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Revista de Folklore número

498



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Heráldica migrante: la dispersión de piedras armeras en la montaña leonesa

SANCHEZ BADIOLA, Juan José

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 498 - sumario >



En la Montaña leonesa, poblada como estuvo por gentes de general o mayoritaria condición hidalga, la presencia de representaciones heráldicas labradas en piedra se convirtió en elemento indispensable del paisaje, influyendo poderosamente en las creencias y el folklore a través de la alta hidalguía de «armas poner y pintar» y sus relatos genealógicos y certificaciones de nobleza. En realidad, lo que se produjo fue un intercambio de mitos y leyendas entre dos ámbitos diferentes, el local y el de los cronistas y reyes de armas, de forma que también las tradiciones populares se incorporaron a la cronística nobiliaria. Lo ejemplifican los versos de Vecilla Castellanos, a finales del xvi, pero, asimismo, la heráldica de la Dama de Arintero, la virgo bellatrix montañesa que se destacó en Peleagonzalo (1476) y dejó huella en el romancero. O la de los héroes epónimos de tantos linajes vinculados a la «materia» de Camposagrado, cuyas andanzas fueron exitosamente ajustadas a la toponomástica y la geografía comarcanas. Incluso podría hablarse de una prolífica heráldica popular, tosca e irreverente:

[...] estos hidalguillos leoneses, tienen su heráldica propia, sus empresas particulares, sus jeroglíficos exclusivos, aún no estudiados [...]. Se da el caso de que en algunas edificaciones leonesas aparezcan talladas en los cimafrontes [...] ciertas representaciones al modo de escudos, que aunque no tienen determinado carácter heráldico, son indicaciones más o menos precisas [...] de las ideas del dueño [...], una simbología [...] exenta del carácter oficial de la heráldica [...] confirmada por los heraldos, pero más evocadora e intensiva por los valores regionales que en sí pueda encerrar, bien como indicadoras de costumbres o como testimonios de algún hecho de gran importancia local[1].

La heráldica de Miranda cobró sentido a la luz de las leyendas «melusinas» que explicaban sus serpientes, como hicieron los Haro con su «Dama pie de cabra», o los Mariño gallegos y los Sobarzo cantábricos, con sus sirenas[2]. La de don Gil Núñez del Peine de Oro, «cauallero de la Espuela y Vanda», aludía a la aventura que vivió una mañanita de San Juan, cuando, de camino al santuario de la Virgen del Campillo, en Castrocontrigo, «...uajando a las márgenes de un arroyuelo por detrás del Castro que predomina a dicho lugar [...] a la entrada de una gran Cueba [...] vio una Mora que tenía puestas [...] muchas alajas de vestidos y joyas, apretó las espuelas al cauallo [...] y al verle la Mora Recogió Todas sus alajas y sólo se dejó fuera un peine de oro, que se conservó en su casa muchos años»[3]. Los tenentes y serpentones de tantos escudos hallan su encaje en la mitología popular, sea el ominoso Santu Macarru de Palacios del Sil, sea el cuélebre de Peña Gotera, en La Vid, que sólo dejaba su cueva para devorar los ganados de los comarcanos y, acabados éstos, a sus hijos[4].

Tendría yo unos siete años la primera vez que recuerdo haber sentido algún interés por las representaciones heráldicas y sido hasta cierto punto consciente de que formaban parte de un patrimonio que enfrentaba entre sí a dos formas de entenderlo y valorarlo, ambas representadas en mi propia familia, amante de sus tradiciones, pero desconocedora de la ciencia heroica, más allá del apego a unos símbolos que asociaba a su identidad[5]. Los más conservadores veían en él un legado a transmitir sin mayores alteraciones, testimonio inmarcesible del ayer y decorado de la memoria familiar y comunitaria. Los pragmáticos, una realidad dinámica, acomodaticia, cuyo valor, lejos de ser intrínseco, dependía de su utilidad y funcionalidad, de lo que con él podría hacerse[6]. Y este planteamiento es el que ha predominado durante toda la etapa contemporánea, y pues el pragmatismo, advierte B. Zahnd, puede convertirse en un tipo de vandalismo que desprecia el valor de la belleza por su falta de utilidad práctica, está detrás, en buena medida, del generalizado fenómeno que Vivar del Riego denomina, en un reciente trabajo, «piedras muertas»: los incontables escudos destruidos, mutilados o arrancados de su lugar original para ser reutilizados de muy diverso modo[7]. Aunque deberíamos hablar, en realidad, de distintas formas de pragmatismo:

Rural y urbano: al establo o al chalet

Por el tiempo a que me refiero, mi familia residía en La Robla, cabecera de una cuenca minero-industrial en la estela del desarrollismo y la expansión económica, dominada por una fiebre inmobiliaria que iba arramblando inmisericordemente con cuanto sonase a viejo. Para colmo de desdicha, las nuevas ordenanzas municipales obligaban a enlucir las fachadas de los edificios más vetustos, amenazando las representaciones heráldicas que contenían. Mi madre se embarcó entonces en una personal cruzada en favor de corredores, hornos, pajares... y, por supuesto, casonas solariegas[8]. La recuerdo defendiendo una labra heráldica del xvii en una aldea vecina, sentenciada por el revoque fachadístico. E insistiendo en la restauración de la ermita local, que tenía —y, por fortuna, sigue teniendo— un buen número de escudos, junto a los entonces párroco y pedáneo. Pero quizá su intervención más memorable fuese en favor de un viejo edificio conocido popularmente como Casa de la Inquisición, en pleno centro de La Robla. Obra del siglo xvii en su mayor parte, cargaba con toda la infamante legendaria que suele rodear al Santo Oficio. Recuerdo que la familia propietaria nos enseñaba algunas veces a los niños las celdas en las que, según se afirmaba, recluían a los reos, colgados de grandes argollas, y les sometían al torno, la gota de agua y un sinfín de truculencias improbables para el fundador de la casa, que parece haber sido el familiar D. Bartolomé González-Calvete, hidalgo de solar conocido y armas pintar y dueño del estanco local a mediados del xvii.

Ante la inminente demolición de la casona, mi progenitora se ofreció a comprar las piezas de mayor interés: escudos, inscripciones, el buzón de piedra por el que se echaban las denuncias... Los propietarios rechazaron la oferta, comprometiéndose a reubicarlas convenientemente, aunque se perdieron finalmente en su mayor parte. Un escudo acabó de guardarruedas, cubierto de pintura fosforescente. Otro se hizo jamba de una ventana, invertido y recortado para su acomodo al nuevo destino. Un tercero sirvió cierto tiempo de pontón sobre una acequia, terminando en un rimero, del que pudo ser rescatado en 1983, cuando de nuevo se ofreció mi madre a comprárselo a la dueña del solar en que se hallaba, aunque, finalmente, se ocupó de ello el ayuntamiento. De las restantes piezas nunca más se supo.

Han transcurrido ya varias décadas desde entonces y me acerco vertiginosamente a la sesentena, pero sigo tropezándome de continuo con los efectos de ese descarnado pragmatismo sobre nuestro patrimonio heráldico. Un pragmatismo popular y rural, siempre adaptable a las necesidades cambiantes y los recursos disponibles[9], para el que las piedras armeras son, fundamentalmente, materiales de construcción, sillares bien labrados que, perdida su significación, pueden ser reaprovechados exitosamente. No es difícil encontrarlas en ubicaciones insólitas y con funciones prácticas sólo comprensibles en este contexto. Porque, si bien los antepasados de los actuales montañeses fueron, en su más parte, hidalgos, sus descendientes se integraron sin remilgos en la «masa» popular labriega y obrera nada más traspasar el umbral del Nuevo Régimen, al tiempo que las más influyentes estirpes se reconvertían en flamantes elites liberales. Para algún que otro montañés, como quería D. Berrueta, el escudo en piedra siguió siendo «...un timbre de nobleza, de la que a él le toca una parte; no le interesa saber el nombre del señor que puso allí su blasón [...], en aquellos escudos prodigados por estos pueblos sigue viendo [...] la fuente de su hidalguía»[10]. Para la mayoría, la heráldica, como las casonas y las capellanías, pertenecían a un pasado cuyas estructuras socioeconómicas, vigentes durante siglos, no sobrevivieron a los cambios que la contemporaneidad trajo consigo.

Frecuentemente, el reparto o la remodelación de una propiedad solariega provocan la separación de escudos que hacían pareja en sus fachadas o formaban parte de un determinado conjunto o programa, para repartirse por los domicilios y fincas de los herederos, en las que sirven de piedra lavadero, dintel de un establo, guardarruedas, mojón, poyo... En algunas comarcas, al intenso desarrollo industrial y minero y el fuerte y rápido crecimiento demográfico ha sucedido una profunda decadencia, cuyo efecto inmediato ha sido la no menos veloz despoblación que conocemos. Deterioro paisajístico y anarquía urbanística primero, luego abandono de unos pueblos en tierra de nadie, al margen del progreso y con un pie en la «España vacía» de Sergio del Molino y otro en la «España fea» de Andrés Rubio. La despoblación ha condenado a la ruina o el derribo innumerables edificios en los minúsculos pueblos montañeses, y es incalculable el número de particulares que se han deshecho de escudos y epígrafes o los han trasladado a otros emplazamientos, pese a la prédica de tantos adalides del patrimonio que, poco a poco, van sacudiéndose, desilusionados, las sandalias. Muchos decoran hoy modernos chalés y fincas campestres o periurbanas. La que presidía la casa del mayorazgo de Sabero fue a parar, según parece, a un chalet de Guipúzcoa[11], y las dos de la casona de Cerulleda a otro de Nocedo, del que, más tarde, fueron también retiradas, sin que hoy se sepa de su paradero[12]. Otra pareja heráldica, procedente del solar de Poladura de la Tercia (León), puede verse en la casa que edificara en Ujo (Asturias), a finales del xix, el industrial D. Francisco Arias Argüello[13]. Los escudos de diversas casonas desaparecidas salpican hoy las fachadas del balneario de Villanueva de la Tercia, mientras que el de una arruinada casa de Oceja de Valdellorma decora otra, reconstruida a manera de falso arquitectónico, en Sorriba[14]. En Robles de la Valcueva, el que fuera domicilio del canónigo D. Fernando Villar luce un bello escudo barroco llevado por sus padres desde las montañas de Prioro, de donde eran originarios[15].

Quizás el ejemplo más elocuente de este fenómeno sea el azaroso peregrinaje de algunas piedras armeras del palacio de Riolago de Babia que migraron a la Côte Basque. Vendido por D. Fernando Quiñones de León, marqués de Alcedo y San Carlos, a D. Fernando Miranda, el edificio sufrió un pavoroso incendio en 1915, quedando prácticamente en ruinas, por lo que los herederos del comprador, fallecido, en 1908, lo vendieron a otras familias, que apenas se ocuparon de su mantenimiento. La monumental portada, con sus labras heráldicas, estaba a punto de abandonar la provincia para ornar un flamante conjunto residencial en la sierra madrileña cuando lo evitó la adquisición del inmueble por D. Fernando Geijo Rodríguez, conocido empresario babiano, en 1977. Adquisición compleja, todo sea dicho, pues las herencias y compraventas habían repartido la propiedad entre nada menos que doce titulares[16]. Geijo procedió de seguido a su restauración, con tal éxito, que obtuvo en 1989 el premio Europa Nostra, y el edificio y su entorno fueron declarados conjunto histórico en 1995[17]. Pero, ya antes de vender el palacio, el marqués se había llevado del mismo algunos escudos, intentando hacer lo propio con una inscripción en mármol, que se partió en pedazos al intentar extraerla del muro. Quedó huérfana una celada empenachada, que de timbre pasó a ornamento algo incongruente de una fachada. Uno de los blasones se reubicó en «Villa Alcedo», propiedad de la familia en Biarritz, bien que por poco tiempo, pues se cree que fue destruido durante la II Guerra Mundial. El otro, en «El Quiñón», finca de la marquesa de San Carlos cercana a San Juan de Luz, donde permanecía en 1982. Ovalado y carente de timbre, traía: cuartelado: 1º, los celebérrimos escaques, con una inscripción en la bordura: QVIÑONES DE RIODELAGO I DE LA CASA DE SENA; 2º, un león que sujeta entre sus zarpas una cruz con la banderola cargada de una cruceta (¿Díaz de Cuenllas?); 3º, cinco flores de lis (¿Flórez?); y 4º, un león contornado acompañado de una cruz de Malta en jefe y ocho eslabones de cadena unidos en el flanco siniestro (Lorenzana); sobre el todo, un escusón circular con una cruz flordelisada. Acaso lo encargasen D. Diego Pérez de Quiñones y D.ª Catalina Díaz de Cuenllas o su hijo D. Fernando hacia mediados del xvii.

Mercantil: «Se vende un escudo de armas...

...propio para una Sociedad de Recreo», anunciaba la prensa a finales del xix[18], y es fácil encontrar avisos similares en las páginas de muchos periódicos de aquellos años. Hoy, las piedras armeras siguen siendo vistas por muchos, simplemente, como mercancía que colocar en un mercado menos indiscreto. En toda la Montaña, son incontables los particulares que las han vendido a otros particulares o a los anticuarios, siempre atentos a la demanda de unas clases más o menos acomodadas que encuentran en ellas el complemento adecuado a la ornamentación de sus quintas y propiedades. O de determinado tipo de establecimientos comerciales, hoteles y mesones sobre todo, a los que proporcionan el buscado ambiente antiguo y solariego. He conocido casos en los que el dueño del escudo se mantuvo en sus trece y rechazó la venta, alegando casi lo mismo que aquella mujer de Soto de la Marina que menciona González Echegaray: «Quien puso el escudo, pagó para que allí estuviera»[19]. Pero son los menos. La seducción comercial es poderosa, como difícil resistirse al dinero que ofrece un urbanita o un hostelero por lo que no deja de ser un sillar viejo.

La bella portada cuatrocentista y los no menos apreciables ventanales y emblemas de una casa de Éscaro fueron adquiridas para un establecimiento hostelero de Lillo, que las ha incorporado a su falso arquitectónico. En la misma villa del alto Porma se produjo una agria polémica por cuenta de la conocida como Casa de los Escudos, edificada en el siglo xviii por el canónigo González Castañón y vendida recientemente a una conocida firma que tenía intención de instalar en ella un hotel de cuatro estrellas con cuarenta habitaciones y spa, a condición, eso sí, de que se respetase su integridad, incluyendo las labras heráldicas de la fachada. Una magnífica oportunidad de preservar el patrimonio local y, a la par, sacarle algún provecho económico en una comarca deprimida. Sin embargo, a finales de 2009, el edificio fue desmantelado por completo, terminando sus sillares y escudos, convenientemente numerados, en unas naves a las afueras del pueblo. Al parecer, los nuevos propietarios pretendían remodelarlo alterando su estructura y la disposición de sus fachadas para ajustarlas a las necesidades de la actividad. El Ayuntamiento, la Fiscalía y la Comisión Territorial de Patrimonio abrieron entonces sendos expedientes, dada su condición de Bien de Interés Cultural (BIC). Un año más tarde, bajo supervisión de técnicos oficiales, se autorizó a la empresa a levantar de nuevo el conjunto solariego tal y como estaba en origen, concluyéndose las labores en febrero de 2011[20].

Conservacionista: salvar los muebles, y las fachadas

El rocambolesco periplo de estas piezas, lejos de ser anecdótico, puede considerarse habitual en la Montaña leonesa, tan a desmano y ajena a la protectora influencia de cualquier institución del ramo. Un fenómeno justificado a menudo como mal menor, habida cuenta del rumbo que lleva el proceso despoblador y de la desidia de las administraciones. Algo así debieron de plantearse las fuerzas vivas provinciales, hacia mitad de los pasados cincuenta, ante la ruina del ostentoso palacio de Renedo de Valdetuéjar, edificado por los marqueses de Prado en el xvii sobre los restos de otro anterior.

Es frecuente, entre cuantos hoy contemplan la fachada del hospital N.ª Señora de Regla, inmediato a la seo legionense, interpretar los numerosos escudos en piedra que la ornan, con el felino rampante y coronado, como pertenecientes a la propia ciudad de León, en coherencia con la ubicación del edificio. Sin embargo, la fachada tiene un origen muy distinto y algo alejado de la capital, pues procede, precisamente, de dicho palacio, y a sus antiguos dueños, los marqueses de Prado, corresponden los escudos y pretenciosos lemas que los acompañan en la piedra. Saqueado por los franceses y desatendido por la familia fundadora, el palacio fue vendido en 1905 por D. Ernesto-Bruno de Heredia y Acuña, décimo marqués, al industrial D. Agustín Alfageme, pasando luego por diversas manos, hasta terminar en las de un indiano local, D. Benjamín Fernández, que no hizo gran cosa por sostenerlo. Su progresiva ruina permitió el pillaje y reparto de los más de sesenta blasones que ornaban sus muros, amén de sillares, retablos, epitafios y otros elementos constructivos que hoy podemos ver en domicilios e iglesias de buena parte de las localidades del contorno, e incluso de otras tan alejadas como Ampudia, en cuya fortaleza se colocaron los pétreos centinelas que remataban dos torreones situados ante la entrada del palacio, adquiridos por los Fontaneda, conocidos fabricantes de Aguilar de Campoo[21]. En 1920-25, se levantó la fachada de la ermita del Cristo, en Prioro, con sillería procedente del palacio, uno de cuyos escudos la remata[22]. También la vieja escuela de Puente-Almuhey fue abastecida con los palaciegos sillares, y dos labras con la heráldica marquesal luce su fachada, en la que serían colocadas seguramente por su similitud con la leonesa. Otro escudo se rumoreó que le fue regalado por alguna institución a cierto relevante personaje de coincidente apellido, extremo que no hemos podido verificar documentalmente, suponiendo que se observase entonces alguna formalidad, de ser cierta la especie. Nada sorprendente, de cualquier forma, pues, en 1928, el Gobierno hacía obsequio al poeta uruguayo Zorrilla de San Martín (Montevideo, 1855-1931) de un escudo de la torre de San Martín de Soba (Cantabria), origen de su linaje, cuyo ayuntamiento hubo de costear los gastos de arranque, embalaje y porte del mismo hasta Cádiz, desde donde fue enviado por mar a la capital uruguaya por cuenta de la embajada[23].

Lo principal de la fachada palacial de Renedo fue desmontado piedra a piedra y adquirido, para la obra del nuevo Santuario de la Virgen del Camino, por su patrocinador, el también indiano y filántropo D. Pablo Díez, que hubo de claudicar, no obstante, ante la negativa del arquitecto dominico Fray Coello de Portugal, que pensaba en un edificio decididamente vanguardista. Los sillares son comprados entonces por la Diputación con idea de incorporarlos al futuro Conservatorio, aunque, nuevamente, se prefiere una construcción moderna libre de resabios historicistas. Finalmente, el dinámico obispo Almarcha decide emplearlos en su proyecto estrella, la Obra Hospitalaria de N.ª Señora de Regla, dirigida por el arquitecto Torbado, acomodando al efecto la fachada con arbitrariedades muy reprendidas por los expertos, e incluso colocando sus propias armas sobre la entrada[24]. Tan forzado ajuste dejó fuera algunos escudos que pueden hoy verse en el patio del palacio episcopal legionense.

Lo poco del conjunto palacial que permaneció en Renedo siguió siendo desvalijado en años sucesivos y deteriorándose por efecto de las inclemencias. Afortunadamente, en fechas recientes se ha acometido la esperada restitución del muro que rodea la finca, con sus característicos cubos, parte, probablemente, del primitivo edificio del siglo xvi. Esta intervención demuestra que se pueden hacer las cosas de otra manera y no caer en los vicios que han aquejado muy frecuentemente a las restauraciones artísticas, desde las de D. Luis Menéndez-Pidal, Arquitecto Conservador de Monumentos en Galicia, Asturias y León entre 1941 y 1975, algo tramposas, aunque de muy agradable contemplación, hasta las más vanguardistas y sinceras, por más que rechinantes, que no pocas veces la han tomado con la pátina deslavando las labras hasta dejarlas casi ilegibles. Siempre he pensado que la máxima médica primum non nocere debiera ser de aplicación también en este campo.

Desarrollista: que nada estorbe el progreso

Desde mediados del siglo xix, y hasta su desmantelamiento en las últimas décadas, el complejo entramado minero-industrial de la Montaña leonesa hizo de ella un claro referente nacional. La transformación profunda y duradera de los modos de vida tuvo su efecto, inevitablemente, en el patrimonio, no pocas veces estorbador para las explotaciones minerales y las instalaciones fabriles, de lo que tenemos doloroso ejemplo en el valle de Laciana, donde la Minero-Siderúrgica se llevó por delante, a mediados del siglo xx, la casa-palacio de los Buelta, en San Mamés de las Rozas[25]. La vertiginosa reconversión urbanística de muchas localidades en company-towns al servicio de las empresas y las necesidades de sus trabajadores condenó a la desaparición un número difícil de calcular de edificios nobles con sus armerías, mientras las administraciones se mantenían pasivas y resignadas, ignorando sistemáticamente la normativa vigente, en especial el Decreto de 1963 que consideraba «...necesitados de una atención especial los escudos, piedras heráldicas» y objetos similares, responsabilizando de su vigilancia y conservación a los Ayuntamientos y prohibiendo a los propietarios «...cambiarlos de lugar ni realizar en ellos obras o reparación alguna sin previa autorización del Ministerio de Educación Nacional»[26].

Para la más parte de ediles y funcionarios era impensable ponerle trabas al progreso, en la convicción de que el patrimonio debía sacrificarse en aras del desarrollo económico. Sacrificio a veces tan dramático como la desaparición de comarcas enteras anegadas por las aguas de grandes embalses, para escándalo de almas conservadoras como la del cronista Berrueta:

Es una pena que la civilización, para sus avances, indudablemente buenos, tenga que matar por el camino a unos pueblos que viven felices y tranquilos en su aislamiento virgiliano. Y más penoso aún que no siempre acompañe al progreso material un progreso moral que, al fin y al cabo, es, y será siempre, el eje de una verdadera civilización[27].

Y con las aldeas desaparecieron o se dispersaron numerosos escudos heráldicos nunca inventariados adecuadamente. Incluso fueron trasladados edificios enteros, como la casona de Vegamián, reubicada en una alejada explotación forestal, al sureste de la provincia. Me he referido ya a las piezas de una casa medieval de Éscaro llevadas a Puebla de Lillo. Un escudo de La Puerta, junto a Riaño, acabó en Retuerto[28], y el de los Díaz de Lagüelles se vendió a un particular, que lo puso en su casa de Torrebarrio[29].

Burocrático: al museo o al consistorio

A menudo, las diversas administraciones adoptan medidas protectoras no muy alejadas de las descritas, y las piedras armeras retiradas de las fachadas terminan ornando una fuente pública en Murias de Paredes, Tejedo del Sil o Cármenes, un pilón en La Mata de Monteagudo o un jardinillo apócrifo en La Robla. Por supuesto, sin dejar constancia de su procedencia, borrada al cabo de la memoria local, lo que puede ser preferible a las habituales identificaciones erróneas debidas a una fecunda sinergia entre eruditos y ediles, atribuyendo en la señalética local la casa de Benllera a los marqueses de Camposagrado, la de los Álvarez, en Sorribos, a los duques de Alba; la de los García-Miranda de Buiza al exótico linaje Ranias-Panias; la de los Porras, en Murias de Paredes, a los condes de Luna; la los Álvarez Alfonso de Caldas a los de Pimentel; la de los González del Campillo, en Palacios del Sil, al no menos desoído marquesado del Pino...

En otras ocasiones, la acción administrativa se inclina por el traslado de las piedras armeras a un determinado museo, como las depositadas en el Arqueológico Provincial de León, por lo general, sin la oportuna identificación. Incluso se ha dado el caso de alguna pieza, como la encontrada en Tabuyo del Monte y llevada a aquella institución, que fue tomada por escudo del xvii, aunque hoy se data en las postrimerías del Campaniforme[30]. No faltan tampoco escudos que han desaparecido tras ser cedidos para su estudio a un determinado experto. Esto, al menos, es lo que referían no hace mucho, en un amplio reportaje periodístico, los propietarios de la Venta de la Tuerta, cuyos mayores le habrían entregado el blasón que, por lo visto, guardaban con particular orgullo, al conde de Gaviria, con el que mantenían una vieja amistad, y cuya búsqueda, declaraban, «...aún continúa y no [...] por afán de recuperarlo, pero sí al menos de conocerlo y llenar una laguna de la larga historia de esta venta»[31]. No he logrado arrojar más luz sobre este asunto, siendo difícil pronunciarse acerca del mencionado escudo, habida cuenta del origen llano y extranjero de la familia. La venta fue adquirida, con el nombre que hoy lleva, por D. Juan-Antonio Enríquez[32], que hizo de ella un próspero negocio, ejerciendo una notable influencia política en la comarca, como alcalde de Garrafe en 1883-88 y otros años[33], y ubicando en su propiedad la oficina del portazgo y el cuartel de la Guardia Civil, en 1848[34]. Nacido en Alcedo de Alba, en 1820, sus padres se llamaron Antonio Enríquez, natural de aquel lugar, y María de Gordón, que lo fue de Peredilla de Gordón; y sus abuelos paternos Catalina García-Castañón, roblana, y Juan Henríquez-Holijanps, natural de Bicunb o Bicuenb (¿Bochum?), en el Sacro Imperio, al que el Catastro de Ensenada sitúa en La Robla, donde ejerce de sastre, aunque figura luego en padrones de Alcedo como único vecino pechero[35]. Era hijo de otro Juan Henríquez-Holijanps y de Isabel Flórez-Hagamans.

Del mismo modo que un particular reubica un viejo escudo en su flamante chalet o finca, también una diputación puede hacerlo en sus instalaciones, decoradas al modo Paradores, junto a panoplias, armaduras toledanas y esos muebles oscuros que García Pavón catalogaba como «estilo catafalco». O un ayuntamiento, por qué no, en sus casas consistoriales recién inauguradas. Mientras se desempeñaba como secretario municipal de Villablino (León), D. Florentino-Agustín Díez González (Canales-La Magdalena, 1908-Madrid, 1996), figura indispensable en la vida cultural leonesa, se interesó vivamente por la historia local y comarcal, a la que dedicó un cuidado trabajo que dio a la imprenta en 1946[36]. Antes de ello, sin embargo, hubo de enfrentarse a una dificultad para él relevante y que le había pasado desapercibida hasta ese momento: el municipio carecía de símbolos heráldicos particulares, olvidados ya los que acaso trajera su predecesor, el concejo de Laciana, con su puebla de San Mamés de las Rozas. Decidido a iluminar su obra con el oportuno escudo, echó algún tiempo en rebuscar entre papeles y publicaciones, hasta dar con lo que le pareció una solución plausible. La encontró en un reciente opúsculo dedicado por el conde de Gaviria a la heráldica en piedra de la capital leonesa. Entre las numerosas piezas que recogía figuraban un par de escudos gemelos pertenecientes a la desaparecida casa de D. Ramiro-Marcelo Díaz de Laciana y Quiñones, caballero de Santiago y regidor de León[37], incorporada, luego de su muerte, al convento de agustinas recoletas por él fundado en 1660. A su derribo, en el pasado siglo, ambos escudos fueron depositados en las dependencias de la Diputación.

En la tan extendida creencia de que las armas de un linaje de apellido toponímico pertenecen también al lugar del que fue tomado, concluyó que las del citado personaje habían sido «traídas de largo tiempo por el expresado concejo de Laciana»[38], y las puso en la portada de su obra, a todo color y con el mote «LACIANA» al pie. Esta misma ilustración apareció de nuevo en las publicaciones que dedicara la Diputación a la Fiesta de las Comarcas de 1965, y se dibujó incluso en el trono de Alfonso X, representado en el momento de otorgar fueros a los lacianiegos en 1270[39]. En años sucesivos, el emblema se limitó a un cierto uso oficioso, hasta que, en 1969, consolidado el municipio como uno de los más relevantes de la provincia, la corporación decidió adoptarlo formalmente. A fin de reforzar su tesis, D. Florentino-Agustín, a la sazón secretario de la institución provincial, logró que ésta autorizase el traslado de uno de los escudos de D. Ramiro-Marcelo hasta el nuevo consistorio de Villablino, en cuya fachada fue encastrado y permanece[40], consolidando su asociación a una localidad de la que no procedía y una corporación con la que no guardaba relación alguna. Lleva, cuarteladas, las armas del caballero y de su señora, D.ª María Páez de Cepeda y Sotomayor, y acolada, la cruz de Santiago.

Abierto así el proceso de adopción de estas armas como municipales, con exclusión de los cuarteles correspondientes a Cepeda, Sotomayor y Quiñones, que no venían a cuento, redactó la preceptiva memoria D. Antonio Viñayo, abad de San Isidoro y correspondiente de la Real Academia de la Historia, y de ella, advierte D. Dalmiro de Válgoma en su informe (aprobado el 13 marzo de 1970), «...se infiere que las armas de Villablino deben ser las del linaje “Laciana” (García de Laciana, Díez de Laciana...)», siguiendo la descripción «...del también Correspondiente de esta Real Academia, don Francisco de Cadenas», eso sí, «...prescindiéndose resueltamente de la cruz de Santiago, que viene acolando el escudo [...], por no ser [...] procedente en armerías civiles»[41]. El escudo adquirió pleno carácter oficial mediante Decreto 1160/1971, de 6 de mayo[42].

Ideológico: memoria y desmemoria

Casi coincidiendo con el décimo aniversario de la promulgación de la Ley de Memoria Histórica, el Ayuntamiento de Villamanín (León) procedía a ocultar en la fachada de sus casas consistoriales el escudo nacional «franquista», esculpido en piedra, que hasta entonces la presidía. El acuerdo plenario se había adoptado meses antes, en julio, a propuesta del entonces alcalde socialista, y a fin de no destruir la pieza o retirarla, con los consiguientes problemas técnicos que ello pudiera ocasionar, pues formaba parte inseparable del diseño original, se decidió colocar encima el escudo del propio ayuntamiento. Pese a que los ediles conservadores se mostraron contrarios a la medida, en la creencia de que el malhadado emblema no molestaba a nadie, en diciembre era cubierto por un escudo municipal de llamativa policromía, también oficializado durante el anterior régimen, debajo del cual se instaló un centelleante reloj digital que aquéllos consideraron ridículo «...en una fachada tan emblemática como es la de la Casa Consistorial de Villamanín», dañando el «conjunto estético» de la plaza mayor[43].

La oposición, no sin alguna malicia, quiso entonces saber si, con la misma lógica, iba a ser derribado el resto de la localidad, reconstruida por Regiones Devastadas tras su casi completa destrucción en la pasada contienda civil[44]. A los efectos de combates y bombardeos sucedió la demoledora «tierra quemada» que los republicanos aplicaron durante su retirada, en 1937, de forma que el municipio y otros vecinos se contaron entre los adoptados personalmente por el Jefe del Estado, al ser su destrucción superior al 75 por 100 del caserío, conforme al Decreto de 23 de septiembre de 1939[45]. El proyecto de reconstrucción se presentó como un verdadero logro nacional-sindicalista con ineludibles ecos de la épica reconquistadora y el espíritu repoblador medieval. D. Berrueta, entonces celebrado cronista provincial y hoy sambenitado en efigie, reflejaba este espíritu al referir el daño sufrido por la heráldica en piedra de la comarca a causa de lo que entendía otra forma de pragmatismo ideológico, el nihilista: «Por allí pasó la barbarie. La barbarie que puede quemar los pueblos, pero no puede quemar su historia». Porque, aunque muchas casonas ardieron entonces y algunos escudos desaparecieron o resultaron dañados, incluso picados a conciencia[46], otros «…resistieron gallardamente las llamas del bárbaro incendio que los rojos encendieron, sin duda, para buscar la nivelación social en la escombrera»[47].

Por supuesto, los efectos del conflicto no sólo afectaron a este tipo de piezas, sino que fueron catastróficos para el patrimonio documental, imprescindible a la hora de identificar a los comitentes y sus linajes, y que se vio afectado por los bombardeos de la Legión Cóndor, que tenía su cuartel en el Aeródromo de León, el cañoneo de La Robla por los republicanos en 1937[48], y otras acciones bélicas. Mucho más amplia y efectiva fue la destrucción intencionada de archivos parroquiales y municipales por los milicianos, que fue lluvia sobre mojado, pues, más allá de la incuria y los incendios fortuitos, los fondos documentales habían ya sufrido la inquina de franceses, liberales y carlistas o perecido por causa de intereses políticos coyunturales[49]. En La Robla, un incendio destruyó el ayuntamiento en marzo de 1896, aunque logró salvarse in extremis el archivo[50], y en junio de 1934, algunos izquierdistas asaltan las nuevas dependencias municipales y se llevan la caja de caudales, que aparece luego, destrozada, a medio kilómetro del caserío, con la documentación esparcida por el suelo[51].

Litúrgico: vino nuevo en odre viejo

Antesalas de la eternidad, iglesias y capillas han albergado durante siglos los enterramientos de las familias más ilustres, que aseguraban de este modo su asiento en el entorno más inmediato a la inmortalidad, con la garantía inviolable del espacio sagrado y la perennidad de unas rentas generosas para sostén de sepulcros, epitafios y una parte nada desdeñable del repertorio heráldico regional. Un anhelo tan humano como inane, por igual detectable en el Valle de los Reyes y las catedrales que en el mausoleo de Lenin y algún otro como él objeto de la ferviente lipsanodulia laica. Muchos monumentos montañeses no sobrevivieron a las desamortizaciones, los cambios en la liturgia, los asaltos a las iglesias durante la Guerra Civil... La desidia y el abandono hicieron su parte, apenas contrarrestados por el amor de la feligresía hacia la herencia de sus pasados y la callada labor de los párrocos rurales. No de todos, que, de vez en cuando, uno se encuentra con la venta de objetos a los anticuarios para costear la reparación de un tejado o la consolidación de un muro que amenaza ruina, algunos tan valiosos como los sitiales procedentes de un monasterio de la provincia, con escudos de Pedro el Cruel y D.ª María de Padilla, que el depredador Arthur Byne ofreció a R.Ch. Hearst en 1929[52]. O con los efectos de las aún más dañinas oleadas de reformismo litúrgico que han ocasionado el derribo de algunos templos y la estridente reforma de otros, con el correspondiente descarte de paramentos y adminículos anticuados, molestos u ostentosos, terminando muchos como adorno de una boutique o cortina de un trastero, que de semejante guisa tuve ocasión de ver el hermoso pendón damasquinado de un pueblo montañés, rescatado, paradójicamente, por su pedáneo, ateo y comunista.

Cuando D. Francisco-Antonio de Álamos y Quiñones se postula para caballero de la Orden de Santiago, en 1651, los averiguadores visitan la localidad de Alcedo de Alba (León), donde estaba el solar de su familia materna, descendiente de D. Ares Pérez de Quiñones, al que Alfonso XI diera el señorío de aquélla en 1320, luego reducido a la casa. Fue ésta fortificada posteriormente por D.ª Leonor de Quiñones y su marido, D. Hernando de Vallecillo, a los que investigan los Reyes Católicos en 1497, pues la aprovechaban para cometer toda suerte abusos[53]. El expediente del santiaguista la describe como

[...] un castillo muy alto y arriba a la redonda por las cuatro partes a maneras de balcón unas rejas muy menudas. Tiene dicha torre dos ventanas a manera de rendijas y en lo alto abierto en redondo unas claraboyas muy chicas que tendrán un palmo de ancho, y en la parte opuesta que es un arco las armas de los Quiñones, que son seis escudos con tres escaques cada uno y antes en un paredón que hace frontispicio otra puerta con otro escudo en la misma forma y muy antiguo colgando de una argolla de la misma piedra.

Este último escudo fue sustituido por otro con corona al timbre, que mandaría poner D. José-Anselmo de Quiñones Herrera (Astorga, 1690-Madrid, 1773), regidor de León, tras casar con D.ª Eugenia-Francisca Álamos y Miranda, marquesa de Villasinda. Un incendio y su ulterior dedicación a palomar rebajaron la altura del edificio, hoy en ruina casi completa. El expediente se ocupa también de la iglesia parroquial de Santa Eugenia, patronato y panteón de esta familia, que alberga entonces

[...] algunos sepulcros levantados sobre dos leones de piedra cada uno con las armas de los Quiñones y así mismo en el retablo del altar mayor otro escudo y otro sobre el arco que divide dicha capilla mayor y ambos a dos, estos últimos blancos los escaques en campo azul, y así mismo hallamos en medio de la capilla mayor otro sepulcro levantado con un paño negro encima con dos hábitos de Santiago […] entre otros bultos de piedra que están en dicha capilla mayor […] está uno en medio della cubierto por un paño negro muy biejo con un áuito de Santiago muy antiguo que dicen todos los testigos está en memoria de estar allí sepultado Antonio de Quiñones visabuelo de don Pedro que fue del áuito de Santiago[54].

En fecha que no he logrado determinar, aunque ya contemporánea, hubo en la localidad un bienintencionado párroco decidido a desembarazar el escueto templo de tan numerosos monumentos, que sin duda estorbaban la liturgia y restringían el aforo. Los fue eliminando de a poco, según quiere la tradición, enterrándolos en los dextros, sin dejarse otro sepulcro, junto a la entrada, que pertenecía a D. Suero García de la Robla, tronco de un extenso linaje local y del toponímico «Robla», tan abundante en las comarcas vecinas[55]. Décadas después de abandonar la parroquia este primer cura, en tiempos del posconcilio, otro por igual emprendedor, imbuido del espíritu de los tiempos, se empeñó en actualizar el vetusto templo haciendo instalar un techo raso, cubrir el suelo de terrazo y revocar los muros, ocultando la heráldica señorial y dos lápidas de notable tamaño: una, en el presbiterio, dañada a mayores por la apertura de una ventana, se refería al enterramiento y mandas de D.ª Leonor y su marido; la otra, junto a la entrada, correspondía al citado D. Suero García de la Robla. Afortunadamente, la insistencia de algún vecino ilustrado logró recuperar las inscripciones. En 1997, reapareció un escudo policromado con las armas del matrimonio, hoy en el muro norte de la nave, a par de otro de no menos accidentada travesía, con las de Bernaldo de Quirós: procedente del palacio, había sido reutilizado en una maltrecha dependencia parroquial, puesto del revés. Cuando aquélla terminó de arruinarse, el escudo fue trasladado a la residencia del entonces párroco, en una localidad cercana, donde permaneció varios años, hasta ser recobrado y puesto en su actual destino.

Coleccionista (I): la casa de Iván de Vargas

No han faltado en España personajes que, en la estela de Hearst, aunque con mayor modestia, bendecidos por una cierta holgura económica, se dedicasen a coleccionar labras heráldicas, recogiendo las que iban quedando huérfanas en tantos pueblos del Norte con la ayuda de anticuarios poco escrupulosos y oportunistas de toda laya. En Penilla de Toranzo (Cantabria), en la conocida como Torre de la Llera, reunió D. Aurelio Ibáñez un buen número[56], y mayor fue la colección formada por el naviero D. Javier Sensat Curbera en su pazo vigués de Miramar, con noventa y cuatro piezas anónimas que hubo de investigar la policía gallega[57]. Un fenómeno similar, a menor escala, debió de darse en la madrileña casa de Iván de Vargas, amplio edificio situado entre las calles de San Justo y Doctor Letamendi, erigido, según parece, durante los siglos xvi y xvii sobre los restos de otro en el que quiere la tradición que viviera el Santo Labrador, como recordaba una inscripción sobre el dintel de la puerta principal: ÉSTA FVE LA CASA SOLAR DE IVÁN DE BARGAS/ AL QVAL SIRVIÓ COMO CRIADO EL GLORIOSO/ S(ANC)T YSIDRO.

La propiedad permaneció en la descendencia de los Vargas hasta llegar a D.ª Victoria Lorenzo y Rodríguez, que se la vende, en 1912, a su médico, el excéntrico castellonense D. Rafael Forns y Romans (1868-1939). Tras pasar por varias manos y ser declarada en ruina en 1994, cuatro años más tarde es adquirida por el Ayuntamiento de Madrid, que parece indeciso en cuanto a su destino. Al año siguiente, se la cede a la Fundación Nuevo Siglo, que intenta rehabilitarla, aunque acaba renunciando por considerar inviable el proyecto, de forma que es finalmente demolida en 2002, provocando no pocas críticas por la pérdida patrimonial que ello suponía para la ciudad[58]. En 2011, el ayuntamiento construyó en su solar un edificio por completo nuevo, aunque con reminiscencias del precedente, que dedicó a biblioteca pública con el nombre de «Iván de Vargas». En la fachada que da a Doctor Letamendi se reinstalaron tres de los seis escudos que ostentaba la original, perdidos los restantes durante su derribo, junto con la inscripción antes aludida. Escudos de épocas y hechuras muy diversas, lo que, como sugería D. Fernando del Arco, «...hace pensar en el depósito indiscriminado de un coleccionista de labras heráldicas», que no pudo ser otro que el peculiar doctor Forns[59]. En efecto, los blasones conservados y las imágenes de los desaparecidos nos permiten confirmar que pertenecían a linajes sin aparente conexión entre ellos:

1º Gótico, de principios del siglo xvi, quizás de los duques de Maqueda: partido: 1º, dos lobos pasantes, en palo; bordura con ocho veneras (Cárdenas); 2º, de León, mantelado de Castilla (Enríquez). Acolada, la cruz magistral de Santiago, flordelisada y con las veneras en los extremos, probablemente en recuerdo del maestre D. Alonso de Cárdenas[60].

2º De formato similar y misma época: partido: 1º, una torre donjonada y bordura limitada al jefe, el flanco diestro y la punta, con ocho cruces flordelisadas (¿Valdivieso?); 2º, un león coronado. Desparecido.

3º Del xvi, renacentista, se hallaba sobre la puerta principal, justo debajo de la inscripción: cuartelado: 1º, un puente de tres ojos sobre ondas de agua, sumado de dos torres, en los extremos, con un águila posada sobre cada una (¿Suárez de Deza?); 2º, una fuente con dos tazas, y empinados a ella, dos leones (¿Fuentes?); 3º, una torre incendiada, y bordura con el lema: AVE MARIA GRATIA PLENA DOMINUS T(ECUM) (¿Guerra de la Vega?); y 4º, cinco flores (jazmines, quiere Fernando del Arco), y en jefe, tres estrellas de ocho puntas, en faja; bordura con el cordón de San Francisco. Lleva dos ángeles como tenantes. Desaparecido.

4º Escudo barroco, de hacia 1700, cuartelado: 1º, cinco estrellas de ocho puntas; 2º y 3º, cinco panelas; entado en punta, un árbol con un lobo pasante atravesado al tronco; en la bordura, una inscripción apenas legible, que parece remitir a Salcedo; al timbre, celada.

5º De la misma época, aproximadamente: medio cortado y partido: 1º, una cruz flordelisada cargada de una cruceta; 2º, jaquelado de quince piezas, el flanco diestro con ondas de agua; 3º, un guerrero armado que clava la espada que lleva en su diestra en la cabeza de un león echado y sostiene en su brazo siniestro un escudo con un castillo y bordura con sotueres y armiños, alternando; bordura general con cuatro sotueres y cuatro armiños, alternando; al timbre, celada, y a su diestra: VILLAFAÑE S(ON)/ DE ALMAN/ZA, y a su siniestra: GARCÍ/A DE MODINO SO/N DE MOD/INO.

6º Escudo ovalado, dieciochesco, con el Agnus Dei contornado, sobre un libro, acompañado en jefe de la palabra FACO; al timbre, celada. Desparecido.

Me interesa especialmente el quinto escudo, vinculado a dos linajes de evidente raigambre leonesa, aunque no he podido averiguar gran cosa acerca de su procedencia. ¿Cómo llego a manos del doctor Forns? ¿Fue trasladado hasta la Villa y Corte desde la Montaña de León o, por el contrario, procedía de la casa madrileña de algún hidalgo oriundo de ella? En cualquier caso, no hay duda de que sus armas pertenecen a los Villafañe asentados en Almanza (León), de donde fue regidor noble, en 1601, D. Miguel de Villafañe, que pleitea por su nobleza en 1611, y procuradores generales, en 1625, D. Jacinto y D. Rodrigo de Villafañe[61]. Y a los García de Modino, linaje al que pertenecieron D. Diego García de Modino, vecino de Almanza, que mueve pleito de hidalguía en 1574, y D. Fernando y D. Juan García de Modino, avecindados en Modino (León) por los mismos años[62]. En esta villa se conservan, por cierto, dos labras heráldicas con motivos idénticos a los que vemos en Madrid, y que se repiten en Cifuentes de Rueda, junto al texto: ÉSTAS SON LAS ARMAS/ DE LOS GARZÍAS/ NATVRALES DE / MODINO[63].

Coleccionista (II): armerías de ida y vuelta

D.ª María del Carmen Orejas, en la meritoria obra que dedica al valle de Curueño[64], se refiere al sello que utilizó el notario D. Primo Avecilla Díez-Canseco, que ejerció sucesivamente en Luarca, La Robla (1878-1884), La Vecilla (1884-1888) y León, donde falleció en mayo de 1899. Natural de La Vecilla (León), le supongo hijo de D. Hermenegildo Avecilla Enríquez, labrador acomodado y hermano de D. Braulio, párroco de Joarilla de las Matas, emparentado con los señores locales. De sus hijas, una entró en las carmelitas de Valladolid, en 1901, mientras que otra casó con D. Víctor Serrano Trigueros, abogado de La Vecilla y su alcalde en 1910, más tarde juez en Ciudad Rodrigo[65]. Conservó el sello su hijo, el abogado D. Ángel Serrano, secretario de la Audiencia Provincial de Toledo. Ostentaba un escudo partido: 1º, cinco avecillas, y bordura llana; 2º, dos flores de lis, una en jefe y otra en punta, y en medio, tres fajas o jaqueles acostados de seis cruces de S. Andrés, tres a cada lado[66]. La citada autora, haciéndose eco, seguramente, de la tradición, lo atribuye a Avecilla y explica su composición a partir de un escudo en piedra recogido por dicha familia en su finca de La Vecilla (León): partido: el primero, a su vez partido: 1º, dos barras; 2º, un árbol; bordura cargada de ocho armiños. El segundo, cuartelado: 1º, terciado, una cabra pasante y contornada, en los cuarteles primero y segundo, únicos visibles; 2º, dos fajas ondadas; 3º, lo que interpreta como una fuente acostada de sendos leones empinados a ella y superada de un sol; y 4º, jaquelado; bordura con cinco aves contornadas, puestas una en jefe y dos en cada flanco; en abismo, un escusón partido: 1º, catorce roeles, y bordura con diez aspas; 2º, tres barras, y bordura llana. Al timbre, el sombrero arzobispal con sus cordones y la cabeza de la cruz de doble travesaño, el todo acolado de la dominica y, alrededor del campo: HIERONIM(US) G(RATIA) DEI ET SANCTAE ROMANAE ECCLESIE ARCHIEP(ISCOPU)S DE LA PLATA. La citada autora lee también «los nombres de Méndez Tiedras», que cree pertenecerían al escultor, y atribuye los cuarteles, por semejanza con otras representaciones locales, a Robles, Ordás, Cabeza de Vaca y Avecilla.

Un examen detenido de la pieza, sin embargo, permite atribuirla al salmantino D. Jerónimo Tiedra Méndez, o Méndez de Tiedra, OP, arzobispo de La Plata de los Charcas entre 1617 y 1623, cuya casa-palacio se conserva en la ciudad del Tormes, calle de la Correhuela, con armas muy similares a las descritas. Cómo terminó el escudo en La Vecilla es detalle que no puedo precisar, aunque, por uno de esos sorprendentes azares del destino, las leyendas genealógicas de este linaje lo hacen proceder de la vecina localidad de Villalfeide, donde habría fundado casa solar, según Pedro de Salazar Girón, cierto Diego Díaz de Tiedras o Quiebras, que ayudó a Don Pelayo, con treinta peones suyos, en la toma de un castillo que estaba sobre una peña rodeada de quiebras, de donde le vinieron apellido y armas, cuya descripción se corresponde con la segunda partición del escudo de La Vecilla[67]. En cuanto a la primera, con las barras y el árbol, probablemente evoque las de Méndez de Vigo.

Supersticioso: el escudo como elemento ominoso o esotérico

Probablemente sorprenda a más de uno el que el daño y la pérdida de representaciones heráldicas tenga que ver, en algunas ocasiones, con fenómenos culturales ligados a la interpretación supersticiosa o mágica de la realidad. Hace bastantes años, en un pueblo cuyo nombre ya no recuerdo, me justificaron la ocultación de un escudo en que sus figuras le producían mal fario a la dueña de la casa en que se hallaba. El maltrecho salvaje que, armado de una gran porra, sostiene las armas de los González del Campillo, en Palacios del Sil, debe su deterioro a la vieja costumbre de que los rapaces le arrojaran piedras, cantándole: «—Santu Macarru, tírame’l palu./ —Nun te lu tiru, que toy muy malu»[68]. Pero también la erudición y la prensa, fascinadas por los encantos de la «ocultura», que siempre le busca cinco pies al gato, pueden haber ocasionado la desaparición de algunas labras que habían sido ignoradas hasta que un reportaje sensacionalista llamó la atención sobre ellas y las rodeó de misterio. Un amigo periodista suele definir su oficio como el arte de explicar lo que desconoce a personas a las que no les interesa. Informar de que Lord Jones ha muerto a quienes nunca supieron que estaba vivo, decía el siempre oportuno Chesterton. Sin pretenderme cínico o suficiente, algo de eso parece evidenciarse en el prolongado serial periodístico en torno a una pieza, el relieve que lucía del arco de entrada a la ruinosa ermita dieciochesca de Robledo de Omaña, de la que pocos se habían ocupado anteriormente. Simple motivo ornamental, quizás una sirena de doble cola, o acaso una peculiar variante de las armas de Flórez[69], su relectura en clave esotérica descubrió en ella «...un grial concebido desde una óptica masónica», la de un miembro de «Las tres flores de lis», primera logia española. Al parecer, «...la ermita está orientada de tal modo que la recta que une el relieve de la clave con el punto por donde aparece el sol en el día del solsticio de invierno nos da la clave del lugar donde se halla el Grial», en la basílica leonesa de San Isidoro. Una orientación inhabitual en un templo de estas características, en dirección sureste, que llevaba al formulador de tan aventurada hipótesis a preguntarse: «¿Cómo sabía el supuesto masón que construyó su templo en este recóndito lugar de Omaña dónde estaba el Grial? Insisto en mi creencia de que se trata de una casualidad. Pero así nacen los mitos»[70]. Si non e vero...

La inspiradora pieza fue sustraída poco más tarde por desconocidos y hubo de ser suplida por una copia[71]. No me atrevo a conjeturar acerca de si el boom mediático-esotérico influyó en ello, pero la coincidencia es más que sugerente. Porque no ha sido la única víctima de la resignificación cabalística, alquímica, esotérica... de la heráldica, ya de suyo propensa a la demasía hermenéutica. Los medios han aireado con brío las rarezas del «misterioso escudo de los Guzmanes» y su «griálico» caldero, del que asoman iniciáticas serpientes, y más aún los arcanos de Camposagrado y su veneradísimo santuario, no lejos de la capital leonesa, en torno al que gravita una nebulosa legendaria en la que folclore, genealogía y literatura piadosa se entremezclan con fabulaciones teosóficas, telúricas, ufológicas... que han añadido a la épica simbología de los linajes locales un innegable ingrediente místico. Durante décadas, no ha sido difícil tropezarse en sus inmediaciones con toda suerte de iluminados intentando descifrar mensajes escondidos en los veteranos muebles o leer los epitafios como si de un grimorio se tratase. Poco sorprendería el que fuese alguno de ellos quien, cegado por tan excitante superchería, arrancó el escudo que ornaba las dependencias del santuario, del cual, como suele suceder, no se ha vuelto a tener noticia.

Conclusión

No se me alcanza mejor modo de cerrar el presente artículo que insistir en la necesidad de cuidar adecuadamente este patrimonio heráldico, tan disperso e indefenso, implicando en la tarea a cuantos puedan intervenir en su catalogación y protección y formar a las nuevas generaciones en el respeto que merece. Queden atrás, definitivamente, los prejuicios académicos y la desidia de las administraciones y procédase, decididamente, a ello.




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NOTAS

[1] José María Luengo y Martínez, Julián Sanz Martínez, Las casas de los Fernández en Omañón y Villamontán (León) (León: 1925), 8-10.

[2] Los Sobarzo llegaron a poner por armas a un hombre cubierto de conchas que saca del mar a una nereida con una pareja de bueyes, mientras sus compañeras se lamentan entre las olas (Adriano García Lomas, Mitología y supersticiones de Cantabria (Santander: Excma. Diputación Provincial de Santander, 1964), 135).

[3]Elías López Morán, Derecho consuetudinario y economía popular de la provincia de León (Madrid: Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1900), 28.

[4] Y al que dio muerte San Lorenzo, según le refieren al abad de San Isidoro en el siglo xvi, el cual «…auía templado unas ciertas varras de yerro ardiendo y las auía echado al culebro, juntamente con […] unos tocinos, y que estando todo junto lo auía tragado el dicho serpiente y que auía reventado» (Julio Pérez Llamazares, Historia de la Real Colegiata de San Isidoro de León (León: 1927), 188).

[5] Y que, a juzgar por las resultas, dejaron en mí su impronta, pues estaban ahí cuando nací, crecí con ellos, y eran una rareza en aquel contexto. Mi descubrimiento se debió en parte a un innovador maestro, recién llegado a la escuela local, que mandó hacer un trabajo sobre el pasado familiar de los alumnos. Mi padre echó mano de alguna documentación doméstica referente a los orígenes del linaje y sus blasones. Por mi parte, descolgué temerariamente una de esas porcelanas con escudo que había en casa de mis abuelos maternos. La habían encargado en Madrid, hacia mitad de los sesenta, reproduciendo el ya deslucido dibujo que, en papel, enviasen tiempo atrás los parientes de Vizcaya. Recuerdo leer en alto la descripción heráldica, con aquella jerga oscura y enigmática: «campo de azur», «armiños de sable», que creí referencia al arma homónima... Mi abuelo me aclaró que eran términos propios del blasón.

[6] John Dewey, La reconstrucción de la filosofía (Madrid: Aguilar, 1955), 165.

[7] José Antonio Vivar del Riego, «La heráldica y el entorno urbano», Hidalguía: la revista de genealogía, nobleza y armas, 391 (2022): 689-724.

[8] D.ª M.ª Manuela Badiola García (La Robla, 1923-León, 2016). Sirva este artículo como humilde homenaje a quien debo mi interés por el patrimonio y que tantas veces me acompañó en mis expediciones, con su imprescindible cuaderno de notas en el que lo describía y dibujaba todo.

[9] Javier Pérez Gil, ¿Qué es la Arquitectura vernácula? Historia y concepto de un Patrimonio Cultural específico (Valladolid: Universidad de Valladolid, 2016.

[10] Mariano Domínguez Berrueta, Regiones naturales y comarcas de la Provincia de León (León: 1952), 26.

[11]Julio de Prado Reyero, Un viaje histórico por el alto Esla (León: Excma. Diputación Provincial de León, 1999), 72 y 192-193.

[12] M.ª del Carmen Orejas Díez, Mancomunidad del Curueño. Historia, hidalguía y armería en piedra (León: Excma. Diputación Provincial de León, 1993), 74-76.

[13] Las menciona Francisco Sarandeses Pérez, Heráldica de los apellidos asturianos (Oviedo: Excma. Diputación Provincial de Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos del Patronato José María Quadrado, 1966), 59.

[14] Julio de Prado Reyero, «Oceja de Valdellorma», Castillete, 13 (1982): 15-16.

[15]Luis Rojo Martínez, El valle de la Valcueva (León: Instituto Leonés de Cultura, Excma. Diputación Provincial de León, 2001), 206.

[16] Luis Pastrana, «Iniciativa privada y patrimonio artístico: reconstrucción y rehabilitación de la casa de los Quiñones en Riolago de Babia», Tierras de León, 46 (1982): 48-61.

[17] Decreto 210/1995, de 5 de octubre (BOCYL 195, de 10 de octubre de 1995).

[18]Diario de la Marina, 6 de junio de 1885.

[19] Carmen González Echegaray, Escudos de Cantabria, II (Santander: Institución Cultural de Cantabria, 1969), 95-96.

[20] «¿Dónde está la histórica casona de los escudos de Puebla de Lillo?», El Mundo Castilla y León, 12 de febrero de 2010. «La Junta remite a la Fiscalía las obras de la Casona de Puebla de Lillo», El Mundo Castilla y León, 12 de mayo de 2010. «La fachada de la casa de los escudos ya está reconstruida», Diario de León, 11 de febrero de 2011.

[21] Juan Manuel de Prado, Los valles del Tuéjar (León: 1979), 87.

[22] Ramón Gutiérrez Álvarez, Prioro y Tejerina (Salamanca: 2007), 131.

[23]Diario de la Marina, 30 de marzo de 1928. La entrega del escudo al poeta se iba a efectuar «con la mayor solemnidad», formando parte hoy de su casa-museo en Montevideo.

[24] Emilio Moráis Vallejo, «Traslado de edificios históricos. El caso de León durante la época franquista», De arte: revista de historia del arte, 1 (2002): 113-138.

[25]José Luis Gómez-Barthe y Álvarez, «La Casa Gómez Buelta. Notas para la historia de un mayorazgo», Hidalguía: la revista de genealogía, nobleza y armas, 254 (1996): 29-39, 30.

[26] Decreto 571/1963, de 14 de marzo, sobre protección de los escudos, emblemas, piedras heráldicas, rollos de justicia, cruces de término y piezas similares de interés histórico-artístico (BOE 155, de 29 de junio de 1985).

[27]Mariano Domínguez Berrueta, Riberas del Luna (León: Excma. Diputación Provincial de León: 1958), 14.

[28] José M.ª Canal Sánchez-Pagín, Riaño: cinco villas. Ráfagas históricas (León: Lancia, 1988), 43, 52.

[29]Ana M.ª Villanueva Fernández, El embalse de Luna y las causas de degradación del patrimonio, tesis doctoral, Universidad de León, 2008, 290.

[30]José M.ª Luengo Martínez, Julián Sanz Martínez, op. cit., 8-15.

[31] «La Venta de la Tuerta» <en línea>, consultado 24/07/2011, http://www.laventadelatuerta.es/?page_id=86. Fulgencio Fernández, «Donde comer y refugiarse desde reyes a bandoleros», La Crónica de León, 3 de enero de 2010.

[32] D. Juan-Antonio contrajo matrimonio con D.ª Celestina García Flecha, y a su fallecimiento, heredó la venta su hija D.ª Juana Enríquez, que casó en Garrafe con el médico D. Luis López San Francisco, natural de Madrid.

[33] Boletín Oficial de la Provincia de Orense, 20 de noviembre de 1840. El Correo, 29 de febrero de 1883. Boletín Oficial de la Provincia de León, 16 de septiembre de 1867 y 4 de Abril de 1888.

[34] Cuya heroica intervención en un incendio acaecido tres años más tarde recoge Elisardo Ulloa, Crónicas ilustradas de la Guardia Civil (Madrid: 1865), 652-657.

[35] Archivo Histórico Diocesano de León, Alcedo de Alba, I Casados, sf; y I Bautismos, sf. Archivo Histórico Municipal de León, cajas 661 y 664. AGS, CME, RG, Libro 330, f. 155.

[36] Florentino-Agustín Díez González, Memoria del antiguo y patriarcal Concejo de Laciana (Madrid: Instituto de Estudios de la Administración Local, 1946).

[37] Francisco de Cadenas y Vicent, Armería en piedra de la ciudad de León (Madrid: Hauser y Menet, 1943), 29. Boletín de la Real Academia de la Historia, CLXX (1973): 592-593.

[38] Boletín de la Real Academia de la Historia, CLXX (1973): 592-593.

[39] «V Día Provincial de las Comarcas Leonesas», Tierras de León, 6 (1965): 128, 130.

[40]Pío Cimadevilla Sánchez, Repertorio heráldico leonés, III/2 (León: Instituto Leonés de Cultura, Excma. Diputación Provincial de León, 2001), 558.

[41] Boletín de la Real Academia de la Historia, CLXX (1973): 592-593.

[42] Boletín Oficial del Estado 132, de 3 de junio de 1971.

[43] Estefanía Niño, «Villamanín decide ocultar el escudo franquista de su Casa Consistorial», La Nueva Crónica, 4 de julio de 2017. J. A. Barrio Planillo, «Villamanín retira el escudo franquista...», Diario de León, 18 de diciembre de 2017.

[44]Ángel Fierro, Crónica del Val de Lugueros, últimas huellas del paraíso (León: Excmo. Ayuntamiento de Valdelugueros, 2003), 106-108.

[45] BOE, 3 de octubre de 1939. «Organismos del Nuevo Estado: la Dirección General de Regiones Devastadas», Reconstrucción, 1 (1940): 2-5.

[46] Aunque las versiones acerca de los autores y época de la tropelía son contradictorias. Porque no faltan quienes la atribuyan a los franceses, que saquearon el palacio de Renedo y otras nobles casas comarcanas, y acaso vieran en estas piedras resabios del Antiguo Régimen.

[47] Mariano Domínguez Berrueta, Regiones naturales y comarcas..., 26 y 34.

[48] Uno de los proyectiles, por citar un solo ejemplo, cayó en la casa de mi familia, entrando por la ventana del despacho, desapareciendo la documentación de D. Luis Álvarez-Quiñones y Pérez (†1868), primer titular de la recién creada parroquia local, hermano de mi rebisabuela D.ª Clara y tío del abogado D. Luis Álvarez-Quiñones y Rodríguez (†1867), entre ella, datos genealógicos y referencias a las casas de Torre de Babia y Riolago.

[49] Isabel Palomera Parra, «Las guerras y la destrucción del patrimonio documental: la destrucción de la memoria», en Los conflictos bélicos como productores y destructores del patrimonio documental: XXIV Jornadas FADOC, ed. por Carlos J. Flores Varela, Manuel Joaquín Salamanca López y Lara Nebreda Martín (Madrid: 2016), 111-127.

[50]El Correo de España, 22 de marzo de 1896.

[51]Diario de la Marina, 2 de junio de 1934. Se trató de un fenómeno muy extendido: en 1916, un joven es acusado de incendiar el ayuntamiento de Valluércanes, en Burgos (El castellano, 27 de mayo de 1916), mientras que el temor de las administraciones precedentes ante la victoria electoral de los republicanos en las municipales de 1931 parece estar detrás de los incendios de las casas consistoriales de Valderredible y Reinosa, en julio de aquel año y febrero de 1932 (Encarnación-Niceas Martínez Ruiz, «La destrucción de la memoria. Los archivos municipales», Cuadernos de Campoo, 23 (2001): 13-22).

[52] M.ª Paz Aguiló Alonso, «La fortuna de las colecciones de artes decorativas españolas en Europa y América: estudios comparativos», en El arte español fuera de España. XI Jornadas de Arte, ed. Miguel Cabañas Bravo (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Historia, 2003), 275-290, 284.

[53] Edward Cooper, Castillos señoriales de Castilla de los siglos xv y xvi (Madrid: Fundación Universitaria Española, 1980), núm. 210, 931.

[54] José Pérez Balsera, Los caballeros de Santiago… (Madrid: E. Mestre, 1932-36), II, 161-164. AHN, Santiago, exp. 175.

[55] En 1752, D. Isidro García de la Robla era regidor de Cabornera (León), de donde descendía los próceres uruguayos D. Juan-Francisco (Montevideo, 1775-Canelones, 1842) y D. Luis de la Robla (Montevideo, 1780-1844), hijos del gordonés D. Francisco de la Robla y de la bonaerense D.ª M.ª Rosa Pereyra, y nietos de D. Diego de Robles Caruezo y D.ª Bernarda García de la Robla (Juan Alejandro Apolant, Génesis de la familia uruguaya: los habitantes de Montevideo en sus primeros 40 años, filiaciones, ascendencias, entronques, descendencias (Montevideo: 1966), III, 268, 1430).

[56] Carmen González Echegaray, op. cit., II, 129, y III (Santander: Institución Cultural de Cantabria, 1976), 182.

[57] Adolfo Taboada Sanz, «Labras heráldicas desamparadas», Estudios de genealogía, heráldica y nobiliaria de Galicia, 9 (2011): 39-49.

[58] Rafael Delgado Maldonado de Guevara, Tracto sucesivo de la Casa de Iván de Vargas (San Justo) (Madrid: 2016). Eduardo Valero García, “La Casa de Iván de Vargas, la familia Forns y un secuestro. Madrid, 1935”, Historia Urbana de Madrid <en línea>, cons. 23/03/2023, http://historia-urbana-madrid.blogspot.com.es/.

[59] Fernando del Arco y García, Labras heráldicas de la villa y corte (Madrid: Colegio Heráldico de España y de las Indias, 1997), 61.

[60] José María de Francisco Olmos, «El sello de administración del maestrazgo de Santiago: de Fernando el Católico a Carlos I», Revista de las Ordenes Militares, 9 (2017): 129-163.

[61]Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Sala de Hijosdalgo, cajas 895,11 y 1080,3.

[62]Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Sala de Hijosdalgo, caja 813,32, y Registro de Ejecutorias, cajas 1156,40 y 1229,8.

[63] Juan José Sánchez Badiola, Nobiliario de la Montaña leonesa (Granada: Lozano, 2019), 330.

[64] M.ª del Carmen Orejas Díez, op. cit., 190-193.

[65] Hijo del notario D. Gil Serrano y Serrano (†Frechilla, 1917) y de D.ª Filomena Trigueros (El Esla, periódico de intereses materiales, 23 de febrero de 1860. Suplemento al Boletín Oficial de la Provincia de León, 8 de noviembre de 1877. Gaceta de Madrid, 7 de marzo de 1879. El Día de Palencia, 7 de septiembre de 1917. El Adelanto, 10 de septiembre de 1926).

[66] M.ª del Carmen Orejas Díez, op. cit., 190-193.

[67] Biblioteca Nacional, MSS/11469, ff. 50 y 50v.

[68] M.ª Carmen Pedrayes Toyos, «El mundo de la naturaleza na poesía d’Eva González», Lletres Asturianes, 69 (1998): 151-176.

[69] Francisco de Cadenas Allende, José M.ª Hidalgo Guerrero, Enrique Rodríguez de Valcárcel y Mas, «La heráldica en Omaña (León)», Hidalguía, 38 (1990): 585-619, 610.

[70] P. Rioja, «Un templo de Salomón en mitad de Omaña», Diario de León, 31 de mayo de 2016. Fulgencio Fernández, «Se busca el dedo que señala al Grial», La Nueva Crónica, 26 de mayo de 2016. David Gustavo López, La clave del grial. El enigma de Omaña (León) (León: 2016).

[71] Verónica Viñas, «Roban en Omaña la piedra del Grial», Diario de León, 21 de mayo de 2019. Fulgencio Fernández, «La copia de lo robado: el regreso del Grial masón», La Nueva Crónica, 25 de junio de 2021.



Heráldica migrante: la dispersión de piedras armeras en la montaña leonesa

SANCHEZ BADIOLA, Juan José

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 498.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz