Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Emilio Rey, en el primer artículo de este mes, trae a colación el texto y melodía de un romance denominado «La condesa de Castilla traidora», episodio tomado de diferentes fuentes que sobrevivió a la larga agonía del género. Diego Catalán explica perfectamente su génesis y desarrollo, lo que nos excusa de volver sobre ello
https://cuestadelzarzal.blogia.com/2007/010501-la-condesa-de-castilla-traidora.php
Tiene mucho interés, sin embargo, la mención que Emilio Rey hace del curioso y divertido texto de Juan de la Cueva titulado Coro febeo de romances historiales, aparecido en Sevilla en 1587 en el establecimiento de Juan de León y cuya edición corrió a cargo de Jácome López. De la Cueva titula el texto «Romance de Sancho Fernández, conde de Aragón, y cómo quiso su madre matarlo con veneno y lo que sucedió más» pero independientemente del valor del poema, que pone el énfasis en la traición de una madre que para entregar los condados de Castilla y de Aragón a un moro del que se ha apasionado intenta asesinar con veneno a su propio hijo, el libro contiene numerosos romances acerca de hechos de la antigüedad clásica, de la historia de Roma, de la historia de España y algunos otros que, en fin, parecen sacados de algún pliego de cordel. Como escribe el propio de la Cueva, son «Romances para los niños, que ni son para cantados y apenas para leidos, pues no guardan consonantes que se peguen al oído», pero están bien rimados en asonante y se prestan a una lectura sosegada y atenta. Por parecerme uno de los más curiosos recordaré el que lleva por título «Romance de lo que le sucedió a un mayordomo de Bollullos con un alcalde del mismo pueblo» (Libro VI, página 191). Un mayordomo discute con otra persona el día de los difuntos sobre el pago de la cera y el alquiler de los lutos, y vienen a armar tal trifulca, que el alcalde le castiga con una boda forzada. La novia elegida, Olalla de Panduro, recibe la noticia de un tal Calvacho, prioste de Bormujos quien, temblando y bastante confundido, se encuentra a la presunta prometida abriendo la puerta de la siguiente guisa:
Ella respondió al momento / y en abrir no se detuvo,
aunque estaba de revuelta/ llena de tizne y de humo,
desgreñada y sin vestido,/ sin zapatos ni pantufos,
con un refajo de jerga/ colgándole de él mil pulpos,
la media pierna de fuera/el pie grande y juanetudo
cubierto todo de costras /duras como un fuerte muro
que podía pisar sin miedo/el pedernal más agudo…
A poco llegan el novio y los invitados, y el pobre contrayente se da cuenta del espantoso engendro con el que le quieren unir para siempre, negándose a participar en los esponsales. El alcalde le amenaza con casarle con «el asno del Vicario, el berraco de Antón Rubio o con el garañón del concejo». Viendo que le dan tan pocas salidas honrosas recurre a la estrategia china de que «no hay mejor defensa que un buen ataque» y responde al munícipe: «Cáseme con su mujer / pues anda con ella en puntos / por las sospechas pasadas / cuando huyó de Bollullos / y él podrá casarse luego con Olalla de Panduro / si tiene gana de hacer / penitencia en este mundo / y el berraco y garañón aplíquelo a su concuño / y entiéndame quien me entienda / y si no yo toco a nublo / porque si hubiere tormenta / no nos coja de descuido». El divertido romance termina con una moraleja: «Cuán gran yerro es que ninguno / quiera por superior / mandar ni hacer lo injusto».