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Revista de Folklore número

493



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Sobre los cementerios marinos

DE LA MAR, Joserra

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 493 - sumario >



En la Edad Media los europeos confiaban los cuerpos a la Iglesia después de la muerte. No importaba tanto rendir homenaje a la memoria de los difuntos como saber que sus restos descansaban cerca de las reliquias de los mártires o junto a las tallas de los santos que eran los que daban garantía de salvación eterna. Viene a ser la tesis de Philippe Aries, principal estudioso de la muerte, en su obra La Muerte en Occidente.

Con el fin de la Edad Media surgen nuevas ideas y más que preocuparse por la propia muerte y tomar las medidas para el día después comienza a manifestarse el dolor por la muerte de los demás. Además, a consecuencia de las ideas ilustradas e higienistas que surgen en Francia y buscan evitar los problemas de salubridad que originan los enterramientos en la ciudad, en 1786 Carlos III ordenó que se dejaran de inhumar los cadáveres en las iglesias y sus dependencias. Y en los nuevos espacios levantados en las afueras de las ciudades se empieza a rendir culto a la memoria de los seres queridos que ya no están.

Los cementerios modernos buscan solucionar un problema sanitario derivado de la acumulación y defectuoso tratamiento de los cadáveres pero también pretenden servir de homenaje a los difuntos, de ofrecer un tributo a los que nos han precedido. A cada uno de ellos, ya no en conjunto en criptas, atrios o fosas, en las iglesias o sus aledaños, como antaño, sino de manera individual. Y a menudo buscan dar solución a ambas aspiraciones en lugares bellos, idílicos, integrados en el paisaje. Bien conjuntos arquitectónicos en forma de urbe romana con sus calles ordenadas, bien jardines armoniosos con el entorno natural, con arbolado o senderos inspirados en la tradición inglesa. El llamado cementerio jardín o parque juega con colinas, agua, arbolados y caminos curvados que se integran en el paisaje. El cementerio de este tipo que más protagonismo adquirió fue el de Père-Lachaise de Paris. Inaugurado en 1804 es uno de los primeros, leo en la Revista Murciana De Antropología, en Reflexiones Antropológicas Sobre La Historia Y La Actualidad Del Cementerio en Europa, un artículo de Klaus Schriewer y Pedro Martínez Cavero. Las ideas ilustradas francesas son el motor de este proceso que ya vemos que dura décadas.

Es cuando aparecen los cementerios marinos de los que quiero tratar ahora. Conocemos camposantos en que la presencia del mar domina la ubicación en que se encuentran. Seguramente las rigurosas exigencias urbanísticas explican la existencia de muchos de ellos. Se trata de garantizar la salubridad y para ello se imponen unas distancias respecto a los núcleos de población e incluso localizaciones oreadas que la cercanía del mar favorece. La normativa recogida en la Real Orden de 17 de febrero de 1886, ampliada luego por la de 16 de julio de 1888, exige una distancia de mil metros respecto a la última casa de la población en los pueblos con un censo comprendido entre los 5.000 y 20.000 habitantes; que su orientación sea contraria a los vientos dominantes en la zona; que las condiciones geológicas del terreno tiendan a la mayor permeabilidad, y que no estén próximos a los ríos ni carreteras. Por el tiempo transcurrido desde la prohibición inicial de Carlos III vemos que la salida de los enterramientos de las iglesias y por tanto de la ciudad fue un proceso lento.

Los urbanistas municipales fueron ubicando los nuevos cementerios en los terrenos a su disposición y en los términos municipales costeros a menudo ocurría que estos lindaban con el mar, cuya cercanía aseguraba que se cumplían las exigencias. Parece en cambio en otros casos que los urbanistas decidieron ante varias opciones la que les permitía orientar los cementerios al mar, acercarlo a los enterramientos, jugar con el mar como un elemento del paisaje, como en otros lugares quizá se hace con lomas, montes, ríos, senderos o bosques.

En cualquier caso, en muchos de los municipios costeros españoles y de otros lugares el cementerio da al visitante una grata compañía, la del mar.

Entonces, estos cementerios ¿son marinos por casualidad? No pretendo hacer un catálogo pero citaré el cementerio de Comillas en Cantabria sobre las ruinas de la antigua parroquia con su imponente ángel exterminador modernista, el de San Amaro, en A Coruña, uno de los primeros, Niembro, ensoñador junto a una ría asturiana, Getxo, cercano al acantilado junto a Bilbao, o Mundaka en Bizkaia, Torremolinos... o el mismo de Kanala en Urdaibai. Será arduo encontrar decisiones administrativas que acrediten tal condición de marino. Pero es difícil entender que cementerios como el de Santa María Magdalena de Pazzi, en Puerto Rico, donde descansan los restos de Pedro Salinas, el de Castro Urdiales en el enclave Ballena, con sus calles que parecen dirigirse al levante de la costa vizcaína, o el de Waverley en Sidney, no sean ejemplos de que los responsables municipales, al decidir la ubicación de los lugares para los enterramientos quisieron jugar con el paisaje, en este caso marino.

¿Para qué, si el difunto no lo va a disfrutar? Tampoco lo símbolos de riqueza que pueblan los recintos funerarios. Disponer de un bello enterramiento para cuando no estemos, y es bello sobremanera si está junto al mar, es todavía motivo de satisfacción para muchos. A Juan Ramón Jiménez le encantaban los cementerios norteamericanos y su paseo junto a uno de ellos le llevó a escribir en un poema en prosa que sentía ganas de alquilar una tumba para pasar en ella la primavera. ¡Y sin criados!

Poco antes de morir Edgar Allan Poe escribió Anabel Lee, un poema que vertía al papel, fabulada, la gran desdicha de su vida. Los jovencísimos amantes ven truncado su gozo por la enfermedad y tras la muerte de ella él no deja de sentirla cerca y ve a su querida, su adorada, su vida, su esposa, en la luna o las estrellas, porque además duerme junto a su sarcófago en el cementerio del reino junto al mar, en su tumba a orillas del mar. Es quizá ejemplo no solo del dolor por la pérdida sino de la nueva afición moderna de mostrar una belleza que ahora se empieza a descubrir en la muerte. Y nos evoca el arquetipo del cementerio marino, como en aquel vídeo de Radio Futura de la canción basada en el poema.

En 1920, un poeta simbolista, seguidor por tanto del autor americano, escribió un poema que supuso toda una conmoción en la época: El Cementerio Marino. Explica ahí el considerado poeta nacional francés sus reflexiones y sensaciones habidas en su visita al cementerio de Séte, su localidad natal. Ideas dominadas por la contemplación desde el alto en que se ubica el camposanto del mar al mediodía.

El mar fiel duerme aquí entre mis tumbas, exclama Valèry, a la vez que se hace las eternas preguntas contemplando el mar lleno de luz del mediodía. En el mar encuentra una clave, su frescura le devuelve el alma, tanto que propone volver a la ola llenos de vida, al mar que es siempre nuevo.

George Brassens se reirá cariñosamente del poema de su ilustre paisano unas décadas más tarde al contarnos que ha ido al notario a disponer que sea enterrado en la playa de la Corniche, a dos pasos de las olas, cerca de los delfines, eterno veraneante,
que pedalea sobre las olas en sueños.

Esta divertida irreverencia hecha canción parece una señal de un cambio que Philippe Aries o Byung-Chul Han o el mismo Walter Benjamin advierten. Cambio que consiste en que al haber desalojado a la muerte de nuestras vidas la consideración de la tumba en la vida moderna pasa a un lugar poco relevante, si no desaparece. Y sin embargo, muy poco después que Brassens, un chaval catalán canta quizá en respuesta a la canción del ídolo ácrata de su generación que quiere que lo entierren entre la playa y el cielo, en la ladera de un monte, y que más alto que el horizonte quiere tener buena vista.

Sí, cerca del mar, porque nació en el Mediterráneo. Continúa el noi de Poble Sec afirmando su dicha al pensar que su cuerpo será camino, le dará verde a los pinos y amarillo a la genista, que es una flor de ese color. Lo hace quizá siguiendo a aquel maestro, y su maestro, al poeta a que cantó con tanto éxito. Machado escribió tras la muerte de su joven esposa:

[...] ya me arrancaste lo que yo más quería… Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Y murió tras convocar los días azules y el sol de la infancia a la orilla del Mediterráneo, en Collioure, lo más lejos que llegó, donde está enterrado muy cerca de la orilla, aunque desde el cementerio no se divise el mar. Y escribió el más bello y triste poema que conozco, sobre un cementerio, cuando en Soria perdió a su Leonor, como Allan Poe, a causa de la tuberculosis. Pero Machado no imagina sus noches junto a la tumba, como Poe, el padre del simbolismo. Veo en un youtube que abandonó Soria y solo volvió una vez en su vida. Tras cantar a las maravillas de la naturaleza soriana en primavera pide a su amigo que se acerque a donde está su tierra, la tierra de su esposa, al Espino, al cementerio de Soria. Se conforma el poeta con que le den noticias del lugar donde está enterrada su esposa. La tierra de Leonor, su tumba, es como si participase del prodigio de la primavera soriana. Y con su tumba la propia Leonor.

Y ello nos da pie a recoger la idea de Aries de que tras la prohibición de la inhumación en terrenos sagrados, el cementerio es rescatado de su desaparición por ideales ilustrados emparentados con el positivismo de Comte. Es una religión positiva, humanista, la del culto a la humanidad toda, a la ciudad entera, la de los vivos y la de los muertos, y la de quienes han de venir. Es decir, que aunque la simbología dominante en nuestros cementerios modernos suele ser la cristiana, parece que ya desde el inicio el culto a los muertos del siglo xix y xx acoge otras sensibilidades, como por ejemplo la que plasma Serrat, la de que tras la muerte nuestro cuerpo será camino, etc. Es la idea de que volveremos a la naturaleza. Una idea que quizá hasta puede encontrarse en los tratados ateos de Puente Ojea: venimos de la tierra y volveremos a ella, afirma en uno de sus libros. O en la canción Ser Árbol del cantautor Nacho Vegas.

Y ya, tan sólo quiere morir / Como la sombra de un árbol seco /Tan solita la tierra y así volver a la naturaleza…/Nos hundimos en la tierra más y más /Y así llegó el instante en que ya éramos pequeños gigantes/… Y así fuimos inventando una nueva manera de imaginar/ Que para ver el cielo hay que hundirse en la tierra/ Y no hay más suelo que el que ahora nos aferra/ Al fin somos árbol

O Un Metro cuadrado de Vainica Doble:

Sobre mi cabeza/será el cielo mío,/todo el cielo propio.../y podré mirarlo/sin pedir permiso/ con un telescopio/ y bajo mis pies/ un metro cuadrado/de mi propia tierra/ hasta el fondo adentrado/ para que me entierren/bajo la maleza/junto a mi guitarra/de pie o de cabeza.

Creo intuir que la idea de descanso o sueño eterno da cobijo a la mayoría de las sensibilidades en el cementerio del siglo xx. A creyentes, que piensan que los cuerpos, que son sagrados, volverán a la vida tras el Juicio, y en el cementerio les rinden tributo. Y a quienes consideran que aunque la conciencia individual desaparece lo hace tras un proceso o quizá no lo hace del todo o se transforma. Y aunque lo haga del todo, sienten, como hacía el poeta euskaldun Bitoriano Gandiaga en la voz de Lourdes Iriondo, que la belleza seguirá existiendo tras nuestra muerte.

El mar acompaña estas reflexiones de quien visita las tumbas de los difuntos en muchos de nuestros municipios. Todos sentimos bienestar, incluso euforia, cuando por ejemplo nos vamos acercando en coche y por fin divisamos el océano. Valery en su citado poema describirá el mar que lo acompaña en el cementerio de Séte con imágenes solemnes

¡Oh, sí, gran mar tan lleno de delicias… Piel de pantera y clámide horadada por mil y mil imágenes del sol!… Hidra total, de tu carne azul ebria… Que te muerdes la cola refulgente. En confusa pareja del silencio… La ola en polvo hace brillar las rocas.

Unamuno, poeta del mar desde su forzado retiro en Fuerteventura, casi al mismo tiempo que el francés plasma su admiración en metáforas atrevidas: la mar es testigo de la eternidad; es escritura; guarda secretos; tiene una teoría; nos susurra; nos quita la sed del alma; nos amamanta; es un Parménides, que nos enseña que todo es uno; es la palma de la mano de Dios. Y en su poema sobre el cementerio de Hendaya los mármoles son inmobles crestas de las olas. Luis Cernuda añora otro cementerio marino desde su exilio americano. El poeta sevillano vivió un amor apasionado en Torremolinos y evoca en el exilio su idílico cementerio marino porque el hombre quiere caer donde ha amado, en aquellas orillas donde su cuerpo se abrió en dos.

Seguramente quienes todavía visitan las tumbas de sus seres queridos o admirados, en los cementerios a orillas del mar, deben de sentir algo parecido a lo que escribieron los poetas. Y quizá algunos sueñan por las noches con pasar la primavera en una tumba marina y quizá por ello son de los que pagan religiosamente todos los meses su póliza del seguro de decesos.



Sobre los cementerios marinos

DE LA MAR, Joserra

Publicado en el año 2023 en la Revista de Folklore número 493.

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