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Revista de Folklore número

489



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La memoria topográfica del pastor trashumante ¿un «mapa mental» de origen prehistórico?

ALMAGRO-GORBEA, Martín / PALLARES MARTINEZ, Miguel / RUBIO GARCIA, Blas

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489 - sumario >



Ya se van los pastores a la Extremadura,
ya se queda la Sierra triste y oscura...
Ya se van los pastores, ya se van marchando,
más de cuatro zagalas quedan llorando.

Canción popular

En Santomera, una población agrícola de la Huerta de Murcia, reside un pastor, originario de la Sierra de Albarracín, que se ha asentado y jubilado en esa población al estar casado con una mujer de la localidad, a la que conoció en sus estancias como pastor trashumante. Sus recuerdos a los 88 años, que le permiten todavía describir con toda precisión el itinerario que hacía, tienen sobrado interés para darlos a conocer en este breve análisis. En él prácticamente se ofrecen los recuerdos narrados en una entrevista realizada el año 2021 por los estudiosos de Santomera Miguel Pallarés Martínez y Blas Rubio García. Para abreviar la información con toda objetividad se ofrecen sus palabras textuales entrecomilladas, a las que se se han añadido breves comentarios.

Este pastor se llama Matías Pérez Larrea y nació el 7 de abril de 1934 en Frías de Albarracín, población de la Sierra de Albarracín entonces dedicada a la explotación de los montes de pino albar o Pinus silvestris y de los pastos de la Sierra, de propiedad comunal gestionada por el ayuntamiento. Frías de Albarracín está situada a 1.496 m.s.n.m. en las proximidades de Vega Tajo, hondonada en la que nace el río Tajo, en el camino ganadero practicado por este pastor, próximo al nacimiento del Cabriel y no lejano tampoco al del Júcar.

Hijo de esa población serrana, sus padres eran agricultores que vivían del ganado y de la tierra, en especial de la siembra de cereales, trigo y cebada, a lo que se añadiría un pequeño huerto, aunque su padre nunca se había dedicado a la trashumancia. Sin embargo, entonces en Frías habría «unas 120 casas y lo menos 60 o 70 teníamos ganado, unos 20 borregas, otros 50, otros 10…, ahora quedan 18 vecinos, los demás han emigrado todos». En el pueblo «por lo menos quince o veinte» eran pastores y «cuando subíamos los ganaderos de aquí de Murcia y de Andalucía, iban dos concejales y contaban todo el ganado y contaron un año 16.000 ovejas». «Esas ovejas pertenecían a más de cincuenta amos, pero hoy no hay más que tres ganaderos y el que menos, tiene de mil ovejas para arriba». «Ahora hay tres, pero van a Andalucía, pero no van andando, ahora hay camiones de transporte en que meten hasta 500 borregas y en un camión o dos [las llevan a] Andalucía». Matías bajó a Murcia como pastor trashumante durante 12 años. El motivo lo explica así: «allí tenías cantidad de ganado y en verano estupendamente, pero en invierno nevaba mucho y había que tenerlas cinco o seis meses en pesebre». Como ese gasto no se podía soportar, las ovejas bajaban andando hasta Murcia, donde se alquilaban pastos para pasar el invierno hasta volver a subir a la Sierra.

En el mes de abril había que salir, pues los meses de mayo y junio, en la Sierra son ‘de plena primavera’ y ovejas y crías engordaban y además se esquilaba a las ovejas, pues en aquella época la lana valía dinero y con ella se defendía la economía de los pastores, más que con la carne. Un año que había mucha comida salió hacia la Sierra el 16 de mayo, pero otros años había que salir de Murcia antes de que se secase la hierba.

Es difícil precisar cómo se inició en la trashumancia, pues probablemente se capta y aprende del ambiente ganadero en que se vive, como ocurría en Frías. Resulta muy expresiva su forma de explicarlo:

Eso ha sido ya de toda la vida. Ahora es cuando se ha perdido,… pero antiguamente no había otra cosa, no había transportes de ganado, no había camiones, y claro de aquella Sierra había que migrar en invierno. Un hermano mío estuvo bajando conmigo aquí también,… Yo bajaba con compañeros muy buenos, bajábamos juntos. Porque unos tenían una finca, otro otra… las juntábamos y bajábamos los tres o cuatro juntos, luego partíamos cada uno su ganado y nos las llevábamos, porque [cada uno] conocíamos [a nuestras ovejas], aparte de que cada ganado tenía sus señales en las orejas. Ellos ya bajaban de antes, ahora lo que pasa es que se ha perdido,… [pues] en Murcia y Alicante ya no hay pastos para ganado, han ido desapareciendo las fincas con los huertos [al ponerse en regadío].

Su primer viaje lo hizo el año 1950 hasta Jacarilla (Alicante), en la Vega Baja del Segura, cuando tenía 16 años:

Aquel año iba de pastor con un hombre y llevaba pocas ovejas de mi padre. Tenía unos pastos de Vistabella a Jacarilla y ahí estuve todo el invierno. Al año siguiente fue a Andalucía, a la provincia de Córdoba, al pueblo de Cardeña, donde le tallaron para ir al servicio militar, en el que estuvo unos años, hasta que se licenció y fue con otro pastor a la finca de los Jerónimos. Y otro año fui al puerto de Sucina, pedanía perteneciente al municipio de Murcia a mitad de camino hacia San Javier. Yo y otro, alquilamos los pastos y estuvimos allí. Al otro año compré una finca yo sólo, la estrié y no había llovido y me fui a Alicante a comprar una rastrojera de tomates, en la Albufereta y me llevé en diez o doce días [las ovejas] que tenía en la finca de Espinardo, por el camino viejo de Alicante que pasa por debajo de Albatera, por debajo de Crevillente, por todo el rellano para allá. El último viaje lo hice allí al Cañarico, con las amonestaciones hechas cuando subía. Yo estuve muchos años allá en el Cañarico, pero un año bajé y no había llovido. Entonces compré [los pastos del] Coto de Guillamón y allí conocí a mi mujer, que vivía aquí en el pueblo, y a los dos años me casé. Pero el año que me casé, cuando subí, lo hice con las amonestaciones hechas, y el 19 de julio bajé y nos casamos. Aquel año me subí allí arriba, pero a mi mujer no le gustaba aquello mucho [la dura vida en la Sierra de Albarracín]. Y yo a mi padre le dije que yo no subía y bajaba más. Eso fue en 1968. Y mi padre vendió la mitad del ganado y la otra [se la dio] a mis hermanos. Yo compré unas 30 y otras 30 que le compré a un hermano que tenía que era cura, y ya con 60 me vine aquí y ya he luchado la vida.

El itinerario

Probablemente la parte más interesante de los recuerdos conservados como pastor trashumante durante 12 años sea la precisa narración del viaje realizado, pues recuerda todos los sitios por los que pasaba, desde Frías hasta llegar al Coto de los Guillamones, en Santomera, en tierras de Murcia. Este viaje, lógicamente sin mapas ni GPS, lo hacían por el camino ganadero, que «es de 95 varas de anchura y que tiene muchos ramales»... «y cada vara era algo menos de un metro», por lo que la cañada medía 79 metros aproximadamente. Se realizaba por caminos aprendidos de otros pastores que lo habían hecho anteriormente y que los recordaban con precisión y enseñaban a los pastores más jóvenes. Este sistema supone una memoria visual y topográfica muy especializada, que se adquiere desde la juventud y que pasa a ser característica de estos pastores, junto con su capacidad de distinguir cada oveja y cada cordero del rebaño y, entre los buenos pastores, un conocimiento de las plantas que sirven para alimentar el ganado, de las que son nocivas y de las que sirven para curar las enfermedades, de animales y de personas, plantas de las conocen igualmente donde se crían y crecen.

Según sus recuerdos, «de Frías hasta Santomera se tardaba más o menos según el ganado que se llevaba. Si las ovejas iban pariendo, había que tardar más tiempo. Pero lo normal para ir desde la Sierra a Murcia era tardar 22 o 23 días. Hacía arriba [hacía la Sierra de Albarracín] tardábamos 19 o veinte días», porque entonces, hacia el mes de abril, «el día era más largo y andábamos más»[1].

Es interesante recoger textualmente su recuerdo de todo el camino, narrado con precisión y sin tener dudas:

… Pasa el camino ganadero por el término de Frías, y voy a empezar allí… Mira, hay una finca que le llaman la Fuente del Buey, la Pinosa, el Corral de Albudillero, el Barranco del Águila, los Pajarillos, el Pozo de las Rosalladas, la Loma Alta (el Cerro Alto), la Cañada Mata Peones», el Corral del Pintao, la Casa Carnero, la Fuente García el Nacimiento del Río Tajo, La Canaleja, la Majá del Jarro, el Puerto del Cubillo donde linda Teruel con Cuenca, La Escarla, Los Chorros, Cañada Ancha, La Cherna (La Serna), Huélamo que es un pueblo, La Ventilla, el Molino de Juan Romero, La Cuesta de los Rabadanes (Cerro de los Rabadanes), Tierra Muerta, La Loma Atravesá, la Cuesta del Pocico, Los Palancares de Cuenca, Cañada del Hoyo, la Fuente del Milano, la Loma de Fuentes, Navarramiro, El Contadero (*posible sitio de paso y contabilidad del ganado), La Caserna, Los Romerales, Navodres, Las Columnas, Las Tejeras, Gabaldón, El Picazo, Cruces del Río Jucar, las Casas de Benítez, El Cerro de la Perra, La Fuensanta, los Cotos de Pozo Rubio, La Gineta, Barrios de Albacete, el Malpelo, la Estación de Chinchilla, la Casa de Gualda, Casa Nueva de las Veredas, Sierra de la Pinilla, el Coto del Cerezo, Las Casultas, la Sierra de Ontur que linda Albacete con Murcia, Jumilla, el Puerto de Jumilla, La Raja, la Casa del Soldado, la Fuente de la Higuera, la Sierra de la Pila, Fuente Blanca, La Rauda, el Alto de la Churleta, la Sierra del Lugar, el Fenazar, Los Valientes, Rambla Salada, el Coto Cuadros, el Coto Alemán, La Alcayna, Los Piqueras, la Finca de los Flores, La Granja, el Cabezo Cortao, la Casa del Aire, la Finca de los Felices, El Polvorín, la Contraparada, Jabalí Viejo, término de Alcantarilla, Sangonera la Seca, la Finca de Belen, la Venta de la Vereda, el Reguerón, Cachico, Los Vives, La Molineta, La Torre de Hellín, Sangonera la Verde, Las Cuevas, la Finca de Mayayo, la Venta de la Paloma, el Puerto de la Cadena, la Finca de la Gineta, la Finca de Borrambla, la Finca de Riquelme, la Finca de la Peraleja, el Puerto de Sucina, La Mojonera, la Finca de la Loma, la Finca del Pino Escalzo, el Puerto de Remate…y ya de allí para allá yo no pasaba».

Ese camino [que he andado yo], en el Cerro de la Perra se divide y una parte a la derecha tira para Andalucía y otra para Murcia. Luego hay otro ramal que sale de Vistabella al cementerio de Hurchillo, por medio de Orihuela al Pozo de lo Roca, y del Pozo de lo Roca a Benferri, y por la Rambla de Benferri encima de las Siete Casas sale a la Finca del Reloj, donde vivía mi cuñado Marcos, de ahí a la Rambla y de la Rambla a las Peñicas y de ahí a Fuente Blanca donde se junta con la general.

Otro era el ramal que iba al Coto Guillamón y la Sierra de Orihuela. El Coto Cuadros divide un ramal que iba por donde salía el agua del Coto Cuadros, y por la misma presa del pantano cruzaba y por ahí pasa por las Casas Colorás que llaman al puerto, pues los huertos por dónde pasa la autovía es un camino ganadero, que pasaba por la carretera Benferri a los Pozos de los Roca.

También refiere otro itinerario a Murcia desde Campillo de Altobuey, en la provincia de Cuenca:

Por ahí es que baja otro camino ganadero, que bajé nada más [una] vez. Me acuerdo de unas zonas, pero pocas. Pasaba por Valdeganga, que por allí cruzábamos al Río Júcar y pasábamos por Yecla por la derecha y veníamos a parar a Pinoso y de Pinoso al Cantón y del Cantón cruzábamos la Sierra de Orihuela e íbamos a parar al Pozo de los Roca… Hay muchos ramales. Salió no hace mucho en la tele que había de vías pecuarias veintidós mil kilómetros en España.

Organización del viaje

El viaje lo hacía «andando, andando… por todos esos sitios que te nombrado, unas veces ibas para allá otras para acá…».

Un año nos juntamos dos o tres y llevábamos mil doscientas [ovejas], pero éramos varios, al menos seis amos, yo tenía trescientas y pico.

La trashumancia nunca la hacía uno solo:

No, siempre íbamos dos o tres, sólo nunca. Y luego estabas en el cuarto de la finca y tenías que surtirte con un quinqué con un chumino o cosas así, porque no había luz. De día llevabas algo de companaje, pero de noche tenías que hacerte algo de comer. ¡Me lo he hecho yo pocas veces!

Las mujeres no hacían la trashumancia:

No, no, no,… las mujeres se quedaban allí [en la Sierra de Albarracín]. ¡Hombre!, alguna a lo mejor se bajaba con ellos, pero lo hacían en el tren o en el coche de línea (Calero y Téllez 2010).

El qué tramo que estaba más tiempo sin ver un pueblo es

... un sitio que le llamaban Tierra Muerta, que nos costaba dos días largos cruzarla sin ver una casa ni media, eso está entre Huélamo y Cañada del Hoyo. Una cantidad de montes [hay] allí que mi parecer es que la provincia de Cuenca es la más mísera de España y la más grande que hay, nosotros nos costaba nueve días atravesar la provincia de Cuenca, había pueblos muy míseros, muchos.

Para el viaje, llevaba de calzado

... albarcas, albarcas de goma. Cuando bajaba aquí, yo me bajaba un par nuevo y me pasaba el invierno con las albarcas. Y en la cabeza gorra de esas negras. En una caballería llevábamos las mantas, el vino, la paja para la caballería y todo eso. Íbamos con lo que se presentaba. Una vez compré yo una burra en la señal del molinero. Nosotros llevábamos tres o cuatro mudas y cuando llegaba le daba las mudas a una mujer y me las lavaba. Yo no he lavado nunca. Cuando subíamos, echábamos siempre dos o tres días menos porque el día era más largo. Cuando íbamos tres o cuatro, uno iba permanente con la caballería, si hacía falta algo se acercaba al pueblo y compraba vino, patatas, lo que hiciera falta...

Nosotros llevábamos la bota colgada al hombro siempre, ¡vamos a echar un trago!, se llevaba una petaca y a liar cigarros. Y para adelante.

Llevaba

... perros de ganado, perros muy buenos, un perro de ganado no tiene precio. Yo prefería llevar un perro de ganado bueno que una persona. Porque un perro está deseando que lo mandes (¡Anda!), pero una persona lo mandas una, lo mandas dos y a la tercera te dicen que andes tú. Y luego al perro el ganado le tiene mucho miedo, un pastor con un perro gobierna mucho ganado.

Para conducir a las ovejas «la honda no la he gastado yo, yo tiraba piedras con la mano».

Para abrevar las ovejas, agua siempre había y

... el ganado bebía… un año íbamos para arriba, hacía mucho calor e íbamos a cruzar el río Júcar, se nos tiraron todas al río y nos vimos negros para poderlas sacar. Es que por el Picazo pasa el Río Júcar. Un año (hace dos o tres años), como yo conozco el camino, veo que salen una ganadería de vacas bravas que estaban pegadas al pueblo en que yo me criado, por allá por el Picazo, y echaron los mansos delante y pasaron, porque no había mucha agua.

En la ruta la alegría más grande era

... cuando estaban bien todas las ovejas y tenías hierba para darles. Claro, porque tú alquilabas una finca en x dinero y ellos no querían saber nada, si llovía, muy bien, pero si no, tenías que buscarte la vida o como hice yo, buscar otro sitio. Como aquí ha sido siempre escaso de agua, había que pasar como Dios quería. En cuanto llegaba abril, salíamos cortando para arriba.

Nunca se ha sentido perdido:

No, ya sabíamos los sitios, además la vereda va marcada, lo que pasa es que la gente no lo respeta y lo labra…, pero está marcada por mojones de piedra y cemento a un lado y a otro los metros que tiene. Ese terreno es del estado. Un año (¡verás!..., a nosotros nos ha pasado de todo), subíamos por la raja de Jumilla y antes de llegar a Jumilla había una viña que habían plantado en el centro de la vereda. Y seguramente no era muy listo, empieza ahí a tirar piedras a las borregas y le dio a una en la cabeza y cayó…, pero dije, ahora te vas a enterar. Y volvimos y de la viña no dejaron ni las cepas y lloraba el tío y le dije ‘anda para allá y avisa a la guardia civil’… y no fue, no. No ves que si iba a la guardia civil es cuando le denuncian por aprovecharse de ese terreno, que no es de él. Ahora, como no pasa el ganado, la gente se aprovecha; allá no [en la Sierra de Albarracín], las ganaderías de vacas bravas suben allí a la parte norte de la provincia de Teruel y bajan a Cuenca a veranear, y esas bajan andando. Han probado a embarcarlas, pero les sale muy costoso traerlas en el tren o en camiones.

Y sólo me puse malo una vez durante el viaje. Una vez, ¡Ya verás!, íbamos para arriba y en un barrio que le dicen Navarramiro, ¡Ostias!, iba que me reventaba. Habíamos comido carne o yo que sé, que me sentó mal en el estómago. Y paso por la casa de un labrador que había allí y le pregunto si tenía agua de Ca[ra]baña, y me sacó una botellica y a los cinco minutos estaba limpio, mira aquello fue…

Análisis espacial de la ruta

Las referencias aportadas por el pastor Matías Pérez se han localizado en el Mapa Topográfico Nacional del Instituto Geográfico Nacional para comprobar el recorrido por él recordado. En la entrevista se han recogido un total de ciento tres referencias de las que se han geolocalizado setenta y ocho en el Mapa Topográfico Nacional. Los restantes puntos no se han podido localizar, salvo seis que se han localizado por otras vías, pues son términos municipales, hostales, restaurantes, zonas de excursionismo o deporte de aventura como barrancos o estrechos…, éstos coincidiendo siempre con la ubicación indicada por el pastor y donde anteriormente estaría la referencia por él aportada.

Las referencias localizadas permiten diferenciar elementos de carácter topográfico, como lomas, cerros, pozos, fuentes, etc., y elementos de carácter antrópico, como fincas, casas, corrales, pueblos, etc. Es evidente el predominio de las topográficas, lo que refleja que en los años 1950 y 1960 el índice de población en las zonas que recorría era mucho menor, por lo que hay un claro predominio de recuerdos asociados al paisaje.

Sin embargo, los datos indican que su memoria ha sido selectiva de forma totalmente intuitiva, pues los datos conservados ofrecen un claro predominio del paisaje natural frente al humano. Este hecho, podría contrastar con la información aportada en un segundo encuentro, en el que se le preguntó precisamente por esos elementos topográficos (una montaña, un árbol…, cualquier otro hito geográfico) a lo que él negó su conocimiento, sin embargo recuerda todas esos ítems. En esa segunda entrevista tuvo gran interés su indicación de que, en muchas ocasiones, las ovejas andaban delante de los pastores, dado el conocimiento que los animales tenían del camino, pues ya lo había realizado anteriormente.

Otra pequeña aportación obtenida de la geolocalización de los puntos recordados por Matías Pérez es que el itinerario seguido, salvo en dos puntos, se mantenía en todo momento por las cañadas, cordeles y veredas que existían.

Las únicas zonas con ausencia de datos son la inicial y la final, donde se incorpora Frías a la Cañada Real de los Chorros y desde el Puerto de la Cadena hasta la Vereda de Fuente Álamo; en esta zona, si bien existe la Vereda desde el Puerto, para evitar un trayecto más largo debía atravesar en dirección Este por fincas que se encuentran hoy día roturadas y construidas.

Peligros e incidencias

En el recorrido tenía que enfrentarse a algunos peligros, el principal era el robo de ganado, por lo que tenían que andar con mucho cuidado.

Un año íbamos para arriba, y al pueblo ese que llaman Jabaldón, [situado en la provincia de Cuenca, entre Motilla del Palancar y Almodóvar del Pinar], pasado El Picazo, siempre salía el guardia. Le dabas la propina y seguías, y aquel día no salió, pero luego hicimos noche cuando íbamos a salir del término ese y a la mañana cuando íbamos a salir temprano se presenta pidiendo la propina. Le dijimos que hubiera venido ayer, y el hombre se fue en busca de otro serrano. Pero ya verás lo que pasó, en unos romeros había puesto un lazo y cuando volvió que llevaba un ato en la mano, y le digo venga ven para acá que te vamos a dar ahora la propina, y le digo a los otros pero venir para acá que en el lazo este que ha puesto le vamos a ahorcar y le echamos a los perros que le brincaban [risas]. Eso un guardia Jurao, había puesto un lazo porque se metían las borregas y luego él se las llevaba.

En un caso, había un pueblo allí al lado, y va una mañana un pastor y reconoce en la escarcha los rastros del guardia que había allí en el pueblo y se había llevado una borrega, la más gorda que tenían. ¿Y sabes lo que hicieron? [una vez recuperada], echaron la borrega a las costillas y cruzaron por todo el pueblo, el alguacil delante con la trompeta y la guardia civil detrás.

Para dormir

... donde había anchura hacíamos una lumbre y se paraba el ganado. Si íbamos 4 o 5, pues había que hacer imaginaria. Una vez bajábamos para abajo y en todo lo alto de la Sierra de la Pila (al noreste de la Región de Murcia, en los municipios de Molina de Segura, Abarán, Blanca, Fortuna y Jumilla), hacíamos noche, pues el ganado de noche y cuesta abajo no camina…, y allí, como había anchura, dicen otros ‘bueno esta noche vamos a descansar’ y digo yo ‘yo no me voy acostar, voy a fumarme un cigarro’. Cuando pegan un espanto (¡me cago en diez!), se tiran los perros y iba uno con una [borrega] agarrada en las costillas, pero la soltó ligero.

Cuando salía un guardia… Una vez nos ocurrió en el término ese de Gabaldón. Había un ganadero y nosotros las ladeamos fuera del camino… y así a la distancia en largo pegan un tiro y viene uno con una escopeta que nos mataba. Se ve que lo tenía reservado por si algún día llovía o algo…, y sacamos la petaca y todos solucionado y no pasó nada.

Por el contrario, no tenían problemas con la Guardia Civil

... porque cuando bajábamos había mucha anchura, la viña ya la habían vendimiado, y todo eso lo habían sembrado. Pero cuando subíamos para arriba, cuando íbamos por Albacete, muchos habían dejado en lo que era el camino a lo mejor de 50 metros. Pero los hombres estaban prevenidos y salían con una bota de vino y unas olivas y decían: ‘ladearlas a ese bancal que coman’; y nosotros las metíamos y las siembras no las tocábamos. Pero el que venía con la pierna en alto, a aquel sacábamos la cadena y todo lo que pertenecía, y la Guardia Civil estaba con nosotros.

El mayor peligro que se pasaba en el viaje era siempre la provincia de Cuenca:

Había más rateros y más peseteros, te metías en la provincia de Albacete y a penas te salía un guardia, pero en Cuenca, término que cruzabas, guarda que salía, le dabas la propina y… [seguías el camino]. Allí lo que pasa es que con el frío las casas están bien preparadas de leña y buenas estufas y los que se quedaban pues lo pasaban bien, porque no tenían nada que hacer.

Por el contrario, no había animales salvajes que supusieran un peligro:

En aquella época no había lobos; había zorras, pero lobos no. Tampoco había ciervos, ahora sí, y cochinos-jabalises, eso no existía, ahora sí…

Y dicen que había un Pico del Águila, pero yo no me acuerdo de las águilas.

Aprovechamiento económico y vida en la Sierra de Albarracín

El aprovechamiento económico del ganado era muy simple:

La leche se la tomaban los corderos. Nosotros no la aprovechábamos. La lana en aquella época valía mucho dinero, ¡hombre! Nosotros el ganado que teníamos era cruzado en merino. La oveja merina es muy fea, pues lleva lana hasta en los ojos y a la que más por la que menos, le quitábamos dos kilos y medio [de lana] por cabeza. Un año vino un moro que vivía en Zaragoza y le compró la lana a mi padre a 78 pesetas el kilo. Con lo que nos defendíamos era por la lana. Y costaba pelar una borrega dos reales y ahora cuesta un capital y la lana hay que tirarla. Fíjate si han cambiado las cosas. Antes la lana valía mucho dinero, los colchones eran todos de lana; hoy ya no hay ninguno… Había allí una fábrica de lana cerca del pueblo[2] y llevabas la lana y te daban mantas y calcetines y todo eso. Yo no me acuerdo a como salía todo eso, pero salían unas mantas así de recias. Les costaba mucho calarse, pero cuando llovía y se mojaban bien, había que ir en burro para llevarlas, pesaban como el plomo.

Las borregas se vendían allá arriba [en la Sierra de Albarracín], en verano. Las ovejas viejas se vendían para la carne. En Santomera se vendía alguna, pero era allí arriba donde se vendían para la carne, que se la llevaban para la parte de Valencia para matarlas.

Lo normal [es que vivan] cinco o seis años, ¡hombre!, según el vicio que llevan [según lo que coman]. Yo he tenido borregas que me han aguantado ocho años, porque es que se les gasta mucho el diente de… [rumiar]. En el pueblo aquel [Frías de Albarracín], había un carnicero que tenía unos pastos, tenía allí diez o doce viejas y luego te traías la carne que necesitabas.

Si se moría alguna oveja por el camino

... entonces le quitamos la zamarra [la piel] y se aprovechaba, ahora no se aprovecha pero antes sí.

Cuando había que comprar algo

... el pueblo más grande que había es Albarracín, porque Albarracín es de la provincia de Teruel, pero es cabeza de partido. Hay cuarenta y cinco pueblos allí en la Sierra que pertenecen a Albarracín. Nosotros la sucursal la teníamos en Albarracín.

Yo, cuando llegaba allí [a Frías de Albarracín], el ganado no lo tocaba. Ya tenía otras cosas que hacer: labrar, segar…, me tiraba quince días con la guadaña sin hacer otra cosa. Allí se encargaban mis hermanos y mi padre. Allí el mes de mayo y junio es como aquí en febrero y marzo, de cómo estaba la hierba. Allí va dos meses más atrasado y, como allí hay humedad, está la hierba verde…

Un año nos fuimos de aquí temprano y llegamos allí el 28 de abril y apartamos el ganado. Y dice mi padre, hoy descansa. Y le quedaba un bancal de cebo que sembrar. Y dice: ‘no lo he podido sembrar porque estaba la tierra muy blanda, pero ya casi va’. Y ya vi que tenía la simiente preparada. Y al día siguiente, cojo la azada y arreo con los machos y la siembro. Y el día 16 de agosto la segamos. ¡Ahora!, a los bancales de la cebada, le echábamos siempre basura. Porque el trigo se siembra allá en septiembre, si la tierra está nevada se tapa y no pasa nada, pero la cebada y la avena casi siempre se siembra si la tierra está en condiciones en marzo o febrero.

En Frías ya no le quedan familiares:

No, ahora no tengo ninguno. Tengo tres hermanos pero están en Albarracín y otro lo tengo en Valencia.

En el pueblo, habitantes sólo quedan

... dieciocho… quedan sólo ganaderos, porque hay tres o cuatro ganaderos. Un hotel había allí, pero no sé yo, no funcionará. Había un hotel que subía la gente allí en verano, muchos hijos de allí se han arreglado las casas y los tres meses de vacaciones suben allí. Porque aquello para verano lo veo yo mucho mejor que la playa, unos manantiales de agua fresca como la horchata de fina y unas sombras...

La vida dedicada a la trashumancia era muy dura y absorbente:

Cuando estabas aquí solo, tenía que ser todos los días del año. Yo, cuando era novio de mi mujer, dejaba a mi hermano a media tarde y me venía, pero no lo podía hacer todos los días, porque había que echar el ganado y si había dos puntas [o partes del ganado], teníamos una punta cada uno. Había que estar todo el día con ellas, desde la mañana hasta la noche.

Muy revelador resulta sus respuestas con determinación a dos preguntas sobre la vida de pastor trashumante: ¿Te gustaría tener otra vez veinte años y estar haciendo eso?

No, no seguiría porque… ¡Eso hay que pasarlo para contarlo! No había otra cosa, y tenías el ganado…, pero eso es muy esclavo, mucho. Ahora las borregas lo que pasa es que son muy remediables, en la casa que hay borregas no pasas hambre.

Si en vez de tener ochenta y ocho años fueras más joven… ¿te cambiarías otra vez a hacer la trashumancia?

Ni hablar, me dieran lo que me dieran. Esa vida no es igual contarla que pasarla. La primera vez que bajé yo aquí tenía diez y seis años y bajamos por una vereda, no la que te he contado, sino por otra. Y salimos lloviendo y nevando, catorce días sin parar de llover y nevar… Y pasamos por un pueblo que le llaman el Campillo de Altobuey [en la provincia de Cuenca] y ya nos lo advirtieron, porque pasaba la vereda por en medio del pueblo, y nos dijeron llevar cuidado que abren la puerta y se mete alguna… Justo, abrió un tío la puerta y se metió una y tuvimos que llamar a la guardia civil, que no la quería soltar. Y ya aquella tarde se quedó raso y dijimos esta noche las vamos a encerrar en un corral. Y hacía un frío [muy intenso] y las mantas que llevábamos iban caladas y las tiramos al lao de la lumbre y a la mañana se tenían [de pié] heladas completamente y nosotros toda la noche allí quemando romero [para calentarse].

Los pastos de invierno en Murcia

A Murcia trashumaba más gente de la Sierra de Albarracín.

Ahí, a la Sierra de Orihuela, venía uno de un pueblecito de ahí al lado, que le decían el Tío Baltasar. Antes de que yo viniera al coto ese, venía el tío ese. Y el Tío Miguel Serrano estuvo ahí cuando compró la finca esa. Eso antiguamente se hacía, ahora es cuando ha flojeado, pero eso [así] es de toda la vida, ¡hombre!

Las fincas se arrendaban:

Yo he corrido mucho en esta vida sabes. Teníamos 360 borregas y mi hermano se bajó en un camión con las paridas y yo con las otras andando junto con otro y nos combinamos para llegar al mismo día, yo tenía una finca en el Cañarico y otra que tenía allí pegada a la torre de López Ferrer y bajamos y está [pelado] como esto (señalando al suelo). Y mi hermano que había hecho escribir a mi padre que bajara, pues mi padre no había bajado aquí en la vida. Y bueno nos juntamos y digo: voy a ver si encuentro por ahí terreno llovido. Cogí por allí por el Cote, por Archena cerca de Jumilla, me volví por la Artichuela, por la Alcaina… ¡nada! Y me fui a Crevillente, y de Crevillente por allí por los Montesinos y de los Montesinos al Campo de Cartagena. Llevaba cinco días sin dar comida al ganado y a los cinco días en la finca de La Estación de Riquelme, que está arriba de Sucina, facturo la bicicleta a Alcantarilla, bajo de Alcantarilla arranco una noche a donde estaba el ganado. Me dicen ‘¿qué has encontrado?’ ‘¡No he encontrado nada!’. Y al otro día era viernes y hacían el mercado en Alcantarilla y yo conocía a uno que era sobrino de Don Agustín Virgili, que tenía el ganado en la capital y en los años malos le bajaba camiones de paja de lentejas de la Mancha. Y voy hablar con él para que me licenciara unos camiones de paja, voy y se había ido a Santiago de la Espada, donde tenía ganado. Y yo, como había visto ya el Coto Guillamón, ya había llovido y estaba muy bueno, y ya me había dicho el Tío Miguel: ‘si lo compraras, estabas salvado’. Y como yo no había encontrado nada, cojo y voy con el coche a Murcia. Pregunto en la jefatura de montes al ingeniero si alquilarían el Coto Guillamón. Y me dice que lo habían puesto de pinos y el Guillamón no podrían alquilarlo. ‘¿Y no hay medios para hablar con Guillamón?’, dice sí, lo llama y vino. (Hablando por Guillamón) ‘Bueno yo sí, yo llevo ocho años que no he podido vender los pastos…’ Y me dice, vamos hacer una cosa, vamos a mandar una carta a Madrid y si de Madrid la adjudican, nos da usted la dirección de sus cartas. A los ocho días no venían cartas y na y cuando bajo al despacho otra vez, empieza el ingeniero a reírse y dice ‘estará usted contento, ¿es que no ha recibido la carta?, pues sí ha llegado’. Cojo el coche y la carta y me voy a ver a Guillamón y me dice yo le diré al guardia que le ponga algo que esté bien. Y le digo qué día vengo a pagarle y contesta pues tal día. Y a los cuatro días, cuando voy a pagarle…, lo que hizo Guillamón eso no lo hace nadie. Llego allí y me había puesto un contrato hecho a máquina en 16.000 pesetas y le digo Don José se me antoja caro, llama al sirviente y dice ‘Ramón, quítale dos mil pesetas’, y me quitó 2.000 pesetas incluso cuando estaba ya escrito el contrato a máquina.

Alguna vez intentaron engañarle en el precio del arriendo:

El guardia del coto ese, se chupó todas las perras que yo le daba. Y otra cosa que había que te voy a contar. Me decía que tenía que pagar más porque la quería otro también y, como lo tenía aquí a mano, pues le pagaba. Y fui un año y me dijo que firmara en una cartilla que su hermana había perdido y estuve firmándole dos años. Como mi mujer estaba en la cooperativa, hacía la declaración de la renta y viene un día una multa de 30 mil duros. Ese estaba chupando de la jefa y se chupaba todos los jornales. Ese era el molinero de Siscar [núcleo urbano del municipio de Santomera].

La vida en Murcia

Yo en 1964 fue la primera vez que vine yo aquí. Me casé en 1968. Cuando me quedaba ahí en el coto, me iba ahí a casa del Tío Miguel Serrano. Y allá, cuando estaba en el Cañarico, tenía allí una casa y teníamos allí unas camas.

En las estancias en Murcia estuvo muchos años en el Cañarico, pero un año, como no había llovido, compró [los pastos del] Coto de Guillamón. Allí conoció a su mujer, que vivía en el pueblo, y a los dos años se casó. Pero a la mujer no le gustaba la dura vida en la Sierra de Albarracín, por lo que ese año [1968] le dijo a su padre que ya no subía y bajaba más. Su padre vendió la mitad del ganado y repartió la otra mitad entre los hermanos. Matías compró unas 30 ovejas y otras 30 a un hermano que era cura y con esas 60 se instaló en Murcia.

La mujer también era de familia de pastores.

Mi mujer ha tenido ganado siempre ¡hombre! Ella tenía ocho y cuando subíamos, el año que íbamos a estar, me la llevé allá [a Frías de Albaracín]. Y ¿sabes quién me la llevó? El carretero que tenía un motocarro ¿te acuerdas?

De las veces que estabas allí por la Sierra de Orihuela… ¿has visto alguna cueva grande? «Estaba la Cueva del Adá, pero cuevas así grandes no». ¿Matías conoces el Cabezo de los Tiestos?

Sí, es el que hay ahí en la Carretera de Abanilla [Carretera del Alquerías]. Y está el Lomo del Cochino, y la Cueva del Adá, y el Cabezo Malnombre…

¿Subiste a la cima del Cabezo Malnombre?

Una vez sí, subí a la copa, yo y otro. Allí en la sierra había muchos calderones, y cuando llovía se llenaban de agua y los tapabas. Pero con todo y con eso meaban las zorras, no podían beber pero se cagaban encima.

¿Y en el Cabezo de la Mina, había una fuente?

Al otro lado en el saliente había una fuente, me acuerdo yo que aguantaba el agua allí tiempo. En sus tiempos subían del Riguero allí a por agua, pero antes de ir yo por allí. Mirando para el Barranco de Castilla, abajo en la ladera.

¿Se te ha caído alguna vez una oveja a la mina o algo?

No pero una vez, ahí pegado a lo del José María, había una mina y estaba lloviendo, y cuando cerré el ganado subí a por ella que se había quedado, menos mal que llevaba una linterna.

¿Cuándo tú viniste, la mina ya no estaba en funcionamiento verdad? «¡Qué va!, cuando yo llegué ya estaba aquello parado hacía muchos años». Nos han dicho que por los sesenta venían camiones escoltados por la Guardia Civil y lo que llevaban lo echaban en un pozo de la mina…. ¿tú esto lo llegaste a ver u oír?

No, no… yo en 1964 fue la primera vez que vine yo aquí. Me casé en 1968. Sé cuándo aquel tiró a la mujer hecha pedazos al pozo que había.

Al finalizar la entrevista, se mencionan dos cruces que hay en Galindo y en los Motas, situadas próximas a caminos ganaderos y que fueron puestas a causa de asesinatos de pastores al intentar robarles el ganado. Matías no aporta ninguna información de estos sucesos, pero hay un testimonio de una vecina (Lucila Gomáriz) que cuenta la historia de la cruz de Galindo.

Recapitulación: el «mapa mental» de un pastor trashumante

Este trabajo no pretende ser una aportación al estudio de la trashumancia, ni siquiera busca ofrecer nuevos datos para conocer mejor las rutas a las que hace referencia, rutas que deben enmarcarse en la información ya existente, – cada vez de mejor calidad–, sobre las vías ganaderas de la trashumancia (García Martín, 1996; MAGRAMA 2015), tanto del itinerario por la provincia de Cuenca (JPFP 1947, con mapa anexo), como por las de Albacete (Ñacle 2001) y Murcia (DGMA-Murcia 2014; id., 2016). Tampoco pretende aportar nuevos datos a este campo con una perspectiva etnológica, pues los trabajos sobre la trashumancia son cada vez más numerosos (San Valentín Blanco 1994; Elías Pastor y Novoa Portela 2003; Antón Burgos 2004; etc.), ya que la trashumancia debe considerarse una costumbre tradicional de muy «larga duración» característica de las regiones mediterráneas, cuya práctica es de origen prehistórico y se documenta en la Antigüedad (Gómez-Pantoja, ed. 2001). Sólo a partir de inicios del siglo xix existen buenas referencias sobre la vida de los pastores trashumantes (del Río 1825; Gil y Carrasco 1843), pero el tema ha atraído más atención a partir de los últimos años del siglo xx, incluso su léxico especializado (Pastor 1997). Este interés se ha incrementado cuando nuestra sociedad urbana ha percibido que la trashumancia constituía una verdadera cultura que estaba en su fase final, ya en vías de desaparición, lo que ha llevado a recoger los relatos de itinerarios y los testimonios directos de los pastores (Pérez Laya 1985; Bandera y Marinas 1996; Rodríguez Pascual 2001; Cardelús 2004; Hernáiz González 2012; Martín 2017; Ramos et al. 2020; etc.) y a convertir las vías ganaderas en un recurso turístico (AA.VV. 2003; González Martín 2012; Sánchez-Sánchez 2019; etc.).

La ganadería trashumante ha motivado numerosos estudios, generalmente centrados en La Mesta, tanto sobre su historia (Klein 1920; Anes y García Sanz, eds. 1994; García Martín y Sánchez Benito 1996; Vicente Legazpi 2000; Diago Hernando 2002; etc.) como sobre su importante papel económico (Klein 1920; id. 1979; Ruiz Martín y García Sanz 1998; Anes y García Sanz, eds. 1994; etc.). Es bien conocida la importancia de la ganadería trashumante en la Sierra de Albarracín, que ha suscitado una amplia bibliografía (Antillón 1795; Moreno 1966; Kerkhoff 1989-1990; Bacaicoa et al. 1993; Almagro-Gorbea 1995; id. 2001; Berges 1983; id. 2009; Castán 1996; id. 1998; id. 2002; id. 2004; id. 2008; Argudo 2001; Ramos et al. 2020; etc.), como también la de las tierras de Teruel (Otegui 1985-1986; Castán, 1998; id. 2002; Abad 2005, 24 y 27; Castán y Serrano Lacarra, coords. 2004; Vidal y Antón 2007; etc.) y de la Serranía de Cuenca (JPFP 1947; Vicente Legazpi 2000). Lo mismo cabe señalar en el Levante (Lemeunier 1990) y en Murcia (DGMA-Murcia 2014; id. 2016; Contreras, coord. 2019; Sánchez-Sánchez 2019) y en otras regiones de España (Miteco Cuadernos de trashumancia (s.a.), tanto en Castilla, especialmente en Soria (AA.VV. 1994; Deplante 1997; Diago Hernando 2002; Luque 2009; etc.), La Rioja (Pérez Laya 1985; Elías y Muntión 1989), León (Gómez Sal y Rodríguez Pascual 1992; Pascual y Gómez Sal 1992; Bandera y Marinas 1996; Rodríguez Pascual 2001; etc.) y Extremadura (Rodríguez Becerra, ed. 1993; Flores del Manzano 1999; Miteco-Extremadura (s.a); etc.), además del País Vasco y los Pirineos, donde ofrece características peculiares (AA-VV. 2010; Violant 1979; Pallaruelo 1988; id. 2010; etc.).

Por ello, no se pretende aportar nuevos datos a los estudios existentes sobre la ganadería trashumante en la Sierra de Albarracín, en la que esta actividad ha jugado siempre un papel fundamental (vid. supra). Este hecho se debe a que es «un islote de pluviosidad entre zonas de lluvias escasas» (Vilá Valentí 1952; Moreno 1966: 57), formadas por las llanuras esteparias que la rodean, lo que favorece el desarrollo de valiosos pastos de verano, muy apreciados por su calidad (Asso 1798, 109; Galindo 1954, 131), por lo que eran una estratégica reserva alimenticia estival para la ganadería trashumante. Este hecho ha condicionado la muy dura vida de sus gentes y también su cultura y su historia, pues exigía mantener una organización comunal, de origen prerromano, como ya señaló Joaquín Costa (Costa 1981, 339 s.; Almagro-Gorbea 1995), para aprovechar los pastos, y organizar un sistema de trashumancia para evitar los fríos periodos invernales, como observó Isidoro de Antillón a inicios del siglo xix, al señalar que «Ni los altos puertos de León, Asturias, Guadarrama, Cuenca, Albarracín, etc., cubiertos de nieve por el invierno, podrían sustentar los ganados, que en número tan prodigioso aprovechan sus frescuras y sabrosas yerbas veraniegas; ni las pingües dehesas de Extremadura, Mancha, Valencia y Murcia, esterilizadas por el sol del estío, podrían mantener en aquella estación los inmensos rebaños que las pacen de invierno» (Asso 1824, 139 s.).

Esta verdadera «isla ecológica» ha condicionado formas de vida propias (Galindo 1954: 132; Calvo 1973; Almagro-Gorbea 1995), entre las que destaca el pastoreo de ovejas merinas para la trashumancia, perfectamente adecuado a las características físicas del terreno y a su estructura comunal de la propiedad. Este ganado trashumante tuvo gran importancia económica y social, como en toda la España del Antiguo Régimen (Klein 1920; id. 1979; Ruiz Martín y García Sanz 1998; etc.). La Sierra de Albarracín en el siglo xviii llegó a producir 24000 arrobas de lana, de lo que J. de Asso dedujo que debía contar con cerca de 150.000 cabezas (Asso 1789, 109), pero, según observó Isidoro de Antillón (1795), «el [ganado] lanar se compone en el día de 28.500 cabezas estantes, o que pastan todo el año en el país, y 50.000 trashumantes a Extremadura. Éstas producen una arroba de lana cada cinco cabezas, y aquella una cada seis: con que resulta, que la producción de lanas de todo el partido asciende a 10.000 arrobas [de 13,2 kg] de trashumante, y a 4.510 de estante. Sin embargo, a mediados del siglo xx, cuando comenzó la trashumancia el pastor cuyos recuerdos se analizan en este trabajo, las ovejas existentes ya sólo eran 89.000, aunque todavía suponían 59,5 animales/km2 y algunos de sus municipios, en especial Villar del Cobo y también el de Frías, tenían más de 10.000 cabezas.

La Comunidad de Albarracín, a pesar de ser Aragón, formaba parte desde época medieval de la Mesta y era la cabecera de la Real Cañada de Cuenca, a la que confluían los ganados de Molina, Cuenca y Albarracín, tierras que conformaban la zona meridional de la antigua Celtiberia. Los ganados de la Sierra de Albarracín iban preferentemente a Sierra Morena, al Valle de la Alcudia y al Campo de Calatrava (Moreno 1966: 65); pero también, en especial desde la zona suroriental de Jabaloyas, partían hacia Levante y el Sureste para invernar en Castellón y Valencia, lo que se denominaba «bajar al Reino» [de Valencia] (Castán 1998). Igualmente iban a Alicante y a Murcia (Moreno 1966, 80), como ocurre en este caso. Esta es la zona de trashumancia levantina, que comprende el sur de la provincia de Castellón, la de Valencia y la zona centro-norte de Murcia. De las 22.525 cabezas que invernan en esta zona, el 3,6% van a la provincia de Castellón, un 56,7% a la de Valencia, el 34,5% a la de Alicante y sólo el 4,9% se dirige a la provincia de Murcia.

Es evidente y bien sabido que la vida de pastor exige una concepción mental especial, que se adquiere desde niño, cuando, entre los 6 y los 7 años, se deja el ámbito de la madre y se pasa al del padre, primero para ayudar como zagal mientras se aprende, y después como pastor.

Ser pastor trashumante exige un especial carácter, que no depende de una elección personal, sino que era el único medio de adaptarse a la dureza de su medio de vida, pues, además del duro día a día y de los largos viajes a pie, como el entrevistado reconoce, suponía vivir sin familia durante seis meses al año, lo que resultaba igualmente duro para la mujer y para el resto de la familia (Castán 1998, 179).

Sin entrar en detalles sobre esta forma de vida, queremos resaltar en este caso la capacidad de memorizar el camino que tenían los pastores trashumantes, como ocurre con los pastores nómadas y también con los marineros. La capacidad de saber encontrar el camino que se desea seguir en un itinerario complejo es una de las principales funciones congnitivas (Wolbers y Hegarty 2010), radicada en el hipocampo (Huth 2013; Eichenbaum 2017), cuyo estudio suscita especial interés entre antropólogos, biólogos, neurólogos y psicólogos (Pick 1983; Spiers y Maguire 2007; Lalonde 2014; Eichenbaum 2017; Ekstrom et al. 2017; Ekstrom et al. 2018; etc.). Orientarse al viajar, navigate «navegar» en terminología anglosajona, «es el proceso de elegir y mantener una trayectoria de un lugar a otro» (Gallistel 1990, 35). El hombre, como otros animales, se orienta de cuatro formas en el espacio. Una es usar referencias físicas o astrales, como el Sol, aunque este astro se «mueve» en el cielo cada hora unos 15°, o como la luna y las estrellas por la noche, cuyos movimientos el hombre ha conocido desde la Prehistoria. Otra forma es utilizar como referencia puntos geográficos, pues el cerebro, al recibir un estímulo, tiende a identificarlo con los recuerdos conocidos de épocas anteriores, lo que explica la capacidad del hombre de reconocer las imágenes que percibe visualmente, dada la interacción del sistema visual humano con el cerebro (Bednarik 2017). También el hombre, como algunos animales, usa mapas mentales, pues tienen la capacidad de conformar, de forma pasiva y automática, un mapa cognitivo mental de los elementos presentes en un territorio, lo que les permite orientarse cuando se desplazan por él y recordar posteriormente la ruta realizada, función radicada en el hipocampo. Finalmente, otro sistema, relacionado con los anteriores, es la llamada «estimación ciega», que es la capacidad de recordar el punto de partida y el camino realizado gracias al cálculo inconsciente de la distancia recorrida y de la orientación del trayecto realizado por referencias al Sol y a otros accidentes. Estas formas de orientarse son innatas en el hombre, pero se desarrollan a medida que se practican desde muy temprana edad.

Los pastores desarrollan esa memoria topográfica selectiva desde niños que les facilita fijarse de forma casi inconsciente en detalles para reconocer el terreno, orientarse y encontrar el camino más adecuado. Lo mismo ocurre entre los pueblos nómadas, que son capaces de cruzar grandes extensiones de territorios aparentemente monótonos y en ocasiones muy hostiles, como los desiertos, como observó Jaccard (1932) y han analizado otros autores (Demoulin 1932; Eydou 1943; Bernus 1995; Demangeot 2001; Frey 2015, 37 s.). Lo hacen gracias a un especial sentido de la orientación, basado en una memoria topográfica especializada, adquirida por medio de la experiencia (Jaccard 1932, 215 s., 310). Desarrollan, sin ser conscientes de ello, un agudo sentido de la observación, que les permite analizar elementos casi imperceptibles, que reconocen y por los que se guían, elementos que muchas veces recuerdan por su topónimo, lo que contribuye a su memorización, en ocasiones con ayuda de relatos más o menos legendarios de sucesos ocurridos en viajes anteriores (Demangeot 2001, 69), lo que les permite memorizar mejor su «mapa mental» (Beresford 2013, 190). Una simple confluencia de dos barrancos, un cruce de caminos, una roca, un árbol determinado, los montes del horizonte y, en especial, los pozos y fuentes, constituyen hitos significativos, como ocurre entre los tuaregs (Bernus 1995: 44 s.). Esos detalles son capaces de memorizarlos y describirlos a distancia con toda precisión, lo que denota una memoria topográfica muy desarrollada y especializada, como ocurre en este caso.

Esta forma de memorizar la topografía también la desarrollan los marinos, otra forma de vida muy especializada, en sentido personal y social y en el contexto en que desarrollan su actividad. Sus conocimientos de navegación, rutas y vientos suponen conocimientos que se transmitirían oralmente de unos marinos a otros y, probablemente, de padres a hijos, precisados con ayuda de la experiencia personal. Este proceso les permitía tener un «mapa mental» o «mental cart» (Fenton 1993, 45 s.; McGrail 1987, 281; Beresford 2013, 190), mucho antes de que se recogieran y se pusieran los datos por escrito en periplos, ya existentes en el siglo VI a.C., y, por supuesto, mucho antes de que se dibujaran en mapas y portulanos. De este modo, incluso en malas condiciones, eran capaces de «reconocer» un lugar, de seguir la ruta, de encontrar el embarcadero más adecuado y de evitar peligros.

Estos «mapas mentales» se basan en datos e imágenes de elementos característicos del paisaje, memorizados gracias a una memoria especializada y selectiva, en ocasiones favorecida por la reiteración de la experiencia al repetir el mismo camino una y otra vez. El paisaje, la topografía y otros elementos se memorizan y recuerdan de forma selectiva y de manera casi inconsciente al viajar, hecho que ocurre entre navegantes, pero también entre los nómadas y los pastores trashumantes, como demuestra este caso, como probablemente lo mismo sucede en pueblos cazadores, que conocen instintivamente, gracias a la experiencia especializada acumulada, dónde y cómo localizar las presas. Esta capacidad para reconocer el paisaje hace suponer que esta tradición cultural procede de tiempos prehistóricos, cuando el hombre se vería obligado a desplazarse por el territorio y a desarrollar esta capacidad de memoria topográfica selectiva, lo que explica el interés que ofrece la memoria topográfica de pastores, cazadores y pescadores, una cualidad que resulta sorprendente para el hombre actual, como refleja este caso de Matías Pérez Larrea aquí analizado.




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NOTAS

[1] Esta duración coincide con los 20 días que duraba el viaje a Murcia y los 30 días a Andalucía según López Marín (2012, 67), quien también señala que el viaje se iniciaba a inicios noviembre para volver en el mes de mayo.

[2]Es muy posible que se refiera a la fábrica de lanas de Tramacastilla, que estuvo en actividad hasta los años 1960 (Palomar Martínez 2009; López Marín 2012, 105).



La memoria topográfica del pastor trashumante ¿un «mapa mental» de origen prehistórico?

ALMAGRO-GORBEA, Martín / PALLARES MARTINEZ, Miguel / RUBIO GARCIA, Blas

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489.

Revista de Folklore

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