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Revista de Folklore número

499



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«Que a nadie le asuste el oído…»: fábulas sobre señales de peligro y farsantes (y II)

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel / SEVILLA-VALLEJO, Santiago

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 499 - sumario >



Antes de que la tecnología humana creara sus artilugios para advertir del peligro (artilugios sonoros como cascabeles, sirenas, etc.; o visuales como semáforo, carteles, etc.), la misma naturaleza ya ofrecía sus señales visuales y acústicas que era necesario complementar y contrastar para actuar con prudencia. Ambos tipos de señales dan lugar a interpretaciones que se transmiten en la cultura de cada grupo; y, en la difusión de esas interpretaciones han tenido parte importante el léxico, los refranes y las fábulas, entre otros medios.

En esta segunda parte de nuestro trabajo (que puede leerse independientemente de la primera[1]), nos fijaremos en las señales naturales y sus interpretaciones en «Los sonidos naturales del peligro», y lo cerraremos con «La cadena de la fatalidad y la vanidad de cualquier victoria».

1. Los sonidos naturales del peligro y el silencio

Los sonidos que nos llegan de la naturaleza sirven de motivo a diversas fábulas con protagonistas muy variados; así, tenemos entes inanimados (como los ríos) o seres animados de todo tipo, sin excluir insectos como moscas, moscardones, mosquitos, avispas y arañas.

Todos estos animales asumen conductas humanas para instruirnos y prevenir contra los medios utilizados para engañar, manipular o aprovecharse del prójimo. Tales medios no solo son las palabras, sino también otros elementos acústicos y paralingüísticos (de comunicación no verbal, incluido el mismo silencio), así como otros como la indumentaria y los disfraces. En un estudio anterior, hemos observado otras formas de manipulación, lo cual amplía lo que se trata en este texto (Fuente y Sevilla-Vallejo 2020).

1.1. El fragor y el silencio de las aguas

En la fábula de La Fontaine (1998, 151-152) «El torrente y el río» («Le Torrent y la Rivière»), un jinete perseguido por unos bandoleros se ve obligado a atravesar un torrente que, «con ruido inmenso y gran estrépito, se precipitaba desde las montañas», por lo que «hacía temblar los campos; ningún viajero osaba atravesar tan terrible barrera». Afortunadamente, el torrente «no era más que amenaza y ruido sin hondura», y el jinete pudo atravesarlo sin problema. Sin embargo, «el éxito le envalentonó», así que, como la persecución continuaba, el jinete se enfrentará ahora a un río «cuya corriente –espejo de un sueño dulce, sosegado y tranquilo– hízole creer que era fácil su travesía; nada de escarpados bordes, sino una arena limpia y pura en las orillas». Sin embargo, «hombre y caballo [torpes para nadar] se fueron a beber las aguas estigias[2]», forma poética de referirse al ahogamiento.

Samaniego (1997, 314-315), por su parte, y en la misma línea de La Fontaine, comienza su «El torrente y el río» así: «Despeñado un torrente / de un encumbrado cerro / caía en una peña / y atronaba el recinto con su estruendo». El jinete lo atraviesa sin problema; sin embargo, en «el río caudaloso, que corría apacible y silencioso», perecerá «quedando sepultado / en las aleves aguas sin remedio».

Sin embargo, las fábulas no son manuales de supervivencia en los peligros naturales, y la moraleja será simbólica. Así, La Fontaine (1998, 152) advierte contra las intrigas y estratagemas humanas: «Los hombres que no hacen ruido son los peligrosos; no así los otros». Por su parte, Samaniego, en un plano más abstracto y con estilo más retórico, aconseja algo similar: «Temamos los peligros de designios secretos [las intrigas invisibles], / que el ruidoso aparato, / si no se desvanece, anuncia el riesgo» (Samaniego 1997, 315).

Esta fábula, por tanto, puede considerarse una escenificación del refrán «Del agua mansa guárdeme Dios, que de la brava me guardaré yo» (Rodríguez Marín 1926/2007, 112), que apunta más al peligro social que a escenarios naturales de riesgo.

1.2. Silencio y furia de la araña

El «Enxiemplo de la araña con la mosca» de El libro de los gatos (Chériton 2022, 240) presenta a la silenciosa araña y su mortal telaraña. «El araña cuando está en su tela, viene la mosca a su tela, e sale el araña muy airadamente e mata a la mosca. Mas cuando viene la avispa faciendo roïdo, éntrase el araña fuyendo a su furado [cueva]». Esta fábula es como la cara opuesta del torrente y el río, pues critica la actuación «de los obispos o de otras personas algunas de este mundo», que, cuando «algún pobre o baxo» les incomoda o acusa, le despojan de todas sus posesiones «e cómeselo»; y, por el contrario, «cuando algún poderoso o algún rico los amenaza [ruido verbal], se esconden».

1.3. El animal que se finge muerto

Siguiendo con la idea del silencio que no supone ausencia de riesgo, veamos el caso del animal que simula la muerte como recurso de caza, y que le servirá a la fábula como metáfora de la conducta humana.

A) El «Enxiemplo de la golpeja [o zorra]» (Chériton 2022, 241) dice así: «La golpeja cuando ha gran fambre, fácese como muerta en tierra e saca la lengua; así que viene el cuervo o el milano cuidando de hallar de comer. Lléganse a ella por comerle la lengua. Ella, estonce, abre la boca e cómelos». En la habitual línea religiosa del Libro de los gatos, la zorra representa al diablo, que se hace el muerto («ca nin es oído nin es visto»). Y sacar la lengua significa «algunas cosas deleitosas» que provocan tentaciones, como «algunas mujeres fermosas, o comeres deleitosos, o buen vino o otras cosas semejantes a estas. E cuando el hombre las toma como non debe [y peca], es preso por el diablo ansí como el cuervo por la raposa».

Santiago Sebastián (1986, 106) anota que esta estrategia de la zorra aparece en El Fisilógo, atribuido a san Epifanio, así como en Las etimologías, de San Isidoro de Sevilla, que manifiesta: «[Este astuto animal] nunca va recto en su camino, anda tortuosamente, es fraudulento y de muchas trampas; cuando no tiene qué comer, se finge muerto y así atrae a las aves, y levantándose de pronto las devora».

B) «El gato y el ratón viejo», de La Fontaine (1998, 59), está protagonizada por un nuevo Rodilario, que se sirve de diversas tretas para atraer a los ratones, y tiene gran éxito haciéndose el muerto. Sin embargo, un ratón viejo, descubre la trampa y no cae en ella. La moraleja alaba la prudencia de este ratón superviviente: «Era experimentado y sabía que la desconfianza es la madre de la seguridad».

Samaniego, por su parte, en «Los ratones y el gato» (1997, 322), nos presenta a Marramáquiz, que está haciendo una descomunal caza de ratones; y «Don Roepán, cacique el más prudente / de la ratona gente» (quien propuso el cascabel), convoca otra reunión para aprobar el traslado de todos a un piso superior, donde no puede acceder Marramáquiz. Con el tiempo y el hambre, el gato «discurrió, entre mil tretas, / la de colgarse por los pies de un palo / haciendo el muerto». Pero Roepán descubre la treta y se enfrenta al gato: «Hola, dice. ¿qué es eso, caballero? / ¿Estás muerto de burlas o de veras? / Si es lo que yo recelo, en vano esperas». La moraleja previene contra los que reinciden en sus engaños o manipulaciones: «Si alguno llega con astuta maña, / y una vez nos engaña, / es cosa muy sabida / que puede, algunas veces, / el huir de sus trazas y dobleces / valernos nada menos que la vida».

C) En «El leopardo y las monas», de Samaniego, liberado del influjo de La Fontaine, nos ofrece otra versión más dinámica y verosímil que la citada del fabulista francés. La protagonizan unas monas de Tetuán que, trepando a los árboles, escapan fácilmente del leopardo, quien tendrá que recurrir a la estratagema consabida: «El cazador, astuto, se hace el muerto / tan vivamente que parece cierto». La algarabía que forman las monas en torno al leopardo, tras haber caído en el engaño, es la previsible: «Ya le tocan la cara. / Ya le saltan encima. / Aquella se le arrima / y, haciendo mimos, a su lado queda; / otra se finge muerta y lo remeda [imita]». Y así hasta que el leopardo calcula que ya están fatigadas por tal trajín, y ataca y produce tal matanza que parecerá, «cubriendo con los muertos la campaña, / al Cid matando moros en España». La moraleja recomienda la desconfianza y la sospecha: «Es el peor enemigo el que aparenta / no poder causar daño, porque intenta, / inspirando confianza, / asegurar su golpe de venganza».

1.4. El zumbido y el silencio de los insectos

En «El Moscardón y la Araña», de A. E. Ollero, se contraponen fanfarronería y eficacia: el inútil zumbido del moscardón y el eficaz silencio de la araña. Comienza así: «Con escándalo y ruïdo, / iba un grande Moscardón / atolondrando el oído, / diciendo con tal zumbido: / “Yo voy de caza al balcón”». La araña le increpa: «Infeliz, ¿adónde vas? / Si a cazar moscas, colijo / que, con tal ruido, de fijo, / que no las pillas jamás». Y le aconseja: «Dale menos a la lengua / y un poco más a la obra». La moraleja ensalza la discreción: «El silencio nunca daña / y la bulla compromete; / sirva de ejemplo la araña: poca bulla y mucha maña / si una empresa se acomete» (Ollero 1878, 188-189).

Ollero (1878, 189) vuelve al tema del zumbido de los insectos en «De otro modo “El Moscardón”»:

Iba un grande Moscardón,

atolondrando el oído,

diciendo con tal zumbido:

«Voy a cazar al balcón».

Pero, oyendo el fuerte son,

huye la mosca al momento,

llega el moscardón hambriento

y se queda sin cazar.

«¿No fuera mejor callar?

Pues quede aplicado el cuento».

La agresión del moscardón a las moscas solo es posible metafóricamente, dentro de la oposición de género moscardón (masculino) / mosca (femenino). Tal lo confirma, el Diccionario de autoridades, que define moscardón como «moscarda muy grande. Metaphoricamente llaman al hombre impertinente, que molesta con pesadez y picardía».

El acosador pelmazo es una persona que se caracteriza por su comportamiento inapropiado y molesto, especialmente en situaciones de acoso. En cuanto a sus características lingüísticas, podrían destacar su lenguaje ofensivo y despectivo: puede emplear insultos, palabras denigrantes y comentarios humillantes con el objetivo de intimidar y hacer sentir mal a su víctima. También suele hacer comentarios lascivos y degradantes, con un lenguaje obsceno y vulgar, que incomoda y molesta. Recurre a burlas y ridiculizaciones constantes, mofándose de la apariencia física, las habilidades o cualquier característica que puedan servir para menospreciar y avergonzar a la persona acosada.

Por otra parte, el acosador pelmazo tiende a repetir sus comentarios y actos de acoso de manera persistente con el objetivo de hostigar y generar malestar a su víctima. Asimismo, con su comportamiento invasivo, no respeta los límites personales e ignora sus deseos de detener el acoso y continúa con su comportamiento sin importarle el malestar que pueda causar. Por último, el acosador pelmazo puede recurrir a la manipulación y al chantaje emocional ante las negativas o resistencia de su víctima.

1.5. El zumbido de la mosca mortífera

Referirse hoy a una mosca que pueda causar la muerte puede sorprender (aunque podrían confundirse mosca y mosquito); sin embargo, el «Enxiemplo de las propiedades de las moscas» (Chériton 2022, 140-141) advierte en tono didáctico: «Debedes saber que son muchas maneras [o clases] de moscas: hay unas moscas que fieren muy mal e son muy acuciosas por facer mal, e otras que ensucian». Y el «Enxiemplo del hereje con la mosca» nos presenta un caso de esas moscas malignas. La acción se sitúa en Tolosa (Languedoc), una de las diócesis de los albigenses o cátaros. La doctrina albigense defendía la «la dualidad creadora (Dios y Satanás) y el rechazo del mundo material, considerado como obra del segundo y, por lo tanto, demoniaco», en palabas de Arbesú (2022, 129). Pues bien, un predicador albigense afirmaba «que no podía ser Dios tan noble e tan verdadero que fiziese tan laxosa [sucio] animalia como la mosca». En ese momento, «vino una mosca con grande roido para lo ferir en el rostro. E él defendiose con la mano d’ella. E ella passose del otro cabo e asentose en el rostro». Y así sigue, de un lado de la cara al otro, hasta que «lo hubo ella de morder en tal manera que cayó él en tierra amortecido». Por tanto, la mosca es aquí un instrumento justiciero divino: «Así la mosca probó muy bien que Dios la fiziera» (Chériton 2022, 129-130). Tal suceso remite al Eclesiástico (39, 21): «No vale decir: “¿Para qué sirve esto?”, pues cada cosa tiene asignada su función; no vale decir: “Esto es peor que aquello”, porque cada cosa vale en su momento»[3].

1.6. Sonidos de falsa alarma

Un sonido alarmante puede resultar engañoso si lo emite un ser inofensivo, y ello se comprobará con la intervención de la vista. Tal caso lo presenta Esopo en «El león y la rana»: «Un león que oyó croar una rana, se dio la vuelta hacia el ruido creyendo que era un animal enorme. Y luego de esperar un poco, cuando la vio salir de la charca, yendo hacia ella la pisoteó mientras decía: “Que a nadie le asuste el oído antes que la vista”»[4]. Moraleja: «La fábula es oportuna para el charlatán, incapaz de nada más [que hablar]” (Esopo 1978, 104).

Samaniego, en «El león y la rana», según Sotelo (1997, 309), muestra su especial maestría para «crear atmósfera, dosificar la intriga e intensificar la acción para contrastar con el desenlace». Claro que el título puede contribuir a desvelar el misterio desde el principio, e impedirá que el lector se apropie del punto de vista del león; mientras que, sin un título tan explícito, el lector aceptaría sumergirse en el ambiente inquietante de «una lóbrega noche silenciosa», cuando el león «por una selva, oyó una voz ruidosa, / que, con tono molesto y continuado, / llamaba la atención y aun el cuidado [la precaución] / del reinante animal [el león], que no sabía / de qué bestia feroz quizá saldría / aquella voz que tanto más sonaba / cuanto más en silencio todo estaba». Y la intriga se prolongará, durante toda aquella «noche oscura», sin conseguir localizar al emisor de tal sonido, «hasta que pudo ver, ¡oh qué sorpresa!, / que sale de un estanque, a la mañana, / la tal bestia feroz, que era una rana» (Samaniego 1997, 309).

Sin embargo, la moraleja no se refiere a posibles sorpresas en la selva, sino que, en la misma línea de Esopo, previene contra los manipuladores: «Llamará la atención de mucha gente / el charlatán con su manía loca; / mas ¿qué logra si, al fin, verá el prudente / que no es sino una Rana, todo boca?» (Samaniego 1997, 310).

1.7. El reclamo, inofensivo pero fatal

Entre las técnicas de la caza está el engaño del reclamo: «El páxaro o ave doméstica y enseñada para que con su canto atraiga otras de su especie. Se toma también por el instrumento, para llamar las aves, imitando su voz»[5]. Sin embargo, el reclamo es inofensivo (por ejemplo, una perdiz), y está al servicio del verdadero depredador (el cazador), que aguarda en segundo plano para beneficiarse del efecto del reclamo. De manera similar, el asno se presta a servir de reclamo para el león en una fábula que retoman diversos autores.

A) En «El león y el asno cazando juntos» de Esopo (1978, 108), ambos animales se alían para una caza. «Llegados a una cueva en la que había cabras montesas, el león se puso ante la entrada para acechar a las que salieran; el asno, como reclamo, entró y se puso a dar saltos y rebuznar para asustarlas. Y el león dijo: “Pues ten bien seguro que yo mismo habría sentido miedo, de no saber que eras un asno”». La moraleja nos sorprende pues ataca a los fanfarrones y su actitud ridícula: «Los que fanfarronean delante de quienes les conocen se prestan, naturalmente, al ridículo». Es cierto que el asno personifica tradicionalmente la «jactancia ridícula», como apunta Sotelo (1997, 67); sin embargo, en la sintética fábula de Esopo, el asno no se envanece por su actuación, sino que es el león quien le alaba, aunque quizás en el fondo haya una burla irónica del vanidoso.

B) En «El león cazando con el asno», La Fontaine ampliará la sintética narración de Esopo, a fin de que resulte más rica y coherente para un lector moderno. Así, el león prepara el escenario para el asno-reclamo: «Cubriole el león de ramas, apostándole en buen sitio, y le ordenó rebuznar con fuerza, muy convencido de que, al oír el ruido, la tropa de las bestias, no acostumbrada a la borrasca de su voz, huirían, intimidadas, de sus guaridas». Y así fue: «Retumbó el aire con un fragor horrible, apoderóse el espanto de los habitantes del bosque, huían todos y todos caían en la emboscada donde aguardaba el león» (La Fontaine 1998, 44-45).

Ante los exitosos resultados, el asno, satisfecho, «atribuyéndose la gloria del combate», le pide la opinión al león: «Sí, a fe mía –repuso el León con burla–, tan valiente has gritado que, si no te conociera a ti y a tu casta, yo mismo me hubiera asustado». Y sigue con la crítica a la cobardía del asno ante el león: «El asno, de haberse atrevido, se hubiera encolerizado, aun cuando con razón de él se burlaban, pues ¿quién podría sufrir a un asno fanfarrón? ¡Eso no va con su destino [su carácter]!» (La Fontaine 1998, 44-45).

C) Por su parte, en «El león y el asno cazando», Samaniego (1997, 266-267) presenta así la acción: «Cuando al son del rebuzno destemplado, / que los montes y valles repetían, / a su selvoso albergue se volvían / precipitadamente / las fieras enemigas, juntamente; / y, en su cobarde huida, / en las garras del León pierden la vida». Viendo tal carnicería, exclamó el asno: «Pardiez, si llego más temprano, / a ningún muerto dejo hueso sano». La reacción del león no será verbal: «A tal fanfarronada, / soltó el Rey una grande carcajada». Corresponderá al lector interpretar el valor de tal carcajada.

La moraleja de Samaniego (1997, 267) se mete en los terrenos de los conflictos entre las regiones españolas: «Y es que jamás convino / hacer, del andaluz, un vizcaíno». Recodemos que Samaniego era vasco, y su enemigo Iriarte, canario.

Pero volvamos al asno (tradicionalmente símbolo de la vanidad) para presentar los rasgos lingüísticos del vanidoso. Su tendencia es a utilizar en exceso pronombres de primera persona, (yo, mí, me…), centrando la conversación en sí mismo y resaltando constantemente sus logros, cualidades y atributos. Además, para realzar su imagen y destacar su importancia, el vanidoso suele emplear superlativos y exageraciones en su discurso con el objetivo de resaltar su superioridad: «el mejor», «el más inteligente», «el más talentoso»…

En todo ello es evidente su constante necesidad de ser objeto de admiración y reconocimiento por parte de los demás. Por lo tanto, tratará de captar la atención de su interlocutor y enfocará la conversación en aspectos que le permitan recibir elogios y halagos. Además, tiende a acaparar la conversación, mostrando poca disposición para escuchar a los demás. Su objetivo principal es hablar de sí mismo y recibir atención, por lo que interrumpe, desvía el tema hacia su persona y evita ceder el turno de palabra.

En su forma de hablar, el vanidoso puede ser presuntuoso y arrogante. Suele utilizar un tono de voz condescendiente y emplear expresiones que demuestren superioridad, menospreciando a los demás o subestimando sus logros. Además, no muestra verdadero interés por las opiniones o experiencias de los demás.

1.8. El comportamiento del cínico

En «El Reclamo y la Perdiz», A. E. Ollero (1878, 166-167) nos presenta, en una décima, el cínico discurso del Reclamo antes los fatales efectos de su embaucadora actuación: «Al Reclamo que escuchó, / vino, incauta, una Perdiz; / y en el momento, ¡infeliz!, / muerta de un tiro quedó. / “Tonta –dijo aquel–; soy yo… / ¡Cómo la ficción engaña! / Fingí su canto con maña, / y vedla muerta a mis pies”. / A la virtud, así es como el hipócrita daña».

El mismo autor, en el «El Abejorro»[6], fábula mínima, nos presenta el cinismo de acosadores y pelmazos: «“Yo –dijo un Abejorro– / nunca molesto”, / cuando precisamente / lo estaba haciendo. / ¡Ay, cuántos andan / de esta especie de bichos / por nuestras casas» (Ollero 1878, 169-70).

El cínico, entre otras características, usa la ironía y el sarcasmo, que, en lugar de ser tomados literalmente, transmiten un mensaje crítico o mordaz sobre la realidad y las normas establecidas. Su objetivo suele ser la desmitificación y el desenmascaramiento de las falsedades e hipocresías presentes en la sociedad. Con exageraciones y parodias, ridiculiza a la sociedad o a las personas, buscando generar reflexión y despertar conciencias.

Sin embargo, esta clase de cínico a gran escala, de amplio alcance social, es muy diferente al tipo que reflejan las dos fábulas vistas: un cínico a pequeña escala, cuyo objetivo es la satisfacción personal de pavonearse a ante sus víctimas sin importarle si ofende o hiere susceptibilidades.

1.9. Percepción visual engañosa de peligro

El vestido, cuya significación puede mantenerse a lo largo del tiempo (no la moda, que es caduca y variable), también puede resultar engañoso. Apuntan Volli (2008, 58): «Que la ropa pueda significar y tal vez hasta mentir es, en efecto, un concepto tan común que aparece definido hasta en la sabiduría de los proverbios. ¿No se dice que “el hábito no hace al monje”? No lo hace, sino que lo significa y lo comunica sin duda y, en consecuencia, lo vuelve semiótico [señal], eventualmente en forma no verídica».

Si un asno se disfraza de león, su apariencia peligrosa provocará la huida de humanos y animales, pero el engaño puede desmontarlo también la misma vista (las largas orejas que sobresalen, por ejemplo) o el oído (un rebuzno accidental). La fábula sobre el asno disfrazado tiene abundantes versiones y diversas formas de fustigar la apariencia engañosa y la vanidad humana. Comenzaremos por Esopo y finalizaremos con fabulistas del siglo xix.

A) La versión más sintética, «El burro disfrazado de león», es de Esopo (1978, 125) y dice: «Un burro, que se puso una piel de león, andaba dando vueltas asustando a los animales irracionales. Viendo a una zorra intentó también meterle miedo. Pero ella, que, casualmente había oído su voz antes, le dijo: “Sábe[te] bien que también yo me habría asustado si no te hubiera oído rebuznar”». La moraleja se refiere a los que, con sus trucos verbales, intentan disimular o esconder su ausencia de conocimientos: «Así, algunos iletrados, que por sus humos parecen ser alguien, quedan al descubierto por su verborrea». En esta versión, desarrollada en ambiente exclusivamente animal, quien descubre el engaño es una zorra (la astucia) y lo hace por el sentido del oído.

B) La versión de Babrio «El burro y la piel de león» (en Esopo 1978, 379) varía en el modo de descubrir la impostura: «Sopló el viento, se le cayó la piel de la espalda y se vio que era un asno». Al final, aparece un ser humano: «Y entonces le dijo alguien [a la vez que le golpeaba con un palo]: “Asno naciste, [no te hagas el león]”». Esta última frase bien podría servir como fórmula paremiológica (refrán).

C) «El asno y el cuero de león», la versión del Ysopete (Esopo 1989, 86-87), es mucho más extensa, y también en ella es un ser humano quien reconoce al asno por el sentido de la vista. La fábula comienza con la moraleja (premitio), y sigue la acción en los tres momentos: el asno se viste la piel de león, el pánico generalizado y el descubrimiento del engaño: «El aldeano que lo había perdido, cuyo era el asno, por casualidad pasó por aquel monte, donde lo halló así vestido con la piel de león y lo tomó por las orejas luengas, las cuales no podía cubrir [la piel del león], y dándole de palos cruelmente, le desnudó la piel de león, diciéndole: “Ligeramente [fácilmente], a estos que no te conocen pavoreces [asustas] y espantas tú. Mas a los que te conocieron no puedes tú espantar porque, como fuiste y eres, quedarás por asno; y vístete de las ropas y vestidos de tu padre, y no codicies las honras ajenas que no pertenecen a ti, para que no seas menospreciado cuando te las quiten, aunque de ellas te pensaras indebidamente honrar”».

En la moraleja final, el atuendo engañoso de quienes no visten según su clase social (contra los códigos vestuarios de su época), pasa a segundo lugar, y se centra en los que usurpan los méritos ajenos, por lo que puede sufrir el ridículo y el desprecio al ser descubierta su impostura: «Cualquiera debe ayudarse de sus cosas propias y no usurpar las ajenas para que no se vea iluso [burlado] y escarnecido cuando sean quitadas de él las cosas ajenas que presuntamente [con vanagloria] y como no le convenía usurpó y tomó» (Esopo 1989, 86).

Esta moraleja nos remite a «El grajo y los pájaros», de Esopo (1978, 87-88), fábula donde Zeus, mediante concurso, quiere nombrar al rey de los pájaros. El grajo, «consciente de su propia fealdad», va recogiendo las plumas caídas de otras aves y colocándoselas como si fueran las suyas. El día de la elección, el grajo está a punto de llevarse el premio; sin embargo, «los pájaros, irritados, rodearon al grajo y cada uno le quitó la pluma que era suya. Y así sucedió que el grajo, despojado, volvió a ser grajo». La moraleja aquí tiene tintes económicos: «Los hombres que tienen deudas, mientras disponen del dinero ajeno, parecen ser alguien; mas, cuando lo devuelven, se encuentran con que son los mismos que al principio».

Por su parte, la versión de Babrio, «Adornarse con plumas ajena» (en Esopo 1978, 340-342), tiene un estilo más elaborado, y su moraleja es más personal: «Hijo, adórnate con tus propios adornos [méritos], porque, si te engalanas con los de los otros, te verás privado de ellos».

D) En el «Enxiemplo de lo que acaeció a los hombres con los asnos» (Chériton 2022, 169-170), ya no se trata de un único asno, sino de una caravana completa que, un día, se encuentra a un león en el camino, lo que provoca una huida general de amos y asnos. «E los asnos pensaron, entre sí mesmos, que pues los hombres habían miedo de los leones, que tomasen ellos pieles de leones que las vistiesen, e luego habrían miedo los hombres d’ellos. E ficiéronlo ansí». Al principio, todos los que los veían huían despavoridos creyendo que eran verdaderos leones; pero, con la euforia, «los asnos començaron a bramar, e los hombres asecharon e dixeron: “Estas voces, de asnos son, más que de leones, e [a]lleguémosnos e veremos qué son”. E llegaron tanto fasta que los vieron las colas e los pies [de asnos]». Y terminó todo con la acostumbrada y humillante paliza: «Los tomaron e diéronles muchos palos».

Esta fábula, en la habitual línea clerical de El libro de los gatos, remite a quienes entran en la orden de San Benito «por estar más viciosos [descuidados] e porque les honren los hombres, que non por servir a Dios», y que «a veces, echan bramidos de asnos (que se entienden cuando fablan de luxuria e de otros vicios). Estonce podemos decir: “La tu palabra te faz manifiesto [te delata]” (Mateo 26: 73)». Y concluye: «Estos son asnos del diablo, mas non monjes». La moraleja, otra vez, nos remite a la palabra, que delata la verdadera condición de cada cual.

De igual modo, nos lo muestra también «El Asno cantante», de Alfonso E. Ollero (1878, 174), en una seguidilla compuesta: «Cantar un Asno quiso / coplas de gusto; / va a la escena y principia / dando un rebuzno. / El que es un asno, / en cuanto abre la boca, / lo dice claro». El dieciochesco Diccionario de Autoridades (en línea) ya apuntaba, sobre rebuznar, que «se toma festivamente por cantar mal».

E) «El asno disfrazado con la piel de león», de La Fontaine (1998, 93), comienza así: «Disfrazado el asno con la piel de león, sembraba el terror en cien leguas a la redonda. Y, así, este animal sin coraje hacía temblar de pavor a todo el mundo». Sin embargo, el molinero descubre el engaño al verle una oreja y, «agarrando un palo, asombró a quienes no conocían la trampa ni la malicia, viendo al rústico [molinero] correr [arrear] al león a palos hacia su molino» (donde prestaba sus servicios). La moraleja se centra en la apariencia económica engañosa: «Muchas gentes hay de tronío para las cuales es familiar este cuento: arreos de caballero y espada al cinto forman los dos tercios de su prestancia[7]». Además, se dirige, lógicamente, al público francés: «Hay mucha gente en Francia, / que bien se pueden aplicar el cuento. / Su imponente arrogancia / es todo lo que tienen de sustento» (versificación de Rodríguez López-Vázquez 2016, 315).

F) Aunque, según Sotelo, el asno vestido de león tiene antecedentes en la literatura española medieval y en la picaresca, Samaniego, influido por La Fontaine, inicia su «El asno vestido de León» así: «Un asno disfrazado / con una grande piel de león andaba; / por su terrible aspecto, casi estaba / desierto el bosque, solitario el prado». El molinero descubre el engaño al verle «la punta de una oreja», y «armado, entonces, de un garrote fiero, / dale de palos, llévalo a su casa. / Divúlgase al contorno lo que pasa; / llegan todos a ver, en el instante / al que habían temido [como] León reinante;/ y, haciendo mofa de su idea necia, / quien más le respetó, más le desprecia» (Samaniego 1997, 329-330). El humillante ridículo que produce la impostura desenmascarada fue sin duda un temor en muchos hidalgos españoles, obsesionados con las apariencias.

Samaniego aplica la moraleja a la precaria realidad social española y al culto a la apariencia, personificada en un emblemático Pedro Fernández: «Desde que oí, del Asno, contar esto, / dos ochavos apuesto, / si es que Pedro Fernández no se deja / de andar con el disfraz de caballero / a vueltas del vestido y el sombrero, / que le han de ver la punta de la oreja».

Sotelo (1997, nota p. 329) apunta que «la moraleja (aparentar lo que no se es) no recuerda el sentido literario que Samaniego le atribuye [a esta fábula] en sus Observaciones…». Y nos cita este texto de Samaniego: «Cuando remanece [aparece] algún mal escritor, que reviste su libro de todo aquel fasto tipográfico, y de aquella especie de lujo que sólo corresponde a las obras inmortales, ¿no se nos recuerda inmediatamente el burro vestido con la piel de león? Pero, a pesar de la brillantez de su traje, asómase la puntita de la oreja, y cate Vmd. [vuestra merced] a nuestro asno descubierto».

Tal aplicación (que no se hará pública en vida de Samaniego) invadía el campo literario de su enemigo Iriarte, que toca el mismo tema en sus Fábulas literarias, con la moraleja de que «no se han de apreciar los libros por su bulto ni por su tamaño». Así, «Los dos tordos» (Iriarte 1980, 117-118) nos presenta al Tordo, «abuelo, lleno de años y prudencia», que invita a su «nietezuelo, mozo de poca experiencia» a una viña para que se dé un buen banquete. Sin embargo, el nieto se muestra irónico ante las uvas, demasiado pequeña para su gusto, e invita al abuelo a una huerta donde la fruta es de mayor tamaño: «“¡Qué fruta! ¡Qué gorda está! / ¿No tiene excelente traza?...”. / ¿Y qué era? Una calabaza…». Muy grande, sí; pero sin la dulzura y jugosidad de las humildes uvas.

G) Sin embargo, la traducción de la fábula de La Fontaine «El Asno disfrazado con la piel de león» (2016, p. 312-315) no se ha correspondido siempre, en España, con la comentada arriba (La Fontaine 1998, 93); por el contrario, versiones hay que serían el arreglo de un traductor poco exigente e infiel al original francés, al que trató de hacer coherente y comprensible a un lector español.

Y es que la versión original está protagonizada por un perro llamado Martín (no por un ser humano), y es el can quien descubre el engaño y arrastra al falso león hacia el molino, de donde se había escapado; es decir, no se trata del molinero Martín, sino de un mastín. Este protagonismo del perro es coherente con el texto, donde no aparece molinero alguno, aunque sí los desengañados aldeanos asombrados ante el proceder del mastín. Rodríguez López-Vázquez (2016, 313) apunta en una nota: «La ilustración de J. Oudry (1768) para esta fábula, con un mastín mordiendo a un asno, deja claro que el nombre Martín está como eco de mâtin, es decir mastín».

H) En cuanto al traspaso de esta fábula al campo fraseológico, se produce un fenómeno curioso: en español, en vez de «ver las orejas al burro», se dice «ver las orejas al lobo» (conectando con la figura del lobo disfrazado de cordero). Y hay una diferencia importante: si ver las orejas al burro suponía siempre un alivio (desaparece la sensación de peligro), «ver las orejas al lobo» produce el efecto contrario: la alarma y la intranquilidad; por lo tanto, estamos ante la cara opuesta de la moneda.

En el contexto geográfico español, donde no hay leones, el lobo toma, pues, el protagonismo. Según el Diccionario de Autoridades, ver las orejas al lobo «significa hallarse en algún peligro, riesgo o trabajo, que le escarmienta». Por su parte, María Moliner (1984, 580) lo define así: «Darse por fin cuenta de la inminencia de un mal trance o un peligro al que antes no se prestaba atención».

Claro que previo al acto de ver las orejas está el hecho de asomar alguien la oreja, «descubrir su verdadera naturaleza o intenciones», o «descubrir/enseñar la oreja», según Moliner (1984, 580); y, según Varela y Kubarth (1994, 190), «dejar ver sus malas intenciones, traicionarse a sí mismo».

I) Y terminamos este agotador recorrido con el asno disfrazado de león, recalando en una última muestra de la vanidad asnal. J. Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), con su fábula «El cuadro del burro», nos traslada al ambiente dieciochesco español: «Pintó el insigne don Francisco Goya, / con tan rara verdad y valentía, / un burro de la casa en que vivía, / que el cuadro borrical era una joya». Y resultó que un adinerado inglés que lo vio («Míster no sé yo quién») se empeñó en comprárselo, aunque Goya no cedía a sus cuantiosas ofertas económicas. «Oyendo al fin, un día, / el asno vivo [no el pintado] discutir el trato / exclamó sollozando de alegría: / “¡Mil duros da un inglés por mi retrato! / Por el original, ¿qué no daría?”» (en Sainz de Robles 1964, 98).

2. La cadena de la fatalidad y la vanidad de toda victoria

En la naturaleza funciona lo que podría denominarse «cadena de la fatalidad», que, hace que cualquier victoria no sea definitiva, ya que el vencedor, a la postre, resultará derrotado ostentosa o silenciosamente, pero ya de forma definitiva. Es el final, en el que ya no cabe mentira ni disimulo, pues, a vencedores y a vencidos, se impone contundente la realidad de la muerte. También las fábulas se refieren a ella.

A) El mosquito y el león

«El león y el mosquito» de Esopo (1978, 153) comienza con el ataque verbal del mosquito al león, a quien reta a la pelea: «Ni te tengo miedo ni tampoco eres más fuerte que yo; y, si no, cuál es tu fuerza: ¿arañar con tus garras y morder con tus dientes? Esto también lo hace la mujer que se pelea con su marido. Yo, en cambio, soy más fuerte que tú. Si quieres, peleamos». Dicho y hecho: «Y, tocando su trompeta, el mosquito acometió picándole en la parte sin pelo del hocico, al lado de las narices. Entonces, el león, aturdido de dolor al rascarse con sus garras, se rindió». Pero este no es el final: «El mosquito, al vencer al león, tocó su trompeta entonando su canto de victoria y echó a volar. Entonces, se enredó en una tela de araña y, al ir a ser devorado, lamentaba que él, que hacía la guerra a los animales más grandes, perecería a manos de un bicho miserable: la araña».

En «El león y el mosquito», de La Fontaine (1998, 37-38), quien provoca verbalmente a la pelea no es el mosquito, sino el león: «¡Pobre insecto, excremento de la tierra, vete lejos de mí!». Entonces, el mosquito «le declaró la guerra: “¿Acaso crees que tu título de rey me asusta? Un buey es tan fuerte como tú, y hago con él lo que quiero”». Y el mosquito inicia el ataque simultaneando zumbidos y acción: «Apenas había terminado de soltar estas palabras cuando él mismo tocó a la carga, siendo el trompeta y el héroe al mismo tiempo». Y esta es su táctica: «Primero, se aleja; toma carrerilla y cae sobre el cuello del león enloqueciéndolo casi. El animal echa espumarajos; de sus ojos brotan chispas; ruge». Se produce una conmoción general: «En todo el contorno, las bestias se esconden, y esta alarma universal es obra del mosquito». El mosquito, «aborto de una mosca», continúa con sus ataques, y el león, en su defensa y contrataques inútiles al «invisible enemigo», cae, «al fin, agotado y vencido». Pero la victoria dura poco: «El insecto se retira del combate con gloria y, como antes tocara a la carga, toca ahora a victoria. Y yendo a anunciarla dondequiera, tropieza en el camino con la tela de una araña, encontrando también su fin en ella».

La moraleja interroga al lector: «¿Qué podemos aprender en este cuento? Dos cosas, según veo. Una es que, entre nuestros enemigos, a menudo son más peligrosos los más pequeños[8]. La otra, que uno que pudo escapar de los grandes peligros vino a perecer en un minúsculo tropiezo» (La Fontaine 1998, 38).

B) Moscas y arañas

Del ya citado «Enxiemplo de las propiedades de las moscas» (de El libro de los gatos), el tercer tipo simboliza al clero: «Otrosi hay otras maneras de clérigos que tienen muchas compañas, e muchos escuderos, e muchos caballeros; aquel es semejante a la mosca que face roído». Sin embargo, en medio de la ruidosa ostentación del prestigio del alto clero, «viene un gran viento que todo lo lleva. El gran viento es la hora de la muerte, que todo el estado e toda la forma destruye del hombre» (Chériton 2022, 141).

Similar es el «Enxiemplo del araña»: «El araña fila sus telas. E, urdida su tela, consúmese toda por tomar una mosca, e después que la ha tomada, viene un viento e lleva la tela e la araña e la mosca». La fábula se aplica a los clérigos que pasan penurias, pero que, para obtener beneficios, se incorporan a una corte, «e después viene la guerra e llévalo todo» (Chériton 2022, 139).

En «El Moscardón y la Araña», de Alfonso E. Ollero (1878, 188-189), la silenciosa araña aconseja al moscardón evitar su zumbido cuando va de caza, pues así espanta a la presa. Pero el Moscardón no hace caso, y se inicia la cadena: la mosca huye y cae en la telaraña, y «¡queda el Moscardón lucido! / siendo lo peor del caso / que, al oír tanto zumbido, / vino una escoba al ruido / y allí lo aplastó de paso»[9].

Y terminamos con una fábula atípica de ese mundo sin piedad que suele ser escenario de muchas fábulas. Se trata de «La Araña y la Mosca», del mismo Ollero, fábula brevísima (una seguidilla compuesta, de siete versos), donde, anticipándose a los hechos, una mosca manifiesta su compasión ante la inminente desgracia de la araña en cuya tela acaba de ser capturada, pero de la cual será liberada, oportunamente, por intervención de una escoba. Dice así: «A una Araña en su tela, / dijo la Mosca, / viendo que a auxiliarla / vino una escoba: / “Se compasiva, / porque todos tenemos / quien nos persiga”» (Ollero 1878, 48).

La mosca, que escapará por suerte, no se burla de la fracasada araña, sino que le advierte, a su enemiga mortal, de que, en esta vida, todos sufrimos por culpa de los enemigos y, en definitiva, la compasión es la postura más noble tanto en quien de momento triunfa como en quien sufre un fracaso.

En esta misma línea, ya la Vida de Esopo (Esopo 1978, 265) aconsejaba: «Pudiendo tener piedad, no vaciles; dala en abundancia, pues sabes que la fortuna no es perseverante». En una línea similar, esto mismo es lo que propone el humanismo cristiano.

3. A modo de cierre

El ser humano está expuesto a señales (acústicas, visuales y de diversos tipos), que percibe con las limitaciones inherentes a su fisiología y características anatómicas, que pueden distorsionar la información recibida y llevarlo a ilusiones y errores perceptivos. Además, los seres humanos, con sus engañosas argucias, intenta aprovecharse de la vulnerabilidad y debilidades de sus congéneres. Pero los engaños no solo vienen de fuera, la propia vanidad y desmedida autoestima del ser humano le impulsan a engañarse a sí mismo y a simular ante los otros, aun a riesgo de caer en el ridículo tras ser desenmascaradas sus tretas.

El rico mundo de las fábulas ha desempeñado un papel importante a lo largo de la historia como herramienta educativa para transmitir conocimientos y lecciones morales, aunque este género literario hoy no esté muy de moda.

Las nuevas tecnologías ofrecen nuevas armas y refinamientos a la manipulación, y hoy la peor mentira se presenta, eufemísticamente, como «realidad alternativa». Aunque intuimos que, en el fondo, sus objetivos son los mismo, las cosas han cambiado demasiado y resulta inquietante imaginar adónde acabarán llevándonos los mentirosos y los manipuladores.




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Crédito de las ilustraciones

Nº1 (El sobre, de Panteléiv. Moscú: Progreso, 1979, p. 3)

Nº 2 (El fisiólogo, de san Epifanio. Madrid: Tuero 1986, cubierta y p. 105)

Nº 4 (La rana viajera, de V. Garshin, Moscú: Malish, 1987, p. 1)

Nº 5, 6 y 12 (Qué gata se imgina, de Serguei Mijalkov. Kiev: Veselka, 1987, pp. 13, 6 y 16)

Nº 8 (Cock-The-Roach, de Kornei Chukovski. Moscú: Raduga 1989, p. 17)

Nº 9 (Fábulas, de I. A. Krylov. Moscú: Dietskaya Literatura 1978, p. 62)

Nº 10 (La mosca Sisesum, de K. Chukowski, Madrid-Barcelona: Estrella, 1938, p. 6)

Nº 11 (El sueño del molinero, de Liana Daskalova. Moscú: Dietskaya Literatura 1990, p. 39)




NOTAS

[1] «“Que a nadie le asuste el oído…”: fábulas sobre señales de peligro y farsantes (1)» se publicó en Revista de Folklore, 498 (agosto 2023), pp. 73-82.

[2] Del Estigio, rio del más allá de los clásicos.

[3]Nueva Biblia española. Traducción de L. Alonso Schökel y J. Mateos. Madrid: Ed. Cristiandad 1990.

[4] Sven Hassel (Batallón de castigo, Barcelona: Plaza y Janés 1964, p. 98) cuenta que, en la Rusia soviética de la Segunda Guerra Mundial, la palabra saboteador «tenía un significado muy amplio, desde el muchacho que entra en un cine sin pagar, hasta el ministro o general al que ahorcan por alta traición». Pues bien, un batallón nazi (muy heterogéneo y disfrazado con uniformes rusos) se infiltra en la zona rusa; y un soldado bisoño, que sigue su rastro, pregunta a un oficial, veterano, cómo puede identificar a un saboteador nazi para darse el gusto de matarlo. Respuesta: «Cuando veas a los fascistas, estarás ya muerto, ¿entiendes? Se dispara contra un fascista cuando se le oye, no cuando se le ve». ¿Leyes de la guerra?

[5] A partir de aquí nos referiremos al Diccionario de autoridades con la abreviatura: «Dic. Autorid. (en línea)».

[6] «ABEJORRO, ò Abejarrón. s. m. Especie de mosca grande, ò abejón, que vuela con mucho ruido, y anida en la madera vieja», Dic. Autorid. (en línea).

[7] La palabra prestancia aquí se emplea con el valor de ‘excelencia’. «EXCELENCIA. s. f. Perfección, grandeza y calidad que constituye y hace digna de singular aprecio y estimación alguna cosa», Dic. Autorid. (en línea).

[8] «El ratón y el toro», de Babrio (Esopo 1978, 365) plantea una situación parecida, pero su final no es la fatal tela de araña, sino las palabras del ratoncito: «No siempre el grande es el poderoso. A veces, es una ventaja el ser pequeño y humilde». También «La mosca y el calvo», de Samaniego, trata sobre la violencia del débil contra el más fuerte.

[9] Esta misma incoherencia espantar a la propia presa ya estaba en la fábula de Campoamor «El galgo y el podenco» (1842), en que ambos canes van tras una libre, y el galgo increpa al «ladrador podenco»: «Calla y no ladres tanto, mala raza, / que maldito sea yo si sirves de algo. / ¿A qué venimos –prosiguió– de caza / si, en saliendo, la espantas, mal hidalgo?» (en Sainz de Robles 1964, 126). Sin embargo, esta fábula carece de un final fatal.



«Que a nadie le asuste el oído…»: fábulas sobre señales de peligro y farsantes (y II)

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel / SEVILLA-VALLEJO, Santiago

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 499.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz