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Revista de Folklore número

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La última oportunidad para rescatar un legado que desaparece. De lobos y de humanos en el noroeste de Zamora

TALEGON SEVILLANO, Javier

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 496 - sumario >



En gran parte de España, los lobos fueron erradicados definitivamente durante los tres primeros cuartos del siglo xx (1). Sin esa latente amenaza sobre el ganado, pierden interés la funcionalidad del pastor, la crianza de mastines o la elaboración de carlancas ajustadas a su pescuezo. Sin lobos, también se desmoronan los pozos y las trampas de piedra que, históricamente, se usó para atraparlos. Con el carnívoro en el recuerdo, el vocabulario asociado a su presencia va, poco a poco, cayendo en desuso.

A partir de los años 60, los centros industriales y las capitales de provincia comienzan a absorber, de forma imparable, una migración interior que dejaría a la intemperie –demográfica y culturalmente– multitud de comarcas rurales: «Ha cambiado más en 40 años que en 40 siglos» (2). Los lobos ya faltaban de muchos montes pero, además, múltiples manifestaciones etnozoológicas asociadas a su presencia se tambaleaban.

En el noroeste de Zamora esa crisis también alteró los patrones socioeconómicos y descafeinó su cultura tradicional, pero, a diferencia de otros territorios, el lobo siempre permaneció entre su fauna, factor que mantuvo latente un enorme legado material e inmaterial hasta tiempos recientes. Esta dimensión cultural –no estudiada previamente– afloraba con fuerza en todas las conversaciones sobre el lobo que, desde mediados de los 90, mantenía con las gentes de Villardeciervos, de Boya, de Ferreras de Arriba o de Cional. Con el decidido objetivo de estudiar la cultura lobera del noroccidente provincial, a principios del siglo xxi resultaba necesario afrontar dos amenazas: la desaparición de informantes y el deterioro de ese legado.

Visitando pueblos y entrevistando mayores

Como me decía Pedro Herrero, ganadero de Villardeciervos, «has aprendido mucho a cuenta nuestra». De hecho, las entrevistas abiertas (técnica cualitativa de investigación social) han sido la principal fuente de recopilación de datos. Entre 2011 y 2020 se ha invertido aproximadamente 90 jornadas de campo en unos 3.900 km², principalmente en las comarcas de Sanabria, La Carballeda, Aliste y la Tierra de Tábara (ver mapa). Se ha visitado 104 pueblos y se ha entrevistado a 308 personas con una media de edad de 76 años; la más longeva fue una mujer de El Poyo de 104 años.

Los informantes debían cumplir tres requisitos: tener avanzada edad, haber residido permanentemente en la zona y haber desarrollado oficios o actividades que les aportasen conocimientos y experiencias con el lobo. En los pueblos visitados, era cuestión de presentarme al primer vecino que encontraba, comentarle mis objetivos y preguntarle por alguna persona conocedora del tema. De esa manera, no tardaba en entablar conversación con paisanos del perfil deseado. Las entrevistas se abordaron en la calle (a veces aprovechando alguna sombra en verano y en invierno los rayos de sol) o bien en la cocina o en el patio de los informadores.

Pastores, responsadores que rezaban a San Antonio para proteger a los corderos del cánido, expoliadores de camadas o participantes en ojeos fueron algunos seleccionados. Libreta en mano, se rellenaron cientos de páginas con datos, croquis, palabras o frases coloquiales. También se localizaron añosas trampas y se escanearon fotografías de lobos cazados. Como límite temporal se ha utilizado la memoria viva de los informantes, que ofrece una aproximación a la realidad cultural del siglo xx.

El trabajo de campo, laborioso y prolongado, fue enormemente enriquecedor y sencillo gracias a la disposición de la gente: «Y si por hablar quedo sin cenar, ¡pues nada!», afirmaba un vecino. Los episodios de rechazo fueron anecdóticos.

Persiguiendo al lobo

Para el área de estudio, no debemos entender la persecución del lobo como un fenómeno global ni organizado espacio-temporalmente. Más bien debió de ser un cauce para escarmentar o prevenir las fechorías de un contrincante imposible de someter: «El lobo no han podido dominarlo», decían. Se ha recopilado datos sobre 11 métodos de caza para un territorio donde, además, se aprovechó cualquier tipo de situación que permitiera combatir al cánido. Aunque es indudable el interés etnográfico de algunos de estos métodos cinegéticos, su puesta en valor no significa estar de acuerdo con su uso.

Se ha descrito con bastante detalle diez pozos lobales (ocho de ellos eran inéditos). Algunos fueron construidos hasta mediados de siglo y consistían en una simple excavación en el terreno con un falso suelo vegetal o una puerta basculante como boca; el lobo, atraído con un cebo, caía al fondo del socavón donde era rematado violentamente. Además de los imponentes corrales de piedra de Lubián y Barjacoba, también se levantó otro cerca de Cional en los 50; éste es, probablemente, el más tardío de los construidos en España con estas características.

Con una singularidad sobresaliente, pues apenas hay referencias sobre esta tipología para Iberia, cerca de Lubián se empleó una trampa de losa. En uso hasta los años 50, debió de aprovechar una piedra con más de 120 centímetros de largo y unos 70 centímetros de ancho. Cuando el cánido tiraba del cebo anclado al palo vertical que mantenía la piedra inclinada, ésta se desplomaba: «Piedra plana que cayera duro con duro, que apañara al lobo por la cabeza o los riñones».

Los ojeos comunales, muchos desarrollados durante siglos en los mismos y estratégicos parajes, implicaron, hasta los años 60-70, la participación de centenares de personas de los pueblos del entorno. Los ojeadores y los centinelas –que encendían pequeñas hogueras para evitar que el lobo abandonase la zona a batir– se repartían el espacio para dirigirlo a la línea de escopetas. El juez de lobos era un vecino del pueblo que, caminando o a caballo, vigilaba el adecuado funcionamiento del lance y debía mantenerse en esa función hasta que se abatiera algún ejemplar.

Aunque hubo cepos específicos para lobos, normalmente se usó garduñeras para los mustélidos o el zorro (Vulpes vulpes); para evitar accidentes con el ganado y las gentes, su uso no llegó a generalizarse. Los aguardos sobre cadáveres de ganado (en ocasiones previamente depredado) y, otras veces, aprovechando como atrayente a los lobeznos arrancados del monte, fueron habituales y permitieron abatir a tiros a decenas de ejemplares. Los pastores y algunos grupos de vecinos también expoliaron numerosas camadas.

La estricnina, «…el más temible lobicida de la historia» (3), también se utilizó en muchas localidades cumpliendo estrictas pautas de manejo: «En un sitio largo, que no hubiera perros». El respeto a sus efectos encadenados y/o el sufrimiento de los chuchos intoxicados frenaron su uso. En ocasiones alguna vaca murió envenenada tras consumir –buscando carbonatos y fosfatos– los viejos huesos de un lobo emponzoñado. El uso del veneno estaba normalmente autorizado por el Gobierno Civil desde la publicación de la Ley de Caza de 1902; se permitía por daños al ganado o tras la observación de lobos. En cualquier caso, parece que su empleo legal e ilegal no se generalizó.

Lobos y ganado

Proteger del lobo a los animales domésticos justificó el mantenimiento de múltiples soluciones arquitectónicas. Las cuadras debajo de los hogares mantenían seguras a las reses y, gracias al calor generado, aumentaban la temperatura de la vivienda. También había corrales en el propio casco urbano y en el monte: corralas, corralizas, pariciones, rediles, etc. Las sierras de Sanabria, mantuvieron apriscos para encerrar los rebaños que, desde Extremadura o Aliste, practicaban respectivamente la trashumancia o la trasterminancia. Como elemento de enorme singularidad, en Pedroso se levantó, a mediados del siglo xx, una caseta para proteger a un perro de las incursiones de los lobos.

Los pastores, figuras imprescindibles en la coexistencia entre ganados y lobos, fueron profesionales de una labor modelada por el depredador. Su estratégica y disuasoria posición junto al rebaño y los muchos conocimientos sobre las costumbres del cánido complicaban sus intenciones. Durmiendo junto al rebaño durante los meses de climatología más llevadera y manteniendo la atención durante las horas de sesteo de los animales conseguían minimizar la amenaza del depredador. Acompañados de los perros de lobo, normalmente mastines o bien canes grandes y con brío, protegían el ganado; estos perros solían ser alimentados con pan de centeno, y algunos machos eran castrados para evitar prolongadas ausencias acompañando a perras en celo. Su cuello era protegido con collares de pinchos, las carrancas, con tantas tipologías como artesanos: metálicas, de cuero, mixtas, etc.

Aunque los ganaderos eran conscientes de la enorme dificultad que entrañaba curar a los animales heridos por el lobo («una cabra duró dos años o más echando porquería de un mordisco»), las prácticas etnoveterinarias fueron múltiples. Con diferentes ungüentos basados en la cocción de ramas de romero (Rosmarinus officinalis), raíces de arzolla (Centaurea ornata) o flores de árnica (Jasonia tuberosa) se lavaba las lesiones; la manteca de cerdo servía para hidratar la herida y limitar el acceso de moscas a los huecos producidos por los incisivos. Otras veces, el humo de quemar madera de roble y urz (nombre local del brezo) sobre la que se esparcía aceite, servía para secar la lesión y alejar a los temidos insectos.

Un animal útil y beneficioso

Los ejemplares cazados se exhibían por los pueblos solicitando recompensa –normalmente material– al expectante vecindario; para aligerar su manejo, se solía desollar el animal pero, dentro de la piel, se mantenía la cabezota, haciendo más atractiva la captura: «Daba más impresión verle la cabeza que la piel sola». También se exhibían vivos los negros lobeznos, pero, en cambio, para evitar los peligros derivados del tóxico, los lobos envenenados no solían manejarse y se enterraban en profundidad.

Como en otras zonas de la geografía española (4), algunas partes u órganos de los lobos también proporcionaron varias utilidades. La carne de lobo no tenía interés gastronómico y normalmente su consumo tuvo un carácter festivo mezclado con un sentimiento de represalia. Algunos ejemplares se desollaban y se cocían; cuajado el sebo, los curanderos o los vecinos lo empleaban frente al reuma. La grasa también se usó para los dolores de garganta y para nutrir los calzados de cuero.

Con la piel del lobo se elaboraban piezas que protegían del sol, de la lluvia y de las moscas la cabeza de los bueyes y evitaban el deterioro de los correajes del yugo. Algunos de estos bóvidos no consentían estas piezas sobre su testa («¿Si le da el olor? ¡Desaparecen las vacas!») y por ello, se empleaban pellejos de perros, también más accesibles. Dispuesta en el dormitorio, la piel del depredador mantenía una supuesta función de alejar a las pulgas. Para preparar estos materiales se solía evitar el periodo estival, cuando las temperaturas o los insectos podían dañarlos: «Se cogen pa curtirlas en los meses que tienen r».

En Lubián, la tráquea del lobo, conocidacomo a gorxa, servía para purificar el matorral que, recogido del monte y, por tanto, en contacto con el cánido, se esparcía en las cuadras como cama para los cochinos; de otra manera, se creía que éstos podían contraer el lobádigo (según la superstición, un problema de salud). A modo depurativo, se pasaba harina o salvao a través de uno de estos conductos, aportes que se mezclaban con el alimento. Esta práctica se debilitó con el ocaso de otra costumbre tradicional: la crianza del cochino en las casas.

Para una economía de subsistencia («¡había hambre!»), la depredación del lobo sobre el ganado suponía una importante amenaza. Pero cuando el carnívoro degollaba alguna res, en ocasiones se aprovechaba para consumo: «Si el lobo no hacía más daño que el matarla, ¿por qué no la íbamos a comer?»

El lobo también representó un elemento protector y disuasorio durante la noche. En Rihonor consideraban que su presencia intimidaba a los posibles malhechores que, valiéndose de la oscuridad y la soledad del monte, podían realizar fechorías: «Si no hay lobos, vamos de noche igual que de día; el lobo tiene que existir, tiene que haber alguno para el temor, para que haya algo de respeto».

Lobos en la tradición oral

La presencia de lobos ha propiciado un amplio glosario y, de hecho, se ha recogido más de 800 palabras relacionadas con este animal. Para morder en el pescuezo (patrón más característico de la depredación en el ganado menor), fueron usados al menos ocho vocablos: achagar, achegar, agajar, ajadar, ajagar, ajagatar, agorjar y axagar. La carne de los animales atacados quedaba alobada (supuestamente infectada) y, en Sanabria, la pajaraloba era el águila real (Aquila chrysaetos) haciendo referencia a que, como el cánido, puede depredar corderos. Las luces del lobo eran los brillos de sus ojos durante la noche y un lobo hecho era un ejemplar de primer invierno, con un desarrollo que recordaba al de un adulto.

Varios fueron los nombres empleados para referirse a este animal. En asturleonés se utilizó llobu, vocablo que fue desplazado durante los últimos siglos por lobo, en castellano; de hecho, la forma original solo se escuchó de forma directa a dos de los 308 informantes. En Espadañedo, cuando este animal era sorprendido cerca de algún rebaño, se le podía insultar con cualquier improperio excepto ladrón; en ese caso, y según se creía, no huía y podía atacar al ganado con osadía. Con diferentes variaciones, el hermoso refrán que fusiona dos episodios de la fenología local, la floración de Genista tridentantum y el nacimiento de los lobeznos, fue recopilado en varias localidades: «Carqueisa florida, loba parida».

A modo de conclusión

Además de las múltiples ventajas ligadas a su presencia en nuestros ecosistemas, los lobos han modelado y enriquecido enormemente nuestra cultura, otro argumento que debemos acostumbrarnos a usar para justificar su conservación. De hecho, la dimensión cultural asociada a este cánido no es superada por ninguna otra especie de nuestra fauna silvestre, un aspecto cuantificable y que podría representar otro criterio para avalar su inclusión en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, aumentando así su nivel de protección legal.




Bibliografía y referencias

1. Valverde, J. A. (1971). «El lobo español». Montes, 159. Pp: 229-241.

2. R. Grande del Brío, 30 de abril de 2019. Salamanca.

3. Valverde, J. A. y S. Teruelo (1992). Los lobos de Morla. Círculo de Bibliofilia Venatoria. Pág. 458.

4. González, J. A., J. Talegón, J. R. Vallejo & F. Álvares (2019). Lupus morbos sanabat. El carácter utilitario en el simbolismo del lobo ibérico. Editorial Paso Honroso, Salamanca. 288 pp.

Agradecimientos: A todos los informantes que aportaron datos. J. M. Massip, P. Gragera y J. Echegaray añadieron sugerencias. Alicia Satué y Sara Sevillano revisaron el texto original.

Para ampliar información sobre la temática de este artículo, en 2021 el autor publicó Carqueisa florida, loba parida; el lobo en la cultura tradicional del noroeste de Zamora, una monografía de 464 páginas. Más información en: https://www.llobu.es/carqueisa-florida-loba-parida/



La última oportunidad para rescatar un legado que desaparece. De lobos y de humanos en el noroeste de Zamora

TALEGON SEVILLANO, Javier

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 496.

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