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Revista de Folklore número

489



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Pastoradas y autos del Nacimiento. Ayer y hoy de las representaciones navideñas palentinas

AYUSO, César Augusto

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489 - sumario >



La Iglesia empezó a celebrar la navidad en el siglo iv. Desde entonces no escatimó medio artístico para hacer llegar el misterio del nacimiento del Hijo de Dios a los fieles. Para dar mayor plasticidad a las lecturas de la noche de navidad, fue introduciendo pequeños añadidos en las lecturas alusivas al nacimiento y enseguida empezó a poner de realce el anuncio del ángel a los pastores y la adoración de estos al Niño. Así se formó el ciclo del officium pastorum, que junto con el llamado ordo stellae o adoración de los Magos siguiendo la estrella, dio origen a las primeras representaciones dramáticas romances. Las catedrales, los conventos, los palacios, fueron los lugares en que estas escenificaciones tuvieron lugar, como complemento de la liturgia. Y muy ligados a ellas estuvieron siempre los villancicos. Dos conventos palentinos de monjas de Santa Clara están señalados en estos albores del teatro castellano. Por una parte, el «Cancionero Musical de Astudillo», hace apenas unos lustros hallado en el convento de ese pueblo; por otra, el auto que hizo Gómez Manrique para el de Calabazanos. Ambas obras en las décadas centrales del siglo xv.

De villancicos escenificados y otras representaciones en la noche de Navidad tenemos noticias de las que acogía la catedral de Palencia en los siglos xvi y xvii. En los pueblos esta costumbre quizás entrara más tarde, pero la hubo. A ella vamos a hacer referencia en este trabajo, describiendo los contextos de su aparición y desarrollo, y su declive, que tanto tiene que ver con la desaparición de la cultura pastoril y la despoblación del campo.

1. Las pastoradas

Como «pastorada» se conoce hoy en el mundo de la literatura popular y de tradición oral, la representación dramática que en la noche de navidad solían realizar los pastores en las iglesias de la antigua diócesis de León. El núcleo estuvo en la tierra llana leonesa, por lo que se extendió a localidades limítrofes de la misma diócesis pero hoy pertenecientes a las provincias de Palencia, Valladolid y Zamora, así como a otras de la diócesis de Astorga. Desde el punto de vista temático, enlaza con las antiguas representaciones del teatro medieval castellano, aunque debieron de componerse en el barroco avanzado. Díaz y Alonso Ponga, creen que nacieron a fines del xvii y en el xviii, frente a Trapero, que las considera sucesoras de los autos de pastores de Juan de Encina y Lucas Fernández de tiempos de los Reyes Católicos. Manzano sitúa también el origen de su creación en el xviii.

Las pastoradas constan de una parte central con un perfecto hilo narrativo, a la que, con el tiempo y según los distintos lugares, se le fueron añadiendo nuevos villancicos y alguna danza a fin de alargar la representación y dotarla de un aire más festivo y ameno. Como bien dice Manzano, más que textos populares, estos de la pastorada son textos «popularizantes», como todos los religiosos creados para refrendar y enseñar al pueblo los misterios y asuntos del culto divino. Debieron, por tanto, de salir de la pluma de algún clérigo impuesto en las Sagrada Escrituras e iniciado en retórica, que pretendía transmitir en el medio rural la historia del Nacimiento de Dios, conjugando de algún modo catequesis y celebración litúrgica. O, más bien, de dos, uno virtuoso con en la pluma y otro en la composición musical, Con el tiempo y la transmisión oral, los distintos textos sufrieron pequeñas alteraciones, omisiones o añadidos en cada localidad donde se representaba, aunque también hay que comprender que existirían algunos cuadernillos que facilitaban la trasmisión de un pueblo a otro, y muchas veces serían los mismos curas quienes, al cambiar de parroquia, llevaban consigo los textos para imponer la representación en sus nuevos lugares. E, incluso, los mismos pastores que cambiaban de amo e iban de un lugar a otro.

La representación se hacía en la misa del Gallo y los pastores iban ataviados con la indumentaria que les era propia: zamarras, pellicos, monteras, «choclos», «bragos» o zajones, zurrones, cachavas, etc. Podían hacerlo antes o después de la misa, a la hora del ofertorio o distribuyendo el auto en varias partes de la misa. Los personajes, salvo el ángel, eran todos pastores que llevaban distintos nombres, los más importantes de los cuales eran el Rabadán, o jerarca entre ellos, y Juan Lorenzo, que representaba el papel de pastor escéptico; también había zagales y alguna pastora y zagala. Considerando aparte villancicos y danzas, que se distribuyen a lo largo de la representación de forma muchas veces aleatoria y diversa en unos y otros lugares, la estructura dramática o textual sigue este esquema:

Actualmente, tenemos conocimiento de tres pastoradas en la provincia de Palencia, porque sus textos se conservan y se han publicado. Son los pertenecientes a Terradillos de Templarios, Villambroz y Calzadilla de la Cueza. Las noticias indirectas de que en otros pueblos también se realizaron estas representaciones son muchas más, pero sus textos no se han recuperado, salvo pequeños fragmentos de Añoza recogidos en distintos años por Díaz y Díaz Viana primero y Porro después. La primera versión unitaria dada a conocer (publicada) fue la de Terradillos. La incluyeron Díaz y Alonso en Autos de Navidad en León y Castilla (1982) de una copia entregada por un vecino del pueblo que la había reconstruido preguntando a los mayores que la representaron en 1945 por última vez. Unos años después, en el pueblo vuelven a representarla y realizan una grabación el 19 de diciembre de 1987, que sale con el sello Saga (1988). El texto de esta grabación supone una depuración muy visible de esa reconstrucción en la que se advertían numerosos textos entreverados que rompían muchas veces la unidad de sentido de las escenas. Esta versión segunda es la que entregan al musicólogo Rey García en verano de 1990 y la que este publicará con sus partituras (1994). Carlos Porro recuperó esa grabación para el Archivo de la Tradición Oral de Palencia (2003) pero ofrece otra versión textual de principios del siglo xx. Esta es prácticamente la de 1945, aunque incluye un villancico que se encuentra en otras pastoradas, el «Canto de los ecos», que es para Manzano «el más bello de todos los textos y las melodías de la Pastorada». Es una composición culta, catedralicia, impresa en 1818, y que, sin embargo, desapareció en las versiones siguientes. La tercera y última de estas versiones, la más limpia de adherencias, permite ver el gran parecido que existe con las de Calzadilla de la Cueza, recogida y publicada por Porro (1999), y la colgada en la página web de Villambroz a primeros de este siglo.

A la vista de los tres textos conservados se puede decir que tienen un tronco común, que son copias de un mismo original que se transmitió por escrito y en los que el tiempo y la tradición oral fue generando pequeñas variantes e introdujo cambios. Pertenecen claramente al modelo que Díaz y Alonso distinguen como tradición oriental, extendida en la parte este de León, desde Sahagún hacia arriba, y oeste de Palencia, frente al modelo occidental que parte de la diócesis de Astorga y recorre los pueblos del sureste leonés y penetra en el noroeste vallisoletano. Como es propio de otras versiones «orientales», las tres palentinas conservadas comparten todos los personajes y siguen la misma estructura, parlamentos y cantos en la parte central. Las variaciones más acusadas se advierten en las secundarias: la entrada y la salida.

La historia central reproduce la secuencia evangélica en la que el ángel anuncia a los pastores el nacimiento del Niño Dios y la llegada de estos al portal para adorarle y ofrecerle presentes. La dramatización empieza cuando los pastores están en plena noche durmiendo en el campo. La versión de Villambroz comienza con una pequeña escena en que estos se recogen para dormir, la cual se abrevia más en la segunda de Terradillos y falta en la de Calzadilla. Es una escena añadida al texto original, sin regularidad métrica alguna. A continuación viene la aparición y anuncio del ángel, que realizará en tres momentos sucesivos. En el primero, solo le escucha el rabadán, que está velando pero, ante el prodigio, duda y no despierta a sus compañeros. Esto lo hará al oírle por segunda vez, pero Juan Lorenzo no le cree y dice que tiene hambre y se pone, con la ayuda de los demás, a hacer unas migas. Los pastores no se convencerán de la pasmosa noticia hasta que la escuchan de labios del ángel en su tercera aparición. Entonces, interrumpen el condumio y deciden ir a Belén para cerciorarse del prodigio. Salvo el anuncio cantado del ángel, el resto son monólogos del rabadán o diálogos entre pastores, en jerga rústica y siempre siguiendo el esquema métrico de romance continuado con rima en –eo. Hasta aquí, lo que podría considerarse la primera parte de la dramatización, pues lo que viene a continuación bien podríamos considerarlo como escenas o cantos de transición antes de llegar a la segunda parte. Nueva aparición del ángel, que entona el «Gloria a Dios en las alturas», e invitación del rabadán a los pastores a seguirle, con un inciso cantado de tercetillos con final agudo en que se llama a las pastoras y zagalas, de indudable expresión amorosa culta y, por tanto, añadido al texto original. De hecho, parece ser que es una canción navideña compuesta para su estreno en la catedral y que apareció en un impreso de 1813 con el título de «Pastorela». Y a continuación todos entonan un villancico para ponerse en camino, cuyo estribillo dice «Vamos, vamos allá / alegres y festivos», peraltado de letrillas que forman un romance endecha de carácter culto.

La segunda parte sería, propiamente, la adoración y ofrendas al Niño. Ante el Portal el ángel entona un canto cuya letra se distribuye de nuevo en tercetos agudos para describir y ponderar la condición del Niño y su divino nacimiento y les invita a adorarle y ofrecerle sus dones. Primero el ángel y a continuación los pastores y zagales entonarán cada uno su estrofa (una seguidilla compleja) ofreciéndole su don (manzana, rosquilla blanca, nueces, pasas, pero, turrón de Alicante, miel virgen, avellanas, el zurrón y la zamarra) así como la pastora y la zagala (queso, manteca). Y, aunque parezcan objetos de uso diario, en las letrillas revelan todo su simbolismo y carga alusiva y teológica, obra por tanto de un docto. La última ofrenda es la del zagalín, ofrenda que realiza no al Niño, como sus compañeros, sino a la Virgen: «A la Virgen la ofrezco / esta cordera».

En esta ofrenda del zagalín podemos ver el sello distintivo de las pastoradas palentinas. En otros textos de la diócesis de León, el ofrecimiento de la cordera, que también se hacía a la Virgen, formaba un texto aparte de la Pastorada propiamente dicha, y solía realizarse antes de esta, al principio de la función dramática, por lo que en estos lugares se solían denominar estos autos Corderadas o Corderas. Estas Corderadas se introdujeron en estos lugares por influencia de las «logas» de la cordera de tierras zamoranas (pueblos pertenecientes a las diócesis de Zamora y Astorga) o incluso de los «ramos» de Aliste y La Cabrera. Las versiones palentinas, de un tronco común, hacen una pequeña concesión a estas corderadas disponiendo el ofrecimiento de la cordera a la Virgen al final de los dones al Niño, estos últimos relativos a la condición pastoril o a los productos típicos de la fiestas navideñas. Es decir, integrándola brevemente en la misma secuencia de adoración al Niño. De hecho, el parlamento del zagalín y el posterior canto del coro reincidiendo en la ofrenda de la cordera como algo no ya personal, de cada uno, sino de todos, es muy parecido al que aparece en poblaciones de la comarca de los Oteros leonesa o las «logas» zamoranas. El ofrecimiento al Niño y a la Virgen se remata con el villancico «Mírale, mírale, pastorcito», cuyo estribillo cantan todos, y sus letrillas, que forman un perfecto romance con rima aguda, lo pueden entonar solo las voces femeninas.

Al principio y al final, las pastoradas suelen aprovechar para introducir una serie de villancicos y textos musicales de muy diverso origen, que forman la parte variable de las mismas. Terradillos y Villamboz comparten el mismo texto de entrada, con una melodía que, según Rey, es original y no aparece en otras pastoradas recogidas y estudiadas. El texto, sin embargo, es la suma de otros dos de distinta procedencia: en las primeras coplas los pastores anuncian su llegada al saber la feliz noticia, para a continuación, cambiando la asonancia, pedir que se les abran las puertas del templo y, viéndolas abiertas, penetrar de rodillas y tomar agua bendita. En Calzadilla la apertura la realizan dos cantos. El primero, que también conocían en Terradillos, es una versión del conocido villancico «A Belén camina / la Virgen María», cuya factura es del siglo xvi. El segundo, al entrar en la iglesia, está formado por buen número coplas que cantaban personajes alternativos y van pasando sin empacho de unos motivos a otros. Entre ellos están el de pedir licencia al cura, tomar agua bendita y pedir a los fieles que les dejen paso, que están tomados de logas, corderadas y ramos. Combinan textos cultos con letrillas populares, como las del villancico «En el portal de Belén», y, finalmente, hacen alusión a la cordera que traen a ofrecer «a la Virgen del Remedio / y al glorioso San José», dan las gracias al que la ha dado y piden la divina protección para todos.

Terminada la dramatización principal, la despedida también varía en las tres poblaciones. Tienden a dilatar el espectáculo añadiendo más cantos alusivos. Terradillos y Villambroz recogen, con variaciones, una larga relación de las «Seguidillas espirituales y alegres para celebrar el Sagrado Nacimiento de Nuestro Señor», de creación culta, tomadas de un pliego suelto impreso en Barcelona en el xviii. En Villambroz aún añaden otros cantos, entre ellos las populares coplillas «En el portal de Belén», que en unos sitios sirven para la entrada y en otros para la salida. En Calzadilla incluyen unos dísticos endecasílabos de gaita gallega, cuyo estribillo es «Vámonos, vámonos, vámonos «diendo» / que ya es muy tarde y nos rendirá el sueño». El mismo ritmo que se recogía en versiones antiguas de Terradillos de lo que venía a ser un segundo ofrecimiento al Niño, el denominado «ofrecimiento dialectal» por Díaz y Alonso o «gallegada de los pastores» por Manzano. Según este autor, se representaba como danza en otras pastoradas leonesas, con ritmo de muñeira, tal como corresponde a su composición con abundantes dialectalismos. En los tres pueblos, sin embargo, se recogen algunas estrofas de despedida a la Virgen que se repiten en otras corderadas. Sin duda, es en la entrada y la salida –en lo que el pueblo añade al texto original y creado con claro propósito– donde más fehacientemente se percibe el verdadero signo de lo popular, con su gusto por la mezcolanza y el abigarramiento.

En cuanto a la parte musical, Rey García señala la originalidad de algunas melodías de la de Terradillos, pues, con los mismos textos, divergen de las transcritas de otras pastoradas. Entre los villancicos incorporados, unos son anteriores a la composición del texto central, es decir, anteriores al siglo xviii, mientras otros se compusieron en el xix.

Estas representaciones navideñas conocidas como «pastoradas» o «corderadas» y extendidas por las tierras llanas de la antigua diócesis de León, eran patrimonio de los pastores. No se realizaban, sin embargo, todos los años, sino solo cuando alguno del pueblo, en acción de gracias por algún favor, quería ofrecer una cordera para que pasase a engrosar el rebaño de la Virgen, que solía estar al cargo de alguna cofradía, si no era la misma que aglutinaba a los pastores. En la provincia de Palencia esta tradición dramática fue arraigando en pueblos de la Peña, la Vega, la Valdavia y algunos de Tierra de Campos, los del arciprestazgo de Cisneros, pues formaban parte del obispado leonés; sin embargo, fue perdiendo fuerza en el siglo xx, quizás al ritmo de la desaparición de las cofradías y los rebaños de la Virgen.

Sabemos que en Quintanadiez de la Vega se realizó por última vez estrenado el siglo xx; en Baños de la Peña, Lobera de la Vega y Villambrán de Cea, en la segunda década de este siglo; en Villambroz, Villamoronta, Cervatos de la Cueza y Quintanilla de la Cueza, en la tercera. En Añoza, en los cuarenta; en Calzadilla en los sesenta. En Fresno del Río, el acto precedía al inicio de la misa del Gallo. En Calzada de los Molinos se representó en 1942, aunque la que me lo recitó, que actuó de pastora, decía la «pastorela»; los textos eran muy semejantes a los publicados. Al final, pues, la pastorada acabo traspasándose a algunos pueblos de la diócesis palentina de la vertiente oeste, sitos en la Cueza y el camino de Santiago.

En otro lugar alejado de estos, en Berzosilla, enclave palentino en el valle cántabro de Valderredible y antaño perteneciente a la diócesis burgalesa, en el año 1986 recuperaron también lo que llamaban «la pastorada de Nochebuena», típica en otro tiempo. La obra duraba casi una hora y en ella se dramatizaban las escenas de la anunciación, el parto de María y la adoración de los pastores. Los personajes eran María, José y el Niño, los ángeles: Miguel, Gabriel y Rafael, y los pastores, entre los que estaban el mayoral, el zagal y el zagalín, también dos zagalas, más David y dos narradores. La representación se hacía después de la misa del Gallo.

2. Universo simbólico y realidad social

En 1636, en Cevico de la Torre se funda una cofradía exclusivamente destinada a los pastores del pueblo, que se instituye, según dice, «en onor del Santo Nacimiento y Pastores que hallaron en él». Y uno de los capítulos de esta Regla de la cofradía del Bendito Nacimiento estipula que esa noche sus cofrades tenían la obligación de «hir a la Yglesia y hacer el ofrecimiento que de tiempo inmemorial a esta parte han echo los pastores de esta villa en la misa cantada que se dice la dicha noche en la dicha Yglesia». Pretenden, pues, oficializar un acto que se había hecho costumbre. La ofrenda sería la de un cordero o cordera, que acompañaban con una loa. En qué consistía esta loa no lo sabemos, pues lo único que consignan en sus cuentas es un sucinto apunte: «quatro reales costaron componer las gracias de la misa del gallo» (1641) o «tres rs. que costaron componer la loa del Nacimiento» (1642). Se infiere que el texto de esta loa o «gracias», como también la llaman, se renovaba cada año; pero se puede pensar que no sería muy distinta de las que hasta este siglo se han conservado en la provincia de Zamora y han recogido Manzano, Alonso Ponga y algún otro.

También se puede pensar que el ofrecimiento del cordero y su correspondiente loa lo hicieran los pastores de otros lugares del Cerrato, porque, hasta después de la guerra, en Baltanás y otros pueblos de esta comarca la misa del Gallo se conocía también como «de los pastores», ya que estos acudían los primeros a adorar al niño con su habitual vestimenta de zamarras, zagones, corveras, piales y chátaras, más el zurrón y la cachava y algún cordero que ofrecer. La tradición, pues, venía de atrás. Y no solo en el Cerrato, hay testimonios de que en otros pueblos palentinos de comarcas distintas así era, aunque ya no llevasen el cordero. En Requena de Campos, por ejemplo, no iban los primeros, sino los últimos, detrás de los niños, las mujeres y las autoridades, por este orden. E iban con el atuendo diario: su capa parda o manta a cuadros, su cayada, sus alforjas… pero el ir tras las autoridades, significaba que ese día ellos eran los protagonistas; simplemente, porque, de una manera o de otra, en los pueblos se tomaba al pie de la letra el relato evangélico que, en esa noche, les había dado la primacía en el portal de Belén. Incluso en las catedrales les contrataban esa noche para hacer más real la conmemoración, como consta que alguna vez se hizo en la de León.

Toda fiesta es una representación ritual que hunde sus raíces en un acontecimiento fundador, es decir, que tiene una dimensión simbólica. La misa del Gallo es la celebración ritual del nacimiento del Dios Salvador, que la Iglesia instauró solapándola a los rituales paganos conmemorativos del dies natalis o apoteosis de la luz. El universo simbólico de la misa del Gallo no es otro que el relato evangélico del Nacimiento del Hijo de Dios. Una fiesta fundamental en el orbe cristiano y en cada pueblo y ciudad, que atañía a todo el colectivo social, fuera el que fuese, porque la creencia igualaba ese día a todos ante el Niño Dios, en cuanto este venía o «nacía» para todos. Si toda fiesta tiene una dimensión social que queda reflejada en jerarquías y distingos, el acto de la misa del Gallo era un paréntesis, porque en el templo se reunían todos y, dejando aparte otras diferencias, ese día los pastores –durante la mayor parte del año apartados de la costumbre diaria del colectivo– tomaban el protagonismo que los textos sagrados les otorgaban. Representaban lo que un día primigenio fue, y lo hacían en nombre y representación de toda la comunidad. Precisamente, ellos, que apenas podían asistir a los cultos litúrgicos durante el año, patentizaban ese día que no estaban fuera de las creencias de la comunidad, y reforzaban el simbolismo de la fiesta asumiendo el papel que el relato evangélico les asignaba. Y todos lo entendían así.

Pero al cambiar la realidad social, cambian las distintas funciones que cada grupo tiene en la fiesta, y cambian también los significados de la fiesta, es decir el universo simbólico que le da sentido. Con la mengua de la actividad agropecuaria, las poblaciones rurales perdieron cohesión, se desestructuraron, y ello repercutió en todos los ámbitos, y por supuesto, en el religioso, que era el que les otorgaba el fundamento simbólico. La debilitación de la estructura agropecuaria, con la inmigración general a la ciudad, hizo cambiar los ritos, perder el esplendor, y hasta el sentido, que tenían cuando el orden socio-económico era otro. Muchos ritos fueron perdiendo fuelle hasta desaparecer, entre ellos la celebración litúrgica de la noche de Navidad, en que los pastores eran protagonistas. Ellos eran parte del ritual de reviviscencia del Misterio del divino Nacimiento, pero, sin la correspondiente actividad pastoril, los núcleos rurales hubieron de olvidarlo, dejándolo morir. Si no había pastores, porque no había ganaderos y ya no se ofrecían corderas porque no había una cofradía que mantuviese un rebaño de la Virgen, las ofrendas de pastores ante el Belén, las «pastoradas», las loas, perdían sentido.

Lo que siguió fue una segunda parte, que solo podía ser un espejismo auspiciado por la nostalgia. Los que tuvieron que salir del pueblo, sintieron en la anonimia de la ciudad el desarraigo de quien ve peligrar su identidad, y, al mismo tiempo, los que quedan en el pueblo van notando que la tristeza y la soledad no es solo por las casas cerradas, sino por la falta de elementos de cohesión vecinal, esa que daban los distintos oficios y las distintas edades que convivían en otro tiempo. La travesía del desierto, inevitable para unos y para otros, los de fuera y los de dentro, hizo que surgieran las Asociaciones Culturales con el fin de reavivar lo perdido (fiesta de la trilla, de la matanza, distintos museos de oficios o centros de interpretación, fiestas rescatadas fuera de fecha, etc.). Pero ello solo podía ser una suplantación, nunca una continuación. Habían cambiado el universo simbólico, es decir, el significado, y el contexto social, es decir, la función. Ya no era una manifestación connnatural, sino impostada. Solo un intento de mantener esa identidad que el cambio de los tiempos se estaba llevando por delante. Cuando en Terradillos en 1984 deciden rescatar su pastorada, el acto ritual de antaño solo puede convertirse en rememoración. La pastorada ya no es realidad, sino memoria de la tradición. Y esta, la tradición, ya perdida, se convierte en patrimonio, y en espectáculo. Se ha «folklorizado». De interés etnográfico, se graba en cinta, se va a echar a distintos pueblos que lo solicitan (fuera de su entorno natural, de la fecha real, de los auténticos protagonistas, etc.). Solo así, con ese entusiasmo y ese fin, han podido mantener hasta entrado el nuevo siglo algo que había perdido su auténtico ser, su realidad verdadera.

3. Representación del nacimiento de nuestro señor, de Gómez Manrique

Capítulo aparte merece la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor, obrita que Gómez Manrique –natural de Amusco e importante prohombre en su tiempo, bregado en política y letras– escribió a instancias de su hermana María, vicaria del convento de Clarisas de Calabazanos, para que pudiera añadirse a los actos de la celebración de la Navidad de las hermanas. No tenemos certeza de la fecha exacta, pero sería entre 1458 y 1468, según la mayoría de estudiosos, dado que el vicariato de doña María se llevó a cabo en esos años, pues luego pasaría a abadesa.

Lo más probable es que las propias monjas la escenificasen la noche de Navidad como un regocijo comunitario, pues era tradición en los conventos franciscanos la celebración de esta noche con villancicos y pequeñas representaciones que hiciesen revivir la humanidad de Cristo, tal como la narran los evangelios. No en vano, los conventos franciscanos femeninos jugaron un papel decisivo en estos primeros momentos de los autos navideños, como recuerda Cátedra. Por otra parte, si bien estamos todavía ante una representación dramática primitiva, pues se compone de una serie de breves escenas ordenadas temporalmente y creadoras de un relato, estas aparecen desconectadas, más bien yuxtapuestas, pero aún así superan con mucho la elementalidad de los tropos litúrgicos. Por esta necesidad de un amplio despliegue escénico, con distintos y variados personajes individualizados: San José, la Virgen, el ángel, los pastores (3), los arcángeles (3), los martirios (7), por este orden, se considera esta como la primera pieza «cortesana» o de «salón» del teatro en lengua castellana, además de la primera de autor conocido, como bien se sabe. Y supera también el motivo tópico del «officium pastorum», pues si este ocupa propiamente las escenas tercera (el anuncio del ángel) y cuarta (la adoración de los pastores), añade otras escenas que están fuera del relato evangélico de San Lucas: la primera (dudas de San José), la segunda (adoración de la Virgen), la quinta (adoración de los arcángeles) y la última, original anticipación de lo que será la Pasión y Muerte. Y todo acaba con un delicado villancico que cantarían todas las religiosas.

El que todavía sea un teatro incipiente solo obedece a la época de su escritura, en la que el arte dramático en lengua romance estaba echando a andar, pero estamos ante una obra culta, bien estructurada y con métrica regular y variada, propia de un hombre de letras que está al día de los espectáculos festivos cortesanos y nobiliarios. Y que la hizo para un público culto, pues muchas de las monjas del convento procedían de la nobleza y estaban acostumbradas a valorar lo artístico y literario, al haber participado antes en esas selectas fiestas palaciegas, en las que se echaban momos y también autos de carácter religioso. A instancias de su hermana María, el autor no quiso sino contentar a esta y contribuir al buen nombre de un convento que había sido fundación de los Manrique y se hallaba bajo su protección, y al que la infanta y futura reina Isabel acudió varias veces a visitar o presenciar la profesión de algunas de sus mejores amigas.

La dimensión simbólica y la realidad social que esta obrita tuvo en su origen no tienen tampoco nada que ver en nuestros días, en que se la sigue representando. Pero el caso difiere del de la Pastorada. No estamos ante un caso de patrimonialización de una tradición local, popular, restringida, oculta, sino ante la patrimonialización local-provincial de un hecho de cultura. De cultura nacional, puesto que la obra pertenece a la historia de la literatura castellana y como tal se aprecia y se estudia. Estamos ante la reivindicación local-provincial de una obra conocida y reconocida en los ámbitos cultos hispanos, para aprovechar sus posibilidades turísticas. La función se ha saltado los muros de la clausura para ser reclamo de un pueblo (Villamuriel) y una provincia (Palencia) de acuerdo con el papel que el turismo juega en nuestra sociedad. La representación anual de varias sesiones durante las navidades, en su lugar original, eso sí, es un empeño conjunto del Ayuntamiento de Villamuriel (entidad local que ha absorbido a Calabazanos) y la Diputación de Palencia. Ambos han mostrado su intención de que sea declarada Fiesta de Interés Regional y, para ello, la han convertido en un espectáculo abierto. El que la representación esté a cargo de grupos de teatro aficionado –primero fue Gadex, desde 1997 El Cigarral y Cachivache–, subvencionados para que no escatimen en la escenificación: vestuario, luminotecnia, sonorización…, más la publicidad, que crece cada año, lleva ese fin.

De la representación privada de las monjas como recreación conventual navideña, se ha pasado al espectáculo públicamente financiado, con el consiguiente despliegue escénico y la creación de un público heterogéneo. Permanece el lugar para el que la obra fue creada, pero no la función y el significado primeros. Y el significante ha cambiado también, porque para darle una duración de teatro estándar, el grupo que lo pone en escena ha tenido que inventar y teatralizar un nuevo texto que se añade y sirve como marco contextual, de recreación histórica o «intrahistórica», al de Gómez Manrique. Todo ello, sin duda, necesario para la revivificación de la obra, que es de lo que se trata.

Conclusiones

Las representaciones populares navideñas como las pastoradas, propias de pequeños núcleos rurales, ya solo pueden ser objeto etnológico, pues ha desaparecido el contexto que las originó. Esto mismo ha sucedido con los antiguos Autos de Reyes, difíciles de mantener en donde se conserva memoria de ellos (Moratinos, Fresno del Río, Támara…), por la despoblación galopante. La excepción viene siendo Paredes, que lo mantiene cada año gracias a su mayor población y recursos. Unos y otros solo con imaginación y empeño podrían conservarse como patrimonio provincial manteniendo su representación con grupos de teatro aficionado que, en actuaciones flexibles y desplazables, las escenificasen en Navidad. Algo como se ha hecho con la obra de Gómez Manrique. En las Pastoradas podría tomarse el texto de Terradillos como modelo.

Pero la cultura palentina tiene, además, otra cuenta pendiente. Hace pocas décadas se descubrió el manuscrito de Noches buenas de Saldaña, obra notable del clérigo saldañés de la segunda mitad del siglo xvii Matías Duque. Todavía no se ha hecho una publicación de la misma, como, sin duda, merece. En ella hay algún auto de navidad aprovechable. De hecho, ya se representó en la capital palentina a principios de los años noventa del siglo pasado. Y, siguiendo el modelo de Villamuriel, debería recuperarse, es decir, podría fomentarse su representación en la capital y en la provincia en las fechas navideñas.




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Pastoradas y autos del Nacimiento. Ayer y hoy de las representaciones navideñas palentinas

AYUSO, César Augusto

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489.

Revista de Folklore

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