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Revista de Folklore número

489



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Tras las huellas del demonio en la provincia de Segovia

SANZ ELORZA, Mario

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489 - sumario >



El demonio y lo demoníaco en las principales religiones

Definir lo «demoníaco» o «lo satánico» en pocas palabras no es tarea fácil, debido a la enorme variedad de religiones y creencias que a lo largo de los tiempos y de la geografía han existido. No obstante, podemos hacer una primera distinción para la concepción del mal y de los seres que lo representan entre los ámbitos religiosos politeísta y monoteísta. Para las religiones politeístas en general, lo demoníaco puede estar formado por entidades de inferior rango a los dioses, hostiles y perjudiciales para los seres humanos y enemigas de aquéllos, tal y como podemos ver en las antiguas religiones mesopotámicas. También puede tratarse de verdaderos dioses, como el Seth de los egipcios, antagonista de los «dioses buenos», o una pléyade de dioses, monstruos, titanes o incluso humanos opuestos a otros dioses del panteón, como es el caso de la mitología griega. En el contexto de las religiones monoteístas, para la mayoría de credos el concepto de dios único omnipotente, eterno y omnisciente es incompatible con la existencia de seres con una posición ontológica de igualdad ante él, de tal modo que lo maléfico solo puede existir por obra del mismo creador, de acuerdo con su voluntad todopoderosa, más o menos misteriosa, con independencia de la interpretación teológica que se haga.

Existen indicios para sospechar la posible continuidad del culto a un dios cornudo de la mitología celta, llamado Cernunnos[1] y la conformación del diablo. Dicha hipótesis, defendida por Margaret Murray, encuentra su apoyo en el análisis de la iconografía, dispersa por toda la Galia, pues ningún autor antiguo lo menciona. Sin embargo, parece que tanto los celtas como otros pueblos de pastores y agricultores, incluso del neolítico y de la Edad del Bronce, consideraban a un dios cornudo como una deidad de suma importancia. Durante milenios, la caza de animales, cornudos los más apreciados, por cierto, junto con la recolección de vegetales silvestres, fue la actividad productiva más importante para la subsistencia. Por otra parte, los cuernos eran un inequívoco símbolo de agresividad y poder. Cernunnos aparece asociado al carnero, al toro y al ciervo en contextos galo-romanos, y también con cabezas humanas, lo que para algunos sugiere su conexión con aspectos telúricos y de fertilidad, es decir tanto de ultratumba como de la abundancia. A pesar de que su iconografía es variable, presenta algunas constantes, como su posición sedente al estilo búdico, cuernos de ciervo sobre la cabeza, túnica corta y manto sobre el pecho, brazaletes, rostro de hombre barbudo, etc[2]. Una de sus representaciones más conocidas es la del caldero de Gundestrup, datado en el siglo i a.C., en las que el dios aparece en postura búdica, rodeado de animales cuadrúpedos y cornúpetas y portando un torques (collar rígido y redondo) en la mano derecha y una serpiente en la izquierda. Paralelamente a la adoración al dios cornudo masculino, aquellas sociedades ancestrales practicaban un culto a un principio femenino, símbolo de la fecundidad femenina y de la fertilidad de la tierra. Aunque su verificación no puede sustentarse en pruebas documentales, es posible suponerlo como adoración a las diosas madres y a las diosas lunares. La antigüedad de este culto puede remontarse en Europa occidental a tiempos precristianos[3]. Sostiene la antropóloga Margaret A. Murray que el cristianismo, en su afán de exterminar todo paganismo anterior, puso en tela de juicio la validez del culto al dios cornudo, al considerar maligna toda deidad no cristiana. Las religiones «modernas», en su afán por dar solución al problema de la teodicea, esto es de la existencia del mal en el mundo, aparentemente incompatible con la idea de la bondad divina, crearon el concepto del diablo, como ser necesario para encontrar una explicación lógica a esta contradicción. Así, la construcción del diablo cristiano se llevó a cabo a partir de antecesores prehistóricos, egipcios, asirios, persas, hebreos, celtas, griegos y romanos. En la imagen más extendida del diablo cristiano llaman la atención ciertas analogías con las del dios Cernunnos.

En la antigua Mesopotamia, el pensamiento religioso sumerio dirigió su atención preferentemente al desarrollo de la mitología y a la comprensión de sus dioses, mientras que el acadio se mostró más preocupado por las cuestiones terrenales[4], entre ellas la enfermedad, la lucha por la supervivencia, la protección contra los seres infernales y la muerte. Uno de los aspectos destacables de la religión babilónica es la práctica de la adivinación y de la magia, ésta última con el objetivo de combatir a los demonios, concebidos como unos seres repulsivos, de aspecto bestial, crueles e insensibles a las desgracias y ruegos humanos. Según la escatología mesopotámica, el destino del ser humano tras la muerte no era simplemente la corrupción de la materia y su desaparición, sino que una parte de él iba a parar al inframundo o «Arallu», que en sus geografías del más allá es un lugar vicario del Hades griego. Se trata de un destino sin retorno, hasta para los mismos dioses, como se muestra en la Epopeya de Gilgamesh, la obra más célebre de la literatura mesopotámica. El inframundo babilónico estaba habitado por demonios que no eran necesariamente más perversos y terroríficos que muchos mortales. Simplemente eran carceleros que impedían salir del inframundo. Para los babilonios, por muy temibles y terroríficos que fueran los demonios del inframundo, los peores horrores y desdichas se encontraban en la vida terrenal. También se creía en la existencia de demonios dispuestos a dañar y perjudicar a los vivos, y para defenderse de ellos era conveniente acudir a exorcismos, amuletos, talismanes y ritos mágicos. Uno de los más temidos, femenino por añadidura, era Lamasthu, hija de An, el dios del cielo, a su vez engendrado por la diosa Maunmu junto a Ki, diosa de la tierra. De la unión de An y Ki nacieron los restantes dioses del panteón sumerio. Lamasthu, al ser estéril, solía dar rienda a su crueldad ensañándose con los niños y sus madres. De acuerdo con la mitología mesopotámica, se alimentaba de niños lactantes, que arrebataba a sus madres mientras dormían para devorar su carne y beber su sangre. Se le consideraba responsable de los abortos y de la muerte súbita de los bebés en la cuna. Su animosidad contra la fertilidad también la padecían las madres, y en ocasiones los hombres adultos a los que devoraba inmisericordemente. Contra este demonio solo cabía acudir a la magia, y para ello se utilizaban amuletos con la imagen de Pazuzu, demonio relacionado con la muerte, representado con cuerpo de hombre, cabeza de león, cuernos de cabra, garras y alas de rapaz, cola de escorpión y pene con forma de ofidio. Con la palma de la mano derecha señala hacia arriba y con la de la izquierda hacia abajo. De esta guisa lo podemos ver en una figurilla que se conserva en el Museo del Louvre de París, que fue utilizada para dar forma visible al satán del cristianismo en la saga cinematográfica de El Exorcista. Las enfermedades se atribuían a demonios acechantes, resultando especialmente peligrosos «los siete espíritus del abismo», que atacan otras tantas partes del cuerpo («Ashakku», la cabeza; «Namtaru» la garganta; «Utukku», el cuello; «Alu», el pecho, etc.). Pese a que la influencia ejercida por las religiones mesopotámicas en otras posteriores fue inferior a la egipcia, en cuanto a la magia y la demonología, algunos de sus conceptos y tradiciones han perdurado, más o menos adaptados, lo que puede vislumbrarse sobre todo en el judaísmo. En efecto, desde la deportación de los judíos a Babilonia por Nabucodonosor, Mesopotamia se convirtió en el principal centro judío, hasta el punto de que allí fue redactado el Talmud Babilónico, libro fundamental del judaísmo rabínico. Allí, tanto el Talmud como el judaísmo en su conjunto recibieron la influencia de las creencias y supersticiones mesopotámicas acerca de los seres demoníacos, de tal guisa que algunos de los demonios del judaísmo no eran otra cosa de antiguos demonios mesopotámicos sincretizados, como Lilith, la primera y traidora esposa de Adán.

En la teología osírica egipcia, la idea del mal antagonista se concreta en el dios Seth, hermano de Osiris y de Isis. El resentimiento y la envidia de Seth hacia Osiris, que ambicionaba el trono egipcio ocupado por éste, le llevo a asesinarlo traicioneramente. Gracias a la magia de Isis, a la postre diosa de la fertilidad, se reensambló el desmembrado cuerpo de Osiris, devolviéndole a la vida. En el mito de Osiris muerto y resucitado reside parte de la escatología egipcia, tan fascinante y compleja, que todavía sigue brindándonos descubrimientos sorprendentes. Tras la muerte terrenal, los antiguos egipcios pensaban que el principio vital llamado «ka» perduraba tras separarse del cuerpo físico, el «khet». El «ka» podía aspirar a la inmortalidad, pero al ser la sede de los sentimientos, quedaba a expensas de ser sometido a juicio y asumir su responsabilidad ante los dioses. No sin variaciones debidas a la dilatada historia del Egipto faraónico, en general se creía que los finados eran conducidos por Anubis ante la presencia de Osiris, confinado en el inframundo o «Duat». Allí se les extraía el corazón, que era depositado en el platillo de una balanza. Entonces, era sometido el difunto a un juicio ante un jurado compuesto por 42 dioses, de tal guisa que el corazón aumentaba de peso o disminuía según el signo de las respuestas. Si el veredicto era positivo, el «ka» podía volver a la parte física, ahora una momia, convirtiéndose en un ser benéfico con derecho a habitar en el paraíso. Si, por el contrario, la sentencia era desfavorable, el corazón era arrojado a «Ammyt», un ser demoniaco y monstruoso, devorador de los muertos, representado con cabeza de cocodrilo, patas traseras de hipopótamo y melena, torso y patas delanteras de león. Esto representaba una segunda muerte y la imposibilidad de conseguir la inmortalidad. El contenido de este relato mitológico nos sugiere inmediatamente la noción de Psicostasis o Peso de las Almas del cristianismo, previo al Juicio Final, tema ampliamente tratado en la iconografía del arte románico, donde el arcángel san Miguel se sitúa en uno de los platillos de la balanza y Satanás en el otro, expectantes ante el sentido de la inclinación de la balanza, pues de ello depende si el alma del difunto será ganada a su favor.

En la religión de la antigua Grecia, los dioses no se concebían como los creadores del cosmos, sino que formaban parte de él, surgidos de un caos originario, y luego reproducidos por unión sexual entre ellos. Los dioses griegos no eran ni omnipotentes ni eternos, pero sí muy poderosos. Así Urano fue derrocado y castrado por su hijo Cronos y éste, a su vez, derrocado por Zeus. Lo demoníaco estaría constituido por aquellos seres mitológicos enemigos o antagonistas de los dioses olímpicos. No obstante, su ontología podía ser muy variable, desde dioses de una generación anterior que había sido derrocada, como era el caso de los titanes, hasta gigantes o incluso seres humanos. En este contexto, lo demoniaco no representa rebeldía de unos seres contra sus creadores ni tampoco necesariamente hostilidad contra los mortales, como el Satán del cristianismo o el Ahrimán iranio, pues los mismos dioses del panteón podían comportarse de forma extremadamente cruel, ante la impasividad de otros dioses más poderosos. Lo demoníaco en el mundo helénico se podía entender más bien como una respuesta desafiante, y en cierto modo heroica, de unos dioses primordiales benévolos con los humanos, contra otros dioses tiránicos y advenedizos. Los titanes, seis masculinos y seis femeninos, hijos de los primeros dioses, Gea (la tierra) y Urano (el cielo), constituían una generación de dioses anterior a la olímpica, que fue derrotada por Zeus y sus hermanos. En la mitología griega, la figura del titán Prometeo se muestra como lo más parecido a un demonio, más por su rebelión contra los dioses que por su hostilidad contra los mortales, pues la razón de su desafío no era disputar el poder a los dioses olímpicos, sino poner freno a su despotismo y devolver a los seres humanos la dicha de la que gozaban con los dioses anteriores. Según el mito, Prometeo se atrevió a robar el fuego, que antes Zeus había arrebatado a la humanidad, para devolvérselo a los humanos. Zeus castigó por una parte a los humanos enviándoles a la primera mujer, Pandora, con una caja que contenía todos los males, pues con anterioridad la humanidad era exclusivamente masculina. Pandora, movida por su irrefrenable curiosidad, abrió la caja y de ella salieron toda suerte de desgracias e iniquidades que asolaron a la humanidad, que hasta entonces había sido feliz y dichosa. El castigo que Zeus reservó para Prometeo consistió en encadenarlo en el Cáucaso y enviarle cada día un águila que le devoraba el hígado, y para que el tomento fuera perpetuo, su hígado se regeneraba cada día. Así el titán Prometeo presenta una condición dual, de filántropo y teófobo a la vez. Los gigantes eran otros seres sobrenaturales surgidos de Gea y de la sangre de Urano, a los que Cronos castró. Eran descomunales y muy fuertes, pero vulnerables a la muerte si ésta se la infringían a dúo un dios y un mortal. Rebelados también contra los dioses olímpicos y derrotados, una vez muertos fueron encarcelados en el Tártaro o Hades, pues no está muy clara la diferencia según el relato mitológico al que nos atengamos, acompañando a los titanes. Se trata del inframundo a donde iban a parar las almas de los difuntos. No obstante, la escatología griega no es especialmente optimista en cuanto al destino que espera tras la muerte. En el Hades, las almas vivían en un estado de abulia, sin sufrimiento, pero a la vez sin ningún tipo de satisfacción o placer. También era lugar de castigo para criminales e infames, donde eran sometidos a torturas y penosidades eternas. La prisión de los titanes en el Tártaro era custodiada por tres gigantes monstruosos provistos de cincuenta cabezas y cien brazos. Sin tratarse de un ser propiamente demoniaco, hemos de mencionar dentro de la mitología griega a Pan, hijo de Hermes, dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina. Dotado de una gran potencia y apetito sexual, se dedicaba a perseguir por los bosques, en busca de sus favores, a ninfas y muchachas, por lo que, en este sentido, si tiene cierta relación con el diablo, pues este hizo de la lujuria uno de los principales señuelos para llevar a los humanos por el camino de la condenación. De su imagen de macho cabrío con rasgos antropomorfos tomo buena cuenta la incipiente Iglesia cristiana en su esfuerzo aculturador de anteriores cultos paganos, al asimilarlo a Satanás.

Es en las religiones dualistas iranias donde la idea de una deidad maléfica y causante del mal se muestra del modo más explícito, sirviendo de explicación comprensible y satisfactoria para el problema de la existencia del mal en el mundo, cuestión ésta, la de la teodicea, que religiones como el propio cristianismo, apenas pueden justificar con un juego de palabras. Estas religiones son básicamente dos: el mazdeísmo y el maniqueísmo. La primera fue predicada por Zoroastro o Zaratustra (628-551 a.C.), en una región situada al sur de mar de Aral. Su doctrina consistía en un dualismo entre un dios bueno llamado Ahura Mazda y un dios malo llamado Angra Mainyu, o más comúnmente Ahrimán[5]. Este era una especie de Satanás, señor de la mentira, el engaño, las tinieblas, el mal y la muerte. Estaba acompañado por una cohorte de seres malvados, llamados «devas». En la escatología mazdeísta, tras la victoria final de Ahura Mazda, que tendrá lugar en unos doce mil años, los muertos resucitarán y serán sometidos a un juicio final. Los justos alcanzarán el paraíso y los malvados sufrirán un castigo duro y largo, aunque no eterno, puesto que, si así fuera sería incompatible con la bondad de Ahura Mazda, y además habría supuesto la continuidad de la existencia del mal una vez consumada la victoria final. No obstante, es curioso notar que el infierno mazdeo no es ígneo, como el de las religiones abrahámicas, sino gélido, y esto es debido a que la religión de Zoroastro surgió en una zona de clima muy frío, donde el hielo es sinónimo de infierno y sufrimiento. Sin embargo, Palestina o Arabia son regiones donde el clima es extremadamente caluroso, el sol es abrasador y la sombra es la salvación. De ahí que el infierno de los cristianos y los musulmanes sea de fuego y el paraíso se asocie con el frescor. El mazdeísmo se difundió con facilidad por el antiguo imperio persa, haciendo suya la doctrina mazdea los soberanos de la dinastía aqueménida. Profundizando en la demonología mazdeísta, Ahrimán tenía a sus órdenes huestes de demonios formadas por los «devas» (dioses a los que Zoroastro convirtió en demonios), los «dorugs» (monstruos femeninos causantes de las mentiras, de la corrupción de los cadáveres, de la menstruación, etc.), los «yârus» (brujos), los «pairikas» (hadas buenas y hermosas que Zoroastro convirtió en seres malvados y perversos), etc. Tras la expansión del islam por Irán, la demonología mazdeísta aún conservó cierta impronta en la épica musulmana persa, aunque el mazdeísmo como religión fue postergado. Sin embargo, Zoroastro fue incluido en la panoplia de profetas de Dios no mencionados en el Corán. En el mazdeísmo iraní se llamaba magos a los miembros de la casta sacerdotal guardiana de la ortodoxia mazdea. Así, en árabe maÿusi (mago), en plural maÿus, significa mazadeísta y magia (maÿûsiyya) era la palabra para referirse al mazdeísmo. El mazdeísmo fue la religión de Irán antes de la conquista árabe y su progresiva conversión al islam. Solamente subsisten en este país dos reductos mazdeos, en Kermán y en las cercanías de Yazd, junto con una pequeña comunidad de practicantes recientemente instalada en Teherán. También perdura esta religión en la India, en los alrededores de Bombay, y muy minoritariamente en Pakistán, Reino Unido y América del Norte[6].

La otra religión irania dualista, el maniqueísmo, fue fundada por Mani (215-276/277 d.C.), nacido en Mesopotamia, con la aspiración de conformar una síntesis que superara a las religiones anteriores en contenido y perfección, a partir de una revelación divina. En ella, se le encomendaba ser el profeta de una nueva religión dualista, que explicara la existencia del mal en el mundo y propusiera una doctrina de salvación. En realidad, en el maniqueísmo se da una especie de sincretismo al tomar elementos de otras religiones anteriores, como el gnosticismo cristiano, el mazdeísmo, el hinduismo, el jainismo, el budismo, etc. De acuerdo con esta doctrina, Dios no habría sido el creador del mal. Para la cosmogonía maniquea el mal se encontraba en las tinieblas y en la materia, originalmente separadas del mundo de la luz. En un momento, tinieblas y luz llegaron a unirse parcialmente, resultando necesario liberar a las partículas de luz atrapadas por la materia. Los humanos podían liberar sus partículas de luz si seguían un comportamiento adecuado. No obstante, a efectos de esta vía de salvación, en el maniqueísmo había dos tipos de fieles. Por lado estaban los perfectos, que eran célibes y vegetarianos, y por otro los simples fieles. Los perfectos podían liberar sus partículas de luz tras la muerte, mientras los simples fieles solo lo conseguirían después de reencarnarse en perfectos. Sobra explicar su analogía con el catarismo, que puede considerarse una reactivación del maniqueísmo en el occidente de Europa casi mil años después de la predicación de Mani. El éxito del maniqueísmo radicó en su convincente explicación de la existencia del mal, nada que ver con los proverbios ni con los misterios insondables de otras religiones, si bien proponiendo una concepción del mundo pesimista y contraria a todo materialismo, donde todo el bien solo se encuentra en lo espiritual y luminoso. En este sentido, aparentemente guarda ciertas semejanzas con el budismo. El maniqueísmo fue duramente perseguido y reprimido por el mazdeísmo hegemónico en el imperio persa, por el cristianismo en el Imperio Romano y en el Reino Visigodo y por el islam en todo el imperio omeya y abasida. Para los cristianos, se trataba de una peligrosa herejía, que se reactivó en el catarismo, ferozmente exterminado con la cruzada albigense. Para los musulmanes, Mani era un falsario y un pseudo-profeta. En cuanto a la demonología maniquea, retomando su principio dual, el mal, las tinieblas y la materia, no son sino la fealdad, la maldad, el deseo desaforado y la necedad, siendo sus demonios incontables, pero con un soberano por encima de todos ellos, el Príncipe de las Tinieblas, el anti-Dios (melêj hêshujâ, en arameo). El Príncipe de las Tinieblas es el instigador de todas las guerras. Sin embargo, habrá un tiempo final en el que la luz y las tinieblas se separarán definitivamente, todas las almas serán juzgadas por Cristo, y el mundo material será devastado por un incendio tas el que las últimas partículas de luz que no hubieran sido liberadas quedarán aprisionadas en una bola de materia, que acabará arrojada a una sima, y que finalmente será taponada por una enorme roca y de este modo, luz y tinieblas, quedaran separadas definitivamente. Las partículas de luz que quedarán dentro de bola no serán sino las de aquellos que rechazaron el maniqueísmo y escogieron seguir una vida aferrada a lo material, pues la materia no es más que deseo autodestructor y concupiscencia, que no lleva más que a devorar y a copular.

En el budismo, no existe ningún dualismo, rechazando tanto la noción de Dios como de Príncipe de las Tinieblas. Para Buda, no tiene interés preguntarse por cuestiones tales como el origen del mundo, o si es finito o infinito, eterno o perecedero, etc. Se trata de preguntas ociosas, pues sus respuestas no ayudan a liberar a los seres humanos del sufrimiento, que es en realidad el objetivo al que todo creyente aspira. Por ello, para esta religión la existencia de deidades, benéficas o maléficas, es contingente y prescindible.

El sintoísmo japonés es una religión animista y naturalista donde se rinde culto a los antepasados. Se basa en la veneración de los kami, que son espíritus de la naturaleza. Carecen de una divinidad genuinamente suprema, a lo más la diosa del sol, Amaterasu, identificada con la familia real nipona. El número de kami es infinito, habiéndose clasificado en kami de la tierra, de personajes ilustres, del universo, etc., pero también los hay malvados, demoníacos y del inframundo, con apariencia terrorífica y grandes poderes. Estos espíritus diabólicos (tengu) son representados con largas narices o con picos de rapaces. Los orgullosos y los jactanciosos tienen asimismo fama de tener largas narices, y se dice de ellos que son unos tengu[7]. En la escatología sintoísta, la parte espiritual o mitama sobrevive a la muerte física, y está llamada a vivir eternamente en el más allá, o bien en el infierno que es una suerte de condena a vivir una vida semejante a la terrenal.

En el llamado judaísmo clásico, surgido a partir de la destrucción del segundo templo, se rechazó la anterior idea, que sí fue tomada en cambio por el cristianismo, de que los demonios eran ángeles caídos. La omnipotencia de Dios no permite la existencia de ningún ser que la pueda desafiar, de tal modo que Satán es sencillamente un ángel más con una función específica, que es la de tentar y probar a los mortales, y siempre bajo la autoridad y la permisividad de Dios. El demonio no puede desobedecer al creador, pues lo contrario sería incompatible con su naturaleza angélica. Por tanto, para el judaísmo clásico es absolutamente inaceptable la noción de «ángeles caídos». En la religión judía existen otros seres digamos que demoníacos o malignos, llamados shedim, cuyos vicariantes en el islam son los ÿinn, de naturaleza inferior a la angélica y de dignidad inferior a la de los seres humanos, aunque más poderosos que éstos. Su relación, no obstante, con los mortales, al contrario que la de los demonios de otras religiones, no tiene porqué ser necesariamente hostil. Los shedim se vinculan con Lilith, primera esposa de Adán, que se sublevó contra él. El judaísmo, de ningún modo es un cristianismo primigenio, por más que compartan algunos de sus libros sagrados. La biblia judía, llamada «Tanak», se compone de la Torá, que son los cinco primeros libros del Antiguo Testamento de los cristianos (el Pentateuco), el Nebim (historias de los profetas) y el Ketubim (Escritos). El Tanak sería la ley escrita, a la que hay que añadir la Misná o ley oral y los comentarios rabínicos, ambos compilados en lo que se conoce como el Talmud. Para el judaísmo, el verdadero Libro de Israel es la Ley, ya que lo importante es la ortopraxia más que la ortodoxia. Por ello, los grandes rabinos, en su exégesis de la Biblia, más que deducir teorías sobre Dios o sobre el mundo, tratan de descubrir y establecer las normas que deben observar los creyentes[8]. Además del judaísmo, digamos ortodoxo, existe un judaísmo místico o esotérico, la cábala, aceptado por unos judíos y rechazado por otros, pero no considerado herético ni siquiera por los propios judíos ortodoxos, ya que, como hemos señalado, lo importante son las prácticas, los rituales y los preceptos que han de cumplirse rigurosamente, y no tanto las creencias dogmáticas. En el Tanak, Satán no es propiamente una entidad demoniaca, sino más bien un acusador miembro de la corte angélica, que pone a prueba a los justos para constatar que perseveran en su aflicción. Si aparecen, no obstante, otras entidades malignas menores, inspiradoras de la brujería y la adivinación, condenadas por la Torá. En el judaísmo posterior a la destrucción del segundo templo, no se acepta la condición angélica de Satán, pues los ángeles son criaturas excelsas incapaces de pecar. Se trata de un ser maléfico y peligroso, eso sí, al que conviene evitar, cuya misión es tentar a los seres humanos para ponerlos a prueba, pero que puede reportar mucho bien al afectado si logra superar las tentaciones, ya que grande será su recompensa. Los shedim son unos espíritus demoniacos, hostiles y peligrosos, de naturaleza intermedia entre la angélica y la humana, que aparecen citados en el Tanak (Deuteronomio y Salmos) y en el Talmud. Su rey es Asmodeo, cuya inspiración parece proceder del mazdeísmo, del que pasó al judaísmo y al cristianismo. Son los inspiradores de la brujería y la adivinación, y los dioses adorados por los idólatras de la Biblia. Se les atribuye una querencia por los lugares desérticos e inmundos, aunque pueden desplazarse y vivir por todo el mundo. Otro ser incluible en la categoría de demoniaco, que aparece en el Tanak (Libro de Isaías), es Lilith, inspirada en la diosa mesopotámica Lilitu, representada como una mujer desnuda, con garras de ave rapaz y flanqueada por dos lechuzas. La tradición rabínica la convirtió en la primera esposa de Adán, si bien abandonó a éste cuando le forzó a copular debajo, ya que lo consideraba una sumisión denigrante. Tras ello, se unió a orillas del mar Rojo con Asmodeo, con quien procreó multitud de hijos, llamados «lilim», peludos y de aspecto horrible. También la tradición rabínica atribuye a Lilith el alumbramiento de demonios, gestados tras haber copulado con otros demonios o con varones humanos a los que habría seducido. En la tradición cabalística, Lilith es el nombre de la primera mujer creada, anterior a Eva, y a la vez que Adán, directamente de la tierra y no de sus costillas. Al considerarse ontológicamente iguales, se suscitó una disputa entre ambos, en la que Lilith encolerizada pronunció el nombre de Dios y huyó para iniciar una carrera demoníaca[9]. Es también interesante el papel que desempeñan los demonios en sus relaciones sexuales con los humanos en la cábala, que como hemos señalado es la versión esotérica y mística del judaísmo. Los cabalistas tuvieron presente una antigua concepción de la procreación diabólica, ya fuese por polución o por otras practicas como el onanismo, basada en una tradición judía según la cual Adán, después del asesinato de su hijo Abel por su hermano, ya no quiso contacto carnal con su mujer y entonces fue asediado por unos demonios súcubos que le hicieron caer en la tentación. Fruto de estas uniones nació una raza de demonios llamados Nig’e Bne Adan (espíritus perniciosos que proceden del hombre).

Para la teología cristiana y católica, un demonio es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente[10]. Los demonios no fueron creados malos, sino que tras su creación, como al resto de los seres angélicos, Dios los sometió a la prueba previa anterior a la visión de la esencia de la Divinidad, esto es que antes veían a Dios pero no veían su esencia. Dicha prueba fue obedecida por unos y desobedecida por otros. Estos últimos se transformaron en demonios. Es decir, los demonios son como son porque ellos mismos lo provocaron, pero no porque fueran creados como tales. Esta explicación pasó posteriormente al islam. En la demonología judía anterior a la destrucción del antiguo templo, de cuya fuente bebió el cristianismo, se añaden además otras dos versiones del motivo de la caída. Una, recogida en el Libro de Henoc y en el de los Jubileos, tiene que ver con la lujuria. Algunos ángeles descendieron a la tierra para fornicar con mujeres y por ello fueron castigados. La otra habla de una rebelión directa de Satán, el ángel de más alto rango, contra Dios, con la pretensión de usurpar su señorío del cosmos. El alzamiento dio lugar a una guerra entre los ángeles malos y los ángeles buenos de la que salieron victoriosos los segundos, encabezados por el arcángel Miguel. Tras la contienda, los derrotados fueron arrojados al infierno. Con el paso del tiempo, la transformación de los demonios fue progresiva. Unos se fueron haciendo más perversos y soberbios, acrecentando su odio a Dios, y otros menos, al contrario que los ángeles fieles que se fueron santificando progresivamente[11]. Así se fue conformando la taxonomía del mundo angelical, que de acuerdo con la Biblia se compone de nueve jerarquías: serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles. Del mismo modo, también en la Biblia cristiana es posible rastrear la sistemática demoníaca y su nomenclatura: Satán o Satanás, así llamado tanto en el Antiguo Testamento como en los Evangelios, es el más poderoso de los demonios; Diablo es el nombre utilizado en el Nuevo Testamento para referirse a Satán; Belcebú es otra denominación con la que se conoce a Satán, que aparece en el segundo Libro de los Reyes del Antiguo Testamento. Lilith aparece en el Libro de Isaías, considerado, como hemos visto, un ser demoníaco por la tradición judía, muy posiblemente tomado de una deidad mesopotámica, representada con cabeza y cuerpo de mujer, alado y con patas de ave. Mas concretamente, Beelzebul, príncipe de los demonios, se cita en varios evangelios (Mt. 10 y 12; Mc. 3; Lc. 11); Asmodeo aparece en el libro de Tobias (Tob. 3), del persa aesma daeva (espíritu de cólera); Seirim aparece en el Levítico y en el libro de Baruc, derivado del hebreo sa’ir (macho cabrío); Demonio, utilizado en el Nuevo Testamento para desinar de forma genérica a los seres espirituales malignos (Jud. 9; Hech. 10), que etimológicamente deriva del griego daimon (genio); Diablo igualmente citado (Apoc. 2, 12 y 20; Mt. 4, 13 y 25; Hech. 13; Jn. 6, 8 y 13; Lc. 4 y 8; 1 Jn. 3; 1 Tim. 3; Sabi. 2; Ped. 5; Sant. 4; Hebr. 2; Efe. 4 y 6; 2 Tim. 2), palabra derivada del griego diaballó (calumniar, falsear, mentir); dios de este siglo (Efe. 2; 2 Cor. 4); gran Dragón (Apoc. 12); hijo de la aurora (Isa. 12); Legión (Luc. 8); el Maligno (Mt. 13; Jn. 2, 3 y 5; 2 Jn. 5; Tes. 3; Efe. 6); príncipe (Dan. 10); príncipe de la potestad del aire (Efe. 2); príncipe de este mundo (Jn. 12, 14 y 16); Satán (Job. 1; Crón. 21; Zac. 3); Satanás (Mt. 4 y 16; Mc. 1, 4 y 8; Jn. 13; Lc. 10, 11, 13 y 22; Rom. 16; 1 Cor. 5; 2 Cor. 11 y 12; 1 Tim. 1; 1 Tes. 2; Apoc. 3, 12 y 29; Job. 1 y 2; Hech. 5 y 26); serpiente antigua (Apoc. 12); el que está en el mundo (1 Jn. 4); Belial aparece en la segunda carta de Pablo a los Corintios (2 Cor. 6), cuya raíz baal significa señor; Apollyon aparece en el Apocalipsis (Apoc. 9), del hebreo abaddon (destrucción, perdición), y también en el Apocalipsis (Apoc. 9). En este último libro, el más esotérico y críptico del Nuevo Testamento, Abaddon es El Ángel Exterminador, el ángel del abismo insondable que reinará sobre las plagas de langostas que asolarán a la humanidad. También aparece identificado como el anticristo. Si bien los exégetas, al traducir los textos antiguos, utilizan denominaciones distintas, realmente hay que considerarlas sinónimas, por lo que Apollyon es un nombre más de Satán o Satanás. Aunque no figuraba originalmente en la Biblia, en la traducción al latín que hizo San Jerónimo, conocida como la Vulgata, apareció la denominación de Lucifer, palabra de etimología latina que significa «portador de luz». La inmensa mayoría de los textos eclesiásticos posteriores usaron dicho nombre como sinónimo de Diablo. Algunos teólogos, como el padre Gabriele Amorth, consideran a Lucifer el segundo demonio en importancia de la jerarquía demoníaca. No obstante, la relación de nombres de demonios puede hacerse interminable, si bien la mayoría no son reconocidos por la teología oficial, para la que no son otra cosa que un producto de la imaginación de sus inventores[12]. Así y con todo, demonógrafos como Johann Wierus, Crowley, Mathers, Pierre de Lancre o Collin de Plancy, propugnan la existencia de una «monarquía infernal» o «imperio infernal»[13], a cuyo frente como emperador se encontraría Satanás o Lucifer, y como príncipe de los infiernos Belzebú. Tras el emperador y el príncipe habría setenta y dos demonios principales, que se oponen a otros tantos ángeles, distribuidos conforme a la siguiente jerarquía: Nueve reyes: Bael, Paimón, Beleth, Pursón, Asmodeo, Balam, Belial, Viné y Zagan. Siete príncipes: Vassago, Sitri, Stolas, Orobas, Seere, Ipus y Gäap. Veinticuatro duques: Agares, Valefor, barbatos, Gusion, Eliges, Zepar, Bathin, Sallos, Aim, Bune, Berith, Astaroth, Focalor, Vepar, Uvall, Crocell, Furcas, Alloces, Gremory, Vapula, Haures, Amdusias, Dantalion y Murmur. Quince marqueses: Samigina, Amon, Leraje, Naberius, Forneus, Marchosias, Fénix, Sabnock, Shax, Oriax, Andras, Andrealphus, Cimejes, Decarabia y Ronove. Once condes: Furfur, Halphas, Räum, Bifrons, Andromalius, Viné, Ipus, Marax, Glaysa-Labolas, Ronove y Murmur. Catorce presidentes: Marbas, Buer, Botis, Foras, Malphas, Haagenti, Camio, Osé, Volac, Marax, Glaysa-Labolas, Zagan, Gäap y Amy. Hay que tener en cuenta que si todos suman ochenta, ello es debido a que hay demonios que ostentan dos cargos o títulos. Todos ellos se representan, al igual que los santos, conforme a unos atributos y fisionomías específicos. Además de la jerarquía del imperio infernal, según Wiurus existen demonios menores encuadrados en 6666 legiones, compuesta cada una de ellas por el mismo número (6666) de diablos, lo que supone un total de 44.435.556 seres demoníacos. Para la Inquisición, basándose en la obra de Fromenteau Le cabinet du Roy, el número es sensiblemente menor, totalizando 7.405.926, que es el resultado de multiplicar el gran número pitagórico (1234321) por 6. La visión más arraigada en la religiosidad popular se refiere al número 666 como «el número de Bestia», aunque su origen puede encontrarse más bien en el valor numérico del nombre de Nerón, emperador romano que persiguió con saña a los primeros cristianos. Otra famosa taxonomía diabólica fue la propuesta en 1616 por el jesuita Martín del Río, en su tratado Disquisitionum magicarum, utilizando como criterio clasificador el lugar de residencia (ígneos, aéreos, acuáticos, terrestres, subterráneos y lucíferos). La exégesis cristiana del Génesis identifica a la serpiente que tentó a Adán y Eva inequívocamente con Satán. En la teología cristiana, a diferencia de la islámica y la judía, no se concibe una categoría de seres ontológicamente intermedios entre los ángeles y los seres humanos, tales como los shedim o los ÿinn. En la cristiandad, a partir de la Alta Edad Media, la incapacidad de comprender la realidad de los fenómenos, y de afrontarlos espiritual y psíquicamente, concibe al diablo como la única explicación de todo aquello que atormenta y amenaza. Así el mundo se fue poblando de demonios, brujas, súcubos e íncubos[14]. El diablo existe, pero es más débil que Dios, de tal modo que el bien y el mal no son equivalentes. Dios es el bien y Satán es el mal, señor de los infiernos, encarnación de todos los pecados, vicios y bajas pasiones del ser humano. No obstante, la existencia del mal difama la grandeza y sabiduría del Creador. ¿Por qué existen las desgracias, las desdichas, las epidemias, las guerras? ¿Por qué mueren los niños, y las buenas personas? ¿Por qué permite Dios la existencia del sufrimiento y del mal? ¿Acaso puede ocurrir algo en contra de su voluntad? Para resolver esta contradicción, la teología cristiana creó una doctrina particular, la teodicea[15], cuyo objetivo es hacer compatible lo que aparentemente no lo es. Se trataba de demostrar que la existencia del mal no contradecía la existencia de Dios todopoderoso, que es el bien absoluto. La teodicea encontró una fuente verosímil de todo el mal combinando el libre albedrío del ser humano y el castigo por sus pecados con el dualismo, eso sí, desigual, entre el bien por excelencia que es Dios y el mal por excelencia que es el Maligno. En la teodicea, a diferencia de las antiguas religiones dualistas en las que los dos principios funcionaban como alternativos, el mal no está equiparado a Dios, sino a criaturas que están por debajo de él. El diablo propone y el hombre dispone con su libre albedrio.

En la teología islámica, la demonología también se encuadra dentro de su concepción del mundo angélico, pero de una manera muy diferente a como lo hace el cristianismo. Para los musulmanes, no existe más dios que Allâh, siendo el reconocimiento incondicional de esta premisa uno de los cinco pilares del islam. Su cuestionamiento o la asociación de Allâh a otras deidades es el único pecado para el que no cabe perdón. Los árabes preislámicos adoraban a Allâh, pero también a otros dioses menores, que fueron demonizados por la teología coránica. En la cosmología islámica se supone que Allâh lo ha creado todo, lo bueno y lo malo, el bien y el mal en el mundo, por lo que el problema de la teodicea queda completamente resuelto. Por debajo de Allâh se encuentran los ángeles, seres excelsos creados de la luz, que adoran a Allâh y le sirven, impecables e incapaces de desobedecerle. Hacen de intermediarios entre éste y los profetas. De hecho, fue el ángel Gabriel el que dictó el Corán a Muhammad. El elenco de ángeles es innumerable, y además se encuentra jerarquizado. Entre ellos, nos interesan especialmente Mâlik, que es el ángel guardián del infierno, Azrael que es el ángel de la muerte y Munkar y Nakîr que, bajo una terrible apariencia, interrogan a los difuntos que esperan en la tumba la resurrección. Por debajo de los ángeles, se encuentran los ÿinn, creados del fuego con anterioridad a los seres humanos. Se trata de una especie de genios dotados de poderes sobrenaturales, como la capacidad para desplazarse hasta el firmamento y espiar a los ángeles, también inspiradores de la adivinación y la poesía, que habitaron la tierra antes de la creación de Adán. Ontológicamente, se trata de una categoría de seres intermedia entre los ángeles y los seres humanos. Comparten con éstos algunas características, como la de nacer, crecer, comer, beber, tener relaciones sexuales, reproducirse y morir. Se diferencian de los humanos en cuanto a que son más longevos, poseen una naturaleza proteica que les faculta para adoptar distintas formas, pueden ser invisibles y también convertirse en lo que deseen. Allâh les ordenó que no practicaran la violencia entre ellos y que no maltrataran a los animales, pero le desobedecieron. Como castigo, fueron obligados a vivir en lugares inmundos como desiertos, ruinas, cementerios, pozos, letrinas y retretes, etc. Como la relación de los ÿinn con los seres humanos poder ser benéfica o maléfica, los musulmanes consideran conveniente invocar a Allâh cuando entran en alguno de estos lugares, así como evitar hacer nada que pueda dañarlos o provocar su venganza. De hecho, Mohamed Adib Issa, el muchacho que descubrió los manuscritos del Mar Muerto en 1947 murió, ya mayor, de cáncer, convencido que se lo había provocado un ÿinn en venganza por haber perturbado su sueño milenario en la cueva donde se encontraban las vasijas que contenían los susodichos manuscritos[16]. Un tipo particular de ÿinn son los shayâtîn, creados del humo en lugar del fuego, que son lo más parecido a la noción cristiana de «diablos», y entre los ÿinn, uno de ellos Iblîs, sería el equivalente a Satán, pero con notables diferencias. Para empezar, no se trata de un ángel, pues éstos son seres ejemplares. Iblîs era el único ÿinn que habitaba en el cielo, y esto era así porque después de la desobediencia de los ÿinn terrenales pidió perdón a Allâh, y éste lo escuchó y lo sacó de la tierra, convirtiéndose en el más devoto de sus adoradores. Cuando Allâh creo al primer ser humano, Adán, ordenó a todos los ángeles que se postraran ante él. Todos lo hicieron, excepto Iblîs, arguyendo que él había sido creado del fuego, y por tanto era superior a los humanos que habían sido creados del despreciable barro.

Allâh maldijo a Iblîs, pero aceptó su petición de retrasar su castigo en el infierno hasta el día del Juicio Final. Hasta ese momento, su misión consistiría en extraviar a los seres humanos, tarea que admitió gratamente, ya que los aborrecía por ser los causantes de su humillación y degradación. Llegado el día del Juicio Final, sería arrojado al infierno, junto con los shayâtìn y aquellos seres humanos a los que hubiera conseguido extraviar. En la exégesis de Iblîs ha existido cierta controversia, aunque solamente en la versión más mística y esotérica del islam, el sufismo, se contempla el perdón final para Iblîs, pues según su interpretación, la negativa de Iblîs a postrarse ante Adán no era sino muestra del estricto cumplimiento del primer pilar del islam, la sumisión a Allâh, que es incompatible con cualquier otra adoración o idolatría. Las primeras víctimas de Iblîs fueron Adán y Eva, ya que consiguió que desobedecieran a Allâh y con ello su expulsión del paraíso. Desde entonces, ha seguido y seguirá tentando a los seres humanos para desviarlos del camino recto. Por tanto, Iblîs no es ningún «Príncipe de las Tinieblas», ni tampoco el enemigo o el rival de Dios. Solo es el enemigo de los humanos. En el islam, el extravío de Adán y Eva no se concibe como el «pecado original», pues Adán pidió perdón a Allâh y fue perdonado. No se concibe que a partir de ese primer pecado la humanidad quedara mancillada e inclinada al mal, y menos aun que pudiera conseguir la redención por medio del sacrificio de Cristo en la cruz. Ninguna de estas nociones tiene sentido para los musulmanes. Adán y Eva pecaron por su debilidad, que es consustancial a la naturaleza humana. Allâh creó deliberadamente a los seres humanos frágiles, para que pecaran, pidieran perdón y pudieran ser perdonados.

Paralelamente a la visión terrorífica del tema demoniaco en el universo cristiano, ampliamente desplegada por el arte románico y por el gótico, coexistió una tradición burlesca en la cultura popular y en la literatura del siglo xvii, cuya referencia más conocida es la del «Diablo cojuelo» del dramaturgo Luis Vélez de Guevara, que recogió las andanzas de este personaje popular en 1641, así como otras de temática satírica menos conocidas[17].

Por último, resulta interesante la interpretación, digamos positiva, de Satanás como mito y no como ser sobrenatural, que se ha propuesto desde algunas posiciones del ateísmo, al compararlo con el Prometeo que desafió a los dioses para ayudar a los seres humanos. Según esta visión, Satanás se alzó como rebelde contra el tiránico Dios cristiano. Así lo presenta Bakunin[18], uno de los padres del anarquismo, al identificar a Dios como la herramienta del poder opresor que esclaviza a los hombres. Para el filósofo ruso, las dos facultades más preciosas del ser humano son la capacidad de pensar y la de rebelarse. Solo con ellas puede hacerse frente a cualquier irracionalidad. Desde esta perspectiva, en el mito bíblico del pecado original Satanás es el «eterno rebelde, el primer librepensador y el emancipador de los mundos» que incita a Adán y a Eva a desobedecer a un Dios egoísta, creador de unos seres humanos sometidos y esclavizados, a los que privó del acceso al goce del árbol de la ciencia.

Las posesiones, el exorcismo y la adoración del demonio en las diferentes religiones

Si existe un punto de coincidencia entre las distintas religiones este es, sin duda, como hemos dicho, el de la creencia en seres sobrenaturales malignos, pero también el de la admisión de la posibilidad de que éstos puedan manifestarse a través de los cuerpos de algunas personas. Se trata, muy probablemente, del asunto teológico más ecuménico que existe[19], incluso aún más que el propio concepto de Dios, donde las diferencias entre los distintos credos pueden llegar a ser en extremo acusadas. Parece como si todo lo relacionado con el lado oscuro y pernicioso obedeciera a un fenómeno de convergencia cultural. Tanto la posesión demoniaca como el medio por el cual la persona poseída puede recuperarse, es decir el exorcismo, son universales atemporales comunes a muchas religiones y creencias de todo lugar[20]. En un sentido mas amplio, podemos decir que la posibilidad de que seres sobrenaturales maléficos se introduzcan en personas mortales forma parte de las creencias de religiones tan diferentes a las que llamamos del libro, como lo son las africanas. Baste presentar, solo a modo de ejemplo, el caso de las creencias en la brujería entre los pueblos Bantúes[21], entendida ésta como un sistema simbólico que sirve para explicar las causas del infortunio humano, atribuyendo el origen de todos los males a la acción voluntaria o involuntaria de otros seres humanos por medios sobrenaturales. Conforme a ello, ocupa un lugar central la noción de evú, tan inefable que a la vez es y no es un ser o una cosa, un genio, una excrecencia visceral, un monstruo, una entidad divina y un espíritu que invade por completo el interior de algunas personas y les capacita, incita u obliga a actuar como brujos y hacer el mal. No obstante, se trata de un concepto ambiguo, pues también es la posesión de evú lo que confiere la posibilidad de alcanzar el conocimiento y el poder necesarios para luchar contra el mal, y por ende hacer el bien.

Para los cristianismos católico y ortodoxo, el exorcismo es un poder conferido por Cristo a sus sacerdotes, que lo utilizan no solo para sacar al demonio del cuerpo del poseído, sino también para procurar la salvación de su alma. De hecho, en los propios Evangelios se relatan exorcismos practicados por Jesús, como es el caso del de la hija de la mujer cananea, o de los poseídos por multitud de demonios en el país de los gerasenos (Marcos 5, 1-20; Mateo 8, 28-34). De hecho, la expulsión de demonios es uno de los milagros más frecuentes realizados por Cristo. Los sacerdotes que ejercen dicho ministerio están capacitados para someter al demonio a la autoridad de Cristo. Las diferencias entre el exorcismo católico y el ortodoxo se limitan a lo relativo a los ritos (fórmulas oracionales, cánticos, etc.). En las iglesias protestantes, el exorcismo no cuenta con el aparato ritual de las anteriores (uso de reliquias, unción con óleos sagrados, etc.), basando toda su efectividad en la fortaleza de la fe del poseído, de tal suerte que cuando el procedimiento no resulta efectivo se hacer cargar a aquél con el peso del fracaso, aduciendo que carece de convicción suficiente o bien que pone obstáculos a la salida del demonio.

En el judaísmo más tradicional los espíritus o almas desencarnadas y vagabundas, los llamados «dybbuk», son expulsados por un rabino formado en la kabbalah, conforme a un rito que ha contado con variantes a lo largo de la historia. Al no tratarse el «dybbuk» de un demonio propiamente dicho, basta con hablar con él para sanar su alma y sacarlo del cuerpo del poseso. En el judaísmo de corte más liberal, se presta escasa o ninguna atención al tema de la posesión.

En el islam, la práctica del exorcismo es bastante similar a la cristiana en cuanto a sus signos externos, lográndose la liberación por medio de la recitación coránica, la ingesta de agua bendecida, el baño y las abluciones con agua bendita, la entrada en comunicación con el demonio o con el genio maligno, la unción con aceites bendecidos, etc. La única forma lícita de sacar al demonio de una persona poseída es por medio de su petición a Allâh, y además el poseso ha de ser creyente. Los musulmanes creen, como hemos expuesto anteriormente, en la existencia de demonios o genios malignos, jerarquizados como los ángeles, que tientan a los humanos y pueden entrar en sus cuerpos. Entre las causas que pueden dar lugar a una posesión se encuentra desnudarse sin mencionar el nombre de Allâh, ya que entonces el genio de una mujer puede entrar en el cuerpo de un hombre que le atrae, y viceversa. Las posesiones de este tipo a veces pasan desapercibidas para quien las padece. También puede ser motivo de posesión dañar involuntariamente a algún demonio, simplemente al arrojar una piedra al aire o al verter agua caliente en algún recipiente, siempre que el genio se encuentre por allí y tenga el deseo de vengarse. La magia también puede ser causa de posesión, debiendo señalarse a este respecto que para el islam todo tipo de magia es malo. En la religión de Mahoma cualquier creyente puede practicar el exorcismo, sin que sea necesaria su pertenencia al clero. A estas personas se les conoce con el nombre de «shij». Existen además otros especialistas llamados «rifai», que se dedican a retirar las serpientes y los demonios de los posesos. Para ello van deambulando de aldea en aldea capturando serpientes y metiéndolas en un saco y practicando exorcismos.

Aunque para el budismo primordial la existencia de entes sobrenaturales maléficos es contingente, son tantas las variantes de esta religión que la cuestión se presenta polifacética. En el Libro Tibetano de los Muertos, texto fundamental del budismo tántrico, se plantea al practicante el sentido de que todos los momentos de la existencia son intermedios, inestables y transformables en una experiencia liberadora de iluminación. El ciclo de la vida consta de seis estados intermedios. Así, la vida intermedia sería cada vida normal, entendida como existencia entre nacimiento y muerte. El sueño intermedio es el periodo entre el sueño profundo y la vigilia. El momento de la muerte intermedio es el instante o periodo de varios días de inconsciencia entre la vida y la realidad intermedia, que es el estado de conciencia de hasta quince días de duración entre el momento de la muerte y las existencias intermedias. Al octavo día de realidad intermedia[22], aparecen las deidades negativas, vicarios de los demonios s.l., que adoptan la denominación de deidades furiosas, y que son los mismos budas arquetípicos, que aparecen en sus formas terroríficas. Los tibetanos entienden la muerte como la entrada hacia una transición, que puede ser muy peligrosa para aquellos que no están preparados, no han sido bien instruidos o bien presentan actitudes negativas, vicios o malos hábitos. El terror se imagina en forma del feroz y espeluznante «Yama», dios de la muerte, rey del inframundo y juez de los muertos. Se representa de color azul oscuro, con cabeza de búfalo y dos brazos, sosteniendo un báculo blanco formado por una columna vertebral, una calavera y un lazo, con el falo erecto, de pie, desnudo y montado sobre un búfalo que resopla fuego. Cuenta con una consorte aterradora, «Chamunda» y con hordas de esbirros que a sus órdenes vagan buscando las almas de los muertos para conducirlas al inframundo. Allí son sometidas a juicio, cuyo fallo puede ser favorable si predomina la virtud y, este caso, son enviadas a los reinos celestiales, desfavorable, y entonces su destino son los reinos infernales. Si la virtud es especialmente destacada, pueden incluso regresar al reino de los vivos, que se considera mejor que el cielo para la práctica espiritual. En el budismo, las creencias y prácticas en torno al exorcismo son muy variadas. Por ejemplo, tenemos la danza «Tiaowutu», de efectos exorcísticos practicada en la meseta Quinghai en el Tíbet, en la que los jóvenes danzantes van recorriendo las casas maquillados de tigres para matar a los demonios.

En el cristianismo siempre se ha considerado como uno de los atributos del demonio su afán por llevar a la perdición a los mortales. Para ello, se vale de tentaciones, ofrecidas con mayor perseverancia cuanto mayor sea la virtud y la devoción de la víctima. Paradigmático es el caso de los ascetas del desierto, como San Antonio Abad, que además de superar una vida en soledad, tuvieron que librar un combate personal contra el demonio y sus tentaciones para alcanzar la perfección de la virtud[23]. El propio Jesús fue tentado por Satanás en el Monte de las Tentaciones, situado no lejos de Jericó, cumplidos sus cuarenta días de retiro en el desierto. El diablo probó en vano a Jesús con tres tentaciones: riqueza, éxito y poder (Mc. 1, 12-13). También Santa Teresa describió los encuentros despiadados que tuvo que sostener con el demonio, lucha frenética y personal de la que salió victoriosa auxiliada por el Espíritu Santo. Personas menos virtuosas, como el Fausto de Goethe, pueden claudicar ante el ofrecimiento de placeres mundanos, llegando a entablar pactos con el demonio en los que éste les proporciona el acceso a la riqueza, al poder, a la juventud, al sexo, al amor, etc. a cambio de su alma, que se perderá a la condenación eterna. El pacto satánico ha dado lugar a innumerables leyendas, desde los primeros tiempos del cristianismo. Por ejemplo, la vida de San Cipriano de Antioquia, que antes de mártir fue nigromante, inspiró a Calderón de la Barca en El Mágico Prodigioso. En la comedia de Lope de Vega La gran columna fogosa, parecen vislumbrarse algunos episodios de la vida de San Basilio Magno, iniciado en la religión a partir del ejemplo de los eremitas de Siria y Arabia en la superación de las tentaciones del maligno. En Milagros de Nuestra Señora, Gonzalo de Berceo ejemplifica la intercesión de la Virgen María para salvar a un pecador, de nombre Teófilo, del pacto satánico. Para los teólogos medievales y padres de la iglesia, cuando un hecho no podía ser explicado ni como milagro, ni como resultado de las fuerzas de la naturaleza, ni por la habilidad del ingenio, es que mediaba pacto con el diablo. Dicho elemento resultó posteriormente esencial para considerar herejía a la brujería, y de este modo quedar sometida a la jurisdicción de la Inquisición[24]. Así comenzó la persecución de las brujas, al adquirir carácter herético las practicas hechiceriles.

La adoración de Satán se ha practicado, y se practica, a guisa de un cristianismo invertido, con una liturgia que trata de parodiar u ofender a la de esta religión. Así se celebran las llamadas «misas negras», donde en lugar de adorar a Dios se adora al demonio, y donde en vez de reprimirse el sexo, se exalta y se practica de forma orgiástica. Si en la ceremonia participa el propio demonio, manifestándose con forma de macho cabrío y manteniendo relaciones carnales con los asistentes u adoradores, se conoce con el nombre de aquelarre/akelarre o sabbat. La primera nominación es una voz de origen euskera (aker = macho cabrío; larre = prado). De ahí que, en la brujería vasca, que tanta resonancia tuvo en los siglos xvi y xvii, se diera particular notoriedad a una vieja figura de la mitología de aquella región, llamada Akerbeltz. Se trataba de un macho cabrío negro de vida subterránea, jefe de muchos genios, capaz de provocar tempestades, pero poseedor también de facultades curativas y benéficas sobre los animales. En las declaraciones de los acusados de brujería aparecían frecuentes alusiones a Akerbeltz o macho cabrío negro y a Akelarre, lugar donde aquél presidia las asambleas de los brujos[25]. Por su parte, sabbat se relaciona con los viejos prejuicios antijudíos. Algunos demonólogos diferencian ambos términos, refiriéndose al aquelarre como la reunión de doce adeptos más un jefe, los primeros generalmente femeninos y el segundo masculino que ejerce como delegado del diablo y al que se representa disfrazado de macho cabrío, lo que una vez más remite a Cernunnos. La reunión tenía lugar en lugares apartados y en ella se adoraba a Satán y se planeaban acciones futuras. Los sabbats serían otra clase de reuniones, más en la línea de la provocación a la religión oficial, en las que se daba rienda a prácticas y actitudes reprimidas o prohibidas por la jerarquía eclesiástica. Abundando en el tema de la sexualidad entre demonios y seres humanos, reciben el nombre de íncubos las manifestaciones demoniacas que, adquiriendo aspecto de hombre, seducen y poseen sexualmente a mujeres, y de súcubos cuando lo hacen en forma de mujer para mantener contacto carnal con varones. La posibilidad de relaciones carnales entre seres humanos y demonios fue aceptada por grandes teólogos medievales, como Santo Tomás y San Buenaventura. El imaginario popular, al menos en nuestro ámbito, ha asociado la adoración del demonio con un asunto principalmente femenino: la brujería. Las adoradoras del Príncipe de las Tinieblas o practicantes de la religión del mal serían mujeres, que al acudir a los aquelarres y practicar sexo con Satán, adquirían de éste maléficos poderes con los que atormentar y hacer daño a otras personas. Entre estos poderes, se incluía la capacidad de volar, sobre escobas en la interpretación más folklórica de la noción de bruja, y desplazarse a su antojo. La ilusión del vuelo podía inducirse mediante la aplicación de ungüentos, en cuya elaboración las brujas empleaban ingredientes tan variopintos e inocuos como la sangre de murciélago, la grasa de niño, el hollín, etc., otros no tan inofensivos como el veneno de sapo, pero también y sobre todo plantas con potentes efectos psicotrópicos[26], como la dulcamara (Solanum dulcamara), la belladona (Atropa belladona, Atropa baetica), el estramonio (Datura stramonium, Datura inoxia, Datura ferox), el beleño (Hyoscyamus niger, Hyoscyamus albus), la mandrágora (Mandragora autumnalis), la alharma (Peganum harmala), la cicuta (Conium maculatum, Cicuta virosa, Oenanthe crocata) o el acónito (Aconitum napellus). Estas dos últimas son extremadamente tóxicas, variando sutilmente la dosis letal de la narcotizante. El veneno de los sapos, contenido en unas glándulas situadas en su piel verrucosa, cuenta con substancias tóxicas como bufodienoles y bufofaginas que actúan a nivel cardiaco, y bufotenina con efectos alucinógenos[27]. Estos «ungüentos de brujas» se absorben más rápidamente a través de las mucosas y de la piel fina de ciertas zonas corporales, como la vulva, el ano, las ingles y las axilas. Por consiguiente, no se puede negar que las brujas demostraban poseer un eficaz conocimiento del arte de envenenar. Probablemente, era la combinación de una droga productora de delirio, como el beleño, con otra que alterase el ritmo cardiaco, como el acónito, lo que daba como resultado la idea del vuelo. La ilusión de volar sobre una escoba sugiere que la iniciada untaba la pomada en el palo de una escoba y en sucesivas pasadas masturbatorias se lo aplicaba en el interior de la vulva. Para protegerse de las brujas, se ideaban todo tipo de amuletos y sistemas de prevención, como los llamados «espantabrujas», colocados en las chimeneas de las casas, muy frecuentes en el área pirenaica, pues se tenía la creencia de que era precisamente por las ahí por donde entraban las brujas en los hogares para cometer sus fechorías. Por si no fuera suficiente, ya en el interior, dentro del hogar, se dejaban unas tenazas abiertas en forma de cruz[28]. La creencia del vuelo de las brujas debía estar muy extendida antes del siglo x, si bien no era compartida por la Iglesia, tal y como se deduce del contenido del Canon Episcopi, que instaba a los sacerdotes a predicar la falsedad de tales ilusiones, inducidas por «el espíritu perverso; puesto que Satán toma diversas figuras y parecidos, y, engañando por sueños al alma que tiene cautiva, las conduzca hacia todas las desviaciones». Sin embargo, tres siglos después, el Malleus Maleficarum afirmó lo contrario, dando entre otras razones el que el contenido del Canon no era apropiado a la mentalidad de los nuevos tiempos, ya que el diablo había sabido evolucionar y presentar sus actos de muy distinta manera.

En los primeros siglos del cristianismo se asoció al maligno con los dioses y mitos paganos de sus perseguidores romanos. Promulgado el edicto de Milán en 313 d.C., por el emperador Constantino, que decretó la libertad religiosa en el Imperio Romano, y la posterior adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio, los códigos de Teodosio y Justiniano respectivamente, establecieron la pena de muerte para quienes celebraran sacrificios nocturnos en honor a los demonios. Una vez institucionalizada la iglesia de Roma, en su afán por imponer como única y hegemónica doctrina la suya propia, idolatría y herejía fueron metidas en el mismo saco. El maniqueísmo, el gnosticismo, el arrianismo y las artes mágicas y supersticiosas heredadas del mundo grecorromano presentaban un duro frente común que desafiaba a la auténtica doctrina cristiana, tratándose de una obra perniciosa ejecutada por el diablo. Los padres apostólicos alejandrinos Clemente de Alejandría y Orígenes conservaron la representación del mal en la figura de la serpiente y, al ser Eva su intermediaria, unieron a las mujeres con el pecado, dando inicio a la misoginia obsesiva que ha caracterizado a la Iglesia Católica. Durante la Alta Edad Media, la Iglesia no actuó contra las reminiscencias del paganismo primigenio de un modo frontal. Más bien siguió el camino de la aculturación, cristianizando a los más reticentes mediante la creación de nuevos espacios de sacralidad, acordes con la doctrina y el canon oficiales: el culto a los santos y a María, las procesiones, la edificación de ermitas en enclaves que eran sagrados para cultos anteriores, etc. De este modo, la jerarquía cristiana se apropió de las creencias y cultos precristianos, «legalizándolos» conforme a sus intereses mediante una superposición de cultos donde no cambiaba el lugar físico del santuario, sino el destinatario de la adoración. Así, la antigua Diosa Madre se transformó, mediante su cristianización, en la Madre de Cristo. Aquellas voluptuosas «Venus» paleolíticas se transformaron en las diminutas imágenes de nuestras Vírgenes negras medievales. Como parte de ese proceso, el cristianismo alejó el temor de las personas hacia las fuerzas del mal transfiriendo ese peso al demonio. Así, el diablo acompañaba al hombre en sus desdichas disfrazándose de mil maneras, quedando compensada su fragilidad y debidamente contrapunteada por la eficacia de la Virgen y de los signos de la religión de Cristo. La figura del diablo se hizo omnipresente, citada con profusión por los grandes teólogos de la época, como Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Isidoro de Sevilla o Tomás de Aquino. No se podía concebir el devenir de la vida cotidiana sin la presencia, más o menos solapada, del enemigo, tanto en las grandes hecatombes como en los contratiempos menores. Hasta la idea del pecado y del diablo tras él, aparece como primera promotora de la caída de España bajo el yugo musulmán en el poema del conde Fernán González. En la cultura popular medieval, el Maligno era una figura familiar que encontramos por doquier en la vida de las personas y en la sociedad de la época. Alfonso X el Sabio, el Infante D. Juan Manuel, Gonzalo de Berceo, Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor (Benedicto XIII o el Papa Luna), entre otros, pueblan sus libros doctrinarios de avisos y ejemplos en los que el diablo hace caer al ser humano en el pecado. Empero, al haberse producido esta transición de manera suave y sencilla, sin más cambio que el del dios adorado, y la transformación del druida o del chamán en fraile o sacerdote, puede comprenderse la pervivencia de ciertos cultos de origen pagano y mágico, especialmente en las zonas de influencia celta. Así se puede hablar de la noción de «religiosidad popular», que en nuestro ámbito cristiano y en su acepción más restringida se refiere a ciertos tipos de prácticas y ritos, considerados paganos en su origen, pero que han llegado hasta nosotros «sacralizados» y reinterpretados en clave cristiana. Construcciones mentales de paganismo, ídolos, falsos dioses y por añadidura el Maligno, se reconvierten desde la perspectiva de la religión cristiana. Y también a la inversa, la religiosidad popular medieval reinterpretó en claves propias las predicaciones de la Iglesia, legitimándose ciertas manifestaciones de religiosidad popular local, como por ejemplo las apariciones marianas y de los santos en lugares de antiguas hierofanías. Se da la paradoja de que la religiosidad popular es la oficial, pero vivida por el pueblo a su manera y que la jerarquía tolera esperando la ocasión propicia para erradicarla. Practicas rituales para conseguir favores tales como la lluvia, tener descendencia, la sanación de enfermedades incluso cuando son incurables, etc., se basan en practicas religiosas ancestrales. En este sentido, la religiosidad popular tiene muy presente la dicotomía bien/mal, Dios/diablo o ángeles/demonios. El fenómeno de los endemoniados entra dentro de este entramado de sincretismos, y su tratamiento se ha vinculado, según diferentes contextos socioculturales con la intercesión ejercida por ciertos santos y vírgenes en santuarios especializados, a donde eran conducidos los poseídos por el demonio. Para el antropólogo danés Hennigen[29], en estos santuarios no hay supersticiones. El concepto de superstición es una argucia etnocéntrica y clasista, lanzada contra los diferentes y, por regla general contra los más pobres. Lo que hay en las romerías son creencias expresadas en un lenguaje que la civilización europea arrinconó con la Ilustración. Entre los santuarios más célebres por la profusa asistencia de endemoniados tenemos, por citar solo tres, el de Nuestra Señora do Corpiño situado en la parroquia de Santa Baia de Losón, en el concejo de Lalín, provincia de Pontevedra. Los días de mayor concurrencia de devotos son el 24 de junio, el 25 de marzo y el 8 de septiembre. Innumerables romeros pasan por debajo de la imagen durante la procesión. Otro santuario frecuentado por endemoniados es el de Nuestra Señora de la Balma[30], en Zorita del Maestrazgo, que es la población más septentrional de la provincia de Castellón. En él tenía lugar la «procesión de los endemoniados», en la que, según la crónica de un periodista de principios del siglo xx, se vivían momentos de intenso dramatismo donde no faltaban gritos aterradores emitidos al contacto con el agua bendita, posesos que levitaban varios palmos del suelo, delirios, sortilegios y magias prohibidas, hasta el paroxismo. En 1932 fue suspendida por el gobernador por considerar que, bajo pretexto alguno, la autoridad puede tolerar tales muestras de incultura colectiva, con menoscabo de los verdaderos sentimientos religiosos. También existieron importantes santuarios especializados en la liberación de poseídos en el Pirineo oscenses, en particular en sus zonas más empobrecidas (el Sobrarbe, la Alta Ribagorza, las Sierras Exteriores), como los de Santa Orosia (Yebra de Basa), San Urbez (Nocito) y Santa Elena (Biescas), a donde acudían los endemoniados de la comarca de Serrablo[31].

La religiosidad popular ha utilizado muy variados métodos y fórmulas para protegerse contra el demonio, las brujas y los malos espíritus[32], entre los que podemos mencionar, sin ánimo de exhaustividad, objetos como pezuñas de oso, falos e higas de madera o azabache, crucifijos, relicarios, campanillas, espejuelos, brotes de coral, patas de tejón, bolsitas para contener pasajes de los evangelios o reglas de San Benito, etc. y más específicamente para los niños agnus dei de cera y dijeros con figuritas curiosas y ridículas (cascabeles, trompetillas, angelotes, castañas, caracoles, cabezas de víbora, colmillos de jabalí, higas de azabache, piedras de colores, alcanfor, etc.); plegarias y conjuros para recitar en la noche, que debía ser especialmente temible en las aldeas y pueblos antes de la llegada del alumbrado. A este respecto, hay que distinguir entre los conjuros, cuya función es preventiva y repelente, y los exorcismos, destinados a la expulsión de demonios ya instalados. También hay que diferenciar entre amuletos y talismanes. Los primeros suelen ser objetos tomados en estado bruto con fines profilácticos, mientras los segundos requieren cierta elaboración y se portan encima para proteger bienes y personas contra enfermedades, maleficios o amoríos desdichados.

La benevolencia que mostró la Iglesia para con la brujería en aquellos tiempos fue puesta de manifiesto por el mismo Agustín de Hipona en su obra De civitate Dei (La ciudad de Dios) y en el Canon Episcopi del siglo x, donde se concluía que la creencia en la brujería y la adoración al diablo eran supersticiones sin fundamento, a la que las que el clero no debía prestar atención. El cristianismo, en su labor de asimilación del mundo antiguo rechazó siempre el valor de la magia y la brujería por considerarlas obras del diablo y fuente segura de error. En las etimologías de San Isidoro encontramos una excepcional clasificación de las distintas suertes de magia (magos, nigromantes, hydromantes, adivinos, encantadores, ariolos, arúspices, augures, phytones, astrólogos, genetlíacos, horóscopos, sortílegos y salisatres). Entrada la Baja Edad Media, fue incrementándose la actitud hostil hacia la brujería. A partir del concilio de Letrán (1215) se institucionalizó la idea de que la tarea del demonio era apartar a la humanidad de la senda del bien. El Maligno estaba siempre detrás de todos los males, lo que abría el camino para la acusación de manejos diabólicos a adversarios de toda índole. Según Murray, como el culto pagano, más o menos subterráneo, en la sociedad cristiana de los primeros siglos del segundo milenio tendía a confundirse con el culto al diablo, para el inicio de la persecución solo hacía falta el interés de ciertos grupos de poder. Dichos poderes, religiosos, económicos y políticos, se encargaron de convertir a las brujas en chivos expiatorios de males, reales o inventados, tal y como ocurrió después, de forma recurrente, con otros grupos a lo largo de la Historia. Llegado el Renacimiento, el pánico suscitado por las brujas alcanzó su punto álgido en occidente, cuando las iglesias cristianas hicieron suyas unas creencias que hasta entonces pertenecían más bien al ámbito pagano de la superstición. El objetivo de la Inquisición pasó de los herejes a la brujería, al oponer ésta una suerte de alternativa a la religión. De hecho, tanto la magia o la brujería, como la religión, ofrecen soluciones ante situaciones de zozobra[33], y de lo que se trataba era de no dar opción a las primeras. En 1484, el papa Inocencio VIII dictó la bula Summis desiderantes affectibus, que pasaría a la historia como la bula de las brujas, en la que se decía: «ha llegado a nuestros oídos que gran número de personas de ambos sexos no evitan fornicar con los demonios y que, mediante sus brujerías, hechizos y conjuros, sofocan, extinguen y hacen perecer la fecundidad de las mujeres, la propagación de los animales y la mies de la tierra». Durante ese mismo papado, dos monjes dominicos alemanes, dando muestras de una misoginia patológica, escribieron el Malleus Maleficarum, más conocido como «el martillo de las brujas», en el que se establecieron los fundamentos teóricos de lo que se consideraba brujería y se estipulaban los métodos de interrogatorio, tortura, testimonio, confesión y prueba, manteniéndose vigente durante tres siglos. De este modo comenzó la llamada «caza de brujas», desatándose masivas persecuciones por toda Europa occidental, caracterizadas por su crueldad extrema, donde las sospechosas eran sometidas a terribles torturas buscando obtener una confesión de culpabilidad. En lo concerniente a la persecución de la brujería en España, durante los tiempos en los que actuó el Santo Oficio, se puede decir que se produjo un fenómeno de institucionalización del miedo, infundido por una literatura brujeril, que a modo de género terrorífico, al alimón con la antijudía, contenía todo tipo de falsedades y supercherías. De poco sirvieron los ilustrados esfuerzos del padre Feijoo por desmentir lo que se creía, decía y escribía sobre las brujas y los brujos, contra la deliberada labor de ocultación por parte de los inquisidores de cuanto se había descubierto acerca de la falsedad de tales creencias. Dicho miedo devino en provecho del grupo de los inquisidores y en privilegio de su praxis burocrática[34]. Los procesos inquisitoriales implicaban la confiscación de los bienes y riquezas de los acusados, a favor de eclesiásticos, delatores, jueces y hasta de taberneros, cuyos negocios obtenían pingües ganancias los días en los que se llevaban a cabo ejecuciones públicas. Detrás de estos espurios intereses, bien pudieron estar las ejecuciones en Francia de Juana de Arco y de Gilles de Rais, pues la riqueza de ambos no era en absoluto desdeñable. La Inquisición española o Tribunal del Santo Oficio fue fundado en 1478 por los Reyes Católicos, y no fue abolido hasta el 15 de julio de 1834, durante la Regencia de María Cristina de Borbón. Las posesiones demoníacas culminaron, en cuanto a su frecuencia, en los siglos xvi y xvii, constituyendo en muchos casos, auténticas epidemias, tanto por el número de personas afectadas, generalmente mujeres, como por la gravedad de sus manifestaciones. El periodo más crítico tuvo lugar entre 1610 y 1645, con los célebres casos de las monjas poseídas del Convento de San Plácido en Madrid[35], la epidemia de endemoniados en las montañas de la Jacetania (valle de Tena y Villanua), en Huesca[36], o el famoso caso de brujería del pueblo navarro de Zugarramurdi, que dio lugar a un proceso llevado por el tribunal de la Inquisición de Logroño que sentenció a seis personas a perecer quemadas vivas en la hoguera. Por aquellos años, había en España una superabundancia de eclesiásticos. Nada menos que 2.083 casas religiosas solo de hombres en 1623, a las que habrían de añadirse todos los conventos, abadías y monasterios de monjas y el clero secular[37]. En paralelo a esta circunstancia, adquirió gran desarrollo la superstición, hechicería, brujería y el culto a Satanás, hasta tal punto que llegaron a introducirse en Palacio, pues el mismo rey Felipe IV fue exorcizado en su lecho de muerte[38]. En este contexto, a la sombra de la Contrarreforma, la situación se tornaba muy propicia para la expansión del pensamiento mágico, explicándose así el apogeo de lo que se ha convenido en llamar la «Edad de oro de la brujería y el culto a Satanás». Proliferan los pactos demoníacos, se celebran aquelarres por muchos lugares, se practica la brujería en sus más perversas aplicaciones (encantamientos, asesinatos mágicos, filtros amorosos para gozar mujeres, introducción del diablo en los cuerpos, etc.). La crisis afectó también a gran parte de Europa, sin distinción entre países católicos y protestantes. Volviendo una vez más al problema de la teodicea, la Inquisición encontró en él la excusa perfecta para su deplorable actuación: la brujería era la causa de los males de la gente y el peso de la Inquisición el justo castigo para los siervos del demonio. Desde el materialismo cultural, Marvin Harris[39] explica la persecución de la brujería como una artimaña de la Iglesia y del Estado para trasladar la responsabilidad de la crisis de la sociedad medieval (epidemias de peste, hambrunas, guerras, corrupción del clero, abusos de la nobleza, etc.) hacia demonios imaginarios. Aterrorizados por las actividades fantásticas del diablo, las masas depauperadas e ignorantes atribuyeron a éste y a sus siervas, las brujas, las causas de sus males. De la cordura y moderación del Canon Episcopi se pasó a locura del Malleus Maleficarun, de tal modo que no creer que las brujas volaban de verdad y mantenían relaciones sexuales con de demonio era considerado herejía, debiéndose actuar contra ella igual a como se había hecho contra los cátaros y los valdenses. No obstante, en contra de lo que muchos creen, la caza de brujas se practicó con mayor fervor y fanatismo en los países protestantes, en comparación con los católicos, y prácticamente nada en los ortodoxos, ni en los cristianismos orientales (armenio, copto, etíope, etc.). En los credos protestantes se creía más ciegamente en la superchería (los pactos con el demonio, las relaciones sexuales con Satán, la magia negra) y en la literalidad del Antiguo Testamento, que insta a acabar con la brujería dando muerte a sus practicantes. Una reminiscencia paganizada de la cruzada anti brujeril en el ámbito anglosajón la podemos encontrar, ni más ni menos, en la fiesta de Halloween, cuyo origen es la conmemoración del proceso por brujería llevado a cabo en 1692 en las colonias británicas de lo que hoy son los Estados Unidos, y que culminó el día 31 de octubre con la ejecución de las célebres brujas de Salem, en Massachussets, victimas del fanatismo puritano de los colonos ingleses y holandeses establecidos en la costa este de Estados Unidos. Para algunos historiadores, las supuestas brujas de Salem bien pudieron sufrir alguna enfermedad mental, como el síndrome de Huntington, o haber estado sometidas a los efectos de la intoxicación por cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea), hongo parásito de este cereal que contiene substancias alucinógenas conocidas como ergolinas, precursoras del LSD. Parece ser que, a finales de diciembre de 1691, precisamente en la época en que el cornezuelo del centeno está en fase de esclerocio, ocho chicas jóvenes comenzaron a hablar de manera descoordinada, profiriendo blasfemias y gesticulando de manera obscena. Los médicos que las examinaron concluyeron que eran brujas, resultando de ello un proceso judicial que llevo a la horca a catorce mujeres y cinco hombres[40]. El catolicismo, sin embargo, tiene más en cuenta el Nuevo Testamento, donde los endemoniados son más bien víctimas inocentes a los que hay que liberar y salvar. Por ello, las persecuciones católicas se ensañaron más con los herejes, los judíos y los moriscos, a los que se consideraba mucho más peligrosos y desafiantes al poder de la Iglesia.

Llegados a este punto, no podemos dejar de mencionar, aunque sea a vuelapluma, la situación del satanismo en la actualidad, a pesar de las dificultades que entraña su definición debido a lo polisémico del concepto, que aglutina múltiples corrientes y sectas[41]. Por una parte, y manera muy simplista, tenemos lo que se llamaría «satanismo doctrinal o religioso», cuyos practicantes no consideran la existencia de Satán como un ser sobrenatural, sino mas bien lo ven como un arquetipo o símbolo en el que descargar todo cuanto rechazan de la moral judeocristiana, sin que tenga ninguna relación con el mal. La figura que contemplan se inspira a menudo en el mundo pagano precristiano, a la que no adoran como entidad divina, del mismo modo que los budistas no adoran a Buda ni los taoístas a Lao-Tse, Para estos satanistas, conceptos como el infierno, el comercio de almas o las posesiones demoniacas no son más que meras supercherías cristianas y su moral no contempla la premisa de hacer el bien a ultranza, sino de comportarse con los semejantes en función de como estos lo hagan con ellos. Dentro de este grupo podemos incluir a las grandes organizaciones satánicas como la Iglesia de Satán o el Templo de Seth. Por otra parte, tenemos lo que podemos definir como pseudosatanismo, para referirnos a una concepción frívola del culto o la idolatría a Satán, y que incluye a «heavies», «góticos» y neopaganos, como los seguidores de la Wicca o magia blanca.

Los atributos del demonio en la tradición cristiana

En la demonología cristiana, ya sea Satán, Lucifer, Belcebú, o cualquiera de los nombres con los que se conoce al maligno, éste es considerado el dios de la religión del mal, y por tanto el de sus adoradoras las brujas. Como dios de las brujas, Satán tiene asimismo sus sacramentos, su misa, su culto y sus atributos[42], como los tienen los santos, Jesucristo o la Virgen en sus diversas advocaciones, si bien tales descripciones responden más a la fantasía de los inquisidores que a la imaginación de sus acusadas al responder a los interrogatorios. Así, si Dios es la luz, que se identifica con la vida y la sabiduría, Satán es la oscuridad, las tinieblas, la muerte y si no la ignorancia, porque aunque el demonio es astuto y taimado, su conocimiento siempre es inferior al de Dios. El demonio suele manifestarse en el aquelarre con cuerpo de gran macho cabrío provisto de cuernos, y con fuego en los ojos. Si Dios es Rey, por su poder, también lo es el príncipe de las tinieblas, siendo los brujos y brujas sus súbditos, y como tal no le falta ni el trono ni la corona, ésta formada de pequeños cuernos. La reiterada presencia de cuernos en las representaciones del diablo está relacionada con el poder que éstos simbolizan. Por ello, los diablos menores a veces aparecen sin ellos. Si Dios es el cielo y Satán la tierra, se debe a que tras el combate celestial del que salieron victoriosos los ángeles buenos liderados por el arcángel Miguel, los derrotados fueron arrojados a la tierra. Tengamos en cuenta que en las geografías cristianas del más allá, el infierno se supone ubicado dentro de la tierra. Según Santo Tomás, la morada de los demonios se encuentra en el infierno, pero también en el aire sobre la tierra cuando ejercen su función de tentadores. También existió la creencia de que el diablo se presenta en forma de nube negra y sulfurosa, porque ese color y ese olor son cualidades del mal. Agustín de Hipona señaló que el demonio es «el señor de la muerte», pues su caída fue como la muerte de una criatura que no puede morir, refiriéndose a una muerte espiritual. Por ello, entre las ofrendas que las brujas utilizan para agasajar al demonio son frecuentes los cuerpos de difuntos, pues para él son muy gratos todos los objetos relacionados con la muerte. También el diablo se asocia con la vejez, pues ésta simboliza el mal y es la antesala de la muerte. Pensemos que en la cultura popular, las brujas suelen imaginarse como ancianas solitarias y vestidas de negro. Cuando el diablo se presenta como un joven, lo hace para engañar y seducir a incautos. Asociada con la muerte está la frialdad, pues los cadáveres están fríos. Por ello, el semen de Satán es extremadamente frío e incapaz de generar vida. Relacionada con la oscuridad, la actividad de Satán y de las brujas es esencialmente nocturna, debido además a la necesidad de desaparecer antes de que se haga la luz. El negro es el color del diablo, y por ende el de las brujas, en contraposición al blanco que simboliza la pureza. También son negros los animales en los que se transforma, como el perro negro en el que se convierte Mefistófeles en el Fausto de Goethe, aunque su transmutación animal más arraigada en el imaginario popular es la de gato negro. No faltan otros muchos animales que han simbolizado al diablo, como el ya referido macho cabrío, y también el cerdo, el sapo, la serpiente, el zorro, el cuervo, el mono, etc. No obstante, la paleta de clores asociados al diablo es más amplia. Por ejemplo, el verde sale a colación porque representa la envidia, o el rojo, al ser de esta tonalidad la gran serpiente que aparece en el Apocalipsis. Si Cristo está a la derecha del Padre, si en el Juicio Final los justos se colocarán a la derecha, si la mano derecha es la que se utiliza en la liturgia religiosa y es la más hábil en general, salvo para los zurdos, el izquierdo es el lado del demonio. De igual modo que la extrema vellosidad se ha asociado con la bestialidad, el dios del mal se ha concebido provisto de una generosa pelambrera. Además al diablo le atraen los cabellos, y ese es uno de los motivos de su afán por yacer con mujeres que acostumbran a lucir cabelleras largas. En este punto, la coincidencia capilar con la misoginia del pensamiento y la moral cristiana no parece casual, en cuanto a la consideración de las mujeres como las malas de la sociedad humana. La identificación de lo sucio con lo malo también la encontramos en la atribución de los signos de identidad del demonio, que se muestra como un ser asqueroso y repugnante, al que gusta recrearse en la basura y los excrementos. El diablo también se caracteriza por su extrema fealdad, en contraposición a Dios que es belleza y hermosura. El olor del demonio es el del azufre y la putrefacción, su voz es espantosa, su sabor es amargo y su tacto rugoso y áspero. El pene del diablo es escamoso y exageradamente grande y duro, por lo que más que placentero, el coito resultaba en extremo doloroso y desagradable para las mujeres. Entre sus atributos intelectuales están su enorme capacidad para engañar, la envidia y la soberbia, y sobre todo su inusitada libidinosidad, contraria a la moralidad cristiana. Es de sobra conocido el colofón orgiástico del aquelarre, donde todo estaba permitido: la sodomía, el incesto, el adulterio, la pedofilia, etc. Finalmente, el diablo copulaba con cada uno de los asistentes, ya fuera hombre, mujer o niño. Sin embargo, al ser de naturaleza espiritual, los demonios no sienten placer con el sexo, por lo que la única finalidad del contacto carnal es la degradación de los seres humanos[43].

El demonio en el arte sacro segoviano

Las figuras del demonio y del infierno tienen en el arte románico una presencia notable, que pone de manifiesto la preocupación y el efecto que su horripilante imagen producía en las gentes del medievo, tanto en lo concerniente al pensamiento eclesiástico como a la mentalidad del vulgo. En los siglos XI y XII, el arte románico no pudo sustraerse a la construcción medieval de la figura del diablo, basada en los postulados de los Santos Padres de la Iglesia (Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Ambrosio de Milán y Jerónimo de Estridón), por lo que en sus creaciones no faltaban las imágenes que expresaban el temor y la inquietud que generaba. También la morada de Satán fue objeto de interés para el arte religioso. Las representaciones de los infiernos, de la Anástasis y de la Psicostasis, tenían el efecto de provocar en los fieles el miedo y la ansiedad ante la amenaza del castigo eterno. En el arte románico, el diablo y los demonios en general, aparecen de múltiples formas, frente a la inmutabilidad de Dios, en cuya iconografía se expresa serenidad, orden y dignidad. Con ello se pretendía, entre otros objetivos, llamar la atención acerca de su habilidad para el engaño, la seducción y el ocultamiento. Cuando se trataba de esculturas, los artistas se inclinaban hacia la policromía con colores oscuros, perdida, no obstante, por el paso del tiempo, en la mayoría de las tallas que se conservan. En cuanto a su anatomía, se destacaban aquellos atributos que mejor destacaban el aspecto monstruoso y grotesco del personaje[44], en consonancia con el imaginario construido por la Iglesia para infundir temor a la feligresía. Con respecto a este asunto, también hemos de incluir el rico bestiario fabuloso que adorna los templos. Toda una pléyade de arpías, dragones, quimeras, irreverentes asnos y cerdos, esfinges, basiliscos, sirenas, grifos, centauros, etc. tallados en canecillos, capiteles y metopas. Buena parte de estos animales fantásticos procedían de la mitología pagana precristiana (Egipto, Persia, Mesopotamia, Grecia, Roma), y su presencia iba dirigida a transmitir el mensaje aterrador del castigo divino a una sociedad analfabeta, en un mundo carente de otras formas de imagen y, por supuesto, sin libros. La iconografía del demonio como ser bestial provisto de cuernos y pezuñas o garras, recuerda a las representaciones de los faunos y sátiros romanos. Algunos de estos inefables seres podrían tener también un carácter demoniaco. Los motivos tratados en la iconografía del románico donde se incorpora la presencia del demonio, proceden del Antiguo Testamento (Adán y Eva tentados por la serpiente dando origen al pecado original, el demonio recibiendo la ofrenda de Caín), del Nuevo Testamento y de los evangelios apócrifos (la matanza de los inocentes con la figura del diablo como consejero de Herodes, las tentaciones de Cristo, la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, el ahorcamiento de Judas con el diablo recogiendo su alma, la crucifixión del mal ladrón con el diablo porfiando para hacerse con su alma, la Anástasis o descenso de Cristo a los infiernos, la caída de Simón el Mago representado con atributos demoníacos, etc.) del mundo de la escatología procedente del apocalipsis (el juicio final, San Miguel venciendo a Satanás, el diablo encadenado por Cristo vencedor, la Psicostasis o pesaje de las almas, el infierno, etc.) y de la hagiografía recogiendo episodios de enfrentamiento entre santos y demonios.

En la provincia de Segovia, los edificios románicos son muy numerosos, resultando de ello una prodigalidad de representaciones diabólicas, que pasamos a relacionar sucintamente: en la iglesia de Santo Tomás, en Castroserracín, se conserva una talla románica policromada de San Bartolomé pisando al diablo, al que mantiene atado con una cuerda; en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Aldealengua de Santa María, los canecillos de la nave central exhiben un amplio bestiario; en la iglesia de San Bartolomé, en Basardilla, en los canecillos del ábside se muestran mascarones monstruosos; uno de los capiteles de la portada de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, en Carbonero de Ahusín, está decorado con tres figuras diablescas enfrascadas en una disputa; un capitel del arco triunfal de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, en Castro de Fuentidueña, está decorado con un ser diablesco; en la iglesia de San Cristóbal, en La Cuesta, tenemos un canecillo del tejaroz de la portada con un rostro demoniaco y otro en el ábside donde aparece un asno tocando la lira; en el alero de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Duratón, se encuentra un canecillo con un demonio destrozado y otros con máscaras y exhibicionistas; en un capitel del interior del presbiterio de la iglesia de San Miguel, en Fuentidueña, se representa una escena de psicostasis, y en los canecillos del alero aparecen monstruos con grotescas muecas; también en Fuentidueña, en la iglesia de San Martín, hay un canecillo de la cornisa del hemiciclo donde aparece una representación del pecado original; en la portada de la iglesia de San Pedro Apóstol, en Grado del Pico, el capitel de la derecha muestra una figura monstruosa con cuerpo escamado alzando el brazo; en un capitel de la portada de la iglesia de Santo Tomás, en La Higuera, dos grotescos demonios de cabelleras llameantes y exagerados brazos y garras, ayudados por una serpiente, apresan a un hombre; en un capitel de la portada de la iglesia de San Miguel Arcángel, en Languilla, se presenta una escena de la Matanza de los Inocentes donde aparece Herodes asesorado por cachorros con la piel del demonio; en un vano del ábside de la ermita de San Pedro, en La Losa, se observan seres diablescos representados en un capitel, y en la cornisa del muro norte hay canecillos con cabezas monstruosas; en el muro enclavado por encima del arco triunfal de la ermita de la Santa Cruz, en Maderuelo, se conservan unas pinturas murales donde se plasmaron dos escenas del génesis, la creación de Adán ante el árbol del paraíso y el pecado original, con una figura de Eva desnuda poco frecuente el románico; en la iglesia de San Cristóbal, en Moral de Hornuez, hay canecillos con máscaras monstruosas y exhibicionistas; en la cornisa de la nave de la iglesia de Nuestra Señora de la Natividad, en El Olmo, se encuentran canecillos con mascarones y un demonio semiarrodillado con el cuerpo escamoso; en la iglesia de San Andrés, en Pecharromán, volvemos a encontrar canecillos con cabezas monstruosas y exhibicionistas; en un canecillo del alero de la iglesia de San Vicente, en Pelayos del Arroyo, aparece un tosco diablo con el vientre abultado; en el tejaroz de la ermita de Nuestra Señora de la Octava, en Peñasrrubias de Pirón, hay un canecillo con un asno tocando la lira; en un capitel del atrio de la iglesia de San Pedro ad vincula, en Perorrubio, aparece representada una pareja de demonios alados y con garras acosando a una figura humana; en un capitel del interior de la iglesia de San Martín, en Sacramenia, encontramos otra escena de psicostasis; en un capitel del pórtico de la iglesia de El Salvador, en Sepúlveda, aparecen unas figuras simiescas cornudas; también en Sepúlveda, en la iglesia de Santa María, un canecillo del ábside exhibe una máscara cornuda sacando la lengua, otros canecillos de la nave muestran un demonio simiesco, un asno tocando el arpa y exhibicionistas, y en el tímpano aparece una escena de psicostasis; en la misma localidad de Sepúlveda, en la iglesia de los Santos Justo y Pastor, unos capiteles del ábside mayor muestran cabezas monstruosas y en un capitel del arco triunfal, en el lado del evangelio, aparece un trío de demonios simiescos y cornudos tirando de sus lenguas; en un canecillo del lado meridional de la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora, en Sotillo, aparece representada una máscara de aspecto demoníaco, cornuda y con la barba partida; en el amplio repertorio iconográfico mostrado en los canecillos de la iglesia de San Miguel Arcángel, en Sotosalbos, no faltan las máscaras monstruosas acompañando a otros motivos recurrentes en el románico (exhibicionistas, animales fabulosos, contorsionistas, prótomos, luchadores, clérigos, etc.); en un canecillo del pórtico de la iglesia de San Miguel, en Tenzuela, aparece una máscara de aspecto diabólico, con cuernos, barba y bigote; en la cornisa de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Torreigleisias, tenemos canecillos donde aparecen motivos del bestiario y en un capitel de la portada meridional se reconocen dos demonios atormentado a un ser humano; en el interior del hemiciclo de la iglesia de Santiago Apóstol, en Turégano, podemos ver un capitel con dos demonios atosigando a un humano; en un canecillo de la cornisa de la iglesia de Nuestra Señora de Tejadilla, en Ventosilla y Tejadilla, hay un canecillo con una máscara cornuda; en una pila bautismal conservada en la iglesia de San Cristóbal, en Honrubia de la Cuesta, aparece un monarca entronizado por una pareja de demonios; uno de los canecillo de la portada de la iglesia de La Natividad, en Torreadrada, está decorado con una cabeza monstruosa; por último, en la ciudad de Segovia encontramos en el muro absidial de la iglesia de San Justo una pintura mural con la escena del pecado original, en el tímpano de la portada meridional de la iglesia de San Millán encontramos una posible imagen infernal con una cabeza demoniaca invertida en el escenario pastoril de la vocación emilianense, en un canecillo de la iglesia de San Nicolás de Bari se observa una maléfica testa cornuda y en la iglesia de San Miguel Arcángel podemos ver sendas imágenes del santo patrocinador en uno de los relieves que presiden la entrada (réplica de los originales) y en la talla que preside el retablo mayor, finalizado en 1572, fieles a su iconografía habitual en la que se resalta su particular lucha contra los demonios y su labor como conductor de las almas que han de ser pesadas en el juicio final (psicostasis). Por eso aparece en ambas representaciones sometiendo al diablo.

Comentario más pormenorizado merece un canecillo de la portada oeste de la iglesia de la Vera Cruz, situada entre el arrabal de San Marcos y el pueblo de Zamarramala, hoy convertido en barrio integrado en el municipio de Segovia. Se trata de una iglesia singular, tanto por su perfil como por su peculiarísima planta exteriormente dodecagonal. El mencionado canecillo, que forma parte de los que decoran el tejaroz, muestra la cabeza de un personaje barbado que algunos han identificado con Bafomet, el ídolo templario, símbolo de la sabiduría[45], que aprovechó la inquisición francesa para acusar a la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón, más conocida como Orden del Temple, de idolatría herética. El proceso contra los templarios, promovido por el rey de Francia Felipe IV el Hermoso, temeroso del desafiante poder alcanzado por la Orden y acuciado las deudas que con ella había contraído, concluyó con el Concilio de Vienne, en el que se condenó a morir en la hoguera al último gran maestre, Jacques de Molay, y a otros treinta y seis templarios. La pena se ejecutó el 18 de marzo de 1314 en la isla de Sena, en París. Bafomet era un ídolo venerado por los templarios, representado de diversas maneras, la mas habitual como un hombre barbudo y monstruoso, a veces provisto de dos cuernos como el que se muestra en la iglesia parisina de Saint-Méry[46]. Los enemigos de la Orden del Temple acusaron a sus miembros de renegar de Cristo, de escupir sobre la cruz en sus ceremonias iniciáticas, de practicar la sodomía y la idolatría, que incluía el culto a un demonio barbado, identificado con el Bafomet, la veneración de un gato que se les aparecía en las asambleas y la adoración a otros ídolos representados por cabezas y calaveras. De todos ellos se decía que podían salvar a los templarios o bien hacerlos ricos, provocar la floración de los árboles y la fertilidad de la tierra. Para ello, rodeaban a semejantes ídolos con pequeños cordones que luego se ceñían alrededor del cuerpo. Teniendo en cuenta que los cordones formaban parte de los hábitos de muchas órdenes monacales, nada tenía de extraordinario que también hicieran uso de ellos los templarios, lo que apunta a una excusa más para la manipulación. En el siglo xix el culto a Bafomet fue reactivado y popularizado por el ocultismo. La iglesia de la Vera Cruz es uno de los enclaves españoles cuya atribución a los templarios genera más polémica. Los defensores de esta postura se basan en existencia del canecillo del supuesto Bafomet y en una inscripción latina situada en una lápida empotrada en la pared exterior del edículo que reza: «Los fundadores del templo sean colocados en la sede celestial y los que se extraviaron los acompañen en la misma. Dedicación de la Iglesia del Santo Sepulcro. En los Idus de abril de 1246». Ello demostraría que la iglesia fue fundada por una hermandad que veneraba el Santo Sepulcro. También los defensores de la ascendencia templaria de la iglesia arguyen como prueba su planta poligonal, al contar con doce lados, tres de ellos correspondientes a un edículo que sobresale, conformando una figura que se ha relacionado con el Árbol de la Vida, y que recuerda al templo del Santo Sepulcro de Jerusalén y a otras iglesias atribuidas a la Orden del Temple. Otras pruebas esgrimidas a favor de esta teoría son la identificación de alguna cruz paté o cruz templaria (cruz con los brazos mas anchos en los extremos y más estrechos conforme se acercan al vástago) en la nave y las imágenes de María Magdalena y de San Juan supuestamente propias de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón[47]. Si hubo más pruebas que pudieran demostrar la presencia de los templarios en la iglesia de la Vera Cruz, éstas desaparecieron cuando se hicieron cargo de ella los monjes de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, mas conocida como la Orden de Malta. Los detractores de la teoría del origen templario consideran que no es más que una leyenda con escaso fundamento, advirtiendo que su construcción fue llevada a cabo en el año 1208 por la Orden del Santo Sepulcro como Encomienda dependiente de su Colegiata de Toro (Zamora), y no por la Orden del Temple, a tenor de la documentación existente sobre la pertenencia a San Juan procedente de los sepulcristas. La última visita canónica por parte del Santo Sepulcro la fechan los defensores de esta teoría alternativa en el año 1528, y la primera de los Hospitalarios en 1532. La atribución templaria no sería más que un error inducido por su peculiar forma poligonal y por su semejanza con el Templo de Tomar en Portugal, inequívocamente templario, así como por un documento del papa Inocencio III (1216-1227) en el que se informa del envío a la Orden del Temple de una reliquia de la Vera Cruz o lignum crucis[48]. Así y con todo, comenzó a llamarse popularmente a esta iglesia, a partir del siglo xix, «la iglesia de los templarios».

En el arte gótico, la intencionalidad de las imágenes aparece atenuada, cambiando de los rostros aterradores a los grotescos. El demonio paso a ser más bien un motivo estético en lugar de un instrumento para producir angustia e inquietud, debido en parte a que el arte pasó de estar en manos de los clérigos a estarlo en manos de los laicos, cuya percepción del mundo diabólico era diferente. Posteriormente, en el Renacimiento, esta tendencia se agudizó, hasta el punto que obras como las del Bosco fueron consideradas por algunos como una burla del dogma, como un atentado herético y ateo, y sin embargo para otros ejemplos de intención moralista a seguir. En el Barroco, y hasta finales del siglo xviii, la figura arquetípica y mítica del demonio se fue desplazando y relegando conforme a la propia historia del pensamiento, y lo que realmente vemos son más bien los temores, el desengaño, la angustia, el desenfado, el sentido del gusto, etc. Todos los actos del ritual satánico fueron plasmados en la pintura, desde la caída de Lucifer hasta el Sabbat, pasando por los exorcismos y las tentaciones a los santos[49]. En la Capilla de la Concepción de la Catedral de Segovia se conserva un cuadro del pintor barroco español, aunque nacido en Flandes, Ignacio de Ries (c. 1612-1661), llamado El Árbol de la Vida, en el que aparece la figura del demonio. Se trata de una alegoría habitual en el subgénero pictórico del Barroco conocido como vanitas[50]. Difícil de definir, consiste más bien en una idea que, a modo de puzle conformado con piezas tomadas de ámbitos próximos, metafórica y metonímicamente advierte de la brevedad de la vida, de la fugacidad del tiempo, de la vida como una peregrinación, de la banalidad de las glorias mundanas, del desprecio de las riquezas, de la melancolía, del desengaño, etc. En El Árbol de la Vida, Cristo se dispone a tañer con un martillo la campana que pende de un árbol, cuyo sonido debe servir para avisar a los comensales que están disfrutando de un banquete sobre la copa del árbol del engaño que suponen los placeres del mundo, mientas la muerte con su guadaña va talando el tronco del árbol. La asociación metafórica de la vida con un árbol que la muerte desea cortar, tiene su origen en el evangelio de Mateo: ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Mt. 3, 10). En el cuadro de Ries, detrás de la muerte, simbolizada por medio del esqueleto y la guadaña, y en el lado opuesto a Cristo, aparece el demonio tirando de una cuerda, con la intención de que el árbol caiga hacia su lado y de este modo traer para si las almas de los incautos comensales. En el lado superior del cuadro, a la izquierda, podemos leer «mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo», y a la derecha «mira que te mira Dios, mira que te está mirando».

El demonio en la toponimia segoviana

La microtoponimia segoviana, esto es el conjunto de los nombres geográficos con los que se conocen los parajes, pagos, cursos fluviales, elementos orográficos más o menos locales, etc. aunque no se muestra muy prolija en nombres alusivos, al menos en apariencia, al demonio y a lo demoníaco en sentido amplio, aún nos permite encontrar alguna que otra referencia. Comenzando por los parajes, entendidos como zonas del territorio más o menos definidas en la mente del hablante, tenemos los siguientes topónimos: El Colector del Diablo (coordenadas UTM 368638; 4549348), en Aldeanueva del Codonal; El Purgatorio (coordenadas UTM 407421; 4546888) y Las Brujas (coordenadas UTM 408625; 4545831), en Cabañas de Polendos; Lucifer (coordenadas UTM 421915; 4562881), en Cabezuela; Los Diablos (coordenadas UTM 365724; 4561724) y El Prado de las Brujas (coordenadas UTM 370000; 4562000), en Coca; El Vallejo del Diablo (coordenadas UTM 367642; 4549555), en Codorniz; El Cerro del Infierno, en Santa María la Real de Nieva (coordenadas UTM 412400; 4515520); El Infierno (coordenadas UTM 365167; 4557018), en Santiuste de San Juan Bautista; Las Brujas, en Segovia; La Pimpollada de las Brujas (coordenadas UTM 401252; 4569215), en Zarzuela del Pinar.

Entre los hidrónimos, nombres aplicados a los cursos fluviales y a la hidrografía natural en general, nos encontramos con El Arroyo de las Almas de Diablo (coordenadas UTM 417743; 4524655) y con El Arroyo del Infierno (coordenadas UTM 417620; 4519097), ambos dentro de los Montes de Valsaín, en el término municipal del Real Sitio de San Ildefonso. El Arroyo de las Almas del Diablo apenas tiene un kilómetro y medio de recorrido, desde su nacimiento en las laderas de Peñalara hasta entregar sus aguas al arroyo de la Chorranca. Según Toledo Jáudenes[51], este arroyo era conocido como el Arroyo de las Minas de Tellado, por la proximidad a dicha mina, tal y como informó una lista confeccionada por el servicio de comunicación de incendios por medio del telégrafo óptico, recogida por Breñosa en 1879, y así mismo con dicho nombre figuraba en el plano del Instituto Geográfico y Estadístico de 1909. No obstante, señala este autor, el Instituto incurrió en un error de lectura al confundir «minas» por «almas», y en el plano del Real Sitio y Término de San Ildefonso de 1920 nomina a este curso de agua Arroyo de las Almas de Tellado. El olvido que se cernió sobre Tellado dio lugar a una desafortunada reinterpretación del original topónimo, apareciendo en los mapas posteriores el nombre de El Arroyo de las Almas del Diablo. Otra interpretación del hidrónimo nos la ofrece Martín Mesa[52], basando su hipótesis en la ubicación del arroyo en una zona llamada Carboneras. Resultaría consecuentemente plausible la asociación metafórica de las antiguas carboneras en las que se elaboraba el carbón vegetal con el infierno, donde penaban las ánimas del diablo. En cuanto al Arroyo del Infierno, su nacimiento se sitúa entre Peña Cítores y el pico Hermana Menor. Para el mencionado Martín Mesa, puede ser su descenso por un terreno muy abrupto lo que da el sentido a su nombre, o bien el hecho de discurrir de norte a sur, al contrario que la mayoría de los regatos y arroyos de la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama, lo que nos lleva a la misma oposición que se da entre diestro y siniestro, en la que el segundo concepto remite a lo negativo[53]. También se ha sugerido una inspiración fitonímica derivada de la presencia de tejos en la zona[54], al tratarse de unos árboles muy relacionados con el mundo mágico[55]. En el Paleolítico su madera se usaba para la fabricación de armas y utensilios (peines, mangos de hacha, arcos, lanzas). El famoso Hombre de los Alpes o «Hauslabjoch», que vivió hace unos 5.000 años y cuyo cadáver fue descubierto en 1991, perfectamente conservado en el hielo, portaba un arco y un hacha confeccionados con madera de tejo. Si su importancia material fue notoria, no menos relevante fue su significado mágico y religioso para los pueblos celtas y germanos, sobre todo relacionado con la muerte, de ahí que lo plantaran en sus cementerios. El mismo significado fúnebre le atribuyeron algunos pueblos mediterráneos, como los griegos y los romanos, al igual que el ciprés. También es muy conocida su toxicidad, de la que se hizo eco el propio Shakespeare en Hamlet, cuyo padre murió envenenado mientras dormía, al verterle su hermano por el oído extracto líquido de tejo. Por dicho motivo, no ha gozado de demasiada simpatía por parte de los pastores y ganaderos, que no han tenido reparo en eliminarlo cuando se les ha antojado. Toledo Jáudenes[56], sin embargo, descarta el origen religioso del hidrónimo, argumentando que «Val del Infierno» se encuentra a menudo en la toponimia medieval para referirse a una garganta honda, estrecha y alargada, pues la etimología infernus, infra alude a «lugar bajo». Aparece con frecuencia en el Libro de la Montería en lugares próximos como Cercedilla (Arroyo y Ladera del Infierno) y Manzanares el Real (Garganta del Infierno), concluyendo que la voz infierno se aplica a parajes situados en hondonadas.

El demonio en los hitos del paisaje segoviano

Los geónimos o geotopónimos son los nombres por los que los hablantes conocen ciertos accidentes o formas geológicas singulares, que de algún modo constituyen hitos en el paisaje y que, por tanto, ejercieron un fuerte poder hierofánico en los cultos ancestrales precristianos. El advenimiento del cristianismo, en su proceso de aculturación, mantuvo el carácter sagrado de muchos de ellos, pero apropiándoselos y dotándolos de un nuevo significado, acorde con su doctrina. Así tenemos dos caprichosas formaciones rocosas conocidas como La Ventana del Diablo. Una en el Real Sitio de San Ildefonso (coordenadas UTM 412299; 4515220), en la parte más elevada de la cresta de la montaña conocida como los Siete Picos, y otra en Sepúlveda, en el Parque Natural de la Hoces del Río Duratón. A la primera de las ventanas, el escritor Camilo José Cela[57] le dedicó unas líneas en su Cuaderno del Guadarrama: «Acodado en la Ventana del Diablo, el vagabundo, por no aburrirse, razona sobre la luz y la tiniebla. El vagabundo, que es un hombre sencillo, prefiere a veces la luz, en ocasiones la penumbra y, en determinados momentos, por ejemplo, cuando llora de desconsuelo, la más negra y honda de las tinieblas. Es un poco confuso el panorama de los corazones mirados desde la Ventana del Diablo, el balcón desde el que Barrabás se asoma». La otra Ventana del Diablo se ubica en pleno Parque Natural de las Hoces del Río Duratón, justo enfrente, y en la orilla opuesta, de la península donde se localizan las ruinas de la enigmática ermita de San Julián. Aguas abajo de este lugar se encuentra, en la orilla derecha del río Duratón y antes de llegar al puente de Villaseca, una cueva conocida como La Cueva de las Brujas. Debe su nombre a la impresión recogida por algunos pastores que al pasar por delante dicen haber escuchado voces y risas provenientes de su interior. No obstante, de lo que sí puedo yo mismo dar cuenta es de no haber oído ni visto nada en las numerosas noches que he dormido dentro de ella, hace años, antes de que las Hoces del río Duratón fueran un lugar conocido y visitado.

En la entidad local menor de Balisa, perteneciente al municipio de Santa María la Real de Nieva, se encuentra un extraño bolo granítico de grandes dimensiones, conocido como El Botón de Balisa (coordenadas UTM 380744; 4542231), asociado a una leyenda protagonizada por una bruja: La Bruja de los Viñedos[58]. Cuenta la historia que en Balisa existió una bruja que tenía atemorizado a todo el pueblo. Por las noches salía de su escondrijo subterráneo para cometer toda clase de fechorías. Entre sus maldades estaban el desbarajuste de los trabajos realizados el día anterior por los vecinos, la ruptura de las mallas de los gallineros, el esparcimiento del trigo amontonado en las eras, el ocultamiento de los aperos y de los cabezales de los machos, pero sobre todo el daño a los viñedos al arrancar los racimos y tirarlos al suelo, y también la ruptura de las cubas donde se guardaba el vino en las bodegas. Un día los vecinos urdieron un plan para acabar de una vez con la situación. Descubierto el escondrijo de la bruja, decidieron colocar la piedra más grande que encontraron taponando el agujero de entrada de la guarida de la bruja cuando ésta se encontraba durmiendo en su interior. De este modo, la bruja ya no volvió a molestarles. La descomunal piedra utilizada como tapón se conoce desde entonces como El Botón de Balisa. Actualmente, la roca se encuentra coronada con una cruz. La superposición del símbolo cristiano a la roca sagrada no es sino la apropiación de la original hierofanía pagana para erradicar cualquier manifestación de los ritos y costumbres primigenios. No olvidemos que la roca, junto con el árbol y el agua, constituyen las tres hierofanías primordiales para el historiador de las religiones Mircea Eliade. Al hilo de esta leyenda, hay que decir que Segovia no ha sido un territorio azotado por la brujería, como sí lo fue toda el área pirenaica, donde el fenómeno tuvo mayor arraigo debido a su cercanía al núcleo difusor situado en el sur de Francia en época bajomedieval[59]. A lo más, solo hemos conocido la tradición ancestral de curanderos y brujos benefactores que han ejercido la hidromancia y la magia con fines terapéuticos en unos pocos pueblos, destacando sobre todo Sebúlcor y Fuentidueña.

En el interior del Pinar de Valsaín, se encuentra una roca conocida como el Diente del Diablo, debido a su caprichosa forma que recuerda a esta pieza dental, y como no podía ser de otra manera, también ha sido fuente de inspiración de leyendas. Una de ellas[60], creada y publicada bajo pseudónimo por el periodista segoviano Fernando Rivas en 1871, que llegó a ser alcalde de la ciudad, relaciona esa roca con otros hitos del paisaje de los montes de Valsaín, como la Cueva del Monje y el imaginario Picacho de la Muerte. Cuenta que un desdichado jornalero de La Granja, antes de poner fin a su vida recapacitó ante la vista del bello paisaje que se divisaba desde la subida al pico de Peñalara, y pensó en lo bonito que sería vender su alma al diablo, si existiera, y así poder disfrutar de los goces que hasta entonces la vida le negaba. Entonces se le apareció un joven de extraño aspecto presentándose como el diablo y proponiéndole un trato, a lo que el viejo acepto incondicionalmente a cambio de juventud y mucho oro. El diablo a cambio dispondría de su alma al cabo de treinta años. Para formalizar el pacto, el extraño joven sacó un pergamino y se arrancó un diente, con el que, a modo de lápiz, las dos partes rubricaron el acuerdo. Para dejar señal impertérrita de lo sucedido, el diablo dejó el diente en el suelo y un repentino relámpago lo clavó y petrificó en la tierra con gran estruendo. Desde entonces, la roca es conocida por las gentes del lugar como el Diente del Diablo. Treinta años después, el prior de un convento de La Granja y su comitiva encontraron en el interior de una gruta, la hoy conocida Cueva del Monje, a un moribundo ermitaño que no era otro que el desdichado protagonista de la leyenda, que al ver a los religiosos solicitó confesión, al acercarse el plazo de expiración del pacto con el demonio. El prior absolvió al ermitaño de sus pecados, y en el último soplo de su vida implorando piedad, un enorme murciélago salió del fondo de la gruta emitiendo aterradores chillidos.

Fuera ya de nuestro ámbito, pero muy cerca de él, en el valle del Lozoya, que antaño formó parte de la provincia de Segovia, concretamente en el término de Rascafría, se encuentra otra singular formación granítica a la que se ha dado el nombre de El Carro del Diablo (coordenadas UTM 422561; 4529549). Su leyenda asociada tiene que ver con la construcción de la antigua Catedral de Santa María de Segovia en el siglo xii, y destruida en 1520 durante la Guerra de las Comunidades de Castilla. Cuenta que su arquitecto, Juan Guas, llegó a entablar tratos con el diablo, debido al continuo retraso que sufrían las obras. El maligno cumplió con su parte, al acelerar la llegada de suministros, a través del complicado paso del Puerto del Reventón, que separa las provincias de Madrid y Segovia, entre Rascafría y La Granja. Sin embargo, el taimado arquitecto una vez conseguido el objetivo, decidió romper su compromiso y darle largas a Satanás. Como represalia, bastante leve, por cierto, el demonio transformó el último carromato en un monumental conjunto de piedras caballeras, que es lo que conocemos como El Carro del Diablo, cuya ubicación precede a un pequeño cerro, que heredó la toponimia del diablo.

Una última leyenda asociada con el diablo es la que da cuenta de la construcción del celebérrimo Acueducto de Segovia, conocida como la leyenda del Puente del Diablo[61]. Todos sabemos que el Acueducto segoviano fue erigido a finales del siglo i o principios del ii d.C. por orden de los emperadores Nerva o Trajano, pero en la tradición ha perdurado una leyenda que le atribuye un origen fantástico. Cuenta la historia que hubo una moza que cansada de subir a la ciudad con los cantaros de agua, estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de librarse de tan penosa labor. Maldiciendo y suspirando en cierto momento de acarreo desde la fuente, se le apareció el diablo ofreciéndose a construir un gran puente que condujera el agua a la ciudad, a cambio de su alma. La moza aceptó, pero a condición de que la obra estuviera terminada en una noche, antes de que cantara el gallo, pues no quería volver a subir con los cántaros cargados de agua. Manos a la obra, el diablo estuvo a punto de cumplir con su parte de lo pactado, de no ser por la intervención de la Virgen, que no estaba dispuesta a permitir que la moza perdiera su alma. Así que hizo cantar al gallo antes de que el diablo colocara la última piedra. De este modo, la moza salvó su alma y Segovia dispuso de su acueducto. También cuenta la leyenda que al día siguiente se percibía en la ciudad un fuerte olor a azufre, debido a los vapores emanados por el enojado Satanás, y que los agujeros que se observan en los sillares del acueducto son las huellas de sus garras al intentar derribarlo. En alusión a esta leyenda, se ha colocado una simpática estatua de un diablillo, en la calle de San Juan, frente al acueducto, muy utilizada por los turistas para retratarse y hacerse selfis.

En lo concerniente a la imagen lúdica y humorística del demonio, no podemos dejarnos en el tintero la Fiesta del Diablillo de Sepúlveda, que tiene lugar cada 23 de agosto, y que está declarada manifestación tradicional de interés cultural provincial. Su inspiración hay que situarla en la legendaria hagiografía de San Bartolomé que escribió Santiago de la Vorágine[62] en La Leyenda Dorada. Cuenta que estando este santo predicando en la India adquirió fama de taumaturgo sanador de endemoniados. Enterado de ello el rey Polimio, requirió sus servicios para liberar a su hija lunática de la posesión diabólica. Al ver que sujetaban a la desdichada con cadenas, ya que la emprendía a mordiscos contra quienes se acercaban a ella, mandó que la librasen de sus ataduras, pues él ya tenía bien sujeto al demonio que la dominaba. Dicho y hecho, la joven quedó totalmente curada. Polimio, agradecido, quiso compensar a Bartolomé con abundantes riquezas, pero éste las rehusó todas alegando que no sentía el menor interés por cuanto afecta a los bienes terrenos y a la carne, ya que Cristo había vencido al diablo sin más armas que la congruencia, el poder, la justicia y la sabiduría. En el altar de la iglesia sepulvedana de San Bartolomé hay una imagen del santo titular con un cuchillo en la mano, símbolo de su martirio, y encadenado a él un personaje simiesco, cornudo y caudado, conocido como «el diablillo». Durante la noche del 23 de agosto se dice que el diablillo es liberado imaginariamente. Varios vecinos se disputan el honor de interpretar al personaje, y para ello se visten de rojo y portan escobas y linternas en sus gafas con las que alumbran sus correrías callejeras. Seis de ellos se disponen sobre la escalinata de la iglesia corriendo y saltando durante media hora, y soltando escobazos a los allí presentes. Una vez cumplida su labor, los diablillos regresan a la iglesia de San Bartolomé, pues se supone que el santo vuelve a atarles, tras su efímera licencia para la libertad. Con el paso de los años, la fiesta fue ganando popularidad, incrementándose el número de diablillos.

El demonio y los seres vivos en la dialectología segoviana

El demonio también ha sido fuente inspiradora para la zoonimia y la fitonimia, esto es, para la asignación de nombres a animales y plantas. La evocación de los nombres del diablo en el léxico de los seres vivos es un ejemplo de crosmodalidad, es decir de proyección metafórica y metonímica del conocimiento desde unos patrones experienciales hacia otros dominios, de tal forma que los hace pensables en términos de aquéllos. Es por ello que los nombres con contenido demoniaco se refieran a especies que de algún modo resultan desagradables conforme a nuestros parámetros culturales. Ello puede deberse a su aspecto repulsivo o aterrador, a su toxicidad o a resultar su presencia perjudicial para los intereses humanos. En la provincia de Segovia, y también con carácter mucho más general, para el reino animal, se conocen como caballitos del diablo a los insectos adultos del suborden Zygoptera, dentro del orden Odonata, donde se incluyen también las libélulas, de las que se diferencian porque sus alas en reposo se disponen alineadas con el abdomen en lugar de extendidas, y porque los ojos se encuentran notoriamente separados. En este caso, la asociación con el diablo se debe a su amenazante aspecto, si bien no solo son inofensivos para el ser humano sino beneficiosos, ya que sus larvas se alimentas de mosquitos. Más abundantes son los nombres de inspiración demoniaca en el reino Vegetal. Por ejemplo, el etnobotánico Emilio Blanco recogió el nombre espantabrujas[63] referido a la especie Salsola kali, planta de la familia de las quenopodiáceas que, para dispersar sus semillas, cuando está seca, rueda impulsada por el viento. Abunda en campos de cereales, barbechos y rastrojos de las zonas bajas de la provincia.

El mismo autor refirió también el sorprendente nombre de rueca de brujas, recabado en la localidad de Lastras de Cuéllar, en este caso aplicado a la especie de la familia de las umbelíferas Thapsia villosa, planta tóxica que se utilizó antiguamente en la provincia para pescar por el método de emponzoñamiento del agua.

Otros nombres de plantas que hemos encontrado en nuestro ámbito con alusión al demonio son los siguientes[64]: nabo del diablo, referido a la umbelífera Oenanthe croccata, planta extremadamente tóxica, sobre todo la raíz, bastando de uno a dos gramos de la misma por kilogramo de peso para provocar la intoxicación; el estramonio, planta tóxica y alucinógena de la familia de las solanáceas (Datura stramonium) se conoce también berenjena del diablo, mata del infierno y manzana del diablo; con el nombre de tomatitos del diablo se suelen referir varias especies tóxicas por su contenido en alcaloides (solanina, solasonina) del género Solanum (Solanum nigrum, Solanum villosum, Solanum physalifolium), abundantes como malas hierbas en huertos y en cultivos estivales de regadío; también se llama uvas del diablo a la especie Solanum dulcamara, cuyas bayas son ricas en alcaloides tóxicos y saponinas antes de la maduración.

A guisa de final

El Domingo de Ramos de 2013, Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, exhortó a los fieles a que desconfíen del Maligno. Posteriormente, ha vuelto a lanzar muchas veces exhortaciones contra las seducciones del demonio, en sus discursos públicos e incluso en Twitter[65]. El papa Francisco continua, pues, afirmando que el diablo sigue actuando entre nosotros. Si bien eso es cierto, digamos que no lo hace en forma de macho cabrío, de íncubo o de súcubo. Más bien los que andan por ahí amargando nuestras vidas, en la calle, en el trabajo e incluso en las altas esferas del poder político y económico, éstos últimos mucho más nocivos y peligrosos, no son sino pobres diablos. Los antropólogos nos dedicamos a estudiar lo que la gente cree y porqué lo cree, pero no estamos para decirle a la gente lo que tiene que creer.




NOTAS

[1] ELIADE, M. Historia de las ideas y las creencias religiosas II. De Gautama Buda al triunfo del cristianismo.

[2] LÓPEZ MONTEAGUDO, G. 1994. La religión céltica, gala y galo-romana. En Blázquez, J.M. et al. Historia de las religiones de la Europa Antigua: 463-465. Ediciones Cátedra S.A. Madrid.

[3] MURRAY, M.A. 1978. El culto de la brujería en Europa occidental. Editorial Labor S.A. Barcelona, pp. 16-17.

[4] MARTÍNEZ-PINNA, J. 2020. Muerte y religión en el mundo antiguo. Ediciones Luciérnaga. Barcelona, pp. 36-40.

[5] DURÁN VELASCO, J.F. 2013. Tratado de Demonología. Editorial Almuzara S.L. Córdoba, pp. 63-109.

[6] POUPARD. P. 2003. Diccionario de las religiones. Herder Editorial S.L. Barcelona, pp. 1141.

[7] CHEVALIER, J.; GHEERBRANT, A. 2018. Diccionario de los símbolos. Herder Editorial. Barcelona, pp. 414.

[8] PIKAZA, X.; AYA, A. 2009. Diccionario de las tres religiones. Judaísmo, cristianismo, islam. Editorial Verbo Divino. Estella (Navarra), pp. 639.

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Tras las huellas del demonio en la provincia de Segovia

SANZ ELORZA, Mario

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz