Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
En nuestro calendario religioso, marcado por el cristianismo, como es bien sabido, aparecen, en algunas de sus celebraciones y fiestas, determinadas prohibiciones, surgidas en unos casos del seno de las propias comunidades campesinas y, en otros, de la autoridad eclesiástica, o, en fin, de ambas conjuntamente.
Tales prohibiciones sirven para poner determinados días de celebraciones y fiestas, o toda una larga secuencia de días (la Cuaresma, por ejemplo), como un tiempo entre paréntesis, como un tiempo de margen (si utilizamos la terminología de A. van Gennep), como un tiempo especial, en definitiva.
Dicho tiempo, por ello, cumple determinadas funciones (de descanso, sobriedad recogimiento, respeto, abstinencia…) en el ámbito de las sociedades campesinas en las que tales prohibiciones se practican cuando llegan determinadas fechas.
Tales prohibiciones tienen, posiblemente, diversos orígenes. Algunos pueden sernos más conocidos, como los que hunden sus raíces en el Pentateuco bíblico y que, por tanto, obedecerían a una raíz y a una lógica semítica, que, desde luego, impregna las sociedades peninsulares; otros, sin embargo, son más complicados de rastrear y tienen que ver, posiblemente, con el mundo ancestral de antiguas creencias.
Los tabúes
Para aludir y analizar tales prohibiciones, nos viene bien recurrir al concepto antropológico de tabú, introducido con fortuna en Occidente a finales del siglo xix y que ha sido abordado por pioneros como Robertson Smith (1889), pasando por clásicos de la antropología e historia de las religiones, como, por ejemplo, Frazer, Eliade, Durkheim, Radcliffe-Brown, por el padre el psicoanálisis, Sigmund Freud, o por otros, ya también clásicos, como Lévy-Bruhl, o Lévi-Strauss, para desembocar en perspectivas más recientes, como, por ejemplo, la de Mary Douglas. (Aguirre Baztán: 592 y ss.).
Pero aquí no podemos detenernos a teorizar ahora sobre qué es el tabú. Hemos de conformarnos con dar una apretadísima síntesis sobre él, antes de abordar el motivo de nuestra intervención.
Al parecer, la expresión tabú fue recogida de las lenguas polinesias ya en el siglo xviii. Los indígenas la utilizaban, dentro de sus sistemas religiosos, para aludir a todas aquellas cosas que resultaban prohibidas según la legislación sagrada. Su antónimo era noa, término con el que se designaban las cosas profanas, corrientes, y libremente accesibles.
Según J. G. Frazer, existen actos tabuados (relaciones con extranjeros, determinadas relaciones sexuales, la ingestión de determinados alimentos…), personas tabuadas (jefes y reyes, enterradores, mujeres menstruantes y parturientas, guerreros, homicidas, cazadores…), objetos tabuados (la sangre, la cabeza, el pelo, la saliva, determinados alimentos…), o también palabras tabuadas (nombres de personas, de muertos, de reyes y dioses…). (Frazer: 235-310)
Hay que tener en cuenta asimismo que el tabú puede ser permanente (grandes sacerdotes, reyes, objetos de culto, animales sagrados, los muertos, el incesto…), o temporal (la menstruación, el embarazo y el parto, individuos en estado de margen…).
En nuestro caso, los tabúes que analizaremos pertenecen a este segundo tipo, el temporal.
La violación de los tabúes implica sanciones inmediatas de orden mágico y religioso (enfermedad, muerte, destrucción por el fuego, sanción o multa…).
Los tabúes quedarían definidos por cuatro rasgos: la ausencia de motivación d la mayor parte de ellos; su fijación en configurarse en una necesidad subjetiva de cumplimiento; la propensión a convertirse en entidades contagiosas; así como la presencia concomitante de ritos junto a los tabúes.
Se podrían distinguir tres grandes etapas respecto al tabú y su proceso de transformación: una primera sería la del tabú en las sociedades primitivas y ágrafas; la del tabú en sociedades rurales tradicionales occidentales, en segundo lugar; mientras que la tercera etapa estaría constituida por el tabú en las sociedades industrializadas.
Nuestro análisis, desde luego, pertenece al de la segunda de las etapas indicadas.
¿Y cuál sería, entonces, la función de tales tabúes en una sociedad rural tradicional occidental como es la salmantina (y la leonesa) que analizamos? Los tabúes vigentes en tal tipo de sociedad (hemos documentado algunos de tipo religioso) se refieren a objetos y acciones que son significativos para el orden social y que pertenecen al sistema general de control social.
A partir de esta breve introducción de tipo divulgativo, vamos a ir exponiendo el motivo de nuestra intervención: los tabúes de tipo religioso en el sur salmantino.
Tabúes sobre el domingo
Con un indudable carácter periódico, la fiesta o día de descanso semanal por excelencia es el domingo, «porque Dios lo hizo pa descansar» se dice en la localidad salmantina de La Alberca.
Así, por ejemplo, en la comarca salmantina Sierra de Francia y, particularmente, en La Alberca, el domingo no se puede coser y tampoco se puede lavar.
En tal comarca, circulan los siguientes dichos sobre tales tabúes: «Lo que haces en domingo / lo deshaces en lunes» (La Alberca), o: «Lo que se trabaja en domingo / se echa en saco roto» (varios pueblos serranos).
En Ciudad Rodrigo, circula también un dicho que apunta en la misma dirección: «Lo que se hace en domingo / lo mea el gato».
Este tabú de trabajar en domingo tendría su origen en el Génesis bíblico, ya que, en el relato de la creación divina del mundo, el séptimo día se dedica al descanso: «Y rematada toda la obra que había hecho, descansó Dios el séptimo día de cuanto hiciera; y bendijo al día séptimo y lo santificó, porque en él descansó Dios de cuanto había hecho y obrado.» (Biblia, Génesis: 2, 2-3).
El domingo, por tanto, es un tiempo semanal de margen, marcado por el descanso, siguiendo la pauta divina de la alternancia entre labor (los seis días laborables, por ello) y descanso. Y el día señalado para él es un día, ya desde la tradición semítica y bíblica del Génesis, santificado y bendito.
Tabúes sobre el trabajo de los animales
También los animales –los ganados– están tabuados durante determinadas fechas del calendario festivo. Está tabuada, claro está, su relación con el trabajo.
Ocurre esto particularmente en San Antón (San Antonio Abad, 17 de enero). En tal fiesta, los ganados no pueden trabajar «porque era el día de ellos» (se dice en la localidad leonesa de Mansilla de las Mulas). Y, de hecho, ese día, no se engancha la pareja, ni se unce al yugo (algo que hemos documentado en la citada localidad leonesa de Mansilla de las Mulas, o en el pueblo burgalés de Arlanzón).
Mas, también, este tabú sobre la sumisión de vacas y caballerías al yugo aparece en otros momentos festivos. Así, por ejemplo, en la localidad leonesa de Puente Villarente, tal tabú se practicó el día de San Roque (16 de agosto), pues también –se nos dice– «era fiesta del ganao».
Y, en ocasiones, es también en la fiesta de San Antonio de Padua (13 de junio), cuando se respetan estos tabúes, pues estamos ante un santo muy relacionado particularmente con los ganados (tabú recogido en las localidades leonesas de Correcillas y Puente Villarente).
Este tabú también se observa en la zona salmantina que analizamos.
Tabúes sobre la trilla. el cereal
A lo largo del verano, hay determinadas fiestas en las que no se puede trillar, debido a las malas consecuencias que trae el hacerlo.
Así, por ejemplo, en Sotoserrano, localidad de la Sierra de Francia, en la fiesta de la Virgen del Carmen (16 de julio) no se puede trillar, porque hacerlo acarrearía efectos muy funestos. A un vecino que lo hizo –se nos indica-, se le murió la pareja de vacas.
Pero es más frecuente que la fiesta más tabuada en cuanto a la trilla sea la de San Lorenzo (10 de agosto). Así, en Valdefuentes de Sangusín –en la Sierra de Béjar–, no se puede trillar ese día en la era, porque decían que se les caía la lengua a las vacas.
En San Martín del Castañar (Sierra de Francia), no se puede trillar tampoco por San Lorenzo (también se nos indica que por Santiago, 25 de julio), ya que, de hacerlo, se cree que se quema la parva; sin duda, por un efecto de asociación, ya que este santo murió quemado en la parrilla.
Tabúes sobre el pan
El pan, como alimento emblemático que es, vinculado a lo solar mediterráneo, a la agricultura y al cereal (recordemos los misterios de Eleusis en la antigua Grecia, con la espiga como elemento emblemático), tiene en nuestra cultura connotaciones de tipo religioso, al estar asociado con el cuerpo de Cristo.
Es, de este modo, un alimento sacralizado que merece un especial respeto y tratamiento: hay que ponerlo boca arriba, «en la postura de él» (Mansilla de las Mulas, León); y cuando se cae un trozo de pan de la mesa, se besa al cogerlo del suelo. Tradicionalmente, se ha partido con la mano, y no con el cuchillo, algo considerado «un sacrilegio» (Mansilla de las Mulas).
En la comarca salmantina de El Rebollar (según información que nos proporciona el profesor Ángel Iglesias Ovejero), hay dos momentos festivos que nos hablan de un significativo tabú en torno al pan:
En la localidad de Navasfrías, el Jueves y Viernes Santo no se partía el pan (había que tenerlo, por tanto, partido en la víspera) y había que recoger las migas que se caían al comerlo, y no tirarlas, sino echarlas en la ceniza; porque era pecado cortar el pan esos días (tengamos en cuenta la asociación del pan con el cuerpo de Cristo, que, en esas fechas, sufre pasión y muerte) y tirarlo era como tirar la suerte.
En Robleda (también dentro de la comarca salmantina de El Rebollar), en la fiesta de la Ascensión, se echaba el pan de las sopas el día anterior, y no ese día; en este caso, la analogía entre el pan y el cuerpo de Cristo tiene que ver con el tránsito de este de la tierra al cielo.
Hay, en el ámbito salmantino del que tratamos (ponemos también, como se observará, algunos ejemplos del leonés, que conocemos), fórmulas rimadas sobre el pan, en juegos infantiles. Vamos a indicar dos de La Alberca:
Dios pan, Dios pan,
que este niño no lo sabe ganar.
(Se repite varias veces este último verso, a medida que el adulto columpia al niño, sentado en sus rodillas, agarrándolo fuertemente por los bracitos).
O esta otra, utilizada también por el adulto, cuando columpia al niño, sentado sobre sus rodillas:
Dilín, dilán,
las campanas de San Julián;
a los chicos, rebojitos;
a los grandes, medio pan;
a los moros, cuchillazos,
que lo vayan a ganar.
Dilín, dilán.
(Este último verso se repite, cada vez más rápido, a medida que se acelera la acción de columpiar al niño, sobre las rodillas del familiar adulto).
Tabúes sobre el fuego
Los tabúes en torno al fuego están vinculados, sobre todo, con la fiesta de San Lorenzo (10 de agosto), ya que –como hemos indicado– murió martirizado y abrasado en una parrilla.
Así, por ejemplo, en el pueblo leonés de Correcillas, se dice que no se puede encender el fuego, porque «el día San Lorenzo arden hasta las piedras». Los días caniculares del verano están, por tal fecha, en pleno apogeo.
En La Alberca, ese día no se puede amasar, ni encender el horno, porque arde toda la casa, se quema. En Herguijuela de la Sierra (en la comarca de la Sierra de Francia), donde tampoco se puede amasar ni encender el horno ese día, se nos cuenta la siguiente historia:
Una mujer se atrevió a encender el horno el día de San Lorenzo. Y, entonces, salieron sus llamas no solo por toda la casa, sino también por el campo que rodeaba la vivienda. Pero, como la mujer había asistido ese mismo día a la misa festiva en honor del santo, no se le quemó la casa. Las llamas se pasearon por ella y por su campo, pero no prendieron nada.
Por una parte, estamos ante el incumplimiento del tabú, por parte de un individuo (la mujer que se atreve a prender el horno por San Lorenzo); pero, por otra, hay una reparación posterior o, mejor, se ha realizado una acción característica de día sagrado (asistir a misa) a través de la que se ha podido evitar el castigo consiguiente al incumplimiento del tabú.
Tabúes sobre el agua
También el agua está tabuada en determinados momentos. Tal hecho ocurre, por ejemplo, en alguna fiesta. Así, en la localidad leonesa de Mansilla de las Mulas, en la celebración festiva de la Virgen del Carmen (16 de julio), no se puede bañar la gente en el río (el Esla es el que pasa junto a la localidad), pues se dice que, si se hiciera, se correría especial peligro de ahogarse.
Un tabú sobre el agua se producía durante la regla o menstruación de las mujeres. En varios de nuestros pueblos del sur salmantino, se decía que, en tal estado, la mujer no podía lavarse, o, más concretamente, no podía lavarse la cabeza. No cabe duda de que la percepción popular asocia el estado femenino de menstruación con un margen de impureza, que se restaura cuando tal estado termina y la mujer vuelve a la normalidad.
Cuando se salía al campo y se tenía sed, había que tener la precaución de no beber agua en un caño, charca o manantial cualquiera, pues podía contraerse algún mal (infección, contagio). Solo se rompía tal tabú y entonces se podía beber, si se rezaba previamente una oración, al tiempo que –durante el rezo– se iban trazando tres cruces con la mano sobre el agua que iba a beberse.
En nuestros pueblos del sur salmantino, hemos recogido dos variantes de esta oración para romper el tabú sobre el agua y poderla beber sin peligro de cualquier infección o contagio. Esta es una de ellas:
Por aquí pasó la Virgen,
por aquí vuelve a pasar;
si esta agua está mala,
que me haga vomitar.
Y la segunda variante de tal oración:
Por aquí pasó la Virgen,
por aquí, San José;
si esta agua está mala,
que me haga devolver.
Tabúes sobre los sonidos. las campanas
Vamos a documentar un tabú que tiene que ver con la Semana Santa, que, junto con la Pascua, es un momento de gran importancia en el mundo campesino, dentro de la rueda cíclica del año. Conviene que nos hagamos una pregunta sobre ella, sobre este momento festivo de gran importancia en nuestros pueblos. ¿Por qué aparecen tantos tabúes, y tabúes de distintos tipos, durante la Semana Santa? Acaso nos responda en parte Burnouf cuando afirma:
Todo rito cristiano se reduce á dos aspectos: cuotidiano, que tiene por centro el canon de la Misa; anual, cuyo centro es la semana de Pascua. Todos los ritos del día y de la noche son preparaciones ó consecuencias de la Misa; todos los oficios del año, preparaciones ó consecuencias de la Semana Santa. El rito cuotidiano es el compendio del anual, el cual constituye el culto cristiano por excelencia. Este culto y sus fiestas se distribuyen metódicamente siguiendo la marcha del sol y de la luna, en un orden que puede ser comparado al de las ceremonias védicas. (Guichot y Sierra: 442-443)
Los tabúes que hemos detectado en las localidades del sur de la provincia de Salamanca que afectan a las campanas tienen como fechas claves festivas las de la Semana Santa, particularmente desde el Jueves Santo (cuando tocan a «gloria») hasta el primer momento del Domingo de Resurrección.
Tengamos en cuenta que la Semana Santa y la Pascua podrían interpretarse como una cristianización de una ancestral ritualización de muerte y resurrección del tiempo cíclico: un tiempo viejo, invernal, que muere, y un tiempo nuevo, primaveral, que nace. Guichot y Sierra lo indica de este modo: «A los tristes oficios del Viernes Santo suceden los alborozos del Sábado, la gran víspera de la Pascua, que tiene dos aspectos: la resurrección, comienzo de una nueva vida, y el nuevo fuego que la genera». (Guichot y Sierra: 449)
Tal tabú sobre los sonidos metálicos, que imponen un tiempo de silencio, marcado por el dolor a causa de la pasión y muerte de Cristo, es atenuado por la presencia de una «música de tablas» (tomamos el hermoso sintagma del compositor Telemann), producida por instrumentos populares de madera, que reciben en nuestras tierras nombres como: matracas, matracos; carracas, carracos; churraeras, chilraeras; trápalas y otros varios.
Alejandro Guichot y Sierra, al hablar de su silencio o enmudecimiento, acaso nos dé una explicación –de tipo religioso- sobre el tabú, cuando habla del «toque de campanas, que enmudecen hasta el Sábado, recordando á los profetas y apóstoles que huyeron dejando sólo á Jesús en la Pasión». (Guichot y Sierra: 444)
Tabúes sobre el baile
Hay un tiempo del año, en las tierras del sur salmantino, en que el baile dominical y festivo de la mocedad y del mundo adulto es un acto tabuado.
No se puede bailar durante la Cuaresma (los domingos, que es cuando, en el mundo rural, se hace), ni durante la Semana Santa. Y, por tanto, tampoco se puede tocar el tamboril, que, junto con la gaita, tocados por el mismo tamborilero, son los instrumentos que marcan el ritmo del baile.
Hay una situación, que se produce durante ese tiempo, que requiere un especial permiso para romper tal tabú: el día en que tallan a los quintos (en La Alberca, en Nava de Francia), fecha en la que únicamente hay baile y suena el tamboril durante todo el tiempo de margen que la Cuaresma supone.
Al tener tales características, el espacio de ocio durante las tardes de los domingos de Cuaresma es, en La Alberca, el de Las Eras, espacio en suave cuesta, al ser un pueblo de montaña, junto al que está (estaba) el frontón, llamado juego pelota en el pueblo. Todas las tardes de los domingos de Cuaresma, los vecinos del pueblo iban a Las Eras. Las mujeres se entretenían charlando y vigilando los juegos y andanzas de los niños más pequeños; las mozas también formaban grupos; los muchachos correteaban por todo el espacio, dedicados a sus juegos; las muchachas, se entretenían con los juegos del corro y de la comba; mientras que los hombres y los mozos jugaban al juego pelota. Pero el baile no se producía.
Recurrimos de nuevo a Guichot y Sierra para explicar no sólo este tabú sobre el baile durante la Cuaresma y Semana Santa, sino todos los tabúes de los que hemos hablado y hablaremos –relacionados con la Semana Santa– a lo largo de este trabajo:
El Viernes llega el duelo á su grado máximo con el Sermón de las tres horas, la adoración de la Cruz, las plegarias de los sacerdotes, la tristeza de los fieles, el silencio de las calles, la suspensión de los trabajos, oficios, músicas y cantos, y las penitencias y austeridades. (Guichot y Sierra: 445)
Por tanto, todos los tabúes que marcan la Semana Santa de los pueblos del sur de la provincia de Salamanca a los que aludimos (tabúes sobre el pan, las campanas, el baile, los juegos, la alimentación o la compostura humana) tendrían como finalidad esencial manifestar el duelo por la muerte de Cristo. Remitimos, para completar la interpretación, a lo que indicamos, en el final de este trabajo, sobre el orden que se genera, y las venturas que tal orden origina, al cumplir el ser humano –la colectividad humana– un pacto con la divinidad.
Tabúes sobre el juego
Durante el Jueves (desde el toque de «gloria») y el Viernes Santo, en Robleda (comarca de El Rebollar), no había juegos de ninguna clase y, particularmente, no se podía jugar al frontón o juego pelota (para el que se utilizaba un muro completamente plano y liso de la iglesia, sin adorno alguno).
Las explicaciones que dan los lugareños sobre tal tabú –particularmente el referido al juego del frontón o juego pelota– son de dos tipos: «Como estaba el Monumento dentro de la iglesia, era pecado» jugar en su pared; y también porque los botes de cada pelotazo en la pared o muro del edificio de la iglesia es como si fueran golpes en la cara de Cristo.
Tampoco en Navasfrías, localidad de la comarca salmantina citada, se podía jugar a la pelota, durante ese tiempo de la Semana Santa, contra la pared o muro de la iglesia.
Este tipo de tabú está, sin duda, inducido por la autoridad eclesiástica, que, en algunos de los mandatos que dictaba, fruto de las visitas diocesanas a las parroquias rurales, prohibía la práctica de los juegos y particularmente del de la pelota, mientras se estaba celebrando la misa u otra cualquiera celebración litúrgica.
Podemos poner un ejemplo de lo que decimos. En la visita diocesana de 1759 a la localidad leonesa de Gordoncillo, uno de los mandatos nos da expresa noticia de la prohibición de la práctica del juego de la pelota mientras se está celebrando la misa. Dice así:
Ytem que por cuanto a su merced se ha informado a su merced que los vecinos y mozos de esta villa se ponen a jugar a la pelota junto a la iglesia por las mañanas, antes que se acabe de celebrar las misas, causando notable perjuicio a los sacerdotes que están celebrando, y con irreverencia del Santísimo Sacramento; por tanto mandó su merced que ninguna persona, pena de 4 ducados y de excomunión mayor late sententiae, se ponga a jugar a la pelota junto a la iglesia, hasta después que se haiga salido de la misa de once, y para que tenga efecto este mandato da su merced comisión en forma al cura y al vicario de la dignidad, para que celen su cumplimiento y puedan sacar la multa a él. (Libro de fábrica de Gordoncillo, 1759, AHDL [Archivo Histórico Diocesano de León], FP [Fondo Parroquial] nº 6610, f. 66 v.)
No es el único mandato de la autoridad eclesiástica sobre la prohibición de celebrar un juego y, particularmente, el de la pelota, junto a la iglesia, mientras se celebran los oficios litúrgicos y, particularmente, la misa. Podríamos poner otros varios ejemplos. Pero, creemos, el indicado ya es paradigmático de una prohibición que termina generando un tabú: el de jugar junto a la edificación sagrada durante el transcursos de oficios litúrgicos que en ella se celebran.
De hecho, algunos de los muros de determinadas iglesias han servido –y acaso sigan sirviendo– de frontón en no pocas localidades campesinas.
Tabúes sobre la alimentación
Ya hemos visto el tratamiento en torno a ese alimento emblemático que es el pan: sobre su trato como alimento sagrado, sobre su modo de partirlo y sobre la prohibición de rebanarlo en determinadas fiestas.
La interdicción de comer carnes y grasas (marcada por el concepto cristiano de abstinencia) afecta a los viernes de la Cuaresma. No se pueden comer alimentos con grasas durante esos días –nos indican en Valdefuentes de Sangusín (Sierra de Béjar)–, «comíamos cosa de pescaos y güevos, o lo que fuera».
Esta práctica, marcada por la propia jerarquía de la Iglesia católica, afectó a todos nuestros pueblos y a los de todas las áreas peninsulares. De tal abstinencia, solamente libraba la adquisición de la bula.
El Viernes Santo, la abstinencia era obligatoria y también aparecía el ayuno (otro concepto cristiano), pero guardar el ayuno, ayunar, ya era un acto voluntario, libremente elegido.
La fundamentación de tales prácticas alimenticias hay que buscarlas en el Pentateuco bíblico y su clasificación y distinción entre animales puros (de pezuña dividida y rumiantes) y animales impuros.
Mary Douglas dedica un análisis de interés a esta fundamentación levítica de la abstinencia en el capítulo titulado «Las abominaciones del Levítico» del libro que al final citamos (Douglas: 63-81).
Tabúes sobre la compostura humana
El modo de comportarse y hasta de vestir durante la Semana Santa (Jueves y Viernes Santo) aparece marcado asimismo a través del tabú.
No se pueden hacer esparavanes (tonterías, risotadas, llamar la atención…) durante ese tiempo de margen; es lo que se dice en la localidad leonesa de Puente Villarente.
No van los hombres a la taberna durante esos días, ni hay cantarenas por la calle, como ocurre en Robleda (comarca de El Rebollar).
No hay bailes, ni se puede tocar el tamboril; ni tampoco se puede jugar al frontón o juego pelota; tal y como ya hemos visto en ambos casos.
No se puede enterrar a un difunto; si se produjera el fallecimiento durante los días indicados, el entierro hay que hacerlo tras la Semana Santa; según se nos indica en El Maíllo (Sierra de Francia).
No se puede trabajar, se nos indica en la localidad de La Puebla de Yeltes (comarca del Campo de Yeltes).
La conciencia de que se está en un tiempo especial, en un tiempo de margen, se señala en la localidad serrana de Herguijuela de la Sierra (Sierra de Francia) con la siguiente expresión: «Hasta se para el reloj de la torre»; con lo que se alude tanto al hecho tabuado de sonar los objetos metálicos, como a la conciencia colectiva de que se vive un tiempo especial durante esos días.
Las mujeres incluso han de vestir de luto, o con ropas oscuras. Lo mismo que los hombres, que acudían a los actos con las capas negras (solemnidad y luto). En La Alberca (Sierra de Francia), de hecho, los hombres montan guardia permanente ante el Monumento, en la iglesia, todo el tiempo que permanece el Santísimo allí expuesto, vestidos con las capas negras, estableciendo un turno de guardia día y noche.
Hacia una búsqueda sobre la motivación de tales tabúes
En todas las sociedades, sean del tipo que sean, puede documentarse la presencia del tabú. No hay organización humana sin tabúes, ya que –como indica Ángel Aguirre- «las prohibiciones forman parte de las limitaciones inherentes a cualquier comunidad.» Aguirre: 247)
No cabe duda de que la indagación en la génesis de los tabúes que acabamos de indicar es compleja y nos llevaría muy lejos. Tales tabúes hunden sus raíces, por una parte, en un mundo ancestral de creencias posiblemente con un grado no pequeño de arcaísmo; por otra parte, está presente el sustrato semítico en algunos de los tabúes indicados, como puede rastrearse en algunos de los libros del Pentateuco del Antiguo Testamento bíblico. Y, claro está, las directrices de la jerarquía católica también marcan algunas de las prácticas religiosas relacionadas con el tabú.
No tendríamos en ningún caso que quedarnos en considerar tales tabúes como una casuística o como un mero anecdotario. Habría que preguntarse por qué se producen y por qué se han observado en nuestras sociedades campesinas del sur salmantino o también de algunas tierras leonesas (puesto que indicamos algunos ejemplos de ellas).
Aquí puede venirnos bien el análisis que hace Mary Douglas en el capítulo «Las abominaciones del Levítico», tercero de los que constituyen su obra Pureza y peligro (Douglas: 63-81).
La observancia de los tabúes tendría como finalidad el mantenimiento de un orden, en este caso, de tipo religioso, expresado a lo largo del año en nuestras sociedades campesinas por medio del calendario cristiano. Y tal orden que surge, implícitamente, de un pacto con Dios, es el que hace viable la posibilidad y la prosperidad de la vida en todas sus manifestaciones.
Como indica Mary Douglas: «La obra de Dios por medio de la bendición es esencialmente la creación del orden, gracias al cual prosperan los negocios humanos. La fecundidad de las mujeres, del ganado y de los campos se promete como un resultado de la bendición y ésta se ha de obtener por el hecho de mantener un pacto con Dios y de observar todos sus preceptos y ceremonias.» (Douglas: 72)
La prosperidad humana en todos los aspectos depende, por tanto, –según esta concepción semítica y bíblica ya tan antigua, que, de un modo muy sutil, está interiorizada en el imaginario colectivo de nuestras sociedades rurales (o ha estado)–, de mantener un orden, que es posible gracias al pacto del ser humano con Dios. Y dicho orden sólo puede mantenerse a partir de la observancia de determinados tabúes –todos los que hemos visto– que marcan el calendario anual, regulado por una lógica marcada por el cristianismo; pese a que, dentro de tales tabúes, aparezcan también no pocas creencias que no tienen origen cristiano.
BIBLIOGRAFÍA
Aguirre: Ángel Aguirre (Ed.), Conceptos clave de la antropología cultural, Daimon, Barcelona, 1982. (Cf. la entrada «Tabú»).
Aguirre Baztán: Ángel Aguirre Baztán (Ed.), Diccionario temático de antropología, 2ª ed., Ed. Boixareu Universitaria, Antropología, 12, Barcelona, 1993.
Douglas: Mary Douglas, Pureza y peligro Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú, Traducción de Edison Simons, Siglo xxi de España Editores, Madrid, 1973.
Frazer: J. G. Frazer, La rama dorada. Magia y religión, 2ª ed., 11ª reimpr., trad. de E. y T. I. Campuzano, F.C.E., Madrid, 1986.
Guichot y Sierra: Alejandro Guichot y Sierra, Ciencia de la mitología. El gran mitos ctónico-solar, Ed. Alta Fulla, Barcelona, 1989.
Biblia: Sagrada Biblia, Versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar y Alberto Colunga, B.A.C., Madrid, 1944.