Revista de Folklore • 500 números

Fundación Joaquín Díaz

Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >

Búsqueda por: autor, título, año o número de revista *
* Es válido cualquier término del nombre/apellido del autor, del título del artículo y del número de revista o año.

Revista de Folklore número

507



Esta visualización es solo del texto del artículo.
Puede leer el artículo completo descargando la revista en formato PDF

Grabados de un misal del siglo XVI

RESINES, Luis

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 507 - sumario >



Los grabados que forman la trama de este artículo salen a la luz después de prácticamente cinco siglos. Sólo por este dato, ya merecen un notable respeto. Estaban ocultos, enterrados, sin que nadie los hubiera visto ni valorado o dado a conocer en tan dilatado espacio de tiempo. En consecuencia, constituyen una antigua y, a la vez, sabrosa novedad. Más tradicional, imposible.

Los hechos se remontan a 1570, o incluso antes, porque, dado el estado del impreso del que los he tomado, éste pudo haber salido del taller tipográfico más o menos medio siglo antes, lo que nos haría remontar hasta 1520 o años próximos. Cinco siglos cabales.

Por entonces, en una imprenta que no ha podido aún ser identificada, española o extranjera, salió impreso un misal, lo que suponía un verdadero éxito por el empleo de la imprenta, que superaba con creces los que hasta entonces era forzosamente manuscritos. Heredero de la tradición manuscrita, todo él contiene las mismas abreviaturas, contracciones, signo de puntuación y elementos gráficos que se habían utilizado al escribir a mano hasta bien poco antes. Esto habla muy alto de su venerable antigüedad.

Al beneficiarse del intento de Gutemberg, la imprenta en que fue elaborado pudo sentirse orgullosa en verdad, porque había sacado a la luz un verdadero impreso de lujo. Realizado a dos colores en todas sus páginas, emplea como base un tipo de letra que en la mayor parte de las ocasiones aparece en negro, pero no es raro encontrarla también en rojo. Además, combina el tipo básico con otra letrería más pequeña, con la que compone las partes menos importantes de los propios de las misas para algunas festividades, por ejemplo. También utiliza hasta tres tipos de letras capitales sin un orden determinado, sino simplemente allí donde conviene dar más solemnidad a una oración, o también cubrir adecuadamente un espacio. Y, en esta misma dirección emplea aleatoriamente una serie de pequeños grabados, que en ocasiones tienen vinculación lógica con el texto que acompañan (epístola, evangelio,...) mientras que en otras carece de vinculación y su papel es el de rellenar un espacio para que cuadren las líneas en la caja. Ellos son objeto de este estudio.

Omito otros detalles que se pueden rastrear y que interesan a quienes se ocupan del mundo de la tipografía (cabeceras, signaturas, foliación...) para centrar la atención en los grabados. Con muy ligeras variaciones, miden 3,2 cm de altura x 2,1 cm de anchura. Todos tienen disposición vertical, y todos han sido impresos en negro, como corresponde a este tipo de complementos del texto. No he efectuado el recuento completo de cuántos grabados se conservan, pero sí he seleccionado una muestra de cada uno de los modelos, por lo cual en las páginas que siguen se encuentran todos los grabados individuales presentes, si bien algunos se hallan repetidos en el misal en más de una ocasión. No importa tanto la cantidad, sino la calidad de los mismos.

En lo que he descrito hasta ahora no hay una sola palabra falsa. Pero, a quienes han leído hasta aquí, la imaginación les puede jugar una mala pasada al figurarse un misal más o menos voluminoso, completo, adornado y lujoso. La realidad es completamente diferente y la falsa tramoya se derrumba estrepitosamente. Porque, aunque he hablado de un misal –que ciertamente lo es–, lo que nos ha llegado han sido fragmentos bastante deteriorados, rasgados, rotos o cortados; además falta la mayor parte y, por consiguiente, habría que hablar de una especie de «material de derribo» procedente de un misal.

He apuntado antes la fecha de 1570. Entonces Trento ya había concluido, pero no sus consecuencias, y una de ellas era el que se denominó como «Nuevo Rezado», es decir, una amplia serie de modificaciones y revisiones sobre los libros que se empleaban antes de esa fecha, en los que se habían introducido con el paso del tiempo numerosas corruptelas. Trento, que quiso ser respetuoso con la tradición, admitió que se continuaran usando las formas de rezos que pudieran justificar que tuvieran doscientos o más años de antigüedad, de tal forma que, los que no cumplían este requisito, cedieran paso a los nuevos libros revisados. De esta forma aparecieron y se publicaron, –ya impresos, naturalmente– misales, evangeliarios, epistolarios, rituales, bendicionales, breviarios,... Todo un movimiento litúrgico que dejaba a un lado, por antiguos, los libros que no se acomodaban a las nuevas normas, y eran sustituidos por los que habían sido revisados.

El misal que nos ocupa no cumplía con los requisitos establecidos, y, por lo tanto, fue olvidado en una estantería, destinado a no ser empleado. Si no hubiera sido más que eso, podría haber llegado íntegro hasta nuestros días. Pero la fatalidad le reservaba otro destino, más vulgar.

Dado que no se usaba, no se sabe cuándo, algunos devotos lo vieron como una cantera de la que servirse, con la finalidad –bárbara finalidad– de transformar una imagen de la Virgen para poder modificar la estructura de la imagen. Nada más fácil que ir cortando o arrancando páginas del arrumbado libro, rasgando lo que sobraba, cortando por donde era preciso para adaptar a las nuevas medidas, mutilando lo que parecía excesivo, para que la remodelada imagen adquiriera otra prestancia, otro aspecto, otro estilo, más de acuerdo con los tiempos que corrían. Los autores de semejante entuerto, felones, no tuvieron problema alguno en servirse de unas cuantas hojas para perpetrar su crimen. Éstas no llegaron enteras, sino mutiladas, rasgadas, en fragmentos, y todo cuanto el lector se pueda imaginar ante semejante desaguisado. Y, como remate, para empastar los fragmentos aprovechados, y poder unirlos a la imagen de sus atenciones, nada mejor que emplear los clavos unas veces, el cosido en otras ocasiones, y prácticamente todo transformado en pasta moldeable por medio de una abundante dosis de cola de pescado que diera consistencia a los parches que iba recibiendo la imagen a medida que avanzaban en sus planes artísticos. El resto, lo que no servía, lo que no se adaptaba a sus necesidades, o simplemente sobraba, desapareció, quizá inquisitorialmente calcinado para que pudieran calentarse mientras cometían su crimen.

Llegados a nuestros días, hubo necesidad de restaurar la imagen, y adosados a ella, había unos pegotes informes, de relleno, que nada tenían que ver con la talla original, y que, por lo tanto, debían ser eliminados de la restaurada imagen.

En esos pegotes, en algunos, se veían letras impresas, trazos medio ocultos por la suciedad de años o siglos, pero que daban a entender que no eran simplemente pasta de papel, ni maderas ensambladas, sino otra cosa informe que parecía destinada al basurero. Pero las letras que, asomadas, pedían socorro; los trazos visibles que intentaban tirar hacia el exterior de sus compañeros invisibles; los renglones que elevaban sus gritos y aseguraban que, bajo ellos, a sus pies, había muchos más escondidos; todo ello hizo posible que se salvaran de la perdición definitiva.

Fue necesaria la adquisición de unas cuantas toneladas de paciencia y algunos quintales de «tiempo perdido». Pero gracias a todo ello, a punta de bisturí, se fueron separando unos fragmentos de otros, se fue diluyendo la cola de pescado, para que se pudiera penetrar en el amasijo informe, y fueran desfilando, lentamente, sin duda, aquí una oración, allá un gradual, más allá un evangelio; poco después un fragmento de prefacio; por otro lado, una hoja rota, a la que habían arrebatado el dibujo que tuvo, por el vulgar procedimiento del «tirón».

Eran una serie de agradecidos despojos que volvían a ver la luz y a ser vistos, que mostraban con sano orgullo sus líneas, sus renglones, sus colores, y pregonaban lo que en otro tiempo habían sido. Sentían y lloraban también a la mayor parte de sus compañeros de viaje desde que salieron del taller de imprenta. Pero más que hundirse en la desesperación, querían proclamar «Aquí estamos, para testimoniar lo que fuimos otrora».

Cualquier lector sensato imaginará lo mucho que se ha perdido, las partes que resultan mutiladas, los colores que se han difuminado, o los renglones interrumpidos a la mitad. Letras sueltas unas veces, media página en otras ocasiones; dos medias páginas rasgadas de arriba abajo, «en canal», que han vuelto a reencontrarse; un comienzo que permite suponer cuál sería la epístola que iba en ese lugar, pero de la que no quedan más huellas que las primeras letras.

Parece un campo de batalla, cuando llega el armisticio y hay que empezar a poner orden en lo que se ha destruido. Entre esa barahúnda, veintisiete grabados que, con mejor o peor fortuna, se han salvado del siniestro total. Algunos están impecables, como en sus mejores tiempos; otros no tanto como sería de desear.

Pero todos dispuesto a desfilar de nuevo a los ojos de los lectores de hoy. Ni un atisbo del grabador, como tampoco lo hay de la imprenta. Pero al menos podemos disfrutarlos, casi como en sus mejores tiempos. Bienvenidos sean.

*****

En orden alfabético, corresponde el primer lugar, al que he titulado Barca. Se puede tratar de cualquiera de las múltiples ocasiones en que Jesús conversó con pescadores del lago de Galilea, a cuya orilla él mismo residió en Cafarnaum. Las otras personas representadas portan coronas, dando a entender que no son dos pescadores más, sino algunos de los apóstoles elegidos por Jesús, bien Pedro y Andrés, bien Santiago y Juan, parejas de hermanos pescadores y compañeros de fatigas entre ellos. Jesús está en tierra. Ningún elemento lleva a identificar algún momento preciso, ni antes ni después de la resurrección, en que también Jesús se encontró con sus apóstoles a orillas del lago.

La escena, sencilla, presenta a Jesús con la mano extendida hacia la proa de la barca en la que se percibe a los embarcados; la distancia hasta la orilla es mínima pues la proa casi toca la rivera. Al fondo unas colinas, y sobre ellas un par de nubes.

Comida. No se refiere a una comida cualquiera de las que narra el evangelio, sino a una muy particular, que tuvo lugar en casa del leproso Simón, o por mejor decir, del ex-leproso Simón. Lo recoge como episodio singular Lc. 7, 36-50. Es un fariseo al que inicialmente no se pone nombre, pero que la conversación desvela llamarse Simón, pues Jesús le pregunta quién ha de estar más agradecido, el de una grave y onerosa deuda, o el de una leve.

Pero en la casa se ha colado una mujer, no nombrada, pero de la que se afirma que es prostituta, pecadora pública. No se sabe cómo se ha colado. Por la respuesta de Simón a la pregunta de Jesús, queda evidente que Jesús ha sido invitado a comer, pero el anfitrión no ha tenido con él ningún detalle de aprecio, ni siquiera de la hospitalidad casi obligada entre judíos. Por el contrario, la mujer no ha cesado de acariciar, lavar y besar los pies de Jesús. Jesús concluye que ha sido ampliamente perdonada, pues ha amado mucho.

La escena muestra a Jesús y otros dos comensales (Simón y otro); sobre la mesa no hay ni vajilla ni viandas, por lo que parece una conversación fuera de la comida. Bajo la mesa, alebrada, la mujer se aproxima a los pies de Jesús, situado a la derecha, con corona nimbada. Dos ventanas en la parte superior dan la idea de un interior, el de la casa del hospedador Simón.

El grabado aparece algo dañado por el deterioro general del papel, del soporte. No cabe otra denominación que la de Charla. Un hombre y su mujer a la izquierda hablan con otro frente a ellos en la derecha. Éste lleva un gorro frigio y levita corta, por las rodillas, mientras que el matrimonio viste de largo; la mujer, en primer plano, está tocada con un gorro, mientras el marido va descubierto. Ningún otro elemento aparece en el grabado, salvo una nubecilla entre los personajes, que parecen en animada conversación. No es posible identificar la escena con pasaje evangélico alguno, y hay que dejarlo como un simple grabado de relleno, susceptible de ser empleado en obras de todo tipo de géneros.

El título no puede ser otro: Degollación. Aunque no se conserva en las mejores condiciones posibles, la imagen no ofrece dudas: un verdugo enarbola la espada con la que va a degollar a la persona arrodillada que tiene ante sí. El empleo del grabado resulta evidente para ilustrar visualmente lo relativo a la conmemoración de la degollación de Juan Bautista, por el capricho e injusta promesa de Herodes ante el baile de la hija de Herodías (Mt. 14, 3-12).

A pesar de las deficiencias del grabado, es posible ver que la víctima del atropello está plasmada como un obispo, con mitra y capa pluvial. No tiene nada de particular, puesto que, muy temprano y de forma rápida desde su muerte, se difundió la fiesta de santo Tomás Becket, obispo de Canterbury, ejecutado por los sicarios del rey Enrique II, al no ceder a sus pretensiones sobre la jurisdicción eclesiástica (29 de diciembre de 1117). Lo usual en las imprentas era utilizar todo lo disponible ante la más mínima oportunidad de hacerlo.

La buena calidad del grabado Discípulos permite ver en el centro una figura que por su tamaño un poco descollante (no hay mucho más espacio) y por el lugar central, puede identificarse como la de Jesús (se adivina un trazo de corona alrededor de la cabeza). A ambos lados se apelotonan hasta siete personas mal entrevistas, con la idea de pluralidad, de multitud. No supone abuso alguno identificar en ellas a los discípulos de Jesús, que le escuchan mientras él, con el gesto de la mano derecha, les enseña su doctrina. Ciertamente las miradas que se perciben, sin duda pocas, están dirigidas hacia él, con clara actitud de discipulado por parte de quien está dispuesto a aprender del maestro que les ha aceptado en su compañía.

A diferencia del anterior, el presente grabado dispone de mayor soltura, pues sólo hay tres personas: Jesús, con corona, a la derecha y dos personajes principales a la izquierda. Éstos disponen de ropas elegantes (larga uno y corta el otro) y están tocados con bonetes; una pequeña nube ocupa el centro. La actitud de Jesús podría interpretarse como de bendición con la mano derecha, o de un gesto natural en el curso de una conversación; con la izquierda se recoge un pliegue de su túnica. Ni un sólo rasgo permite ubicar la escena referida a algún pasaje del evangelio. No cabría pensar en la entrevista nocturna con Nicodemo, ya que acudió solo a una entrevista. Podría ser cualquier ocasión en que hablara con cualquier pareja, pero el talante de los personajes parece sugerir que se trata de Doctores, doctores de la ley mosaica, con los que Jesús dialoga, o con los que discute.

Embarcado, como la imagen reclama. La limitada anchura del grabado permite contemplar una nave un tanto achatada, de un solo palo, con vela cuadrada. A la proa, como si orientara la navegación, está Jesús en pie, con la vista puesta en el horizonte. Dos acompañantes más permanecen sentados, mientras que otro a la popa se ocupa de la jarcia. Los dos personajes sentados son apóstoles para el dibujante, que no ha dudado en ponerles coronas alrededor de sus cabezas, detalle del que carece el que se ocupa de la orientación de la vela. Viviendo largo tiempo en Cafarnaum, junto a pescadores, el evangelio da cuenta de que Jesús se embarcó en numerosas ocasiones; en esta oportunidad no se trata del momento en que apacigua una tempestad, pues el mar aparece en calma.

El personaje de la derecha sostiene una espada, que da nombre al grabado (Espada). Los dos personajes de la izquierda, con sombrero alto (birrete) el primero y bonete el segundo, evocan el grabado Doctores, con notable parecido al presente. Pero la espada distorsiona la escena, aunque no se muestre en actitud amenazadora. Podría aludir al momento en que Jesús enseñó que «no he venido a traer paz, sino espada» (Mt. 10, 34); en cambio, no sería adecuado relacionarlo con la otra sentencia «el que no tenga, que venda su manto y que compre una espada», pues entonces, en el transcurso de la cena con sus discípulos está anunciando que se avecinan tiempos difíciles, violentos, que dan comienzo con su inminente pasión. Si se cambiara el enfoque, y se viera representado no a Jesús, sino a un santo cualquiera, aún sería más difícil dar con un contexto adecuado a la escena representada.

La representación es completamente estática: un ave, una paloma, en descenso vertical, proyecta sus rayos numerosos hacia dos personajes arrodillados en actitud de oración con las manos juntas. No hay que hacer demasiados equilibrios para ver en el grabado el descenso del Espíritu Santo (Espíritu 1) sobre los fieles. La escena representada no permite muchos más comentarios, ya que no alude a algún momento concreto que fueran narrado por el texto bíblico. Puede asociarse al momento que a cada espectador pueda convenir, incluso con la intemporalidad de los amplios hábitos de las dos personas representadas.

El grabado casi repite la escena anterior, con diferencias mínimas (Espíritu 2). La misma indefinición sobre algún momento que recogiera el relato bíblico, y la misma alusión intemporal a que el Espíritu Santo desciende y se hace presente en la vida de los cristianos que le invocan.

En el contexto del misal del que procede, el grabado puede asociarse a la fiesta de Pentecostés, como también a cualquier otro momento de invocación u oración, sin ninguna particularidad.

El motivo representado en este grabado (Eucaristía) no deja de resultar en cierto modo singular por el mismo enfoque inusual de proponer a Jesús, sentado sobre un asiento corrido, en posición plenamente frontal, sosteniendo en sus manos el pan y el vino, su cuerpo y su sangre. Unas estrellas le enmarcan desde el fondo. La alusión a la eucaristía resulta patente; no así la asociación a algún momento de las celebraciones que jalonan el misal, pues, en particular, si se pudiera pensar en la festividad del Corpus, la mala fortuna muestra que el grabado que hubo en su momento en este preciso lugar ha sido arrancado (no cortado), mutilando la página. Por consiguiente, la alusión, casi como una alegoría, cabe situarla en cualquier momento, aunque el significado no admita la más mínima duda.

El presente grabado (ligeramente deteriorado) muestra a Jesús frente a dos personas, de las que una es mayor, con túnica larga y bonete, mientras que la otra es joven, lampiño, con vestido corto. No hay ningún pasaje que corresponda con exactitud a lo representado, porque en otro momento, Jesús se dirigió a un joven de quien se quedó prendado, pero que era demasiado rico para despegarse de sus riquezas; y el texto nada dice que fuera acompañado por alguien mayor. Queda en suspenso la referencia a pasaje alguno de los evangelios y pudiera tratarse de cualquier oportunidad. El grabado (Joven) evoca el ya visto con el título Doctores, aunque no se correspondan plenamente.

Corresponde titularlo como Juan Bautista, por el personaje principal, situado a la derecha. Además de la corona que contribuye a superar equívocos, el vestido de piel animal con pelo con que es representado atina a afinar la puntería, pues así lo describe el evangelio (Mc. 1, 6) A su derecha, hay otro personaje con trazas similares a las de Juan, lo que da a entender que se trata de uno de sus discípulos que sigue a su maestro hasta en la foma de vestir. Juan Bautista está en el uso de la palabra y se dirige a dos personas que escuchan su predicación, parece que con atención. El relato de Lc. 3 da a entender que acudieron distintos tipos de personas a escuchar su enseñanza; de ahí que encaje a la perfección a los dos oyentes que atienden a sus palabras.

No hay duda alguna que aquí está plasmada la imagen de Juan evangelista, puesto que el símbolo del águila le acompaña en todas las representaciones en que figura el apóstol junto al símbolo que la tradición cristiana le ha vinculado. Como evangelista, ha sido retratado en plena producción escribiendo un libro, a la manera europea, a doble página, y no en formato de rollo, al estilo oriental; escribe con una pluma de ave. El águila junto a su cabeza lleva en el pico una lámpara que denota la inspiración de que está dotado al redactar su evangelio, pues no escribe por iniciativa propia. El fondo, que no suele aparecer en esta serie de grabados lo constituyen unas tierras y un frondoso árbol.

No hay demasiadas dudas en señalar el título de Leproso a lo representado en esta viñeta. En la parte inferior, hacia la izquierda, está arrodillado un hombre desnudo, en actitud de súplica con las manos juntas, demandando su curación. Jesús, con corona, tiende hacia él su mano derecha, mientras que otras tres personas hacen corro alrededor del enfermo. Podría vincularse perfectamente al texto de Mt. 8, 1-4, por el hecho de que se trata de un único enfermo, mientras en otras ocasiones el texto señala a varios. La práctica sanitaria de aquel momento obligaba al leproso a ser excluido de la sociedad, y llevar una vida de penuria, viviendo de lo que pudiera obtener de la compasión de quienes le ayudaban a una distancia rigurosa. Aquí, rompiendo normas, presenta a Jesús y sus seguidores, muy cercano a él, en el momento en que se produce la curación.

Navidad. La representación del nacimiento de Jesús incorpora todos los elementos más tradicionales: los padres de Jesús, él recostado, un pajar y un par de animales; al fondo unas edificaciones sugeridas que traen el recuerdo de que en lontananza estaba el pueblo del que se han distanciado para buscar un lugar en que María diera a luz a su Hijo. La escena, como en tantas ocasiones, está dotada de una gran piedad, que invita a la contemplación, plasmada en el recogimiento de María y José, así como en la quietud serena de los dos animales. La infinidad de representaciones del nacimiento de Jesús cuenta con una más en las páginas de este misal en el que se integra.

Una figura de un obispo ocupa todo el espacio disponible en el grabado. Tiene mitra, viste alba y capa pluvial; porta en su mano izquierda el báculo, y con la derecha bendice. Pero, además, tiene corona en torno a la cabeza, lo que permite leerlo como obispo santo. No se puede llegar más lejos, pues son bastantes los que han sido reconocidos por tales por parte de la Iglesia, de manera que la imagen podía ser útil para los impresores en numerosas ocasiones. El que no haya otros elementos diferenciadores permite un empleo en cualquier momento sin que desentone.

Corresponde titularlo como Pablo por la doble identificación con los atributos que acompañan al personaje representado, que indudablemente es santo como muestra su corona. Un atributo tradicional es la espada, con el que, según una tradición repetida infinidad de veces, murió decapitado en Roma; el otro atributo son los libros, o cartas, con la denominación más usual. Escritor prolífico, mantuvo contacto epistolar con las comunidades con las que tenía conexión, o que él mismo había fundado al evangelizar. La profundidad de su pensamiento creó un cuerpo doctrinal que respondía a las necesidades que se iban planteando en la Iglesia primera, que requerían una respuesta acorde con el pensamiento que él había recibido de Jesús por revelación directa.

Con el atributo inevitable de las llaves, el apóstol Pedro camina tras Jesús, quien vuelve a él su rostro: también hay otro apóstol junto a Pedro de más compleja identificación. No habría que buscar un momento determinado que aquí estuviera reflejado, entre los que el evangelio narra. Más bien hay que ver en ello el seguimiento de Jesús, que abarca desde la llamada inicial hasta la predicación de su mensaje cuando él había desaparecido ya de la tierra. Pedro y los demás apóstoles son muestra del seguimiento y la respuesta a la llamada, si bien el relato evangélico no deja de mostrar sus dudas, vacilaciones, arrebatos e inseguridades que se fueron sucediendo hasta que su fe quedó plenamente conformada con el hecho de la resurrección de Jesús.

Lo que ofrece el grabado es posterior a la viñeta anterior: aquí, sin soltar las llaves de la mano, Pedro predica a una multitud que está frente a él escuchando sus palabras. Podría referirse a la primera predicación que el libro de los Hechos pone en labios del Pedro como protagonista de la primera exposición pública de la fe en Jesús; también podría referirse a otros momentos en que el mismo libro pone en labios de Pedro alguna exposición de su fe en Jesús.

Le cuadra el título de Predicación, sin más. Alguien no identificado habla y acompaña con el gesto sus palabras, mientras se dirige a una multitud que escucha frente a él; en ella hay una mujer en primer plano. El predicador carece de corona, por lo que el grabador no le concede el título de santo. Pero el contexto del libro en que aparece el grabado, un misal, permite entender que cualquiera que fuera el predicador, está difundiendo a otras personas el mensaje de Jesús. Las diversas formas que ha revestido la enseñanza a lo largo del tiempo son modalidades diversas del mismo hecho: la evangelización, la difusión del evangelio.

La disposición alfabética de los títulos muestra aquí el denominado Redes, como elemento diferenciador. Los que han aparecido antes con el tema de una barca tienen una relación clara. Pero la escena muestra a los dos pescadores, aún en la barca próxima a la orilla, a los que la escasa distancia les permite escuchar a Jesús. Podría referirse a la llamada inicial, que narra Mt. 7, 18: también cabe entenderlo como la ocasión en que, después de la resurrección, Jesús se encuentra con algunos de sus discípulos junto al lago (Jn 21, 1ss). Tanto da, porque el verdadero interés radica en la llamada que Jesús les dirige a aquellos pescadores, para convertirles en pescadores de hombres.

Samaritana. De forma habitual, la representación de este episodio (Jn 4, 1ss) suele mostrar a Jesús y una mujer; en bastantes ocasiones, a distancia se ofrecen las siluetas de algunos discípulos que, según el relato, había ido a comprar víveres y dejaron solo a Jesús junto a la fuente de Sicar. En cambio, el grabado muestra a Jesús acompañado de algunos junto a él, y a la mujer igualmente en grupo con otras personas. En principio podría no referirse a esa situación, pero la continuación del relato del evangelio evidencia que los discípulos regresaron, que la mujer fue a comunicar al resto de los habitantes de la población el descubrimiento que había hecho, y que, finalmente muchos de los que allí residían aceptaron la palabra de Jesús y su enseñanza, e incluso le alojaron un par de días en su pueblo. Éste aparece en lontananza sobre una colina.

Es obligado poner el título de Suegra. Cuando Jesús contaba ya con algunos discípulos, acudió, cuando residía en Cafarnaum, a la sinagoga, donde enseñó con autoridad y maestría a los asistentes. A continuación, acudió a casa de Pedro, y en ella encontró a la suegra de éste encamada con fiebre alta: es precisamente lo que muestra el grabado. La mujer fue sanada, y, agradecida, se puso a servir a los que habían acudido a su casa. El empleo que el misal hace de este grabado es aleatorio, pues, salvo una ocasión en que se lee este pasaje del evangelio, no hay otras oportunidades de emplear el taco tipográfico.

El siguiente grabado no cabe denominarlo más que como Tentación. Es una secuencia que, en forma historiada, muestra que Jesús, como hombre en plenitud que era, fue sometido como cualquier otro ser humano a la tentación, a la oportunidad de tomarse la libertad de no cumplir la voluntad divina, sino la suya propia, eligiendo con libertad el mal en lugar del bien. El relato aparece en los tres evangelios sinópticos, al comienzo de la actividad pública de Jesús.

En el grabado, el diablo está representado vestido, y no con un cuerpo esperpéntico como en otras ocasiones, pero quien contempla el grabado no puede dejar de ver los cuernos que la tradición le ha asignado. Ofrece a Jesús una bandeja con tres panes, proponiéndole que acepte los bienes y riquezas y que elija satisfacer sus necesidades materiales, dejando a un lado la voluntad divina, porque se trata de pasarlo lo mejor posible. La réplica de Jesús, además del trazo vigoroso de su mano que rehúsa la oferta, se encuentra en sus palabras que, en el misal, acompañaban la lectura del relato evangélico en el primer domingo de cuaresma.

La transfiguración, el cambio externo de figura, aparece condensado en el grabado. Dado su escaso tamaño, no se podía pretender incluir toda la escena que narra el evangelio con los seis personajes: Jesús, Moisés y Elías, más Pedro, Santiago y Juan. El grabador ha elegido poner en el plano alto sólo a Jesús, una vez que sus acompañantes ya hubieran desaparecido de la manifestación; pero está sobre las nubes, rodeado de rayos que traspasan las nubes y que expresan su condición divina, y también sostiene la bola del mundo como Señor de toda la creación. En el plano bajo los tres apóstoles, dibujados de medio cuerpo y de espaldas, no dejan de contemplar a Jesús. El grabado se ha conservado con algunas deficiencias.

El último lugar alfabético es para la Visitación. En otro orden de cosas, tendría que figurar antes del nacimiento de Jesús. La representación es clásica y casi inevitable: dos mujeres que se saludan; a la izquierda María (con corona) llega a la casa de su pariente Isabel, que sale a recibirla a la puerta de su casa, que sirve de fondo a la escena; también ella tiene una corona más pequeña, para jerarquizar adecuadamente la categoría que existe entre ellas. María está representada joven, con el cabello suelto, mientras que Isabel lleva una toca que cubre su cabeza, como corresponde a una persona más mayor y venerable. Ambas embarazadas se saludan alborozadas, sabedoras de la actuación de Dios en sus personas.



Grabados de un misal del siglo XVI

RESINES, Luis

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 507.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz