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Revista de Folklore número

487



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Influencias militares en los desfiles de las fiestas de Moros y Cristianos: música y cabos de escuadra

CATALA-PEREZ, Daniel

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 487 - sumario >



Resumen

La influencia que el entorno militar ha ejercido en la evolución de la generalmente conocida como modalidad levantina de las fiestas de Moros y Cristianos españolas es innegable. De hecho, las milicias que hace siglos se incorporaron a ciertos actos de las fiestas populares buscando mantener cierto grado de actividad entre sus hombres, dejaron huellas indelebles que se mantienen hasta nuestros días, en algunos casos inalteradas. Dos de los elementos actuales de estas fiestas que derivan directamente de ese entorno castrense son, por una parte, la estructura de rangos militares con que se denomina a los diferentes cargos festeros, entre ellos el cabo de escuadra, y por otra, un genero musical propio que nació sobre los cimientos de un conjunto de marchas militares que aun hoy suenan en las calles de ciertas poblaciones festeras. En el presente artículo se plantea una somera aproximación al origen de ambos elementos para identificar sus conexiones y revisar su evolución conjunta a partir de cierto momento histórico.

Palabras clave: moros y cristianos; música festera; cabos de escuadra; desfiles.

Military influences in the parades of the Moors and Christians festivals: music and squad corporals

Abstract

The influence that the military environment has exerted on the evolution of the generally known as the valencian modality of the Spanish Moors and Christians popular festivals is undeniable. In fact, the militias were incorporated centuries ago to popular festivals seeking to maintain a certain degree of activity among their men, and left indelible traces that remain to this day, in some cases unchanged. Two of the current elements that derive directly from that military environment are, on the one hand, the structure of military ranges with which the different festive personages are called, and on the other, an own musical genre that was born on the foundations of a set of Military marches that still sound in the streets of certain towns. This article raises a brief approach to the origin of both elements to identify their connections and review its joint evolution from a certain historical moment.

Keywords: Moors and Christians; wind band music; squad corporals; parades.

1. Introducción

Los timbales empezaron a sonar y ellos [la escuadra] colocándose en formación, uno junto a otro, apretados codo con codo, en perfecta línea recta atravesando la calle y marcando el paso, izquierda, derecha, izquierda, derecha, en movimiento de telar. Y muy lentamente empezaron a avanzar. Habían recorrido media calle […]. Yo me encontraba en la acera subiendo a la izquierda. La escuadra estaba parada, balanceándose de izquierda a derecha y los timbales resonando […]. El cabo estaba ahí de pie, delante de su escuadra, con su cuerpo siguiendo el movimiento, pero sin mover los pies del sitio y sin mover el sable que tenía bajado, casi rozando el suelo. Entonces la marcha mora empezó a elevarse con fuerza […]. La música subió y subió, pero […] el cabo estaba sin moverse […] y la escuadra sin avanzar. Y en el momento culminante con todo el público ansioso y la música en su cima, el cabo, aún con el sable bajado, giró las dos palmas hacia arriba, rendido, sonriente, donando su alma, su corazón y su escuadra a toda la gente que estábamos allí. No hizo falta más. Todos empezamos a aplaudir como locos. No se había movido del sitio ni había ofrecido el sable, pero […] aquel gesto nos arrolló como una explosión invisible a todos los allí presentes. Y cuando bajó la música entonces el cabo se movió junto con su sable […] y la escuadra empezó a bajar con él […]. Magia. (Vicedo 2018)

Iniciar este trabajo con el texto anterior es, quizá, una temeridad, pues en un breve párrafo se resume y sintetiza lo que a lo largo de este artículo se pretende analizar, la importancia de la música para el cabo de escuadra en las fiestas de Moros y Cristianos. Pero lo cierto es que tampoco parece que haya mejor forma de empezar a tratar este tema, más que haciendo patente, desde el principio, lo que para una mayoría dentro de las fiestas de Moros y Cristianos es evidencia, la indisoluble comunión que, más allá de sus orígenes y evolución, forman en la actualidad música festera y cabo de escuadra.

El texto presentado en cuestión es una entrada publicada en un blog personal que describe la experiencia vivida por una persona, como espectadora, de las evoluciones de un cabo de escuadra[1], cuya redacción permite al lector conocedor de esta fiesta, situarse imaginariamente en uno de los momentos más mágicos (siguiendo con la expresión utilizada por la propia autora) que se viven en la misma. Música y cabo formando un todo, dos elementos que se engrandecen mutuamente y cuya equilibrada interacción eleva las sensaciones de todos los presentes, festeros, espectadores e incluso músicos, a un nivel de éxtasis colectivo en el que, más allá de consideraciones estéticas y trascendiendo lo histórico, lo cultural, lo lúdico… la fiesta se convierte en una catarsis colectiva en el sentido que ya describió Aristóteles (Turri 2015). Quizás sean momentos como este los que consiguen una mayor conexión entre festero y espectador durante toda la programación de actos en una población; quizás por ello, los desfiles, en sus diferentes variaciones, sean los actos más multitudinarios; y quizás, por tanto, sea necesario tomar consciencia de ello para cuidar y poner en valor dos de los elementos que más contribuyen a ello, música festera y cabos.

Así, por una parte, como afirma Pascual-Vilaplana (2013) «la música para la Fiesta de los Moros y Cristianos ha ido nutriendo el espíritu de miles de seres humanos desde que allá por el siglo xix algunos compositores se plantearon dedicar parte de su labor en la creación de partituras destinadas a la Fiesta», de forma que «se puede considerar como uno de los pocos géneros musicales (por no decir el único) nacidos en exclusividad para la Banda de Música» (Pascual-Vilaplana 2001) y para una fiesta en concreto (Botella-Nicolás 2014, p. 335). Y por otra, la figura del cabo de escuadra, que hunde sus raíces en las milicias de los siglos xvi y xvii (Domene Verdú 2018, p. 18). Esta figura empieza a cobrar protagonismo en la fiesta a raíz de la incorporación de este tipo de música específica para los desfiles de moros y cristianos (Bas-Terol 2002, p. 161) convirtiéndose en uno de los elementos esenciales de dichos desfiles a día de hoy, en la medida en la que asume el papel de dirigir, ocupando una posición avanzada a las mismas, a las escuadras formadas por varios componentes (normalmente entre 10 y 15) de cada comparsa mora o cristiana. Para ello, el cabo se ayuda de diferentes armas (escogidas en función del bando e identidad que representa la comparsa en cuestión y del propio gusto del cabo) que utiliza para hacer gestos y ademanes acorde con los ritmos de las composiciones musicales que interpretan las bandas de música que acompañan a la/s escuadra/s.

En definitiva, el objetivo de este trabajo es revisar en qué medida la música festera es un elemento esencial para la figura del cabo de escuadra y de qué forma el desarrollo de este género musical propio ha podido influir en la evolución de dicha figura, o viceversa. Para ello, en los epígrafes que siguen, se plantea una somera aproximación al origen de ambos elementos festeros para identificar sus conexiones. Posteriormente, se revisa la evolución conjunta de ambos elementos y se concluye con un apartado de consideraciones finales.

2. La influencia militar en la fiesta de moros y cristianos

Las representaciones festivas de Moros y Cristianos tienen sus orígenes en las fiestas reales que ya desde el siglo xii recreaban batallas entre tropas cristianas y musulmanas y lo hacían en forma de danzas (Amades 1966; Brisset Martín 1988). Varios autores (Domene Verdú 2018; Brisset Martín 1988; 2001; Warman Gryj 1972; Martínez Pozo 2015, por citar algunos) han estudiado las influencias y situaciones históricas que han marcado la evolución de aquellas primitivas representaciones de Moros y Cristianos hasta convertirlas, con el paso de los siglos, en una de las manifestaciones festivas más extendidas del mundo, hasta el punto de que, en sus diferentes modalidades, está presente, de un modo u otro, en los cinco continentes (Catalá-Pérez 2017). En el contexto español, las representaciones danzadas de batallas entre Moros y Cristianos se mantuvieron durante varios siglos como divertimento en las celebraciones monárquicas y conmemoraciones de visitas reales, de victorias en determinadas batallas, o en fastos nobiliarios (Brisset Martín 2001). Posteriormente, a partir del siglo xv, este tipo de celebraciones se extendieron también a las fiestas de carácter popular que empezaron a incorporar a sus actividades juegos de cañas, simulacros de batallas entre moros y cristianos, tomas de castillos, naumaquias y desembarcos u otras actividades similares (Domene Verdú 2018, p. 19).

Por otra parte, ya desde el siglo xiv, la iglesia católica había encontrado en la representación del enfrentamiento entre la fe cristiana y la musulmana un excelente vehículo evangelizador y pronto incorporó elementos de dicho enfrentamiento a ciertas festividades religiosas como el Corpus Christi (ciertas danzas que aún hoy en día se conservan en ciertas localidades) y extendió la representación de autos sacramentales de carácter moralizante sobre la victoria de la fe cristiana (el bien) ante el islam (el mal). Además, con la llegada de los españoles a América, muchos de estos autos sacramentales y otras obras de tipo evangelizador fueron utilizadas en sus misiones de cristianización de los nuevos territorios. De hecho, existen ejemplos de representaciones de Moros y Cristianos en Mesoamérica, que hoy en día sigue siendo una de las principales áreas de celebración de fiestas de Moros y Cristianos, desde los primeros años del siglo xvi (Brisset Martín 1988; Warman Gryj 1972).

Pero es a partir de finales del siglo xvi y sobre todo en el siglo xvii, cuando las fiestas de Moros y Cristianos españolas toman definitivamente el camino que las ha llevado, sobre todo en la zona sureste de la Península Ibérica, a convertirse en el modelo festivo más extendido, a raíz fundamentalmente de dos factores: la integración en la celebración de las fiestas patronales de numerosas localidades, exclusivamente religiosas hasta ese momento, de aquellos actos populares vinculados con la representación histórica de la lucha entre Moros y Cristianos; y la participación en las mismas, de las diferentes milicias locales a través de la soldadesca o compañía de arcabuceros que formaba parte de ellas (Domene Verdú 2018, p. 564). La influencia de esta soldadesca, además de ser uno de los principales factores configuradores de la actual fiesta de Moros y Cristianos en determinadas zonas de España, se ve reflejada en el origen de los dos elementos festeros que se tratan en este trabajo, la música festera y los cabos de escuadra.

2.1. Los cabos de escuadra como reminiscencia de las milicias y la soldadesca

El término milicia hace referencia a «un tipo de organización armada integrada por paisanos para defender una comarca o un país, prestar servicio como fuerza de reserva, mantener el orden público o luchar por una causa política determinada» (Contreras Gay 1992, p. 75). En este sentido cabe señalar que la milicia puede considerarse como una de las formas más antiguas de servicio militar, que su carácter ha sido generalmente el de tropa auxiliar con capacidades principalmente defensivas y que en el caso español se pueden diferenciar dos etapas claras en la historia de las milicias: «(i) la etapa anterior al siglo xviii en la que las milicias eran más autónomas e independientes del aparato militar convencional; y (ii) la etapa posterior al xviii en la que existía una mayor dependencia del ejército y estaban también mejor regladas que en los siglos precedentes» (Contreras Gay 1992, p. 76). Para el presente trabajo, una época de especial interés es la anterior al siglo xviii, pues fue a partir del siglo xvi cuando se generalizó la participación de las diferentes milicias en las fiestas patronales de numerosas localidades, llegando esta participación incluso a ser obligatoria a través de maniobras militares para mantener en forma a dichas milicias (Martínez Pozo 2015, p. 118). De hecho, Gómez (1910; citado por Martínez-Radío Garrido 2013, p. 100) se refería a estas milicias del siglo xvi como «soldadesca festiva, armada de suizones o alabardas, cuando no de arcabuces, para divertir a las gentes […], adorno obligado de festejos y de las procesiones de las parroquias o de los solaces de los gremios de artes y oficios».

En cualquier caso, ya a partir del siglo xii hay constancia de la existencia de milicias concejiles[2] (huestes formadas ocasionalmente por los vecinos de las ciudades y villas) que participaron activamente en la Reconquista y las guerras civiles castellanas, desde batallas como las de Alarcos de 1195 o de las Navas de Tolosa de 1212 hasta la guerra de Granada (1482-1492) (Contreras Gay 1992, p. 77). Por otra parte, en el siglo xiii, también se incluyeron en los Fueros del Reino de Valencia referencias a unas milicias locales, que «junto con otros cuerpos valencianos que se irán conformando a lo largo de los años por pragmáticas reales, ordenanzas, ordenaciones, disposiciones, privilegios, etcétera, compondrían el grueso del ejército del Reino de Valencia hasta bien entrado el siglo xviii» (Martí i Martínez 2007).

El reinado de los Reyes Católicos marcó la transición entre la inestable y heterogénea hueste medieval y un ejército moderno más regular y, en cierta forma, profesionalizado. Fueron estos monarcas los que crearon en 1496 la Milicia de Reserva, que posteriormente se reorganizarían en 1562 como Milicias Provinciales bajo el reinado de Felipe II. Pero ya en 1516, el Cardenal Cisneros había planteado el proyecto de la creación de una milicia general o nacional que, por diferentes circunstancias, tuvo que esperar hasta finales de ese siglo y principios del xvii para, tras diversos intentos fallidos, verse hecho realidad con la creación de la Milicia General de Castilla en 1609 (Jiménez Estrella 2009). De esta forma se gestó «un modelo militar híbrido en el que aparecía una doble fuerza compuesta por un ejército de intervención exterior y de carácter internacional […] más o menos regular e integrado por soldados voluntarios y de oficio y una institución como la Milicia General de Castilla[3]». (Contreras Gay 1992, p. 92).

Tras la relativa consolidación de la Milicia General de Castilla, los Austrias trataron de imitar el modelo en los reinos de la Corona de Aragón, donde existían otras milicias regionales como los «sometents» (somatenes) y «miquelets» (miqueletes)[4], junto con milicias costeras de defensa ante los ataques berberiscos (Contreras Gay 1992, p. 81). La cuestión fue que, como explica Espino López (2003, p. 116) «en los territorios forales, como los de la Corona de Aragón, la realidad de una milicia general debía ser especialmente interesante para la monarquía, pero, precisamente por su condición de reinos forales, su instauración no podía seguir los mismos cauces que en Castilla».

En el caso del Reino de Valencia, por ejemplo, a lo largo del siglo xvii, diferentes reales pragmáticas fueron reconfigurando las milicias existentes hasta que, en 1692, Carlos II aprobó la creación de la «Milicia efectiva de la Custodia del Reyno», que se formaría, independientemente de «la milicia de la propia ciudad de Valencia y la de los lugares vecinos a la costa, los cuales tendrían, por razones obvias, que acudir en bloque a su defensa y en la que todos los vecinos, sin casi excepciones, aptos para el manejo de las armas de entre 18 y 50 años entrarían en un sorteo para servir durante un año […] realizándose los oportunos alardes, en fechas propicias[5] para dotarse de la pericia militar necesaria» (Espino López 2003, p. 120).

Con la llegada de los Borbones a la monarquía española, se iniciaría una profunda reforma del ejército, que incluiría además una reestructuración de las milicias, creando Felipe V la Milicia Provincial en sustitución de la Milicia General de Castilla en 1704, cuya reorganización y consolidación se produjo por Ordenanza Real en 1734 (Quesada González 2013, p. 69). Esta nueva Milicia Provincial gozó de razonable salud hasta después de la Guerra de la Independencia pero los intentos por trasplantar esta medida y formar otros regimientos de milicias provinciales en los restantes territorios de la Corona no tuvieron tanto éxito (Cortés Verdaguer 2019). En Valencia, por ejemplo, el primer intento se llevó a cabo en 1711, en plena Guerra de Sucesión, a través del Reglamento de Milicias, similar al promulgado para Castilla en 1704, y al que le siguieron otros intentos en 1719, 1722, 1726, 1752, 1796 y 1801, fracasando todos ellos. (Canet Aparisi 2011).

En cualquier caso, tanto en la Corona de Castilla (y principalmente al Reino de Murcia) como en la Corona de Aragón a través del Reino de Valencia, todas estas milicias y sus compañías de arcabuceros (soldadesca) han dejado una huella indeleble en multitud de poblaciones festeras[6], tanto a través de la vestimenta[7], como de los diferentes actos incluidos en el calendario festivo[8] y, en lo que interesa en este trabajo, en la estructura de cargos de las actuales comparsas. Aunque con cambios a lo largo del periodo revisado con anterioridad, durante todo ese tiempo, las diferentes compañías[9] que conformaban las milicias presentaron una estructura más o menos estable, que se mantuvo de forma casi idéntica cuando las compañías de arcabuceros perdieron su rol militar, para convertirse en elementos propios de las fiestas de cada localidad. De esta forma, como afirma Domene Verdú (2017), durante la época de la Milicia General del Reino, una compañía contaba con cien soldados y estaba comandada por un capitán, que utilizaba una banda roja como distintivo; un alférez, que además de la banda roja, portaba la bandera y se encargaba de ondearla y rodarla; un sargento, que portaba una alabarda y era el encargado de mantener el orden y la disciplina; y cuatro cabos, cada uno de los cuales tenía bajo su mando una escuadra de 24 soldados. La Ordenanza de 1734 de Felipe V que reorganizó y consolidó definitivamente las Milicias Provinciales, añadió a estos cargos el de teniente[10] e introdujo un segundo sargento, manteniendo el resto de cargos, entre ellos los cuatro cabos de escuadra (Martínez-Radío Garrido 2013, p. 160). En cualquier caso, los cabos de escuadra, cuyo armamento era la espada, la daga y una pica o un arcabuz, según fuese su especialidad, debían ejecutar a la perfección las órdenes del capitán y encargase de que los soldados ocupasen su puesto y combatieran en él (Domene Verdú 2018, p. 49).

Parece evidente, por tanto, cuál es el origen de la figura del cabo de escuadra en nuestras actuales fiestas de Moros y Cristianos y cuál fue su rol primigenio principal, el de dirigir y mantener la formación de los hombres a su cargo. Ahora bien, para poder entender mejor el lugar que ocupa el actual cabo de escuadra en los desfiles en los que participa, se ha de recurrir de nuevo a un elemento militar que cobró protagonismo en el ejército español a partir de mediados del siglo xviii, las escuadras de gastadores.

En realidad, la figura de los gastadores en el ejército, se remonta a tiempos del Gran Capitán Don Gonzalo Fernández de Córdoba, cuando ciertos soldados seleccionados por su fortaleza y resistencia formaban una escuadra y equipados con herramientas tales como pico, palas, mazas, serruchos, etc. tenían por misión «gastar» (antiguamente gastar se empelaba como sinónimo de destruir) los obstáculos que podían impedir o dificultar el avance de las tropas (Pérez Vera 2009). También de interés para el presente trabajo, comenta Pérez Vera (2009), que en las unidades de caballería o de artillería, a los soldados que ejercían las funciones propias de los gastadores, se les llamaba batidores, al tratarse de «escuadras que oteaban o batían el terreno, tanto al previo ataque y cañoneo de la artillería como previos al avance o ataque de unidades de caballería». Curiosamente, hoy en día en el ámbito militar a ambas figuras se les suele llamar gastadores por ejercer solo funciones de honor, mientras que en el ámbito morocristiano se ha mantenido la denominación de cabo batidor para referirse al cabo de escuadra a caballo.

En definitiva, estas antiguas escuadras de gastadores tienen su equivalente en el ejército actual en las compañías de zapadores cuya misión es facilitar el movimiento de las tropas a través de la construcción de puentes y otras estructuras. Pero sendas Reales Ordenanzas de 1760 y 1768 establecieron la creación de unas escuadras de gastadores que Arnedo Lázaro (2003) llama modernas, cuya función básica era la de abrir los desfiles militares de sus respectivas unidades, estando conformadas por seis soldados y un cabo gastador y que se han mantenido de la misma forma hasta la actualidad. La particular indumentaria (mandil, manoplas, mochila, pobladas barbas…) y herramientas (picos, palas, martillos…) que estas escuadras de gastadores portaban, especial en el caso del cabo (un serrucho) que marchaba delante de su escuadra, y que les diferenciaban del resto de su unidad, se trasladó también al ámbito festivo, de forma que algunas de las comparsas más antiguas de las fiestas de Moros y Cristianos históricas todavía mantienen estas escuadras de gastadores (Domene Verdú 2018).

Dada la importancia que ya tenían los actos de tipo militar en las celebraciones festivas de la época, la incorporación de las escuadras de gastadores a los desfiles supuso un punto de inflexión en el posterior desarrollo de uno de los actos más importantes en cualquier población festera, la entrada. El modelo de desfile militar que se implantó en aquel momento es el mismo que se mantiene en la actualidad, con una escuadra de gastadores en la que un cabo marca el paso y precede al batallón o pelotón de la unidad correspondiente. De esta forma, adaptando este modelo militar a los desfiles festivos que abocarían en las actuales entradas, ciertas poblaciones adoptaron como elemento central la escuadra de gastadores (aunque en la mayoría de los casos perdiendo los elementos propios de este tipo de escuadras) y otras, probablemente propiciado por el alto nivel de participantes, desarrollaron en mayor medida el modelo de los batallones o pelotones (Domene Verdú 2018, p. 473). En este punto, es muy probable que el desarrollo de una serie de composiciones musicales específicas para esta evolución de los desfiles militares (en la que cobraba protagonismo un bando moro que, como se ha comentado, había nacido al incorporar las salves de arcabucería de la soldadesca a la escenificación de la batalla entre moros y cristianos) y que venía, en cierta forma, a sustituir las tradicionales marchas militares[11], fue el elemento crucial para convertir la figura del cabo en lo que conocemos hoy en día.

2.2. La música militar en el origen de los desfiles festeros

Tal y como se ha comentado, las representaciones de Moros y Cristianos nacieron en forma de simulacros de batallas danzados, y como tal, es lógico pensar que dichas representaciones estuvieran acompañadas de música. De hecho, las modalidades de Moros y Cristianos que se mantienen todavía hoy en día en forma de danzas, que en España están ampliamente representadas por el Dance aragonés[12], se siguen acompañando de melodías populares interpretadas con instrumentos como el chiflo, el salterio, la dulzaina, la flauta de pico, el tambor o la gaita de fuelle (GEA 2010). Igualmente, si nos referimos a las representaciones de Moros y Cristianos en forma de autos sacramentales y comedias, también era habitual que la música, compuesta ex profeso, acompañara a dichas representaciones, en muchas ocasiones como recurso para acentuar el sentido educativo y moralizante de la representación (Lara Coronado 2012). También con los ministriles, en el siglo xiii, aparecen diversas formaciones instrumentales de viento que en ocasiones acompañaban procesiones y otros actos religiosos y que generalmente tocaban agrupados y protegidos por las catedrales para acompañar el culto en sus capillas musicales (Adam Ferrero 1986, p. 25).

Ahora bien, cuando en la actualidad nos referimos al género de la música festera, aunque dentro del mismo, ciertos autores hablen de subgéneros e incluyan las misas festeras, las marchas de procesión, los himnos (de fiestas, de comparsa o de patrones), la música para ballets o la música incidental para boatos (Pascual-Vilaplana 2001), otros limitan el término música festera a tres modalidades compositivas como son los pasodobles, marchas moras y marchas cristianas (Botella-Nicolás 2014, p. 333). Recientemente , Cipollone Fernández (2017, p. 227-228) ha realizado una interesante clasificación diferenciando dentro de la música de Moros y Cristianos, obras litúrgicas, obras procesionales, obras marciales y obras evocativas. En lo que se refiere al presente trabajo, interesan especialmente las obras marciales que incluyen las marchas moras y cristianas, las dianas y los pasodobles en sus diferentes variaciones. Se trata, en definitiva, del tipo de música que se utiliza básicamente en los actos compuestos por desfiles (que por otra parte son en los que cobra sentido la figura del cabo de escuadra) y que, siguiendo el razonamiento del epígrafe anterior, lleva a considerar que el origen de este tipo de música festera se encuentra en la música militar (Botella-Nicolás 2018, p. 566). Podría decirse que, en ese proceso descrito de conversión de las milicias y soldadesca en actores festivos, los diferentes elementos que conforma su actividad propia, sufren un proceso que Mansanet Ribes (1990, p. 221) llamó de «festerización» perdiendo la marcialidad propia de lo castrense para ir adoptando connotaciones más populares. Ahora bien, la transición de la música militar a la música festera, resulta un proceso difícil de delimitar e incluso en la actualidad existen ciertas fiestas de Moros y Cristianos donde nunca han dejado de sonar las marchas militares.

En cualquier caso, si como afirma Coloma (1962, p. 248; citado por Botella Nicolás 2013b) «tamboriles o atabales y clarines amenizaban los sencillos festejos en los siglos xvi y xvii», parece lógico pensar que pífanos y atambores, los músicos militares que formaban parte de las milicias eran los encargados de poner ritmo a su participación en las fiestas patronales de la época[13]. Los pífanos tocaban el pífano (de ahí su nombre), una especie de flautín muy agudo propio de las bandas militares, aparecieron en la instrucción militar en 1505 (desaparecieron en 1828) y eran acompañados siempre por el atambor. Este otro músico militar, cuyo nombre proviene también del instrumento que tocaba (atambor o tambor), cumplía la función de transmitir las órdenes del capitán mediante distintos tipos de toques militares, de manera que fueran cumplidas al instante por la tropa, ya que en las batallas, era el único medio de hacer comunicar a toda la tropa la maniobra a realizar[14] (Domene Verdú 2018, p. 564).

Aunque en España no existe constancia de la existencia de bandas de música militares oficialmente organizadas hasta el año 1792[15], Fernández Vicedo (2010; citado por Oriola Velló 2014, p. 166) afirma que eso «no debe obligatoriamente llevarnos a pensar que éstas no existieran […] muy probablemente muchas unidades militares mantuvieron extraoficialmente conjuntos musicales a expensas de los propios mandos y por tanto fuera de la contabilidad oficial» y de los registros. De hecho, y este es un apunte muy interesante, tal como señala Pascual Gisbert (2001), un manuscrito de mediados del siglo xix titulado «Historia breve de la villa de Albaida», escrito por Francesc Mateu Giner y comentado y publicado por Terol Reig (1997) indica que «en las fiestas del año 1786 […] vio por primera este vecindario una música marcial o de retreta, que era de un regimiento que estaba de guarnición en Alicante y no se repitió hasta el año 1801 en que vino otra de paisanos que era de Muro». En un mismo documento se encuentran referencias muy tempranas a la participación de una banda militar en unas fiestas patronales y a la existencia de una banda de música civil cuya creación se generalizaría durante ese mismo siglo xix.

En cualquier caso, es unos años después, en 1817, cuando en Alcoy, una filà[16] del bando moro, la Filà Primera de Lana (hoy Filà Llana) se hace acompañar por primera vez en la Entrada por una banda de música, la Banda del Batallón de Milicianos Nacionales, primera banda de música existente en la ciudad y origen de la Banda Primitiva (fundada en 1830) (Botella-Nicolás 2014, p. 334). Más allá del debate que existe sobre cuáles son las primeras composiciones expresamente creadas para las fiestas de Moros y Cristianos, que se revisará a continuación, estas no llegaron hasta el último cuarto del siglo xix. Es muy probable, por tanto, que la incorporación de las bandas de música a las fiestas de Moros y Cristianos, a partir del comentado 1817, añadiera al repertorio de los desfiles, además de la música de origen militar, otro tipo de composiciones, sobre todo cuando se trataba de bandas civiles. Así, Valor Calatayud (1999, p. 825; citado por Botella-Nicolás 2014, p. 334) señala que «no ha sido posible averiguar el tipo de música que se interpretaba en los festejos por entonces, pero a mediados del siglo xix se encontraron copiados en repertorios musicales polkas, mazurkas, habaneras y pasodobles de tipo alemán, y algunos de estos ejemplos se conservan en los archivos de la Banda Primitiva, que surgió de aquella de milicianos».

Llegados a este punto resulta de interés hacer una serie de comentarios que tal vez puedan ser clave para conectar los dos elementos que se analizan en el presente trabajo. Es obvio, en vista de lo comentado, que en 1817 ya existían comparsas o filaes en una fiesta como la de Alcoi. De hecho, el origen de la propia Filà Llana y de otras filaes alcoyanas se remonta al siglo xviii. También en otras poblaciones como Villena, las comparsas más antiguas datan de inicios del siglo xix, además de la Comparsa de Cristianos que como afirma Domene Verdú (2018, p. 535) es la heredera directa de la soldadesca local. Además, muchas de estas primeras comparsas o filaes copiaron los elementos distintivos de la indumentaria de las escuadras de gastadores[17] que en el ejército se habían creado en 1760 (casi a la par, o pocos años antes que algunas de estas comparsas) al tiempo que, de una forma lógica, copiaron la forma de organizarse del ejército en los desfiles militares, que se mantiene casi inalterada hasta hoy en día, es decir, escuadra de gastadores, banda de música y compañía (Domene Verdú 2018, p. 514; Arnedo Lázaro 2003). Cabe recordar que las comparsas habían heredado de la organización de las milicias la estructura de grados militares, entre ellos el de cabo, que con la nueva escuadra de gastadores cobraba un mayor protagonismo, al ser el cabo de gastadores el encargado de dirigir a su escuadra, adelantándose a la misma, de la forma que se sigue haciendo en los desfiles militares hoy en día. No resulta extraño, por tanto, que con el desarrollo económico de ciudades industriales como Alcoy y el aumento de la participación y pujanza de sus fiestas de Moros y Cristianos, en un momento dado, ciertas comparsas se plantearan acabar de adoptar el modelo de desfile militar del momento, incluyendo las bandas de música en lugar de los instrumentistas que pudieran estar poniendo ritmo a sus desfiles hasta ese momento. De hecho, en el último cuarto del siglo xix el acompañamiento de las comparsas por bandas de música era ya general en poblaciones como Alcoy o Villena (Arnedo Lázaro 2003; Botella Nicolás 2013b).

La aparición de las comparsas como forma de estructuración de las fiestas, significó un incremento en la variedad de identidades festeras que, integradas en un bando u otro, en algunos casos tenían rasgos muy particulares alejados del imaginario militar. De esta forma, la Guerra de la Independencia (1808-1814), el movimiento romántico iniciado en 1834, las Guerras Carlistas (la primera de ellas ocurrida entre 1833 y 1840), la Guerra de Marruecos (1859-1860), otros acontecimientos socio-políticos o incluso la identificación con diferentes ideologías, provocaron el nacimiento de multitud de nuevas comparsas en las diferentes poblaciones festeras como, por ejemplo, Somateles, Vizcaínos, Navarros, Marroquíes, Garibaldinos, Contrabandistas, Marineros, Estudiantes, Labradores, Tercios de Flandes, Romanos, Capellanes etc. (Domene Verdú 2018, p. 516).

También hay que pensar que en la segunda mitad del siglo xix, en las poblaciones que marcaban tendencia (si se permite la expresión) en el ámbito de las fiestas de Moros y Cristianos, existía una clase burguesa poderosa aparecida a raíz del desarrollo de diferentes industrias, que había hecho suyas las fiestas, como vehículo para mostrar su poderío económico (Ariño Villarroya 1988, p. 38). Seguramente, las características de una clase obrera, analfabeta en su práctica mayoría, y que vivía en condiciones ciertamente precarias, tampoco ayudaron a que esto pudiera ser de otra forma (Egea Bruno 1982). En este sentido, de esta época son los actuales textos de las embajadas de muchas poblaciones que fueron redactados por miembros de la élite cultural de dichas poblaciones (Domene Verdú 2018, p. 460), fruto de una tendencia a la reinterpretación historicista que por ejemplo, en Alcoy llevó incluso a modificar la iconografía tradicional y universalista de Sant Jordi, sustituyendo al dragón al que según la leyenda dio muerte para salvar a una joven princesa, por la figura de un sarraceno, en línea con la versión local de la leyenda (Ariño Villarroya 1988, p. 39).

En la segunda mitad del siglo xix, por tanto, existen algunas fiestas de Moros y Cristianos ya más que centenarias, con cierta autonomía organizativa y normativa, una estructura compleja de comparsas o filaes y con un interés claro por aumentar la espectacularidad, esplendor y ostentación (Ariño Villarroya 1988, p. 40). En este contexto, cabe recordar que, muy probablemente el grueso del repertorio en los desfiles seguía siendo las marchas militares, pero con unos participantes en los mismos cada vez más heterogéneos, y algunos de ellos claramente poco vinculados a lo militar y a la marcialidad propia de dichas marchas. Marchas que, por otra parte, no resultarían del todo adecuadas para el lucimiento de los cada vez más numerosos festeros ante el seguramente también, cada vez mayor número de espectadores, en localidades donde el desarrollo industrial había provocado un enorme crecimiento de la población (Egea Bruno 1982). Se requería, por tanto, de ritmos más pausados y sosegados[18] que permitieran desfiles más espectaculares[19]. Este hecho, unido la corriente cultural del romanticismo musical en la que el gusto por el orientalismo y el exotismo era una de sus características esenciales, fueron el caldo de cultivo perfecto para que en el último tercio del siglo xix aparecieran las primeras composiciones pensadas para los Moros y Cristianos (Oriola Velló 2012, p. 96). De hecho, un fenómeno similar estaba ocurriendo simultáneamente en otra de las fiestas españolas más extendidas, los toros, que habían empezado a incorporar al pasodoble taurino[20] como género propio a partir de composiciones como «Pan y Toros» (1864), de Francisco Asenjo Barbieri, «La Gracia de Dios» (1880), de Ramón Roig y Torné o «La Giralda» (1889), de Eduardo López Juarranz (Mileo 2010).

Los cambios que provocaría la aparición de nuevos ritmos en las entradas de Moros y Cristianos, lógicamente, se debieron ver reflejados en la forma de desfilar de las comparsas, adaptando su paso a dichos ritmos, y convirtiéndose en protagonista la figura del cabo en aquellas comparsas que habían seguido el modelo del desfile militar con las escuadras de gastadores. Bas Terol (2002, p. 161) cita el segundo volumen de la colección Nostra Festa editada en Alcoy, donde se indica que los desfiles se enriquecieron notablemente con la incorporación de las bandas de música (en referencia al hecho ya comentado de 1817) y con la participación de los cabos que dirigían a sus escuadras. Por tanto, con las nuevas composiciones, además de dirigir y organizar a su escuadra, marcar el paso y dar las indicaciones oportunas a la misma, el cabo tenía margen para dejar su impronta personal pues se iniciaba una práctica sobre la que no existían pautas ni directrices. Nadie había sido cabo de escuadra con esos nuevos ritmos, lo que es de suponer que daría libertad a la hora de ejercer como tal y dejar el propio sello, de forma que aquellos cabos que resultaran más del gusto de sus propios compañeros festeros y del público, probablemente fueran los primeros en marcar tendencia y crear un estilo.

3. Música y cabo: variedad y diversidad de estilos

Con la aparición de la música festera, la primitiva figura del cabo de escuadra que, como se ha visto, remonta sus orígenes a las milicias del siglo xvi, cobra una nueva dimensión en las fiestas de Moros y Cristianos. Aun así, puede suponerse que la conversión del clásico cabo gastador que desfilaba al son de marchas militares, en el cabo de escuadra contemporáneo, fue un proceso progresivo y no un cambio repentino. Entre otras cosas, porque el género de la música festera, que nace en el último cuarto del siglo xix y se va incorporando gradualmente a las fiestas a medida que va creciendo el número de composiciones, no ha dejado de evolucionar desde entonces, debido a la multitud de influencias que lo han ido definiendo.

Precisamente el nacimiento de la música festera es un debate abierto. Algunos historiadores, festerólogos y musicólogos (por ejemplo, Mansanet Ribes 1987; Botella Nicolás 2009; 2013a; Botella Nicolás y Fernández Maximiano 2013) reconocen a la ciudad de Alcoy como el origen del género, al nacer allí las que consideran primeras composiciones de los tres subgéneros principales: como primera obra compuesta expresamente para las fiestas de Moros y Cristianos, proponen el pasodoble sentat[21] «Mahomet» (1882) de Juan Cantó Francés; la primera marcha mora sería «A Ben Amet» o «Marcha Abencerrage» (1907) de Antonio Pérez Verdú; y la primera marcha cristiana, la obra «Aleluya» (1958) de Amando Blanquer Ponsoda. Mientras que otros (por ejemplo Domene Verdú 2018; o Ferrero Pastor 1987), identifican como posibles primeras composiciones otras provenientes de compositores no alcoyanos: en cuanto a pasodobles se señala «Un moro guerrero» del contestano Manuel Ferrando González en fecha estimada entre 1860 y 1870 y «Manueles y Fajardos», de autor anónimo y premiado en un certamen en Bocairent en 1880; respecto a marcha mora, se señala el tercer movimiento de la Fantasía Morisca, «Serenata» (1873), del compositor villenense Ruperto Chapí Lorente[22]; y también del mismo autor y obra, el primer movimiento, «Marcha al Torneo»[23], se señala como el primer precedente de marcha cristiana. En un minucioso trabajo de recopilación y clasificación Cipollone Fernández (2017, p. 215 y ss.) unifica ambas posturas y presenta una relación de todas las composiciones conocidas de aquella primer época de la música festera que se extiende, según su propuesta, hasta 1899. A partir de ese momento, el mismo autor establece cinco etapas más en el desarrollo de la música festera: etapa de clasicismo (1900-1936), etapa de recesión (1937-1939), periodo de renovación (1940-1957), edad dorada (1958-1980), periodo contemporáneo (1980-actualidad).

Con toda probabilidad, en los inicios de la música festera, el cabo de escuadra fuera quien adaptara sus movimientos a los compases de aquellas primeras composiciones. Cipollone Fernández (2017, p. 217) se refiere a esto al señalar que durante la época del clasicismo musical (1899-1936), la fiesta asimila la música, es decir, se produce una suerte de periodo de adaptación entre ambos elementos, algo que es posible trasladar a la figura del cabo de escuadra. Aunque no existe constancia de cómo se manejaban aquellos primeros cabos de escuadra «modernos», es muy probable que fueran quienes dejaran ya sentadas algunas de las bases del ejercicio de «formar»[24]. Dado que la figura cobra protagonismo al buscar la mayor espectacularidad y fastuosidad de los desfiles y entradas y que los nuevos ritmos musicales permitían en mayor medida el lucimiento personal, es probable que ya desde el principio se buscara el aplauso y beneplácito del público y que el uso y ofrecimiento al mismo de un arma diferente a la del resto de la escuadra[25] ayudara a tal efecto.

En el periodo de renovación (1940-1957) se depuran los estilos, la marcha mora se hace más lenta y surge la marcha mora moderna (Cipollone-Fernández 2017, p. 220). Es decir, desde una perspectiva actual, en esta época los moros se hacen más moros, en cuanto al ritmo de sus desfiles y por consiguiente en las evoluciones de sus cabos de escuadra. Puede resultar interesante una observación en este punto. Desde el momento del nacimiento de la música festera y hasta el final de este periodo de renovación, se observa que la parte del repertorio que más evoluciona es la del bando moro (pasodoble sentat, pas moro, marcha árabe y finalmente marcha mora). Parece evidente que la básica división entre bando moro y bando cristiano, demandó de forma casi natural, una primera división también básica entre dos estilos diferenciados de música, y que solo tras esta primera división con la consolidación de la marcha mora como subgénero específico para el bando moro (independientemente de que según en qué casos y qué comparsas, se desfile con pasodobles), apareció la necesidad de abrir nuevas posibilidades en un bando cristiano que hasta el momento se había sentido cómodo con las diferentes variaciones de pasodobles utilizadas.

Así, con la marcha cristiana «Aleluya» (1958) del alcoyano Amando Blanquer Ponsoda, se abre la edad dorada de la música festera que se extenderá hasta 1980, durante la cual los compositores se preocupan de la historicidad; en la marcha cristiana, por tanto, se introducen tintes religiosos, y se acentúa el carácter guerrero de las composiciones en las que la percusión cobra protagonismo, definiendo más si cabe el ritmo de los desfiles (Cipollone-Fernández 2017, p. 221). La aparición de la marcha cristiana fue un elemento que, sin duda, contribuyó a definir los estilos de los cabos de escuadra del bando cristiano. Esos tintes religiosos y guerreros de las marchas cristianas, que en el cénit de la composición dan incluso un tono épico a la misma, las hacían idóneas para comparsas o filaes cristianas que representan identidades medievales, ya sean personajes históricos como Cides, Guzmanes, Jaume I, etc… o, por ejemplo, órdenes o tropas militares, Templarios, Hospitalarios, Almogávares, etc… (obviamente se está generalizando y de hecho, en algunas poblaciones existen comparsas y filaes de este tipología que aún hoy en día prefieren desfilar al son de determinados pasodobles). De esta forma, los cabos de escuadra que desfilaban al son de las marchas cristianas empezaron a definir también un estilo propio, que desembocó, también, en la utilización de nuevas armas. El pasodoble continuó siendo la música de desfile de muchas comparsas cristianas, algunas de las cuales han ido definiendo su propia personalidad y la de sus cabos de escuadra en torno al mismo, como es el caso paradigmático de los Contrabandistas y el rodar de navajas.

Por último, el periodo contemporáneo de la música festera que se inicia en 1980 es un periodo en el que la actividad de composición aumenta inusitadamente, hasta el punto de que, sobre todo en los últimos años, se hace difícil absorber toda la creación musical. Este es un periodo especialmente complejo en lo musical en el que, entre otras cosas, se incorporan nuevos lenguajes musicales; existe una mayor libertad en la estructura musical; se hace patente la influencia de otros géneros, especialmente la música de cine, realizándose también adaptaciones de numerosas bandas sonoras; se presta especial atención a la actividad concertística; se incorporan instrumentos tradicionales como la dulzaina en las composiciones y representaciones, creándose además numerosos grupos de dulzaina y percusión para los que se componen piezas específicas (Cipollone-Fernández 2017, p. 223). Por otra parte, con los subgéneros de la música festera ya perfectamente definidos, la figura del cabo de escuadra se convierte en esencial y en uno de los elementos centrales (si no lo era ya) de cualquier desfile. De hecho, gran parte de esa música festera contemporánea tiene muy presente en su composición la posibilidad del lucimiento máximo de la figura del cabo de escuadra. En muchas poblaciones, la posibilidad de ejercer de cabo de escuadra en la diana o en las entradas se convierte en un privilegio similar al de otros cargos festeros y se generaliza la valoración de las evoluciones de los cabos durante las entradas en muchas poblaciones para escoger a los mejores, organizándose en algunas de ellas concursos específicos como actos festivos independientes.

En definitiva, desde aquella época del nacimiento de la música festera, el número de poblaciones que celebraban fiestas de Moros y Cristianos en la modalidad levantina ha crecido enormemente, sobre todo a partir de la mitad del siglo xx y especialmente con el final de la dictadura. Algunas de ellas, de hecho, han recuperado una tradición perdida hace muchísimos años. La participación de festeros se ha multiplicado, más allá de la existencia de épocas puntuales de estancamiento. La heterogeneidad en la identidad de las comparsas ha continuado siendo un carácter distintivo de estas fiestas, consolidándose muchas de las nacidas a mediados del siglo xix fruto del romanticismo y aquellas circunstancias socio-políticas ya descritas, como algunas de las más numerosas y más ampliamente extendidas en la geografía festera (Contrabandistas-Bandoleros, Maseros-Labradores, Estudiantes, etc…), y apareciendo otras durante el primer tercio del siglo xx que han seguido el mismo camino (p.ej. Piratas). Se ha extendido la celebración de concursos de composición de música festera y cada vez es más habitual que los cargos festeros disfruten de piezas compuestas expresamente para su estreno en capitanías o demás boatos. Todo ello ha ido contribuyendo a que el patrimonio musical de las fiestas de Moros y Cristianos haya crecido no solo en número[26], sino en variedad, pues aparte del pasodoble sentat y del dianero, pronto se habló también del pas moro o del pasodoble-marcha y más recientemente del pas masero o de la marcha contrabandista, amén también de la inclusión en el repertorio de pasodobles taurinos o incluso pasodobles falleros. Más allá de que el análisis musical de cada pieza permita clasificarlas de forma clara en uno u otro subgénero, lo que denota la existencia de denominaciones como estas, es la variedad existente en la música festera. Se trata en muchos casos de composiciones pensadas exprofeso para determinados tipos de comparsas, cuya diferencia básica se da, en cuanto a su papel en los desfiles y entradas en, precisamente, la forma de desfilar y las diferentes evoluciones de sus cabos de escuadra.

Retomando las palabras con las que se iniciaba este trabajo, música y cabo forman una indisoluble comunión, la evolución de la música festera ha sido la evolución de los cabos de escuadra, cuando la música festera se convirtió en elemento indispensable de las fiestas, hizo protagonistas de la fiesta a los cabos, cuya figura ha ayudado en gran medida a valorar ese valiosísimo patrimonio que es la música festera.

4. Consideraciones finales

El objetivo que se planteaba al inicio de este trabajo era el de revisar en qué medida la música festera es un elemento esencial para la figura del cabo de escuadra y de qué forma el desarrollo de este género musical propio ha podido influir en la evolución de dicha figura, o viceversa. Juzgue el lector si esto se ha conseguido. Desde luego, este trabajo no pretendía ser una revisión histórica exhaustiva, ni mucho menos un estudio musicológico, pues el que suscribe no está capacitado para ello, y otros ya lo han hecho antes y mejor. Lo que se ha intentado es aprovechar todo ese trabajo de investigación ya realizado por grandes expertos, para tratar de encontrar los puntos de conexión que a lo largo de la historia de las fiestas de Moros y Cristianos han existido entre música y cabos, aportando algunas reflexiones personales que puedan motivar a quienes corresponda, tal vez, a buscar nuevos puntos de vista sobre los temas comentados.

Tampoco se ha pretendido presentar ningún compendio de directrices acerca de cuáles son las cualidades de un buen cabo, qué le debe estar o no permitido, o qué técnica es la más adecuada para según qué composición o desfile. Lo que sí se espera que haya quedado claro, es que algunas de las principales funciones del cabo de escuadra vienen ya definidas desde su existencia en las milicias del siglo xvi, pues la organización y dirección de su escuadra es un aspecto fundamental en este sentido, con todo lo que ello supone, que no es poco. Su papel en las escuadras de gastadores militares también se trasladó a su función en las fiestas, ese rol de guía marcando el paso de sus hombres. Y finalmente el papel que asumieron los cabos de escuadra al convertirse los desfiles en un espectáculo dirigido a un público presente, esto es, favorecer la conexión entre la fiesta y dicho público, para que se sienta partícipe de la misma, a través de su lucimiento personal pero también favoreciendo el lucimiento de su propia escuadra y del conjunto del desfile en general.

A partir de aquí, los diferentes estilos para conseguir cumplir con estas funciones pueden ser múltiples y variados, ahora bien, lo que nunca debe faltar en la persona que asuma la responsabilidad de ejercer de cabo de escuadra, es un profundo conocimiento de la fundamental figura que está representando, de forma que el respeto por la misma y la dignidad de sus evoluciones, la sitúen en el lugar que le corresponde.

5. Agradecimientos

El presente artículo surge de mi participación como ponente invitado en el I Congreso Nacional de Cabos en las Fiestas de Moros y Cristianos, celebrado en Murcia durante los días 20 y 21 de septiembre de 2019 en el Campus de la Merced de la Universidad de Murcia. Aunque el ofrecimiento para participar en el I Congreso no llegó en el mejor de los momentos posibles por cuestiones profesionales, no puedo dejar de agradecer a los organizadores, el Área UNDEF de la Región de Murcia, especialmente a Alfonso Gálvez y José Luis Giménez esta invitación y la confianza depositada. Pero sobre todo quiere mostrar mi más sincera gratitud a Ismael Están, que fue el verdadero ejecutor de la «emboscada» que me llevó a zambullirme de nuevo en la historia de nuestras fiestas, desconectando por momentos de la elaboración de mi tesis doctoral que se encontraba entonces en la fase final de redacción. Finalmente quiero mostrar también mi agradecimiento a Francisco Fernando Simón Marín, al que en el ámbito de la fiesta conocemos todos como Kiko Templario de Muro, por responder, desde su profundo conocimiento de las fiestas, algunas dudas surgidas durante la elaboración de este trabajo.

Daniel Catalá-Pérez

Departamento de Organización de Empresas, Universitat Politècnica de València




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NOTAS

[1] En la reproducción del texto se han eliminado las referencias a aspectos concretos de ámbito local pues resulta de especial interés la descripción del momento, independientemente del lugar en que ocurriera.

[2] Como afirma Contreras Gay (Contreras Gay 1992, p. 76-77): «[...] el fenómeno de la proliferación de ‘cofradías’, ‘juntas’, ‘hermandades’ y de las ‘milicias concejiles’ durante la Baja Edad Media hay que enmarcarlo dentro de la expansión de las ciudades y del desarrollo general del derecho de asociación. Aunque este fenómeno asociativo tuvo al principio un carácter eminentemente espiritual, después pasó a tener otros objetivos más concretos de carácter gremial o de carácter defensivo o militar. Los vecinos de los municipios se asociaban para tener más fuerza y para poder defenderse así de los posibles ataques de enemigos extranjeros o de los malhechores que asolaban sus comarcas. […]

Este fenómeno asociativo floreció sobre todo en los años de guerras civiles cuando el poder real estaba más debilitado y en el caso también de los concejos fronterizos a las tierras controladas por los musulmanes. Una típica Hermandad de concejos fronterizos fue la que establecieron en 1265 Córdoba, Jaén, Úbeda, Baeza y otros lugares de Andalucía para defenderse mejor de los moros. Todos los años se celebraba en Andújar una junta general de la Hermandad a la que debían de acudir dos caballeros representantes de cada concejo a fin de reforzar los lazos de unidad».

[3] Es interesante señalar, como apunta Contreras Gay (1992, p. 79), que la implantación de las milicias en la Edad Moderna (siglos xvi y xvii) se vio favorecida por la aparición de los ideales protonacionales y por la generalización de las armas de fuego, elemento esencial en la influencia ejercida por las milicias sobre las fiestas de Moros y Cristianos.

[4] Similares a las milicias forales de la actual Navarra y País Vasco (miñones de Vizcaya y miqueletes de Guipúzcoa).

[5] Es lógico pensar que estas «fechas propicias» fueran en muchas ocasiones la celebración de las fiestas patronales.

[6] Los estudios de autores como Domene Verdú (2018), Domene Verdú et al. (2006) o González Hernández (1997) hablan, entre otras, de poblaciones festeras morocristianas como Villena, Sax, Caudete, Alcoi, Alicante, Aspe, Banyeres, Benilloba, Biar, Bocairent, Caravaca, Castalla, Xixona, Petrer, Orihuela, La Vila Joiosa, Monforte, etc… aunque la soldadesca se ha mantenido también de forma pura, sin su combinación con la fiesta de Moros y Cristianos, en poblaciones como Yecla, Irún u Ondarribia.

[7] Domene Verdú (2018, p. 46) señala que «en el siglo xviii se conservó en muchas poblaciones el traje militar ‘a la antigua española’, que es el típico del siglo xvii, pero a principios del siglo xix, motivado por el cambio de la moda en el vestir, se sustituyó por el contemporáneo de entonces, que es el que se ha conservado en la comparsa La Antigua de Caudete, en Yecla y en Sax, aunque aquí se sustituyó el antiguo calzón largo por el pantalón actual ya en el siglo xx».

[8] Se trata de actos provenientes básicamente de los alardes de armas que realizaba la Soldadesca y que han evolucionado a las actuales entradas, dianas, retretas, nombramiento de cargos, desfile de cargos y otros desfiles o ruedo de banderas; por otra parte, la integración de las salves de arcabucería en las representaciones de las batallas escenificadas entre los bandos moro y cristiano pronto obligó a la creación de una compañía de arcabuceros que representara al bando moro y que pudiera enfrentarse a la ya existente soldadesca, convertida automáticamente en bando cristiano (Domene Verdú 2018, p. 49 y ss.). Cipollone Fernández (2017, p. 119-120) pone en duda la teoría de que las actuales entradas tengan un origen militar y se lo atribuye a los desfiles cívicos organizados por gremios y cofradías, Gremios que por otra parte, tuvieron un papel muy importante en las fiestas de Moros y Cristianos de ciudades grandes como Alicante o Valencia que no tenían carácter patronal y que con la desaparición de los mismos durante el siglo xix dejaron de celebrarse (Domene Verdú 2018, p. 515).

[9] Hasta el siglo xvi aproximadamente, existían compañías de piqueros, de arcabuceros y de rodeleros, que al conformar cada uno de estos tipos de soldados o milicianos una tercera parte del conjunto del ejército, recibían el nombre de «tercios» (Domene Verdú 2018, p. 49).

[10] El cargo de teniente no llega a incorporarse a la estructura de las primeras compañías de moros y cristianos fruto de la evolución de las compañías de arcabuceros (Soldadesca), no existiendo en las actuales fiestas de Moros y Cristianos.

[11] Cabe señalar que, como se verá, aún hoy en día son muchas las comparsas que desfilan a ritmo de marcha militar.

[12] Además de algunos actos concretos que se mantienen en poblaciones del área levantina, como, por ejemplo, el Ball dels Espies de Biar o el Ball Moro de Callosa d’En Sarrià.

[13] Si bien, como apunta Domene Verdú (2018, p. 564-565) la participación de los músicos en las fiestas patronales podía darse aparte de la participación de las milicias «porque, ya en el siglo xvi los concejos contrataban músicos para las romerías, procesiones y demás actos religiosos». De hecho, el propio autor hace mención a la contratación en 1565 de unos músicos en Alcoy para rendir honores a Sant Jordi (Amades 1966) y en 1547 , dieciocho años antes, en Villena para participar en la romería de septiembre y participar en la fiesta patronal en el Santuario de la Virgen de las Virtudes (Soler García 1997, p. 197). Botella Nicolás (2013b, p. 32), por su parte, cita la participación de unos juglares en la celebración de la boda de Don Fadrique de Aragón (señor feudal de Alcoy) en 1428 como primera referencia a la música en Alcoy, aunque en este caso fuera de ámbito de las fiestas patronales.

[14] En la actualidad, la caja realiza una función similar pues a su redoble, la escuadra inicia la marcha marcando el paso con la pierna izquierda, funcionando así, como la orden que pone en marcha el desfile.

[15] Las primeras experiencias en este sentido en Europa datan de 1726 en Sajonia y 1763 en Prusia (Oriola Velló 2014, p. 164).

[16] Nombre con que se conocen a las comparsas que conforman los bandos moro y cristiano en muchas poblaciones valencianas.

[17] De hecho, algunas los mantiene hoy en día.

[18] Esta es una teoría que ya planteó en su día Mansanet Ribes (1987) durante el Simposio del I Centenario de la música festera de moros y cristianos, celebrado en 1982.

[19] La primera acepción de «espectacular» en el Diccionario de la Real Academia Española es la de: «Que tiene caracteres propios de espectáculo público».

[20] Curiosamente, la música festera y el pasodoble taurino han intercambiado numerosas composiciones, hasta el punto de que algunos de los pasodobles más utilizados por comparsas como las de Contrabandistas, son pasodobles taurinos, y en las plazas de toros, es muy habitual escuchar piezas compuestas inicialmente para las fiestas de Moros y Cristianos.

[21] El pasodoble sentat es una de las diferentes variaciones que del pasodoble se componen en el ámbito de los Moros y Cristianos y que se caracteriza por un ritmo más pausado que el de los pasodobles que podrían sonar en aquella época, con el objetivo comentado de conseguir un desfile más sosegado que facilitara el lucimiento de los festeros (sobre todo del cabo, podría pensarse).

[22] Posterior a esta composición, pero anterior a la marcha «A Ben Amet», Cipollone Fernández (2017, p. 216-217) identifica la marcha árabe (que se puede considerar precedente de la marcha mora) de 1899 del compositor alcoyano José Espí Ulrich, «El canto del moro».

[23] En este caso, Cipollone Fernández (2017, p. 216) habla de «pre-marcha» cristiana, algo que no parece resultar desacertado teniendo en cuenta que la siguiente referencia en le tiempo, la marcha cristiana «Aleluya» de Amando Blanquer llega 85 años más tarde.

[24] En ciertas poblaciones, el ejercicio del cabo de escuadra mientras desfila es denominado de esta forma.

[25] Esto, como se ha comentado, ya ocurría en las escuadras de gastadores militares, cuyos cabos desfilaban siempre con un serrucho, mientras que la escuadra lo hacía con picos, palas, martillos, etc…

[26] En la actualidad existen varios miles de composiciones diferentes, cuyo mayor o menor aprovechamiento en el enriquecimiento de los desfiles y entradas es materia para otro trabajo, pues excede el alcance de la presente investigación.



Influencias militares en los desfiles de las fiestas de Moros y Cristianos: música y cabos de escuadra

CATALA-PEREZ, Daniel

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 487.

Revista de Folklore

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