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Revista de Folklore número

503



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Tiempo de «Pegas». Una tradición de invierno perdida que llegaba a su culmen en Carnaval

DE LA CRUZ MACHO, Francisco Javier

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 503 - sumario >



Estamos en tiempo de «Pegas» aunque, seguramente, no lo sepa porque es una tradición perdida. Las «pegas» son bromas. La RAE mantiene esa acepción y considera que, coloquialmente hablando, una «pega» es una burla, un chasco. Quizás nos resulte más familiar la expresión «esto es de pega», para referirnos a algo falso que trata de engañarnos, o la frase: «pegársela a alguien», con el sentido de engañar. La gran diferencia con su uso actual es que las «pegas» tenían como objetivo el humor, la risa, claro que a costa del otro.

El Invierno tiempo de «PEGAS»

Hoy en día solo conservamos las «pegas» en el llamado «día de los Inocentes», el 28 de diciembre. No existe relación entre la celebración religiosa de ese día (la matanza de niños decretada por Herodes), y la realización de bromas. Esto se debe a que el origen de las «pegas» es anterior al mundo cristiano e incluso al mundo romano.

Desde el periodo celta (aunque su origen puede proceder incluso de las primeras sociedades agrícolas neolíticas), existían múltiples celebraciones invernales. Se iniciaban con el solsticio de invierno, en la noche más larga del año. El invierno es un tiempo contradictorio. Los días empiezan a crecer, pero, a la vez, viene el periodo del frío. Se mezcla así el temor a la climatología y la esperanza en un tiempo con más luz. Y ese «caos» se celebraba con rituales «subversivos», surgiendo multitud de festividades invernales.

Según Caro Baroja, muchas de esas celebraciones desaparecieron al ser adsorbidas e integradas por el Carnaval, en un intento de la Iglesia de poner orden en el desorden:

El gran hecho histórico y social que supone la ordenación del Carnaval es el de que todos los viejos rituales paganos quedaron, si no adscritos a él de modo fijo, sí en un período determinado y ajustados al santoral de un modo general, homogéneo para todo el Occidente cristiano al menos[1].

El Carnaval es, por lo tanto, un invento cristiano, en el sentido de un periodo fijo de celebración vinculado al hecho cristiano de la Cuaresma.

De aquellas primigenias fiestas invernales nos queda el Carnaval, como espacio reglado. También muchas «Mascaradas», «Antruejos» (con sus diferentes variaciones fonéticas) y otras fiestas del noroeste español y Extremadura que «escaparon» a ese intento integrador del Carnaval. Estas celebraciones tenían muchas características comunes: máscaras, (cubrirse el rostro para ocultar la identidad o representar a otro ser), bailes, cuestaciones, comidas, etc.… Otro aspecto en común eran las «pegas», que también se documentan en Portugal[2] y que aparecen asociadas a estas celebraciones invernales con un origen que, cuando menos, se remonta al mundo romano:

Julio Caro Baroja va a atribuir las bromas del día de los Inocentes y las libertades de diciembre a las Saturnales, pero las comparsas que recogen limosnas para las Ánimas en esos días las atribuye a las kalendas, por lo que concluye que «fiestas del tipo de las “Saturnalia” se han mezclado con fiestas del tipo de las “kalendae”, de comparsas de hombres disfrazados que hacen determinadas funciones». (…) Para Francisco Manuel Alves derivarían nuestras fiestas de invierno de una conjunción entre las fiestas Saturnales, de grandes bromas y alegría e igualdad entre amos y esclavos, y las Juvenales, «celebrada por la gente joven el 24 de diciembre con opulenta francachela y comilona». Estas fiestas se mantendrían en época medieval con el nombre de «Fiestas de los locos», también llamadas «Fiestas de las Kalendas», por celebrarse la principal el 1 de enero, o «Fiestas de los Subdiáconos», por ser éstos, junto con diáconos y sacerdotes, los principales protagonistas»[3].

Las «Pegas» eran variadas en sus formas y expresiones, en este artículo hacemos un repaso centrándonos en la ciudad de Palencia, completándolas, en su desarrollo concreto, con las de otras localidades donde se han podido documentar.

Las «Pegas» en Palencia

En Palencia el tiempo de «pegas» comenzaba con las Navidades y se prolongaban hasta Carnaval, cuando tenía su momento álgido. A juzgar por las escasas fuentes encontradas sobre esta actividad, cobraban intensidad en los primeros días de enero. Quizás como un residuo de algún festejo perdido.

Estas «pegas» eran muy variadas y algunas de ellas, modificadas, perviven en la actualidad. La más habitual consistía en «manchar» las espaldas de los transeúntes con algo de color blanco, teniendo en cuenta que la gran mayoría de la población vestía de negro. Lo más sencillo era utilizar tiza, harina e incluso yeso, con lo que se hacían líneas y garabatos. La habilidad, y la «insensibilidad» del receptor para notar la realización de los trazos, daba lugar a simples manchurrones de polvo, a líneas dispersas o a dibujos de animales como burros o cerdos, realizados con mayor o menor acierto. De ello daba cuenta la prensa:

Pero lector de mi alma / ¿no es una mala vergüenza / decir que en el punto y hora / en que nos viene esta época / no ha de poder salir uno / de su mísera vivienda, / sin exponerse a llevar / encima cinco ó seis pegas / que, los muchachos con yeso / y en forma de alguna bestia, / sobre las anchas espaldas / con travesura nos dejan…?[4]

En otros casos no se emplea este sistema, sino que se pegan «papelotes y trapos sucios[5]» o el conocido muñeco de papel[6]. Los más osados, y menos discretos, cogían un trapo al que daban forma de corazón, burro, gato, cerdo o cualquier otro animal, que impregnaban de tiza o yeso molido. La técnica seguro que para muchos no es desconocida. Consistía en acercarse a la víctima y propinarle, en la espalda, un manotazo con el trapo, dejando impregnado el dibujo en su ropa. (Habrá quien, en este momento, evoque el uso de los borradores en las aulas con el mismo fin). En otros casos el trapo se ataba a un hilo y se lanzaba con fuerza para que impactase en la espalda.

Una variante de esta práctica consistía en ensuciar directamente al viandante, lanzando sobre él cucuruchos llenos de harina, ceniza, agua o una mezcla de ellas[7]. Esta práctica pervive en la conocida fiesta de los enharinados, del 28 de diciembre, en la localidad de Ibi (Alicante).

En otros casos, en vez de manchar la ropa se colgaban objetos en ella, como rabos de animales[8], que se balanceaban con el caminar de la víctima, provocando las risas[9].

Otra «pega» habitual era colocar objetos, de algún valor o interés, fuertemente adheridos al suelo, como monedas, tenedores, cuchillos, llaves o pequeños bolsos.

La diversión, en todos estos casos, no consistía sólo en ver a una persona portando en sus espaldas el dibujo, garabato o mancha, o cómo alguien se inclinaba e intentaba, infructuosamente, coger el objeto anclado al suelo. Lo realmente divertido era reírse, públicamente, de aquel al que se la «habían pegado», tal y como recogía la prensa local:

Legiones de chiquillos, provistos de latas, almireces, coberteras y otros útiles, obsequiaban con fenomenal gritería, acompañada de instrumentación wagneriana a los incautos que intentaban recoger las monedas, llaves, bolsillos y demás tentadores objetos que de antemano habían sido fuertemente amarrados al suelo[10].

El ruido era otro elemento, fundamental. Y no faltaban, en este tipo de bromas, los «que cifran su gozo en molestar los oídos de los demás con latas y otros excesos»[11], y cuanto más cerca de una persona, mejor, pues más se incordiaba o irritaba.

Otras «pegas» menos habituales

Menos extendida fue la práctica de «zurrarse», es decir, darse golpes, práctica que aún pervive (recordemos las fiestas de birrias y chiborras. Algo de eso evocan también, según los expertos, los bailes de paloteo). En este caso se utilizaban varas o se lanzaban piedras[12], bien manualmente o con los llamados «tirachinas»[13]. Fue común, también, el uso de tenacillas para pellizcar, o de vejigas de animales, llenas de aire, con las que golpear al que se «pusiese a tiro».

Otro grupo de «pegas» tenían que ver, con las heces. Pequeños paquetes u objetos se depositaban en el suelo, impregnados de heces en su parte inferior. Al recogerlos, la mano del ingenuo quedaba manchada, con el consiguiente desagrado y mal olor. Una variante consistía en hacer un agujero en el suelo (algo sencillo en las calles no empedradas y aun de tierra), rellenarlo de excrementos (por lo general de animales) y cubrirlo. Luego a esperar a que el azar determinase la persona que lo pisaba para, en ese momento, hacerse visible y reírse. Y, por último, los más descarados y atrevidos, elaboraban un pastel o bollo, de aspecto exterior impoluto y apetecible, pero relleno del mismo condimento del que venimos hablando, que repartían entre sus conocidos. Al cortarlo descubrían «la pega»[14].

Las «pegas» de palabra

Este tipo de «pegas» era el más habitual, ya que consistía en frases, retahílas y diálogos. En algunos casos eran muy soeces, cuando no insultos[15].

Había dos variantes, bien expresiones creadas específicamente para la ocasión, fruto de algún acontecimiento, o dichos que se repetían todos los años. Este segundo tipo de «pegas» han perdurado, pues terminaron formando parte de los juegos infantiles. El bromista provocaba al ingenuo, bien con una pregunta o con algún gesto, para que le formulasen una frase, tras la que se respondía con la broma. Seguro que muchos lectores recordarán algo que se hacía de críos: quedarse mirando a alguien para que nos dijese «¡Qué miras!» y responderle con todo el descaro: «¡Los pedos que te tiras!», o «Las narices que se te estiran». O bien el acusar de algo a otro para que respondiese: «¡Mentira!» o «¡eso es mentira!», replicando con inmediatez: «¡Pues agarra del rabo y tira!»[16].

En otros casos se hacía una pregunta a la víctima: «¿Cuántas son cuatro y cuatro?», a lo que el otro respondía; «ocho», recibiendo como contra respuesta: «Para ti la mierda y para mí el bizcocho». Muchos se acordarán de esta otra: «¿Quién puso el huevo en la paja?», la respuesta era «la gallina» y la contrarréplica: «¡Mierda para el que lo adivina!». Por cierto, estimado lector, que si recuerdas chascarrillos de este tipo estaré encantado de que me los hagas llegar por correo (la dirección se encuentra al final del artículo).

En otras ocasiones no hacía falta que la víctima respondiese nada. Solo había que atraer su atención. Bastaba un simple «¡Mira quien te llama!» para que, tras girarse el aludido, se le dijese «¡El burro por la ventana!». En fin, quizás las chirigotas de Cádiz sean las continuadoras de este tipo de «pegas». En otros casos han quedado camufladas como discursos, cuartetas, poemas, etc… de carácter satírico en multitud de fiestas locales, aunque no siempre vinculadas al invierno.

Pero, la paciencia tiene un límite

Si todo esto se perdió fue porque, tras la Guerra Civil, los Carnavales se prohibieron y, cuando poco a poco se fueron recuperando, incluso en el propio franquismo, la actividad principal se redujo a los bailes de máscaras. Pero antes de que esto ocurriese, la Iglesia y la mentalidad burguesa iniciaron, desde el siglo xix, una guerra contra el Carnaval y el resto de las fiestas invernales. Su mirada se fijó, sobre todo en las pegas y los desfiles callejeros, en los que se ridiculizaba a las autoridades políticas y religiosas y a la «buena sociedad».

Hay un artículo, de 1893, en la palentina revista La Propaganda Católica, que asocia los Carnavales con la victoria de Lucifer, que deja bien a las claras la visión que de estas celebraciones tenía la Iglesia[17]. Pero también el poder civil quiso poner límites a estas celebraciones. Desde las alcaldías se dictaron bando, como el de Felino Fernández de Villarán en 1887, para evitar los excesos en los carnavales, decretando que: «Las personas disfrazadas ó no, que profiriesen palabras indecorosas, insultos ó ejecuten actos que ofendan a la moral, serán detenidas y puestas a disposición de la autoridad competente»[18].

La prensa local de la época, al fin y al cabo, representante de esa moral burguesa, también criticaba con dureza estas bromas. Sobre todo, cuando los autores no eran chiquillos, sino adultos[19], que se complacían mucho más en el escarnio y la vergüenza del otro. Así lo reflejaba la prensa en 1887: «… la costumbre que debiera desterrarse, de las pegas, … no ya chiquitos, sino mayores que bien podían comprender la falta en que incurren[20]».

Y no les faltaba razón. Las víctimas no recibían con agrado las burlas y bromas y menos cuando provenían de adultos que se regodeaban en el escarnio ajeno.

Aun así, eran tan populares que un periódico las atribuyó un origen cristiano. Argumentaba que la primera «pega», documentada de la historia, fue la de la serpiente con Eva y la fruta del árbol prohibido[21]. No le faltaba sentido del humor al que realizó semejante afirmación, aunque claro, lo hizo en tiempo de «pegas». Y como no, hubo quien, rápidamente, descubrió un nicho de negocio, comenzando a surgir la venta de artículos de broma, como papeles de fumar de pega, o cajas con polvo «pica-pica» [22].

Fco. Javier de la Cruz Macho
Doctor y catedrático en historia




Notas

[1] Caro Baroja, J.; «El Carnaval». Madrid. 2006, Alianza Editorial, pág. 161.

[2]El Adelanto, 18-2-1908. En este caso concreto hacen referencia a la ciudad de Oporto.

[3] Calvo Brioso, Bernardo: «Mascaradas de Castilla y León. Tiempo de fiesta», Junta de Castilla y León, Valladolid, 2012, pág. 40.

[4]El Diario Palentino, 23-1-1901.

[5]El Noticiero de Soria, 25-2-1914.

[6] Imperio. Diario de Zamora de Falange, 28-2-1954: «… ya que los chiquillos no se dedican en los días que le anteceden a la práctica de aquella forma de gamberrismo que eran las “pegas” bien fueran estas en forma de rayones de tiza o espolvoreando yeso molido en los negros mantones de menegildas y artesanas, o colgando el ampuloso gabán de las que llamaban señoritingas absurdos muñecos de papel».

[7]El Papa Moscas, 4-3-1900.

[8]El Papa-Moscas, 15-2-1891: «…pero se han olvidado de las pegas. Ni un mal burro pintado en las anchas espaldas de la moza arandina, ni un rabo de cordero colgando de la saya de la burgalesa dama, ni siquiera una mala peseta falsa clavada en las losas de la más transitada calle…».

[9] También se documentan este tipo de prácticas en el carnaval de Medina de Rioseco. Fradejas de Castro, Fernando, y Asensio Martínez, Virginia; «Latidos en blanco y negro. Medina de Rioseco: Memorias de un pueblo en ventanas de papel», ed. Aruz, Palencia, 2019.

[10]La Correspondencia, 19-2-1901.

[11]El Diario Palentino, 6-3-1889.

[12]El Día de Palencia, 19-12-1887: «Parece que vuelven a verse por la noche grupos de muchachos que toman por diversión el golpearse con varas y dispararse piedras con exposición de los transeúntes».

[13]El Diario Palentino, 3-3-1887: «… la costumbre que debiera desterrarse, de las pegas… No ha mucho, que á unas señoras dispararon con los tiradores de goma piedrecitas que las ocasionaron daño en la cabeza...».

[14] En Segovia esta práctica, se denominaba «cacos» y consistía en arrojar los excrementos u otros objetos molestos por las ventanas de las casas. Tomado de https://www.tomaslopezlopez.es/los-cacos-y-las-pegas/, última visita 18-12-2023. También se documenta en el carnaval de Montijo: https://historiasdemontijo.com/los-carnavales-tradicionales-de-montijo/, fecha última visita, 18-12-2023.

[15]El Día de Palencia, 27-1-1908: «Las burdas gracias de los inadecuados muchachos llegan á comprometer á personas muy pacíficas y sensatas, las cuales como es natural, no pueden ver con calma que una turba de mozalbetes descarados les manche y les insulte sin que haya quien reprima tamaños abusos».

[16] Una buena colección de este tipo de retahílas se puede encontrar en https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/expresiones-de-burla-y-broma-de-segovia/html/, fecha última visita 18-12-2023.

[17]La Propaganda Católica, 11-2-1893, n.º 1259, pág. 41.

[18]El Día de Palencia, 19-2-1887.

[19]El Día de Palencia, 24-1-1908: «Ha comenzado el periodo de pegas y la otra noche fue víctima de estas gracias una simpática modista en plena calle Mayor. Con tal motivo se produjo bastante escándalo en los soportales y ni por sueños hemos podido ver a un vigilante. Me parece que estas bromas son un tanto pesadas y molestas y debieran suprimirse aún cuando no sea por otra cosa, sino por lo que nos juzguen los forasteros. Y lo más célebre del caso es que en estas bromitas intervienen personas mayores y las celebran con todo género de entusiasmos y burradas. «

[20]El Diario Palentino, 3-3-1887.

[21]La Mañana, 25-2-1879.

[22]La Correspondencia de España, 1-3-1889.



Tiempo de «Pegas». Una tradición de invierno perdida que llegaba a su culmen en Carnaval

DE LA CRUZ MACHO, Francisco Javier

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 503.

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