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Rosa Chacel y Valladolid
Rosa Chacel Arimón nació en Valladolid el 3 de junio de 1898. Solitaria, su instrucción, debida exclusivamente a su madre, era extraordinaria, a juicio de todos, cuando tenía nueve años. Cumplió los diez en Madrid, y su vida sufrió un cambio total. Entonces empezó a escribir y puede decirse que a leer[1].
Su libro Desde el amanecer es la autobiografía de los diez primeros años de la vida de la escritora. El período evocado, entre los años 1898 y 1908. La escritora revive su infancia desde un tiempo de exilio y de distancia. En agosto de 1967, el libro estaba concluido. Ya en 1922, Rosa Chacel se había mostrado devota de Freud. Y no permanecerá inmune a dicha influencia, perfectamente visible en Desde el amanecer. El fondo trágico de la vida está cifrado para Rosa Chacel en la crueldad, lo execrable o el horror. En su autobiografía, Rosa Chacel retrocede hasta un tiempo anterior al de su existencia. La madre era la alegría y el padre, el orgullo. Otros elementos –religión, moral, costumbres– cimentarán el sistema personal de la futura escritora. Al colegio solo acudió durante tres meses –de septiembre a diciembre de 1904–, experiencia que recuerda en la novela Memorias de Leticia Valle, autobiografía apócrifa de esta escritora. Recuerda las representaciones teatrales, la música, grabados, lecturas, el francés, dibujo, cine… Fue fundamental la experiencia de Rodilana (1905), pequeño pueblo vallisoletano, adonde se desplazó por problemas de salud y en donde permaneció un verano entero. El escenario vallisoletano enmarcó la niñez de Rosa Chacel. Madrid, el Barrio de Maravillas y la experiencia relatada en esa novela autobiográfica, donde la artista nos brinda su personal retrato de la artista adolescente, es el tramo que sigue a la infancia vallisoletana, presidida por una nota: la soledad[2].
Rosa Chacel comienza Desde el amanecer confesando su orgullo por haber nacido en el 98. Nació en Valladolid ese año, el 3 de junio. En la época de las lluvias el agua caía a raudales y la escuela estaba en la misma calle de su casa. Esto debió ocurrir hacia el año 84. Sobre su casa se cernía el nublado de la pobreza. Su padre le hizo hablar a los cinco meses. En Valladolid tenía su casa en la calle Núñez de Arce, pero Rosa nació en la calle Teresa Gil, nada más entrar de los soportales. Aquella fue su casa hasta que salió de Valladolid, en 1908. En junio de 1901 cumplió los tres años. Su madre rebosaba juventud y todas las gracias concebibles. Su madre y Rosa iban al cementerio con frecuencia para rezar junto a la tumba de su hermano fallecido tempranamente y a la de Zorrilla, su tío, que estaba enterrado en el panteón de hijos ilustres. Zorrilla había hecho viajes fantásticos y había escrito versos. El personaje ilustre, glorificado a la entrada del Campo Grande sobre un pedestal, era un ser muy próximo para ella[3].
Su abuelo José Arimón hizo amistad con Zorrilla, amistad que era un verdadero culto literario. Su abuelo murió muy joven, y Zorrilla se ocupaba de su viuda y de cinco niñas. Su casa de la calle Núñez de Arce, viniendo de la glorieta del Museo (Santa Cruz), quedaba en la acera de la derecha y era el segundo portal, con una puerta al fondo que daba al patio. La gran transformación de su casa fue en 1905. Rosa empezó a leer a los tres años. Su madre tenía todas las habilidades, sabía de todo. Su padre era inaguantable, violento, disparatado; tal como era Rosa Chacel. Los dramas de Zorrilla pasaban íntegros por su alcoba. Rosa tenía predilección por El puñal del godo. Su paseo en las horas de sol era por San Isidro. Pero recuerda también el camino hasta la ermita de la Victoria, las Moreras, los márgenes del río, el Puente Mayor y el agua densa del Pisuerga embalsándose junto a la fábrica de harinas, la carretera hasta el Canal de Castilla… El Canal estaba cortado por la carretera, detenido en un remanso turbio contra la compuerta; viviendas miserables, pero graciosas, y en la orilla izquierda, alzándose, la Cuesta de la Maruquesa.
Aquella casa de cuatro mujeres estaba sostenida por la pensión de un coronel. En el gabinete había una fotografía muy grande de la estatua del conde Ansúrez. Las Navidades se celebraban en casa. A veces, se quedaban un rato en silencio, viendo caer la tarde sobre el Cerro de San Cristóbal. El colegio de las Carmelitas tenía la ventaja de estar a la vuelta de la esquina. Un breve recuerdo de este colegio se esbozó, cuarenta años más tarde, en Memorias de Leticia Valle, apócrifas, de hecho. Rosa tenía conciencia de la pobreza de sus padres. Era seria y juiciosa. También obedecían las alternativas de su carácter a la irregularidad de su salud. Pero un día sonó un nombre: Rodilana. Su madre había ido varias veces a América. El padre había ido a Rodilana, pero también a Simancas y a la Cistérniga.
Su cultura amorosa era extensísima, pero sacada de la literatura, del teatro, de las canciones. Su madre le inculcó la piedad y el respeto por los miserables. Rosa solo adoraba a los caballeros con barba. En mayo se fue, con su madre y sus tías, a Rodilana; y volvió a los tres meses. Junio, julio y agosto culminaron en una merienda a orillas del Adaja. Volvió de Rodilana rebosando salud. Fueron tres meses menos cinco días. Rosa creía y pensaba, pero dudaba. Sus padres tenían su biblioteca secreta. Frecuentemente, hablaban entre ellos de sus lecturas. Su madre se creía afecta a Rousseau y su Emilio, pero tenía una fe ciega en la ciencia. Pero la fascinación por el cine no era comparable con nada. Y al fin se inauguró el Cine Pradera y fueron los tres. Las luces se veían desde la calle Santiago y se oía la música. Dentro todo era simple y pobre. Y todo ello era tan deslumbrante, pero en blanco y negro. Salieron embriagados, pero suponían que en Madrid sería mejor. Pero ese viaje no sería como la ida a Rodilana, una mañana de sol por la llanura; sería muchas horas de tren, tal vez toda la noche. De Valladolid a Madrid había túneles.
El colegio de las Carmelitas tenía la ventaja de estar a la vuelta de la esquina. La gran fachada, amarillenta, formaba el lado derecho de la plaza. Su padre escogió unas cuantas estrofas del poema de Zorrilla María, y empezó a enseñárselas. Hacía poco que su madre le leía Las mil y una noches. Esto, unido a las morerías de Zorrilla, disparó hacia el Oriente su apasionada imaginación. Los relatos de guerras o de aventuras le apasionaban. Llegó septiembre y entró en el colegio. Leía mejor que las demás. La mayor de la clase tendría un par de años más que Rosa y se llamaba Leticia. Era preciosa. Aquel nombre le parecía maravilloso.
Al mismo tiempo que el dibujo, tomó seriedad el estudio del francés. Era una cabeza de siete años afilada en el cultivo del insomnio. Terminó el verano y el frío empezó a crear los consabidos problemas. No había cumplido los nueve años. Cuando Rosa ha triunfado alguna vez, cree que ha sido por imposición e influencia de su personalidad. Se enseñoreaban de su casa las figuritas modernistas, y Rosa las encontraba encantadoras. Las disputas y peleas menudeaban. La milicia rondaba en torno a su familia. El perro fue siempre su animal preferido. En Madrid, y tal vez en Valencia, todo sería más caro. Todo su sistema de relaciones humanas cambió. Las chicas eran muy guapas, fuertotas. La pequeña tenía su edad y la otra, un par de años más. No solo las chicas le gustaron, sino que la idea de jugar en una sola de aquellas galerías, que siempre le parecieron lo más bonito de las casas de Valladolid, le atrajo mucho. Ya estaría empezando diciembre; hacía buen tiempo, un poco frío pero con sol, así que salían como siempre hacia San Isidro, a primera hora de la tarde.
Tomaron el tren. Cuando se empezó a ver Madrid ya se encendían las luces, y llegaron a la Estación del Norte ya oscurecido. En Valladolid siempre había desayunado chocolate; desde aquel día, 3 de marzo de 1908, fue café con leche. El trabajo siempre fue un juego para ella y el juego, trabajo. Entre los juegos que la intrigaban primaban el teatro, los cuentos y canciones, grabados, cuadros. En Valladolid sí quedaba huella. La luz de Castilla, la acacia del jardín contiguo asomando sobre la tapia podían ser la continuación de todo aquello. Aquel concierto de pobretería disimulada y seria se extendía por el barrio de Maravillas. La tía Juana, viuda de Zorrilla, vivía de una pensión que le pasaba la reina María Cristina, además de los derechos de las obras de su marido, que se representaban de vez en cuando. Y su soberbia acumulaba en su fondo una gran melancolía: ella ya no era el centro de nada. Valladolid, su casa y sus gentes se agigantaban en su recuerdo, o más bien se intensificaban y se depuraban. Seguía viviendo entre mayores, entre gente vieja. En casa del tío no había pequeñeces mujeriles y había libros: un despacho con las paredes cubiertas de libros hasta arriba y, como ellos dormían la siesta, cuando iba a comer allí se encerraba después en el despacho y leía lo que se le antojaba. Leía muchas cosas, pero solo recuerda el día que leyó Don Álvaro o la fuerza del sino. En ella lo único destacable era el carácter - vivo retrato de su padre – y la pésima educación. La tía Juana añoraba la escena porque su matrimonio había sido lo suficientemente teatral: viajes a Roma y París, coronación del poeta en Granada, etc. Pero su abuela no había salido de su modesta clase media. Luego, la viudez había llegado a tomar carácter de empresa. El drama debió de ser pavoroso: al aludir a él Zorrilla en sus Recuerdos le da categoría de catástrofe. En la casa de Valladolid, la situación de Rosa había sido privilegiada. Cumplió los diez años el 3 de junio. Con frecuencia, decía que añoraba Valladolid y que encontraba Madrid detestable.
Rosa Cruz Arimón Pacheco, madre de Rosa Chacel, nace en Caracas en 1878 en el seno de una familia criolla. Su madre, Julia Pacheco, era hermana menor de Juana Pacheco, casada con el ilustre poeta José Zorrilla. Cuando muere el padre, José Arimón, de pulmonía y a los 42 años, Rosa Cruz, que tiene 14, pasará, junto a su madre y sus cuatro hermanas, a la protección de Zorrilla. En el 1892, llegan a Valladolid y Rosa Cruz empieza a cursar la carrera de maestra. Su matrimonio a los 19 años resulta tempestuoso, pero la esperanza de vida era muy inferior a la actual. El nacimiento de Rosa marcó en la joven madre un intento de retomar y proyectar en su hija las ilusiones propias. Aquella mujer moriría el año 1933, a los 55 años de edad. Rosa Clotilde Cecilia María del Carmen Chacel Arimón nació en Valladolid el 3 de junio de 1898. Su madre Rosa Cruz Arimón Pacheco, sobrina nieta de José Zorrilla, y su padre Francisco Chacel Barbero, se hicieron cargo de su educación y enseñanza. También marcaría su infancia el traslado a Madrid a casa de su abuela materna en 1908. En 1927 conoce a Ortega y Gasset, al que profesa una gran admiración, y colabora en la Gaceta Ilustrada de Ernesto Giménez Caballero. Poco después del nacimiento de su hijo Carlos, asistirá entusiasmada a la llegada de la Segunda República. En 1933, Rosa marcha a Berlín, en donde conocerá a Rafael Alberti y María Teresa León. Sale con su hijo de España en 1937 en dirección a París. La década de los ochenta estuvo repleta de reconocimientos y premios a su labor. Muere el 27 de julio de 1994, a los 94 años de edad[4].
Rosa Chacel, nacida en Valladolid, ha sido reconocida como una de las personalidades más acusadas entre los prosistas de la llamada Generación del 27. Aunque empezó su carrera literaria antes de la Guerra Civil, aquella se consolida con su regreso a España. Toda su obra es como una lucha contra el olvido de España y su tierra aflora en algunos de sus más entrañables libros como Memorias de Leticia Valle y Desde el amanecer. Si encuentra sus antecedentes en Dostoievski y James Joyce, supone un anticipo del llamado «Nouveau roman», especialmente de Michel Butor[5].
Su padre, José Arimón, había entablado amistad con José Zorrilla, vate romántico bastante mayor que él, casándose ambos con dos hermanas: Juana y Julia Pacheco. Las sobrinas de Zorrilla eran bonitas, altas, con la educación de las familias criollas cultas. Zorrilla era considerado la mayor gloria del país y de la ciudad, pese a la pública y notoria dificultad económica del viejo poeta y, por último, la muerte de este en enero de 1893. Los Chacel eran también clase media. Rosa Clotilde Chacel Arimón nació en Valladolid el 3 de junio de 1898. En una casa de la calle Teresa Gil – la primera a la derecha al doblar los soportales de la calle Ferrari -. La escritora despierta a la vida en la casa de la calle Cárcava. A la llegada se han instalado dos mejoras importantes: la luz eléctrica y el retrete. La geografía urbana de Valladolid de la niña Rosa Chacel se reduce a un rincón no muy lejano de la inacabada Catedral, a espaldas de la Universidad, asomándose a la Glorieta del Museo, en Santa Cruz entonces. La Plaza Mayor, el flamante y sugestivo Pasaje Gutiérrez, los mercados del Val y del Campillo son los confines de una niña solitaria y enfermiza, ilusionada y de sueños traumatizantes. Las visitas familiares, casi las únicas, forman parte del ritmo cotidiano. Rosa Chacel sufría frecuentes gastritis y las nieblas vallisoletanas sobresaltaban todos sus inviernos. Habrá que ir a Madrid, después… La casa va a ser levantada en marzo de 1908: es el viaje.
En el Barrio de Maravillas, en el que se acurrucaba una modestísima burguesía, se instalan en una provisionalidad que será más larga de lo deseable para todos, Rosa y su madre. Rosa Chacel va descubriendo Madrid. Habrá que pensar cuánto hay en la vida secreta del coronel Valle y en la dolorida y obstinada memoria de Leticia.
Timoteo Pérez Rubio, rural y extremeño, se había librado del servicio militar pero no de la gripe española. Anglada Camarasa, Valle Inclán o Romero de Torres figuran entre el profesorado de la Escuela recordado. A principios del 16, la relación entre Rosa y Timo se hace más estrecha. Rosa va imponiendo su voluntad y él trabaja. Leen a Maeterlink, a Dostoievski… En la primavera de 1922, Rosa Chacel Arimón y Timoteo Pérez Rubio salen para su aventura romana. Se han casado en Madrid. Timoteo pinta a Rosa. En el otoño de 1927, Rosa y su marido vuelven a Madrid. La obra de Marcel Proust y el Retrato del artista adolescente de James Joyce, traducido por Dámaso Alonso, son invitaciones excitantes para los novelistas- Rosa Chacel debió leer este libro durante su último año de estancia en Roma.
Leticia Valle decidirá su destino. Teresa llega a su fin como novela. Rosa Chacel se apartó de la exigencia biográfica creando un personaje femenino trasunto de su propia y compleja personalidad. El libro se iba a publicar en 1936. La idea de otra novela, sugerida en Roma, surge de los comentarios sobre la lectura de la confesión de Stravoguin en Endemoniados de Dostoievski, la seducción de la niña por el adulto y el suicidio de esta. La historia conocida por la Chacel es la que prevalece sobre el relato dostoievskiano, convertido por ella en anécdota o punto de partida. Así nacería el plan primitivo de las Memorias de Leticia Valle. La Guerra Civil llegó por sorpresa. Rosa y su hermana Blanca fueron como enfermeras al Hospital de Sangre instalado en la Residencia de Estudiantes. En Valencia colabora en Hora de España y Francisco Ayala la recuerda en compañía de Concha de Albornoz. Rosa Chacel y su hijo se van a París en marzo de 1937.
Rosa va a Buenos Aires. Mientras surgen cada vez más perfiladas otras novelas, retoma lo publicado en Sur como Memorias de Leticia Valle. Apunta en varias ocasiones que tiene un fondo autobiográfico y no solo porque sea una historia sucedida en Sardón de Duero y que oyó comentar en su infancia. Traslada la acción a Simancas, la evocación del colegio en Valladolid, las matizaciones de la luz en el Pasaje Gutiérrez y, sobre todo, el recitado de Zorrilla. En el colegio había recitado un poema del tío de tono religioso, pero en la novela hace de otro instrumento de seducción y encuentro amoroso de maestro y alumna. No solo es la historia de la seducción cuyo desenlace se precipita a causa del coronel Valle, al que se le levantan fantasmas del pasado; es la traición de Leticia a su amistad con Luisa, a quien deja de visitar en su habitación de enferma cada vez que va a clase. Todo está vagamente aludido: el suicidio de Daniel; la real locura del coronel Valle que vivió algo parecido y por eso se fue al Rif, y su reiterada entrega a Margarita Velayos como refugio (la otra vez antes de huir a África y ahora) y Leticia ya en Suiza.
El exilio se ha manifestado de forma dramática en el ámbito familiar porque se han impuesto la soledad y la incomunicación, hasta en ese nivel. Buenos Aires es una jungla en la que las mujeres escritoras se despedazan. Pero Rosa jugará aún temerariamente la carta de su soledad. En junio del 64 regresa a Brasil. Poco más tarde, se refugia en su pasado y comienza las memorias de su vida hasta los diez años, Desde el amanecer. Rosa Chacel sufre mareos, caídas; se refugia en la contemplación del cine como el personaje de su primer cuento. Son dificultades que irá superando y cada libro o su reedición es toda una aventura, no siempre rentable. Volverá a España en 1971, recalando por Valladolid. Y en 1974 parece asentarse ya poniendo fin a su exilio.
Para Clara Janés, sus obras capitales son: La sinrazón, Barrio de Maravillas, Memorias de Leticia Valle o la trilogía constituida por Barrio de Maravillas, Alcancía y Ciencias naturales, y sus magníficos diarios[6].
Nació en Valladolid (1898) en el domicilio familiar situado en la calle de Teresa Gil. En la progresión continuada que fue la infancia de Rosa Chacel, escritora casi autodidacta, influyen el clima artístico – literario reinante en el ámbito familiar; los dichos, objetos, grabados, láminas… que funcionarán como apoyaturas de la memoria o recortes del recuerdo cuando la novelista se proponga transmutar la experiencia personal en obra literaria. Datan también de estos años las primeras lecturas significativas y el cine. El 3 de marzo de 1908, la familia Chacel viaja de Valladolid a Madrid. Rosa logra imponer su voluntad e iniciar una trayectoria personal regida por su voluntad artística. Esta etapa de la vida de la escritora ha quedado magistralmente narrada en Barrio de Maravillas. El tiempo cronológico por el que se desliza la trama abarca los tres años anteriores al estallido de la Primera Guerra Mundial. Elena es el personaje en quien Rosa Chacel se autorretrata como artista adolescente[7].
En Timoteo Pérez Ruiz y sus retratos del jardín, Rosa Chacel traza la biografía de su esposo, el pintor y compañero de generación, nacido en Oliva (Badajoz) y autor del célebre Retrato (1925) de la escritora. Ramón Gómez de la Serna influyó precipitando a los jóvenes en la novedad. Unamuno y Ortega son otras dos sendas por las que discurre la obra de Rosa Chacel. Dostoievski, a quien ella leyó con pasión en su juventud, era otro ejemplo a seguir y verdadero punto de partida para desarrollar Memorias de Leticia Valle. Más allá de un argumento novelesco, que Rosa Chacel invierte, y más allá de un título análogo (Memorias…), los puntos de confluencia con la obra de Dostoievski son significativos: los personajes solitarios abiertos al fondo confesional, la exploración en las capas profundas de la conciencia, la inmersión en los abismos o el descenso al subsuelo, el pathos del conocimiento, los arrebatos místicos o el éxtasis, el sentimiento de culpa, el doble o la voluntad escindida, lo bello y lo sublime, el bien y el mal, las ensoñaciones y el terror, el autobiografismo, son temas y elementos que afloran en las obras de la escritora vallisoletana. A su vez, la lectura de Joyce supuso el descubrimiento de la novela en todas sus posibilidades. Marcel Proust inauguraba otro de esos caminos posibles hacia la novela moderna y los jóvenes de la generación lo leyeron con enorme interés.
El período europeo de Rosa Chacel arroja un saldo muy favorable: la puesta en marcha de su obra literaria, el conocimiento de y la meditación sobre el pensamiento de Ortega, la lectura de Proust y la experiencia vital de importantes fenómenos de nuestra época: a un lado, el fascismo y el futurismo; al otro, el surrealismo. Rosa Chacel regresa a Madrid en septiembre de 1927. Empieza a publicar en La Gaceta Literaria, Meseta y Revista de Occidente. Son muy esclarecedores el conjunto de ensayos que Rosa Chacel dedicó a hablar y analizar aquel tiempo, así como los que tratan específicamente de la obra de los poetas y escritores de la generación, como Jorge Guillén. El clímax o el pulso vital de aquellos años es lo que Rosa Chacel nos da en Acrópolis, el segundo volumen de la trilogía iniciada con Barrio de Maravillas. Luis y Ramón representan el fenómeno universitario emergido durante los años de la Dictadura: los estudiantes rebeldes, progresivamente politizados, que leen y discuten qué hacer.
En las páginas finales, los vemos a todos reunidos en la Granja El Henar. La breve experiencia berlinesa tuvo salida, años más tarde, en La sinrazón. Rosa Chacel emprendió, durante esta nueva década (1931 – 1939), la escritura de Teresa, biografía novelada de la célebre amante del poeta José de Espronceda. Rosa Chacel prestó sus servicios como enfermera en un hospital de Madrid. Cuando se empezó a hablar de la necesidad de evacuar Madrid, Rosa Chacel abandonó la capital con su hijo, ambos rumbo a Barcelona. De Barcelona, Rosa Chacel se traslada a Valencia. En julio de 1937, la escritora llevaba ya cinco meses residiendo en París. Allí permaneció hasta el otoño de 1938. Sabemos que en París escribió sus dos últimos artículos para Hora de España, y cabe suponer que trabajó bastante en su segunda novela, Memorias de Leticia Valle. Rosa Chacel y su familia se dirigen, desde Burdeos, a Sudamérica. Durante la etapa del exilio (1939-1973), Rosa Chacel no calla y prosigue con su proyecto literario. No tardarán en publicarse las dos novelas escritas con anterioridad pero aún inéditas: Teresa y Memorias de Leticia Valle, tercera novela de Rosa Chacel, que es a la vez el retrato de una adolescente y la crónica de una seducción. La idea de escribir esta novela se le ocurrió a Rosa Chacel durante su período romano. Un hecho acontecido en un pueblo vallisoletano sirve para trazar la historia o argumento, enmarcada en Valladolid durante las primeras páginas y, más adelante, el recorrido urbano de unas calles y comercios ajetreados ante las fiestas navideñas. El resto del libro tiene como escenario Simancas con su Archivo y su paisaje.
El fondo personal de la autora asoma en Memorias de Leticia Valle, novela que contiene una buena dosis de material autobiográfico. En Nueva York, su vida cobró los tonos de la hispanidad exiliada. Barrio de Maravillas gozó de una mayoritaria aceptación. El azar posibilitó un segundo viaje a España en 1970. La escritora pronuncia conferencias y empiezan a reeditarse algunas de sus obras, además de publicarse otros libros inéditos. De las primeras, La sinrazón, Memorias de Leticia Valle… Libros publicados entonces fueron la autobiografía Desde el amanecer y los ensayos La confesión y Saturnal. Y una novela suya, Memorias de Leticia Valle, fue llevada al cine. Es otra etapa, más sosegada e increíblemente fecunda, de la vida de la escritora. En pocos años, Rosa Chacel deja de ser una extraña para convertirse en una figura conocida y respetada en nuestro panorama literario. La altura intelectual y literaria de Rosa Chacel queda ampliamente probada en una obra que recorre todo nuestro siglo xx y que explora todos los géneros literarios.
El viernes 29 de julio de 1994, los restos mortales de Rosa Chacel tornaban a su Valladolid natal. Su literatura nos habla del amor, de la piedad, de la culpa, de la duda, de la razón, de la moral, del arte, de la soledad, de la fe, del tiempo, de la pasión, del cine, de España, de las madres…
Barrio de Maravillas, título de una novela que recoge sus vivencias de niña y adolescente. El citado barrio es coloquialmente denominado Barrio de Malasaña. La obra de Sigmund Freud (1856-1939) tuvo gran influencia en la Generación de 1927. Rosa Chacel es considerada discípula de José Ortega y Gasset (1883-1955). José Zorrilla (1817-1893), autor romántico español, cultivó todas las modalidades literarias, pero fue reconocido por su obra teatral Don Juan Tenorio, versión de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina[8].
Valladolid y la novela de Rosa Chacel
En la época Valladolid era una capital con unos 70.000 habitantes. Soldados y estudiantes alegraban la vida de las calles de la ciudad. Las calles estaban aún sin asfaltar en su mayoría. La que hoy es la Plaza Mayor fue desde siempre lugar de reunión y, especialmente, de mercado o de encuentro. El nuevo edificio del Ayuntamiento no se terminaría hasta 1908. En 1901 se termina la estatua dedicada al conde Ansúrez, obra de Aurelio Rodríguez Carretero. Fue inaugurada, junto con las obras de alcantarillado, en 1903. El recién estrenado Ayuntamiento acababa de inaugurarse en 1908 en el nuevo edificio. A la mitad del soportal estaba el Teatro de Zorrilla. Se había inaugurado este edificio en 1884, con la asistencia del propio poeta José Zorrilla, a quien se dedicó el teatro, representándose su obra Traidor, inconfeso y mártir. Zorrilla, admirado y querido en Valladolid, tuvo que salir a saludar y fue obligado por las ovaciones a leer una composición propia que había escrito para el acto y que se titulaba Nadie es profeta en su tierra. En 1887 se inauguró oficialmente el alumbrado eléctrico en Valladolid[9].
La electricidad empezaba a entrar en todos los hogares y la profesión de electricista era una ocupación de futuro. La plaza de Zorrilla, urbanizada a partir de 1894, era un nudo de distribución de calles. Por su situación e importancia se juzgó lugar adecuado para erigir una estatua al poeta vallisoletano, puesto que era la entrada al Paseo que ya llevaba su nombre. Aunque la idea surgió en 1895, hasta cuatro años más tarde no se llevó a cabo. La estatua, inaugurada en 1900, trataba de representar al poeta en actitud de declamar algo que acababa de leer. Era popular en esta época por el conjunto de su obra dramática y poética, pero principalmente por ser el autor de Don Juan Tenorio, obra que escribió, según él mismo decía, en treinta días.
El Salón Pradera destacaba por su programación: buscaba películas de actualidad y se dirigía a sectores determinados de público. Hasta que fue derribado, ya como Teatro Pradera, en 1967. En la parte izquierda del Paseo de Zorrilla según se iba hacia la Rubia, estaba el Campo Grande. Durante todo el siglo xviii y tres cuartas partes del xix, el paseante que seguía por la carretera de Simancas (o sea, por el Paseo Zorrilla) se topaba con la puerta del Carmen o de Madrid, arco triple que fue derribado en 1873. El paseo se iniciaba con la Academia de Caballería. El Campo Grande se integró en la trama urbana de Valladolid a partir del siglo xviii. La luz, el agua y los tranvías parecían ser las claves del futuro industrial en la urbe. Aunque el ferrocarril llegó a Valladolid en 1860, hasta 1891 no se edificó la estación del Norte tal y como la conocemos en la actualidad. Desde la Plaza de Colón hasta la Plaza de Zorrilla se extendía el paseo de Recoletos, al lado del cual se hallaba el Hospital de la Resurrección. En 1908 se sustituyó el alumbrado de gas por el eléctrico.
Mientras los vallisoletanos se decidían entre el coche de caballos y el automóvil, podían darse unos breves paseos en bicicleta. Se llega, mediada la calle de Miguel Íscar, a la Casa de Cervantes. La identificación de una de las casas de la Plazuela del Campillo del Rastro, la número 14, como la residencia de Miguel de Cervantes durante su estancia en Valladolid, se debió a José Santa María. Tras ellos, un cervantista, Mariano Pérez Mínguez, se preocupó de adecentar la casa y convertirla en un museo. Benigno de la Vega Inclán adquirió la casa en 1912 en nombre de Alfonso XIII, quien la cedería al Estado en 1915, y las dos construcciones colindantes.
La calle del Duque de la Victoria vino a adquirir esta denominación en 1854 para honrar al general Baldomero Espartero, que visitó Valladolid en 1854 para inaugurar las obras del ferrocarril en nombre de Isabel II. El Norte de Castilla celebraba en 1908 su 50 aniversario. En el 6, el Círculo de Recreo, obra de Emilio Baeza, se construyó en 1900. La Calle de Gamazo se diseñó al llegar el ferrocarril a Valladolid con el objeto de unir el centro de la ciudad con la estación, aunque no se llegó a abrir hasta 1890, cuando se iniciaron las obras de la estación nueva.
Felipe II encargó a Juan de Herrera los planos de un enorme templo que nunca llegaría a terminar. Una de las torres se hundió en 1841 y la que se podía observar hace cien años se alzó a finales del siglo xix. En 1908, las facultades de Derecho y Filosofía y Letras ocupaban el importante edificio barroco de la Universidad. Por la Calle de la Librería, se llegaba a la llamada Plaza del Museo y actualmente Plaza de Santa Cruz. Santa Cruz se inició en el estilo gótico, pero pronto pasó a construirse en el del Renacimiento. Durante mucho tiempo, fue la sede del Museo provincial, pero en 1933 el Museo fue instalado en el Colegio de San Gregorio. El edificio del Colegio San José fue construido por el arquitecto Jerónimo Ortiz de Urbina, terminándose las obras en 1884.
Aunque la Antigua fue una de las iglesias que mandó construir el Conde Ansúrez en el siglo xi, la torre, tal como se podía ver en 1908, era del siglo xviii y el claustro e iglesia los que se habían levantado en el siglo xiv. En 1895 se colocó en la casa donde había nacido el poeta José Zorrilla una placa conmemorativa. Enfrente de la iglesia de las Angustias estaba el Teatro Calderón. El edificio se inauguró en 1864. Se construyó sobre el antiguo Palacio del Almirante de Castilla y en su época fue considerado uno de los mejores de España por su acústica y adelantos técnicos. En septiembre de 1898, se inauguró la nueva iluminación.
Siguiendo por la Corredera de San Pablo, se llegaba a la Plaza de San Pablo. La sede de la Diputación Provincial fue un palacio perteneciente a Bernardino Pimentel, regidor de Valladolid en tiempos de Carlos V, siendo adquirida en 1875 por la institución provincial. En la Calle Cadenas de San Gregorio se llegaba al Colegio del mismo nombre. Frente al Museo y en la misma Calle de Cadenas de San Gregorio, se encontraba el Palacio de Villena, que perteneció en el siglo xviii al marqués de Villena. También se denominó a veces de Velasco o de Alonso Pesquera por el apellido de algunos de sus dueños. En 1908 era Gobierno Civil. El Palacio o Casa del Sol, al final de la calle Cadenas de San Gregorio, estaba en venta en 1908. A la casa se añadía la iglesia contigua. A finales del siglo xvi, pasó a Diego Sarmiento, conde de Gondomar.
En 1907 se habían concluido las obras del nuevo Instituto José Zorrilla. El edificio se había construido sobre unos terrenos cedidos por los Dominicos de San Pablo. En 1908 el recorrido hacia la Calle de la Platería tenía que hacerse por la calle del León hasta llegar a la Plaza de San Miguel. Desde la Plaza de San Miguel –una de las pocas en que los niños podían jugar libremente y sin peligro en la ciudad– se continuaba hasta la antigua Plaza del Conde de Niebla (ahora, de los Arces). El mercado del Val fue inaugurado en 1882. En el antiguo Monasterio de San Benito, el pórtico fue proyectado por Rodrigo Gil de Hontañón. En 1808, el edificio era el Cuartel de San Quintín.
En la Plaza del Teatro estuvo el de la Comedia, que tuvo una importante actividad hasta que en la década de los años 80 del siglo xix los coliseos de Calderón, Lope y Zorrilla le restaron público y categoría. En el mismo 12 de la Calle María de Molina estaba el Teatro Lope de Vega. Se inauguró a fines de 1861 según proyecto de Jerónimo de la Gándara. Este edificio vino a sustituir el antiguo Corral de Comedias en el que se desarrollaba la actividad teatral en Valladolid desde el siglo xvi. El llamado Puente Mayor es el más antiguo de Valladolid, pues comenzó a construirse en 1080. Sucesivas reformas, a mediados del siglo xix, dejaron su estructura tal y como la conocemos. Durante mucho tiempo, y mientras existió muralla en Valladolid, una de las puertas de la ciudad estuvo a la entrada del puente.
Tras la exclaustración del monasterio de Santa María de Prado, se comenzó a usar como prisión provincial en 1851, acabando como manicomio: en 1908, lo ocupaban más de mil enfermos. El puente colgante fue diseñado en 1860, para ser montado en 1864. Y se le consideró una muestra más de la arquitectura del siglo xix denominada «del hierro». Valladolid ha sido residencia y lugar de paso, aldea y Corte, incómodo muladar y ciudad elegante, mercado y templo, bastión y villa abierta, sede real y asiento gremial, inspiración y desesperación, personas y personajes …
El Pabellón Morisco del doctor Moreno, situado en el Camino Viejo de Simancas, era una de las construcciones de verano de las clases pudientes vallisoletanas del siglo xx. En aquel paraje, levantaron quintas y villas que solían ocuparse principalmente en verano. Situada en el actual número 15 del Camino Viejo de Simancas, queda en pie uno de los edificios más singulares de la ciudad: la casa mora del doctor Moreno. Rosa Chacel recuerda en su autobiografía Desde el amanecer (1972) su visita de niña a la consulta del doctor Moreno. 1912 es el año que puede leerse sobre la verja verde de la puerta de la entrada principal del edificio situado en la actualidad en el número 15 del Camino Viejo de Simancas[10].
Pepo Paz Saz analiza la ciudad de Valladolid en relación con Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel (1945). Su alter ego, la casi adolescente señorita Valle, muestra la firme obstinación de «pensar por cuenta propia». Es la protagonista de su segunda novela, Memorias de Leticia Valle, que se publicó cuando la autora contaba ya la edad de 47 años, en Buenos Aires. En esta obra alguno ha querido ver los rasgos de una Lolita pucelana. La génesis había sido durante los años de su estancia en Roma, cuando su marido Timoteo Pérez Rubio y un amigo le hablaron de una historia que Joyce menciona en su Retrato del artista adolescente: la de un señor que seducía a una jovencita. Al parecer, y según sus propias palabras, ella les contestó que algún día escribiría el relato de una niña que seduciría con su inteligencia y capacidades a un adulto. En Memorias de Leticia Valle no estaba escarbando en su memoria personal, sino en alguna trama que unía recuerdos de sucesos truculentos acaecidos en Valladolid y que ella recordaba de su niñez[11].
La guerra con Estados Unidos y la pérdida de las colonias ultramarinas había sumido en una profunda crisis a la capital harinera del reino, de la que no conseguiría salir hasta los años de la Primera Guerra Mundial. Por el Valladolid de principios del siglo xx circulaban aquellos tranvías que nos muestran en antiguas fotografías, una metrópoli de avenidas despejadas y con alumbrado público. Era una urbe que, desde el último tercio del xix, había ido adornándose con algunas de las infraestructuras y zonas verdes que conocemos: la calle Santiago; el Paseo Zorrilla; la llamada Estación del Norte, que aún conserva la fachada y las formas que le diera Enrique Gasset Echevarría, el ingeniero franco español, en 1895 (aunque el ferrocarril de Madrid había llegado a la ciudad tres décadas antes); el Campo Grande se convirtió en el jardín romántico que paseamos en la actualidad también en los últimos años del siglo xix. La arquitectura del hierro, al estilo modernista, tuvo tres grandes epígonos en el Valladolid de la época: los mercados de abastos del Val, de Portugalete y del Campillo de San Andrés. El único superviviente de aquel patrimonio cultural es el mercado del Val.
La novela fue construida por su autora a la manera de un diario confesional escrito por la pequeña Leticia Valle desde Suiza, refugio al que la ha conducido su tío paterno tras el trágico desenlace de lo inaudito. Lo inaudito es una relación entre la protagonista y su instructor don Daniel; relación que no solo involucra a Leticia y al responsable del Archivo de Simancas, sino también a su esposa doña Luisa en un contexto social muy provinciano. Entorno frente al que Leticia se rebela. Hay ciertos paralelismos autobiográficos entre Chacel y Valle; entre las pequeñas Rosa y Leticia. La novelista nunca acudió al colegio debido a su frágil salud: su educación corrió a cargo de los padres, principalmente de su madre, que era maestra y le inculcó el amor por la lectura (al parecer, la niña aprendió a leer recitando los versos de José Zorrilla; la propia Leticia recita de memoria en un pasaje de la novela en la que se homenajea a una maestra de Simancas). Su posterior formación extraescolar en Simancas será el germen de la turbulenta relación que recorre la obra. Rosa Chacel vivió en Valladolid los primeros ocho años de su vida, casi una vida paralela a la de Leticia de la ficción. Hay en ambas una visión un tanto melancólica de su ciudad natal, tamizada por el discurrir del tiempo y la distancia.
El Valladolid de Leticia Valle es un territorio céntrico. Chacel nació en una casa de la calle Teresa Gil de la capital vallisoletana, aunque vivía no lejos de allí, en Núñez de Arce: pero en su obra casi está mejor perfilada la vida en Simancas, su archivo y sus solitarias calles empinadas, el puente romano sobre el Pisuerga y la mancha verde del Pinar de Antequera, al otro lado del río. Además de algunas alusiones al callejero capitalino y a la iconografía de la ciudad (estatuas de Zorrilla y de Cristóbal Colón), hay otras pinceladas locales: la vieja Universidad de mediados del siglo xiv y el Pasaje Gutiérrez, otra de las singulares herencias de la arquitectura de finales del xix que conserva Valladolid. Conserva en la rotonda central la escultura de Mercurio, dios romano del comercio.
Rosa Chacel (Valladolid, 1898 - Madrid, 1994), adscrita a la denominada Generación del 27, cultivó la novela, el ensayo, el relato y la poesía, y está considerada una de las principales escritoras españolas del siglo xx. Fue nombrada doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid en 1989. Memorias de Leticia Valle se publicó por vez primera en 1945, durante su exilio argentino, y no vería la luz en España hasta 26 años después, en 1971.
Rosa Chacel nació en Valladolid y, aunque se crió en esta tierra, intentó evocar el alcance sugestivo –imagen del mundo total– que rebullía en su patio de la calle Núñez de Arce, entresuelo. Era un portal tan grande como para haber entrado, tiempo atrás, coches de caballos. Al fondo del patio, dos pequeñas cuadras; también había un pozo al que a veces la niña se asomaba. La riqueza de aquel mundo, sus hierbas, sus hormigas, que ya contemplaba con el mismo arrobo que los que se alcanzaba a ver del exterior; por ejemplo, la torre mocha de la catedral. Pero en 1908 salieron ella y su familia hacia Madrid, a la casa de su abuela en el Barrio de Maravillas. En 1930 nació su hijo. Timoteo, enrolado por la República en la dirección de la Defensa del Tesoro Artístico, la llevó con su hijo a París y él volvió a soportar la guerra… Y en junio de 1940, salen hacia América desde Burdeos. Su carrera literaria afrontó la etapa editorial[12].
Ya afincada en Madrid, en sus primeros años de Maravillas, al llegar las vacaciones hacía visitas a la abuela, excursiones a tantos pueblos… Llevó a Simancas una insensata historia de amor, pero otros menos gloriosos le han inspirado a veces versos inesperados. Del maravilloso Santibáñez de Valcorba, Sardón de Duero, Traspinedo… Prodigioso vivir el verano entre los mozos; en Rodilana, a sus 7 años, su amor era Victoriano el Grande.
Rosa Chacel construye con maestría una novela a partir de los jirones de la memoria de una niña de 11 años, a punto de cumplir 12, en cuyo lapso de meses vivirá un acontecimiento lamentable que deviene en desgracia. Un descubrimiento trágico que la impulsa a escribir los pasajes de ese diario que ella escribe desde Suiza. Leticia narra en su impronta rebelde y personal sabiendo que siempre irá en la dirección opuesta a los convencionalismos que la rodean. Rosa Chacel pertenece a la generación del 27 y estuvo largamente exiliada en Brasil y Argentina tras la Guerra Civil. Memorias de Leticia Valle, de 1945, se escribió y se editó en el destierro, siendo la edición española posterior, de 1971. En su larga trayectoria fue una autora prolífica, que explotó varios géneros: novela, cuento, ensayo y poesía. Además, destaca la correspondencia con Ana María Moix, De mar a mar[13].
La novela cuenta la historia de una púber sin madre, pero con un padre que acaba de regresar mutilado de la guerra en Marruecos. Los malestares del padre motivan la migración de la ciudad, Valladolid, a Simancas. La vida de pueblo cambiará la dinámica familiar y abrirá otros horizontes a Leticia. Ahí está la pasión por la música, por las caminatas al río, por conocer a las mujeres adultas, por el piano y más. Don Daniel, el archivero, se sumará para impartirle sesiones individuales en tanto que alumna aventajada. Leticia es una chica madura, precoz. Nota que su figura cambia, que resulta deseada por otros. Se da cuenta de que su inteligencia es atractiva para los adultos. Es una novela hecha de secretos que ni siquiera se desvelan a los lectores. Muchas veces, el maestro se convierte en el primer amor platónico. La relación con Don Daniel tendrá carácter competitivo y tensión emocional.
Es la voz de la niña, como en Memorias de Leticia Valle, enmarcada en los géneros menores de la autobiografía, las memorias, el cuaderno, la que guía el relato y nos hace seguir su interpretación de los hechos. Aquí es un hombre, un maestro adulto que no soporta el dolor y la humillación que significa haberse enamorado de una niña. Es memorable el tenso duelo verbal final entre el padre de Leticia y Don Daniel. Leticia Valle ha descubierto que provoca deseo, fascinación, pero también dolor y horror.
La novela comienza cuando Leticia afirma que el 10 de marzo próximo cumplirá 12 años. Está finalizando octubre. Las vertientes se cubrirán de nieve y tiene que aprender alemán para seguir los estudios con Andrea. Cuatro o cinco años se pasó oyendo sin comprender que su padre había ido a África para hacerse matar por los moros. A ella le gustaba, sobre todo, tener que ir a la farmacia; se paseaba por el pasaje en donde estaba la farmacia. Aquel pasaje tenía cuatro estatuas que representaban las estaciones y, en medio, una de Mercurio. La historia, desde allí, le parecía algo divino. Descubrió que ya no era una niña. Cuando cambió todo, fue a la vuelta de su padre. Las peripecias de la campaña, sus sufrimientos en el hospital, la amputación, las curas horribles le daban ocasión de hablar. Así pasó el invierno. Luego empezó a salir y a decir que no podía soportar la ciudad. Al final decidió salir de Valladolid, arreglar la casa que tenían en Simancas y encerrarse para siempre en ella. Salieron por la mañana y llegaron en una hora; hacía mucho calor. Pero Leticia empezó a tener una libertad que antes no había tenido[14].
El 1 de septiembre se abrió la escuela, pero a mediados de mes se desencadenó una racha furiosa de tormentas. Su aprendizaje de la música quedó reducido a lo mínimo. En la estación de Valladolid había cuatro cajones de libros que se depositaron en un palomar abandonado que había en el fondo del jardín. Hacía frío, su calle era estrecha y oscura. Repasaba en su memoria todos sus libros. Después, repasaba todos los versos que sabía de memoria. De los 7 a los 9 años hacía esto con frecuencia. Su profesor dijo que, en aquellos días que no tenía que ir al archivo, podía ocuparse más de ella ... Estaban ya en la Rubia. El sol estaba alto, pero no calentaba. Cuando llegaron, cerca ya de las 10, el frío era horroroso pero las calles hervían de animación... Fueron enseguida al mercado del Val, y del Val al Campillo. Volvieron a remontar la calle de Santiago hasta el primer trozo. El día había sido feliz. Los dos primeros meses, llovió y nevó. El mes de marzo ya fue diferente. En los primeros días hacía todavía un frío horroroso, pero la luz era ya de primavera y se atrevía uno a desafiarlo. Todo el día había estado el cielo cubierto, y al ponerse el sol asomaba por entre unas ráfagas de nubes que parecían las últimas y que fueron las últimas del invierno. Como Don David no había vivido nunca en Valladolid, empezó por describirle su barrio, su casa en la calle que antiguamente se llamaba de la Cárcava y las historias que se murmuraban por ahí de todos los vecinos. Su tía no pensaba quedarse en Valladolid; ya había visto el Museo y las iglesias, y tenía el proyecto de irse con su hija en el coche recorriendo toda España hasta el mes de septiembre, en que se volvería a Berna con o sin su marido. Su tía Frida había venido a ver el Archivo; quería ver el pueblo, iba a ver después toda España. Salieron al fin con las dos señoras y vieron calles en cuesta desde donde se divisaba la ribera del Pisuerga. Vieron la iglesia por los cuatro costados y algunos paredones de casa señoriales; después, fueron a ver el Archivo.
Su padre parecía uno de esos galos vencidos que se ven en las láminas. Las huellas de Adriano tardaron en borrarse de Simancas. El médico adulaba constantemente a Don Daniel. A última hora de la tarde empezaba el suplicio. La sonrisa de Don Daniel se había congelado en su boca. Era la sonrisa de un lobo. Recitó el poema entero. Pero a las 10 de la mañana empezaron a aparecer en la plaza los coches que llegaban de Valladolid, y en uno de ellos se presentó su profesora. Desplegó el papel y empezó a recitar. El día de la fiesta ella tenía 15 o 20 años; al día siguiente, 5 o 6. Volvió al puente; sobre el agua del río iban las hojas recién caídas de los álamos. Ella se pasaba el día entero con Luisa. Tenía junto a ella una novela inglesa y un diccionario. Aprendió enseguida a leer música. Luisa sabía romances en número incalculable, melodías de todos los pueblos. Don Daniel volvió a emanar desconfianza, ironía, acritud. Ella no hacía más que invocar al dolor. Más tarde ve que no era el dolor lo que ella invocaba, sino más bien el horror. Don Daniel abrió: era su padre.
Era su tío Alberto. Se metieron en el coche y echaron a andar hacia Valladolid. Estaban ya en el mes de marzo. Han pasado cinco meses; ha estudiado con Adriana y se ha dejado deslizar por la nieve como los demás. Su tía Frida sigue creyendo que es una buena chica. En lo que habían hecho bien era en quitar la casa de Simancas. Al entrar en su cuarto, se acordó que al día siguiente era el 10 de marzo.
Simancas. Su historia y el Archivo
Pasear por sus calles significa reencontrarse con la Castilla medieval. De origen probablemente neolítico, la villa de Simancas es la Sentenica de los celtíberos y la Septimanca de los romanos. La villa de Simancas fue castro vacceo. Posteriormente, fue romanizada y utilizada como guarnición y paso obligado en la calzada romana que iba de Emerita a Caesaraugusta. Poblada en época visigoda, se convierte en la alta Edad Media en punto estratégico para la defensa del reino astur-leonés. Repoblada en 899 por Alfonso II fue hasta su repoblación definitiva en el siglo xi, escenario de luchas y posesión alternativa de musulmanes y cristianos. En el año 939 tuvo lugar la famosa batalla de Simancas, con resultado favorable a los cristianos frente a Abderramán III. En el siglo xi es repoblada definitivamente, constituyendo junto a Cabezón el núcleo más importante de población de la provincia, hasta que en el siglo xiii pierde importancia frente a Valladolid, a cuya jurisdicción la incorpora el rey Alfonso X el Sabio. Durante la Guerra de las Comunidades, Simancas se mantuvo fiel al bando del emperador[15].
En 1979, la villa es declarada Conjunto Histórico-Artístico y es en esta década de los setenta cuando una serie de artistas y artesanos vallisoletanos comienzan a instalar sus estudios y talleres al abrigo de sus entrañables calles y edificios. Simancas se asienta en un lugar privilegiado, un altozano a cuyos pies discurre el Pisuerga poco antes de dar sus aguas al Duero, en el lugar llamado Pesqueruela. A la villa, situada a 10 kilómetros de Valladolid, se accede por la autovía de Castilla (N – 260). También se accede a Simancas por la margen izquierda del río Pisuerga, por el camino viejo. Pasear por Simancas significa reencontrarse con la Castilla medieval, con sus calles tortuosas y empinadas. Descendiendo por la calle del Arrabal, apreciaremos al final de la misma los restos del arranque del Arco del Arrabal, puerta que fue de la antigua muralla. Bajando desde este punto hasta el río, nos encontraremos con el bello puente medieval, que la tradición popular califica como romano.
Simancas tiene una intensa vida cultural, al tratarse de un centro de reunión de intelectuales y artistas, y es punto de presentación de novedades culturales, libros o lecturas de poesía.
El castillo de Simancas fue construido en bloques regulares de piedra de color blanco. Utilizado durante algún tiempo como prisión, esta fortaleza guarda desde la época de Felipe II el Archivo General del Reino en 1540. El castillo de Simancas consta de dos recintos. En esas espaciosas dependencias se guardan documentos y papeles que reflejan la historia de España[16].
A mediados del siglo xv, Simancas constituía un enclave poblacional de gran importancia en las tierras del Duero. En aquellos años, además de la iglesia del Salvador, contaba con otra parroquia dedicada a Nuestra Señora del Arrabal, junto con todo su vecindario y las ermitas de Santa María, San Sebastián y San Esteban. La iglesia de Nuestra Señora del Arrabal, junto con todo su vecindario y las ermitas de San Sebastián y San Esteban, quedaron fuera de las fortificaciones y murallas que se levantaron en torno a la villa con motivo de las guerras que asolaron los campos de Castilla en la primera mitad del siglo xv. A esta parte de la villa que había quedado aglutinada en torno a la iglesia de Nuestra Señora del Arrabal se le denominó «el Arrabal». En 1465, estalla la revuelta de la alta nobleza vallisoletana contra Enrique IV. Simancas permanece fiel al rey legítimo y es sitiada en el mes de julio de ese mismo año. Los débiles muros del Arrabal son destruidos junto con la iglesia de Santa María y la totalidad del caserío que la integraba, teniendo que refugiarse los vecinos y clérigos de la parroquia del Arrabal en el interior de la villa. Los orígenes de la primitiva iglesia del Arrabal se sitúan hacia los siglos xii y xiii[17].
Los datos referentes a su reedificación son abundantes. La vieja iglesia fue derribada. La bendición de la nueva iglesia del Arrabal tuvo lugar el 24 de agosto de 1766, coincidiendo con el periodo histórico de mayor prosperidad desde el punto de vista político, económico y demográfico desde los «buenos tiempos» de mediados del siglo xvi. Poco después, se iniciaría un grave declive que sumiría a la villa en un hundimiento social tan profundo que aún persistiría a mediados del siglo xx. La permanencia de las tropas francesas y los desastres de la guerra afectaron gravemente a la población. La venerable ermita no pudo con la incomprensión y la barbarie de algunos munícipes simanquinos que ordenaron su demolición en medio de la carrera destructiva que sacudió a Valladolid y pueblos limítrofes en los años sesenta del siglo xx. En el lugar del antiguo templo de estructura neoclásica que tanto costó levantar en el siglo xviii, aparece un sencillo edificio de pobre construcción, donde se conservan las imágenes de Nuestra Señora del Arrabal, algunos restos del retablo y algunos otros de culto y adorno.
La fortaleza del castillo custodia uno de los fondos documentales del siglo xvi al xix más relevantes del mundo. Las murallas cobijan un edificio que guarece en siete plantas 75.000 legajos y documentos históricos. Carlos V, el 16 de septiembre de 1540, mandaría depositar en uno de los cubos del castillo un importante conjunto de documentos relativos al gobierno de la Corte. Pero su impulsor más tenaz fue Felipe II. En 1572 ordena a Juan de Herrera que diseñe las trazas del que se convertiría en el primer edificio construido para archivo de la época moderna. Siete plantas repletas de estanterías al cobijo de solidos muros de piedra guardan toda la documentación generada por los organismos de gobierno de la monarquía hispánica desde la época de los Reyes Católicos (1475) hasta la entrada del régimen liberal en 1834. El Archivo conserva legajos que retroceden en el tiempo hasta el siglo xiii[18].
Los rodilarejos (vecinos de Rodilana) han convertido el lavajo de la iglesia en un parque que lleva el nombre de Rosa Chacel. La escritora acudía de niña para curar una sombra pulmonar con dos tías ávidas de amor, que enseguida se echaron de novios a chicos del pueblo. El barrio del Pipaire, frente a las eras, atesora el oleaje de aquel mar de sol y nostalgia. En Rodilana la niña esbozó un universo fascinado de andanzas y calores agraces[19].
Miguel Delibes acompañó a Rosa Chacel a la calle Núñez de Arce, la casa en donde vivió, y el piso estaba desocupado. Rosa Chacel se dirigió a la parte trasera de la casa, que accedía a un minúsculo jardín. Al día siguiente, 17 de junio, él y su mujer acompañaron a la escritora a Rodilana, un pueblecito de barro, perdido entre las generales Adanero-Gijón y Madrid-La Coruña. Rosa Chacel, mujer no muy abierta según el novelista vallisoletano, escasamente sociable, era delicadamente sensible y con una memoria inmediata de su infancia y de las personas y cosas que le rodearon. Rosa les puso previamente en antecedentes, pero sí quedaba rastro[20].
Valladolid y el cine: Memorias de Leticia Valle, de Miguel Ángel Rivas
Desde Orson Welles, numerosos directores han elegido Valladolid como escenario de rodaje. El Pasaje Gutiérrez es, sin duda, uno de los lugares más emblemáticos de Valladolid, unas galerías comerciales modernistas que estrenaron la luz eléctrica y lograron unir el gusto decimonónico con los avances que anunciaba el siglo xx. En 1980, Miguel Ángel Rivas lo eligió como uno de los escenarios de Memorias de Leticia Valle, adaptación de la novela homónima de Rosa Chacel, lo que permitió a la escritora vallisoletana encontrarse, varios años después, con su personaje, interpretado por una jovencísima Emma Suárez. El pasaje Gutiérrez se convierte en el lugar favorito para cuantos deciden hacer una película en Valladolid[21]. Memorias de Leticia Valle es una producción en la que su joven protagonista tiene que emigrar a Suiza debido al suicidio de su profesor, con el que había tenido un amorío[22].
En Memorias de Leticia Valle aparece al comienzo Emma Suárez escribiendo. Es el texto de la novela en voz en off. Destacan también actores como Fernando Rey, Jeannine Mestre, Ramiro Oliveros, Héctor Alterio... Fue la primera aparición de Suárez en la pantalla. También está entre el reparto Esperanza Roy. El guion lo escribieron Rivas, Alberto Porlan y Maribel Alonso. La música es de Alberto Bourbón. Emma Suárez aparece despertando en la cama. Es morena y de rostro aniñado. Lleva el pelo largo cubriendo cabeza y parte del camisón. Pero ya tiene los pechos casi desarrollados. Viste traje de marinero. Muestra cierta madurez en su hablar. Tiene aire de ninfa encantadora y canta bien. La maestra le sugiere estudiar música. Aparecen la entrada al Archivo y el archivero de traje blanco. Vista del Pisuerga desde el mirador, con nubes y alguna niebla. En primer plano, Leticia y la verja de hierro. Fernando Rey es el padre de Leticia y Esperanza Roy, la tía. Jeannine Mestre acoge a Leticia como profesora de música. Tiene un piano y hay otras alumnas. El archivero lleva chaqueta blanca, es elegante y elocuente, moreno y con barba. Pasea junto al médico. A la orilla del río, en un pinar, Leticia y Jeannine Mestre miran el paisaje: el río Pisuerga pasado Simancas.
La ermita del Arrabal. La tía, la profesora y Leticia. Travelling con la fachada al fondo. Las tres se acercan. El Archivo. Vienen por el puente el médico y el archivero, esposo de la profe. El médico lleva sombrero canotier y bigote. Los diálogos son monótonos y deslavazados. Don Pablo y el archivero cotillean. Al archivero le ofrecen educar a Leticia. El archivero aparece en la cocina. Él y Leticia suben las escaleras. En la mesa de un despacho que parece un desván, con unos travesaños en lo alto del cuarto (en el techo), se encuentra el archivero tras un flexo antiguo. La música sustituye su perorata. Leticia, en la cama, piensa de noche. En su casa se usan velas como iluminación. Se levanta y abre la ventana: es un amanecer en paisaje montañoso. Enciende una luz eléctrica y se lava. Lleva una bandeja a su padre, interpretado por Fernando Rey. Entre las obras que este lee se cita Las flores del mal. La casa es elegante, con escalera de madera que une ambos pisos.
En la escuela, charla con un traje nuevo. El archivero y su mujer hablan ante Leticia. Ella y Leticia se van. El padre fuma y lee bajo una lámpara de pie. El archivero no cobra por sus lecciones, pero el padre desconfía de él. El padre estuvo en Melilla durante la guerra. Es militar, pero lee porque se aburre. Falta ya poco para la Navidad. El padre bebe café ante la hoguera de la chimenea. Camino de Valladolid en la tartana, para hacer las compras de Navidad. Atraviesan un pinar por un camino de tierra. Cuatro caballos tiran de la tartana. Leticia y su compañía descienden. Es una venta con una fuente en primer plano. Sale el sol sobre la montaña. Aparece el Pasaje Gutiérrez en travelling. En estas escenas está la autora, Rosa Chacel. Globos y figuración. Travelling de retroceso de Leticia y su tía. Pasan bajo el Mercurio y conversan sobre amoríos de Leticia. Interior de una tienda y panorámica del Pasaje Gutiérrez.
De noche, la esposa del archivero, su marido y Leticia. Preparativos de Nochebuena. Y el médico. Hablan sobre el bombo de Jeannine Mestre. Y el archivero la mira. El médico, bebido, acompaña a Leticia. Viento, de noche. Ladridos de perro. La esposa acaricia a un perro. La mujer está celosa. Primer plano del archivero, leyendo a Leticia algún texto sobre oratoria antigua. Le entrega unas fotos y Leticia las mira. Sus padres tienen olivares en una finca. Leticia y él en el sofá. Leticia le habla de Valladolid sobre un joven estudiante de Farmacia parecido a Alfonso XIII. Se oye de fondo música de organillo. Se levanta y él la agarra del cuello.
Comida familiar. Aparece, encantado, Héctor Alterio. Bebe y solicita un poder. Quiere que lo firme el padre. La tía es rubia y bastante guapa, peinada con el pelo recogido en la cabeza y rizado. Desdeña Valladolid y quiere llevar a Leticia de viaje por España. Leticia con su prima Andrea, ambas en camisón. Andrea baila y gesticula. Coloca a Leticia un canotier en el pelo. Y baja la escalera bailando música española que recuerda a Falla. Se ve una cámara dinámica de fotos. El tío tiene tierras. Jeannine Mestre es guapa, peinada como la Dama de Elche. Suenan las campanas de la iglesia y vemos una calle con muros antiguos. La tía Frida quiere ver el Archivo y Leticia y otra persona le acompañan por una calle estrecha. Andrea, su prima, toca el piano. Suena la música de A. Bourbón. Héctor Alterio es el tío de Leticia y vive en Suiza con Frida. Es padre de Andrea. Desayuno al aire libre de una mujer de la familia. La mujer del archivero y este discuten. El viento mueve los muebles (una lámpara superior). Las tres mujeres entran en casa del archivero. Andrea toca el piano, con Leticia sentada a su lado, una melodía triste y armoniosa. La esposa del archivero y Frida toman café en una mesita, al aire libre, con la música de fondo, tocada muy bien por Andrea.
El archivero y D. Pablo charlan en la biblioteca de aquel. Se fueron los familiares de Suiza. Bonito plano medio de Leticia ante la ventana con barrotes de hierro. Lee un libro antiguo sobre Sócrates en el despacho del archivero. Este descubre una lámina sobre Daniel y los leones, de Leticia. El archivero presiente un futuro pesimista, aunque Leticia le dice palabras amables. Los dos se miran. D. Pablo abre la puerta de la iglesia y encuentra al padre afuera. El cura le recibe muy bien y D. Pablo dice que lleva 15 años sin confesarse. Leticia recita un poema. Y D. Pablo la aborda. La mujer del archivero recibe en el velador a Leticia. Esta le confiesa que D. Pablo la descubrió. Ensaya para una fiesta. La esposa del archivero se queja de las manos, que han tocado mucho el piano. Leticia la coge del brazo y aparece el archivero, que la reclama.
Puerta del castillo y luego la torre. El archivero, en su despacho, mira por la ventana. Patio con fuente. El sale por el puente y vista del Archivo desde fuera. Música de piano y el archivero, tumbado, no puede leer. Intenta dormir y su mujer le dice que está falta de entrenamiento. Va a tocar en la fiesta. Cae un cuadro y se rompe, dejando la marca en la pared. Música de banda. El Ayuntamiento: baile y mujeres elegantes, vestidas y peinadas como a comienzos del siglo xx. Rosa Chacel hace de condesa, muy bien caracterizada, y charla con el alcalde. Margarita Velayos es amiga del padre de Leticia. Se trata de una joven encantadora. Se miran sin hablar. Esperanza Roy prepara café y se aparta. Se marcha sin decir palabra. Durante la fiesta, Jeannine Mestre toca la melodía de la película. Leticia la observa en silencio. Toca muy bien. Es un salón del Ayuntamiento y el público aplaude. Leticia está encantada. Se levanta y recita la poesía. Se ve en primera fila a la condesa (Rosa Chacel). El archivero la observa. Una bella mujer se va. Rosa Chacel la mira, admirada. Está en primera fila, sentada. Leticia mueve los brazos mientras recita. Describe una tormenta de invierno. La mujer de negro baja unas escaleras mientras Leticia recita. Aplausos cerrados.
Daniel es mencionado, como Luisa, por Emma Suárez en off. El accidente de la mujer del archivero hace que vayan de madrugada a Valladolid. Se cae y Leticia queda sola, mirando desde un puente. Se trata de un río verde y estrecho. Se apoya en el pretil. El río arrastra hojas y vegetación. Leticia viste de verde, muy elegante, y observa desde el mirador de la verja sobre el Pisuerga y la vega de Simancas. La caída ha afectado en la cabeza del fémur a la esposa del archivero. El archivero la riñe por carta. Se ve llorar a Leticia a través de la ventana de un cuarto con legajos. El archivero (Ramiro Oliveros) la toma en sus brazos y la besa, mientras le dice que la va a matar. Apoya la cabeza en su hombro y la acaricia. Ella consiente (le toca) y se besan. Luisa (su esposa) sigue en casa, pero Leticia no vuelve. Aparecen un lavadero y lavanderas junto al estanque, con agua y jabón.
El padre de Leticia quiere salir para ver al archivero. Fernando Rey se prepara y va al pueblo. Baja mal las escaleras y se apoya en un bastón. El archivero, de pie, abraza a Leticia. El padre le riñe y amenaza con pedir su destitución. Fernando Rey cuenta que mató a un hombre en África que iba armado. Fue militar en Marruecos. Hablan con circunloquios. Leticia les observa mientras conversan. No parecerían enemigos de no ser por el padre, que le grita. Leticia se va. Ellos parecen de acuerdo en algo que no se menciona, pero suena un disparo y parece que el archivero se ha suicidado. Leticia ve a llegar a su padre desde la ventana del balcón. El tío Alberto (Héctor Alterio) aparece para llevársela en tren a Suiza. Leticia deja sus libros, su canotier y unas rosas en su mesa. Los dos en un coche amarillo, delante del Archivo. La acción sigue en 1912, en Suiza. Es mayo. Hablan del escándalo. La mujer (Jeannine Mestre) murió de un infarto. La casa está decorada con gusto, con un cuadro familiar. Leticia lleva un traje de falda y peto con camisa. Va a cumplir 14 años y se sienta en una silla tocando un velador. Está mayor, más seria, de pelo corto y con ojeras, pero con dos pendientes en las orejas.
La película se dedicó a Rosa Chacel. Clara Carrasco y Puri Bodelón fueron ayudantes de dirección. Esta película se rodó en Cuenca, El Espinar (Segovia), Valladolid, Valsaín y Simancas.
El director
Miguel Ángel Rivas Granados (Madrid, 1947), en su primer largometraje, Borrasca (1977), denuncia un caso de abuso de poder en los años treinta del siglo xx como metáfora del clima político que se vivía en la transición a la democracia. Posteriormente adaptó Memorias de Leticia Valle (1979), crónica de época centrada en una adolescente de principios del siglo xx, procedente de la novela homónima de Rosa Chacel. Tras la realización de Otra vez adiós (1980), abandonó el cine comercial para dedicarse a la publicidad[23]. Rivas tuvo que optar por el difícil y lento aprendizaje de la profesión. Fue ayudante de Bardem, Berlanga, Summers, Aranda, Gil, Corbucci … Tras cinco semanas de trabajo en Cuenca, Segovia, Valladolid y Simancas, ha completado su segunda película, Memorias de Leticia Valle, según informa Fernando Trueba. En su guion trabajaron Alberto Porlán, Maribel Alonso, Miguel Ángel Rivas y la propia Rosa Chacel. Ambientada a finales de 1912 y comienzos de 1913, Memorias de Leticia Valle es la crónica del despertar de una niña al mundo de los adultos[24].
Miguel Ángel Rivas pertenece a la más tormentosa promoción de la Escuela Oficial de Cinematografía, la que quedó cortada por el cierre de esta. Rivas tuvo que optar por el difícil y lento aprendizaje de la profesión. En ese momento, Rivas declaró que «El proyecto de hacer eta película existe desde hace dos años. Mi amigo Alberto Porlán me habló de la novela, de la posibilidad de hacer con ella una película y de que yo la dirigiera. Leí la novela y me interesó mucho. Era la descripción de un universo cerrado. Luego empecé a trabajar en el libro y me encariñé con él». Memorias de Leticia Valle era la primera novela de Rosa Chacel que se llevaba al cine. «Desde el primer momento pedí que Rosa Chacel colaborara en el guion y, sobre todo, en la construcción de los diálogos. Así que impuse, en cierta forma, su presencia, aunque ella en principio no estaba muy convencida de entrar en esta empresa, ya que estaba muy delicada de salud y además confiaba plenamente en Alberto Porlán», señalaba Rivas. «El proceso de adaptación ha sido muy radical. La película posee siete secuencias que no existen en la novela, y unas ochenta páginas de esta han desaparecido en la película. Yo creo que todo este tipo de modificaciones es mejor discutirlo con el autor. Todos los cambios los hemos hecho de mutuo acuerdo. La versión que se ha rodado es el octavo guion, ya que durante todo el tiempo que la película tardó en mostrarse hemos podido ir perfeccionándole con mucha tranquilidad»[25].
«En la novela – comenta Rivas – hay una cosa muy clara, que es la formación de un triángulo integrado por la niña y sus dos educadores. Un triángulo muy sutil que se va reforzando a lo largo de la historia y que ha de estallar de algún modo. La contención erótica sugerida durante toda la novela era lo que más me atraía convertir en imagen. Creo que Memoria de Leticia Valle es una película erótica, pero en la que no hay ninguna concesión de imagen al erotismo. Leticia es un personaje enormemente complicado. Es un personaje victorioso desde el principio, una niña que sabe utilizar a los adultos. La película es la historia de una adolescente que, en una época conservadora, en un pueblo de Castilla, tiene la fuerza suficiente como para involucrar a los adultos en su juego. Y esto no está en la novela».
El País de 28 de febrero de 1980 informaba de que en aquella semana se había estrenado la película. Esta supuso dos años y nueve versiones de guion realizado hoja por hoja entre la propia autora y los guionistas Maribel Alonso y Alberto Porlán. Y en régimen de autogestión se comenzó la preparación de la película[26].
Según el portal Sensacine, Memorias de Leticia Valle se anunciaba para su estreno en cines el 25 de febrero de 1980. Se calificaba la película como drama y se mencionaba en el reparto a Emma Suárez, Fernando Rey y Héctor Alterio. En la sinopsis se afirma que en un pueblo de Castilla, en 1912, Leticia Valle es una adolescente que pertenece a una familia de clase alta. La educación de Leticia es responsabilidad de un matrimonio. Entre los tres se establece una tensa relación. Leticia y su tutor sienten una atracción mutua. El profesor se suicida y la muchacha es llevada a casa de sus tíos, en Suiza[27].
Miguel Ángel Rivas, profesor de dirección y producción de la Escuela de Cine de Ponferrada, espiró tras una larga carrera. Jorge Villa le define como un hombre serio, visceral en ocasiones y algo tímido[28]. Miguel Ángel Rivas, de 55 años, era profesor de la Escuela de Cine de Ponferrada. La muerte le sobrevino en su domicilio de Madrid tras sufrir un paro cardiaco. Fue el descubridor de Emma Suárez como actriz. Rivas, que pertenecía a la nueva generación del cine español de los 70, participó en un gran número de films, como ayudante de dirección y como productor, tarea esta última que llevó a cabo en las primeras películas de José Luis Garci[29].
M.A. Rivas nació en 1947 y falleció en Madrid en 2003 (55 años). Era una enamorado de Cassavettes y Mankiewitz. Trabajó con lo más histórico y olvidado del cine español. Presumía de que empezó con Luis García Berlanga en una película maldita como él, La Boutique. Estuvo en los principios de gente como José Luis Garci o Fernando Colomo y dirigió tres películas llenas de sensibilidad y melancolía:
- Una mirada a Venecia (corto, 1974)
- Borrasca (1978)
- Memorias de Leticia Valle (1979)
- Otra vez adiós (1980)
Leticia Valle es una adolescente de 14 años en 1912. Leticia es trasladada con sus tíos a Suiza, donde comienza a escribir sus memorias[30].
El debut de Emma Suárez y el recorrido de la película
Ramiro Oliveros trabajó como intérprete en varias películas, entre ellas: Los viajes escolares, dirigida por Jaime Chávarri en 1974; La leyenda del alcalde de Zalamea, dirigida por Mario Camus en 1973. La distribución de la película supuso 81.372 espectadores y una recaudación de 69.787´52. La duración es de 93 minutos. Y a continuación, Rivas dirigió y escribió el guion de Otra vez adiós con actores como Irene Gutiérrez Caba, Héctor Alterio, Charo Soriano, Ana Obregón y Beatriz Elorrieta[31].
La fecha del estreno de Memorias… fue el 25 de febrero de 1980. Duración: 1 hora y 41 minutos. Drama. En el reparto se menciona a Esperanza Roy como Amelia, Emma Suárez como Leticia. Ramiro Oliveros es Don Daniel, Jeannine Mestre, Queta Claver, Fernando Rey, Héctor Alterio, Helga Liné y Mª Elena Flores[32].
Decenas de estrellas cinematográficas han sido descubiertas prácticamente por azar. Icíar Bollaín explica que probablemente no se dedicaría al cine si Víctor Erice no hubiera rastreado minuciosamente los colegios de su barrio en busca de la niña ideal para protagonizar El Sur. Algo parecido le pasó a Emma Suárez, que a los 14 años se vio viviendo en un mundo de adultos cuando la eligieron para intervenir en Memorias de Leticia Valle[33]. Emma Suárez nació en Madrid el 25 de junio de 1964. María Antelo la define como un «talento discreto». Cuando debutó en el cine, a Emma le quedó claro lo que quería ser de mayor. Inició una carrera con paso firme; su talante siempre brilla en cada uno de sus proyectos. La ciudad de los prodigios, de Mario Camus, fue otro título en el que Emma Suárez seguía confirmando su talento. Su trabajo destaca por encima de la media y su talento, nada desdeñable, es una garantía de éxito[34].
Emma Suárez Bodelón (Madrid, 1964) fue ganadora de dos Premios Goya a la mejor interpretación femenina protagonista y uno a la mejor interpretación femenina de reparto, y reconocida con la Medalla al Mérito en las Bellas Artes (2002). Es actriz desde 1979. Durante la década de 1990 se sucedieron sus éxitos cinematográficos. En lo personal, estuvo casada con el realizador Juan Estelrich Jr.[35]
NOTAS
[1] CHACEL, Rosa: «Esquema biográfico». El País, 28 julio 1994.
[2] RODRIGUEZ FISHER, Ana: Prólogo en Rosa Chacel: Desde el amanecer. Autobiografía de mis primeros diez años. Barcelona: Círculo de Lectores, 1997.
[3] Ibid.
[4] TORRECILLA HERNANDEZ, Luis: Valladolid: Femenino singular. Semblanzas en la niebla. Valladolid: Diputación, 2004.
[5] SALCEDO, Emilio: Rosa Chacel. Valladolid: Caja de Ahorros Provincial, 1983.
[6] RODRIGUEZ FISHER, Ana: Vida y obra de Rosa Chacel. Madrid: EILA, 2014. Clara Janés: Prólogo.
[7] RODRIGUEZ FISHER, Ana: Vida y obra de Rosa Chacel. Madrid: EILA, 2014.
[8] Glosario. Ibid.
[9] DÍAZ, Joaquín: Valladolid hace 100 años. Urueña: Castilla Tradicional, 2008.
[10] QUINTANA, Sonia: «El Pabellón Morisco del doctor Moreno». El Norte de Castilla, 18 enero 2022.
[11] PAZ SAZ, Pepo: Un país de novela. 15 destinos literarios de España. Madrid: Grupo Anaya, 2021.
[12] CHACEL, Rosa: Discurso leído en la entrega de la Medalla de la provincia de Valladolid, en Astillas. Madrid: Fundación Banco Santander, 2013.
[13] JEFTANOVIC, Andrea: Prólogo. La pupila inaudita en Rosa Chacel: Memorias de Leticia Valle. Barcelona: Comba, 2017.
[14] Ibid.
[15] «Simancas. Historia medieval de una leyenda». El Mirador de Valladolid, enero de 1996, nº 4, pp. 12 – 15.
[16] «Castillo de Simancas. Una fortaleza para guardar la historia de España». El Mirador de Valladolid, enero de1996, nº 4, pp. 30 – 31.
[17] CARBAJO CABALLERO, Miguel A.: Historia breve de la ermita de Ntra. Sra. del Arrabal, patrona de la villa de Simancas. Simancas: Ayuntamiento, 1990.
[18] BOMBIN, Jesús: «El castillo de Simancas echa la red». El Norte de Castilla. Domingo 28 noviembre 2010, p. 74.
[19] ESCAPA, Ernesto: Tierra de horizontes. Viajando por la provincia de Valladolid. Valladolid: Diputación, 2009, pp. 394 – 395.
[20] DELIBES, Miguel: «Recuperar el pasado». Del libro Un año de mi vida. Notas (1971). El Norte de Castilla, 28 julio 1994. Especial Rosa Chacel, p. VIII.
[21] VILORIA, María Aurora: «Una ciudad de película». El Norte de Castilla. Valladolid ciudad de cine, 30 diciembre 2017, p. 4.
[22] SIMON ASTUDILLO, Iris: «El espectador a pie de rodaje». El Norte de Castilla, 12 agosto 2019, pp. 4 -5.
[23] RIAMBAU, Esteve: «Rivas, Miguel Ángel» en Diccionario del cine español / Dirigido por José Luis Borau. Madrid: Alianza, 1988, pp. 753 – 754.
[24] «Memorias de Leticia Valle, segunda película de Miguel Ángel Rivas». El País, 21 julio 1979.
[25] Ibid.
[26] «Memorias de Leticia Valle, una película autogestionada». El País, 28 febrero 1980.
[27]Memorias de Leticia Valle (Sensacine).
[28] VILLA, Jorge: «Miguel Ángel Rivas». Diario de León, 12 julio 2003.
[29] Ennio: «Miguel Ángel Rivas». Diario del Bierzo, 1 julio 2003.
[30] «Miguel Ángel Rivas». Enciclopedia del cine español, 7 noviembre 2019.
[31] De Películas gratis.com. Memorias de Leticia Valle. Película.
[32]Memorias de Leticia Valle. (IMBD Wikipedia. Datos de Wikipedia)
[33]¿Y tú cómo comenzaste en el cine? Canal TCM, 2 octubre 2014.
[34] ANTELO MEDINA, María: «Emma Suárez». DE CINE. Diario digital de cine y series, 17 febrero 2009.
[35]Emma Suárez (Wikipedia).