Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
«Que a nadie le asuste el oído antes que la vista», dice el león en una fábula clásica de Esopo (1997, 309), que advierte sobre los posibles engaños de lo percibido por los oídos, sin intervención de la vista. Siglos después, el escritor barroco Diego Saavedra Fajardo insistirá: «El examen de las orejas [de]pende de otro; el de los ojos, de sí mismo. Aquellos [los oídos] pueden ser engañados, y estos [los ojos] no» (Saavedra 1988, 358). Hay que complementar unos sentidos con otros.
Con respecto a los peligros, hay que distinguir dos tipos: los físicos (agresiones, incluida la muerte) y los perjuicios o desventajas, que podían afectar a un individuo o a grupo social más o menos definido. De todas formas, las fábulas, con su simbología animal, no son un manual de supervivencia en los peligros de ambientes salvajes, sino metáforas de la sociedad humana y sus luchas internas.
I. Apunte sobre psicología de la percepción
En el contacto con la realidad externa parece ineludible contraponer y complementar las percepciones del oído con las de la vista. Así, hay que contrastar los ruidosos ladridos de un perro (oído) con su tamaño y la distancia que nos separa (vista); pero también la piel de un león (vista), disfraz del burro, con un involuntario y delator rebuzno (oído).
Sin embargo, nuestras percepciones no siempre son precisas y objetivas. Tanto las características anatómicas de nuestros sentidos como los engaños intencionados de las personas del entorno pueden llevarnos a conclusiones erróneas.
En cuanto a esas limitaciones anatómicas de la percepción, observa Ramachandran (2011) que las posibilidades de nuestro sistema neuronal nos llevan, con frecuencia, a ilusiones y errores perceptivos, especialmente en situaciones de cansancio, falta de referentes para completar la percepción o por insuficiente o excesiva estimulación. Asimismo, Eagleman (2011) observa cómo el cerebro llena los vacíos de información y el riesgo de conducirnos a un error.
Volviendo a los sonidos, estos tienen la capacidad de influir en nuestras emociones, comunicarnos mensajes y proporcionarnos informaciones; sin embargo, también pueden ser utilizados para engañar y distorsionar nuestra percepción de la realidad. Autores como Moore (2012) y Yost y Belin (2010) han estudiado los factores que provocan las ilusiones auditivas.
Por otro lado, ternemos los engaños que los seres humanos se tienden unos a otros, estudiados, en la reciente bibliografía científica, concretándose en las técnicas con que ciertos individuos influyen en sujetos concretos y cómo, a través de ellas, pueden explotar las debilidades de la percepción humana. Para ello, son importantes factores la reciprocidad, la autoridad y el compromiso (Cialdini, 2008). En cuanto a los métodos por los que ciertos grupos influyen en la sociedad, hay que tener en cuenta la metacognición y la autorregulación del colectivo al que se dirige (Barton y Bakes, 2016).
Pero volvamos a la cultura popular, que –a través de fábulas, cuentos y refranes– transmite, de forma intuitiva o explícita, la experiencia del engaño de los sentidos y de los congéneres, experiencia acumulada y arrastrada desde lejanas épocas.
II. La fábula y los fabulistas
Quizás podría definirse la fábula con una fórmula que conjuga tres componentes: conocimiento y experiencia acumulados, exposición simbólica y enseñanza adaptada al contexto del receptor, que puede traducirse en crítica de conductas, en advertencias a posibles víctimas o en ambas.
El rico mundo de la fábula, desde las lejanas épocas, ha acumulado conocimientos sobre el ser y los comportamientos de la condición humana, común en todas las culturas y épocas.
La vida en grupo abunda en situaciones y problemas que la fábula, en palabras de Sotelo (1997,65), pueden concretarse en la oposición de caracteres como «inteligencia-torpeza, audacia-cobardía, bondad-maldad, etc.». Esta táctica del contraste es muy ilustrativa y se materializa en un patrón en que interactúan el victimario y su potencial víctima.
Por otra parte, existe una casi habitual sustitución de los protagonistas humanos por animales (personificación), que los representan o sugieren metafóricamente. Por último, llega la conclusión que es un consejo que suele estar determinado por el contexto socio-histórico del fabulista, por sus propios gustos, por su ideología o por las limitaciones de los poderes (la censura).
A) En este nuestro trabajo, tomaremos ejemplos de diversas épocas, comenzando por los fabulistas clásicos: Esopo (s. viii-vii a. C.), Fedro (s. i) y Babrio (siglo ii o iii), cuyas obras se prolongan en el popularmente llamado Ysopete. En palabras de Jesús Majada Neila (1989, 5), La vida del Ysopet con sus fábulas historiadas (se editó en Zaragoza en 1489) es «el libro más impreso y probablemente más leído de las letras españolas durante tres siglos». Paradójicamente, en la actualidad solo se conserva un ejemplar en la Biblioteca de El Escorial. En palabras de Majada Neila, «durante la Edad Media fue muy conocida una colección latina que un tal Rómulo recogió para su hijo, colección que sirvió como base para todos los Ysopetes que, a finales del siglo xv, se imprimieron en las principales lenguas europeas».
B) De la época propiamente medieval, tendremos en cuenta El libro de los gatos, que, en palabras de Arbesú (2022, 13-14), es «una traducción parcial de las Narraciones o Fábulas de Odo de Chériton (ca. 1185-1247), predicador inglés que visitó España entre 1220 y 1232, y que ejerció como profesor de Teología en las universidades de Palencia y Salamanca». Esta época fue muy fructífera para el teólogo inglés, ya que sus fábulas se produjeron en torno a las citadas universidades. Por tanto, tal libro está vinculado especialmente a Castilla-León, además de que uno de sus manuscritos se conserva en la Real Chancillería de Valladolid.
El libro de los gatos «es una colección de fábulas y ejemplos de inspiración clásica que, combinados con material bíblico, se utilizaron para denunciar la conducta pecaminosa de la sociedad del momento»; además, parece haberse hecho «con la mirada puesta en la predicación», y no solo «se ensaña con el estamento religioso (monjes, abades, obispos)», sino también con los nobles, y, «en definitiva, con todos aquellos que pecan de vanidad, lujuria, pereza o avaricia». en palabras de Arbesú (2022, 13). Su título ha sido muy debatido, aunque parece ya consensuado el de El libro de los gatos, así como que «los gatos son las personas falsas e hipócritas que, aparentando ser buenas, se revelan en realidad como mezquinas y corruptas» (Arbesú 2022, 13). Finalmente, debemos advertir que hemos modernizado la ortografía de las citas para facilitar a nuestros lectores la comprensión de un texto que ya –por su léxico, sintaxis y estilo– resultará extraña para muchos lectores.
C) Ya en el siglo xviii, la fábula, tradicionalmente didáctica, gozará de un general aprecio y abundante cultivo «como género pragmático y de instrucción pública», en palabras de Sotelo (1997, 53). Y es entonces cuando «los escritores se sienten fascinados por los problemas de conducta moral, y cuando la teoría literaria apoya y define la función didáctica del arte»; sin embargo, «el género decaerá cuando el público empiece a perder interés por las normas de conducta social y por los tipos sociales en cuanto desviados de esas mismas normas» (Sotelo 1997, 53).
En nuestro siglo xviii, el popular fabulista Samaniego (1745-1801) tiene reconocido influjo del francés La Fontaine. Según Menéndez Pelayo, existen varios motivos para ello: «Por la general influencia de lo francés en su región natal […], por su primera educación en Francia, por el conocimiento del idioma del país vecino, La Fontaine se convierte en su guía y mentor» (tomado de Sotelo 1997, 69). Aunque también tendrá influencia de escritores españoles del xvi y xvii, o del fabulista inglés Gay, además de los citados autores greco-latinos.
Sotelo (1997, 72) apunta que «se ha abusado en gran medida al señalar al fabulista francés como modelo inmediato y casi constante de nuestro autor»; y lo atribuye a «la insistencia con que los manuales de historia literaria al uso han reiterado el general afrancesamiento de la literatura del xviii». Un influjo muy visible, aunque no tan trascendental es la imitación de los títulos, con frecuencia traducciones fieles de los de La Fontaine.
D) Por último, ya en el siglo xix, recurriremos especialmente al casi desconocido fabulista Alfonso Enrique Ollero, autor de Fábulas morales (1878), para niñas, niños y jóvenes, aunque algunas rebasan cualquier etapa, además de estar dedicadas algunas a adultos. Asimismo, algunas de sus fábulas son especialmente breves, como las compuestas por una sola estrofa (décimas y seguidillas compuestas, estrofa ésta muy poco utilizada).
Y, antes de meternos con la parte esencial de este trabajo, debemos advertir de que el tema de las señales de peligro los desarrollaremos en cuatro apartados: «El cascabel como alarma», «El cascabel como adorno» (ambos, sonidos artificiales, de artilugios de creación humana), «Los sonidos naturales del peligro» y, por último, «La cadena de la fatalidad o la vanidad de las victorias».
1. El cascabel como alarma
A partir del cascabel, creado para emitir señales acústicas y artilugios similares (cencerros, esquilas, campanas, etc.), veremos algunas fábulas destacando sus aplicaciones simbólicas y morales.
1.1. «Enxiemplo de los mures con el gato», de Odo de Chériton
La fábula así titulada, y recogida en El libro de los gatos, comienza directamente con la reunión de los ratones en concejo para ver la forma «cómo se podrían guardar del gato». En tal ocasión, el «más cuerdo que los otros» dijo: «Atemos una esquila al pescueço del gato, e poder nos hemos [podremos] muy bien guardar del gato, que, cuando él passare, de un cabo a otro, siempre oiremos la esquila». A todos les pareció buena propuesta, y dijo uno: «Verdad es; mas ¿quién atará la esquila al pescueço del gato?» (Chériton 2022, 253). El caso es que, al final, nadie se responsabilizó de tal hazaña.
La fábula se aplica, aquí, al mundo eclesiástico, a «los clérigos o monjes que se levantan contra sus perlados, o otros contra sus obispos diciendo “¡Pluguiese a Dios que hoviesse [re]tirádolo e que hoviésemos otro u otro Abad! ¡Eso placería a todos!”. Mas al cabo dizen: “Quien lo acusase perderá la dignidad [eclesiástica] o fallarse ha [se hallará] mal dende”». La consecuencia es obvia: «Ansí que los menores dexan vevir a los mayores más por miedo que non por amor» (Chériton 2022, 254).
La fábula simboliza el peligro de quien se arriesga a poner en práctica, por el bien común, una actuación consensuada; el riesgo sería la exclusión del grupo (una especie de muerte social), por lo que nadie se arriesga.
En la actualidad está de moda hablar del descarte (palabra quizás difundida en España por los argentinos). Stive Pinker, profesor de Harvard, reflexiona sobre la práctica del descarte académico de quien aborda un tema tabú o muy polémico; sin embargo, Pinker considera que «el único método para acercarnos a la verdad es exponiendo ideas y evaluándolas. Si censuramos ciertas ideas, estamos garantizando el error» (Argudo 2022: 36). En otras palabras, resulta saludable, académica y socialmente, exponerse y razonar cualquier idea, y no descartarla, sin más, a ella o a quien la propone y trata con argumentos válidos.
1.2. Versiones de La Fontaine y Samaniego
La fábula del cascabel, La Fontaine (1998, 33) la titula «La junta de los ratones» o «La asamblea de las ratas» («Conseil tenu par les rats»). La Fontaine comienza refiriéndose a la matanza que produce el gato Rodilardo, caracterizado por su ferocidad y pericia: «Un gato al que llamaban Rodilardo / causaba entre las ratas tanto estrago / que, en todo el vecindario, / no se veían ratas ni en pintura / de tantas que aquel gato mandó a la sepultura» (versión rimada de Rodríguez López-Vázquez 2016, 113).
Sigue con la contextualización de la asamblea: «Una noche que Rodilardo partió hacia los tejados en busca de su dama; y, mientras con esta se entregaba, descuidado, a la orgía, los ratones tuvieron junta, en un rincón, sobre su necesidad urgente» (La Fontaine 1998, 33). En la asamblea, todos están de acuerdo con la solución del cascabel, aunque, al final, todos se excusan y nadie se hará cargo de ello.
Como nuestro Samaniego, en «El congreso de los ratones», sigue en general la ruta marcada por La Fontaine, vamos a comparar las tres versiones, incluida la medieval, en tres aspectos: la denominación de los animales, las excusas y la moraleja.
A) Los animales de la fábula medieval carecen de nombre propio; se tratará, pues, de una innovación de La Fontaine, que llama al gato Rodilardus o Rodilard, por influjo de su compatriota Rabelais (c. 1483-1553). Por su parte, Samaniego «pone, como es usual en La Fontaine, nombres propios a los animales», según apunta Sotelo (1997, 321 y 255), aunque también tiene clara influencia de La Gatomaquia, de Lope de Vega. Además, Samaniego abunda en la denominación, pues además de Miauragato (sustituto de Rodilardo), agrega el topónimo Ratópolis y el nombre de Roequeso[1], que dirige la asamblea y propone el cascabel como solución (Samaniego 1997, 255). Tales nombres propios, a la vez que identifican a los personajes, tienen valor cómico-burlesco.
B) El número de los ratones que se citan con sus correspondientes excusas son solo dos en el «Enxiemplo de los mures…». Curiosamente, las excusas se reproducen en dos momentos; así, en la parte narrativa de la fábula se dice: «E respondió el uno: “Yo non”. Respondió el otro: “Yo non, que por todo el mundo, yo non querría llegar a él”» (Chériton 2022, 253). Y en la moraleja: «E dize el uno: “¡Yo non!” Dize el otro: “Yo non”» (Chériton 2022, 254). En ambos casos se trata prácticamente de simples negativas.
También La Fontaine cita solo a dos ratones, aunque las excusas son más sólidas: «Un ratón dijo: “¡Yo, por mí, no voy!; ¡no soy tan tonto!”. Y añadió el siguiente: “¡Yo no sabría hacerlo!”. De tal manera que, al final, se separaron sin adoptar acuerdo» (La Fontaine 1998, 33).
La alusión a solo dos casos (patrón bimembre) deja a los acostumbrados al patrón trimembre con cierta sensación de precariedad. Sin embargo, Samaniego (1997, 255-256), aunque muy conciso, presenta a tres ratones y las excusas aluden a motivos más sólidos que los ya citados: «Yo soy corto de vista» (deficiencia física); «Yo, muy viejo» (edad), y «Yo, gotoso…» (enfermedad).
C) La moraleja del El libro de los gatos se aplica, en el mundo eclesiástico, a la huida de responsabilizarse por miedo al descarte u orillamiento, como vimos arriba. Igual hace La Fontaine[2], cuya versión rimada de Rodríguez López-Vázquez dice: «Y yo he llegado a ver / otras juntas que adoptan el mismo proceder. No de ratas, de obispos provinciales, y alguna vez, de juntas con muchos cardenales. Si hay que deliberar, no faltan consejeros. / Mas para ejecutar / sobran los agujeros [para esfumarse]» (La Fontaine 2016, 115).
Sin embargo, en una traducción o versión española moderna de La Fontaine, se evita la alusión eclesiástica (seguramente por censura), y la moraleja se dirige al ámbito cortesano o administrativo: «Muchas vanas reuniones así he visto, y no de ratones, sino de grandes personajes. Para deliberar, la corte está llena de consejeros; para cumplir, nunca nadie comparece» (La Fontaine 1998, 33).
Por su parte, Samaniego (1997, 256), en un contexto muy diferente al francés, llagará más lejos, y no aludirá ni al estamento eclesiástico ni al político, sino a un campo general que a nadie apunta: «El Concejo / se acabó como muchos en el mundo: / Proponen un proyecto sin segundo, / lo aprueban: hacen otro. ¡Qué portento! / Pero ¿la ejecución? Ahí está el cuento».
D) Por último, la fábula del cascabel, muy popular, saltó del terreno literario a la fraseología. Ya el dieciochesco Diccionario de autoridades (que incorporaba refranes y frases hechas) recoge: ¿Quién es el que ha de echar el cascabel al gato? «Phrase proverbial, que se usa cuando se discurre una cosa, o se intenta, y los medios son tan dificultosos o arriesgados, que se duda haya quien los ponga en práctica»[3].
Más moderna y sintética es la versión Poner el cascabel al gato que, según Doval (1995, 290), significa «arrojarse a alguna acción peligrosa o muy difícil», y comenta: «Se suele utilizar este modismo cuando alguien propone una buena solución para un problema urgente, pero nadie se ofrece a llevarlo a efecto, o se manifiesta capaz de hacerlo, por su evidente riesgo o dificultad». En cuanto a la expresión «Echar el cascabel (a otro)», indica «rehuir el trabajo y recargar a otro» (Rodríguez-Vida 2011, p. 284)
El Diccionario de Autoridades también registra otra frase que, por los protagonistas y su sentido, tiene cierta relación con la anterior: «¿Quién ha de llevar el gato al agua? Phrase con que se explica y pondera la dificultad, o imposibilidad que se encuentra en la execución de alguna cosa». Además del refrán Con hijo de gato no se burlan los ratones, que encomienda «la reserva con que deben ir los poco advertidos, con el que es diestro y experimentado en alguna materia».
1.3. «El gato con cascabeles», de A. E. Olleros
En esta fábula, mínima, el gato, con el cascabel colgado, intenta cazar ratones sin éxito, y culpa de ello a la fatalidad (los hados). Se trata de una seguidilla compuesta que dice así: «Cazaba, en vano, un Gato / con cascabeles, / y a sus Hados llamaba / “Hados crueles”. / A mala estrella, / ¡cuánta gente atribuye / el mal que es de ella!» (Olleros 1878, 167). La moraleja, pues, apunta al que busca culpables metafísicos o externos de los perjuicios que él mismo se provoca con su conducta.
Esta fábula se hizo real para el zorro que, en el año 2022, y en la montaña palentina, se halló agonizante por desnutrición. Alguien de la comarca, a quien seguramente el zorro había hecho más de una faena, le había colgado un cencerro, que, obviamente, le impidió cazar sus presas habituales, lo que fue causa de su inanición y muerte.
1.4. El cascabel del halcón
Dentro de la literatura pedagógica, las llamadas Empresas políticas, de Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648), están dirigida a príncipes y gobernantes, y abarcan desde la infancia a sus exequias. En la empresa décima, cuyo mote es «Fama nocet» (La fama perjudica), se ilustra con la representación de un halcón empleado en la caza de cetrería que, para recobrar su libertad, intenta arrancarse el cascabel de su pata.
Comienza así: «Suelto, el halcón procura librarse del cascabel, reconociendo en su ruido el peligro de su libertad, y que lleva consigo a quien le acusa [delata] llamando, con cualquier movimiento, al cazador [para] que lo recobre, aunque se retire en lo más oculto y secreto de las selvas» (Saavedra Fajardo 1988, 76).
En este contexto, pues, la acción de desprenderse del cascabel significa recobrar la propia libertad, dejar de estar al servicio de otro. Esta fábula en esbozo, le sirve a Saavedra Fajardo para teorizar tanto sobre la buena como sobre la mala fama. Así, la buena fama puede provocar una exagerada autoestima y una temeridad que lleve al príncipe al desastre, o puede despertar la peligrosa envidia.
Con respecto a la envidia, afirma Saavedra: «El que se levanta [sobresale] entre los demás, ése peligra. El celo de un ministro al bien público acusa [pone en evidencia] el desamor de los demás; su inteligencia descubre la ignorancia ajena [de los otros]» (Saavedra 1988, 77); y sirve de ejemplo el caso bíblico de José y sus hermanos (Saavedra 1988, 78). Y, como el halcón que se arranca el cascabel, Saavedra recoge un remedio ingenioso contra la envidia: «Como hay hipocresía que finge virtudes y disimula vicios, así conviene que, al contrario, la haya para disimular el valor [los méritos] y apagar [empequeñecer] la fama». Por ejemplo, Germánico, «cuando, vencidas muchas naciones, levantó un trofeo, y advertido del peligro de la fama, no puso en él su nombre», según recoge Tácito (Saavedra 1988, 77).
2. El cascabel como adorno
Sin embargo, los artilugios sonoros (cascabeles, campanilla y cencerros), aunque, en principio, fueran un recurso de prevención contra el peligro, pueden pasar al servicio de la vanidad y el exhibicionismo. Veamos algunas fábulas, al respecto.
2.1. El perro agresivo
Comenzaremos con «El perro mordedor» de Babrio (mucho más breve que la de Esopo, que veremos después): «Un perro solía morder a traición. Su dueño hizo una esquila y se la ató al cuello, de manera que se le distinguiese bien desde lejos. Entonces, el perro se fue por la plaza tocando la campana y dándose aires de importancia. Pero una perra vieja le dijo: “Desgraciado, ¿de qué presumes? No es una prenda de tu valor o de tu virtud lo que exhibes, sino una prueba de tu maldad”» (en Esopo 1978, 359).
El perro, inconsciente, presume de la campanilla hasta que una perra vieja (la sabiduría de la experiencia) le advierta de que tal artilugio no dice nada bueno a su favor, sino todo lo contrario.
El título de «Los dos perros», de El Ysopete historiado (1989, 88), ya da protagonismo también al perro viejo (macho en este caso) y la fábula tiene un desarrollo más amplio. La moraleja aquí es menos sintética y precede a la parte narrativa (premitio). «Difícil y malo es reconocer [para] aquellos que son de corazón perverso, si alguna cosa les acaece, si aquella es reputada a ellos a honra o a deshonra, según se contiene en esta fábula». Y, de la extensa advertencia del perro viejo, copiamos su segunda parte: «En público error estás ofuscado: este cencerro es testigo de tu malicia, por la cual a los hombres locamente y falsamente [a traición] muerdes; y sepas que por esta causa te es colgado, para que puedan guardarse de tu malicia y falsía astuta. Si mirases lo cual, en ninguna manera, tu corazón [persona] contra [ante] nosotros ensalzarías».
Sin embargo, el comportamiento excesivamente celoso de un perro, sin artilugios de alarma, le acarreará directamente la muerte en «El Mastín mordedor», de A. E. Ollero (1878, 156): «Fiero un Mastín del campo / se iba rabioso / a todo el que pasaba / cerca del chozo». Sin embargo, cierto día, un viajero irritado lo mata de un disparo. La moraleja, dirigida al público infantil, dice así: «Nunca, niño prudente, / nunca provoques, / ni contiendas procures / con otros hombres; / que, por hacerlo, / siempre al fin mueren muchos / como ese perro». Parece prevenir no solo contra las naturales peleas infantiles, sino también de futuros duelos, ya aludidos, por el dieciochesco Diccionario de autoridades como «pelea, a fin de purgar alguna sospecha infame, o assegurar algún derecho dudoso, o por conseguir crédito de valiente, o por vengar algún odio».
2.2. «La Gata con cascabeles», de Samaniego
En «La Gata con cascabeles», Samaniego explora la coquetería femenina, y retoma el cascabel como parte del seductor aderezo de una gata.
Conviene diferenciar la moda en general y el valor del vestido. El valor semiótico de la moda no es fácil de determinar porque, tal como señala Volli (2008, 57), «la moda es más bien una cierta regla del cambio, un cierto régimen del gusto: aquel por el cual el gusto está ligado al tiempo, de ahí que lo que gusta hoy mañana estará “superado”». Es decir, los significantes de las modas y los significados asociados van evolucionando y tienen, por tanto, valor relativo; por ejemplo, el valor de la falda y el pantalón en el pasado y actualmente. El vestido fue tradicionalmente muy importante en la diferenciación de sexos, equivalente al desnudo mismo. De ello trata una ingeniosa facecia de Nasrudín, que repite Yehá (el Nasrudín marroquí); este, al oír que, en algunas tribus, la gente iba desnuda, no pudo menos de preguntar asombrado: «¿Cómo se distinguen allí los hombres de las mujeres?» [4].
Samaniego, lejos de la sombra de La Fontaine, crea, en «La Gata con cascabeles», una fábula castiza, que evoca el ambiente goyesco de chulos y manolas. Comienza con la deslumbrante aparición de la protagonista (con nombre propio): «Salió, cierta mañana, / Zapaquilda al tejado / con un collar, de grana, / de pelo[5] y cascabeles adornado» (Samaniego 1997, 456). El fabulista guatemalteco Augusto Monterroso (1996, 326) apunta que, «en la simbología española, el cascabel representa la alegría y aun el jolgorio».
Continúa con la afluencia y el revuelo de los gatos del entorno, y sus peleas por quedarse con la hembra. Sin embargo, Graf, «gato prudente» (la experiencia otra vez), les advierte: «¡Gata con cascabeles por esposa! / ¿Quién pretende tal cosa? / ¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta, / y que la dama hambrienta / necesita sin duda que el marido, / ausente y aburrido, / busque las provisiones en los desvanes / mientras ella, cercada de galanes, / porque el mundo la vea, / de tejado en tejado se pasea?». En definitiva, el discurso convence a todos: «Marchose Zapaquilda convencida / y lo mismo quedó la concurrencia». Un desenlace que, sin duda, deja a todos contentos. Y concluye: «¡Cuántos chascos se llevan, en la vida, / los que miran no más que la apariencia» (Samaniego 1997, 457).
Por tanto, los cascabeles y demás aderezos constituyen una forma de aparentar y de engañar, unidos a veces a los camelos del beneficiado. En «La compra del asno» (el asno, símbolo tradicional de la vanidad), Iriarte (1980, 93-94) es testigo de los hechos: «Ayer por mi calle / pasaba un Borrico, / el más adornado / que en mi vida he visto». Y en doce versos acumula los detalles: «Albarda y cabestro / eran nuevecitos, / con flecos de seda / rojos y amarillos. / Borlas y penachos / llevaba el Pollino, / lazos, cascabeles / y otros atavíos». Un hombre «sencillo» será el incauto comprador, y no a precio de saldo precisamente: «Le costó un sentido». Posteriormente, lo presenta a sus vecinos, «y uno de ellos dijo: –Veamos, compadre, / si este animalito / tiene tan buen cuerpo / como buen vestido». Y bajo los arreos, se descubre el cuerpo llagado y enfermo del asno. Iriarte dedica la fábula «a un amigo mío, / el cual, a buen precio, / ha comprado un libro / bien encuadernado, / que no vale un pito». La apariencia y la mentira (el tradicional camelo) siguen triunfando en nuestro siglo, especialmente progresista, también en esto.
BIBLIOGRAFÍA
ARBESÚ, David. «Introducción», en El libro de los gatos. Madrid: Cátedra 2022. Pp. 11-115.
BARTON, Adrian J., y Zebb D. Bakes. «Deception in Social Interactions: Metacognition and Self-Regulation». Frontiers in Psychology, vol. 7, 2016, pp. 1-12.
CHÉRITON, Odo de. El libro de los gatos. Madrid: Cátedra 2022.
CIALDINI, Robert B. Influence: Science and Practice. Nueva York: Pearson, 2009.
EAGLEMAN, David. Incognito: The Secret Lives of the Brain. Nueva York: Vintage Books, 2011.
ESOPO. Fábulas. Introducción y selección de Jesús Majada Neila. Madrid: CEGAL 1978.
LA FONTAINE. Fábulas. Pamplona: Eiunsa 1998.
LA FONTAINE. Fábulas. Edic. bilingüe versificada de Alfredo Rodríguez López-Vázquez. Madrid: Cátedra 2016.
MONTERROSO, Augusto. Cuentos, fábulas y Lo demás es silencio. Madrid: Diario El País 1996.
MOORE, B. C. J. An Introduction to the Psychology of Hearing. 6th edition. Nueva York: Academic Press, 2012.
OLLERO, Alfonso Enrique. Fábulas morales divididas en tres secciones especiales para niñas, niños y jóvenes adolescentes. Madrid: M. Romero impresor 1878.
RAMACHANDRAN, V.S. The Tell-Tale Brain: A Neuroscientist’s Quest for What Makes Us Human. Nueva York: W.W. Norton & Company, 2011.
RODRÍGUEZ-VIDA, Susana. Diccionario temático de frases hechas. Barcelona: Octaedro 2011.
SAMANIEGO, Félix M. Fábulas. Edición de Alfonso I. Sotelo. Madrid: Cátedra 1997.
SAAVEDRA FAJARDO, D. de. Empresas políticas. Edición, introducción y notas de Francisco Javier Díez de Revenga. Barcelona: Planeta 1988.
SOTELO, Alfonso I. «Introducción». En Félix M. Samaniego, Fábulas. Madrid: Cátedra 1997 pp. 13-147 (más las notas a pie de página).
VOLLI, Ugo. (1998), Block Modes-Il linguaggio del corpo e della moda, Milán: Lupetti 1998.
YOST, William A. / Pascal Belin. «Auditory Perception of Stimulus Properties». The Oxford Handbook of Auditory Science: The Auditory Brain, vol. 2, edited by Colin J. Blakemore, 2010, pp. 1-22.
NOTAS
[1] En su «El ratón de la corte y el del campo», también figuran Roepán y Ratópolis.
[2] Así dice: «… J’ai maints chapitres vus / Qui pour néant se sont ainsi tenus; / Chapitres, non de rats, mais chapitre de moines, / Voire chapitres de chanoines».
[3] A partir de aquí nos referiremos al Diccionario de autoridades con la abreviatura: «Dic. Autorid. (en línea)».
[4] T. García Figueras. Cuentos de Yehá. Tetuán: Edit. Marroquí 1950, p. 127.
[5] «GRANA. Paño mui fino de color purpúreo». Y «PELO. En las aves una especie de pluma mui sutíl, delgada y blanda, que tienen debaxo de la o[t]ra pluma regularmente, o es la primera que arrojan», Dic. Autorid. (en línea).