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En ocasión anterior ya señalé como la falta de pintores locales ocasionó que en Palencia se recurriera a los de la vecina Valladolid o se importaran pinturas de Madrid si el propietario tenía contactos en la corte o había residido en ella. Durante el siglo xvii, el ejercicio de este arte en la ciudad prácticamente desapareció o, al menos, se simultaneó con el oficio de dorador y policromador. En la primera mitad, solo pueden señalarse los nombres y algunas obras pictóricas de Pedro de Roda, Luis de Borunda, Bartolomé Medina y Alonso Caballero, no registrándose actividad de ningún otro pintor de entidad durante la segunda mitad ni tampoco a lo largo del siglo xviii.
En 1977 se inventariaron en la Catedral, distribuidas por sus diferentes capillas y dependencias, un total de 125 pinturas como obras de los siglos xvii y xviii, sin incluir en esta cifra las que forman parte del historiado de tres retablos barrocos. Precisamente, en ellos se encuentra la aportación más destacada de la escuela pictórica de Valladolid: una veintena de lienzos del siglo xvii, que corresponden: seis, a Blas de Cervera, y catorce a Diego Díez Ferreras, pinturas que sumadas a otras identificadas como de Diego Valentín Díaz (1), Andrés Amaya (1) y José Pastrana (1), arroja un porcentaje del 15,86% sobre el total de los ejemplos conservados. A ellos viene a añadirse ahora otros cuatro, cuyo autor y temática habían pasado desapercibidos.
Me refiero a las pinturas que identificamos en nuestro Inventario, como «cuatro historias de la vida de San Telmo (1,10 × 1,47 m.)», sin mayor precisión de contenidos, localizadas en la entonces denominada «capilla del tesoro»[1] que, en realidad, se correspondía con la «capilla de las reliquias». En 2011 fueron reconocidas como «historias de San Juan Nepomuceno»[2], equivocando asimismo su verdadero argumento. Sin duda, un fugaz análisis iconográfico hizo pensar que la presencia de un barco, en una, y un sacerdote arrojado al agua, en la otra, podía hacer alusión a cualquiera de estos dos santos. Sin embargo, una lectura más detenida de las historias representadas, ayudada por la reciente intervención de limpieza operada sobre las mismas, permite aclarar su contenido narrativo y justificar su presencia en el recinto que las alberga.
Un recinto pensado para contener las reliquias de la catedral debía responder, en la temática iconográfica desplegada en su interior, a un discurso asentado en el martirologio, por lo que en las pinturas que decoran sus paredes se descarta la representación de Pedro González Telmo (San Telmo), que nunca sufrió martirio, y la apariencia de la persona lanzada a las aguas tampoco encaja con la del santo de Praga. Por consiguiente, debe prestarse más atención sobre lo que narran estas cuatro pinturas que, sin duda, tienen el mismo protagonista, para desentrañar de quién se trata.
El personaje que se repite en tres de ellas responde al de un varón joven, vestido con hábito talar y manto negro, y cuello de camisa blanca, indicativo de su condición de hombre de Iglesia. De elegantes maneras en su forma de presentarse, asiste con impasibilidad a los acontecimientos que se suceden y de los que, sin duda, él es su actor principal, pero no único pues, en una de las escenas, comparecen otros dos individuos, de diferente edad, y uno vestido de igual manera que el protagonista.
Las cuatro historias se unen así, creando una secuencia historiada, encadenándose en un mismo lienzo varios pasajes diferentes de la vida del protagonista, con un sentido narrativo auténticamente arcaizante e, incluso, recurriendo, a perspectivas y diferentes escalas en los tipos que interactúan.
Pese a los repetidos equívocos en la identificación del argumento y del intérprete principal, es evidente que la narración refiere varios capítulos de la vida de alguien que, tuvo enfrentamientos con el poder, obró prodigios, superó pruebas terribles y, por último, recibió la corona del martirio. Si se repara en el atuendo que lleva el resto de los personajes, es evidente que, tanto los soldados como un monarca sentado en su trono, visten a la manera romana, y también hacen referencia al mundo clásico los elementos de arquitectura en ruina que afloran en dos de las escenas.
Con respecto al argumento de la primera historia, se aprecian diversos sucesos que le ocurren al protagonista: una mujer implora su ayuda ante el cadáver de un niño; unos soldados a pie y a caballo le conducen preso a presencia del rey; unos esbirros avivan el fuego de una caldera de agua hirviendo, en la que está sumergido, mientras él con su mano derecha vierte agua sobre la cabeza de varias personas.
La segunda historia, situada en un paisaje, relata cómo unos sicarios le arrojan a un río desde un escarpado acantilado con una piedra de molino atada a su cuello; simultáneamente, se le ve en actitud orante y arrodillado sobre la misma piedra flotando encima de las aguas; dos querubines revolotean entre las nubes con laureles en sus manos.
En el tercer pasaje, el protagonista golpea con su vara el suelo para hacer brotar un manantial de agua; y un soldado a caballo ordena al verdugo matar con un alfanje a otro individuo, barbado y de cabellos rubios, vestido de forma similar al personaje principal que aparece situado en un segundo término acompañado por un joven con las manos atadas y próximos a ser masacrados.
Por último, en el cuarto lienzo se halla representado un puerto marítimo fortificado y una importante ciudad como fondo; en primer plano, un cortejo de cuatro tonsurados porta en sus hombros unas andas, con cuatro pábilos encendidos, sobre las que se dispone una caja o ataúd, a cuyo paso observan o se arrodillan algunas personas; a lo lejos, precedida por la cruz alzada, una larguísima procesión con estandartes y guiones se dirige a la ciudad; a la derecha, fondea un galeón ricamente adornado y protegido por cuatro grandes águilas.
Es evidente que todos los episodios ofrecen tantas similitudes con otros legendarios protagonizados por el diácono Antolín (o Antonino) de Pamiers, que deben identificarse como propios de este santo. Estamos pues ante una serie pictórica muy interesante que amplía la iconografía del santo, tan limitada y reiterativa[3], al que se le reconoce como patrono de Palencia, Medina del Campo, Tordesillas y Fombellida (Valladolid), Nava de Roa (Burgos), Lequeitio (Vizcaya) o Sariñena (Huesca).
El relato de su vida, más próxima a la invención literaria que a la historicidad, mereció especial atención en el incunable Flos sanctorum con sus etimologías, pues no sólo es el texto más extenso que no procede de Santiago de la Vorágine sino que, además, es el caso de una vida donde lo milagroso llega a alcanzar la fábula. Su relato biográfico procede de diversas actas anónimas y de otros textos de los siglos xii y xiii como la vida de san de Antonín Fredelás-Pamiers atribuida al pontífice Pascual en el siglo xii o el Speculum Historialis, de Vicente de Beauvais[4].
Su nacimiento se sitúa en Apamia, hoy Pamiers, cerca de Toulouse, en tiempos de los reyes Pippinus y Teodorico del que era pariente. Marchó a Italia y allí se convirtió en diácono. Sus prodigios comienzan cuando caminando en compañía de sus seguidores, «con gran sed y sin poblado próximo», rezó a Dios, golpeó la roca del suelo con su bastón y, a continuación, brotó suficiente agua como para saciar a todos[5].
A continuación, prosigue viaje a Roma y después a Frédelas, Mieux y Toulouse. Fue acusado de tener una aventura con la esposa de Teodorico y se le encarceló. En su cautiverio conoció a Almaquio, hijo de patricios, que le proporciona alimentos y le alivia del peso de sus cadenas.
El rey pagano Galacius, le intentó convertir al culto de los ídolos, pero al no lograrlo ordenó meterle en una caldera ardiendo llena de azufre y plomo; sin embargo el joven diácono no sufrió daño alguno e incluso bautizó a sus verdugos. La fama de sus milagros llegó hasta una madre viuda a quien se le había muerto su hijo; Antolín rezó a Dios y al concluir el niño había quedado sano y curado.
A causa de los prodigios que hacía, el rey decidió arrojarle al río Garona con una pesada piedra de molino atada alrededor del cuello, pero también salió ileso y estuvo navegando sobre las aguas durante cuatro días y después bautizó a los que le habían tirado al agua. A su regresó a Pamiers se reencontró con Almaquio uniéndoseles allí el preste Juan.
El monarca Methopius les persiguió y sus hombres les detuvieron. Llevados ante el rey, rechazaron adorar a los ídolos y por ello fueron condenados a muerte junto al río Ariége, cerca de Pamiers. Antolín fue el primero en ser decapitado, cortando la espada del verdugo, a la vez, su cabeza, el omóplato y el brazo derecho. Sus compañeros Almaquio y Juan corrieron la misma suerte. Recuperados sus restos, los ángeles les depositan en una barca[6] que unas águilas guiaron por el curso de distintos ríos hasta la localidad de Saint-Antonin-Noble-Val, donde vivía el rey Festo, amigo de Antolín, el cual mandó colocar las reliquias en una urna. En aquel lugar se levantó una abadía en su honor.
Aclarado el contenido de las pinturas que decoran cuatro de las paredes de la capilla-relicario, de planta octogonal, en la catedral, falta por recordar el proceso de su construcción y ornato, cuya documentación publicó Ramos de Castro[7]. En 1735 el cabildo dispuso invertir el legado dejado años atrás por D. Lorenzo de Puelles, preposte del cabildo y colector del subsidio y excusado, en la construcción de una capilla-relicario. Decidida su ubicación, junto a la puerta de los pies del templo, se pidió traza al ensamblador Gregorio Portilla, a Juan Guerra, vecino de Paredes, y al maestro de obras y alarife Manuel Morante, vecino de Valladolid. Para la cúpula y cubierta exterior se recurrió al maestro Juan García Burguillo, vecino de Madrid, que se hallaba accidentalmente en Palencia. Una vez concluida la obra se procedió a su decoración terminándose los trabajos definitivamente en 1752.
Y, aunque en las cuentas de la obra se anota este asiento: «novecientos rs que se pagaron a Pedro de Acuña por pintar los cuatro Lienzos de la Vida de ntro Sto», nadie ha reparado hasta ahora de qué santo se trataba, que no podía ser otro sino San Antolín, a pesar de que la capilla no le esté dedicada aunque se pensó colocar alguna reliquia suya de las que tenía el templo. El retablo principal que hizo Gregorio Portilla no se conserva pues, hacia 1770, se sustituyó por otro de estilo rococó, de muy bello y apropiado diseño para distribuir las reliquias en sus veintiocho compartimentos, cuyo estilo concuerda con el del ensamblador Juan Manuel Becerril[8].
La primera noticia que se tiene del autor de los cuadros con la historia de San Antolín se refiere a 1722, cuando pinta y dora la cúpula de la sacristía del templo de El Salvador, en Valladolid[9]. Después, se sabe que en 1730 cobró «la tabla y pintura del escudo de las armas reales puestas en la bóveda de la capilla mayor» de la iglesia de Simancas, citándosele como vecino de Valladolid[10]. Siete años después, doró el retablo de la capilla mayor de la iglesia de Hornillos y, en 1738, los retablos colaterales del templo de Ventosa de la Cuesta[11]. También en Wamba, doró, plateó y estofó en 1745 «el arco de nubes que hizo en blanco para el trono de Ntra. Señora de la O»[12]. Para la iglesia de Piñel de Abajo, hizo diversos trabajos de su oficio en 1751[13] y, al año siguiente, además de estofar varias esculturas en el templo de san Pedro de la capital[14], figura en el Catastro de Ensenada entre los maestros pintores y doradores de Valladolid, asegurándose durante la redacción del censo de 1760 que ya había muerto[15].
En efecto falleció, sin dictar testamento por no tener de qué, el 25 de abril de 1760. Su partida de defunción dice que estaba casado con Eugenia de la Paz, y antes lo fue con Manuela Sesmero, dejando cuatro hijos de sus dos matrimonios:
Pedro Acuña. En la ciudad de Valld. A veinte y cinco de Abril de mil setecientos y y sesenta as. Murió en esta Parrª d Ntra. Sª de Sn Lorenzo aviendo recivido los santos sacramentos Pedro de Acuña marido de Eugenia de la Paz de cuio matrimº dexo dos hijos llamados Valeriano y Manuel de Acuña. Estubo antes casado con Mª Sesmero y dexo de ella dos hijos Joseph y Frcª de Acuña. No hizo testamento por ser pobre. Esta enterrado en la última línea e dhª yglª. En fe de lo qual lo firmo como cura de ella. Frcº Alonso Blanco (sepultura y hacheros, 20 rs.)[16].
Como puede comprobarse, hasta ahora, casi toda su actividad conocida es la de pintor dorador. Es muy probable que en los lienzos de Palencia manejara estampas, más o menos populares, y con ellas crease estas composiciones, a menos que fueran traducciones literales de ejemplos desconocidos. Sobre su calidad no se puede insistir pues resulta evidente su limitado nivel artístico. Sin embargo, las obras ahora identificadas poseen gran interés por su rareza e interpretación iconográfica, dado el escaso número de asuntos referidos a la vida y milagros del santo de Pamiers.
NOTAS
[1] J. URREA y E. VALDIVIESO, «Ciudad de Palencia», en J. J. MARTÍN GONZÁLEZ (dir), Inventario artístico de Palencia y su provincia, I, Madrid, 1977, p. 22.
[2] R. J. PAYO HERNANZ, «Las colecciones pictóricas y escultóricas de la Catedral», en VV.AA. La Catedral de Palencia, Palencia, 2011, pp. 461-473.
[3] R.A. MARTÍNEZ GONZÁLEZ, «San Antolín en el Arte palentino», PITT, 70, 1999, pp. 406-436. Ver además, J. URREA «Aportación a la Iconografía de san Antolín de Pamiers», Boletín de la Real Academia de la Purísima Concepción, 2021, pp. 43-54.
[4] J.L. BOUDARTCHOUK, L. CLAEYS y M. COMELONGUE, «L’invention de Saint Antonin de Frédelas-Pamiers», Mémoires de la Société Archéologique du Midi de la France, t. LXIII, (2003), pp. 14–57. Cfr.,
https://www.academia.edu/34815719/L_invention_de_Saint_Antonin_de_Frédelas_Pamiers
M. CORTÉS GUADARRAMA, «Fuera del canon de la leyenda Aúrea: la vida de San Antolín en los Flos Sanctorum castellanos medievales», Archivum, 2016, pp. 7-44. Cfr.,
https://www.academia.edu/31340366/Fuera_del_canon_de_la_Legenda_aurea_la_vida_de_san_Antolín_en_los_Flores_sanctorum_castellano_medievales
[5] En la fachada del templo de San Antolín, en Murcia, destruido en 1937, se colocó hacia 1777 un espectacular relieve en piedra (3,87 x 1,97 m), representando al santo titular «en el acto de sacar agua de la peña», situado ahora en el altar mayor del nuevo templo, que se atribuye al escultor alicantino Pedro Federico Pérez (†1785), cfr. J. SÁNCHEZ MORENO, «Notas sobre arquitectos en Murcia y noticia del escultor Pedro Federico», Anales de la Universidad de Murcia, nº 1–4, 1945–1946, pp. 351–355 y C.BELDA y E. HERNÁNDEZ, Arte de la región de Murcia. De la Reconquista a la Ilustración, Murcia, 2006, p. 440.
[6] Sobre la barca con los restos del santo, cfr. Camille Daux, La barque légendaire de Saint-Antonin, París, 1900, en:
https://savsa.net/wp-content/uploads/2020/05/Daux-Barque-legendaire.pdf
[7] G. RAMOS DE CASTRO, «El acontecer artístico de la Catedral de Palencia durante el siglo xviii (1685.1800)», en Jornadas sobre la Catedral de Palencia, Palencia, 1989, pp. 233-260. Sus noticias documentales las utilizó J. PAYO HERNÁNZ, «La catedral durante los siglos xvii y xviii», en ob. cit., pp. 365-367.
[8] ¿Se pensaría, en origen, colocar en la caja central alguna escultura de San Antolín? En la restauración de la capilla, en 2011, la caja se subdividió en tres estantes para relicarios.
[9] J. URREA, «Archivo parroquiales», BSAA, 1971, p. 520; J.J. MARTÍN GONZÁLEZ y J.URREA, Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid, Valladolid, 1985, pp. 31 y 40
[10] J. J. MARTÍN GONZÁLEZ, Catálogo monumental del partido judicial de Valladolid, Valladolid, 1973, p. 109.
[11] J.C. BRASAS EGIDO, Catálogo Monumental de Olmedo, Valladolid, 1977, pp. 84 y 222.
[12] C. J. ARA GIL y J. Mª PARRADO DEL OLMO, Catálogo Monumental de Tordesillas, Valladolid, 1980, p. 486.
[13] E. VALDIVIESO, Catálogo Monumental de Peñafiel, Valladolid. 1975, p. 219.
[14] J.J. MARTÍN GONZÁLEZ y J.URREA, 1985, p. 169.
[15] F. ARRIBAS, «Dos censos vallisoletanos de artistas», BSAA, 1948, pp. 234-235.
[16] Archivo General Diocesano de Valladolid. San Lorenzo. Difuntos, 1671-1768, fol. 223vº.