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A fines del siglo XVI escribía Gerónimo Cortés que «siempre que se perdiere algo alguna vez… será cosa muy acertada acudir a Dios y a sus santos, pues es cierto que pueden reprimir las influencias celestes y dar traza y orden de cómo se hallan las cosas perdidas y hurtadas, como muchísimas veces lo ha hecho el bienaventurado San Antonio de Padua, de la orden de San Francisco, con todos aquellos que con fe y confianza se lo han pedido por medio del verso siguiente, el cual reza la iglesia en honra del mismo santo y dice así: Si quaeris miracula…» Y recurría a la oración que desde el siglo XIII se atribuyó al fraile Giuliano da Spria, compuesta a la muerte del santo paduano para un Offficium rhytmicum sancti Antonii que se cantaba en muchas iglesias europeas los martes de cada semana. Algún relato legendario había atribuido poderes al santo nacido en Lisboa y residente en Padua desde que otro monje le robó un libro de oraciones y San Antonio lo recobró con unas preces que hicieron el sorprendente efecto de que apareciesen milagrosamente el libro y aun el mismo monje.
Gerónimo Cortés se reafirmaba en la eficacia de la oración o de las palabras mágicas al afirmar: «Y digo verdad, a gloria de Dios nuestro Señor y alabanza del glorioso santo, que no pocas veces me ha sucedido hallar cosas perdidas y hurtadas por medio de dichos versos». Recomendaba Cortés asimismo no perder la confianza en lo que se pedía y repetir muchas veces el poema pues, aunque «es verdad que nosotros sepamos lo que pedimos, también es mayor verdad que Dios nuestro Señor sabe mejor lo que nos conviene».
Esta forma tan peculiar de confiar en la voluntad divina antes que en el poder de los santos recuerda la costumbre clásica de recurrir a la lectura de poetas «divinos» que practicaban griegos y romanos cuando dudaban acerca de una cosa o tenían algún temor, o se habían distraído y perdido la noción de dónde habían dejado cualquier objeto. Los primeros cristianos, siguiendo esa tradición pagana recurrían a una forma de adivinación consistente en abrir un libro sagrado o de estampas e interpretar el primer párrafo que se leyese como si revelase o ayudase a descubrir algo oculto. Estas sortes sanctorum fueron muy populares durante siglos, ayudando a quienes buscaban por medio de una frase que podía leerse en un libro al azar o escucharse en un templo al que se accediera en un momento determinado en que un sacerdote estuviese pronunciando una oración. El contenido de esa oración tendría que ver con la respuesta dada por la suerte o por el cielo a las demandas solicitadas. Los numerosos y populares «libros de las suertes» editados desde que Lorenzo Spirito publicara su particular y controvertida versión, vinieron a confirmar el interés que despertaba esta costumbre antiquísima de indagar en las cosas más ocultas por medio de la adivinación. La fortuna y el azar se entrometían así en el terreno de la providencia, siquiera ésta fuese divina, para introducir un poco de morbo en la vida del ser humano.