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Revista de Folklore número

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La costumbre de «pintar mayos» y «echar ramos» en las paredes del Campo de Montiel. El ocaso de una tradición

MALDONADO FELIPE, Miguel Antonio

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 498 - sumario >



Resumen

Hasta hace pocas décadas, la popular costumbre de «pintar mayos» y «echar ramos» en las fachadas de las jóvenes casaderas, resultaba práctica común en los pueblos del Campo de Montiel. Manifestaciones del proceso de galanteo que, en su contexto originario, como verdaderas declaraciones amorosas, está prácticamente desaparecido en la mayoría de ellos, manteniéndose en algunos, tan solo, de forma testimonial. La evolución en el terreno conceptual, espacial y, sobre todo, en el contexto iconográfico y estilístico de escrituras y motivos de mayos en esta Comarca, queda acreditada en las representaciones estudiadas y analizadas en el presente artículo.

Palabras clave: mayos, enramada, pintar el mayo, graffiti amoroso, ciclo primaveral, echar el ramo.

The custom of painting mayos and bouquets on the walls of the Montiel Camp. The twilight of a tradition

Abstract

Until a few decades ago, the popular custom of «painting mayos» and «spreading bouquets» on the facades of the young women married, was common practice in the villages of Campo de Montiel. Manifestations of the process of courtship that, in its original context, as true loving statements, is practically disappeared in most of them, remaining in some, only, in a testimonial way. The evolution in the conceptual, spatial and, above all, in the iconographic and stylistic context of writings and motifs of mayos, is accredited in the representations studied and analyzed in this article.

Introducción

La tradición festiva de los mayos, en sus diferentes formas y variantes, es una de las costumbres más ancestrales que aún se conservan comunes en las provincias manchegas. Se circunscriben en torno a una tradición festiva, perfectamente definida en términos del antropólogo Marcel Mauss como un «hecho social total», razonamiento que resulta fiel reflejo de lo representado en el ciclo festivo de mayo, como celebración cíclica y repetitiva, de expresión ritual y vehículo simbólico, que contribuye a significar el tiempo y a demarcar el espacio. Se sitúa en oposición al tiempo ordinario y a la vida cotidiana, y establece una relación dialéctica, paradójica y contradictoria, entre lo sagrado y lo profano.

Los rituales y celebraciones que engloba este período son en su mayoría de origen pagano, conteniendo aspectos de tipo mágico, orientados a atraer la fecundidad y fertilidad de plantas, animales y seres humanos. Originariamente, la finalidad de estos rituales no era otra que festejar la llegada de un tiempo favorable para la recolección de las cosechas y el emparejamiento de individuos, vinculando la fertilidad de la tierra con la de la mujer. Así, desde tiempos pretéritos, primavera y amor han ido íntimamente ligados. Los símbolos y rituales propios del comienzo del ciclo primaveral, tales como plantar «mayos» en la plaza del pueblo, colocar ramas en las rejas de las ventanas de las casas de las pretendidas, elegir «mayas», simular matrimonios entre «mayos» (hombres) y «mayas» (mujeres), elaborar cruces, celebrar romerías, bendecir los campos para preservarlos de calamidades, los cantos del «mayo», y el pintar mayos y ramos en las fachadas de las casas donde habitan mozas solteras en edad de merecer, son costumbres y ritos ancestrales que, en diferente medida, se han venido manteniendo en la gran comarca manchega. Celebraciones que, en origen, resultan eminentemente agrícolas y rurales, si bien más tarde fueron llevados a las ciudades en otras formas.

Eso de mayos y flores, con laureles, con obleas, es uso de aldeas.

Una de las tradiciones socialmente aprendidas que, referente a los rituales de mayo, se ha venido ejerciendo en el Campo de Montiel, ha sido la práctica simbólica de «pintar el mayo» o «echar el ramo», verdaderas declaraciones amorosas, no estudiadas suficientemente, sobre cuyas diferentes representaciones vamos a realizar un análisis y detallada descripción en el presente artículo.

El espacio temporal en el que se han venido desarrollando estas prácticas coincide con el determinado por Caro Baroja en su «estación del amor», que va desde las postrimerías del mes de abril, prolongándose hasta San Juan, donde la primavera encuentra su límite con el solsticio veraniego, tiempo en el cual se establece ese paralelismo inquebrantable entre primavera y amor que identifica el ciclo de mayo o primaveral con el ciclo emocional. Es en este periodo de tiempo donde se encuadran la mayoría de rituales de cortejo y emparejamiento. En este sentido, la tradición de echar el ramo se hacía, en ciertas poblaciones del Campo de Montiel, con nocturnidad y mucha cautela, la madrugada del Domingo de Ramos, siendo más común hacerlo la noche del 30 de abril al uno de mayo, como era costumbre en Castellar de Santiago o en Torrenueva, incluso la noche del 2 al 3 de mayo, conmemoración de la Santa Cruz, tan celebrada en esta comarca manchega que, como señala Planchuelo, se desarrollaba en Fuenllana. No obstante, es la noche de San Juan (24 de junio), conocida popularmente en muchos pueblos de la comarca como la noche de los ramos, la tradicionalmente arraigada para estos menesteres en Villanueva de los Infantes, Villanueva de la Fuente, Puebla del Príncipe (Planchuelo, 1954: 180) y en Albadalejo (Plaza Sánchez, 1990: 123). No se han constatado en la zona prácticas de este tipo más allá de la noche de San Juan, como sucede en otras poblaciones de la provincia en las que la tradición de pintar ramos se desarrollaba en la víspera de San Pedro (29 de junio), como así lo recordaba en sus cuadernos el doctor Rafael Mazuecos respecto a Alcázar de San Juan:

Ha desaparecido completamente la costumbre de pintar ramos en las puertas de las novias la víspera de San Pedro por la noche. Las mozas se sentían muy halagadas con esto y los novios pasaban unos días ilusionados con los preparativos y la realización de su idea. Y no digamos de los comentarios, risas y decíres picarillos entre mozos y mozas, el día de San Pedro y los siguientes. Como obra hecha ocultamente y en horas de soledad, se prestaba también a la exteriorización de los rencorcillos pueblerinos, y aun sin ellos, a la simple manifestación de la ordinariez y pésimo gusto del espíritu cafre (…) No obstante, el manchar una fachada recién limpia o el hacerlo con sustancias repugnantes, era excepcional. Lo corriente era el adorno afiligranado, según el gusto y las posibilidades de cada cual. Además del ramo grande sobre la puerta, pintaban macetas florecidas en las jambas, pájaros o flores sueltas. Las novias se ponían tan huecas con aquellas demostraciones de cariño, que tenían la particularidad de lo ostentoso, como un grito de amor en medio de la calle, que obligaba a fijarse en él a todo el que pasaba, y unas con otras, las festejadas, se referían la trama íntima de cada ramo y todo el mundo comentaba lo que había en cada puerta y lo que esteba mejor o peor, dando ocupación inocente a la ociosidad lugareña durante unos días y manteniendo encendido el palpito del amor… (Mazuecos, 1956, fascículo VII: 30).

Del mismo modo, en otras zonas de la región manchega han surgido prácticas similares totalmente descontextualizadas en el ámbito temporal. Así, en Almodóvar del Campo los mozos antes de irse al servicio militar, en los primeros meses del año, acostumbraban a salir de ronda y: «echaban la típica enramada, consistente en pintar la fachada de la novia o moza que le gustaba» (Plaza Sánchez, 1990: 85). En el caso de Villarrobledo, la tradición oral recuerda la costumbre mantenida en las décadas de los años sesenta y setenta del pasado siglo de echar mayos en las fachadas donde vivían mujeres jóvenes, aleatoriamente, sin establecer una fecha determinada, durante la madrugada de cualquier día del mes de mayo (Montero, 1993: 25).

La costumbre de «echar el mayo» comprende, de manera general, dos representaciones distintas: la de «pintar el mayo», y «la enramada» o «echar el ramo». Ambas mantenían originariamente una misma significación: la exposición pública de una declaración amorosa por parte de un hombre respecto a una mujer determinada, hecho íntimamente ligado al ritual de paso que representa la constatación de noviazgo, o la aspiración al mismo, expresada de manera figurada en las fachadas de las pretendidas mediante textos, dibujos, o arrojando pintura deliberadamente en la pared, bien de manera espontánea o formando una especie de arco entorno a la puerta de entrada o a las ventanas de la casa. Manifestaciones de la cultura popular que forma parte del proceso de galanteo que lamentablemente han desaparecido en la mayoría de los pueblos del Campo de Montiel, manteniéndose tan solo en algunos de forma residual.

En La Mancha, el encalado de las fachadas resultaba una práctica común, habitual y recurrente que se sucedía de forma periódica, año tras año, en época primaveral. La finalidad de este uso mantenía un carácter fundamentalmente práctico y funcional, además de la condición aséptica que la cal imprimía a la vivienda. La habitual costumbre del enjalbegado en ese espacio temporal determinado hacía que las pinturas y dibujos en azulete que aparecían expuestos en muros y paredes durante el ciclo de mayo resultasen fugaces, sin mayores molestias para moradores y vecinos de las viviendas marcadas que, en la mayoría de los casos, solían dejar la tarea para los últimos días del ciclo primaveral, evitando con ello que volvieran a mancharlas. Sin embargo, los cambios estéticos que siguieron a la evolución arquitectónica llevada a cabo en pueblos y ciudades a partir de la segunda mitad de siglo xx, hicieron que las fachadas se revistieran de materiales y colores permanentes que requerían poco mantenimiento para su conservación. Resultando con ello mucho más conflictivo embadurnar con pintura los exteriores de las casas. Hecho que origina el cambio de espacios, de manera paulatina en el tiempo, por parte de promotores y difusores de las pintadas, llegando a circunscribirse en fachadas concretas, generalmente en solares, corrales y casas deshabitadas, donde se ha ido reagrupando esta práctica. Del mismo modo, el proceso evolutivo lleva a los rondadores a expresar sentimientos y enunciados en el pavimento, donde resultan poco duraderos.

1. Nocturnidad, alevosia y determinación en la práctica de «pintar el mayo» o «echar el ramo»

La costumbre de pintar en las fachadas de novias y pretendidas era un acto eminentemente masculino, realizado con nocturnidad y alevosía por los propios novios o aspirantes al noviazgo de manera individual, en la mayoría de los casos, o bien en grupos o cuadrillas por razones de amistad, apego o condición, como era el caso de los quintos. Isabel Carrasco incide en su estudio en este sentido, destacando que a pesar de las diferentes variantes locales:

El binarismo de género parece un elemento destacado en la base de las fiestas de mayo, de tal modo que las chicas solían tener un papel más pasivo y su espacio de acción se circunscribía al de la decoración de la cruz dentro de las casas o alrededor de las iglesias. Por el contario los chicos se movían en espacios más amplios para desarrollar sus actividades, que solían incluir muestras de gallardía y habilidades para el cortejo. En este sentido, la pintada de los mayos responde a la escritura mural como juego y marca territorial con fines amorosos[1].

La exclusividad no siempre se mantenía y respetaba, ya que una misma fachada podía tener más de un aspirante a engalanarla. Hecho que instaba a muchos de los pretendientes a, una vez realizada su declaración pictórica, velar toda la noche para defender el lienzo de otros posibles aspirantes dispuestos a emplazar su enramada en la misma pared, como sucedía en Albadalejo (Plaza Sánchez, 1990: 123-124). Caso bien distinto resultaba cuando los diferentes candidatos se empleaban para pintar mayos en noches diferentes, apareciendo ciertas casas repletas de pintadas en sus paredes que, en algunos casos, se repetían año tras año (Montero, 1993: 25). Circunstancias que engendraban animadversión por parte de familias que no veían con agrado la profanación de sus muros, permaneciendo vigilantes durante toda la noche para evitar que eso sucediera. Por el contrario, otras acogían la muestra de cortejo hacia sus hijas de manera satisfactoria, compartiendo el entusiasmo de las cortejadas. La nocturnidad y el contexto de celebración daban pie a actuaciones desconsideradas por parte de pretendientes frustrados y novios despechados que, como fechoría, a modo de arrebato, se atrevían a manchar las fachadas de antiguas novias con sustancias repugnantes y escritos maliciosos, obscenos o de mal gusto, así como colgar de puertas y ventanas cardonchas o huesos de animal, como era costumbre en Albadalejo (Plaza Sánchez, 1990: 124) además de en otras poblaciones, no obstante, estas acciones resultaban excepcionales.

Era común, entre las cuadrillas de jóvenes, disputarse el liderazgo en abordar las casas pretendidas, así como elaborar el mayo más sobresaliente, tanto en dimensiones como en lo selecto y escogido del texto y lo primoroso del dibujo. Pese a todo, para las jóvenes resultaba generalmente motivo de euforia contenida el hecho de que su fachada amaneciese pintada de azulete, ya que en caso contrario sería muy significativo, inspirando comentarios ante la falta de pretendientes y la amenaza de quedar «moza», con el estigma que eso suponía. Para estos casos de falta de mayos en la fachada de alguna muchacha en edad de merecer, el grupo social mantenía un elocuente sobrenombre: «desmayá» o «desmayada», como muestra la seguidilla recogida por Sánchez Carrero:

El uno de mayo

por la mañana,

la que no tiene mayo

está desmayada.

(Sánchez Carrero, 2002: 142).

2. La pintura: elaboración y mezcla de pigmentos. Significación popular de los colores usados en «mayos» y «enramas»

El azulete, azulillo o añil, plasmado sobre el nítido blanco del encalado de zócalos, puertas y ventanas en las paredes de los pueblos manchegos, ha resultado tradicionalmente un contraste de colores característico en la comarca, constituyendo un atractivo sensorial de primer orden. Siendo, esencialmente ese, el color utilizado por los jóvenes manchegos para «echar la enrama» o «pintar el mayo». Aunque, como veremos, no ha sido el único. Las prácticas señaladas se llevaban a cabo elaborando las pinturas con los pigmentos de uso cotidiano. Así, los productos empleados para la elaboración de mezclas y soluciones eran el azulillo para el color azul, almagre para el marrón, o simplemente barro, como así lo destaca Sánchez Carrero afirmando que en los años cincuenta se pintaban mayos en las fachadas con una mezcla de arcilla y agua (Sánchez Carrero, 2002: 142). Además de estos, Plaza Sánchez recoge en su trabajo de campo sobre las costumbres del ciclo primaveral en el Campo de Montiel el uso de la malva como planta más usada para realizar las pintadas, según el relato de Elías Cobos, vecino de Castellar de Santiago, recordando que en su niñez: «lo más sobresaliente eran los mayos en las paredes con esta materia prima, pues la facilidad era mucha, ya que solo tenían que coger el manojo de hierbas y restregarlo sobre la pared para hacer el dibujo significativo del amor del mozo que lo realizaba a la moza escogida» (Plaza Sánchez, 1990: 184). A pesar de esto, la generalidad ha venido siendo el realizar la escritura del mayo con brocha y cubo (Fig.2); si bien, en las poblaciones que mantienen actualmente la tradición, se alternan este tipo de útiles con el uso de aerosoles de diferentes colores (Fig.3).

Atendiendo a los colores utilizados, la creencia popular establecía para ellos diferentes connotaciones y significados. Así, de manera general el color azul, el más comúnmente utilizado, expresaba sentimientos amorosos y afectivos hacia la destinataria del mayo. En el caso de Villarrobledo, población manchega cercana al Campo de Montiel, además del azul, el color verde mantenía un significado positivo relacionado con el amor y el enamoramiento. Por el contrario, otros colores como el rojo o el negro resultaban totalmente ofensivos (Montero, 1993: 25).

3. Pintar el mayo

La proclama amorosa de «pintar el mayo», realizada públicamente en un tiempo y espacio precisos, consiste en que los jóvenes varones pinten en las fachadas de las casas de las muchachas pretendidas versos de corte amoroso, verdaderas declaraciones de sentimientos e intenciones, adornados en la mayoría de los casos con macetas y ramos de flores de diferente factura artística, dependiendo del autor. La iniciativa siempre partía del hombre, como principal pretendiente al emparejamiento, hecho social para el que la mujer estaba desautorizada, mas esto no imponía una segura aceptación que, por la parte femenina, según las circunstancias, no siempre se producía.

Dependiendo de las zonas se han seguido diferentes formas de notificar a los pretendientes el rechazo a su propuesta de relaciones, desde el encargo a terceras personas de comunicar la negativa al interesado, a la curiosa práctica femenina de dejarse ver públicamente con el mandil dispuesto del revés, muestra inequívoca de la no aceptación.

La costumbre de «pintar el mayo» estuvo afianzada en La Mancha hasta el segundo tercio del siglo pasado. Actualmente, esta fórmula de cortejo se desarrolla de forma testimonial en alguno de los municipios de la comarca del Campo de Montiel. Así, en la Ossa se pueden aún advertir vestigios de verdaderas declaraciones amorosas pintadas en las paredes a modo de mayo, a pesar de que en los textos localizados no se haga referencia a dicho término (Fig.4).

Fernando Figueroa apunta en este sentido que, desde la antigüedad, la temática de la escritura mural apunta al amor o al erotismo como una de las motivaciones fundamentales para su realización (Figueroa, 2014: 89). Hecho que, en el ámbito de Torrenueva destaca Isabel Carrasco al afirmar que estos mayos constituyen un fenómeno gráfico muy original dentro del graffiti de motivo amoroso[2].

La práctica, conceptualmente se mantiene hoy en día en otras poblaciones del Campo de Montiel como Castellar de Santiago, donde es conocida como «poner el mayo», a pesar de que, como en los localizados en la Ossa de Montiel, no aparezca plasmado en los textos el término mayo. En este caso, la evolución en la escritura, que aún mantiene la pretensión de cortejo y enamoramiento originaria, se muestra evidente, con errores tipográficos como la supresión de letras y abreviatura de términos, pintados en unos casos a la manera tradicional, con brocha en color negro (Fig. 2), y en otros con aerosoles de diferentes colores, tipo graffiti (Fig. 3). Destacar igualmente que los sentimientos figurados resultan poco poéticos, habiendo desaparecido por completo los dibujos de macetas y adornos florales que acompañaban a los textos. Se perdió en los tiempos aquella rivalidad entre mozos de pintar el mayo más decorativo y vistoso, capaz de impresionar a la destinataria del cortejo, y por extensión a toda la comunidad. Como señala Plaza Sánchez: «la finalidad de poner la enramada a una moza es doble. En primer lugar, se puede interpretar como un obsequio, un tributo personal a la mujer que se intenta cortejar; en segundo lugar, sirve para comunicar al pueblo la elección que cada mozo había hecho» (Plaza Sánchez, 1990: 185). En Pedro Muñoz, uno de los pueblos manchegos con más tradición mayera a esta costumbre, hoy en día prácticamente desaparecida, se le denominaba «dibujar la cenefa», consistente en plasmar en la pared de la cortejada un dibujo ornamental. Donde aún se mantiene vigente este engalanamiento nocturno dentro de la región es en poblaciones como Casas Ibáñez, Valdeganga o Peñas de San Pedro, en estos casos los ramos se pintan con almagre. En el Bonillo, población manchega cercana al Campo de Montiel, se pintan corazones, muy parecidos a los «letreros», que veremos más adelante, pero con una iconografía figurativa más romántica (Montero, 1993: 24-25).

4. Echar el ramo o enramada

A pesar de que en el artículo se ha pretendido diferenciar las prácticas de «pintar el mayo» y «echar el ramo», ambas mantienen un mismo contexto, objeto y motivación, pudiendo confirmar que una es resultado y evolución de la otra, como así se desprende del relato de Planchuelo: «Una costumbre muy extendida en toda la Mancha y también en el Campo de Montiel, es lo que se llama echar el Ramo. Cuando terminan de escribir el verso manchan la fachada lanzando sobre ella parte de la pintura que han empleado para pintar el ramo y escribir el verso» (Planchuelo, 1954: 180-181). En el caso de Albadalejo no era precisamente así, La tradición de las «enramás», desaparecida desde hace décadas en esta población, se realizaba disolviendo azulete en un cubo de agua que arrojaban contra la fachada de la casa, dejándola totalmente manchada, sin versos ni dibujos previos, a modo de gamberrada, por lo que el alcalde obligaba a los mozos, una vez consumada la acción, a limpiar todas las fachadas del pueblo mancilladas por estos (Plaza Sánchez, 1990: 123-124).

En Castellar de Santiago, donde en las décadas de entre siglos aún se mantenía esta práctica de «echar la enramá» no resultaba en general bien visto por los vecinos dado el deterioro que ocasionaban en las fachadas al tirar un cubo de azulina contra la misma (Plaza Sánchez, 1990: 134). Acto que en otras localidades manchegas se llevaba a cabo a modo de desafío, generalmente por animadversión o despecho.

Según testimonio del pedroteño Gregorio Rabadán, uno de los impulsores y mantenedores del mayo manchego de Pedro Muñoz, el cortejo musical propio de las rondas de mayos que allí se hacían no siempre era bien recibido: «cuando las familias del novio y la novia no se llevaban muy bien las rondallas solían terminar pasadas por agua. La pequeña venganza que le quedaba entonces al novio humillado consistía en decorar la fachada de su amada derramando sobre ella un bote de pintura, en lugar de pintar bonitas macetas como era la costumbre»[3]. Y es precisamente en este sentido de transgresión donde el concepto de «pintar el mayo» y el de «echar el ramo» o la «enramá», presentan diferencias más significativas. Resulta difícil entender el proceso de evolución llevado a cabo en estas manifestaciones gráficas, pasando de los primorosos dibujos florales que diferentes autores de los años cuarenta y cincuenta destacan en sus narraciones respecto a la elaboración de mayos, a la práctica de manchar deliberadamente las fachadas de forma precipitada y generalmente embozada por el anonimato del autor.

En el contexto del cortejo o declaración amorosa, se han localizado en los últimos años manifestaciones gráficas de este tipo en forma de ramos o mayos en Cózar (Fig. 5 y 6) y en Torrenueva (Fig.7), sin que por ello podamos descartar la práctica de esta tradición en otras localidades de la comarca. Dado que la costumbre de embadurnar la fachada de la mujer pretendida, tirando o salpicando cubos de pintura azul en la pared, se ha realizado en la mayoría de pueblos del Campo de Montiel.

5. Mayos en forma de letreros o albricias

Bajo el patronímico de «mayo», totalmente descontextualizado de su originaria condición como mera declaración amorosa, pero con idéntica finalidad de exposición pública, encontramos manifestaciones gráficas circunscritas en el tiempo y espacio del ciclo primaveral en diferentes poblaciones de la comarca. Manifestaciones escritas en las paredes sobre hechos, conductas, cualidades o atributos de terceras personas cuyos textos dan comienzo siempre con el enunciado de Mayo.

Actualmente es en Alhambra donde más profusamente proliferan este tipo de manifestaciones, a pesar de la prohibición expresa del consistorio de realizar pintadas: «tanto en la vía pública como en fachadas de edificios públicos o particulares, mobiliario urbano, arbolado, estatuas, monumentos y, en general, sobre cualquier elemento del paisaje de la ciudad»[4], disposición recogida en el punto 1 del artículo 41 de sus Ordenanzas Municipales, considerando esta práctica como infracción muy grave, lo que no impide que se siga manteniendo la tradición.

En el mismo contexto temporal y muy similares a los mayos tipo letrero de Alhambra, se han documentados en poblaciones como Cenizate, en la vecina provincia de Albacete, donde son conocidos como «albricias». Según describe Isidro Martínez, estas albricias tenían un carácter amoroso o burlesco y solían escribirse en verso. Se pintaban de madrugada por los jóvenes del pueblo de manera anónima y la destinataria de una albricia desagradable procuraba borrarla antes de que los vecinos tuvieran ocasión de leerla (Martínez, 2001: 46).

Con sentido de anuncio o mensaje recoge la paremiología el significado de albricia: «Mensajero alegre, albricias tiene» (Correas, 308), o este otro refrán: «Albricias madre, que pregonan a mi padre» (Correas, 1924: 25). Y es precisamente bajo ese razonamiento con el que Cobarrubias lo colige: «el padre Guadix dize fer nombre Arabigo del nombre Albaxara, que vale anunciación». O bajo otra acepción: «Latine Estrenaearum. Euangelium. bonum nuntium: lo que se da al que nos trae algunas buenas nuevas» (Cobarrubias, 1611: 34).

Las características principales que presentan estos mayos o albricias localizados en Alhambra son los siguientes:

Al igual que en Alhambra, también pueden advertirse pinturas similares en otras localidades de la comarca, como sucede en Ossa de Montiel que, a diferencia de los mayos de Alhambra, no figura en su encabezado la palabra MAYO, la pintura utilizada es de color verde y está realizada con aerosol. La escritura evidencia códigos estilísticos muy generalizados actualmente con el uso de abreviaturas y la omisión o cambio de unas silabas por otras (Fig. 10). Tradición que también pervive en Povedilla, población de la provincia de Albacete cercana a Alhambra, donde es conocida como «escribir los ramos». En este caso los carteles sí mantienen el carácter amoroso originario y son pintados por los quintos con una brocha y azulete, un poco aguado, en la pared blanca de la chica a la que pretenden. (Montero, 1993: 24).

Las pintadas de mayos estudiadas por Isabel Carrasco en Torrenueva son de tipo amoroso, destacándose en su escritura la inclusión de la palabra MAYO en letra mayúscula, continuando el escrito con el nombre de la persona determinada, algún mensaje generalmente en abreviatura (TQ, te quiero) y el dibujo de un corazón o el año de realización. Con esta tipología de pintada se observan hoy en día paredes con una aglomeración de mayos plasmados en distintos años: «conformando un palimpesto que ha devenido en una suerte de espacio seguro. También se pueden observar algunos mayos en espacios que no están relacionados con la destinataria de la pintada, podría tratarse de una evolución de la costumbre que se prefiere hacer en zonas menos concurridas y que comienza a variar respecto al sentido original perdiendo la importancia de la ubicación y el contexto, con lo que se asimilaría a una firma»[5].

Del mismo tipo que los mayos referenciados en Torrenueva, se han localizado ciertos vestigios en Villamanrique con la palabra «MAYO» en mayúsculas, como comienzo de la escritura (Fig.12). En el caso de Castelar de Santiago, los mayos localizados se remontan a los primeros años de la década del dos mil. En estos se enuncia el nombre del destinatario o destinataria, ya que los hay en ambos sentidos (Fig. 13), generalmente expresan sentimientos de forma abreviada como por ejemplo TKM que viene a significar te quiero mucho, y van acompañados por algún piropo. Se firman con la abreviatura de mayo en mayúsculas seguido del año (ej.: MAY 05 o M´03) tipo graffiti, y en la mayoría de los casos se han realizado con aerosol en colores azul o verde.

En la avenida de Catilla La Mancha de Montiel se pueden observan, totalmente descontextualizados en referencia a usos y costumbres propios de mayo, restos de letreros con pintura blanca sobre el pavimento. Por el contrario, se ha localizado uno con temática e iconografía de ámbito amoroso frente al nº 10 de la Avenida de Portugal (Fig. 14), y parece difícil situar en una temporalidad concreta, ya que no figura ningún tipo de datación ni firma, resultando sospechoso de haber sido realizado por un quinto, colectivo que, por otro lado, promovía cada año este tipo de actuaciones entre sus integrantes.

La transferencia de las pintadas de la pared al pavimento es consecuencia directa de esa hostilidad que señalábamos al comienzo por parte de las familias, que no veían con agrado el provocado deslucimiento de las fachadas de sus casas. El cambio resultó muy conveniente, ya que con él se evitaban contrariedades para ambas partes, y las molestias que suponían el limpiar las paredes de pintura que, dispuesta en el suelo, tiende a desaparecer rápidamente. En Alatoz (Albacete) perdura igualmente la costumbre de «escribir letreros», más o menos poéticos, de creación propia, escritos en el suelo por parte de jóvenes de ambos sexos, pues no solo son los chicos los que pintan, también las chicas pintan letreros a los chicos (Montero, 1993: 23).

Miguel Antonio Maldonado Felipe
Músico e investigador independiente



6. Fuentes documentales y hemerográficas

6.1. Fuentes documentales

BOPCR. Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real.

6.2 Fuentes hemerográficas

Centro de Estudios de Castilla La Mancha.

El periódico del Común de La Mancha (Tomelloso 1992 - ).




BIBLIOGRAFIA

CARRASCO, I. (30/09/2020): Graffiti de mayo: pintadas de amor en Torrenueva. www.ensayosurbanos.com

CARO BAROJA, J. (1979): La Estación de amor. Fiestas populares de mayo a San Juan. Ed. Taurus. Madrid.

COBARRUBIAS OROZCO, S. de (1611): Tesoro de la lengua castellana, o española. Madrid.

CORREAS, G. (1924): Vocabulario de refranes y frases proverbiales y otras fórmulas comunes de la lengua castellana en que van todos los impresos y otra gran copia. 2ª Edición, Madrid.

FIGUEROA SAAVEDRA, F. (2014): La memoria del amor. El grafiti de firma. Ed. Minobitia. Madrid, pp. 85-94.

MARTÍNEZ GARCÍA, I. (2001): Los mayos y las fiestas de primavera. En revista CENIZATE Nº1. Ed. Concejalía de Cultura Ayto. de Cenizate.

MAZUECOS SANCHEZ-PASTOR, R. (1956): Hombres, Lugares y cosas de La Mancha. Apuntes para un estudio médico–topográfico de la Comarca. Los ramos de las novias. Fascículo VII. Autoedición. Alcázar de San Juan.

MONTERO CEBRIAN, R. M. (1993): Ensayo sobre una fiesta popular: Los mayos en la Provincia de Albacete. Vol. I. En Zahora, Revista de Tradiciones Populares Nº 60. Ed. Servicio de Educación, Cultura, Juventud y Deportes de la Diputación provincial de Albacete.

PLANCHUELO PORTALÉS, G. (1954): Estudio del Alto Guadiana y de la altiplanicie del Campo de Montiel. Ed. Instituto de Estudios Manchegos (Patronato «José María Cuadrado», C.S.I.C.). Madrid.

PLAZA SÁNCHEZ, J. (1990): La fiesta de los Mayos. Biblioteca de Autores y Temas Manchegos. Diputación Provincial de Ciudad Real – Área de Cultura. Ciudad Real.

SÁNCHEZ CARRERO, A (2002): ‘El mes de mayo’. El tirón de las raíces. Estampas de un pueblo manchego en los 50. Autoedición. Sevilla.




NOTAS

[1]Isabel Carrasco: Graffiti de mayo: pintadas de amor en Torrenueva. www.ensayosurbanos.com

[2] Isabel Carrasco: Graffiti de mayo: pintadas de amor en Torrenueva. www.ensayosurbanos.com

[3]El Común de La Mancha. 28 de abril 2000, p.47.

[4] BOPCR. Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real No 123. 12 de octubre 2012.

[5]Isabel Carrasco: Graffiti de mayo: pintadas de amor en Torrenueva. www.ensayosurbanos.com



La costumbre de «pintar mayos» y «echar ramos» en las paredes del Campo de Montiel. El ocaso de una tradición

MALDONADO FELIPE, Miguel Antonio

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 498.

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