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Revista de Folklore número

490



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El cardo solar como protección contra la brujería en el Pirineo Aragonés

LORENTE FERNANDEZ, David

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 490 - sumario >



La carlina o cardo solar es, y ha sido durante siglos, un recurso apotropaico contra la brujería en el Pirineo Aragonés. La flor dorada de esta planta espinosa tiene en numerosos pueblos del Alto Aragón facultades particulares para ahuyentar a las brujas y entidades asociadas con el mundo nocturno, cuya lógica ritual no ha sido detenidamente elucidada. La mayoría de los registros se limitan a referir, mediante descripciones, el uso de la planta y la manera en que, según los pobladores, contribuye a rehuir el acceso de las entidades maléficas a las viviendas. Pero las descripciones se prestan a un análisis más profundo que con frecuencia no ha sido efectuado: el del sentido y eficacia ritual de este recurso que comparte características solares.

La carlina tiene dos características que la emparentan con el Sol: la forma y su coloración. Su morfología redonda, orlada de brazos espinosos a la manera de rayos solares que rodean e irradian a partir de un centro circular, se completa con el color dorado de la flor. Podría pensarse que encarna un sol miniatura, partícipe de los características principales del astro rey. Se trata, además, de una planta que crece en las alturas, expuesta directamente a los rayos solares, extendida sobre el suelo, carente casi de tallo. Expuesta libremente al sol, ella misma es un sol: abierta, sobre el suelo de los prados, forma una suerte de constelaciones. Es silvestre: su hábitat son las zonas cercanas a la influencia celeste. Hay que subir a buscarla, cortarla y «bajarla» al pueblo: desplazarla desde las alturas de las regiones luminosas para sujetarla a un uso humano. En suma: no se trataría, pues, sólo de una «representación» o «símbolo» del Sol; en la cultura pirenaica, la carlina, cabría decir, presentaría afinidades ontológicas con el astro diurno, irradiador de luz y de calor. Otras características vienen a atestiguar este hecho: la carlina florece y se desarrolla en los meses de verano, de junio a septiembre, marcados por el calor solar. A su vez, el disco central, blanco-dorado, que circunda la flor, sólo se abre cuando brilla el sol. Al recogerla el día de San Juan[1], saturada de potencia astral, florecida en una serie de círculos concéntricos, no se marchita y conserva su heliomorfismo y cromatismo solar[2].

Un aspecto principal es que la carlina, siendo un Sol, mantiene a la bruja ocupada hasta la aparición, precisamente, de los primeros rayos del sol. Lo que rehúye a la bruja no es la carlina, sino la aparición del sol matinal, de la luz del amanecer. Algunos relatos refieren cómo la bruja permanece ante la puerta de la vivienda, en cuya hoja izquierda fue clavada la flor del cardo, contando los pinchos y pelillos en actitud absorta, hasta que la sorprenden los rayos solares. En otros, la bruja, enganchada en el cardo, pasa un tiempo infinito tratando de desprenderse de las espinas que se le han quedado prendidas en la ropa. Se trata, entonces, de entretenerla. En otros más, se alude a que el «resplandor» irradiado por la flor «ciega» al posible agresor maléfico. Así, o la planta misma emite luz, o permite retener a la entidad funesta de la noche hasta la llegada del sol del amanecer. Que ninguna otra planta sustituya a la carlina en este propósito lleva a pensar en lo difícilmente reemplazable de sus cualidades y atributos considerados homólogos a los del Sol. Un sol que se inscribe en la noche poniendo límites al espacio-tiempo nocturno cargado de otredad y peligrosidad, al invocar el espacio-tiempo diurno, solar[3].

La Carlina acaulis constituiría así un equivalente ritual del Sol, susceptible de «domesticarse» en un sentido etimológico del término: de introducirse o adosarse al espacio humano para transferirle sus facultades solares y combatir la noche imponiendo una barrera diurna, afectando las condiciones de posibilidad del desenvolvimiento de los seres de la oscuridad.

La carlina o cardincha, colgada sobre o en la puerta de las viviendas, bordas, pardinas y establos, se considera que contribuye a proteger a las construcciones y sus moradores de distintos tipos agentes patógenos procedentes del mundo nocturno. El mundo de las brujas extiende su campo semántico para comprender dentro del espacio-tiempo de la noche[4] a una serie de entidades consideradas, desde esta perspectiva, homólogas, ontológicamente identificables: malos espíritus, enfermedades, rayos, tormentas y tempestades[5] (atribuidas a la acción de las brujas), y distintos fenómenos fácilmente comprensibles si se considera su adscripción al ámbito de la oscuridad, y su compartición de características maléficas y hostiles. Todo aquello que se oculta y acecha en la noche es confrontado por el cardo, mediante el recurso de crear condiciones ontológicas de naturaleza contraria al ámbito de los seres nocturnos, que no permite su existencia[6]. Para protegerse de la noche y de sus pobladores (habitantes de una temporalidad que constituye una espacialidad) se recurre a revertir las condiciones generales de nocturnidad, creando un espacio-tiempo solar.

Destaca la ubicación general de estas flores a la izquierda de la puerta de las viviendas. Aunque en ocasiones aparecen encima o duplicadas, la colocación de la flor de cardo en la zona izquierda es predominante. El izquierdo es concebido como el lado de las brujas, y colocar allí la carlina pareciera propiciar el encuentro de la bruja con el elemento apotropaico. Si las brujas se identifican con la «noche», y se las rehúye, en consecuencia, con lo diurno, también se asocian frecuentemente con el lado izquierdo, lo que implicaría, para protegerse, situarlas en la posición de destinatarias al colgar el amuleto en la parte izquierda del edificio. El cardo-Sol situado a la siniestra es más directamente eficaz en su interpelación a la entidad malévola, al inscribirse, aunque de naturaleza antitética, en su propio «espacio»[7].

En las casas pirenaicas el uso de la carlina suele inscribirse en un complejo más amplio de protecciones contra la brujería. Por lo común, si la flor dorada del cardo resguarda el acceso frontal de la vivienda definido por la puerta y la cerradura –por la que muestran predilección las brujas–, la apertura del tejado, la chimenea, es resguardada mediante un «espantabrujas». Si la carlina es una planta, el espantabrujas constituye una piedra de figura imprecisa, antropomorfa o zoomorfa, cónica o en forma de bola, situada en la parte superior de las grandes chimeneas o «chamineras» troncocónicas de las viviendas pirenaicas. Cada recurso actúa, pues, de acuerdo a una lógica ritual diferente: uno, manteniendo ocupada a la bruja hasta el amanecer o ahuyentándola mediante el resplandor del cardo; la otra, rechazándola mediante el aspecto, impreciso o siniestro, de la piedra[8]. Ambas, impidiendo la penetración en la vivienda por los principales umbrales de acceso al interior del recinto.

En la actualidad, llama la atención la presencia de las carlinas o cardinchas en numerosas localidades pirenaicas, emplazadas las flores de cardo en edificaciones antiguas o modernas, en establos, graneros o pajares, a menudo clavadas sobre la madera de las puertas. En nuestra investigación visitamos las poblaciones de El Pueyo de Jaca, Búbal, Santa Elena (donde destaca el dolmen o «Caseta de Brujas»), Piedrafita, Biescas y Yebra de Basa, en el Valle de Tena. Igualmente, recorrimos la localidad de Echo, en el valle del mismo nombre[9]. Todos estos lugares tienen una extensa tradición de brujería que se remonta al menos al siglo xi y que ha quedado registrada en una amplia serie de documentos archivísticos, históricos y literarios[10]. La presencia de las flores hace pensar en la vigencia tanto de una concepción particular del mundo nocturno y sus potencias asociadas –en suma, de una ontología de la noche– como de ciertos personajes a los que se atribuye la capacidad de causar daño de manera consciente y malévola, ya sea a las personas, los animales, los cultivos o las viviendas, por medios generalmente ocultos.




BIBLIOGRAFÍA

Adell, José Antonio y Celedonio García (2015 [2001]), Brujas, demonios, encantarias y seres mágicos en Aragón, Huesca, Editorial Pirineo.

Barandiarán, José Miguel (1973), «Sorguin, belaguile, brujas», Eusko-Folklore. Publicación del Laboratorio de Etnología de la Sociedad de Ciencias Naturales ARANZADI, 3ª serie, n. 23, pp. 29-32.

Barandiarán, José Miguel (1994 [1960]), Mitología vasca, prólogo e índice analítico de Julio Caro Baroja, 10ª edición aumentada y corregida, San Sebastián, Txertoa.

Berruezo, José (1975), «La brujería vasca», en Brujología. Congreso de San Sebastián. Ponencias y comunicaciones, Madrid, Seminarios y Ediciones, pp. 155-178.

Caro Baroja, Julio (2003 [1966]), Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza Editorial.

De Brioso y Mayoral, Julio V. (1975), «La brujería aragonesa en la literatura», en Brujología. Congreso de San Sebastián. Ponencias y comunicaciones, Madrid, Seminarios y Ediciones, pp. 233-240.

Gari Lacruz, Ángel (1975), «La brujería en el Alto Aragón en la primera mitad del siglo xvii», en Brujología. Congreso de San Sebastián. Ponencias y comunicaciones, Madrid, Seminarios y Ediciones, pp. 37-52.

Gari Lacruz, Ángel (1991), Brujería e inquisición en Aragón en la primera mitad del siglo xvii, Zaragoza, Diputación General de Aragón.

Lisón Tolosana, Carmelo (2004 [1979]), Brujería, estructura social y simbolismo en Galicia, Madrid, Akal.

Lorente Fernández, David (2003), «El lugar de la fiesta en el nuevo contexto identitario de la ruralidad: El rito de ‘quema de pellejos’ en Pipaón (Álava)», en Actas del IX Congreso de Antropología de la Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español (FAAEE), Barcelona, Institut Català d´Antropologia, pp. 1-23.

Rico-Avello, Carlos (1975), «La brujería en Asturias», en Brujología. Congreso de San Sebastián. Ponencias y comunicaciones, Madrid, Seminarios y Ediciones, pp. 119-138.




NOTAS

[1] En ocasiones, también, la noche de San Juan, del 23 al 24 de junio, o en otros momentos del verano.

[2] Es significativo que, como recurso apotropaico, la flor de cardo se coloque en las edificaciones sin bendecir, como si su condición solar fuese exclusivamente la responsable del efecto protector: la «agencia» de la planta.

[3] Un comentario perdido en un estudio sobre la brujería vasca parece permitir extender esta lectura del empleo del cardo a otros contextos del norte peninsular: «Sobre la puerta del caserío, la flor del cardo, con su rubia pelambrera que el cierzo despeina y esparce, trae hasta nuestros días el recuerdo de prácticas supersticiosas enraizadas desde antiguo con el alma del campesino vasco. Por su morfología, la flor del cardo es un símbolo solar, amuleto contra las tinieblas encubridoras de los malos espíritus, ‘vade retro’ contra las voladoras sorgiñas, emblema de luz contra ‘Jaun Gorri’, el Señor de la Noche… Así fue hace 200, 300 o más años, y así […] sigue hoy» (Berruezo 1975: 158). Aunque no se trataría, stricto sensu, ni de «tinieblas encubridoras» ni de «emblema de luz», las ideas esbozadas en esta cita resultan coherentes con la interpretación de la significación y la eficacia ritual del empleo del cardo solar que planteamos aquí. En la mitología vasca, la Eguzkilore, «la flor del Sol», fue creada in illo tempore por la misma deidad que originó primero a la Luna y después al Sol, como tercera solución luminosa para proteger a los seres humanos de las peligrosas entidades nocturnas (genios, brujas, diablos, malos espíritus), que conciben a la flor como el propio Sol (Barandiarán 1973, 1994).

[4] Las brujas son «las de la noche», seres que operan, se identifican y comparten las características de la noche en numerosas regiones. Por ejemplo, en el norte peninsular: el País Vasco (Barandiarán 1973, Caro Baroja 2003: 294), la Montaña Alavesa, cerca de La Rioja (Lorente 2003), Asturias (Rico-Avello 1975), Galicia (Lisón Tolosana 2004), etc.

[5] Un aspecto destacable, probablemente por la vinculación de las brujas con los rayos y las tormentas, es que a la carlina se le atribuye la capacidad de predecir la llegada de las lluvias. Permite predecir los cambios atmosféricos, al manifestar un movimiento de pliegue: cerrándose. Sus hojas se tornan flexibles al captar un alto grado de humedad en el aire, cerrándose sobre el disco solar central; cuando el ambiente se torna seco de nuevo, las hojas se estiran volviendo a la rigidez. El Sol que replica el cardo se oculta ante la llegada de las precipitaciones.

[6] El término aragonés foscor revela bien este hecho. Si la carlina sirve para rehuir a las bruixas y bruixons, se dice que sirve también para protegerse del foscor, término que remite al mismo tiempo a la noche, la oscuridad y las entidades patógenas en una misma unidad conceptual. Foscor engloba la nocturnidad así como los seres que se asimilan a ella, identificados con la maldad.

[7] Escribe Julio Caro Baroja (2003: 304): «No siempre y de una manera absoluta pero sí con frecuencia la bruja prefiere la izquierda a la derecha, la noche al día, la luna al sol, la muerte a la vida, los difuntos a los vivos…».

[8] Dentro de la casa, en la campana de la chimenea, también se colocaba un muñeco de barro sin cocer, conocido con el nombre de motilón, destinado a defender el interior de la vivienda y rechazar el acceso de las brujas.

[9] La toponimia referida a las brujas es amplia en esta región: existe una «Caseta de las Brujas» en Biescas, un «Bosque de las Brujas» en el Serrablo, en Tramacastilla; y una «Cueva de las Brujas» en Echo, entre otros lugares geográficos que sugieren enclaves de reunión nocturna de estos personajes (Adell y García 2015: 17-18).

[10] Véanse, entre otros, Gari Lacruz (1975, 1991) y De Brioso y Mayoral (1975), que presentan muy valiosas revisiones.



El cardo solar como protección contra la brujería en el Pirineo Aragonés

LORENTE FERNANDEZ, David

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 490.

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