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Revista de Folklore número

489



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De medidas y estadales. Reliquias para los pobres

FRAILE GIL, José Manuel

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489 - sumario >



Últimamente –escribo estas líneas en junio de 2022–, y a pesar del aparente laicismo e incredulidad que dominan a esta sociedad del siglo xxi, suelen aparecer en los pulsos de la gente famosa y en los retrovisores de sus coches unas cintas y lazadas que, aunque teñidas a veces de color político, continúan una antiquísima tradición, que se remonta al menos al siglo xiii, que asocia las reliquias sagradas con los materiales más febles o frágiles, y por ende más baratos y asequibles, antes como ahora, al bolsillo de casi todos[1].

Por ir centrando ya la materia de este breve ensayo, diremos que son dos los objetos principales que reúnen las condiciones arriba citadas: las medidas y los estadales. De la palabra medida, que naturalmente recoge el DRAE, nos interesa la novena acepción que da al vocablo este corpus: «Cinta que se corta igual a la altura de la imagen o estatua de un santo, en que se suele estampar su figura y las letras de su nombre con plata u oro. Se usa por devoción». Ahora bien, a esta acepción de la palabra medida habremos de incorporar otra que responde a las dimensiones exactas que de un cuerpo santo o alguna de sus partes pueden reproducir cintas, tejidos o papeles, que adoptan a su vez la forma del todo o la parte a la que se acercan (fig. 3). Y téngase en cuenta que cualquier material «tocado» a una reliquia sagrada cobra y transmite a su vez las virtudes de esta[2]. El segundo término comentado en este artículo es el de estadal, procedente de la palabra estado, a su vez del latín status, que, según el mismo diccionario, en su segunda acepción significa: «Cinta bendecida en algún santuario, que se suele poner al cuello». No obstante, la palabra estadal es, según su primera acepción en el DRAE: «Medida de longitud que tiene cuatro varas, equivalente a 3,334 m.», y es con este primer significado con el que aparece mayoritariamente en las fuentes históricas, siendo residual el de objeto sagrado que ahora nos interesa[3].

Como veremos pues en el transcurso de estas líneas, ambos términos se han utilizado tradicionalmente de forma indistinta, pues hubo medidas en cinta referentes a la talla de ciertas imágenes, y también hubo estadales que, confeccionados en ricas cintas de seda, generalmente colonias[4], sirvieron para medir lugares y objetos como el Santo Sepulcro de Jerusalén (fig. 4) o la tan traída y llevada columna de la Flagelación (fig. 5). Y revisada ya la parte etimológica de estas dos palabras, conviene repasar su papel a lo largo de la historia en las fuentes literarias que han llegado hasta nosotros, o al menos en las que yo conozco y he consultado.

La palabra estadal con carácter de cinta-reliquia cargada de virtudes aparece por vez primera, que sepamos, en la Cantiga 282 del Rey Sabio (1270-1282). El milagro que narra se refiere a la curación sobrenatural de un niño segoviano que, por ser hijo de un maestro de obras, ayudando a su padre cayó desde lo alto en la cal viva. La Virgen lo vuelve a la vida y los padres, agradecidos, lo conducen al templo (fig. 6):

……………………………………………….
Quand’est’oiü o padre / e a madre, gran loor
déron a Santa María, / Madre de Nóstro Sennor,
e lóg’o moço levaron / aa eigreja maior
con muitas candeas / e con un séu estadal.
Par Déus, mui’há gran vertude / na paravla comũal
u dizen todos nas coitas: / ai, Santa María, val!

Habrán de transcurrir tres siglos para que el cordobés Luis de Góngora vuelva a manejar el término estadal, en 1580, cuando describe con minuciosa prolijidad el indumento de unos zagales para ir de fiesta. Al pintarnos la imagen del muchacho apunta[5]:

……………………
Pondraste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;
y a mí me podrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;
y si hace bueno
trairé la montera
que me dio la Pascua
mi señora abuela,
y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
…………………….

La palabra estadal fue perdiendo vigencia en favor del término medida, alcanzando un último destello poético al mediar el siglo xix[6] en una cuarteta de cuño netamente tradicional referida al pueblo granadino de Dílar, en la que encontramos el estadal entre los humildes presentes que se se traían de las romerías cercanas que se frecuentaban buscando la música para el baile y las posibles relaciones amorosas:

Sabrás que vengo de Dílar / y te traigo un estadal
y unos garbanzos tostaos, / pero no los probarás.

Este estadal que trujo de Dílar el cantor sería sin duda una cinta breve y de poco valor material, como tantas se hicieron en las cuatro esquinas de España (fig. 7), y supongo que también de Portugal y sus antiguas colonias (fig. 8). Como ya indiqué suso, el término estadal, poco usado en el habla coloquial, fue cediendo terreno, con el mismo significado, a la palabra medida, con la que ya llevaba tiempo conviviendo. En La dama boba (1613)[7] del Fénix encontramos, al comenzar la obra, una alusión a las cintas protectoras de carácter religioso, llamadas aquí medidas:

LISEO [….] ¿No tomaste las medidas?

TURÍN Una docena tomé.

LISEO ¿Y imágenes?

TURÍN Con la fe

que son de España admitidas,

20 por milagrosas en todo

cuanto, en cualquiera ocasión,

les pide la devoción

y el nombre. […]

Pero ya fueran estadales o medidas las cintas cargadas de virtud, conviene reflexionar sobre dónde se colocaban o, sobre todo, dónde se presumían. Ya vimos que a fines del siglo xvi el zagal que pintó Góngora la llevaba como adorno en la montera con que se cubría, y es que mientras tuvo vigencia el arreo tradicional las cintas fueron uno de los adornos más buscados y gratos para el aderezo de mujeres y hombres[8]. A mediados del siglo xix el polígrafo Francisco de Paula Mellado nos dejó una crónica de su viaje por España[9], y al describir el atuendo que aún estaba muy vigente en la tierra asturiana nos pinta así el uso que de estas cintas benditas hacían allí hombres y mujeres. Respecto al arreo de los varones dice: «[…] También cuelgan del chaleco escapularios y cintas de varios colores, tocadas a la Virgen de Covadonga[10] (fig. 9), Cristo de Cangas [Candás] u otra imagen célebre en el país. Estas cintas tienen el nombre de colonias o medidas.» Y en cuanto al indumento de ellas comenta: « […] En la cabeza pañuelo blanco atado graciosamente, y al cuello varias sartas de corales, de las que penden algunas medallas o efigies de santos de plata. De estas sartas cuelgan también medidas o colonias, de las que hablamos arriba (figs. 10 y 11). […]»

Desaparecido ya el indumento tradicional y perdido el gusto por el adorno polícromo y por los colores gayos, estadales y medidas fueron atemperando sus matices, incorporando incluso últimamente los colores nacionales, fuera de lugar a mi modo de ver, en las cintas tomadas a la imagen del Pilar (fig. 12), que si durante décadas se han expedido en la basílica zaragozana envueltas en un fino papel, como yo la compré hace cuarenta años, se venden ahora en curiosos y bien documentados estuches (fig. 13).

Y hasta aquí el breve repaso que he intentado dar por la vida de estos frágiles objetos que llevaron, desde la hermosa cinta de seda llamada por su ancho colonia (fig. 14) hasta la humilde tira de papel, signado también (fig. 15), a los fieles la presencia de una imagen sagrada que acaso nunca pudieran ver, ya fuera por la distancia, ya por la enfermedad, pero que humildemente les llevaba la gracia y la virtud que la fe podía transformar en milagro. Fueron siempre objetos de poco valor material que solo en rarísimas excepciones se vistieron con el «lujo» de un cristal protector y un marco de metal que no alcanzaba el rango siquiera de relicario (fig. 16). Algunas de las muestras que reproduce el artículo las encontré hace ya mucho tiempo en el Rastro madrileño, por eso, salvo las que se identifican por el texto que las signa, carecen de localización, pues ese gran mercado que se desparrama desde Cascorro a Embajadores fue piélago donde todo se encontraba, sin filiación, eso sí.




NOTAS

[1] Acaso sea esa pobreza de los materiales que se usaron para fabricar medidas y estadales lo que ha provocado la ausencia de estudios relacionados con estas piezas. No obstante esa carencia, debo citar el trabajo monográfico y centrado en las piezas existentes en los fondos del actual Museo del Traje –que yo, por respeto al espíritu de quienes lo fundaron en 1934, sigo denominando del Pueblo Español– de la experta conocedora de la cultura tradicional Herradón Figueroa, M.ª Antonia, «Cintas, medidas y estadales de la Virgen (Colección del Museo Nacional de Antropología)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares (nombrada hoy Disparidades), LVI, 2 (2001): 33-66.

[2] Por ello no agradaban a la divinidad ni al santoral su transfromación o mal uso. Sirva como ejemplo de esa desautorizada manipulación el milagro que San Antonio de Padua obró con una mujer en El Tiemblo (Ávila): Una peregrina quiere / retocar una medida / que de la Virgen traía, / y sin hablar la reprende, / en el aire la suspende, / y ella, con pavor medroso, / que a quien devoto le llama / no falta Antonio piadoso. Estrella Grande, Antonio, y Reviejo Hernández, Carlos. El Tiemblo, villa de Ávila. Ed. Ayto. de El Tiemblo, 1991. Documento 14.

[3] A pesar de que una ley fechada en Madrid a 19 de julio de 1849 imponía ya en España el Sistema Métrico Decimal, pervivieron aún durante mucho tiempo las medidas locales de todo tipo. Respecto al estadal que ahora nos interesa, veamos el extracto de un artículo aparecido en la prensa madrileña con fecha de 25 de junio de 1872: «[…] Parece lógico que siendo el sistema métrico universalmente aceptado, y cuya base se funda en tipos inestinguibles encontrados en territorio español por sabios compatriotas y estranjeros, debe generalizarse entre todas las clases y todas las fortunas. No hace muchos días que hablábamos en este mismo sentido un ilustrado ingeniero industrial, D. Sergio Suárez, y un servidor de V.

–Pero ¿qué necesidad hay de eso? ¿No conocemos y usamos en España como medidas, la vara, el estadal y la legua; como unidad de superficie, la aranzada y la fanega, y de volumen el pie cúbico? ¿No saben todos los pueblos lo que es la cuartilla, la cántara, la fanega, la arroba y el quintal? ¿A qué venir ahora con el metro, el área, el litro y el gramo?

–Doctor, los españoles tienen que vivir en consorcio con otras naciones, y cuando se camina a la unidad postal, telegráfica y monetaria, ¿por qúe no hemos de aceptarla en los pesos y medidas usuales?[…]» (Fernández y González, Modesto, «El catastro de nuestros abuelos», La Época, periódico político diario; Año XXIV, n.º 7225; Madrid, 25 de junio de 1872, pág, 1).

[4] Según el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española, en su edición de 1729, la palabra colonia significa en su segunda acepción: «Cierto género de cinta de tres dedos o más de ancho. Suelense hacer lisas o labradas, y de un solo color, o de vários. Pudo llamarse assí por haver venido las primeras cintas de esta calidad de la Ciudad de Colónia.». Las colonias y medias colonias se utilizaron para adornar las estructuras temporales, como ramos y altares portátiles o estructuras en forma de vaquilla, pero sobre todo para engalanar la indumentaria tradicional en muchísimas de sus piezas. Díganlo si no estas dos estrofas que a ritmo de baile corrido esuché cantar en el maragato Val de San Lorenzo (León) a Dolores Fernández Geijo al son de la pandereta: Zagalejo pajizo / trae María Antonia, / por debajo enseñaba / cinta y colonia; // zagalejo pajizo / trae María Tresa, / por debajo enseñaba / cinta francesa. El término colonia, que como vemos se confeccionó siempre en tejido rico de seda, convivió asimismo con el de listón, que era también sinónimo de cinta, aunque algo más estrecha. Estas estrofas traídas de un canto nupcial recogido en Miraflores de la Sierra (Madrid) ilustran la idea: Despedidas para ti, / que han venido de Granada / con un listoncito verde / y una cintita encarnada; / despedidas para ti, / que han venido de Trujillo / con una cinta encarnada / y un listoncito amarillo. El epitalamio puede escucharse en Fraile Gil, José Manuel. Música tradicional en Miraflores de la Sierra (Madrid). Ed. Nieves Pascual Pascual. Madrid 2018. CD corte 16.

[5] Un jovencísimo Luis de Góngora y Argote (Córdoba, 1561-1627) compuso este romancillo asonantado en é-a que comienza: «Hermana, Marica, / mañana, que es fiesta, / no irás tú a la amiga / ni yo iré a la escuela…». La amiga era la denominación con que hasta la última guerra civil (1936-39) se conocía ne muchas zonas de Andalucía a la escuela de las niñas, que de amiga paso a llamarse la miga.

[6]Lafuente y Alcántara, Emilio. Cancionero popular. Ed. Carlos Baylli-Bailliere. 2ª ed. Madrid, 1865. Tomo segundo. Coplas. Pág. 413. Años más tarde Francisco Rodríguez Marín volvió a incluir la cuarteta en su obra Cantos populares españoles (1882). Manejo la reedición de Ediciones Atlas; Madrid, 1981; t. IV, pág. 471, n.º 8000. Probablemente el mozo provocador que entona la copla intentando enrabiar a la moza venía de la romería que en Dílar dedican a la Virgen de las Nieves al mediar el mes de agosto.

[7] Lope Félix de Vega Carpio (Madrid, 1562-1635) escribió esta breve e ingeniosa comedia en 1613, cuyo original manuscrito se conserva aún en la Biblioteca Nacional de Madrid. Uno de los protagonistas, Liseo, parte de una posada en Illescas y dialoga con su criado Turín antes de emprender el viaje a Madrid para contraer un concertado matrimonio que luego se irá complicando.

[8] Precisamente a este complemento multicolor dediqué un capítulo en mi libro Disquisiciones Galanas. Reflexiones sobre el porte tradicional. Col. Perspectivas Nº 7. Ed. Centro de Cultura Tradicional-Diputación de Salamanca. Salamanca 2002. Cap. «Cordones, cintas y ligas. Lazadas de amor»; págs. 89-104.

[9] Mellado Salvador, Francisco de Paula (Granada, 1818-1876). Recuerdos de un viage por España (1850). Manejo la reedición de Vieja España; Madrid, 1985. Tomo I, Primera y segunda parte: Castilla, León, Oviedo, Provincias Vascongadas, Asturias. Capítulo octavo, «Asturias.-Historia y costumbres», págs. 88-89.

[10] Merced al testimonio que nos dejó Jovellanos de su viaje a Covadonga en 1795 sabemos quién y dónde vendía estas cintas: «Comida en casa del sochantre, que es quien vende medidas y medallas […]» (Sábado, 25 de julio de 1795).



De medidas y estadales. Reliquias para los pobres

FRAILE GIL, José Manuel

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 489.

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