son las más antiguas.
El día 3 de febrero se celebra San Blas. Ese día, por la mañana, el tamborilero acude al domicilio del Palotero para recogerlo, como jefe del grupo que es. Y ambos van a cada una de las casas del resto de los miembros del grupo, que ahora ya están ataviados con su indumentaria tradicional (el traje típico de Montehermoso, más el citado gorro militar; aunque el traje del palotero es diferente, como ya explicaremos en otro apartado), recogiéndolos.
Cuando están todos, se encaminan a la casa de los mayordomos, donde los siete se tiznan la cara con corcho quemado. Tras lo que repiten el acto de la víspera: beben vino o aguardiente, acompañados por buñuelos caseros; y bailan la típica «zapateta». Y, cuando las campanas de la torre comienzan a repicar, la comitiva se encamina a la iglesia, donde recogen al párroco.
A continuación, se dirigen a la ermita del santo, bailando y tocando un pasacalle al son de castañuelas, flauta y tamboril. Y, en la puerta de ese lugar, ejecutan varias danzas.
Después entran en el templo, donde se inician los actos religiosos en honor de San Blas, con Misa incluida (hace años, llegado este momento, «Los Negritos» salían de la ermita hasta que finalizaba la ceremonia religiosa: según algunos, para no interferir en la misma con sus bailes y actos, que consideraban paganos; según otros, debido a sus propias creencias, ya que los hombres eran reacios a las Misas…). Y, llegado el momento de la Consagración, el tamborilero toca el himno nacional (la «Marcha Real» que, como es natural, se incorporó en fases posteriores al origen de esta celebración) con flauta y tamboril, acompañado también por las castañuelas de «Los Negritos».
Cuando finaliza el Sacramento, la comitiva lleva al santo en procesión hasta la Plaza Mayor, siempre acompañados por los mayordomos y negritos, con sus bailes y música ya comentada.
Una vez en ese lugar, nuestros protagonistas ejecutan todo su repertorio de danzas, que suman diecisiete en total: la reiterada zapateta, la golondrina, el cardo, la zarza, el jaramago, el ama del cura, los oficios, la danza del pie, la culebra, la emperadora, la gascona, los vuelos, el mambrú, la moza gallarda, la sorda, el cordón y la zorrita; mientras el palotero realiza una serie de actos jocosos (saltos, muecas, etc.), con el fin de divertir a niños y mayores (aunque existen diversas versiones o interpretaciones acerca de su comportamiento, según analizaremos después); y, entre cada una de ellas, el palotero hace una reverencia al santo a la vez que grita ¡viva San Blas! Podemos apreciar cómo, en este momento, los actos religiosos dan paso a los profanos (aunque después regresan de nuevo).
Finalizado el repertorio, y tras un breve descanso, mayordomos y negritos recorren las calles del pueblo con el fin de pedir la maná: donativo para el santo, a cambio del popular «Cordón de San Blas» (típico aún en gran parte de Extremadura, como protector para las enfermedades de la garganta, recordando el martirio del santo armenio). Como siempre, al son de tamboril, flauta y castañuelas. Tema ya explicado en otros momentos.
Algunos autores han querido atribuir la danza de «Los Negritos» con un origen celta. De hecho, el médico e historiador don Marceliano Sayans, en su obra Artes y pueblos primitivos de la Alta Extremadura, no refiero lo siguiente:
De los celtas queremos encontrar pervivencias demopsíquicas de acusada personalidad ancestral. Creada la raza celtibérica por la fusión de aquellos con la población aborigen por nuestros valles y montañas se distribuirán los clanes que serán conocidos como vetsis o vettones. en varios grupos de actuales pobladores de nuestra comarca de la Alta Extremadura, cabe aún precisar marcados rasgos étnicos - tal es el caso de Montehermoso- que se han conservado gracias a la frecuencia con que se unen entre ellos. Su predominante índice metasicéfalo unido a ojos claros y a una bien conformada anatomía así lo pregonan.
Y no sólo lo que concierne a lo somático lo que nos habla de su progenie; son también y con acusada manifestación, las perforaciones simbólicas dentro de sus ritos y costumbres. Una de esas costumbres perpetuadas a la encontramos en Montehermoso. delante del grupo de hombres que cantan y bailan camina un personaje vestido o arropado con una piel oscura. Va el primero, separado del grupo por unos pasos y su cometido es ir actuando como introductor de los demás. Recuerda la vieja práctica de nuestras tribus que enviaban delante de sí al mensajero de la paz, revestido con una piel del lobo, pues al igual que esté trae embajadas de paz y de alegría[3].
Según opinión del investigador Quijada González, tras la repoblación medieval que se lleva a cabo en el Valle del Alagón y sus alrededores, y una vez que los rebaños trashumantes de la Mesta inician sus seculares desplazamientos estacionales debido a la interrelación clima-vegetación, una serie de cultos y tradiciones populares se generalizan en esta zona y localidad, enriqueciendo el folklore y la cultura local y extremeña. Como sucede generalmente en este tipo de manifestaciones populares, partiendo de un fondo de elementos culturales propio, se enriquece gradualmente incorporando componente de otros lugares, a la vez que también se exportan hacia otros lares posteriormente. De este modo, y al cabo de muchos años, se llega a la situación actual: con numerosas coincidencias etnográficas, pero también con notorias diferencias. El aislamiento de Montehermoso (sin puente para vadear el Alagón hasta mediados del siglo xx…), unido a sus particularidades propias y riqueza cultural, han motivado que esta celebración (y otras) se haya conservado con gran pureza; aunque también hemos señalado que se han añadido ciertas variantes, como es el caso de la sustitución del antiguo «rocaol» por el gorro militar[4].
Entre 1952 y 1956 «Los Negritos» participan en los actos de la coronación de la Virgen del Puerto en Plasencia, el 27 de abril de 1952, y en los actos de la coronación de la Virgen de Argeme en Coria, el 20 de mayo de 1956. Un año después tiene lugar la grabación para un documental de una boda típica en Montehermoso.
NOTAS
[1] Pulido Rubio, A: Memoria de costumbres y tradiciones perdidas en Montehermoso. Gráficas Sandoval, Plasencia, 2007, 115-116.
[2] Pulido Rubio, 2007, 115-116.
[3] Sayans Castaños, M: Artes y pueblos primitivos de la Alta Extremadura. Plasencia, 1957, 23.
[4] Quijada González, D: «Los negritos de Montehermoso». Actas de los XXXI Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2002.