Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
1. El exlibris de Vicens Vives inspirado por la marca tipográfica de Sebastian Gryphius
Dado que la etnografía y la etnohistoria, como es bien sabido, estudian las prácticas y costumbres culturales, uno de los aspectos que cabría incluir dentro de su campo serían los exlibris, de uso bastante frecuente.
En realidad, los exlibris, además de ser un uso que sirve para indicar la propiedad, también encaja con algo mucho más extendido: el afán de dejar, de alguna manera, constancia del propio nombre, algo tan común que, por ejemplo, muchos/as niños/as lo han hecho con un trozo de tiza sobre una pared, o inscribiéndolo sobre un ladrillo o sobre la corteza de un árbol.
Pues bien, en la edición de las obras completas del gran historiador catalán Jaume Vicens Vives[1] aparece su exlibris, y nos llamó la atención. Es este[2]:
Como es natural, anteriormente ya ha captado el interés de algún estudioso. Al respecto del mismo se ha escrito:
L´ex-libris del fons procedeix del logotip imprès en els papers de carta de Jaume Vicens Vives, on es pot observar l´au fénix que reneix de les seves cendres amb la llegenda «super adversa augeri»…[3]
Mas, personalmente, consideramos que no sería esta la explicación más plausible del exlibris de Vicens Vives, sino que este probablemente se inspiró en la marca de uno de los más importantes tipógrafos del Renacimiento, junto con Aldo Manucio y Johann Froben[4]: Sebastian Gryphius[5]. Es así[6]:
Si se compara el exlibris de Vicens Vives con la marca tipográfica de Sebastian Gryphius[7], y dejando a un lado los lemas latinos, se observa la gran similitud. La marca del citado impresor del siglo xvi ha sido bien explicada por Martina Grosenova:
Le griffon, animal mystique, devient l´emblème de cette prestigieuse marque. Il se retrouve dans ses libres à différens endroits: à la page de titre et au colophon. Claude-François Menestrier en donne une belle explication dans son Art des emblèmes (Paris, J. B. de la Caille, 1784): «un griffon, symbole de la diligence, avec un cube, synbole de la constance et le globe de la fortune avec ses ailes puor dire qu´il falloit pour réussir dans le monde de la diligence, de la constance et du bonheur.». Une devise fait également partie de cett marque d´imprimeur: «Virtute duce, comité foruna» (La vertu pour guide, la chance pour compagne)[8].
Lo indicado por la citada autora es correcto; basta consultar libros al respecto para comprobar que el simbolismo de los elementos que describe es correcto[9], y solo cabría añadir que el uso del grifo se debería también al parecido del nombre de este animal mitológico con el apellido del impresor.
Si se compara el exlibris de Vicens Vives con la marca tipográfica de Sebastian Gryphius se aprecia claramente que tanto el grifo como la bola alada coinciden. Consideramos que el gran historiador catalán, profundamente conocedor de la historia cultural renacentista, y que también fue un exitoso editor, se habría inspirado en la marca del impresor germano-francés para crear su propio exlibris. De hecho, el logotipo de Sebastian Gryphius, además de ser utilizado por este y otros impresores de su familia, fue también empleado (aunque no con el mismo lema latino) en ocasiones por otros editores del Renacimiento: así, por ejemplo, conocemos ejemplos de Simón de Portonariis (al menos en un libro impreso en Salamanca) y Giovanni Domenico Tarino (en Turín).
Como es sabido, Vicens Vives, por desgracia, enfermó gravemente y fue a Lyon a recibir tratamiento, falleciendo en esta localidad francesa en 1960, precisamente en la misma ciudad en la que vivió, trabajó y murió Sebastian Gryphius. Una trágica coincidencia.
Terminamos aquí esta parte del presente artículo, no sin antes dejar planteadas a los historiadores la cuestiones de cuándo y por qué el gran historiador catalán se inspiraría en el logotipo de Sebastian Gryphius para la composición de su propio exlibris.
2. Sobre Jaume Vicens Vives, la Escuela de los Annales, la etnohistoria y Julio Caro Baroja
Como es bien sabido, Jaume Vicens Vives fue uno de los grandes renovadores de la historia en España, trayendo metodologías de más allá de los Pirineos, donde dominaba el enfoque de la Escuela de los Annales, con su innovador enfoque de una historia holística.
En este contexto hay que enmarcar algunas de las afirmaciones realizadas por el destacado historiador catalán; en concreto, nos referimos a dos cuestiones: sus opiniones sobre la historia cultural y sobre el uso de la estadística. En cuanto a lo primero, escribió:
Pero el hecho de que hoy no nos acaben de gustar ni el método filológico ni el de la historia de las instituciones, no significa que los pospongamos al más brillante, pero mucho menos eficaz, de la titulada historia de la cultura. Claro es que resulta provechoso explorar las capas ideológicas, jurídicas, sentimentales, estéticas, religiosas y morales de un pueblo. No negamos esta utilidad. Lo que negamos es que los «culturalistas» aporten una contribución objetiva al conocimiento del exacto pasado del hombre español. Hallamos en su producción tres importantes defectos. […] En segundo término, hasta hoy la historia de la cultura no es más que un estudio de minorías intelectuales, y por lo tanto representa el examen de una microscópica porción de la mentalidad actuante en un determinado período histórico. Tal punto de vista equivale a la miope concepción de la antigua historia política, limitada al examen de unas cuantas cabezas coronadas y de sus adláteres[10].
Y, por lo que respecta a lo segundo, nos llamaron especialmente la atención las siguientes palabras:
La vida colectiva no puede descifrarse si no recurrimos, como primer instrumento, al método estadístico. En la historia, la estadística no es la mera acumulación de cifras; es el arte de aplicar porcentajes y constantes, promedios y coeficientes. Sirve para definir claramente el número de veces que los hombres reinciden en los mismos actos, aunque sin implicar que estos mismos hombres condenen, quizá, las cosas que realizan. Sirve para establecer las zonas de mayor afluencia de sucesos. Sirve, sobre todo, para cifrar los intereses materiales y espirituales de la humanidad. Y esto es lo que pesa en historia. No me duele, pues, repetir, que «es esencial para determinar valores, riquezas y mentalidades» y que «sin recurrir a él, a través de minuciosos análisis de precios, salarios, inclinaciones políticas y tendencias culturales, es imposible comprender nada»[11].
Al respecto, cabe decir que las propuestas historiográficas de Vicens Vives eran, como ya hemos apuntando, innovadoras para su campo de estudio en la España de la época. Pero nos gustaría matizar algunos aspectos.
Comenzando por la apelación a la estadística, cabe decir que, dentro de las distintas generaciones de historiadores de la Escuela de los Annales, es bien sabido que algunos, como Emmanuel Le Roy Ladurie, han enfatizado la importancia de lo cuantificable (aunque este citado experto lo ha ido matizando). Mas algunos de los máximos representantes de la citada escuela ya hace mucho que manifestaron su escepticismo al respecto, y ello porque dos razones: porque la cantidad de documentos sobre los que hacer esa cuantificación que se ha perdido con el tiempo (además de algunas de sus características) es enorme, como recordaba George Duby[12]. Y porque, como Marc Bloch recordaba, no solo es que falten a veces en las fuentes históricas referencias numéricas, sino que con frecuencia estas han sido mal utilizadas[13]. En esta línea, no extraña leer, por ejemplo, en una obra de Fernand Braudel expresiones (referidas en este caso a cuantificación demográfica) como «Pocas cifras y no muy seguras» o «cifras discutidas»[14].
El tema del uso de las cifras y la estadística enlaza con otra cuestión. Una parte de quienes ejercen lo que en alemán se denomina de modo global Geisteswissenschaften, Ciencias del Espíritu o Humanidades, ha tenido cierto «complejo» respecto a las llamadas Ciencias positivas, especialmente por lo que respecta al uso de las Matemáticas como lenguaje de la Ciencia. Y ello ha llevado a esa mencionada parte a emplear en ocasiones la estadística de modo excesivo, convirtiendo un instrumento válido y útil en el instrumento principal. Vicens Vives intentaba que los historiadores españoles de mediados del siglo xx utilizasen la eficaz estadística (siguiendo el modelo de la Escuela de los Annales), dado que había un déficit en este aspecto en la historiografía de nuestro país. Era un planteamiento enriquecedor. Mas en ocasiones se ha olvidado la citada advertencia de Marc Bloch, cofundador de la mencionada escuela, respecto a su uso inadecuado.
Vicens Vives, como hemos citado anteriormente, entendía que la estadística era un medio que permitiría conocer «la vida colectiva», con sus costumbres y mentalidades generalizadas. Era, obviamente, un aspecto fundamental desde la perspectiva holística de la Escuela de los Annales. Mas el método estadístico no es el único modo de acercarse a ello, y esto lo expresó ya, hace muchos años, Julio Caro Baroja en un conocido pasaje de su libro Lo que sabemos del folklore:
¿Qué folklorista profesional puede presumir de haber interpretado la vida del pueblo mejor que un pintor como Brueghel el Viejo? ¿Qué investigador moderno puede competir con Lope de Vega en su amor y comprensión por las costumbres populares y su vigor al descubrir pasiones y conflictos promovidos dentro de sociedades rurales? ¿Quién habrá dadouna descripción más integrada y llena de observaciones agudas que las que dio Cervantes, acerca de creencias supersticiosas y brujerías en El coloquio de los perros?[15]
Esto ejemplifica claramente cómo pueden llegarse a conocer comportamientos habituales y mentalidades extendidas en tiempos pretéritos por vías diferentes a la estadística.
Lucien Febvre, el otro cofundador de la Escuela de Annales, defendía que la tarea de un historiador es «suplir, sustituir y completar» el material histórico, recurriendo a numerosos elementos culturales[16], los cuales podrían encuadrarse, en no pocos casos, en lo que entendemos como etnohistoria. Y ello nos lleva a recordar que el citado «Julio Caro Baroja ha sido uno de los cofundadores de la etnohistoria»[17].De hecho, la Escuela de los Annales no es propiamente etnohistórica, pero sus vínculos con esta línea de investigación han sido grandes; como muestra, cabe indicar que uno de los historiadores de la citada escuela histórica francesa, ya mencionado anteriormente, Emmanuel Le Roy Ladurie, «alcanza carta de etnohistoriador de modo indiscutible con su libro de 1975, Montaillou, villaje occitan de 1294 à 1324»[18].
El prematuro fallecimiento de Jaume Vicens Vives le impidió conocer buena parte de la gran producción etnohistórica de Julio Caro Baroja. El gran historiador catalán, como citamos anteriormente, consideraba la historia cultural como algo que solo servía para conocer a una minoría de la sociedad («hasta hoy la historia de la cultura no es más que un estudio de minorías intelectuales, y por lo tanto representa el examen de una microscópica porción de la mentalidad actuante en un determinado período histórico»). Sin embargo, una parte de la historia cultural, la etnohistoria, cofundada por Julio Caro Baroja representó un enfoque mucho más amplio (al mostrar, principalmente, las costumbres y mentalidades populares), muy cercano, por tanto, a la visión holística que buscaba la Escuela de los Annales.
Fue gran pérdida, en verdad, para la historiografía hispánica de la segunda mitad del siglo pasado la desaparición de Vicens Vives; hubiese sido muy interesante poder haber conocido su opinión respecto a la posible relación (o interrelación) entre la renovada producción historiográfica hispánica inspirada por la Escuela de los Annales y la vertiente de la historia cultural que representa la etnohistoria que tuvo en nuestro país a un autor tan destacado como Julio Caro Baroja.
NOTAS
[1] Fue publicada en 1971 por la editorial Vicens Vives.
[2] La fotografía que aquí incluimos no procede de la citada edición, sino de la página web de la Universitat de Girona dedicada a exlibris –«Exlibris (Universitat de Girona)»–, donde se indica literalmente: «Còpia permesa amb finalitat d´estudi o recerca, citant la font “Exlibris (Universitat de Girona)”». Cumplimos, pues, al pie de la letra las condiciones establecidas para copiar la imagen.
[3] JOAQUIM M. PUIGOERT, «Marques de biblioteca. Jaume Vicens Vives»: Revista de Girona 225 (2004), p. 114.
[4] Así ya lo consideraba, por ejemplo, el renacentista Cristóbal de Villalón (CRISTÓBAL DE VILLALÓN, Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo moderno, Madrid 1898, p. 180).
[5] Gryphius es la latinización del apellido alemán original.
[6] Reproducimos una parte de la portada de un libro, tomada de un ejemplar de dominio público que aparece en Google Books, de acceso libre y permitido. Dado que, además, se hace con finalidad investigadora y (como indican las Normas de uso de Google) con carácter no comercial (como es el presente caso), la reproducción está permitida.
[7] Sebastian Gryphius usaba estaba marca normalmente en las portadas. En las últimas páginas de sus ediciones también se encontraba otra, consistente en un grifo. Puede verse una muestra fotografiada en P. CASTEX – P. SURE (avec la collaboration de G BECKER), Manuel des études littéraires françaises. II. XVIe siècle, Paris 1960, p. 85).
[8] MARTINA GROSENOVA, Traces de l´édition humaniste lyonnaise á la BDL: deux exemplaires de la presse de Sébastien Gryphe (publicado en la siguiente página de Internet: htpps:// bibulyon.hypotheses.org).
[9] Citaremos, a modo de muestra, dos ejemplos:
JUAN – EDUARDO CIRLOT, Diccionario de símbolos, Barcelona 1992, p. 159: «Cubo» «… el cubo aparece en muchas alegorías que expresan las virtudes en relación con la idea de la solidez y la permanencia.»
BLANCA GARCÍA VEGA, El grabado del libro español. Siglos xv, xvi, xvii (Aportación a su estudio con los fondos de las bibliotecas de Valladolid). Volumen 1, Valladolid 1984, p. 325: «La bola alada […] simboliza la fortuna,…»
[10] JAIME VICENS VIVES, Aproximación a la historia de España, Barcelona 1966 (primera edición 1952), p. 15.
[11]ÍD., ibíd., pp. 16-17.
[12] GEORGE DUBY, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Barcelona 1980, p. 15 [Sobre los siglos xi-xii]: «Las huellas escritas. Nuestro único material, medianamente defectuoso. A medida que uno se aleja de las inmediaciones del presente, se descubre que una inmensa parte de lo que ha sido escrito se ha perdido irremediablemente: lo que permanece responde casi exclusivamente a una escritura solemne. Oficial. El historiador sólo interroga residuos y estos escasos vestigios provienen casi todos de monumentos erigidos por el poder; todo lo espontáneo de la vida se le escapa y también todo lo popular; los únicos que se hacen escuchar son los hombres que tuvieron entre sus manos el aparato de lo que Loyseau llama el Estado.»
[13] MARC BLOCH, La historia rural francesa. Suplemento compilado por Robert Dauvergue según los trabajos del autor (1931-1944), Barcelona 1978, p. 38: «Aparentemente, las cifras son en la historia rural, como en los demás ámbitos, un elemento maravilloso, indiscutible, de conocimiento. En realidad, los datos numéricos faltan a menudo, y, sobre todo, cuando existen su utilización es muy delicada. El emplearlos torpemente da lugar a graves errores y hace nacer peligrosas ilusiones: “¡Hemos quedado escarmentados tan a menudo, en materia de estadística histórica!”». La cita de Marc Bloch data de 1931.
[14] FERNAND BRAUDEL, Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii. Tomo I. Las estructuras de lo cotidiano: lo posible y lo imposible, Madrid 1984, pp. 10 y 18.
[15] JULIO CARO BAROJA, Lo que sabemos del folklore, Madrid 1967, pp.11-12.
[16] LUCIEN FEBRE, Combates por la historia, Barcelona 1975, p. 133: «Primero espíritu, después cultura. La historia no se hace sin un mínimo de conocimientos positivos perfectamente adaptados a las necesidades del historiador. Y tampoco – añado- sin un material del que nadie tiene derecho a dar preventivamente un inventario limitativo, porque precisamente una de las formas de elección de la actividad histórica consiste en multiplicar sus elementos, en descubrir que cuando no se tienen textos puede sacarse mucho provecho del estudio agudo de los nombres de los lugares, del examen comparado de ciertos grupos de palabras, o incuso de la forma en que están repartidos distintos tipos de sepulturas, de la expansión de un modo de construcción, de los nombres de santos que llevan las iglesias, de ritos religiosos, de formas jurídicas, de ceremonias y costumbres y qué sé yo cuántas cosas más. Hay que ser ingenioso. Ser activo ante lo desconocido. El trabajo propio del historiador es suplir, sustituir y completar.»
[17] JOXEMARTÍN APALATEGI BEGIRISTAIN, «Cultura vasca (en la vida y obra del antropólogo Julio Caro Baroja)»: VV. AA., Julio Caro Baroja. Premio Nacional de las Letras Españolas 1985, Barcelona 1989, 14-67, concretamente p. 43.
[18] ÍD., ibíd., p. 44.