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Revista de Folklore número

497



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El zopilote en la lírica y la narrativa de tradición oral de México

CUELLAR ESCAMILLA, Donají

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 497 - sumario >



El zopilote, una de las aves más significativas en la cultura mexicana, es un personaje polifacético que atraviesa la lírica, la narrativa y las tradiciones religiosas. En el Cancionero Folklórico de México (Frenk, 5 vols., 1975-1985)[1], suele ser la expresión metafórica del depredador de mujeres, o bien un ave cuyas cualidades inspiran, por una parte, repulsión y compasión y, por otra, respeto y admiración, mientras que, en algunos cuentos de la tradición oral, es el pícaro burlador del flojo, o bien la deidad que engendra a la Luna y el Sol. Si la tradición lírica nos muestra dos visiones opuestas del ave, la tradición narrativa nos lleva, por un lado, al mundo de lo fantástico, debido a la transformación mágica del zopilotl en hombre y, por otro, al de la alegoría, que estuvo presente en los mitos cosmogónicos mesoamericanos, y que ha sobrevivido en cuentos de la tradición oral contemporánea.

Con el ánimo de contribuir al estudio de las aves en las tradiciones lírica y narrativa mexicanas, en este trabajo me interesa dar cuenta de los personajes que representa el zopilote en el Cancionero y en algunos cuentos de la tradición oral, pues considero que en futuras investigaciones nos permitirán distinguir cuáles son los tipos que viajan a través de las formas y géneros líricos y narrativos, para observar cómo se adaptan a ellos. Mis pesquisas sobre el simbolismo del zopilote en cuentos de flojos me hicieron advertir, en una investigación anterior (Cuéllar, 2021)[2], que en algunos pueblos de Guerrero se le considera un ave sagrada, por lo que me detengo a describir el ritual que se celebra en su honor, en el marco de la fiesta de la Santa Cruz. Esta ceremonia religiosa nos permitirá asomarnos al sistema de creencias y valores que nutren el imaginario que se expresa a través de las coplas, canciones y cuentos revisados.

De acuerdo con Francisco J. Santamaría, zopilotl fue la voz náhuatl que solía designar al cathartes atratus que hoy conocemos como zopilote, mejicanismo con que se enuncia el conocido catártido negro, de cabeza pelada y pico encorvado, que lleva varios nombres en México: zope, chombo, shope, nopo, aura; y, en América, gallinazo y zamuro. Habita en las tierras calientes de México y en varios países de Sudamérica (2000, sv. «zopilote»)[3]. Sus peculiaridades han llamado la atención desde los cronistas hasta los escritores e investigadores modernos. Francisco Javier Clavijero afirmaba que, durante la Conquista, el zopilote vivía en el Valle de México y advertía que, debido a la gran utilidad del ave, en Cuba excomulgaban a quien lo matara. El retrato que el cronista proporciona del ave se centra en la saña con que acomete a sus presas, la voracidad con que devora los alimentos, su repulsiva manera de defenderse, su prolongado proceso de digestión, su vuelo majestuoso, su agudo sentido de la vista y el hecho de que no haga nido:

Los Cathartes, carecen del valor y la fuerza de las Aguilas y demás Accipitridos, y muy rara vez atacan a un animal capaz de defenderse; pero en cambio se encarnizan con las bestias agonizantes y hasta les dan picotazos en los ojos, para cegarlas. Se alimentan con carnes corrompidas y todo género de inmundicias, y son muy pestilentes. Cuando están en peligro, vomitan una parte de sus alimentos para inspirar asco al enemigo. Son casi mudos.

Una vez que han satisfecho su apetito permanecen inmóviles largo rato: hasta que ha avanzado mucho la digestión y pueden volar con facilidad. Casi todo el día permanecen en los aires volando majestuosamente en alturas excepcionales, a las cuales se remontan con el objeto de abarcar un horizonte muy grande. Se ha dicho que perciben a gran distancia el olor de un cadáver abandonado y que se guían para encontrarle por el olfato solamente; pero está demostrado que su vista muy penetrante es el único sentido que les favorece. Varios naturalistas han depositado una cabeza de res o piel de becerro disecadas en un lugar descubierto para atraer a los zopilotes. Estos acuden en efecto, y comienzan a picotear aquellos despojos y no reconocen su error hasta que encuentran dentro de aquellas pieles paja o estopa y no las vísceras y carne que buscaban. […]

Estos buitres no construyen nidos, contentándose con depositar sus huevos en las grietas de los peñascos o en los agujeros de los árboles.

Vomitan en el pico de sus polluelos los alimentos a medio digerir y de esta manera les sustentan. Los zopilotes jóvenes tienen la cabeza y el cuello emplumados.

La Aura vive en Norte América, Méjico y Sur América, hasta el Estrecho de Magallanes. El zopilote abunda en gran parte de Norte América, Méjico y Sur América, hasta los 410 de latitud Sur (citado en Santamaría, 2000, sv. «zopilote»).

Marcos E. Becerra (1870- 1940), escritor tabasqueño que fuera miembro de la Academia Mexicana de la Historia durante sus últimos diez años de vida, gracias al reconocimiento de sus estudios pioneros de historia, lingüística, filología y etnografía relacionados con la época prehispánica y colonial, escribió unas líneas interesantes acerca de los alimentos que come el zopilote además de la carroña, en sus Rectificaciones y adiciones al Diccionario de la Real Academia española (1954); también observa con atención la manera en que acechan y devoran a sus presas agonizantes y diezman a las más indefensas y tiernas. Debido a que el catártido contribuye a limpiar los poblados alimentándose de carroña, el tabasqueño caracteriza al zopilote como «celoso encargado de la limpia pública» y, por otro lado, destaca el daño que llegó a hacer en perjuicio de la crianza de ganado, advirtiendo que, durante la Conquista, la población de zopilotes incrementó precisamente con la introducción del ganado vacuno por parte de los europeos:

La carne podrida no es el único alimento de los zopilotes; su apetito se acomoda bien a la fresca, y no es raro que ataquen a los animales enfermos o agonizantes. Continuamente están posados en las copas de los árboles siguiendo con la vista los hatajos, rebaños, etc., y observándolos bien sin cesar: si un buey o un caballo se mueren, están prontos a lanzarse sobre él. Comienzan a dar majestuosas vueltas en los aires alrededor de su presa, mirando sus movimientos, y esperando con una persistencia lúgubre el momento en que la muerte se les entregue. Cuando comienza la agonía, desciende a la tierra, se aproximan, circundan su víctima y la vigilan con una calma flemática. A medida que la vida se apaga, estos grupos negros se estrechan más y más acercándose con desconfianza; en fin, cuando los movimientos llegan a ser tan débiles que no sean peligrosos, se arrojan sobre el cadáver, le comen los ojos y laceran el ano a picotazos. Muchas veces los sacudimientos convulsivos del moribundo los alejan por un momento: pero evitan sus golpes saltando maquinalmente de un lado a otro, volviendo a la carga sin precipitación ni cólera sino con cierto aire de indiferencia, que tiene algo de diabólico. Después de abrir el vientre y devorar como hábiles mineros, y no dejando más que los huesos cubiertos de la piel que ha servido para evitar que la carne se seque con los rayos del sol.

Desde la humilde choza del indio hasta las populosas ciudades cuentan con este celoso encargado de la limpia pública. Es muy lógico suponer que esta ave, lejos de disminuir con la presencia de los europeos en este Continente, se haya multiplicado a causa de la introducción del ganado vacuno y otros animales que debemos al Antiguo Mundo; y como los españoles siguieron respetándola tanto como los indios, hoy pululan los zopilotes a millares en los campos y poblaciones, invadiendo hasta los tejados de las casas. No sólo los peces de los lagos que se secan por la evaporación, los animales muertos y las inmundicias forman sus alimentos; también apetecen y devoran los becerros, muletos y cochinos y recién nacidos; así que, si bien son útiles en una sociedad poco acostumbrada al asco de las poblaciones, en las haciendas dedicadas a la cría son inmensos los prejuicios que ocasionan (citado en Santamaría, 2000, sv. «zopilote»).

Precisamente, su papel de devorador de presas tiernas seguramente propició que en el habla popular la gente también llame zopilotes a los «viejos rabo verde». En Veracruz, por ejemplo, al observarlos coquetear con las jovencitas, la gente a menudo les aplica el epíteto de «zopilotes», o bien afirma irónicamente que esos «viejos» andan «zopiloteando». Santamaría sugiere que el verbo zopilotear –comer con voracidad y metafóricamente, burlar– adquiere connotaciones sexuales en frases como zopilotearse a uno o algo –aplicado al pronominal masculino para significar matarlo, devorarlo o destruirlo–, considerando los dos ejemplos que cita de Valle Inclán:

Ya se lo habían zopiloteado sin sentirlo; cuando las malditas lo creyeron de sazón.

[…]

Pues desde luego me pareció su hermanita diez veces mejor de lo que me había figurado, y empecé con la tentación de zopilotéarsela, con tal interés que hubiera dado cuanto tenía (citado en Santamaría 2000, sv. «zopilotear»).

Según he observado, en los estados de Veracruz y Oaxaca, es frecuente escuchar la voz «zopilotear» para indicar despojo, en expresiones como: «ya vienen los herederos a zopilotear». En estos estados, y en la mayor parte del territorio nacional, abundan hombres que al salir de casa aseguran ir por cigarros y nunca regresan. Santamaría apunta que esta actitud equivale a «hacer las del zopilote» y dice: «En el país, irse, o salir con cualquier pretexto, para no volver más. La tradición popular explica que, cuando el diluvio universal, Noé envió a la paloma mensajera, y como ésta tardara en volver, envió por ella al zopilote, que se quedó comiéndose los cadáveres que encontró. De aquí el dicho». (2000, sv. «zopilote»).

En las coplas y canciones del Cancionero, el zopilote tiene dos facetas, una que representa, en el contexto de la conquista amorosa, al hombre mujeriego y depredador, que se caracteriza por devorar vorazmente a sus presas, especialmente las más tiernas, y por robar mujeres ajenas, lo que a menudo lo lleva a enfrentarse con otras aves. De estas cualidades, destacan aquellas que tienen que ver con el campo semántico de la alimentación. Las habilidades que utiliza el catártido para alimentarse se trasladan al hombre macho que utiliza a las mujeres como objetos del deseo sustituibles y desechables. El mujeriego y el depredador también se distinguen por andar siempre de cacería y a menudo pasan hambre. En suma, se trata de una faceta muy ambivalente, como todo lo que se refiere a la cacería amorosa en la poesía tradicional, porque es un personaje muy divertido y seductor, pero muy perjudicial para las mujeres. Del ave en cuanto tal, los poetas tradicionales ofrecen también dos visiones; una negativa, que es la más frecuente, por cuanto se asocia con la pestilencia, el infortunio, el hambre y la muerte, y otra positiva donde es apreciado por su aspecto majestuoso y por su contribución a la limpieza pública.

El mujeriego y el depredador

Como advertí en un trabajo anterior (Cuéllar, 2007), las aves en nuestro Cancionero suelen dar voz a quienes cantan, especialmente a personajes típicamente mexicanos; se utilizan como metáforas o símiles de mujeriegos, enamorados y «pájaros de cuenta» –por lo general gavilanes, zopilotes, cardenales guacamayas, gallos y pollos–, a menudo expresadas con clichés como «yo soy», «yo soy como», «éste es…», o «quisiera ser... para», los cuales expresan, entre otras cosas, la arrogancia del varón que se siente obligado a probar constantemente su virilidad, en un contexto machista.

En la siguiente copla cantada por Cuco Sánchez a ritmo de son jarocho, el mujeriego se compara con el zopilote para justificar su gusto por las mujeres, en un tono alegre y burlón. La metonimia «carne viva» es muy elocuente, pues por un lado evidencia la afición por el placer carnal y, por otro, cosifica a las mujeres que lo proporcionan. Para este mujeriego que muere por la ausencia de las mujeres-objeto, el placer carnal es lo que da sentido a su vida:

Yo y todos los zopilotes

andamos a la deriva:

ellos buscan carne muerta

y yo busco carne viva.

¡Ay, Dios! ¿qué tendrán las viejas,

que sin ellas moriría?

¡Ay, viejas, viejitas mías!

(1, 2559, «El hombre alegre», Cuco Sánchez, Canciones y compositores 18)

Las acciones características los «pájaros de cuenta», son el acoso de la presa, que puede asumir formas como la cacería, el rapto, la rapiña y la depredación, lo cual implica la posesión sexual, de manera instintiva, utilitaria o violenta; el desecho de la hembra y su humillación. En la poética del Cancionero, la rapiña característica de zopilotes y gavilanes suele aplicarse a las demás aves, de tal suerte que todas ellas se apoderan de las hembras, valiéndose de su fuerza física y de sus artimañas, tanto como aprovechando sus descuidos y debilidades.

En las coplas siguientes, el zopilote representa al depredador que practica la cacería y utiliza a las mujeres como objetos sustituibles y desechables. Estas coplas, que forman parte de una canción ranchera, retratan la cacería que emprende un mañoso zopilote que busca darse un banquete con una paloma blanca:

Paloma blanca, ¿qué andas buscando,

qué andas buscando por la barranca?;

a un zopilote le estás gustando,

paloma blanca de Ixtapalapa.

(3, 6088, «Paloma de Ixtapalapa», V. Cordero, Cancionero del Bajío 41)

Andas volando por la cañada,

retedichosa y represumida;

si el zopilote se da sus mañas,

sabrás muy pronto lo que es la vida.

(3, 6090, «Paloma de Ixtapalapa», V. Cordero, Cancionero del Bajío 41)

Es común que el campo semántico de la alimentación se utilice para denotar la voracidad sexual de los depredadores, especialmente de aquellos que presumen andar «comiéndose» a alguien. A ritmo de huapango huasteco y en tono alegre y vacilador, las siguientes coplas ilustran este aspecto y hacen énfasis en la fragilidad y pequeñez de la presa, que suele aludir a una jovencita:

Pobre del zopilotito

que come carne y se empacha.

Si yo fuera zopilote,

me comiera una muchacha.

Ay aquimichú, el zopilotito,

Ay aquimichú, se fue para arriba

porque se estaba comiendo

las costillas de una hormiga

(Jorge Albarran, 17 de septiembre de 2019, «El zopilotito»).

La siguiente copla, proveniente de una canción ranchera de despecho, muestra cómo el depredador sustituye a su objeto del deseo y cómo intenta vengarse de su abandono. Irse con otras mujeres es una actitud muy frecuente entre los «pájaros de cuenta», sea para olvidar a la mujer, o para provocar sus celos, en cuyo caso, a menudo se predica que esa otra, o esas otras mujeres, son mejores que ella:

Desde que tú me dejaste

y con risas te burlaste

de lo grande de mi amor,

estoy como el zopilote,

que anda armando su mitote

por comerse lo mejor.

(2, 4165, «La mula maicera», L.A. Rabanal, Cancionero del Bajío 64)

Las fechorías que comete el depredador en ocasiones tienen que ver con «rapiñarse» a mujeres ajenas en ausencia del marido, arriesgándose al peligro de ser sorprendido por algún rival de cuidado. Las siguientes coplas captan precisamente el momento en que el zopilote es amenazado por el coyote, el ladrón de gallinas por excelencia, quien llega a León Guanajuato, lugar donde «la vida no vale nada», como dice José Alfredo Jiménez. La amenaza ocurre una vez que el coyote encuentra al zopilote con la mujer:

Iba llegando un coyote

a la gran ciudad de León

cuando llegó un zopilote,

que andaba de comisión.

Y le dijo en la calzada:

«Oiga, amigo, ¿a dónde va

con esa mujer casada?

Ahora me la pagará».

(3, 6181, Estrofa suelta)

Casos como éste a menudo propician enfrentamientos entre diversos «pájaros de cuenta», entre los que el gavilán con frecuencia es el más peligroso; aquí tenemos el final de una persecución, donde el zopilote va huyendo de su rival:

—Zopilote, ¿de ónde vienes?

—Vengo de la mar, volando,

de huída del gavilán,

que ya me venía alcanzando.

(3, 6121, «El zopilote II», Vázquez Santana, 1925)

Las primeras coplas de la canción ranchera «Maldita sea mi suerte» interpretada por Pedro Infante, quien la cantaba en tono un tono alegre y divertido, vestido de charro, aluden al riesgo que corren las jóvenes ante la presencia de zopilotes y gavilanes. El cantante emplea la primera para atraer la atención del público femenino; la segunda, para mostrar un paisaje lleno de bellas jovencitas entre gavilanes y zopilotes, a los que más adelante invita a marcharse, burlándose finalmente del gavilán, que no consigue cazar su presa.

Ahora les voy a cantar

a las niñas por bonitas,

a las viejas por viejitas

y a mi amor por olvidar.

Tantas flores en el flan,

tantas aves en el cielo,

tantas tórtolas al vuelo,

pero cuánto gavilán.

Zopilotes a volar,

presumido gavilán,

la paloma de San Juan

no puedes desplumar.

(Camacho, s.f., «Maldita sea mi suerte»)

Concluimos la faceta depredadora del zopilote con varias coplas de «El zopilotito», una chilena de la Costa Chica de Oaxaca que se baila, alternativamente, valseando y zapateando. Esta chilena expresa una gran empatía entre la precaria vida del cantante, que depende de su público, y la del zopilote, que vive a merced de los desechos que encuentre: ambos suelen pasar hambre. Pero el retrato del zopilote avanza en su faceta de depredador que anda para arriba y para abajo, cual andariego, a veces pasando hambre, y otras, devorando lo que puede. Y, como todo depredador, suele cantar la retirada y emprender el vuelo nuevamente porque, como ya sabemos, no es ave que haga nido. Aquí arguye haber sido abandonado por su amada, para irse «pa’l otro lado», muy probablemente, de bracero a Estados Unidos, en busca de nuevos horizontes:

Este es el zopilotito

Que canta por allá abajo

Cuando tiene carne, come,

Cuando no, pasa trabajo.

Ay aquimichú, el zopilotito

ay aquimichú se fue para arriba,

porque se estaba comiendo

las costillas de una hormiga.

Este es el zopilotito

que canta por allá arriba;

cuando tiene carne come,

cuando no, traga saliva.

[…]

Ya se va el zopilotito,

ya se va pa’l otro lado,

porque su zopilotita

lo ha dejado abandonado.

(Puro Oaxaca, 25 de noviembre de 2014, «El zopilotito»)

El zopilote como ave

Cuando el zopilote es visto como ave, su caracterización suele ser negativa, empezando por el hedor que despide, muy molesto para el ranchero montado que anda tras las muchachas; su presencia resulta inconveniente para cacería amorosa:

Siempre hay unas que me tienen asco

porque el pinto apesta a zopilotes;

las muchachas hasta me abren campo

y me pelan tamaños ojotes.

(4, 218, 9, «Varios dicen que estoy retefeo», Guerrero)

La siguiente copla oaxaqueña expresa el temor que inspira la presencia del zopilote porque es considerada un ave de mal agüero, que casi siempre anuncia la muerte.

Es verdad lo que usted dice

y en su verdad no hay engaño:

donde lloran está el muerto,

y donde hay zopilotes hay daño.

(3, 8457, Estrofa suelta, Costa Chica, Oaxaca)

En diversas canciones humorísticas de tono divertido y alegre, que se cantan en diferentes latitudes de México, el zopilote suele formar parte de cortejos fúnebres de otras aves y animales:

Ya murió la cucaracha,

ya la llevan a enterrar,

entre cuatro zopilotes

y un ratón de sacristán.

(3, 6078, «La cucaracha», «Don Gato», «El jarabe», Estrofa suelta, Michoacán, Guerrero, Jalisco, Hidalgo)

Canelo murió (caramba)

lo van a enterrar:

cuatro zopilotes (caramba)

y un águila real,

sepultura de oro (caramba),

caja de cristal.

(3, 7920b, «El canelo», Veracruz)

El zopilote lleva una vida desafortunada, que consiste en trabajar mucho y conseguir poco. En la siguiente estrofa, el cantante se burla del pobre zopilote, que anda «pelado», pasando hambre[4]:

La vida del zopilote

es una vida arrastrada:

todo el año vuela y vuela

con la cabeza pelada.

(3, 5867, «El zopilote II», Vázquez Santana 1925)

Su infortunio y su constante hambruna hacen que el zopilote sea visto como un ave hasta cierto punto patética, que inspiran tristeza entre los cantantes guerrerenses:

En fin, yo ya me despido,

Ya me voy para El Zapote;

Ahí se quedara sufriendo

El mentado zopilote.

(3, 7683, «El zopilote I», Guerrero)

Éste es «El zopilotito»

de Ayahualco de Guerrero,

que lo cantan nuestros indios

con su acento lastimero.

(3, 7735, «El zopilote I», Guerrero)

En algunas coplas humorísticas, como las que cito a continuación, el zopilote es visto como un tonto, pues necesita de la ayuda de otras aves para encontrar alimento; en ésta encontramos el retrato de un zopilote medio inútil que necesita ayuda para conseguir alimento:

Zopilote, dile al aura

que ponga al quelele alerta,

que abajo del ojo de agua

está la vaquilla muerta.

(3, 5967 «La vaquilla», Cuidad de México; «El zopilote», Nayarit)

El zopilote también está presente en la tradición brujeril, pues con él se componen alimentos que suelen preparar las mujeres que quieren seducir a los guapos, como sugiere esta copla burlona, a ritmo de son jarocho:

Por esta calle derecha,

me convidan a almorzar

zopilotes en conserva,

lagartijas en pipián.

(4, 9133, «El guapo», Veracruz)

La caracterización positiva del zopilote no es tan frecuente en el Cancionero; una copla y dos canciones dan muestra de ello. En la siguiente copla perteneciente a una ensalada de disparate, podemos ver que la comida preparada con zopilote también sirve para celebrar; en este caso, se trata de festejar el herradero del ganado en la víspera de la fiesta brava:

San Agustín Victorioso,

San Vicente y San Joaquín

hablaron del herradero

y dijo San Agustín:

«Mediante Dios, lo primero,

tengo pensada una cosa:

de hacer un buen herradero,

una fiesta primorosa.

Tengo muy lucida loza,

por toda una cirianera;

tengo muy buenas cazuelas

de guajes y de copal,

donde debo de guisar

comidas muy deliciosas

de paitas y chuparrosas,

de auras y zopilotes,

de cuijes y tecolotes

comida muy preferida.

Aú, aú, aú, aú, aú, aú.

(4,128, 1, San Agustín victorioso I, Guerrero)

«El zopilote remojado», son de mariachi compuesto por Blas Galindo e interpretado, entre otros, por Chayito Valdés[5], reivindica el aspecto y la naturaleza del ave. El retrato que proporciona del zopilote busca la empatía del auditorio con el ave, destacando su nobleza, debida a que limpia los desechos de otros, y sugiere que pasa muchos trabajos para encontrarlos. De ahí que recomiende no temerle, sino poner atención en su vuelo y en su aspecto majestuoso y sereno.

Ese animal muy negro

Un aura noble

Verán la historia

Te la voy a contar.

El zopilote lento, lento, volará.

El zopilote lento, lento, volará.

¿Dónde buscará

dónde encontrará

esos desperdicios

que uno tira cuando se va?

El zopilote lento, lento, volará.

El zopilote lento, lento, volará.

¿Dónde buscará

dónde encontrará

esos desperdicios

que uno tira cuando se va?

Y si lo ves, mi amor,

Tú no te asustes con él.

Con la mirada síguelo,

síguelo muy bien.

No tiene plumas en la cabeza

Es muy sereno en su manera.

No tiene plumas en la cabeza

Es muy sereno en su manera.

En la pradera está,

en las montañas también

en todas partes, mi amor,

lo mirarás aquí.

(Mispitichi, 28 de febrero de 2008, «El zopilote remojado»)

«El zopilote» es un son de tarima guerrerense que se baila zapateando durante las fiestas, como sugiere la tercera estrofa. Está quizá inspirado en el Cañón o Cañada del Zopilote, que forma parte de la Depresión del río Balsas, zona donde descienden sus afluentes, que provienen de la sierra central del estado de Guerrero. El son celebra y retrata al zopilote en su hábitat, como ave de rapiña y también como ave que ingiere comida fresca del campo:

—¿Zopilote de’ónde vienes?

—Yo vengo de la Cañada

Con este caballo muerto.

—Mal’haya tu cochinada.

—Zopilote de’ónde vienes

Con espuelas y botines?

—Señora, vengo del campo

D’ ir a comer chapulines.

Por el camino de Tixtla

se alumbraron con ocotes

tan sólo para bailar

los versos del zopilote.

Se despide el zopilote

Con todos quedando bien,

pues hubo quien lo bailara,

pues hubo quien lo cantara

y quien lo escuchara también.

(Alternativa Representa, 16 de junio de 2014, «El zopilote»)

El depredador y la doncella sacrificial

En los cuentos revisados, el zopilote tiene dos facetas, una de depredador, que ya conocemos, y otra de pícaro, que ya podríamos haber imaginado porque la lírica nos ha mostrado que el zopilote suele andar cometiendo daños y fechorías, como corresponde al código del «pájaro de cuenta». Tengamos presente que, en la lírica, este pajarraco también es un pillo, un facineroso que las debe, por lo que a menudo anda huyendo; pero en los cuentos de flojos tendrá un tratamiento y un desarrollo distintos.

La faceta de depredador pertenece a un cuento mixe que narra la concepción de la Luna y el Sol por parte de un zopilote que, en forma de ave, preña furtivamente a una doncella que más tarde muere; una vez muerta, su vientre es desgarrado por el vultúrido, para que nazcan los astros. La versión que conozco está documentada por Alfredo López Austin, quien llama la atención acerca de la coincidencia del cuento con el mito bélico de Huitzilopochtli[6], pues en ambos interviene la inseminación furtiva y el repudio de la familia hacia las embarazadas; también de su parecido con el mito peruano del amor de Curiraya Viracocha por la doncella Cavillaca; y, finalmente, de su representación en una bella escultura de cerámica maya del Clásico, que procede de la Isla de Jaina, en Campeche. La escultura muestra a una tejedora que está sentada frente al telar y el ave posada en el enjulio superior (2008, 78).

De acuerdo con López Austin, los mitos cosmogónicos pueden tener como móvil de la acción la guerra o el amor; si el nacimiento de Huitzilopochtli sigue el modelo bélico, el cuento mixe responde al modelo amoroso, del que el investigador afirma que existen múltiples variantes en México y Centroamérica. Cito el cuento a continuación:

Dicen los mixes que cuando María estaba frente a su telar, un pajarito se posó en sus hilos. María lo espantó; pero el ave volvió al poco tiempo. La tercera vez el pájaro defecó sobre el hilo, lo que enfureció a María: «¡Ay tú, pajarito boca-de-mierda! ¿Por qué haces así? Ya ensuciaste mi hilo. Te voy a matar.» Y dio al ave un golpe tan fuerte en la cabeza, que ésta cayó muerta. María, arrepentida, la recogió y la metió bajo su camisa. Cuando volvió a dedicarse a su tejido, el ave, revivida, comenzó a revolotear entre sus pechos, y tras tres retozos, huyó volando. La joven quedó embarazada por el jugueteo. Aquella preñez trajo a la joven el repudio de sus padres. Poco después, María cayó de un columpio y murió. El zopilote desgarró su vientre, y así nacieron dos mellizos, varón y hembra. Los niños, tras aventuras propias, se convirtieron al fin en Sol y Luna (78).

Al parecer, el papel de deidad cósmica del zopilote no es tan frecuente en cuentos de la tradición oral. En el nuestro, el ave es una alegoría que encarna la pasión sexual; actúa de manera muy parecida a los depredadores del Cancionero: se dispone a la cacería, asedia a su presa, defeca en su telar en señal de guerra y la preña furtivamente, con lo que arruina la integridad de la mujer y propicia su muerte. El cuento es un excelente ejemplo del daño que pueden causar los «pájaros de cuenta». Pero como este catártido es la deidad que engendra a la Luna y el Sol, el papel de la tejedora, que en clara confluencia con el cristianismo lleva el nombre de María, es el de doncella sacrificial.

En la narrativa de tradición oral, explica Nieves Rodríguez Valle, existe un pequeño corpus donde, por lo general, Dios es un personaje secundario que suele hablar y actuar. En las culturas politeístas prehispánicas, los dioses pueden ser sorprendidos por algún acontecimiento y actuar en consecuencia, lo que posibilita su narración; tienen por lo general, origen y evolución, y han sido campo fértil para la inventiva y la sensibilidad de los poetas (2015, 200-203).

Como sabemos, en muchos relatos de la tradición oral subyacen mitos que explican el simbolismo de sus personajes. En este caso, se trata de un mito cosmogónico en el que confluyen como potencias opuestas, lo masculino y lo femenino, para dar paso a un nuevo ciclo, por lo que, el elemento masculino, en las sociedades patriarcales, elimina al elemento femenino porque obstaculiza el paso de la civilización.

López Austin explica que en los mitos cosmogónicos, «las aventuras divinas que instalan un ciclo de oposiciones suelen empezar con la referencia al dominio del aspecto frío y oscuro del cosmos. Es lo inesperado: lo femenino, es lo primario; además, es lo distante, lo superado. La trama se desarrolla y el relato concluye con la inversión de las fuerzas» (2008, 75). La divinidad en Mesoamérica es dual. El principio más importante de la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos es la oposición binaria de elementos complementarios, cuya tradición la acentúa y generaliza a tal grado que puede parecer obsesivo. De acuerdo con sus investigaciones, el cosmos mesoamericano estaba formado por dos clases de sustancia que cada ente poseía en distintas proporciones. Según el predominio de una de las clases, los seres quedan catalogados en primer término ya en el lado luminoso, seco, alto, masculino, caliente y fuerte, ya en el lado oscuro, húmedo, bajo, femenino, frío y débil. Esto generaba pares de oposición, de los que destaco, en el orden masculino/ femenino, los siguientes: cielo/ inframundo, Sol/ Luna, día/ noche, este/ oeste, mayor/ menor, águila/ jaguar, fuego/ agua, vida/ muerte. Sin embargo, a diferencia de muchas religiones de Occidente, no incluían la oposición bien/ mal. Los opuestos complementarios dominaban los campos del pensamiento, la acción y la metáfora. La concepción dual explica el dinamismo universal como una perpetua contienda entre las fuerzas femenina y masculina, cuyo resultado es el ciclo que se manifiesta en el curso de la noche y del día, de las lluvias y las secas, de la muerte y la vida, de todos los movimientos regulares del cosmos (34-37).

El zopilote en el nivel mítico del cuento mixe, es una divinidad dual que se divide, separando sus atributos, para dar lugar a dos o más dioses diferentes, que incluso pueden ser opuestos. Así, la antonimia se resuelve. En la cosmogonía mesoamericana las oposiciones suelen resolverse gracias a que sus deidades, son fisibles, como en el caso anterior, o bien pueden ser fusibles, cuando se unen para formar una divinidad; también pueden poseer la cualidad de fragmentarse y multiplicarse, manteniendo la relación con el resto y la posibilidad de regresar a su fuente original (38-40).

El zopilote pícaro

Existen otros cuentos humorísticos donde aparece el zopilote como compañero del flojo, pertenecientes a la tradición internacional; en ellos el ave funge como ayudante mágico del perezoso y como su burlador. Se trata de cuentos humorísticos con mensaje moral, que hacen burla y escarnio del haragán, al que es menester propinarle un castigo ejemplar. Tradicionalmente, se considera que la pereza es una transgresión contra los cimientos de la comunidad pues, por un lado, estos personajes interrumpen la circulación y el intercambio de dones en su seno y, por otro, no asumen sus deberes y funciones sociales. En estos cuentos el móvil de la acción es el engaño de la mujer mediante la transformación mágica del perezoso en zopilote. En la mayoría de las versiones que conozco, el castigo del flojo es quedar convertido en zopilote, comiendo carroña o padeciendo hambre.

En «Cómo un hombre vestido de zopilote voló al fin del mundo y cómo el zopilote entretanto lo engañó», de la tradición oral nahua de Durango, el catártido funge como ayudante del flojo y representa al ave fecundante y trabajadora. Se trata de un texto protagonizado por un flojo y pícaro andariego que desea deshacerse de su mujer e ir a darle la vuelta al mundo, para lo que es menester engañarla, intercambiando «vestido» con el zopilote, lo cual implica la transformación mágica del hombre en zopilote. Aparentemente, el ave acepta a cambio de recibir una ofrenda alimenticia pero, gracias a la trampa que luego le tiende, se queda con la mujer, con quien procrea dos hijos y contribuye con cuatro vacas para el incremento de su hacienda. Finalmente, el flojo consigue su objetivo pero, de engañador de su mujer, se convierte en engañado por el zopilote, con trágicas consecuencias para ella. El cuento es el siguiente:

Un hombre acostumbraba andar por muchas partes. Tenía su mujer. En la madrugada el hombre se iba, llegaba tarde a su casa. En la madrugada se ponía en camino, ya tarde regresaba.

Una vez quiso irse de madrugada, entonces su mujer ya no aguantó y le preguntó:

—¿A dónde vas?

—Pues me voy lejos.

Y entonces el hombre encontró al zopilote y le dijo:

—Hombre, quisiera preguntarte algo. Me gustaría conocer el fin del mundo. A ver si me haces el favor de decirme si tú has viajado al fin del mundo.

Eso fue lo que le preguntó al zopilote. Le contestó.

—Sí conozco.

—Pues yo quisiera conocer. ¿Puedes prestarme tu vestido para que pueda viajar, para que puda volar?

Luego contestó el zopilote, y le dijo al hombre:

—Sí, te lo presto. Nos vemos mañana en aquel campo.

—Bueno, entonces en la tardecita.

El hombre se fue a casa. Al día siguiente, a la hora que había quedado, fue al lugar donde se había citado con el zopilote. Allí apareció el zopilote y le dijo al hombre:

—Aquí está mi vestido.

Se quitó su vestido y se lo dio al hombre. El hombre se dio vuelta, se quitó el vestido y se lo dio al zopilote. Luego le dijo al zopilote:

—Vete a mi casa y quédate con mi mujer. Y tal y tal día vamos a volver a vernos aquí. A ver qué cosas suceden en el viaje; voy a conocer el fin del mundo.

El hombre se convirtió en el zopilote y el zopilote se convirtió en el hombre, y se instaló en la casa del hombre. Y dijo todavía:

—Cuando llegue el día, aquí vamos a vernos de nuevo.

El hombre se puso en camino. Viajó y viajó y viajó.

Bueno. Cuando ya habían pasado los días, volvió al lugar en que iban a encontrarse, como habían quedado. También llegó el zopilote y le preguntó al hombre:

—¿Ya conociste toda la tierra?

—Pues no he recorrido toda la tierra. Es que no sabía qué comer.

Entonces dijo el zopilote:

—Pues, cuando te remontes a los altos, vas a ver dónde se levanta humo: allá hay carne, allá habrá un caballo muerto. Y en la otra dirección otra vez vas a ver humo, allá habrá otro animal muerto, allá humea una vaca. Eso lo puedes comer.

Entonces dijo el hombre:

—Entonces quiero ir de nuevo.

Se alejó, voló muy alto. Descubrió humo, había humo. Entonces pensó el hombre zopilote: «Donde hay humo hay carne».

Voló directamente al lugar donde había humo y llegó adonde estaba un caballo muerto. Lo devoró. Más adelante descubrió otro humo. Llegó al lugar donde había humo: estaba una vaca muerta. La devoró.

Luego siguió volando. Y siguiendo adelante, descubrió humo en la otra dirección: allí había humo. Entonces pensó el hombre-zopilote: «Voy al lugar donde hay carne».

Cuando llegó al lugar del humo estaba un perro muerto. Lo devoró. Luego siguió adelante, viajó cada vez más lejos, viajó hasta el fin del mundo. Lo conoció. Luego se acabó el plazo y el hombre volvió.

El día fijado llegó a reunirse con el zopilote. Apareció el zopilote, allí se encontraron.

Luego el zopilote le preguntó al hombre:

—¿Cómo te ha ido?

—Pues bien. Ahora al fin sé qué tan grande es el mundo. Sólo que he sufrido hambre, pues pasaban días en que no tenía nada de comer, otros días sí comía. Por eso tenía hambre. Me he puesto muy flaco, porque no he comido en muchos días. Pero aunque no haya comido, ya vi el fin del mundo. Ya regresé, ahora devuélveme mi vestido.

—Pues bien —contestó el zopilote—, aquí está tu vestido. Y ahora dame el mío.

Entonces el hombre se quitó el vestido y se lo dio al zopilote. Luego el zopilote se quitó el vestido y se lo dio al hombre. Luego habló el zopilote, le dijo al hombre que su mujer ya tenía dos niños y cuatro vacas.

—De hoy en ocho voy para allá; me matas una vaca y la tiras en un lugar donde pueda devorar.

—Bueno.

El hombre volvió a casa. Allí estaban los muchachos que había engendrado aquel zopilote con la mujer. Habían pasado ocho días, cuando llegó el zopilote. Entonces el hombre tomó una vaca y la mató; la mató y la tiró. Entonces le preguntó su mujer:

—¿Qué estás haciendo con la vaca? La matas, y luego ni siquiera la comemos. No la comemos, ¿por qué nomás la matas y la tiras?

Entonces contestó el hombre:

—Es que no era mía. El dueño de las vacas me ordenó que la matara. Así que la maté y la tiré.

—¿Pues de quién eran las vacas?

—Del hombre que estuvo aquí contigo.

—¿Pero qué hombre estuvo conmigo?

—Seguramente el zopilote estuvo contigo. Le pedí prestado su vestido y así conocí el fin del mundo. Estos chiquillos no son mis hijos —le explicó a su mujer—, son del zopilote.

Así habló el marido con su mujer.

Entonces la mujer empezó a pensar. Como todo el tiempo estaba cavilando se enfermó. Se enfermó de tanto pensar, porque él le había dicho la verdad: le había dicho quién había estado con ella.

Esto no lo aguantó la mujer. Se murió de eso (Preuss, 1982, 493-503).

En Chiapas y Veracruz se han encontrado versiones parecidas. Pongo por caso «El hombre y el zopilote», versión tzotzil, de Llano Grande, Bochil, en el estado Chiapas (Alarcón et al., 1997, 115-118), y «El hombre flojo» recogida en Amatitla, del Municipio de Ixhuacán de los Reyes en el estado de Veracruz (Xocua et al., 2008 37-38)[7], cuyas variantes se encuentran al final. En la versión tzotzil, el catártido se queda a vivir con la mujer del flojo, y el marido, de manera semejante al zopilote tonto del Cancionero, es tan inútil para conseguir comida, que muere de hambre, mientras que en la versión veracruzana, el zopilote se queda con la mujer y el flojo tiene que comer carroña.

En estos cuentos es claro que el zopilote recibe a cambio, lo pida o no, una mujer que, de algún modo, es «desechada» por el marido. El que el zopilote cohabite e incluso llegue a tener hijos con la mujer, apunta directamente a la fecundidad que simboliza el ave, en contraste con el hombre flojo, que es una nulidad en materia de trabajo y de fertilidad. De ahí que necesite un «ayudante» que contribuya a renovar su ciclo vital: trabajar, alimentarse y procrear. Así, la mujer es la beneficiaria de la renovación del ciclo vital; el zopilote-marido por fin se pone a trabajar, la provee de alimento y engendra hijos con ella. De una vida precaria, la mujer pasa a tener una vida plena y abundante, de tal suerte que el zopilote contribuye a que su vida cambie radicalmente. De esta forma, el ave proporciona riqueza vital a la mujer, y riqueza espiritual y material al hombre, siempre que sea retribuida con mujeres o alimento. Por tanto, estas versiones del flojo y el zopilote mantienen una relación de empatía, de acuerdo con los intereses que ambos persiguen.

El culto a la deidad fertilizante

Tengo noticia de que en la región nahua, situada al centro norte y centro de Guerrero, actualmente se rinde culto al zopilote, debido a que los habitantes lo conciben como una deidad propiciadora de la lluvia, que consigo traerá buenas cosechas. De acuerdo con Johanna Broda (2009), los pueblos nahuas de Guerrero celebran la fiesta de la Santa cruz; la ejecución del ritual difiere considerablemente de la liturgia oficial del culto católico, del que deriva el festejo. Si bien la fiesta se compone de diversas ceremonias, destacan los ritos que se realizan en «los cerros más altos de la región, en los pozos de agua, en ciertas barrancas y otros lugares del paisaje circundante»; estos ritos, que anteceden a la celebración del 3 de mayo, son de mucho mayor relevancia para las distintas comunidades que aquellos realizados dentro de la iglesia el día de la Santa cruz. La finalidad de estos rituales radica principalmente en la invocación de la lluvia, la fertilidad y una cosecha abundante.

Los rituales, en un sentido muy general, consisten en la «ida al cerro», aunque también, cuando se realizan de manera más local, se acude a las orillas del pueblo o a los pozos cercanos, para colocar las ofrendas en el altar, que suele estar ubicado en lo alto del cerro, y velarla, con acompañamiento de cantos y rezos. Al día siguiente, en algunos lugares como San Agustín Oapan y Citlala, además de velar la ofrenda, una vez que amanece, los asistentes proceden a comer las ofrendas para, luego, dejar las sobras en el altar y, de esta manera, puedan los zopilotes bajar a alimentarse de ellas; en otros casos, lo que se deja en ofrenda son vísceras de animales sacrificados. El ritual de ofrendar alimentos a los catártidos se debe a que en esas regiones se cree que son manifestaciones del viento, aves poderosas con capacidad de atraer la lluvia. Los lugares donde se ubican los principales cerros de la región son Ameyaltepec, San Juan Tetelcingo, San Agustín Oapan, Oztotempan y Citlala, sitios a los que peregrinan diversas comunidades nahuas.

Conclusiones

No cabe duda que el zopilote humanizado es un personaje tipo[8] que podemos reconocer fácilmente en las tradiciones lírica y narrativa. Las realizaciones orales de las que hemos dado cuenta parten de un código predeterminado por la tradición, donde están implícitos todos los mitos, arquetipos, juicios y prejuicios, inherentes a su situación o estado. La condición social del zopilote es ser un pícaro que busca satisfacer sus necesidades e instintos más básicos. Siempre en busca de sexo o comida, el zopilote hace toda clase de tropelías. Los campos semánticos del sexo y la comida, el tópico de la cacería amorosa y el zopilote tratado como pícaro son parte del código que atraviesa la lírica y los cuentos revisados, además de todas las expresiones del habla popular, las frases lexicalizadas, los dichos y refranes, e incluso los rituales religiosos.

Este código es el que ha permitido que el personaje se haya tradicionalizado como mujeriego, pillo y depredador, y así se conserve en la memoria de los transmisores, tanto como los arquetipos de los que provienen. En este sentido, es interesante observar que el de la deidad fecundante siga presente entre los transmisores mixes, y el culto a la deidad fertilizante se siga realizando en los pueblos nahuas de Guerrero, pues revela, en el primer caso, la vigencia del sistema de creencias patriarcal y, en el segundo, una concepción espiritual del zopilote, en la que se neutralizan sus potencias antagónicas. Dicho código es susceptible de adaptarse a las necesidades de los transmisores, quienes en el Cancionero prefieren al mujeriego y el depredador, mientras que los de los cuentos apuestan por el pícaro y el depredador, faceta que es la más representativa del zopilote, hasta donde he podido investigar. En el caso de los cuentos, hemos visto que sus distintas facetas responden a distintos modelos narrativos y, en el de la lírica, por lo general, al tópico de la cacería de amor, que ha estado presente en la poesía hispánica desde el medioevo.

Espero que estas líneas sean de utilidad para comprender las distintas facetas del zopilote y su contexto cultural, y que invite a seguirlo investigando, así como aquellos personajes que viajan a través de sus formas líricas y narrativas y que, a pese a la modernidad, logran sobrevivir adaptándose a nuestro tiempo, acogiendo formas y géneros que ofrecen mayor posibilidad de desarrollo.

Donají Cuéllar Escamilla
Universidad Veracruzana



BIBLIOGRAFÍA

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Caro Baroja, Julio. «La Serrana de la Vera o un pueblo analizado en conceptos y símbolos inactuales», Ritos y mitos equívocos, Madrid: Itsmo, 1974, 281-286.

Broda, Johanna. «La fiesta de la santa cruz y el culto de los cerros», en Estado del desarrollo económico y social de los pueblos indígenas de guerrero. Universidad Nacional Autónoma de México/ Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural e Interculturalidad/ Secretaría de Asuntos Indígenas, Chilpancingo, 2009, 467-70. En línea:

http://www.nacionmulticultural.unam.mx/edespig/diagnostico_y_perspectivas/RECUADROS/CAPITULO 13/5 La fiesta de la Santa Cruz y el culto de los cerros.pdf

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_____. «El zopilote en cuentos de flojos: las tradiciones y el simbolismo del ave en el folclor mexicano», en Lilia Álvarez Ávalos y Mercedes Zavala Gómez del Campo (eds.). El engaño en formas narrativas de la literatura tradicional de México. San Luis Potosí: El Colegio de San Luis, 2021, 167-179.

Frenk, Margit. (dir.). Cancionero Folklórico de México, 5 vols. México: El Colegio de México, 1975-1985. v. 1: Coplas del amor feliz; v. 2, Coplas del amor desdichado y otras coplas de amor; v. 3, Coplas que no son de amor; v. 4, Coplas y varias canciones; v. 5, Antología, glosario e índices.

López Austin, Alfredo y Luis Millones. Dioses del Norte, Dioses del Sur. Religiones y cosmovisión en Mesoamérica y los Andes. México: Era, 2008.

Preuss, Konrad Theodor (comp.). «Cómo un hombre vestido de zopilote voló al fin del mundo y cómo el zopilote entretanto lo engañó», en Mitos y cuentos nahuas de la Sierra Madre Occidental. México: Instituto Nacional Indigenista, 1982, 493-503. (Clásicos de la antropología 14).

Rodríguez Valle, Nieves. «Dios como personaje en la narrativa de tradición oral mexicana», en Claudia Carranza Vera y Mercedes Zavala Gómez del Campo (eds.). Los personajes en formas narrativas de tradición oral de México. San Luis Potosí: El Colegio de San Luis, 2015, 199-219.

Santamaría, Francisco J. Diccionario de Mejicanismos, 6a. ed. México: Porrúa, 2000.

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Xocua Xocua, Yesenia, Juana Hernández San Pedro y María de Jesús Enríquez González. «El hombre flojo», Revista Intercultural, 2008, 37-38. En línea:

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Referencias audiovisuales

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Camacho Villaseñor, Jesús (alias Pedro de Urdimalas). «Maldita sea mi suerte», interpretación de Pedro Infante. Cancioneros. Diario digital de música de autor. S. f. En línea:

https://www.cancioneros.com/letras/cancion/1044406/maldita-sea-mi-suerte-pedro-infante

Jorge Albarran (canal). «El zopilotito», huapango huasteco. Youtube. 17 septiembre 2019. En línea:

https://www.youtube.com/watch?v=TNo2MOMH4cA

Mispitichi (canal). «El zopilote remojado», interpretación de Chayito Valdés, con música de Galindo Blas. Youtube. 28 de febrero 2008. En línea:

https://www.youtube.com/watch?v=v-p36RUdrd4

Puro Oaxaca (canal). «El zopilotito», chilena. Youtube. 25 de noviembre de 2014. En línea:

https://www.youtube.com/watch?v=Xjx5Qto4F4A




NOTAS

[1] La mayoría de las coplas están tomadas de Frenk En adelante cito como Cancionero e indico entre paréntesis el tomo y número de copla; en las citas del tomo 4 indico números de tomo, canción y copla, respectivamente. Incluyo también canciones de otras fuentes que tienen que ver con el tema.

[2] En «El zopilote en cuentos de flojos: las tradiciones y el simbolismo del ave en el folclor mexicano» estudio los mecanismos del engaño realizado por medio de la transformación mágica del hombre en zopilote, en distintos cuentos de flojos. Las versiones revisadas tienen un sustrato indígena asociado a las culturas maya y, sobre todo, náhuatl cuyo simbolismo, en el primer caso, relaciona al zopilote con la muerte, aunque también con la regeneración de las fuerzas vitales; en el segundo, se le concibe como uno de los seres que contribuye tanto al proyecto divino como a los proyectos humanos, además de tener la capacidad de conectar los tres espacios del mundo nahua: el inframundo, la tierra y el cielo. En estos cuentos, el zopilote humanizado tiene un doble papel: como ayudante mágico del flojo y también como su burlador.

[3] Se le llama zamuro en Venezuela y Colombia, donde también se usa chulo; jote, en Chile; urubú, iribú, iribús, en Venezuela y algunas regiones de La Plata; de acuerdo con Santamaría, Aura (cathartes aura) se usa genéricamente para denominar aves de rapiña americanas, de las vultúridas (1942, sv. «aura»).

[4] Voz que en México se aplica a quien carece de recursos; específicamente, de dinero. Santamaría, 2000, sv. «pelado».

[5] Blas Galindo fue el compositor de la melodía, que lleva por título «El zopilote mojado», y suele ejecutarse de manera instrumental como son de mariachi. La canción que cito toma la melodía, agregándole una letra de cuyo autor no tengo noticia.

[6] Narra el nacimiento de Huitzilopochtli, dios patrono y solar de los mexicas, quien se enfrentaría al ejército comandado por su hermana mayor, Coatlicue. La diosa lunar estaba barriendo cuando una bola de plumón blanco cayó del cielo. Coatlicue la tomó para colocársela en el vientre; al terminar de barrer no la encontró y sintió estar embarazada. Sus hijos se indignaron al saber la noticia y Coyolxauhqui instigó a sus hermanos a matarla. Coatlicue se aterrorizó, pero Huitzilopochtli, el hijo milagrosamente concebido, le habló desde el vientre para animarla a que no temiera. El ejército de matricidas marchó armado hacia la cumbre del Monte de la Serpiente. En el momento en que llegaron nació Huitzilopochtli armado con rodela, flechas y un lanzadardos azul. Con él se lanzó contra su hermana, la hirió y la decapitó. El cuerpo de Coyolxauhqui se precipitó de lo alto y llegó al somote en pedazos. Luego, el recién nacido atacó a sus hermanos, derrotándolos uno a uno, hasta que los pocos supervivientes huyeron al cielo meridional. Así venció el sol naciente a sus hermanos, los poderosos señores de la noche. Alfredo López Austin y Luis Millones, 2008, 77.

[7] Esta versión es una traducción del náhuatl, realizada por estudiantes de la Universidad Veracruzana Intercultural, quienes recogen y traducen al español sus tradiciones con fines de difusión. El texto es problemático porque asume la forma de una leyenda en el momento en que los transmisores lo adaptan a la circunstancia de Jacinto y Xóchitl, dándole un valor de verdad, que es propio de ese género. Sin embargo, esta tendencia «realista» es común en los transmisores, y consiste en convertir en realidad concreta una ficción, trasladándola a un contexto específico, como explica Caro Baroja (1974, 281-286).

[8] Para los personajes tipo, que es el caso del zopilote, sigo el concepto propuesto por Mercedes Zavala. Se trata de un personaje que de uno u otro modo vuelven personal una condición social, cultural, histórica, e incluso económica; dentro del relato, se reconocen como parte de un código predeterminado por la tradición. Cf. «Nota Preliminar» en Zavala, 2015, 11.



El zopilote en la lírica y la narrativa de tradición oral de México

CUELLAR ESCAMILLA, Donají

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 497.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz