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Revista de Folklore número

501



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Las tijeras en la provincia de Cáceres: aspectos etnoculturales

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 501 - sumario >



I

Con el nombre de Peña del Molde se conoce un petroglifo de la alquería de Mesegal (Las Hurdes, Cáceres), ubicado en los parajes del Castillo de la Muñina. En este panel se representan cuatro tijeras junto a otra serie de elementos, tales como podomorfos, alabardas, cuchillos y un cruciforme[1]. Quienes han estudiado el conjunto rupestre tienden a datarlo en un período que oscilaría entre la Edad del Bronce I-II y la Edad del Hierro, dando por seguro que no todo lo que aparece corresponde a una misma época, lo que viene a suponer que la superficie, escasamente grabada en un principio, con el paso del tiempo fue acogiendo añadidos y superposiciones.

Es evidente que algunas de las adiciones afectaron a la simbología del petroglifo hasta el punto de despojarlo de su originario significado. Así ocurrió cuando, sin que se pueda precisar con absoluta exactitud un encuadre cronológico, se intervino sobre él en un momento histórico relativamente cercano. Nos referimos a la transformación en tijeras de cuatro de las cinco aspas existentes mediante el adosado de un par de ojos en los extremos de los lados de uno de sus ángulos agudos.

Sabido es que los pueblos prerromanos desconocían otras tijeras que no fueran las llamadas de muelle o de esquilar, las únicas existentes en la actual Extremadura hasta muy avanzada la Edad Moderna, momento en el que comienzan a extenderse a través de ferias y mercados[2]. Son tijeras configuradas por dos cuchillas alargadas y unidas entre sí por un arco que ejerce como muelle, mostrando la morfología de una C alargada. El hallazgo de este tipo de tijeras en diferentes castros y necrópolis[3] confirma que su uso estaba extendido en plena Edad del Hierro y que «formaba parte tanto del bagaje material de los nativos como de los conquistadores romanos»[4]. Estos las emplearon asiduamente hasta para los trabajos más delicados, como pudieron ser los sanitarios. Algunas de ellas se encontraron en Mérida en varias tumbas de médicos de los siglos I y II d. C[5].

A pesar de que el modelo de tijeras de la Peña del Molde no pertenezca al tiempo en que ha sido datado el petroglifo, cabría la posibilidad de que tal instrumento ya estuviera por entonces vinculado a quienes habitaron las tierras extremeñas hace algunos milenios. Aunque para ello deberíamos identificar como tijeras ciertas figuras grabadas tanto en esta como en otras estaciones rupestres que se localizan en sus proximidades. Es la interpretación que cabe hacerse, con las oportunas cautelas, sobre algunas «herraduras» que recogen los paneles de Las Ereáis, en Sauceda, y de Bohonal de la Sartanejilla, en Caminomorisco, así como sobre el semicírculo en el que se asienta un gran cruciforme en el panel de Mesegal. Tal hipótesis se basaría en una mera especulación acerca los ignotos conceptos simbólicos que intentaron plasmar aquellos artífices, al igual que cabe decirse de las teorías que tienden a identificar la herradura con el órgano genital de la mujer, llevando a vincularlas con la fertilidad. En su apoyatura se contaría con el hecho de que un grupo de herraduras rodee a un itifálico en el petroglifo de Sauceda, lo que daría pie a considerarlo como una alegórica de rituales orientados a potenciar la fecundidad y la procreación del grupo humano. Sean o no las herraduras objetos vulvares o simples tijeras, todo parece indicar que tanto unas como otras confluirían en una misma dirección, teniendo en cuenta el carácter femenino de ambos.

Dentro del campo de la pintura rupestre esquemática las aspas se han venido aceptando como antropomorfos y otro tanto cabe decirse, dando por buena la continuidad de pensamiento del humano primitivo, con respecto a las que se visualizan en los petroglifos. Partiendo de la ausencia en las imágenes de rasgos distintivos de la virilidad, lo lógico es que las de la Peña del Molde aludan a mujeres. Muchos siglos después, de manera inconsciente o siguiendo los dictados de la vieja tradición, quienes reconvirtieron cuatro de las cinco aspas estaban poniendo de manifiesto la asimilación de la mujer con unas tijeras abiertas. Los nuevos rasgos que conducen al cambio evocan partes concretas de la anatomía femenina. Es algo que aún hoy advertimos a través de la cultura popular extremeña, donde los pechos de la mujer sugieren un símil de los ojos de las tijeras, como se desprende de los versos de un canto de esquileo:

Ya se van mis amores

y a pelal fuera

Quién fuera los anillos

de sus tijeras[6].

Pero más que a la mujer en su conjunto, las tijeras, siempre que se hallen abiertas, suelen aludir explicitamente a sus genitales, algo que se constata a través de diferentes dichos, cual son los escuchados en Riolobos y Pozuelo de Zarzón respectivamente:

Las mozas de Galisteo

cuando acaban de regar

pa orearse las tijeras

se ponen espatarrás.

María, la mi María,

cuando vayas a la era,

los ojitos bien abiertos

y bien cerrá la estijera.

Por el contrario, las tijeras cerradas tienden a equiparse a un símbolo fálico, al igual que los son el cuchillo, el puñal, el chuzo, la navaja o cualquier otro objeto cortante o puntiagudo. Sobre aquellas también incide la musa popular:

Si quieres saber quién soy

bájame la braguetera

y saca pa ajuera el corte

y el asa de la estijera[7].

Con los quintos de este año

no te andes con razones,

que guardan las estijeras

debajo de los zajones[8].

Estos mozos no tenemos

jilo, abuja y deal,

que tenemos estijeras

para abriros el ojal[9].

Por los pueblos aledaños a Trujillo fue costumbre remedar una cantinela que se entonaba en la ciudad con motivo de las romerías. Con ella se insinuaba el interés de las mozas por acudir a estos festejos, que se estimaban propicios para emparejamientos y noviazgos. Se cerraba con su estribillo original

Las mujeres de este pueblo

son tan buenas costureras,

que se van de romería

a comprarse unas tijeras.

Afilar, afilar, afilar,

carracacheira,

con cuchillos y tijeras

y navajas de afeitar[10].

Esta equiparación de las tijeras cerradas con el órgano viril, aunque en ocasiones sustente un sentido equívoco, reaparece en el campo de la paremiología. Algunos refranes resultan altamente elocuentes: «La costurera y la ramera, viven de las tijeras» (Cáceres), «En asunto de tijeras, más sabe la casá que la soltera» (Garrovillas), «La casada y la costurera, perderán el dedal, pero nunca las tijeras» (Alcántara, Piedras Albas), «Hay cortes de tijera, que no los cose una buena costurera» (Mohedas de Granadilla), «Dijo el cura: ¡Aleluya!, que las tijeras, cada mujer con la suya» (Santibáñez el Alto), «Como la tela es mía y de él son las tijeras, que corte ca vez que quiera» (Aldeanueva del Camino), «Anque viven juntas la suegra y la noera, ca una corta con la su estijera» (El Torno), «Como a los sastres viejos, también las tijeras se les changan» (Cambrón) o «Por muy bueno que sea el peluquero, con los años se le embotan las tijeras» (Santibáñez el Bajo). Tiene lógica, por consiguiente, que el «Ser un buen tijeras» o el «Tener buenas tijeras» se aplique al hombre mujeriego, al igual que el «Ser de primera tijera» se use para denotar al joven que comienza a ejercitarse en cualquier oficio o que se inicia en la práctica del galanteo.

Refrenda lo anterior un «acertajón» o adivinanza de tipo picaresco, cuyo resultado, a pesar de que su exposición conduzca a un doble concepto, no ofrece la menor duda:

Dura y alargá,

tiene la boca p’alante

los reondos, p’atrás;

la quieren las mozas

y también las casás.

Igual suele ocurrir cuando este instrumento lo manipula el hombre o se halla en relación con algunos aspectos eróticos. Los ejemplos que atisbamos en las canciones son muy claros y, por supuesto, escapan al propio ámbito extremeño. Bien lo expresa esta copla de Montehermoso:

Agazápate, mujer,

pegaíta a la gatera,

que pa pelarte la borra

tengo aguzá la estijera[11].

De Peraleda de la Mata proviene esta otra, en la que igualmente la citación de las tijeras que «esquilan» el vello púbico (borra o lana) conlleva una significación de contacto sexual:

A una moza que esquilé

debajo de una jiguera,

de la lana que tenía

me se embotó las tijeras.

Sobre el particular también se recrean algunos dichos que son meras parodias de refranes: «El queso en la quesera, y en la lana la tijera» (Malpartida de Cáceres), «La lana de la nueva, bien la corta la tijera, que no la de la vieja» (Cañaveral) o «Bendita la tijera que por cortar lana se embota» (Guijo de Granadilla, Cerezo).

A estas cuestiones ya he dedicado espacio en alguna oportunidad, trayendo a colación una cancioncilla de la pacense Fuenlabrada, de gran arraigo en la comarca de los Montes[12]:

Con la licencia del amo

se puso el manijero

a esquilarle al ama

la lana de su carnero[13].

De este doble sentido de los versos pacenses participan los recogidos en la zona más oriental de la provincia de Cáceres:

Morenito a la borra,

que la he cortado

con las tijeras nuevas

que hemos comprado[14].

Al esquilar la borra[15] con unas «tijeras nuevas» se ha originado una herida, solicitándose de inmediato el «moreno»[16] para detener la sangría. Es evidente que el que entonaba estos cantos aludía al acto de la desfloración con una gran sutileza.

Entre los múltiples vocablos sustitutos del genital femenino encontramos la rosa, la flor o el clavel. Sobre este incide una rima de Mohedas de Granadilla:

No hay olor que más me guste

que el de la flor del jazmín,

ni clavel que más me guste

que el que esconde tu mandil[17].

Lógicamente la mención al corte de cualquiera de estas plantas se convierte en metáfora de un trato íntimo, de una pérdida de virginidad femenina o, incluso, de una violación. Es lo que se nos revela a través de unos versos que se escuchaban en las bodas de algunos pueblos del curso medio del Alagón, cual es el caso de Casillas de Coria, donde las tijeras se especifican como alegoría de la virilidad:

Con tijeras de oro y plata

te cortó el novio un clavel,

y muchos más te cortará,

porque ya eres su mujer.

En un romance recogido en Ahigal vemos a una huérfana e inocente joven a la que un poderoso y violento caballero, a pesar de verse obligada a entregársele para salvar a dos pequeñas hermanas que tutela, no solo le «corta la flor», sino que acaba con su vida:

—Tome, caballero,

la flor que me pide,

pero a mis hermanas

déjelas libre.

—Yo no quiero la flor

que ahora me das,

porque esa flor

te la voy a cortar.

La metió en un cuarto,

le cortó la flor,

y a la pobre niña

allí la mató.

Si, como hemos visto, existen imágenes en el arte rupestre que supuestamente retratan la cavidad genital femenina, no faltan aquellas otras que evocan el órgano masculino, aunque no siempre hayan sido objeto de este tipo de interpretación. Sirva de ejemplo, por lo que aquí nos atañe, una figura, calificada como antropomorfo, que se localiza en uno de los abrigos de la Sierra de San Serván, en el término pacense de Arroyo de San Serván, no muy alejado de la frontera cacereña. Lo conforma una circunferencia superior que acoge dos orificios, de la que parte una barra vertical[18]. Se ha querido ver una cabeza humana con un par de ojos de gran tamaño y un cuerpo esquematizado (Figura 3). Pero en mi opinión se trata de un «tijeriforme» que, a pesar de su esquematización, plasma los órganos distintivos varoniles: falo y testículos.

Sin descartar el función apotropaica para la comunidad, dado que su finalidad protectora parece manifestarse en otra similar que se muestra superpuesta sobre un posible entramado cabañal, seguramente sugiere aspectos mágicos o religiosos orientados a la fertilidad y a la procreación. En este sentido se complementaría con otras pinturas, en abrigos muy próximos, indefinidas pero, que por la apariencia circular, cabría identificar como vulvas, lo que determinaría una función en el orden genésico.

Tales representaciones «tijeriformes», ya en pintura, grabado o relieve, luego de transitar por diversas etapas históricas llegaron a nuestros tiempos. Los grafiteros contemporáneos, desconociendo viejos conceptos, reutilizan las técnicas de antaño para estampar los atributos masculinos. Al menos, por lo que respecta a este arte, cabe suscribir las palabras del filósofo Teilhard de Chardin: «Cuanto más restablecemos las perspectivas del pasado, más comprobaremos que los tiempos llamados históricos – hasta incluidos los tiempos modernos– sólo son las prolongaciones directas del Neolítico»[19].

Únicamente cuando las tijeras adquieren las formas que hoy tienen se es consciente de su afinidad con los genitales hasta entonces representados. De este modo se consigue una simbiosis, llegando incluso a sustituirlos en la expresión de determinados procesos mentales. Lo vemos en una rima de tipo onanista, de la que sólo los más incautos ignorarán su auténtico significado:

Si te cansas las manos

de menear las tijeras,

úntalas con aceite,

y andarán más ligeras.

Todo el día estoy al sol

motilando las ovejas,

los dedos llenos de callos

de las malas estijeras[20].

Esta homologación implica que las tijeras cerradas acaben asumiendo funciones que hasta entonces se le habían atribuido al miembro fálico plasmado en pinturas, grabados, mosaicos, vasijas y amuletos o fascinus, de los que se exhiben valiosas piezas en los museos extremeños, cual es el caso del Nacional de Arte Romano, en Mérida. Las tijeras, al igual que aquellos motivos, se van a constituir en piezas esenciales para la protección de personas y de bienes contra la envidia o el mal de ojo, que condicionan la salud, la alimentación y la capacidad reproductora. Es decir, lo que Frazer definía como «los deseos primarios de los hombres en el pasado y (que) lo serán en el futuro mientras el mundo sea mundo»[21].

II

En toda la provincia de Cáceres abundan las situaciones en las que se utilizan las tijeras para evitar el acercamiento de determinados seres maléficos, ahuyentarlos y anular los efectos de sus perversas actuaciones. Ha sido bastante común el clavarlas en cruz por el interior de las puertas y ventanas de casas y corrales para cortarles el paso a las brujas, que incidían negativamente sobre la fecundación, el embarazo y la crianza tanto de ganados como de personas. Y es que las brujas gozan de poder suficiente para provocar la esterilidad, la impotencia, el aborto y las más insospechadas enfermedades infantiles. Sobre ello puede ilustrar la información que hace algunas décadas recabé en Torrejoncillo, centrada en el entorno de la Cruz de Lata:

Una aparente a mí (de mi edad) y la pobre angustiá, que no tenía familia, que se casó años antes y no tenía familia. Y venga misas y rezar a San Sebastián, y ya… Que va un día la suegra, que andaba con ganas de nietos, que cogió una tijera y la clavó a la entrá de adentro del patio. Es como si la habiera mirao un santo, que aluego le vinon muchachos en procesión. Esto era porque eran cosas de brujería.

Pero no solo las tijeras favorecen el embarazo eliminando los motivos que los impiden, sino que, al considerarse un elemento fálico, también reviven y potencian las fuerzas genésicas que lo hacen posible. Conviene mencionar, al respecto, una de las prácticas propiciatorias que se desarrollaba con motivo de las bodas cacereñas A una manzana pinchada en un tenedor se le practicaban ranuras donde los invitados clavaban las monedas que ofrecían a los contrayentes. Recalcan en Guijo de Granadilla, Cerezo y Ahigal que este tenedor vino a sustituir a unas tijeras semiabiertas que cumplían igual cometido. Lo interesante es que tales tijeras pasaban a poder de los contrayentes, que luego las alojaban debajo de la cama con la seguridad de que daba buena suerte, lo que equivalía a una segura gestación.

Idéntico resultado se ha pretendido cubriéndolas con el colchón o con la almohada, para que quienes se tienden en el lecho duerman sobre ellas. Aunque tampoco pierden la efectividad si permanecen escondidas en la alcoba, como se desprende de variados testimonios, cual es este de Casas del Monte:

Nacimos dos mellizas, de casualidad, porque tiene gracia. Fue mi abuela, la madre de mi madre: Esto lo arreglo yo. Así donde estaba la cama estaba un cuadro de un ángel con unos niños. Pos enganchó unas estijeras por la parte del cartón del cuadro, y chitón. Mi madre no sabía na de lo de mi abuela, de su madre, y una amiga suya (le dijo) que si ponía unas tijeras debajo del colchón queaba. Y caímos dos de un golpe, mi hermana y yo. Mi madre se enteró de lo de mi abuela cuando se lo dijo al quedar embarazada.

Por el contrario, nunca concebirá la mujer a la que le ocultaron en su propia casa unas tijeras rotas. Así que no era extraño que estos instrumentos deteriorados, llevándolos consigo, ejercieran como anticonceptivos con ocasión de relaciones prematrimoniales o que, en el supuesto de un embarazo no deseado, provocaran una pronta interrupción.

El ingrediente onírico cuenta con una relativa importancia en toda la provincia cacereña. El que una mujer sueñe con unas tijeras enuncia una absoluta predisposición al embarazo, pero siempre y cuando tenga lugar una cohabitación inmediata, lo que en el Valle del Ambroz satisfizo los deseos maternales de supuestas estériles e infecundas. También provoca la gravidez el ritual que en Brozas y en otros núcleos de la comarca de Alcántara (Navas del Madroño, Mata de Alcántara) se practicaba en torno a la que ansiaba infructuosamente la concepción. Consistía en untar con aceite los ojos de las tijeras y trazar un número indeterminados de cruces sobre el vientre de la mujer, debiéndolo llevar a cabo el marido o una melliza.

En Cáceres a los amoladores se les atribuían poderes especiales para solucionar la esterilidad femenina. Aunque irónicamente se apuntaba que era suficiente con que le tocara con la mano la barriga, se tenía por seguro que lo que en realidad facilitaba el embarazo era que la mujer observara con fijeza las chispas que saltaban al afilar unas tijeras.

Muy extendida y arraigada es la creencia de que las tijeras al tiempo de propiciar la gestación posibilitan la elección del sexo del concebido. Yaciendo sobre ellas, según se hayan dispuesto cerradas o abiertas, se indica la pretensión de un niño o de una niña. Y no hay que olvidar que las primerizas siempre son anunciadoras de un embarazo. Basta con que se les caigan repetidamente al suelo para saber, aunque no tuviera constancia de ello, que ya fue fecundada.

Conseguido el embarazo, las tijeras en manos de la grávida, a tenor del uso que se les dé, están sujetas a una ambivalencia. En las comarcas de Sierra de Gata, Valle del Jerte, La Vera, La Campiña y la Penillanura Trujillana, lo que cabe hacerlo extensible a la totalidad de la provincia, apenas debieran emplearse durante la gestación ante el temor de que «se cortaría» el cordón umbilical y ocasionaría la muerte del feto. Ello explica el que las canastillas, más que ocupación de la embarazada, fuera una tarea que recaía en manos de suegras, madres y otras mujeres de la familia. Por idénticos motivos regía la norma de cortarse el pelo el menor número de veces posible. Es muy probable que estas y otras prohibiciones bastaran para no estimar procedente el regalo de tijeras a una mujer en estado. Cuando se ve obligada a aceptar la dádiva siempre ha de corresponder con algo, para que la agasajada la camufle como una especie de compra. Y luego ya no las tomará en sus manos hasta después del parto. Así obraban en Aldeanueva del Camino.

Incluso fuera del embarazo constatamos que el obsequiar a cualquier persona con utensilios de pico o corte (cuchillos o tijeras) condiciona la suerte del que los recibe. No obstante, advertimos una excepción a este comportamiento. Coincidiendo con la primera comunión los padrinos entregan a sus ahijados, dependiendo de si son niños o niñas, una navaja o unas tijeras. En Aldea de Obispo les daban el dinero a las madres de las pequeñas para que estas se las mercaran en las ferias de Trujillo[22]. A partir de ese momento van a estar ligadas al ciclo vital de la muchacha. La llegada de la pubertad se definía por haber logrado la pericia suficiente para cortarse por sí sola las uñas de la mano derecha, lo que venía a significar el paso al status de moza y la obtención del permiso materno para dejarse galantear[23]. En cierta medida esta llegada a un nuevo estado en breve comenzaba a hacerse patente mediante la confección de un ajuar, para lo que se necesitaba el uso de sus propias tijeras. Siguiendo el modelo de las casadas, también las mozas en edad de merecer, dada su frecuente utilización en las labores domésticas o agropecuarias, las llevaban de continuo en bolsillos o faltriqueras, como recuerdan estos versos de Jarandilla:

No hay serrana que se precie,

que cosa o que esquile ovejas

que en la escarcela no tenga

siempre a mano unas tijeras.

E, incluso, hasta pudieron llegar a usarse como armas disuasorias o defensivas. En un antiguo romance de Santiago de Carbajo vemos cómo a la joven Rita les valen para atacar al caballero que, con la complacencia de su madre, le mancilla el honor:

—Tengo yo en mi faldiquera

una tijera cortante,

una tijera cortante

que me sirve de defensa.

Y aquel caballero

no se lo creía,

que poquito a poco

se acercaba a Rita...

Rita buscó la tijera,

muerte le dio al caballero.

Y en la última hora de vida

el caballero decía:

—Me has dado la muerte

que yo merecía[24].

Si una equivocada utilización de las tijeras puede provocar el malestar del embrión e, incluso, la muerte y un serio perjuicio para la embarazada, lo normal es que se conviertan en sus más poderosas aliadas. Al igual que fueron útiles para facilitar la gestación, también lo serán durante los nueve meses siguientes, en el momento del parto y mientras la crianza, dada su eficacia para contrarrestar las perniciosas energías de la envidia o del mal de ojo. Pero al mismo tiempo se utilizan de escudo contra otros peligros fuera del hogar. De entre estos cabe destacarse los que emanan de la luna llena. Tanto la embarazada como la criadora le tienen pavor al plenilunio y procuran evitar por todos los medios el reflejo del satélite. Al menor descuido la leche y el engendro podrían malearse. Se da por sentado que la luna llena adelanta los partos y el recibir su luz directamente anima al feto a salir del vientre materno, sin importarle el tiempo de formación, lo que en ocasiones provocaría un aborto.

Por eso cuando la gestante se ve obligada a pisar la calle en noches luminosas ha de proveerse de una serie de «relicarios» protectores del nasciturus. Una rima de Acehúche recrea la lista de amuletos, si bien cualquiera de ellos por separado bastaría para proteger a las futuras criatura y madre:

Toas las panzúas de este pueblo

llevan en la faldiquera

la luna, el ajo, la jiga,

el zabache y la estijera.

Precisamente unas tijeras portaban las mujeres de Torrequemada para que sus hijos no nacieran con las manchas de la luna impregnadas en la piel.

A las estrellas fugaces se les achaca algún que otro problema que pueda afectar al niño que se moldea en el vientre de la mujer que las contempla. Mal menor es que venga al mundo con el labio leporino. A falta de las tijeras de rigor, tanto la embarazada como cualquier acompañante cortaría los efluvios del bólido «haciendo tijeras», lo que equivale a juntar y separar varias veces los dedos índice y medio de cualquiera de las manos. Esta creencia, que hasta hace poco contaba con gran arraigo en localidades de Las Tierra de Granadilla, apenas difiere de aquella otra más generalizada que le adjudica a los «clis» (eclipses) idénticas consecuencias y otras más de añadidura, como que el niño salga pelirrojo o albino, dependiendo si el eclipse es de sol o de luna. Por eso la embarazada cuando la conjunción astral se produzca no debe salir de casa y tendrá pegadas al cuerpo, ya sea en el bolsillo, sujetas con las medias o fijadas con las ligas, las correspondientes tijeras. Sobre este particular no faltan informaciones orales, que hasta cierto punto son indicativas de la pervivencia de unos usos que han gozado de amplia difusión. Por su vínculo cultural con la provincia de Cáceres, especialmente siglos atrás, resulta muy ilustrativo un texto mexicano acerca de tal práctica, tenida por supersticiosa, que en su momento fue objeto de ataques y condenas inquisitoriales:

En la [luna] llena pasada de este mes próximo de junio, con ocasión de estar la declarante preñada y haver eclipse en dicha llena, una hermana de su marido, llamada doña María Garrido, de estado casada con don Antonio de Bargas, también de oficio panadero, que, en la misma casa de la declarante, dijo a la susodicha que, para que dicho eclipse no le hiziese mal a la criatura y no se la comiese, colgase unas tijeras en la cintura, de suerte que estubiese en cruz, y con éste se libraría dicha criatura. Y pareciendo a la declarante que esto era superstizzioso, no quiso hazerlo[25].

Los extremeños tampoco tuvieron duda de que determinados elementos meteorológicos influyen sobre los embarazos y, por lo general, negativamente. Se mantiene la convicción de que las tormentas adelantan los partos, con los riesgos que ello supone, ya que el feto escucha nítidamente los truenos, se asusta, se mueve y presiona la «puerta» del vientre materno. Por este motivo, en llegando la tempestad, la mujer encinta o cualquiera de sus allegados disponen de recursos suficientes para alejarla, ya sean de índole religiosa (oraciones, jaculatorias, velas...) o mágica. Partiendo de la base de que son muchas veces provocadas por entes malévolos, como las brujas, contra ellas dirigen las actuaciones, algunas de las cuales conllevan la intervención de las tijeras. Se ponen abiertas en las puertas, debajo de la chimenea (pueden sustituirse por tenazas) y se hacen cruces con ellas sobre la ceniza de la lumbre y del brasero. Pero el mecanismo del que más se valen las gestantes, al menos en Tornavacas, Cabezuela y Navaconcejo, pueblos del Valle del Jerte, consiste en disponerlas cerradas sobre una mesa y meter los dedos en sus ojos, haciendo que queden fijadas verticalmente sobre la superficie y con la punta hacia arriba. Y si persiste o se forma durante la noche lo más provechoso es colocarlas bajo la almohada o sobre el pecho. Puede ser que prosiga, pero los efectos, en lo que atañe al producto del embarazo, quedan contrarrestados.

No solo las mujeres están sujetas al malogro por estas causas, sino también algunas de las conocidas por «hembras familiares», como gatas o perras, que muchas veces ocupan las plantas bajas de las viviendas, convertidas en cuadras, o dependencias anejas y hasta comparten habitáculo. A estas, al menor atisbo de tempestad, en evitación de un malparto, se les cortan algunos pelos y se pisan con unas tijeras, como es frecuente por las tierras de Los Ibores y de la Sierra de Gata. En Las Hurdes al adquirir una «lichona» o marrana se le dibuja con las tijeras una pequeña cruz mediante el corte de sus cerdas. Responde a una medida profiláctica que librará al animal del acercamiento de las brujas y lo pondrá a salvo de cualquier contingencia[26], entre las que no es la menor la muerte de las crías durante la gestación por culpa del temporal. En Brozas, Casar de Cáceres y Arroyo de la Luz igualmente con las tijeras les trazaban pequeñas cruces sobre la piel de las vacas como protección contra las pestes, algo que fue bastante común entre los ganaderos de toda la provincia.

Aristóteles y Plinio el Viejo se hacían eco del temor de los pastores a los truenos. Ambos consideraban que las ovejas preñadas y solitarias sufrían un inevitable aborto. El instinto las conducía a apretujarse unas contra otras al escuchar el primer estampido[27]. Pero los actuales rabadanes no lo dejan todo al simple albedrío ovejuno y para frenar el poder transmisor de la tronada dejan en el tejado del aprisco cualquier instrumento metálico, puntiagudo y cortante, entre los que destacan las tijeras. Este proceder ha sido común entre los criadores cacereños, tanto de ovejas como de cabra o vacas, hasta fechas relativamente cercanas, desde el preciso momento que constataban la preñez de alguna de sus hembras. Y ni estos autores ni otros clásicos disentían en sus apreciaciones de lo que hoy siguen aceptando quienes habitan el medio rural, fieles a una creencia que ha perdurado durante milenios acerca de la incubación de los huevos de las gallinas. Si mientras que el animal empolla se produce un tronado dan por seguro que los embriones mueren y «los huevos se echan a perder»[28]. Columela daba las pautas para que esto no sucediera:

Hay también muchísimas personas que ponen debajo de la paja un poco de grama y unas ramillas de laurel, y asimismo cabezas de ajo con clavos de hierro: todo lo cual se cree ser remedio contra los truenos, que echan á perder los huevos y matan los pollos á medio formar, antes que se desenvuelvan todos sus miembros[29].

Plinio reduce los objetos protectores, puesto que solo señala que «el remedio contra los truenos es un clavo de hierro puesto debajo de la cama de los huevos o tierra cogida de un arado»[30]. Pero la tradición extremeña lo minimiza aún más. Basta para que no se inutilicen arrimarle también dos clavos en cruz, un crucifijo o unas tijeras abiertas[31]. Es indudable que la disposición que ahora adoptan los clavos tiende a traspasar los supuestos poderes del metal a un símbolo cristiano, a través del cual se diluyen las fuerzas atmosféricas. Y a pesar de que las tijeras se comportan como un elemento cruciforme, aquí sobre el razonamiento religioso se superpone un concepto de tipo mágico. Cortan las asesinas vibraciones que emanan de las tronadas. Por los aledaños de la Sierra de San Pedro, en los pueblos cacereños de Aliseda, Herreruela y Membrío, al igual que en los vecinos pacenses de Villar del Rey o Alburquerque[32], para impedir el «atormentamiento» de los huevos que se incuban se posiciona sobre ellos una herradura, lo que cabe interpretarse desde la funcionalidad achacable al hierro como tal o a la similitud con las antiguas tijeras, como ya se ha referido con anterioridad.

Aunque para quienes les toca disfrutar de los festejos nupciales no les sean muy agradable, pervive el convencimiento de que la lluvia el día de la boda es augurio de fertilidad para el nuevo matrimonio. Mas no ocurre así cuando es una tronada la que hace acto de presencia en tan destacada fecha. «Debieron de casarse en día de tormenta», se dice sobre matrimonios que no lograron engendrar. Por este motivo principalmente las novias recurrían a mecanismos que frenaran la llegada de las tempestades, que tan negativamente marcarían su fecundidad. Se encontraban entre estos el trazar cruces en el aire con unas tijeras abiertas las vísperas del casamiento (Alcuéscar, Arroyomolinos de Montánchez), introducirlas en un barreño lleno para que, en caso de no detenerla, se transformara en agua (Cabezabellosa) y esconderlas cerradas dentro de una media que se ponía en el alféizar de una ventana de la casa (Arroyos de la Luz).

III

Si las tijeras pudieron ser utilizadas para el logro de una exitosa fecundación e, incluso, para decantarse por la elección de niño o de niña, también han sido efectivas en una etapa posterior, cuando se ha pretendido adivinar el sexo del feto. Aún se siguen colocando en dos sillas distintas, cubiertos con un cojín, unas tijeras y un cuchillo, para observar en cuál de ellas se sienta la embarazada. Si lo hace sobre la de las tijeras tendrá una niña; si se acomoda encima del cuchillo, un varón[33]. Por la zona de la Raya se sostuvo la variante que exigía la ocultación de dos tijeras, abiertas y cerradas respectivamente. De arrellanarse sobre aquellas o sobre estas conducía a iguales conclusiones.

En ocasiones es la propia embarazada la que ejecuta la prueba augural. En Cabrero, estando sentada, se acomoda unas tijeras cerradas sobre la parte superior del vientre, dejando que resbalen al levantarse. Dependiendo que toquen en el suelo de pico o de ojos anuncian la llegada de un varón o de una hembra. Pero por lo general se sacan conclusiones al respecto sobre cómo que se resuelve la caída, siempre involuntaria, de las tijeras que maneja una gestante, como parece clarificar esta cita de Garrovillas:

Cuando los mis mellizos paece que estaba engarañá. Nos sentábamos a las labores y raro el día que no me se caían las tijeras, y eso que casi ni las usaba por mieo a lo que decían del cordón y eso, que se enreliaba y se afixiaban los niños… Caían de una manera o caían de otra; que si abierta, que va a ser niña; que si cerrá, que va a ser niño. Así siempre y yo: Aclararsos de si niño o de si niña. ¡Menú acertajón! Pos que me nació un muchacho y una muchacha. Y tos acertaron, los que decían macho y los que decían jembra.

Junto a otra serie de amuletos y prácticas orientados hacia el parto, en los que ya nos hemos centrado en alguna ocasión[34], las tijeras desempeñan un papel de primer orden. En estos momentos críticos, por los peligros que acechan tanto a la madre como al hijo, nunca han de faltar por las proximidades de la parturienta, ya que ejercen como protectores contra los entes maléficos, casi siempre brujas, y sus influencias, confiriéndoles un carácter mágico producto de la propia manipulación que se hace durante el alumbramiento. Por la comarca de Campo Arañuelo una de las mujeres asistentas tenía como única misión abrirlas y cerrarlas intermitentemente, en una especie de simulacro de las contracciones, con la seguridad de que aceleraba y hacía menos dolorosa la expulsión. Más común es el tenerlas abiertas, ya sea bajo la cama o la almohada, en la creencia de que facilita la abertura vaginal. En Cabezuela del Valle y Tornavacas existía plena confianza de que dilataba la natura el repiquetear con ellas muy lenta y suavemente el interior de un vaso de cristal. Y en Ahigal este sonsonete se realizaba por el exterior de un cuerno, de una caracola o de una botella de vidrio, que luego se le daba a la parturienta para que soplara si la placenta tardaba en desprenderse.

La mayoría las parteras de los pueblos extremeños no disponían de otros útiles que sus propias manos y cualquier instrumento apropiado para darle un corte limpio al cordón umbilical. Aunque por lo general a estas afanosas matronas, en llegando a las casas, se les proporcionaban unas tijeras, previamente desinfectadas con aguardiente. Luego de este uso se lavaban de nuevo, se secaban, se liaban cuidadosamente en un paño y no volvían a usarse hasta que, al cabo de unos días, se viera al niño totalmente espigado, lo que pone en evidencia conexión existente entre el recién nacido y las tijeras, hasta el punto de certificar que la salud del pequeño está ligada con ellas. Esto que sucede al tiempo de nacer lo encontramos en otras etapas de la vida, lo que constituye un claro ejemplo de magia contaminante, como luego veremos. Conviene recordar que estas tijeras, o un trozo del cordón umbilical que cortaron, en un futuro servirán como talismán para el niño. Se decía que llevándolos consigo el día del sorteo de los quintos tendría la suerte de cara.

Tras el nacimiento las tijeras no pierden su protagonismo, ya sea con fines preventivos o como solucionador de los problemas que atañen tanto a la madre como al pequeño. Se soterran en las cunas donde duermen para que las brujas no merodeen, costumbre general en toda la provincia y con enorme arraigo en Las Hurdes[35]. Con ello se evitan los moratones en las piernas de los niños, marcas indicativas de que estas «malas pécoras» les han chupado la sangre, al igual que un sinfín de «alpercujos» casi siempre ocasionados por ellas.

Durante la más tierna infancia las criadoras les prestan gran atención a los problemas dermatológicos y digestivos de sus infantes. Entre los primeros destacan las escoceduras, que se les achacan no tanto al mal de ojo como al alunamiento. En el vademécum de remedios contra este se contabiliza una crema tópica que se consigue batiendo conjuntamente manteca, leche y huevo. Pero para que surta efecto la pasta debe sufrir dos cortes con unas tijeras trazando una cruz. En Alcántara el marcado de la cruz se acompañaba recitando «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El ingrediente religioso no escapa tampoco a los tratamientos que se siguen para solventar los trastornos estomacales, como son el empacho, el vómito y la «churriana» o la «zangarrina», dos formas de diarrea más o menos acuosas. Con los ojos de las tijeras mojados en agua bendita se recorre con suavidad y en espiral el vientre del pequeño, paso previo a un frotamiento con las manos. Las nodrizas de Jarilla se santiguan con las tijeras, las besan y luego las reposan abiertas durante breves instantes sobre la espalda de la criatura. Los resultados no se hacen esperar.

Pero no siempre estos males, al igual que la inapetencia, el encanijamiento o el raquitismo, requieren una actuación directa sobre el paciente, sino contra algunos agentes patógenos que originan o potencian los achaques. Así acaece cuando la criadora sospecha que, por razones fisiológicas, por la envidia o por el alunamiento, sufre agalactia o que la leche que mana de sus pechos carece de valor nutritivo para el desarrollo del lactante. Para aumentar la producción y lograr una mayor calidad las mujeres de Coria acudían a la iglesia de Santiago y tomaban las despabiladeras, tijeras con las que se cortan las mechas quemadas de las velas, abriéndolas y cerrándolas un número impar de veces. En Granadilla se frotaban la ropa que les cubría el pecho con las tijeras utilizadas para esquilar una oveja parida, con la convicción de que se transferían a la mujer las cualidades lácteas del animal.

Saben muy bien las cacereñas que se encargan de los cuidados iniciales de los rorros que existen algunas prescripciones obligatorias, puesto que, a pesar de no afectar a la salud, pueden condicionar su desarrollo psíquico. Este es el motivo por el que se especifica que la primera vez que se les corte el pelo ha de hacerse con unas tijeras prestadas, puesto que de lo contrario los niños quedarán muy pronto calvos y a las niñas les crecerá una cabellera lacia y rala. Por la comarca de Trujillo se constata la excepción: valen para el caso las tijeras que la madre recibió como obsequio de los padrinos en la primera comunión. Tampoco faltan las recomendaciones con respecto al primer atuendo que se le haga al pequeño después de su nacimiento, sin importar quién lo confeccione. Ha de comenzarse la hechura con un pequeño tijeretazo a cargo de una melliza, so pena de que el niño que lo vista tarde en andar (Plasencia), aprenda a hablar con dificultad (Arroyomolinos de Montánchez), sufra pesadillas (Mirabel, Grimaldo), padezca estrabismo (Montehermoso) y, a su tiempo, nadie se le enamore (Santibáñez el Alto). Y puede ser gago o tartamudo, como aseguran en Galisteo, si tiene la desgracia de que le corten las uñas y el pelo el mismo día y con las mismas tijeras[36].

A partir de que el niño echa los dientes advertimos un menor uso de las tijeras contra las asechanzas de los entes externos causante de algunos de sus quebrantos. Sin embargo, siguen siendo necesarias en determinadas prácticas médicas inherentes a la infancia. Así lo vemos en los pueblos ribereños del Palomero, afluente del río Alagón, en los que se echa manos de unas tijeras sin estrenar para cortar una tira de la blusa de un pequeño herniado, que luego se ata a la rama de un mesto, sabiendo que la quebradura irá remitiendo conforme se pudre la tela. También con tijeras una melliza soltera cortará las hebras de lana que, buscando la recuperación, su hermana previamente ha atado a las muñecas y a los tobillos de un niño raquítico o canijo.

Los peligros que entraña cualquier instrumento afilado obligaban a que los rapaces los tuvieran vedados. Con este fin las personas mayores, especialmente las madres, recurrían a determinados relatos disuasorios. En la práctica totalidad de los pueblos, asumían que las tijeras, al menor descuido y sin saber cómo, «saltaban a los ojos» y, que al igual que jugar con el fuego, el hacerlo con estas ocasionaban enuresis o incontinencia nocturna. Y tenían la certeza de que al muchacho que las manejara se le «caía el pito», perdía su condición de masculinidad, lo que conllevaba a aceptar desde la infancia que eran útiles eminentemente femeninos.

En este sentido, como ya hemos indicado, las tijeras eran un regalo habitual a las niñas con motivo de la primera comunión, lo que les permitían recibir consejos de costura de las personas adultas, adquiriendo la categoría de «mujerinas de estijera, jilo y abuja». En llegando a la pubertad las seguirán utilizando para adentrarse en un mundo de los amores y desamores. Fue corriente por el partido de Granadilla y las Vegas del Alagón que en la noche de San Juan, entre otras prácticas de adivinación, colocaran bajo la almohada unas tijeras abiertas y de las direcciones que marcaran las puntas por la mañana sacaban las más peregrinas conclusiones sobre futuros pretendientes[37]. Por la comarca de Monfragüe las introducían untadas con saliva en un recipiente donde se habían metido papelillos con los nombres de los hipotéticos galanteadores, convirtiéndose en afortunado el que saliese pegado a la punta.

Además de en los métodos adivinatorios también recurrirán a ellas las mozas para ejecutar unos sortilegios capaces de anular la voluntad de los hombres deseados, sean a no sus novios. Se apuntaba por el Valle del Jerte que si frotaban con las manos unas tijeras y se tocaban con ellas el agua de un recipiente, el varón que la bebiera las seguiría como un perrillo faldero. Esta fidelidad la conseguían las novias de Casillas de Coria y de Moraleja si el día de la boda dejaban caer una brizna de cenizas sobre la chaqueta del contrayente, sin que este se percatara. La ceniza provenía de un pequeño fragmento del dobladillo del traje nupcial cortado con unas tijeras sin estrenar.

Hasta tiempos cercanos existió el convencimiento de que si una joven en edad de merecer lograba darle un tijeretazo, por pequeño que fuera, al vestido de una rival en amores sin que esta se percatara, el supuesto pretendiente la olvidaría de inmediato. En Ahigal los bailes domingueros en la plaza o en los casinos eran lugares propicios para ello, al igual que los tendederos junto al río y, a pesar de la cautela empleada, no faltaban ocasiones en las que estas extrañas conductas desembocaron en auténticas trifulcas. Por diferentes pueblos de la provincia también las mozas lograban el alejamiento voluntario del pretendiente no deseado dándole un oportuno corte al rabillo de la boina. Sabido es que el «capao de la gorra», como se conoce a la rotura del cordón superior, constituyó una afrenta para el hombre, al considerar que repercutía negativamente sobre su capacidad genésica, lo que le llevaba a adquirir otra nueva en el menor tiempo posible. La misma pérdida de virilidad de un recién casado se conseguía si alguien le rajaba una prenda que hubiera llevado durante la ceremonia del casamiento, lo que contrasta con la moda vigente de trocear la corbata del novio.

IV

Las tijeras, como se deduce de lo ya apuntado, tienen su lado positivo y su lado negativo. Los infortunios no se hacen esperar cuando casualmente se caen y, quedando abiertas, se clavan en el suelo, a no ser que se pronuncie la palabra «¡lagarto!»[38] o se trace con ellas una cruz en el punto donde chocaron[39]. Y así ocurre cuando se abandonan en idéntica disposición, sobre todo encima de una cama, al estimarse que presagian la muerte del familiar que hubiera ocupado ese lecho. Pero presenta el cariz positivo si el descuido coincide en noche de luna llena. El óbito de una persona cercana también lo augura el que sean tres las tijeras estiradas en una pequeña superficie y si todas ellas apuntan en la dirección de un soltero, independientemente de que sea hombre o mujer, les están vaticinando un celibato de por vida[40]. Mas cabe la posibilidad de romper el maleficio pisándolas o restregándolas con el pie. Es contraproducente pasarlas a otra persona de mano a mano, ya que presupone próximas desavenencias entre ellas; aconsejan dejarlas dispuestas para que el solicitante pueda recogerlas directamente. Y no conviene olvidar que el robo de unas tijeras le provoca al usurpador toda clase de infortunios, entre los que destacan las pesadillas y los insomnios.

Por los principios del pasado siglo el investigador Publio Hurtado informaba que los extremeños tienen plena certeza de que sufrirán muy graves desventuras «cuando sobre una mesa se hacen girar con rapidez unas tijeras, sujetas con el dedo por uno de sus anillos»[41]. Tan perniciosa como esta práctica es la de abrirlas y cerrarlas de forma continuada sin aplicarlas a nada tangible. Apuntaban en Alcuéscar y en Montánchez que quienes así lo hacían se cortaban la «sombra», es decir, la propia vida, convirtiendo al actor en su parca.

A los sueños con tijeras protagonizados por una mujer se les atribuye una naturaleza adivinatoria. Si se halla en edad fértil, como ya quedó apuntado, le está anunciando una próxima concepción, pero si el sueño coincide con la menopausia lo que hace es avisarla que será víctima de un latrocinio. Se cuenta en Guijo de Granadilla que la guardesa de la cercana dehesa de Casablanca sufrió durante toda la noche la imagen onírica de unas tijeras que le volaban sobre la cabeza. Esperó hasta el amanecer para contárselo al marido, que se levantó sospechando lo peor y al llegar a las pocilgas comprobó que le había desaparecido toda la piara de cerdos. Una mujer de Ahigal soñó lo propio y lo que no volvió a ver fue la chacina recién curada. En Villasbuenas de Gata a la soñadora todo el vino de las tinajas se había transformado en vinagre. Y los ejemplos de este tipo podrían multiplicarse, puesto que, como se dice en Villamiel, «el soñar con tijereas tiene su eso».

Aunque no siempre les resulte fácil, el hecho es que en el campo de las enfermedades más comunes los «especialistas» cacereños tienden a distinguir las vinculadas con la envidia de aquellas otras que, aunque con una extraña etiología, se estiman como naturales. Sin embargo, unas y otras son factibles de solucionarse valiéndose de semejantes procedimientos, en lo que respecta al uso de las tijeras, si bien entre las primeras puedan ser utilizadas con carácter profiláctico. En relación con el aojamiento o la fascinación cumplen su misión el tenerlas en las proximidades del niño y el trazarle cruces con sus aros por todo el cuerpo, acompañándose con el susurro de cualquier jaculatoria. Para solventar los problemas de las pesadillas infantiles, muchas veces provocadas por la envidia y las malas miradas, se las dejan abiertas bajo el colchón. Igualmente, tapadas con la almohada, duermen sobre ellas las personas adultas que arrastran insomnio, jaqueca, dolor de muelas o cualquier otro «trastornijo», que en las mujeres acostumbra a ser de tipo ginecológico. La puesta en práctica de esta fórmula, al decir de las informantes, solía acompañarse de una «dieta y mangueta», de una abstinencia sexual para que no hubiera indeseados embarazos, ya que las tijeras en esa disposición favorecían el engendramiento.

Para solucionar la erisipela, conocida como «disípela» o «disipelón», dependiendo de la superficie afectada, se han buscado diferentes productos tópicos, entre los que no han faltado impregnaciones con aceite de candil. Por la Sierra de Gata el unte va unido al recitado de conjuros, mientras que en otros lugares, cual es Plasencia, trazaban cruces sobre la afección dérmica con una paja remojada con el líquido oleoso y cortada con unas tijeras. Las arandelas de este instrumento se usaban para el mismo menester en Navalmoral de la Mata. Tras haber pasado la noche al sereno buscando el enfriamiento, se tocaban suavemente los orzuelos para eliminarlos, y haciendo lo propio con los anillos en la mejilla se reducían los flemones y se aliviaban los dolores dentales.

Ha sido de uso común en toda la provincia la colocación de unas tijeras en cruz sobre la nuca del aquejado por un episodio de epistaxis nasal. En Arroyomolinos de Montánchez el acto va unido al «rezamiento», consistente en repetir cinco veces o un número impar mayor «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén». Cuando se produce una herida por algún objeto punzante (reja, hoz, clavo, cuchillo, tijeras...), luego de curarla y cubrirla se traza una cruz sobre la venda con las tijeras que sirvieron para cortarla. La sajadura no cicatrizará mientras el instrumento que la causó no reciba idéntica atención. Eso explica que en toda la provincia las tijeras, tras el accidente, tuvieran que ser desinfectadas, curadas, envueltas con una tira de tela y no tocarlas al menos hasta que el sujeto en cuestión hubiera sanado totalmente. Y no solo se lleva a cabo cuando la víctima es una persona, sino también si el herido es un animal. Así actuaban los esquiladores cuando cortaban la piel de la oveja: vertían el «moreno»[42] tanto sobre la herida como sobre las hojas que la ocasionaban. Este tipo de comportamientos, más universales de lo que pudiera imaginarse, de los que Frazer enumera cuantiosos ejemplos, responde a la doctrina de la magia simpatética. El nexo que se crea entre el herido y lo que causó la herida llega a tal punto «que todo lo que se haga al o para el agente, de modo correspondiente afectará al paciente para su bien o para su mal»[43].

Estos principios mágicos seguramente han motivado hechos similares, aunque no existiera un vínculo directo entre el sujeto activo y el pasivo. Constatamos cómo en Galisteo, Ahigal y Valdeobispo, cuando alguien se quemaba, para calmar la picazón o el dolor no se soplaba sobre la dermis «turrada», sino en la cruceta de unas tijeras o de unas tenazas.

También en el campo de la etnomedicina cacereña nos encontramos con determinados casos en los que maniobrar con las tijeras sobre una parte del cuerpo de la persona provoca o soluciona un «aciburrio» o enfermedad que nada tiene que ver con la zona tratada y sin la más mínima ilación entre ellas. Se da por seguro que cortándose las uñas de un pie se le pone fin a la epifora o lagrimeo persistente del ojo del lado contrario y que haciendo lo propio con las de las manos, siempre que sea en lunes, se esfuman los problemas molares. Y saben perfectamente las criadoras acuciadas por la hiperlactancia que reducen la producción de leche el dar algún tijeretazo a sus cabellos. No faltan referencias a las que se excedieron en el atusado y sin desearlo llegaron a la agalactia.

Por otro lado, el cabello de la mujer estuvo siempre vinculado a su propia sexualidad. Un símbolo de virginidad en niñas y jóvenes venía determinado por el lucimiento de un pelo largo, generalmente recogido mediante trenzas. Una vez pasada la primera menstruación o ya a punto de contraer matrimonio se las cortaban, ofreciéndolas muchas veces como exvotos a determinadas vírgenes o santos. El que una mujer fuera objeto de un corte drástico del vello de la cabeza le acarreaba serios perjuicios, ya que conllevaba graves problemas gástricos, le «aceaba» la leche y le provocaba el aborto. Se citan ejemplos sobre épocas de represión en las que rivales políticas fueron sometidas a este tipo de agresiones con fatales consecuencia. Siempre se desaconsejó que la mujer se sometiera a un cortado del pelo, por mínimo que fuese, coincidiendo con sus días críticos, ya que sonido de las tijeras sobre la crisma la debilitaba sobremanera, le apagaba las energías y hasta la imposibilitaba para la concepción. Pero también el hombre perdería la fuerza viril si una menstruante llegara a rasurarlo.

Citadas quedaron algunas prácticas, especialmente en el ámbito de la tocología, que conducen al vaticinio a través de las tijeras. Pero también con los más diversos fines gozaron, ya solas o junto a otros elementos, de gran difusión en lo que atañe a las artes adivinatorias. En el primero de los casos, tendidas sobre una mesa o sobre un cedazo, metiendo un dedo en uno de sus ojos se las hace girar. A donde señale la punta al detenerse indica la solución a las preguntas que se han solicitado, que van desde pronosticar quién morirá el primero de los presentes hasta quién levantó un falso testimonio o difundió un secreto[44].

Pero donde las tijeras y el cedazo se aúnan es en la coscinomancia, un fácil procedimiento augural de gran popularidad desde inmemoriales tiempos en toda la geografía peninsular. El Diccionario Universal de la Mitología ó de la Fábula lo definía en los siguientes términos:

Especie de adivinación que se hacía por medio de una criba ó cedazo, tomándole con los dos dedos, con la punta de unas tigeras ó suspendiéndolo de un hilo, y profiriendo al mismo tiempo algunas palabras. Si al nombrar la persona sospechosa, se movía ó temblaba el cedazo puesto en equilibrio, entonces se tenía por culpada. Se hacía uso de esta adivinación supersticiosa para conocer los más ocultos pensamientos del corazón humano; y se practica todavía en algunos pueblos para descubrir al autor de un hurto, ó para recobrar las cosas perdidas[45].

En la provincia de Cáceres, donde se realiza individualmente o en pareja, es lo habitual clavar unas tijeras por el exterior del aro de un cedazo y, metiendo los dedos índices por los ojos o poniéndolos bajo ellos, se sostiene en el aire y vertical al suelo, sin que nada obstaculice los giros que pueda dar. Por los principios del pasado siglo el historiador Publio Hurtado informaba del uso de estas artes en Extremadura y escribía al respecto:

En muchos lugares hay un medio muy sencillo de saber cuanto se desea, y hasta averiguar quién es el que se ha apropiado de los ajeno contra la voluntad de su dueño, por medio de los cedazos. Sujétase este artefacto con tijeras y se le pregunta lo que se pretende saber: si permanece quieto, no hay novedad, pero si se da en el quid de la cosa o se nombra a la persona delincuente, se moverá en señal de acierto[46].

Hacia 1538 Pedro Ciruelo disertaba acerca de estos procedimientos, empleados para descubrir los hurtos, remarcándolos como contrarios a la ley de Dios, puesto que contaban con el acompañamiento de algún tipo de conjuro o invocación:

(...) otros co(n) un cedaço y tijeras adouinan quien hurto la cosa perdida o donde esta esta esco(n)ndida y otros hazen otras liviandades de tantas maneras que no se podrían contar y todas ellas pueden llamarse suertes y quien las usa peca mortalme(n)te porq(ue) sirve al diablo y se aparta de dios; y quiebra el voto de la religio(n) christiana que hizo en el baptismo porq(ue) haze pacto secreto con el diablo enemigo de Dios y de los Christianos siervos de Dios[47].

Son numerosos los procesos que la inquisición abre sobre los practicantes de esta técnica de adivinación en los más recónditos lugares de la Península, aludiendo a sus diferentes modalidades y conjuros. Por lo que respecta a la provincia de Cáceres, se conoce el seguido por el Tribunal de Llerena contra Isabel Gómez Yusta, vecina de Navalmoral de la Mata, entre los años 1625 y 1626. Queda patente que la acusada no es más que una embaucadora ambulante que recurre a diferentes tácticas como medio de ganarse la vida. Entre ellas se encuentra el método del cedazo y las tijeras, a los que confía la certificación a sus interrogantes:

Conjúrote cedazo

con tijeras y con diablos,

y con la gracia del Espíritu Santo

y de fulano (nombre de la persona);

si es verdad lo que te quiero preguntar,

da una vuelta hacia la mano derecha

y luego hacia la izquierda.

Diferentes testigos en el juicio sostienen que la oscilación del cedazo no se debe a ninguna de las fuerzas sobrenaturales por ellas invocadas:

(…) esto sería por menear la rea dos dedos que tenía puestos en las tijeras que estaban puestas sobre el mismo cedazo, y era fácil de menearse con cualquier movimiento que se hiciese. Todo lo cual hacía para dar a entender que lo sabía, pero que no lo hacía con intento de que el diablo interviniese en ello, sino para dar a entender que lo sabía como dicho tiene[48].

Este Tribunal de Llerena juzga en 1717 a Isabel Gonzáles, que también hizo uso de las tijeras y el cedazo para descubrir al ladrón de sus gallinas:

(…) por San Pedro y San Pablo me digas quien quitó las gallinas y fue nombrando a todos los vecinos hasta que nombró a Miguel Rodríguez, barbero, y entonces dio la vuelta el cedazo por sí y la reo dijo que era esta persona quien las tenía[49].

En aquellas fechas, por idénticas prácticas y por semejantes recitados conjuradores también pasaron por las salas de la inquisición llerenense otros personajes cacereños, todos vecinos de Alcántara: Mateo de Mesa, María de Paz y Francisco Pérez Pintor. Según ellos y sus clientes, y para desgracia del hurtador, el cedazo siempre acertaba[50].

Hasta tiempos muy cercanos la coscinomancia en una de sus variantes, sin jaculatorias o imprecaciones, se ha seguido empleando con asiduidad para el vaticinio del sexo de la criatura que ocupa el vientre materno. En Cáceres, con la gestante como testigo, se ataba una cuerda a unas tijeras y se introducía el extremo libre a través de una criba o cedazo, para que al quedar suspendido en el aire pudiera girar con facilidad. Si la rotación era hacia la derecha la mujer daría a luz un varón, pero si era hacia la izquierda, una hembra nacería[51].

El cedazo y las tijeras en la forma que se ha venido apuntando utilizaron igualmente los perjudicados para descubrir a la mujer que ostentaba el oficio de bruja. En poco variaba la fórmula con respecto a otras averiguaciones. El ejecutante, tras al santiguado de rigor, procedía al interrogatorio, aderezado con la petición del auxilio divino, como se aprecia en este ensalmo recogido en un indeterminado lugar de la comarca de La Vera:

Por San Pedro y por San Juan

y por la Santa Trinidad,

que nos digas la verdad:

¿Es bruja…?

(se pronunciaba un nombre).

Si la criba se movía era prueba de que se había acertado; pero si permanecía estática debía repetirse la operación, nominando a otras mujeres del pueblo.

También para descubrir a la bruja en cuestión es casi infalible ocultar las tijeras abiertas debajo del cojín de una silla. No había duda de que lo era si al sentarse encima de ellas quedaba estática o se le reproducía el baile de San Vito, sin poderse incorporar si alguien no las quitaban, como bien ilustra este testimonio de Ahigal:

Cuando era chiquina no me lucía, siempre mala, que si la luna y eso. Y había una vecina que to los días iba pa la casa de mi madre y me cogía pa que se desenreara. Y yo ca día peor, que mi padre se desconfió algo. Donde se sentaba la mujer puso embajo las estijeras y fue sentarse conmigo y se cogió una tiritona que pa qué… y que no se levantaba. Asín que mi padre agarró un cuchillo y se lo puso pal gañón: ‘Si vuelves p’aquí te rajo el pescuezo’. De que sacó las estijeras jarreó al chapesco. Esa era bruja, porque no vino más y me puse buena.

El desenmascararla es importante, al igual que evitar sus daños impidiéndole la entrada en la vivienda. Las amenazas directas resultaron tan efectivas[52] como las tijeras clavadas en la puerta. Estas, según hemos visto, cumplen tal cometido y el de ahuyentarlas si con cualquier apariencia o con presencia invisible convirtió el hogar en su propio alojamiento.

Las brujas no solo perturban a los vivos, sino también la paz los fallecidos. Para la defensa de estos sus allegados recurren a una singular maniobra, que en las zonas rurales cacereñas tuvo vigencia mientras no existieron tanatorios locales. Hasta ese momento las viviendas acogían los velatorios y los cadáveres reposaban en las camas a lo largo de muchas horas. Fue costumbre general el disponer un plato con sal sobre el vientre del difunto y sobre el recipiente tender unas tijeras en cruz, que también podían ponerse encima del pecho. Tal intervención respondía a una triple intención: eliminar los malos olores, reducir la hinchazón del cuerpo y ahuyentar a brujas y entes diabólicos que merodeaban por los alrededores. Estos procuraban llevarse consigo del alma del difunto, y las brujas, sobre todo cuando los fallecidos eran niños o mujeres embarazadas, apoderarse de algunos fragmentos corporales de los pequeños (pelos, uñas…) y de los fetos, al considerarlos primordiales para sus hechizos. Por este motivo, al menos en las demarcaciones más meridionales, en la casa donde se velaba a una muerta gestante, independientemente de la que llevaba sobre el pecho, se tendían debajo del lecho otras tijeras abiertas, que en el caso del niño difunto se clavaban en un trozo de pan[53].

Al deseo de proteger a las almas de los malos espíritus apuntan determinadas tijeras grabadas en lápidas funerarias de templos cacereños, como lo es una de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Casar de Cáceres, a la que se ha venido significando como indicadora del oficio del finado[54]. Y tampoco andaría lejos de esta interpretación las grabadas en un canchal, de las que se dicen que son indicativas del tesoro guardado por algún comerciante[55].

Una vez que salen del cuerpo, en el deambular hacia el más allá las almas están expuestas a toda clase de peligros, razón por las que se les deseaba un «un güen caminu» en localidades de Las Tierras de Granadilla. En el momento que las campanas anunciaban un óbito las mujeres, aun desconociendo la filiación del muerto, si estaban cosiendo sentadas al brasero se santiguaban con las tijeras y con ellas cualquiera de las costureras trazaba una cruz sobre las ascuas, pronunciando una plegaria: «Que Dios le dé un güen caminu al cielu». Con ello se muestra un interés de que las almas marchen a su destino, generalmente el purgatorio, y no vaguen entre los humanos convertidas en ánimas en pena, por las que se siente verdadero respeto y hasta se las teme. El paso nocturno de una de estas, ya sea en solitario o integrada en procesiones de espectros, puede ser un claro augurio de muerte para el que la observa. Algunas leyendas especifican que cortándole con unas tijeras la túnica o la mortaja al alma errante se la libera de su eterno peregrinar.

Quienes deambulaban por los campos a deshoras bien sabían que las tijeras eran poderosos amuletos contra estas acechanzas y, por consiguiente, las convertían en compañeras inseparables. No faltan relatos sobre el particular, algunos con su vena jocosa. El caminante nocturno siente cómo sujeta su capa y lo paraliza lo que él sospecha ser un ánima en pena. Tras hartarse de pedir clemencia y sin atreverse a tocar las tijeras que lleva consigo, por la mañana descubre que es una zarza la que lo tiene detenido. Envalentonado, la corta de un tijeretazo y exclama: «¡Si en vez de una zarza habieras sío un mal encontrao, tamién te rajo la barriga!». Los protagonistas de estas narraciones generalmente son los sastres, que a nivel popular arrastran fama de miedosos y pusilánimes y que, aunque transiten agrupados, nunca olvidan sus «armas»:

Por la Nava arriba

van siete sastres;

todos llevan tijeras

chicas y grandes[56].

En otra serie de cuentos las tijeras se transforman en elementos naturales capaces de impedir el paso de brujas o madrastras empeñadas en acabar con el fugitivo. Se trata de las tijeras mágicas que un ser bondadoso les entregó como amuleto y que, arrojadas al suelo, dan lugar a un caudaloso río, a una montaña o en espeso bosque que frenan a las perseguidoras. Si en el supuesto de aceptar que los malévolos personajes asumen el papel de la temida Átropos, la moira o parca encargada de cortar la vida, se pondría de manifiesto el símbolo ambivalente de las tijeras[57]: las que son mágicas protectoras de la existencia humana y aquellas otras que manejan quienes pretenden la muerte. Por eso no extraña que en manos de algunas modistas divinas certifiquen un papel benefactor al incidir sobre la salud o la fertilidad. Son ejemplos las vírgenes de la Piedad, en El Torno, y de la Concepción, en Piornal, a las que abogan como cortadoras de todos los males y a las que dedican las mismas canciones:

A la puerta de la Iglesias

venden tijeras

para Nuestra Señora

que es costurera[58].

V

Por las postrimerías de siglo xix Manuel Murguía recreaba leyendas en las que una «hermosísima doncella» se hace ver del caminante junto a una cueva y al lado de una mesa repleta de variados y valiosos objetos, invitándole a coger lo que más le agrade. Este ha de evitar tomar las tijeras, porque sufriría grandes daños. Para el historiador no existía la menor duda: «Las tijeras, causa de desgracia para el que las coge, son, con toda evidencia, una alusión á las Parcas»[59]. Este tipo de relatos, muy comunes en Galicia, Asturias, antiguo reino de León y Portugal, mantiene una gran difusión en la provincia de Cáceres, sobre todo en el área más septentrional. Suelen ser los protagonistas seres femeninos (jáncanas, encantos, moras, encantás o encantadas) que toman fatales decisiones que dicta su propia justicia: enfermedades de personas y animales, castigos físicos e, incluso, la muerte. Por el Valle del Jerte una mujer se encontró y guardó unas tijeras que una encantada abandonó cuando hubo de esconderse precipitadamente en una cueva para no ser sorprendida cosiendo en la mañana de San Juan. Pronto sufrió las consecuencias de la sustracción: se le murieron las gallinas y una partida de cabras, el burro se le perniquebró y un hijo pequeño comenzó a encanijarse. Los males cesaron una vez que llevó las tijeras al sitio donde las encontró[60].

Lo más normal es que la encantada cacereña se descubra a las primeras luces del alba, en la soledad de los campos, al pie de un tenderete donde se exhiben los más ricos objetos. Ofrece graciosamente al solitario caminante cualquier cosa de lo que tiene antes sus ojos. Ignorante de que ella pueda ser la elegida y, a veces, haciendo oídos sordos a sus insinuaciones, se decanta por unas tijeras. Entonces la despechada mujer, dotada de una descomunal fuerza, lo atenaza y le corta la lengua, esfumándose seguidamente.

Fue lo que acaeció en el entorno de una cueva sita por los parajes del Cotorro de las Tiendas, entre las alquerías hurdanas de Horcajo y Avellanar, donde el encanto también hizo de las suyas:

Que pasando un pastor cerca del arroyuelo donde un hermoso chorro de agua cristalina salta de una dura peña (…) se le presentó una bellísima joven, invitándole a que viera su tienda o comercio, que tenía colocado un poco más arriba, a lo que accedió el rústico. Preguntado por la joven llena de alegría que cosa era la que más le agradaba como le asegurase que unas tijeras, ella montó en cólera le dijo que servirían para cortarle la lengua, lo que ejecutó en el acto con unas fuerza y una maña increíbles, desapareciendo luego joven y comercio, sin volver a saberse de ellos[61].

La errónea elección de las tijeras impidió que el incauto recibiera la donación de inmensos tesoro y que la encantada fuera por fin redimida.

El bibliófilo Vicente Barrantes, tras hacerse eco de la anterior leyenda, la versiona a su manera y justifica la mutilación con las tijeras cómo la repuesta de la mujer a un hecho de lujuriosa violencia ejercida por algún pastor. De tal modo lo condenó al silencio, puesto que no cabe «esperar secretos sino de lengua cortada»[62]. En nada difiere la opinión de Publio Hurtado, que igualmente señala que la mora, a la que bautiza como bravía jurdana,

(…) cortó la lengua al pastor agresor de su honra con las mismas tijeras que éste había elegido de la flamante tienda de la violada, para que no se jactase de la infamia ante el ausente esposo, si tornaba éste de la guerra[63].

Pero existen versiones de la leyenda en las que la jáncana obliga a los pastores a gozarla en su propio lecho y como «premio» por el placer de ellos recibido les corta la lengua con unas tijeras de oro[64]. En el Romance de la Jáncana, muy extendido en la comarca de Las Hurdes, el caballero don Rodulfo, extraviado por aquellos montes, se topó con la encantada. De entre todos los tesoros que le ofreció de su tienda solo quiso «las tijeras de oro / con los dediles de plata». De inmediato estas en manos de la mujer «sedujeron» a don Rodulfo, que no tuvo un buen final:

Echó mano a la estijera

y al caballero burlaba.

Luego le cortó la lengua

pa que no dijera nada[65].

También obligado se vio otro pastorcito a yacer con la encantada de la Cueva de la Mora, en Horcajo, y por idéntico motivo perdió igualmente la sinhueso[66]. Sin lengua, sin amores y sin tesoros se quedó el cabrero que prefirió las tijeras a cuanto tenía ante su vista, incluida la mora encantada, que se la topó junto al charco de la Morocona, en tierras de Cerezal.

Las jáncanas de Las Hurdes, al igual que las moras y encantadas, abundantes por todo el septentrión cacereño, son seres humanos, hechizados en su momento, que con el físico de bellas mujeres igualmente se presentan a gente solitaria con la esperanza de lograr el desencanto. Algunas también recurren a la exposición de ricos haberes, entre los que no faltan las tijeras. Solo rechazando estas y pronunciando algún requiebro amoroso hacia la tendera se consigue liberarlas de su eterno castigo, como es el caso:

Al año siguiente, el que pasó fue un joven, quien enamorado de la doncella replicó que lo mejor de la tienda era ella. De este modo se rompió el encantamiento. Los jóvenes se casaron y vivieron hasta muy viejecitos, siempre felices[67].

El decantarse por las tijeras conlleva el inevitable castigo para el que erró, del que solo puede librarse con la huida, como se constata en diferentes leyendas[68]. Un ejemplo es al pastor que a la carrera consiguió esquivar a la jáncana, en el sitio de los Juntanos (Ladrillar), escapando de una muerte segura[69]. Suerte también tuvieron el leñador de Casas de Don Gómez en las proximidades del arroyo de La Tamuja y un buhonero que iba a Guijo de Coria en un lugar entre el regato de Peleas y la Fuente Nueva. Al revelar preferencia por las tijeras imposibilitaron el desencantamiento que tenían en sus manos.Tampoco se dejó atrapar la moza que en Santibáñez el Bajo escapó llevándose las tijeras que había elegido de todo cuanto tenía ante su vista. Quien le extendió la tienda junto a la Fuente de la Bellota fue un moro, el encanto mancebo, que obligado a permanecer hechizado corrió tras ella y, no dándole alcance, la maldijo: las tijeras que llevaba en pocos días cortarían su mortaja. Y así sucedió[70].

Es a un moro igualmente al que en Ahigal encuentra un molinero en la madrugada de San Juan, mostrando un auténtico bazar a la vera del camino. De entre todas las cosas que aquel le ofrece solo solicita una cuerda para atar un saco de harina. Ante este deseo el encanto, enfurecido, coge la cuerda con la intención de ahorcarlo, pero el anonadado molinero consigue huir. Al contrario que en los ejemplos anteriores, debió elegir las tijeras y cortarle con ellas las tupidas barbas, consiguiendo así el desencantamiento[71].

En este pueblo el encanto habita en el Pozo Cinojal, un manantial al que se accede por unas escalinatas. Una joven que sacaba agua antes del amanecer notó que sus manos tocaban un hilo de oro. Fue liándolo hasta conseguir un gran ovillo. Cansada de tanto devanar, cogió las tijeras que llevaba en la faldriquera y lo cortó. En el instante emergió una monstruosa figura que con voz atronadora le reprochó no haber liado tres cuartas más para redimirlo del encantamiento. Y solo una veloz carrera la libró de ser arrastrada a las profundidades del pozo. El corte del hilo con las tijeras lo había condenado a permanecer cien años más en el inframundo.

Reflejado quedó en líneas anteriores cómo las tijeras, en manos de seres míticos, condenan al silencio mediante el corte de la lengua a quienes podrían utilizar la palabra para revelar íntimos secretos. Tan drástico comportamiento pervive en los cuentos populares cacereños, como ponen de manifiesto las distintas versiones de uno de Las Tierras de Granadilla. Entre el cura y la madre, o la madrastra, con las tijeras de esquilar amputan la lengua a una niña que ha sido testigo de sus amoríos para que no pueda contarlo a su padre. Pero lo que realmente subsiste en mayor grado es la amenaza de proceder a posteriori contra los criticones, cotillas y falseadores, como se resalta en estas coplas:

Esta mañana temprano

agucé las estijeras,

porque voy a dejar sin lengua

a toas las chinchorreras.

Que los que son mechuleros

y andan con lengua ligera,

vayan cerrando la boca,

que tengo buenas tijeras.

Llevo estijeras de oro

en el refajo,

pa dejarle a alguien la lengua

como un colgajo.

Le cortó la lengua

con las tijeras;

si no hubiera hablao

la tendría entera.

La mi tía Casiana

a tos los voceras

le corta la lengua

con unas tijeras.

Cuando en los pueblos cacereños era habitual, sobre todo en noches festivas, que los mozos rondaran a las jóvenes en edad de merecer, algunos aprovechaban para entonar declaraciones de amor, que no siempre eran correspondidas o aceptadas. En diferentes localidades (Montehermoso, Guijo de Galisteo, Pozuelo de Zarzón…) se conservan cancioncillas en las que la madre aconseja cómo actuar a su hija requerida:

Saca, hija, las tijeras,

con las asas de diamante

para cortar la toná

del que quiere ser tu amante.

Toma, niña, las tijeras,

la de los ojos de flores,

para que cortes la lengua

que te está pidiendo amores.

Es constatable que en estos pasacalles no fueron extrañas las trifulcas, sobre todo cuando algunos entrometidos lanzaban requiebros musicales a las novias ajenas o a mozas comprometidas. Por lo general estas osadías en el terreno amatorio siempre tuvieron respuesta y en algún momento hasta llegó a correr la sangre. Muy ilustrativa es la copla de Torrequemada en la que el mozo solicita el arma para la venganza a su propia novia:

Dame, niña, la tijera;

dásela a tu enamorado,

que te voy a traer la lengua

del pollo que te ha rondado.

Los versos suelen suplementarse con una serie de refranes en los que metafóricamente se aconseja el uso de las tijeras para poner remedio a las lenguas desatadas. Basta con varios ejemplos: «A lana larga y a lengua trotera, la estijera», «Al lenguarazo, tijerazo» y «Los males de la hablaúra, las estijeras los curan». Otros de este tipo gozaron de gran difusión en la provincia desde hace centurias y hasta algunos de ellos, en el siglo xvii, fueron recopilados por el maestro cacereño Gonzalo Correas: «A lengua ligera, tijera», «A las malas lenguas, tijeras para cortallas», «A malas lenguas, tijeras»[72].

Pero no siempre la lengua se convierte en víctima de las tijeras y así ocurre cuando ambas se configuran como sinónimos y es precisamente la lengua la que asume el papel del instrumento cortante. De entre las muchas citas que pudieran traerse al respecto, bien nos sirve esta entresacada de un viejo estudio sobre un pueblo del septentrión cacereño:

Las mujeres, sentadas en los poyos que había a la otra parte o bien bajo los soportales, manejaban la tijera comentando los atavíos de las jóvenes y cortándoles algún que otro traje, por no estar del todo ociosas[73].

«Ser un buen tijeras», «Tener lista la tijera», «No se le embotan las tijeras», «Mucho tiento con las tijeras», «Nadie está libre de las tijeras» o «Con tijeras propias y tela ajena, ¡qué bien se corta!», son dichos que se dedican a cotillas y murmuradores, al igual que otras frases paremiológicas en las que se subraya la viveza de las lenguas, especialmente de las mujeres: «Cortan más las viejas que las tijeras», «Mujeres con tijeras, no las quieras a tu vera» y «La tía Guadalupe, tiene las tijeras por donde escupe». Y también algunas que otras coplillas inciden sobre el particular:

Las mujeres que tanto hablan

los domingos en la misa,

con las tijeras que llevan

cortan chambras y camisas.

La mi suegra y la mi madre

se sientan en el umbral

y cortan traje a tijeras

a to los que ven pasar.

Como el Juan hace de sastre

y el Pedro de remendón,

por me de llevar tijeras

cortan el traje los dos.

La madre es costurera;

la hija, modista;

y pa cortar los trajes

son dos artistas.

Dos novios que yo tenía

me cortaron una blusa,

no precisaron tijeras

y pa coser ni la abuja.

Las mujeres de este pueblo

cortan javios sin tijeras

y los cosen sin agujas.

¡Vaya buenas costureras!

Escapar de las tijeras fue lo que hizo la dama Casimira, recreada en uno de los pliegos popularizados por la provincia cacereña a partir de 1890. Buscando marido va rechazando uno a uno a todos los pretendientes, en atención a sus respectivos oficios, y lo propio hace con el sastre, puesto que los «cortes» no son de su agrado:

Un sastre toma medidas

por echarme la tijera;

pero no siendo en mi paño

que corte por donde quiera[74].

A tenor de lo apuntado resulta coherente el razonamiento popular acerca de otro viejo refrán cada vez menos en uso por estas tierras: «Tijeras malas hicieron a mi padre boquituerto»[75]. Y este da por cierto que fueron las malas lenguas la que llevaron al afectado a torcer la boca, a mostrar un continuo ademán de enfado y disgusto. Estamos ante un refrán citado por diferentes recopiladores clásicos[76] y solo glosado por Covarrubias[77], que lo interpreta de forma literal:

(…) es vicio muy ordinario quando las tigeras no cortan bien, yrlas ayudando inutilmente, con torcer la boca, como el que ha soltado la bola de la mano, que va cargando el cuerpo hazia aquella parte donde él querria que boluiesse[78].

El sentido metafórico, muy propio de la paremiología, lo encontramos en este otro que se escucha con frecuencia y en el que una pregunta exige la respuesta de rigor, mediante la que se llena de significado:

—¿Quién te ha pelao, que las orejas que ha queao?

—El barbero de la esquina, que usa tijeras finas.

En Miajadas y Valdemorales difiere la contestación: «Entre tu madre y tu vecina, que tienen tijeras finas». Y lo explican señalando que al que le «echen la vista lo esquilan de mala manera». Es decir, que tienen las tijeras o, lo que es igual, la lengua siempre a mano y siempre dispuesta.

Por consiguiente, lo dicho se complementa con otro refrán no menos popular: «Quien a mí me trasquiló, con las tijeras se quedó». Es indudable que nada tiene que ver con el rapado de la cabeza, por más que algunos tratadistas lo den a entender. Hernán Núñez también lo sugiere en la glosa que, a modo de cuento, hace a una de sus variantes: «Quien mi hijo tresquiló, las tigeras se llevó». Un sujeto acude a una casa para curar el dolor de cabeza de un niño, solicitándole a sus padres unas tijeras con las que cortarle el cabello «... y hecho esto, metió bonicamente las tiseras debaxo la capa, y fuesse con ellas». Aclara, aportando diferentes situaciones, que es aplicable a quienes emplean la astucia para apropiarse de bienes ajenos:

Quadra esto a todos aquellos, que a título de hazer algún seruicio, se entremeten en algunas haziendas solamente pretendiendo de aprouecharse de lo que pudieren, como en las bodas a donde ay tantos, que siruen, y después tantas pieças de plata que faltan...[79].

El Diccionario de Autoridades se reitera en esta negativa consideración a través de un escueto comentario:

Quien à mí me trasquiló, con las tixeras se quedó; ò le quedaron las tixeras en la mano. Refr. con que se advierte, que el daño, ò perjuicio, que se ha recibido de alguno, le puede sobrevenir à otro qualquiera por él mismo, si no se cautela de él, ò le previene[80].

Se trata del refrán que se recoge en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, puesto en boca de Doña Rodríguez:

(…) nadie diga mal de las dueñas, y más de las antiguas y doncellas, que aunque yo no lo soy, bien se me alcanza y se me trasluce la ventaja que hace una dueña doncella a una dueña viuda; y quien a nosotras trasquiló, las tijeras le quedaron en la mano[81].

Atendiendo al contexto en que se cita, el filólogo Sbarbi y Osuna, en contra de otras opiniones, expone la que cree más certera: «Quien a nosotras nos quitó la virginidad, podrá quitársela igualmente a otras»[82].

En este sentido hay que recordar que el verbo trasquilar en el habla popular de Cáceres tiene connotaciones claramente sexuales y que las tijeras, como ya hemos indicado, se muestran como un símbolo fálico.

Tiempo habrá en otra ocasión de volver a las tijeras y tocar otros aspectos relacionados con la cultura popular. Tales son los que competen a las adivinanzas, a los juegos («Decudín decudón», «Piedra, tintero y papel»…) o los cuentos populares, entre los que destacan los inspirados en el recogido por el Arcipreste de Talavera en El Corbacho bajo un largo enunciado:

En que se muestra como la mujer es desobedie(n)te porq(ue) qua(n)to le ma(n)daren i dixeren: todo ha de fazer por el co(n)trario[83].




NOTAS

[1] BENITO DEL REY, Luis, y GRANDE DEL BRÍO, Ramón: «Estaciones de grabados rupestres en la comarca cacereña de Las Hurdes», en Zephyrus, 46. Universidad de Salamanca, 1994, págs. 216-217.

[2] GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Antonia: «Las Ferias se Zafra en el Siglo xviii», en VIII Congreso de Estudios Extremeños. Diputación Provincial de Badajoz, 2007, págs. 872-874.

[3] MOYA-MALENO, Pedro Reyes: Paleoetnología de la Hispania Céltica. Etnoarqueología, Etnohistoria y Folklore como fuentes de la Protohistoria. Tesis Doctoral. Departamento de Prehistoria. Facultad de Geografía e Historia. Universidad Complutense de Madrid, 2012, pág. 468.

[4] ALFARO GINER, Carmen: «Algunos aspectos del trasquileo en la Antigüedad: a propósito de unas tijeras del Castro de Montesclaros», en Zephyrus, XXVIII-XXIX. Universidad de Salamanca. Salamanca, 1978, pág. 308.

[5] BEJARANO OSORIO, Ana María: La medicina en la Colonia Augusta Emerita. Ataecina. Instituto de Arqueología de Mérida. Colección de Estudios Históricos de la Lusitania. Mérida, 2015, págs. 49-50.

[6] SÁNCHEZ BARBA, Felipe (coord.): Cancionero tradicional de la comarca de Las Villuercas, Ibores y Jara. APRODERVI (Asociación ara la Promoción y Desarrollo Rural de la Comarca Villuercas, Ibores, Jara). Cañamero (Cáceres), 2008, pág. 64.

[7] Torrejoncillo.

[8] Ahigal.

[9] Santa Cruz de Paniagua.

[10] GIL GARCÍA, Bonifacio: Cancionero Popular de Extremadura, I. Excma. Diputación, Badajoz, 1961 (Segunda Edición), pág. 202

[11] Similar a esta es una coplilla recogida en Saldaña (Palencia): «Asómate a la ventana / con el culo hacia fuera, / que yo soy esquilador / y aquí traigo las tijeras». MARTÍN CEBRIÁN, Modesto: Cancionero Secreto de Castilla y León. Coplas Picantes, Burlescas, Escatológicas y Anticlericales. Edición Digital de la Fundación Joaquín Díaz. 2017. pág. 576.

[12] GIL GARCÍA, Bonifacio: Cancionero Popular de Extremadura, II. Excma. Diputación, Badajoz, 1956, págs. 125-126.

[13] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «El retrato erótico femenino en el cancionero extremeño: 2. Debajo de tu mandil», en Revista de Folklore, 319, 2007, pág. 23.

[14] SÁNCHEZ BARBA, Felipe (coord.): Cancionero tradicional de la comarca de Las Villuercas, Ibores y Jara, pág. 64.

[15] En este caso la borra se refiere a la oveja en lugar de a la lana, ambas conocidas con el mismo nombre.

[16] Polvo de carbón con el que se cura a las ovejas las heridas que le hacen los esquiladores.

[17] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «El retrato erótico femenino en el cancionero extremeño: 1. Son tus muslos dos columnas», Revista de Folklore. 307, 2006, pág. 7

[18] ORTIZ MACÍAS, Magdalena: Pintura Rupestre Esquemática al sur de la Comarca de Mérida. Departamento de Publicaciones de la Diputación Provincial. Badajoz, 1997, págs. 27-29

[19] CHARDIN, Teilhard de: El grupo zoológico humano. Taurus Ediciones. Madrid, 1967.

[20] Guijo de Galisteo. GARCIA MATOS, Manuel: Cancionero Popular de la Provincia de Cáceres, II. Consejo Superior de Investigaciones Científica. Madrid, 1982, pág. 272.

[21] FRAZER, James George: La Rama Dorada (Magia y Religión). Fondo de Cultura Económica. México, 1980, pág. 378.

[22] Solían ser fabricadas por herreros especializados, que hasta principios de pasado siglo acudían con sus productos a ferias y mercados de la provincia. De gran fama gozaron los artesanos «tijereros» de Talaván. SÁNCHEZ, Agustín: Un Año de Vida Serradillana, pág. 205. En Navalmoral de la Mata el herrero artesano de tijeras no las despachaba por dinero, sino por especies, que luego podría vender. Existía la convicción que de no hacerlo así se romperían a los primeros cortes.

[23] La relación tijeras-corte de uñas-casamiento lo constatamos en tierras gallegas. FRAGA LISTE, Enrique: «Costumbres heterodoxas en Galicia», en Revista de la Asociación Europea de Profesores de Español (AEPE), 36-37 (1989), pág. 194.

[24] GIL GARCÍA, Bonifacio: Cancionero Popular de Extremadura, II, pág. 59.

[25] FLORES, Enrique y MASERA, Mariana: Relatos Populares de la Inquisición Novohispana. Rito, magia y otras «supersticiones», siglos xvii-xviii. Universidad Nacional Autónoma de México-Cyan, Proyectos Editoriales, S.A, México, 2010, pág. 211

[26] BARROSO GUTIÉREZ, Félix: «Andanzas y desandanzas de Gonzalo Martín Encinas, preclaro hijo de Las Hurdes», en Revista de Folklore, 309, 2006, pág. 82.

[27] ARISTÓTELES: Investigacion sobre los animales. Traducción Julio Pallí Bonet). Ed. Gredos. Madrid, 1992, Libro XI, págs., 489-490. PLÍNIO EL VIEJO: Historia Natural. Ed. Gredos. Madrid, 2003. Libro VIII (47), 199-200.

[28] ARISTÓTELES: Op. Cit., Libro VI, pág. 310.

[29] COLUMENA, Lucio Junio Moderato: Los doce libros de agricultura, tomo II. Madrid, imprenta de Manuel Ginesta, 1879. Libro VIII, capítulo V: «De los huevos, su custodia, y modo de echarlos a las cluecas», págs.. 60-61.

[30] PLINIO EL VIEJO: Op. Cit., Libro X (54), pág. 427.

[31] HURTADO, Publio: «Supersticiones extremeñas. XI: Mesa revuelta», en Revista de Extremadura, tomo 4, cuaderno 10 (octubre, 1902), pág. 447; Supersticiones extremeñas. Anotaciones Psico-Fisiológicas (segunda edición). Arsgraphica. Huelva, 1989, pág. 166.

[32] LÓPEZ CANO, Eugenio: «Supersticiones y Creencias Populares», en Alminar, 51.Institución Pedro de Valencia-Diario HOY (Badajoz, 1984), pág. 6.

[33] DOMINGUEZ MORENO, José María: «Ritos de fecundidad y embarazo en la tradición cacereña», en Revista de Folklore, 46, 1984, pág. 143.

[34] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «El ciclo vital en la provincia de Cáceres: Del parto al primer vagido», en Revista de Folklore, 61, 1986, pág. 7.

[35] BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: Las Hurdes: visión interior. Centro de Cultura Tradicional. Diputación de Salamanca, 1993. pág. 49.

[36] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «Etnomedicina respiratoria en Extremadura, I», en Revista de Folklore, 229, 2000, pág. 4.

[37] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «El folklore del noviazgo en Extremadura», en Revista de Folklore, 79, 1987, pág. 21. «La noche de San Juan en la Alta Extremadura», en Revista de Folklore, 42, 1987, pág. 212.

[38] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «El lagarto en Extremadura: Entre el mito y la tradición», en Revista de Folklore, 341, 2009, pág. 159.

[39] DOMINGUEZ MORENO, José María: «Augurios de muerte en la comarca de la Sierra de Francia». en Revista de Folklore, 32, 1983, pág. 41.

[40] BARROSO GUTIERREZ, Félix: «El Encantu y otros aires legendarios» en Revista de Folklore, 349, 2011, pág. 21.

[41] HURTADO, Publio: Supersticiones extremeñas, 176.

[42] Ver nota 16.

[43] FRAZER, James George: La Rama Dorada, pág. 67.

[44] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «Ritos de fecundidad y embarazo en la tradición cacereña», 142-144.

[45] B. G. P.: Diccionario universal de mitología o de la fábula. Imprenta de José Taulo. Barcelona, 1835-1938, pág. 575.

[46] HURTADO, Publio: Supersticiones extremeñas, pág. 176

[47] CIRUELO, Pedro: Reprobacion de las supersticiones y hechizerias. Libro muy vtil, y necessario a todos los buenos christianos. El qual compuso y escriuio el Reuerendo Maestro Ciruelo: Canonigo Theologo en la sancta yglesia cathedral de Salamanca: y agora de nueuo revisto y corregido y añadido algunas mejorias. Con sus acotaciones por las margenes. Parte Segunda. Cap. IIII. De la nigromancia y otras sus con compañeras. Fue impresso en Medina del Campo, en casa de Guillermo de Millis. Año de M.D.L.I. Fol. XIX v.

[48] AHN. Inquisición. Leg. 1.987. Exp. 22. QUIJADA GONZÁLEZ, Domingo: «Superstición, hechizos e Inquisición durante el Barroco extremeño», en XLV Coloquios Históricos de Extremadura. Dedicados a la figura del Rey Fernando el Católico, con motivo del V centenario de su fallecimiento en Madrigalejo (Cáceres): Trujillo, del 19 al 25 de septiembre de 2016, 2017, págs. 442 y 450.

[49]A.H.N. Inquisición. Leg. 2763. Exp. 53. Año 1717. HERNÁNDEZ BERMEJO, Mª Ángeles y SANTILLANA PÉREZ, Mercedes: «La hechicería en el siglo xviii. El tribunal de Llerena», en Norba: Revista de Historia, 16, 2, (1996-2003), pág. 509.

[50] MAYORGA HUERTAS, Fermín: Extremadura, tierra de brujas. Grupo de Estudios de las Vegas Alta. Don Benito, 2013. HENNINGSEN, Gustav: «Los inquisidores de Llerena y el universo mágico del sur», en Inquisición. XV Jornadas de Historia de Llerena. Llerena, 2014, págs. 38-39.

[51] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «Ritos de fecundidad y embarazo en la tradición cacereña», pág. 143.

[52] CATANI, Maurizio: «La actitud del jurdano ante la vivienda», en Oeste. Revista de Arquitectura y Urbanismo del Colegio Oficial de Arquitectos de Extremadura, 1 (1983). págs. 94-108.

[53] Las tijeras cabría sustituirlas por dos puntas o clavos hincados formando una equis.

[54]LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, Tomás: Estremadura por López. Año de 1798. Asamblea de Extremadura. Mérida, 1991, pág. 132.

[55]MAESTRE, Vicente (D. V. M.): Tesoros escondidos en Estremadura segun las tradiciones y fabulas arabes. Coria 26 de Junio de 1860. (Manuscrito de los fondos de Antonio Rodríguez-Moñino), pág. 46

[56] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: Cancionero de Ahigal. Ahigal, 2019, pág. 227.

[57] CIRLOT, Juan-Eduardo: Diccionario de símbolos. Editorial Labor. Barcelona, 1992, pág. 442.

[58] BARRIOS MANZANO, María Pilar: Danza y ritual en Extremadura. CIOFF España. Ciudad Real, 2008, pág. 257. GUERRA IGLESIAS, Rosario: El folklore de Piornal: estudio analítico musical y planteamiento didáctico. Tesis Doctoral. Universidad de Extremadura, 2000.

[59] MURGUÍA, Manuel: Galicia. Establecimiento Tipográfico-Editorial de Daniel Cortezo y Cª. Barcelona, 1888, nota 1, págs. 25-26.

[60] Una leyenda similar fue recogida en Asturias por Aurelio de Llano Roza de Ampudia: De folklore asturiano: Mitos, supersticiones, costumbres. Madrid (Talleres de Voluntad), 1922, págs.. 45-47.

[61] MARTÍN SANTIBÁÑEZ, Romualdo: «Un mundo desconocido en la provincia de Extremadura: Las Hurdes», en Defensa de la Sociedad IX-X (Madrid, 1876-1877). Edición actual por Fundación C. B. Indugrafic Digital, Badajoz, 2016, pág. 35.

[62] BARRANTES, Vicente: Las Jurdes y sus leyendas: conferencia leída en la Sociedad Geográfica de Madrid, la noche del 1º de julio de 1890 / por el… [S.l.] : [s.n.] (Madrid : Estab. Tip. de Fortanet) 1893, págs. 54-55.

[63] HURTADO, Publio: Supersticiones extremeñas, pág. 123

[64] BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: «La figura juglaresca de tío Goyo, un arquetipo hurdano», en Revista de Folklore, 295, 2005, págs. 125-126.

[65] Recogido en Aceitunilla. FLORES DEL MANZANO: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura. Editora Regional de Extremadura. Gráficas Romero. Jaraíz, 1998, págs. 105-107. FLORES DEL MANZANO, Fernando: «La leyendística en la tradición oral extremeña», en Revista de Estudios Extremeños, 56, 3, 2000, págs. 889-891. BARROSO GUTIERREZ, Félix: «El Encantu…», 26-28.

[66] BARROSO, Félix: Las Hurdes: Visión interior, 27. JIMÉNEZ, Iker: El paraíso maldito. Un viaje al rincón más enigmático de nuestra geografía. Editorial EDAF. Madrid, 1999, págs. 111-112.

[67] FLORES DEL MANZANO: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, pág. 188. (No indica el lugar de procedencia.)

[68] En una versión trastocada de las primitivas leyendas, que se enmarca en la Cueva de Riscoventana (El Castillo), vemos cómo la elección de las tijeras con el fin de cortarle la lengua a la vieja mora que muestra la tienda, es lo que sirve para desencantarla y transformarla en una hermosa joven. PAULE RUBIO, Ángel: «La Edad de Bronce en Las Hurdes», en Coloquios Históricos de Extremadura. Centro de Iniciativas Turísticas de Trujillo (C.I.T), 1981.

[69] BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: «Los moros y sus leyendas en las sierras de Las Jurdes», Revista de Folklore, 50,1985, pág. 45. BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: Guía curiosa y ecológica de Las Hurdes. Ed. Acción Divulgativa. Madrid, 1991, págs. 66-67.

[70] BARROSO GUTIERREZ, Félix: «El Encantu…», pág. 20.

[71] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: Leyendas de Ahigal. Diputación Provincial de Cáceres. Cáceres, 2020, pág. 22. DOMINGUEZ MORENO, José María: «La noche de san Juan en la Alta Extremadura», en Revista de Folklore, 42, 1984, pág. 213.

[72] CORREAS, Gonzalo: Vocabulario de refranes y frases proverbiales y otras fórmulas comunes de la lengua castellana, en que van todos los impresos antes y otra gran copia que juntó el… Van añedidas las declaraciones y aplicación, adonde pareció ser necesaria, al cabo se ponen las frases más llenas y copiosas. (1627). Tip. de la Rev. de Archivos, Bibliotecas y Museos. Madrid, 1924.

[73] GARCÍA GARCÍA, Segundo: Historia, costumbres y leyendas de Ahigal. Biblioteca Extremeña. Cáceres, 1955, pág, 12.

[74]La Dama Casimira. Nueva Relacion en que se refiere el modo de pensar de esta señora, que desengañada de lo que da de si el mundo, se retrae de ser casada, y prefiere encerrarse en un contento. Barcelona: Imps. de Cristina Segura Vda. de A. Llorens. Palma de Santa Catalina, mira. 6.

[75] En algunas versiones el boquituerto se sustituye por tuerto y el padre, por marido o por mi hombre e, incluso, por sastre.

[76] VALLES, Pedro: Libro de refranes copilado por el orde[n] del A.B.C. en el qual se co[n]tienen quatro mil y trezie[n]tos refranes el mas copioso que hasta oy ha salido impresso. Caragoça, en casa d’Juana Milian biuda de Diego Hernandez, 1549, t II. NÚÑEZ, Hernán: Refranes o proverbios en romance, que coligió, y glossò el Comendador Hernan Nuñez ... Y La filosofia vulgar de Ivan Mal Lara, en mil refranes glossados, que son todos los que hasta aora en Castellano andan impressos ... Van iuntamente las quatro cartas de Blasco de Garay… En Lerida, A costa de Luys Manescal, 1621, fol. 115 r. CORREAS, Gonzalo: Vocabulario de refranes y frases proverbiales…, pág. 479.

[77] GRANJA. Fernando de la: «Tijeras malas. Notas a propósito de un viejo refrán», en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 36, 1981, págs. 13-16.

[78] COVARRUBIAS OROZCO, Sebastián de: Tesoro de la lengua castellana, o española. En Madrid: por Luis Sánchez, impresor del Rey N. S., 1611, pág. 45. Lo aquí apuntado es seguido con posterioridad: (Diccionario de Autoridades). Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o rephranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua. Compuesto por la Real Academia Española... Madrid, en la imprenta de Francisco del Hierro, impressor de la Real Academia Española, I, 1726, pág. 649. BASTUS, Vicente Joaquín: La sabiduría de las naciones o los evangelios abreviados. Probable origen, etimología y razón histórica de muchos proverbios, refranes y modismos usados en España. Barcelona, Librería de Salvador Manero, 1862, pág. 290.

[79]Refranes o proverbios en romance, que coligio y glosso..., fol. 342 v.

[80] Tomo VI, 1739, pág. 339.

[81] Segunda Parte, Cap. XXXVII: «Donde se prosigue la famosa aventura de la Dueña Dolorida».

[82] SBARBI Y OSUNA, José María: Diccionario de refranes, adagios, proverbios modismos, locuciones y frases proverbiales de la lengua española recogidos y glosados por… II. Librería Sucesores de Hernando- Madrid, 1922.

[83] Segunda Parte. Capítulo VII, fol. 38 v.



Las tijeras en la provincia de Cáceres: aspectos etnoculturales

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 501.

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