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Revista de Folklore número

486



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Algunos personajes y situaciones del humor semita

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 486 - sumario >



Ferreiro Villanueva (1986, 69) diferencia tres campos del humor: el lenguaje, las situaciones y los personajes.

Sin embargo, de esos tres campos, vamos a centrarnos en los personajes y, sobre todo, en las situaciones, aunque el lenguaje se encontrará, por lo general, en todos los casos y con efectos decisivos. Por otra parte, vamos a utilizar básicamente cuatro fuentes judías: algunas obras de Chajim Bloch y de Ángel Wagenstein, unos cuentos jasídicos y el refranero sefardí, que también tiene su gracia. A ellas, añadiremos los cuentos de Yehá, protagonizados por ese personaje popular no sólo marroquí, sino también representativo del mediterráneo musulmán. Como se verá, pueden apreciarse significativas conexiones y paralelismos entre el humor hebreo y el musulmán, semitas ambos[1].

Pero, antes, hay que tener en cuenta que muchas anécdotas y chistes judíos no responden a las expectativas de un humor intrascendente y superficial, sino que son bastante más elaborados, o elaborados de forma diferente a la de la mentalidad occidental. Sirva de ejemplo el humor del italo-sefardí Ovadia, que Vilella (2003, 52) caracteriza por «el gusto por la paradoja, por descubrir los recovecos de lo absurdo, por revelar las grandes payasadas que lleva a cabo el hombre». Además, según Peyrefitte (1966, 217), el humorismo judío suele ser «amargo, porque ha aguzado los dientes en la propia piel de los judíos», pues es «producto del gueto y del antisemitismo: personas obligadas a vivir juntas debían mantener, entre ellas, un mínimo de buen humor y, por consiguiente, se habituaban a las bromas recíprocas».

Además, en la cultura hebrea, existe la figura del maggid, «narrador, predicador» (Bloch 1931, 335), en el que parecen unidos cuento y anécdota a ejemplaridad, al igual que en las antiguas fábulas. El humor, por tanto, no sería una simple forma de motivar unas carcajadas sin mayores consecuencias.

Finalmente, por tratarse de humor traducido, la versión no siempre parece la más acertada, por lo que introduciremos variantes o precisiones entre corchetes. Y sin más comenzamos nuestro estudio.

1. Los tipos o personajes

Estébanez Calderón (2000, 511) define tipo como «personaje que reúne un conjunto de rasgos físicos, psicológicos y morales prefijados y reconocidos por los lectores o público espectador como peculiares de un rol y conformado por la tradición».

Estos tipos o personajes suelen denominarse popularmente como graciosos, tontos o locos (Bloch habla de «bufones, pícaros, fanfarrones…»). En el mundo hebreo destacan Hersh, Chojsek y Mendel, al que Wagenstein a veces califica de tonto o necio. Sin embargo, el humor no es exclusivo de los bufones o graciosos; por ello, Bloch recogió, en su antología, anécdotas protagonizadas por judíos reales, históricos, con nombre y apellidos.

En el ámbito musulmán destaca Nasrudín o Yehá. García Figueras (1950, 211), en relación con sus características, distingue apartados como «Yehá ingenuo», «Yehá trapacero», «La glotonería de Yehá» o «Yehá filósofo, mediador, consejero, hombre de leyes».

Por otra parte, Nasrudin en su variante turca Giohá, protagoniza, al menos, una docena de refranes sefardíes de la colección de Enrique Saporta y Besa (1978, 95-96). Según este autor, el nombre Giohá es una deformación sefardí del apellido turco Nasrudín Hogia, «nombre de un personaje que en Oriente personifica a un ser necio, buenazo y descuidado, que se deja llevar por los sucesos». Un ejemplo de refrán: Giohá que no podía etcharse con sohorá vieja[2] (Yehá, que no podía acostarse con un disgusto viejo), refrán que se aplica «al que tiene continuamente disgustos o problemas por su comportamiento irreflexivo»; aunque también se aplica al «que no tiene suerte y le llegan los disgustos seguidos» (Saporta y Beja 1978, 95). Por otra parte, entre los cuentos de Yehá recogidos por García Figueras (1950, 74-79), hay al menos seis en que intervienen judíos.

Ferreiro Villanueva (1986, 78-79) apunta que también «la comicidad de los personajes puede derivarse de su propia figura, de su atuendo, de la actitud corporal, de la expresión y del gesto» (recodemos a don Quijote o a Charlot). Esto, sin embargo, quizás importa más en el humor gráfico o teatral, pues el humor escrito, objeto de nuestro trabajo, suele carecer de tales apoyos. Puede apreciarse cierto humor gráfico en la representación del lechero de Tel-Aviv (de Saul Raskin), que muy bien podría también protagonizar, como tipo popular, chistes o dichos de su particular ingenio.

2. Situaciones hilarantes

Según Ferreiro Villanueva (1986, 77), «hay situaciones cómicas en sí mismas, como si se tratara de chistes visuales; otras se basan en el lenguaje»; y se refiere concretamente a situaciones «por irrupción de lo inesperado, situaciones ilógicas o absurdas, una parodia, por el empleo de la violencia». Claro que por encima de todo están el ingenio y la intención del humorista, ya que se puede tratar humorísticamente cualquier situación, incluso las tragedias; y ahí está el humor negro, que se ceba en muertes, tragedias, etc.

Nosotros veremos solamente quince casos o situaciones de humor que van de lo más elemental como caídas, agresiones o defectos ridiculizados hasta casos más elaborados e infrecuentes como la identidad o el principio de no contradicción.

2.1. Actos y situaciones de violencia

Según Ferreiro Villanueva (1986, 78), «introducir una pequeña dosis de violencia en ciertas situaciones es un recurso de seguro efecto cómico». Recibir un golpe inesperado o sufrir una caída, por ejemplo, serían los casos más elementales. Palos, bofetadas, la tarta estrellada en una cara… son incidentes, entre otros, que suelen tener la risa garantizada. Sin embargo, las narraciones humorísticas que vamos a reproducir no siempre serán tan simples. Además, es de suponer que la hilaridad que provocan es mayor según la sensibilidad del receptor y su empatía con la víctima. Y vamos ya a los casos concretos.

«Un joven hebreo no sabía cómo preparar [la tradicional cena de] el Seder», así que mandó a su mujer «fisgar» por la ventana del vecino (un herrero) para ver cómo lo hacía. Pero coincidió que, en ese momento, el vecino estaba dando una paliza a su esposa. Así que la mujer, aterrorizada, volvió a su casa y, «cuando la preguntó el marido qué había visto, no fue capaz de abrir la boca». Entonces, el marido se encolerizó y, cogiendo una pala de madera, comenzó a pegar a la mujer, que sollozando decía: «¿Por qué me has mandado si lo sabías [cómo se preparaba]?» (Bloch 1950, 75).

Un caso de hipotética violencia. Chojsek ve una mujer, quizás la suya, que lava ropa en el río «golpeando con una pala un par de calzoncillos», y exclamó: «¡Gracias, Dios mío, que no los llevo puestos…!»[3] (Bloch 1931, 90). Por su parte, los cuentos de Yehá nos ofrecen varias versiones. En la primera, Yehá ha puesto a secar una camisa, que el aire ha tirado al suelo. Entonces, le dice a su mujer: «Tengo que dar gracias al Señor haciendo un sacrificio». Su mujer le pregunta el motivo, y él responde: «Considera, oh, amada mía, lo que me habría pasado si hubiera tenido la camisa puesta» (García Figueras 1950, 119).

Otras versiones, ya sobre hechos consumados –no hipotéticos–, se centran en el albornoz. Un enemigo de Yehá dispara y destroza su albornoz que estaba tendido para secarse, lo cual le produce una gran alegría por el motivo ya citado (García Figueras 1950, 113). De mayor comicidad es el relato en que un vecino de Yehá ha oído gritos en la casa y cómo caía algo pesado por las escaleras. Yehá le explica: «He reñido con mi mujer y, como ella le diera un fuerte empujón a mi albornoz, rodó por la escalera originando el ruido tan estrepitoso de que me hablas». El vecino se extraña de que un albornoz puede provocar tal estrépito, y Yehá se rinde: «Calla, hermano mío, no seas despiadado conmigo; es que yo iba en su interior» (García Figueras 1950, 118-119).

En el relato jasídico de un caso real, pagan justos por pecadores. El rabino David de Lelov (muerto en 1813) caminaba un día por una calle de un pueblo alejado del suyo cuando «una mujer comenzó a pegarle pensando que se trataba de su marido, quien la había abandonado hacía muchos años». Cuando ella se percató del error, se echó a llorar. Sin embargo, el rabino trató de consolarla: «Deja de llorar. No era a mí a quien golpeabas sino a tu esposo». Y agregó en voz más baja: «¡Cuán a menudo castigamos a alguien porque lo tomamos por otro!» (Buber 1983, 28).

También es motivo de risa saber esquivar los palos o maniobrar para que otro se los lleve. Resulta que el sultán tenía una hija que nunca se había reído, pero un día se ríe por causa de Yehá. Y el sultán mandó al visir que fuera a buscarlo a su casa. El visir le explicó: «Has hecho reír a su hija, y lo que le pidas te lo dará; pero aquello que te dé lo has de compartir conmigo, así que pide mucho». Yehá lo acepta, pero hace que el visir firme un documento como que el visir va a compartir lo que le dé el sultán. Ya ante el sultán, Yehá le pide algo sorprendente: doscientos palos. El sultán se extraña, pero lo acepta. Antes, sin embargo, Yehá dice que primero le dé al visir la mitad de los palos como atestigua con el documento firmado. Después de darle al visir los «trescientos palos» (el narrador ha aumentado el número), le toca su turno a Yehá, que dice al sultán: «Espera, que tengo quien me los compre [los palos]». Y va y le vendió los trescientos palos [maderas[4]] a un carpintero por sesenta metzcales, lo que queda también asentado en un documento. Llegan ante el sultán: «Aquí está el que me compra los trescientos palos; mira su firma». Así que el pobre carpintero se llevó los palos legalmente comprados a Yehá (García Figueroa 1950, 242-243).

En el caso de las caídas, tenemos un caso cercano a lo poético. Este es Yehá, que ve la luna reflejada en el fondo del pozo y exclama: «Pobre luna. ¿Cómo se habrá metido en el pozo? Es necesario sacarla de ahí sin tardar…». Entonces, tiró el cubo al pozo para intentar rescatarla, pero el cubo se enganchó en una piedra y Yehá creyó que era porque la luna pesaba mucho y que había que tirar más fuerte. Haciendo grandes esfuerzos, se soltó el cubo y Yehá cayó de espaldas dándose un tremendo golpe. Sin embargo, caído boca arriba vio que la luna estaba en el cielo, y exclamó: «¡Alabado sea Dios! Pues, aunque me he roto las costillas, he salvado a esta pobre de una muerte cierta y la he vuelto a su lugar» (García Figueras 120-121).

Una ocurrencia del inocente Chojsek, que quiere comprobar si es tan tonto como todos dicen. Viendo que el salmo afirma que «Dios protege a los tontos [los inocentes]» (salmo 16-16)[5], se tiró desde el tejado de su casa. Y, con un brazo y una pierna rotos, gritaba desde el suelo a todos los que pasaban: «¡Sí que soy listo, sí que soy listo…!» (Bloch 1931, 97).

Sin embargo, también es posible que, ante una caída, la risa tenga una causa más profunda; tal es el caso de un cuento jasídico (en la corriente hebrea del jasidismo, el humor y la religiosidad suelen integrarse de una curiosa forma).

El rabino Naftalí de Roptchitz (muerto en 1827) recibió a uno que quería confesarse con él, pues otro rabino le había impuesto una penitencia imposible de cumplir. «Y qué mal te ha hecho nuestro Padre –gritó con voz terrible [el rabí Naftalí]– para que tú lo hayas traicionado». El penitente cayó al suelo sin sentido. «Unos jasídicos de Hungría que se hallaban cerca comenzaron a reírse». El rabino se enfadó y les increpó: «Por poco he muerto [matado] a un ser humano, ¿y vosotros os reís?». Sin embargo, estos le explican que su antiguo rabí, ya muerto, les había indicado cómo elegir a su sustituto: «Si encontráis un hombre que pueda asir el interior de un pecador, purificarlo, devolverlo para que pueda continuar viviendo, ése será vuestro nuevo rabí». El rabí Naftalí «rio con ellos», y levantando al penitente le dijo: «Es quitada tu culpa y limpio tu pecado [Isaías 6,7]. Vete en paz, mantente en el camino de Dios y él te ayudará» (Buber 1983, 39-40).

La risa de los jasídicos estaba motivada por haber encontrado su nuevo rabino (el placer del descubrimiento y de solucionar un problema), mientras que la del rabino Naftalí se debía a reconocer su propia equivocación y la sensación de superioridad por haberla superado, además de por estar de acuerdo con los jasídicos: «Rio como quien coincide con el que habla», apunta otro cuento jasídico (Buber 1983, 172).

2.2. Deficiencias de diversos tipos

Aunque ya los mismos tipos de graciosos muestran a veces rasgos cercanos a la locura o a la inocencia (en el sentido tradicional de inocente), existen chistes, más o menos crueles, que se centran en deficiencias como la ceguera, sordera o tartamudez, por ejemplo. Su carga de humor nace del sentimiento de superioridad del auditorio, que pueden neutralizar, más o menos, la pena o la empatía con tales personajes.

Dos chistes referentes a la tartamudez donde, sin duda, provoca hilaridad no tanto tal forma de hablar, como el contenido expresado. Por ejemplo, de Moisés, «cuentan que una vez, cuando todavía era un adolescente, el faraón le preguntó si tartamudeaba siempre: “N-n-no, s-s-s-sólo al hablar”» (Wagenstein 2015, 39).

Adolf Sonnenthal (1832-1909), famoso actor e imitador, un día, en el jardín del hotel estaba tomando algo, cuando a su mesa se sentó un tartamudo y pidió un aguardiente. Entonces, Sonnenthal también empezó a hablar tartamudeando. El tartamudo, que le ha reconocido, le increpó y le echó en cara que no hablara igual en el escenario, a lo que el imitador respondió: «Cla-ro, co-mo que en el te-te-te-atro te-tengo que [di]simular» (Bloch 1931, 153).

Según Bloch (1931, 96-97), «también la hermana del bufón Chojsek era en extremos ocurrente». Un día, rescataron del río el cadáver de un abogado, en tan mal estado que, solo por su vestimenta, pudo saberse que era judío. El rabino convocó a las mujeres cuyo marido hubiera desaparecido recientemente y, si alguna daba señas exactas para identificar el cadáver, la autorizaría para volverse a casar. «Un tropel de mujeres se presentó en casa del rabino y, entre ellas, la hermana de Chojsek, cuyo marido había emprendido, poco tiempo atrás, un viaje a una feria y no había vuelto». El rabino la preguntó por las señas: «No puedo dar más que dos –respondió la simple–: que estaba circunciso y era tartamudo».

La acumulación de deficiencias suele potenciar de hilaridad. Chajkel visita a Hersh, al que hacía tiempo que no veía, y presenció una disputa con su mujer. Entonces, le dijo al oído: «Oye, ¿es que no has podido encontrar otra mujer menos camorrista y que, además, no fuera jorobada y tuerta…?». Y le advierte Hersh: «Puedes hablar alto si quieres: no oye nada [está como una tapia]» (Bloch 1931, 175).

Con respecto a deformidades físicas, nos parece interesante recordar dos refranes sefardíes. Menahém el corcovado [jorobado], etcha la piedra y esconde la mano. Según Saporta y Beja (1978, 125), tal refrán se basa «sobre la antigua creencia de que a las personas contrahechas siempre les animan malas intenciones», y «denuncia a los hipócritas que hacen mal y se solapan como autores». El otro refrán, Buena la novia, de un ojo ciega, «se dice en señal de mofa cuando una persona exalta las cualidades de alguien que no lo merece» (Saporta y Beja (1978, 140).

Las deficiencias físicas pierden fuerza si es el mismo afectado quien se ríe de ellas echando ingenio. En una tertulia en que se pide a cada asistente que cante sus propios defectos, el filósofo Mose Mendelssohn (1729-1786), que era tartamudo y jorobado, improvisó así: «Llamáis grande a Demóstenes,/ el orador tartamudo de Atenas,/ y tenéis también por sabio/ al jorobado Esopo./ Pues bien, yo de los dos triunfo/ por ser a la vez grande y sabio,/ y así podéis verme, entre vosotros,/ tartamudo y jorobado a un tiempo» (Bloch 1931, 329). Así, la risa humillante es remplazada por la admiración. Otro caso similar: «Nuestro bufón [Chojsek] era feo y repugnante como él solo y, una vez que se miró al espejo, le entró tan gran risa que casi echaba las tripas» (Bloch 1931, 93-94).

Por último, una broma cruel de Yehá a unos ciegos, que acaba con palos (otro motivo de hilaridad). Un día en que Yehá pasaba cerca de un café donde había una reunión de ciegos, «sacó una bolsa de dinero y la agitó para que oyeran el tintineo», y a continuación dijo: «Tomad ese dinero y repartirlo entre vosotros». Sin embargo, no se lo dio a nadie y se apartó para ver cómo reaccionaban. «Enseguida, los ciegos se levantaron y se decían unos a otros: “Dame mi parte; dame lo que me corresponde…”». Y empezaron a pelearse y a darse palos entre ellos mientras Yehá «reventaba de risa» (García Figueras 1950, 139).

Este cuento contrasta con el refrán sefardí Prove es el huerco ciego de un ojo (Pobre es el diablo tuerto), que «compadece al tuerto y, en general, a los que tienen achaques, pues, aunque sean poderosos (como el diablo), esto les hace sentirse desgraciados» (Saporta y Beja 1978, 161).

2.3. Insultos disimulados

El insulto directo puede provocar hilaridad, pero será más apreciable el ingenio del hablante para colgar, indirectamente, a alguien un calificativo normalmente ofensivo. Etcharle una etchada a uno (Echarle a uno una echada) equivale a «soltarle una indirecta a alguien; esto es, decirle algo intencionado, aunque de manera velada, y que el destinatario siempre entiende» (Saporta y Beja 1978, 76).

El calificativo de burro puede aplicarse de forma indirecta, en ambientes o relaciones de confianza (no agresivos) y cercanos a la broma. Así, el conde Bademi, que tiene una relación muy cercana con su «judío de leche», recibe su visita cuando está leyendo la prensa:

—Excelencia —preguntó el judío—, ¿qué ocurre de nuevo por el mundo?

—Ayer, en Viena —contestó Bademi—, un judío y su burro fueron arrojados al Danubio.

—Pues demos gracias al Señor, excelencia —dijo el simplísimo judío—, de vivir aquí [y no en Viena] (Bloch 1931, 130).

Similar es otra anécdota:

Un explorador contaba a Mose Montefiore (1784-1885), el conocido bienhechor y filántropo judío, que en uno de sus últimos viajes había encontrado una isla en la que había de todo, mas en la que nunca pudo ver ni un burro ni un judío.

—Vamos, pues, allá —le dijo Montefiore—, y podemos remediar esa falta.

(Bloch 1931, 277).

Según Peyrefitte, el dramaturgo Maurice Donnay (París 1859-1945)[6], «en 1914, pronuncio una frase célebre al embajador de Alemania, el barón de Schoen». Este había afirmado que había que conducir a los judíos «como se conduce a los asnos en Oriente: a palos», a lo que Donnay repuso: «En ese caso, señor embajador, esos países no son para vos ni para mí». El calificativo sería compartido, pues parece que el mismo embajador era de ascendencia judía (Peyrefitte 1966, 110).

Sin embargo, no siempre se anda con indirectas. Resulta que el gracioso Chojsec, «muy contento», va a ver al rabino para que le explique un sueño: «Yo era un borrico, y el Mesías llegaba montado en mí para redimir a Israel». El rabino exclamó: «Oh, ¡qué dicha la tuya!»; y luego le explicó: «Dice el Talmud: “No hay grano sin paja, ni puede haber sueños sin palabras fantásticas”. Mira, es una fantasía de tu sueño que el Mesías llegara cabalgando sobre ti; pero, en cambio, es una realidad que tú eres un borrico» (Bloch 1931, 93).

2.4. Defectos socialmente ridiculizados

El alcoholismo y la glotonería suelen motivar chistes y anécdotas que, por lo general, resultan hilarantes.

El gracioso Hersh era aficionado a la bebida, y siempre dormía con la botella de aguardiente en la mesilla de noche. Antes de acostarse, una noche le dijo a su mujer que le despertara cuando él tuviera sed. Ella, extrañada, le preguntó: «¿Y cómo quieres que yo sepa cuándo tú quieres beber?». «En cualquier momento que lo hagas, tendré sed seguramente» (Bloch 1931, 176).

«Un día, Hersh juró al rabino que iba a dejar de beber». Sin embargo, a partir de entonces «se le vio triste y sin esperanzas», y acabó enfermo. El médico le recomendó que volviera a la bebida, pero él se negó porque había hecho un juramento. Entonces, el médico dijo a sus tres hijos: «Dos de vosotros le sujetáis bien de pies y manos, y el otro le echará de repente en la boca el contenido de un frasquito de aguardiente»; así, hasta que volviera a acostumbrarse a la bebida. Sin embargo, Hersh, después de pensarlo un poco, le dijo al médico: «Me temo mucho que eso no me va a servir para nada, y yo os ruego que, por lo menos, me mandéis que sea nada más uno de mis hijos el que me sujete de pies y manos, mientras los otros dos me echan el aguardiente» (Bloch 1931, 189-190).

Molho (1950, 212) describe cierta escena que se producía en alguna sinagoga de Tesalónica cuando los rabinos eran «áridos y monótonos», y «más largos y difusos [de lo normal] en sus discursos»:

El raki [aguardiente], bebido con prodigalidad algunas horas antes, contribuía a que algunos oyentes cayesen en un dulce sopor. Algunos incluso roncaban, con lo cual formaban un original acompañamiento a los comentarios del predicador. El bedel, cuyo papel consistía en pasar por entre los bancos con una jarra de agua fresca en la mano, se llegaba apresuradamente a estos zafios y les despertaba dulcemente ofreciéndoles cortésmente un vaso de agua fresca para no ponerles en evidencia.

La expresión como el turko que se etchó a bever (como el turco que se puso a beber) se basa en que los musulmanes tienen prohibidas las bebidas alcohólicas (no así a los judíos), y significa «hacer algo de modo desenfrenado y sin tener en consideración la opinión ajena» (Saporta y Beja 1987, 188).

Por otro lado, entre los cuentos de Yehá, hay toda una sección dedicada a su glotonería (García de Figueras 1950, 189-196), que recoge sus frecuentes maniobras para comer a cuenta de otros y su desmedida afición a los dulces. Veamos uno. Tradicionalmente, se comía con los dedos, aunque debían emplearse solo dos o tres; sin embargo, personas hambrientas o de escasa cultura empleaban los cinco. En un banquete de una persona importante, un comensal le recriminó a Yehá: «¿No te da vergüenza de comer con los cinco dedos delante de la gente?». Y él respondió: «¿Y qué quieres que haga? ¿No ves que no tengo seis dedos…?» (García de Figueras 1950, 190).

2.5. Trampas de la lógica

Los niños suelen protagonizar casos de lógica sorprendente e hilarante. Este es el bobo Chojsek (Bloch 1931, 96), a quien su padre manda al mercado a comprar un pollo, y regresa con una jarra de agua. Y así se los explica a su irritado padre:

Fui a la pollería a cumplir tu encargo, y me dice la mujer que sus pollos son tiernos como la manteca. Y entonces pensé: «¿Para qué voy a llevarle el pollo a mi padre? Mejor será llevarle manteca».

Voy a la tienda y me dice el tendero: «Esta manteca es clara y fina como el aceite». Y pensando, entonces, que el aceite sería más fino que la manteca, me fui a comprarlo. Y allí volvieron a decirme que el aceite era claro y fluido como el agua. Conque saqué, en consecuencia, que lo mejor sería traer el agua.

—Bueno, pero ¿y el dinero que te di para comprar el pollo?

—Toma, pues lo tuve que tirar al pozo de donde saqué el agua.

Al personaje popular Yehá, García Figueras (1950, XVIII) le caracteriza por «llevar la lógica al extremo obteniendo absurdos conforme a su interés», aunque tal característica no será exclusiva de él.

Un día la madre de Yehá le manda ir al mercado a comprar «una cacerola, tres vasijas y una marmita». Como era un problema llevar tantos cacharros, Yehá hizo, en el fondo de cada uno, un agujero y pasó por él una cuerda para llevarlos todos a la vez. Al ver su madre que había inutilizado todos los cacharros, le gritó: «Triple idiota, asno aparejado [con aparejos], ¿por qué no alquilaste un mozo de cuerda para que te los trajera?». Y Yehá, que era muy obediente, cuando otro día le encargó una aguja, contrató a un mozo para cargarla y, «dichoso y lleno de orgullo, volvió a su casa, seguido de su acompañante» (García Figueras 1950, 4-5).

Este cuento parece reflejado en el refrán sefardí Giohá yeva los bogos al banio, los suyos los dio a yevar (Yehá lleva los bultos al baño, los suyos los dio para que se los llevaran), «dícese del que carga a otro con lo que él mismo puede hacer» (Saporta y Beja (1978, 95).

También tiene su base lógica el comportamiento de Yehá, que, «de día, se dedicaba a plantar árboles frutales en su huerta y, de noche, los arrancaba y se los llevaba a casa». A quienes le preguntan por tan extraño proceder, les respondió: «Hijos míos, el mundo está revuelto, y como no se sabe lo que pueda ocurrir…» (García Figueras 1950, 128). Por ejemplo, que se los robaran.

La mujer de Yehá tuvo su primer hijo a los cinco días de casarse, así que Yehá fue inmediatamente a comprar un libro de lectura y los útiles para escribir, y los colocó frente al recién nacido. Así lo explicó a sus amigos: «Si, para lo que se necesitan nueve meses, él ha tenido bastante con cinco días, nada de particular tiene que me preocupe de lo que ha de necesitar en seguida» (García Figueras 1950, 30).

Dos refranes sefardíes al respecto: Giohá antes de cazar, mercó la cuna (Yehá antes de casarse compró la cuna) se aplica a la persona «que hace las cosas con excesiva antelación» (Saporta y Beja 1978, 95). Y ¿La notche cazar, el día parir? (¿Casarse de noche, y parir por la mañana?) «va contra los impacientes que desean que todo se haga pronto». Además, «critica la irreflexión e invita a madurar las cosas» (Saporta y Beja 1978, 140).

2.6. Comentarios simples o ingenuos

Los niños, aunque también algunos adultos, con sus comentarios cándidos y reflexiones, son frecuente causa de hilaridad. Achad Haam, célebre filósofo hebreo (muerto en 1926), visitó Palestina y, en la escuela de una colonia, preguntó a un niño: «Dime, rico, qué grandes hombres han nacido en este lugar». Respuesta: «Aquí, todavía no hemos visto nacer a ninguno; no nacen más que niños» (Bloch 1931, 229).

En otra escuela, un niño, «que había estudiado con mucha aplicación el Génesis, empieza un día a llorar amargamente al mismo tiempo que se aprieta un costado». El maestro le preguntó la causa de su llanto, y el niño le respondió: «Ay, rabino; me duele mucho esta costilla y tengo miedo que me vaya a dar [salir] una mujer» (Bloch 1931, 259).

Yehá trataba mal a su madre, que le reprochó: «¿Esta es la recompensa que me das por haberte llevado nueve meses en mi vientre?». Y Yehá arguyó: «Pues introdúcete tú en mi vientre para que pases en él dos años y así saldaremos con creces nuestras cuentas» (García Figueras 1950, 9).

Este es Yehá que tiene una tienda. Un día, viene un cliente y le pide un real de azúcar. Yehá se sube al mostrador y abre el cajón que pone «Pimentón». El cliente le advierte que no quiere pimentón, sino azúcar. «¡Calla, hombre! Yo sé que lo que quieres es azúcar, y eso es lo que encierra este cajón. Pero yo he escrito en él “Pimentón” porque, si vienen las hormigas buscando azúcar, leen lo de pimentón y se marchan sin entrar» (García Figueras 1950, 110).

2.7. Comentarios inoportunos

Y vino el azno y amató la candela (Y vino el asno y apagó la vela) es la fórmula sefardí para aludir a «vulgarmente meter la pata» (Saporta 1978, 17). La hilaridad que provoquen equivocaciones y comentarios inoportunos depende del contexto y de la persona que los sufre.

Según apunta Bloch, «es muy difícil que un judío lleve una mala noticia y, por eso, se demoran estas tanto». Yermía el yorón (Jeremías el llorón) se aplica a «la persona que, como el profeta Jeremías, solo anuncia cosas malas y desagradables; al pesimista, al que se lamenta continuamente» (Saporta y Beja, 1978, 199).

Este es un hombre rico que le prometió, al gracioso Hersh, una buena recompensa si conseguía «hacer saber a su mujer, de una manera ingeniosa y con gracia, que su padre se había muerto hacía unos meses». Hersh habló con la mujer y le preguntó la razón de su tristeza: «¡Ay, amigo mío! Tres meses hace ya que no recibo carta de mi padre». Y repuso Hersh: «¿Y por eso lloras? ¡Por Dios, mujer! Mira: hace veinte años que murió el mío, y todavía no he tenido carta suya. Y ¿cómo quieres tú recibirla del tuyo a los tres meses de haberse muerto?» (Bloch 1931, 191-192).

«Embajada fúnebre» es otra versión también de Bloch (1931, 185), pero ya sin recompensa, y aprovechando las maldiciones de la esposa descontenta con el comportamiento del marido:

En una ocasión comían juntos Hersch y sus amigos en una taberna, en medio de la mayor alegría. De pronto, uno de ellos cae muerto víctima de un derrame cerebral, y encargan a Hersch la difícil misión de llevar la noticia a la viuda. Ya delante de ésta, le dice:

—Raquel, tu marido ha vuelto a la taberna.

Y la mujer exclamó indignada:

—¿Pero otra vez? ¿Y no se lo lleva el demonio? Maldito, así reventara de pronto. En mi casa no vuelve a entrar.

—Pues para que veas cómo se va a cumplir tu voluntad: a las tres vamos a enterrarlo.

Sobre la costumbre de maldecir, Molho (1950, 170) afirma, que «algunas mujeres del pueblo proferían sobre todo maldiciones que hacían llover incluso sobre sus hijos: “El Dio[s] que te mate”; “Malogrado te vea”; “Sal y ceniza que te fagas”; “Matado que te traigan”, etc.».

En la versión de Wagenstein (2015, 78), cambia el gracioso protagonista:

[Este es] el necio de Mendel, a quien le encargaron la delicada misión de comunicar a la esposa de Shlomo Rubinstein que a su marido le había dado un infarto mientras jugaba a las cartas.

—Buenos días, vengo de la taberna —le dijo con sumo cuidado.

—Seguro que mi marido Shlomo está allí.

—Así es.

—Estará jugando al póquer.

—Cierto.

—Y sin duda estará perdiendo…

—Sí, pierde.

—¡Mal rayo le parta!

—Pues acaba de suceder.

La expresión Ya trucho bedahéy a la puerta (Ya trajo el cementerio a la puerta) se usa «contra el correo de malas nuevas» (Saporta y Beja, 1978, 21).

Pasando al campo de las equivocaciones, estas serán más hilarante si interviene un personaje del pueblo y otro insigne o famoso. Así, Yehá va a la casa de baños (hamman) en compañía del sultán Tamerlán, que le pregunta: «Si yo fuera un esclavo, ¿por qué precio me venderías?». Yehá le contesta que por cincuenta reales, y Tamerlán exclamó «indignado»:

—¡Qué poco sabes apreciar [calcular]! Solamente la toalla que llevo en la cintura vale ese precio.

Yehá, sin perder su calma habitual, le dijo:

—Es que también he incluido el precio de la toalla (García Figueras 1950, 50).

El emperador Francisco José (quizás tan militarista como pacifista), con motivo de unas maniobras militares en Stanislau, recibió al rabino Meschulem Horowitz (muerto en 1888), a quien preguntó si tenía hijos:

—Cinco, majestad, a Dios gracias.

—Y ¿ha sido alguno de ellos soldado?

—Gracias a Dios, ninguno —repuso el rabino (Bloch 1931, 70).

Benditcho pato que tal huevo mitió (Bendito el pato que puso tal huevo) es la expresión sefardí que «se dice en señal de mofa cuando alguien hace o dice un disparate» (Saporta y Beja, 1978, 22). Un judío polaco visita a un Rothschild con una carta de recomendación del rabino del pueblo, para pedirle «quinientos florines con los que ir juntando la dote para las cinco niñas que tenía». El magnate, viendo que se trata de «un hombre sano y fuerte», le recomienda trabajar. No obstante, le prometió acordarse de sus hijas en su testamento. «Me hacéis tan feliz, señor barón –le dijo tímidamente el judío–, que ojalá viváis cien años» (Bloch 1931, 151). Aspérate, azno, a la yerva mueva (Espérate, asno, hasta la yerba nueva), se dice «ante ciertas ofertas ilusorias o tardías», y lo dice, «en señal de mofa, quien recibe promesas para más tarde, cuando tiene necesidades urgentes» (Saporta y Beja, 1978, 16).

Los fallos de comunicación, por despiste, pueden sorprender al mismo que los produce. Yehá va al mercado con una espuerta en la cabeza, llena de uvas tapadas con ramos de palma, Al pasar junto a un grupo de niños, les dijo: «Si adivináis lo que llevo en la espuerta, os daré el racimo más grande». Automáticamente, le responden que uvas. Y, sorprendido, dice Yehá: «¡Oh, Dios mío! Indudablemente que vosotros sois unos granujas, cuando habéis adivinado lo que tiene la espuerta sin haberla visto» (García Figueras 1950, 255).

Este relato coincide con la adivinanza sefardí De lo que tengo en la falda, te daré un racimo, «acertijo que se hace a los niños cuando se les quiere dar uvas». Pero también se emplea como refrán y «se le dice a quien relata como indiscreción [o secreto] lo que ya se ha adivinado [o se conocía]» (Saporta y Beja 1978, 184).

2.8. La obstinación en el error

El refrán sefardí: Abolta, abolta como cavayo de muelino (Da vueltas y vueltas como el caballo al molino) se refiere a «la persona que vuelve siempre a su idea u opinión, aunque se le demuestre su error» (Saporta 1978, 1). En tales casos, la hilaridad proviene del sentido de superioridad del receptor con respecto a quien se obstina en su error sin dar su brazo a torcer. Así, el gracioso de Mendel, que creyó encontrar a un conocido en la calle:

—¡Cuánto has cambiado, Moisés, al quitarte la barba y los bigotes!

—No soy Moisés, sino Aarón.

—Pues mira tú: ¡hasta de nombre has cambiado! (Wagenstein 2015, 121).

Otro ejemplo de Mendel, que visita Viena y, ante una estatua de Goethe, «comentó indignado»:

—No fue ni emperador ni gran militar ni nada importante. Nada más escribió Los bandidos.

—Los bandidos no son de Goethe, sino de Shiller —le replicaron.

—Pues ¿veis? —insistió Mendel—. Ni siquiera ha escrito Los bandidos. ¡Y, sin embargo, mirad qué monumento tan grande le han erigido! (Wagenstein 2015, 198).

Esta es la obstinación del padre que quiere que su hijo aprenda violín, aunque carece de talento musical. Exasperado, el maestro le dice: «Perdone usted y no se me ofenda, por favor; pero su [hijo] Itzik no tiene buen oído». «¿Y qué falta le hace? Él no va a oír música, sino a tocarla» (Wagenstein 2015, 30). No save apartar la calavasa de la merengena (No diferencia las calabazas de las berenjenas), diría un sefardí «del tonto que no comprende bien las cosas» (Saporta 1978, 10), y olvida que Azno cayado, por sabio es tomado (Asno callado, por sabio es tomado) (Saporta 1978, 15).

Un caso digno de película muda o de viñetas de cómic. El gracioso Chojsek fue al monte a buscar troncos para construir una choza y «cruzó toda la ciudad, pero no los llevaba a lo largo, sino atravesadas». Cuando llegó al patio de la casa no podía meterlos de esa forma, pues la puerta era estrecha y, «por mucho que lo intentó, nada, que no entraban». Finalmente, se le ocurrió la solución: «Hizo tirar la puerta, y ya entonces pudo meter los [dichosos] palos» (Bloch 1931, 91-92).

También son casos de obstinación aquellos en que se da el cambio de un objeto por otro sin que el personaje acierte a explicarlo racionalmente. Yehá compró un burro en el zoco y lo llevaba a su casa caminando él delante y tirando de la brida. Lo vieron dos ladrones, y uno se llevó el burro mientras el otro se puso el cabezal y siguió detrás de Yehá. Cuando llegó a su casa, Yehá no daba crédito a sus ojos pues, en vez del burro, se encontró un hombre. Este, llorando, le explicó que había sido un mal hijo y que su madre pidió a Dios que lo convirtiera en un burro: «Su petición fue atendida y he venido soportando fatigas y golpes hasta que me habéis comprado en el zoco. Con vuestra santidad y benevolencia he vuelto a ser hombre». Yehá, admirado, exclamó: «No hay fuerza y potencia fuera de Dios»; y le puso en libertad aconsejándole que en el futuro se portara como buen hijo. Días después, tuvo que volver al mercado para comprar de nuevo el burro y vio que vendían el mismo que le habían robado. Entonces, se le acercó y le dijo en voz baja: «Me parece que no has hecho caso de mis consejos y has dado lugar a que se enfadase de nuevo tu madre. ¡Ingrato! Pero te juro que no he de ser yo el que vuelva a comprarte…» (García Figueras 1950, 81-82).

2.9. Mentiras hiperbólicas

Como en la vieja canción de Vamos a contar mentiras, algunos chistes o cuentos contienen exageraciones insólitas de diversos tipos: numéricas (precios), de tamaños o de antigüedad (de edificios o descubrimientos), entre otras. Se trata de hipérboles, «exageraciones poéticas» que, según Moreno Martínez (2005, 176), tienen «especial rendimiento en la literatura humorística».

El rabino Abraham Jehosua «era hombre de abundante palabra y muy chistoso, y aficionado a contar a sus judíos ortodoxos las mayores mentiras»:

En la boda de mi hijo Jischak Meier hubo tantos convidados que solamente en huevos tuve que gastarme mil rublos. Se gastaron dos carretas de paja para mondadientes, y al novio le regalaron una piel cuyos pelos eran tan largos que un cosaco a caballo podía esconderse dentro, pero que, al mismo tiempo, era tan fina que podía meterse en un cascarón de nuez (Bloch 1931, 98-99).

Hasta se puede establecer una competición entre graciosos sobre las fantasías más absurdas. En un asilo para pobres, conversan dos judíos de la Galitzia (Ucrania). Uno de ellos, del pueblecito de Ruimanof, comenta que su sinagoga se construyó nada menos que «antes de la destrucción del templo de Jerusalén», y que es tan grande que durante una revuelta, «en la cancela de la sinagoga, se escondieron más que diez mil polacos». El otro judío, de Cracovia, asegura que su sinagoga «fue construida antes de la salida de los judíos de Egipto», y que, «cuando los polacos eligieron rey a Rabbi Saúl Baad, esta coronación se celebró dentro de la sinagoga, y a ella asistieron sesenta mil príncipes y condes polacos» (Bloch 1931, 246-247)[7].

Un griego, «que ensalza de continuo a su patria» presumiendo de lo avanzado de la civilización helena, le comentaba a un judío que, en unas excavaciones en Atenas, habín descubierto «toda una línea de cables subterráneos, con lo que queda demostrado que ya nuestros antepasados tuvieron una red telegráfica». Y el judío repuso: «Pues todavía es más grande lo ocurrido en Jerusalén. También allí se han hecho excavaciones en la parte vieja de la ciudad, y nada: ni rastro de cables. Con lo cual se demuestra que los judíos conocían ya la telegrafía sin hilos hace dos mil años» (Bloch 1931, 266).

Según Bloch (1931, 215-216), «el predicador de Stanislau, era también conocido como “el Embustero del regimiento”». Un día, desapareció del pueblo y, tras cierto tiempo, apareció diciendo haber estado en Viena y Budapest. Y entre otras cosas contó su visita a Rothschild en su banco:

¡Y luego se hablan de casas magníficas…! ¡Si hubierais visto la suya [su banco]! Como que llegó uno a pedirle un préstamo de tres meses…; bueno, pues de la caja hasta que llegó a la puerta había vencido la letra: habían pasado los tres meses. Pues ¿y su libro principal [de registro de operaciones financieras]? Bastará con que os diga que, para pasar en él desde la columna del «Debe» a la del «Haber», había que tomar un coche.

Llegó un viajero de Persia y se puso a describir los palacios de Asfahan, que tenían «ciento cincuenta habitaciones, cuyas dimensiones eran de mil codos cuadrados… y, a ese tenor, siguió exagerando». Entonces, Yehá intervino: «En nuestra capital de Brusa, tenemos muchos palacios; el último de los construidos tiene cinco mil codos de largo… y de ancho tiene cincuenta codos». Otro persa, que había estado en Brusa, y que acababa de unirse al grupo, le atajó: «Pero en lo que tú dices no se ve proporción entre el largo y el ancho». Y Yehá dijo: «Es que ha llegado este hombre en un momento inoportuno; si no, yo hubiera proporcionado el ancho con el largo…» (García Figueras 1950,147).

2.10. Olvidos y despistes

A quien «no acierta o no encuentra las cosas donde están», o no ven lo evidente, se refiere el refrán A la mar va, y no topa [encuentra] agua (Saporta y Beja 1978, 123). Los despistes u olvidos despiertan esa sensación de superioridad del oyente del chiste. El caso del despistado cuando tiene que vestirse por las mañanas lo tenemos en cuentos judíos, jasídicos y de Yehá.

Este es el bufón Chojsek que tenía problemas de memoria por la mañana y, para remediarlo, se le ocurrió una gran idea: escribir, en un papel, antes de acostarse, dónde dejaba cada prenda: «El sombrero queda sobre la mesa; he metido el gabán en el armario; la americana y el chaleco están en el respaldo de la silla, etc. etc. Y como era hombre muy cabal y ordenado cerró así la lista: “Y he puesto a Chojsek en la cama”». Al despertase, tomó la lista y encontró rápidamente todas las prendas; sin embargo, cuando llegó al final («Y he puesto a Chojsek en la cama»), resulta que no estaba allí, así que empezó a buscarle por la alcoba y por la casa durante todo el santo día sin encontrarlo. Menos mal que, «al llegar la noche y meterse en la cama, se encontró [a sí mismo] dentro de ella, con lo que su alegría no tuvo límites» (Bloch 1931, 95).

También Yehá era muy distraído, así que, por las mañanas perdía mucho tiempo buscando, por toda la casa, las prendas de vestir. Un día, le aconseja su madre que escriba en una libreta dónde deja cada prenda: «La chilaba, colgada de un clavo detrás de la puerta; el tarbuch, colocado sobre la silla; las babuchas, en el suelo, y por último, Yehá debajo de la cobertura [la manta]». A la mañana siguiente, muy contento, comprueba lo fácil y rápido que ahora resulta vestirse; pero «de pronto, se quedó lívido y comenzó a llamar angustiosamente a su madre». Y le dice: «Yo había apuntado “Yehá bajo la cobertura”, y por más que lo busco no lo encuentro”» (García Figueras 1950, p. 11).

El mismo problema matutino tiene el protagonista de un cuento jasídico hasta que una noche escribió la lista, incluyéndose a sí mismo. Por la mañana, tomó el escrito: «Gorra, pantalones»…, y así hasta el final: «“Esto está muy bien; pero, ahora, ¿dónde estoy yo?”, se preguntó consternado. Miró y miró, pero su búsqueda fue en vano: no pudo hallarse a sí mismo». Y el rabino Jamoj de Alexander (muerto en 1870), que narra la historia, concluye: «Y así sucede con nosotros» (Buber 1983, 185). Aquí se impone una interpretación simbólica.

2.11. Cambios de identidad

Enlazando con el apartado anterior, hay un tipo de chistes sobre el problema de la propia identidad en su relación con el vestido y los despistes o equivocaciones.

«Una vez que [Chojsec] se vio obligado a pernoctar en Lemberg [Lviv], le ocurrió que no tuvo dónde alojarse por estar todo ocupado». Sin embargo, a un posadero le dio pena y le ofreció dormir, en una cama doble, con un general que estaba borracho perdido y que, por tanto, no se iba a enterar. Eso sí, tendría que levantarse temprano. Así que el judío «se acostó a oscuras, y como estaba rendido de cansancio se durmió enseguida. A la mañana siguiente, en cuanto le llamaron, se echó rápidamente de la cama y, vistiéndose en un periquete, salió tan contento de dejar allí al general, que no se había movido [en toda la noche]». Sin embargo, en cuanto salió a la calle, se dio cuenta de que todo el mundo le saludaba con mucho respecto, y vio «una compañía de soldados con su oficial, que también le saludaban, y otro, en fin, que también se cuadró». Recordemos que los judíos no eran vistos con buenos ojos, además de que no podían tener mando en el ejército austrohúngaro. «Pero lo más grande es que, cuando llegó a casa y su mujer vio entrar al general quedose aterrada ante esta aparición, no menos que el mismo Chojsek cuando se miró en un espejo y vio al general»: «El maldito ventero tiene la culpa, que, por llamar a tu marido, llamó al general». Y remata: «Y ahora…, que averigüe el diablo lo que del otro se hizo…» (Bloch 1931, 89-90).

En el vestíbulo de un hotel, donde hay perchas para dejar los abrigos, un judío le dice a otro:

—Disculpe, ¿es usted Moisés Rabinovich?

—No, en absoluto.

—Ya lo creo. Porque Moisés Rabinovich soy yo y, en este instante, usted se está poniendo mi abrigo (Wagenstein 2015, 53).

Yehá se encuentra con un desconocido con el que habla como si lo conociera de toda la vida y, cuando este intenta marcharse, le dice:

—Perdone, señor, no sé quién sois.

—¿Y cómo, entonces, me habéis hablado con tanta familiaridad, como si entre nosotros existiera una antigua amistad?

—Perdóneme, pero es que vi vuestro turbante igual al mío, vuestro traje igual a mi traje, y me imaginé que erais yo (García Figueras 1950, 124).

Yehá va a una ciudad importante, de la que se decía «era un centro de perdición, y él no quería perderse». Así que antes de acostarse, «tuvo la idea de atarse al pie una cuerda, y al otro extremo de ella una calabaza». Pero un pilluelo que lo vio se ató la calabaza a su pie y se acostó a su lado. Al despertarse, Yehá no sabía qué pensar: «¿Es que yo soy él o que él es yo?» (García Figueras 1950, 99). En otra versión, varía la pregunta: «Este hombre soy yo, eso no tiene duda. Pero ¿y yo quién soy?» (García Figueras 1950, 99).

Un caso más simple (de muy elemental gracia). Chojsek está en su casa y ve que viene gente a visitarle. «Rápidamente se echó un saco por la cabeza y, cuando entraron, exclamó: “No hay nadie en casa, porque yo soy un saco de patatas”» (Bloch 1931, 95).

El vestido suele reflejar no solo el papel social (los uniformes, por ejemplo), sino también el sexo del individuo, por ejemplo. Yehá parece tenerlo muy claro. En una reunión donde se hablaba de costumbres exóticas, se entera de la existencia de pueblos que viven desnudos, y exclama: «¡Eso es extraordinario! ¿Cómo se distinguen allí los hombres de las mujeres?» (García Figueras 1950, 127).

2.12. Cambios de rol familiar

La propia identidad también se plasma en el contexto de las relaciones familiares. Un hombre, por ejemplo, es esposo de su mujer, pero al mismo tiempo es padre de su hijo, tío de sus sobrinos, etc. Así, el erudito judío Salomón Buber (1827-1906), de Lemberg, padre del escritor Martín Buber, decía de sí: «No soy más que el hijo de mi padre y el padre de mi hijo» (Bloch 1931, 180).

Pues bien, estos cambios de rol, en algunos chistes, pueden originar una respuesta agresiva (un motivo más de hilaridad). Esta era la hija del gracioso Hersh a la que maltrataba su marido. Un día, Hersch presenció una discusión en que el marido pegó a su hija y, entonces, también Hersch le dio un bofetón a continuación. Ella se quejó: «No es bastante con que me pegue mi marido, sino que me pega también mi padre…». Y Hersch le respondió: «Naturalmente. Como él ha pegado a mi hija, he tenido yo que pegar a su mujer» (Bloch 1931, 172).

Otro día, la mujer de Hersh estaba de un humor de perros, pero él no le hacía caso; esto encolerizó aún más a la mujer, «hasta llegar al extremo de maldecirse a sí misma». Entonces Hersh empezó a darle palos: «Toma, para que te metas otra vez con mi mujer» (Bloch 1931, 181).

2.13. Bromas

Dos relatos protagonizados por Yehá y un judío. Resulta que todos los días, debajo de un árbol, rezaba un judío así: «¡Oh, Dios mío, ¡muéstrate a mí!». Yehá, que le observó, se subió al árbol y, cuando el judío hizo su oración, respondió: «¡Oh, adorador mío, ve, toma cien dinares [de oro] y dáselos a la mujer de Yehá! Vuelve aquí enseguida y me verás». Así lo hizo el judío y regresó al árbol. Yehá le arrojó una cuerda para que subiera y, cuando ya estaba a cierta altura, soltó la cuerda y cayó el judío al suelo: «Oh, Dios mío, ¡eres insaciable!: me tomas mi dinero y, además, me rompes la cabeza» (García Figueras 1950, 78). En este relato, además de la burla a un judío, tenemos la caída y el consiguiente porrazo.

Yehá tenía la extraña costumbre de pedir a Dios, todos los días, mil monedas de oro, pero con la condición de que solo las aceptaría si eran novecientas noventa y nueve. Un judío vecino, que le oye, «queriendo mofarse de él», un día, cuando estaba Yehá rezando, le lanzó por la chimenea una bolsa con mil monedas. Yehá, después de dar gracias a Dios, se puso a contar las monedas, y comprueba que son mil (una más de las que pedía), pero le quita importancia: «El que me ha deparado novecientas noventa y nueve monedas no se mostrará avaro conmigo por una». Más tarde, el judío fue a la casa de Yehá a pedirle el dinero riéndose: «He querido probarte con esta broma para conocer lo que había de verdad en la petición que hacías al Señor». Pero Yehá no acepta la explicación por inverosímil: «¿Has oído, alguna vez en tu vida, que un judío se aventure a arrojar una cantidad de dinero como esta por una chimenea? Esto que ha descendido sobre mí es una respuesta a mis ruegos, y lo debo solo a la inagotable bondad del Señor». Tras otros incidentes, van ante el juez, que da la razón a Yehá, por lo que el pobre judío queda desconsolado. Sin embargo, al poco tiempo, Yehá llamó al judío a su casa y le devolvió el dinero: «Cuídate, en lo sucesivo, de no entrometerte en las cosas del Creador y del creado [las criaturas], ni de turbar la paz de los siervos del Señor exaltado». Desenlace: «Arrepentido el judío, y aprovechando la lección que le había dado el chej [Yehá], solicitó de él convertirse al islamismo» (García Figueras 1950, 75-77).

Según escribe Bloch (1931 54), «se dice que los antiguos nobles polacos gastaban a sus criados judíos unas bromas muy pesadas, pues por menos de nada les mandaban cortar la cabeza». Pues bien, un noble mandó a su criado judío, «bajo pena de muerte», que enseñara a hablar a su perro. El judío protestó, pero lo único que consiguió fue que el plazo se alargase a diez años. En casa, su mujer se alarmó ante la noticia, pero el judío le explicó: «En ese tiempo o revienta el perro, o revienta el conde, o me muero yo, lo que Dios no permita, y se lo lleva todo la trampa». La reacción del judío parece guiarse por el refrán sefardí, para el bien se [re]quiere cencia, para el mal pacencia (Molho 1950, 322).

También se puede calificar, interesadamente, como broma un intento de fraude. Si me vites, te burlí; si no me vites, te enfilí (Si me vistes, era una broma; si no me vistes, te estafé), «se dice aludiendo a alguien que, bajo la apariencia de equivocarse, pretenden estafarnos o engañarnos contando con nuestra poca atención»; así que, si lo descubrimos, dirá que era broma. También este refrán va «contra quienes presentan las cosas falsamente con la intención de engañar». Otra versión: Si me vites, te la enginií [engañí]; si no me vites, te la enconchí [embauqué] (Saporta y Beja 1978, 198).

El viniatero etcha agua y quita dinero es una «broma amistosa [sefardí] que se da a los vendedores de vino». En sentido figurado, «se dice de quienes tienen éxito en los asuntos que emprenden sirviéndose de medios ilegales y deshonestos» (Saporta y Beja 1978, 197).

2.14. De acusador a inculpado, o viceversa

En la vida, cambia la situación como en la noria: Caldericas de dolap: unas suben, otras abachan (Canjilones de la noria: unos suben y otros bajan) (Saporta y Beja 1978, 34). Los tribunales y juicios son, a veces, escenario de errores o fallos que supondrán, paradójicamente, una sentencia justa. Una cristiana y una judía encuentran un dinero, y la judía, que se encargó de esconderlo, se negó, pasado un tiempo, a compartirlo. Acuden al rabino Josef Babat (1801-1874) para que lo juzgue. Como no se llega al acuerdo, se propone repartir las costas. «El rabino le dice al oído [a la judía] que no las pagara con el dinero encontrado, y ella, sonriente, contestó: “No soy tan tonta”» (Bloch 1931, 113). Antes de havlar, pensa lo que dizes, recomienda el refrán sefardí (Molho 1950, 319).

En otro caso similar, un judío compró, sin testigos, una vaca a un polaco. Posteriormente, el polaco denunció que le habían robado una vaca y que sospechaba del judío. Van al establo de éste y allí encuentran la vaca. En el juicio, mientras delibera el jurado, el abogado defensor habla con el polaco y le dice que la familia del judío va a morir de hambre mientras el padre esté en la cárcel; por ello, le pide cinco florines para ayudarles, a lo que accede el polaco. Se reanuda el juicio, y el abogado interviene poniendo en duda la veracidad del acusador: «Me ha entregado, hace un momento, estos cinco florines para la desgraciada familia del acusado. Pues bien, he podido comprobar que el billete es falso y que tenemos que habérnosla con un falsificador de billetes de banco». El acusador se enfureció: «¡Ah, perro, granuja! Estos cinco florines me los ha dado el judío entre otro dinero en pago de la vaca» (Bloch 1931, 203-204).

En otro caso, «culparon a un rico y honorable judío de haber seducido a una de sus criadas que había dado a luz un niño». En el juicio, cuando ya solo faltaba la sentencia, el abogado defensor, ante testigos, aprovecha para pedir a la criada que consintiera «en entregar la criatura a su padre para que este pudiera educarlo en la religión judía», a lo que ella «pegó un bote y enfurecida dijo al defensor: “¿Pero es que usted se cree que el hijo de todo un reverendísimo pope va a ser judío [de religión]?”» (Bloch 1931, 193-194)[8].

Ante la posibilidad de pasar de acusador a acusado, parece conveniente tomar precauciones. «Ajustó, un día, Yehá a un mozo de cuerda para que le llevara un bulto». Pero, a medio camino, se escapó con la mercancía y, aunque anduvo buscándolo durante mucho tiempo, todo fue en vano. Pasado un tiempo, iba Yehá con unos amigos y vieron al ladrón. Pero Yehá se negó a denunciarle: «Si lo detengo, temo que me exija el jornal de los diez días que ha estado llevando mi bulto, y entonces ¿qué haré yo?» (García Figueras 1950, p. 127).

Pero no siempre la justicia está en los tribunales. Yehá, se ha aliado con un judío para comprar hierro y almacenarlo en un sótano en espera de una subida de precio. Sin embargo, el judío lo va vendiendo poco a poco y, cuando sube el precio y viene Yehá, no queda nada en el sótano. El judío le dice que se lo han comido las ratas. Yehá no se lo cree y quedan en ir al juez al día siguiente. Sin embargo, el judío sobornó al juez antes, así que, cuando llegó Yehá, el juez le explicó: «Sí, querido hijo mío, las ratas comen hierro. Recuerdo que, siendo aún joven, mi madre colocó sebo en un mortero de cobre: las ratas horadaron el mortero y comieron el sebo. Márchate: nada tienes que reclamar a tu socio». Entonces, Yehá se fue el palacio del sultán para que le nombrara caid (juez) de la tribu de las ratas. Expedido el título, Yehá contrató a veinte saharauis expertos en pozos y cimientos, y se fueron a la casa del judío, donde comenzaron a demoler sus cimientos. El judío, que siente temblar la casa, salió y le pidió explicaciones a Yehá, que le muestró el decreto del sultán y le dice que, por ser el caid de las ratas, estaba buscando a las que se comieron su hierro para castigarlas. El judío transige: «Yo os doy el precio de vuestro hierro y aun otro tanto, pero cesad vuestra busca». Yehá cobra y se lleva a los saharauis a la casa del juez con el mismo propósito. Salió el juez y le explicó Yehá: «Soy el caid de la tribu de las ratas y busco a las que horadaron el mortero de cobre de tu madre para comerse el sebo». Y el juez «maravillado de la astucia de Yehá, le dio una suma de dinero superior al valor del hierro» (García Figueras 1950, 77-78). Doble es el placer de enganiar al enganiador, según el refrán sefardí, «primero, por el goce propio; luego, por haberlo inducido a error» (Saporta y Beja 1978, 67).

Refiriéndose a dos personajes bíblicos de conducta opuesta, el dicho sefardí «De Amán [que quiso aniquilar a los judíos] a Modrohay [que los rescató]» se emplea «cuando se muda o se tuerce enteramente una cosa o asunto que se creía malo y que acaba con buen éxito» (Saporta y Beja, 1978, 7). Tal cambio al extremo opuesto puede ser producto de una simple maniobra verbal por la que lo que parecía reprobable pasa a ser una conducta piadosa. El rabino Chajim Auerbach de Lenschutz, que tenía muchos enemigos, un día se detuvo en la calle para atender un problema urgente de una pobre mujer (cosa muy mal vista en el judaísmo). Esto desató las murmuraciones: «Que el rabino estaba hablando con una mujer desconocida». Y el rabino se defendió con un retruécano[9]: «Es más justo hablar con una mujer pensando en Dios que hablar con Dios y estar pensando en una mujer» (Bloch 1931, 311).

2.15. El principio de no contradicción

Según el principio de no contradicción, «una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido»[10]. Al respecto, dos relatos, turco y judío respectivamente, parecen no tener en cuenta tal principio.

Resulta que a Yehá, que era juez, se le presentó un amigo para exponerle un pleito que tenía con otro, y le preguntó al final: «¿No tengo yo razón en este pleito?». Yehá contestó: «Sí. Tienes razón, hermano mío». Al día siguiente, se presentó el otro contendiente y le refirió el problema: «¿Qué dices? ¿No tengo yo razón?». Yehá respondió: «¿Cómo no! ¡Tienes razón!». La mujer de Yehá, que había oído las dos respuestas, se le acerca: «¿Cómo se explica que las dos partes tengan razón en una misma cuestión?». Y Yehá contestó «tranquilamente: “Y tú, amada mía, también tienes razón» (García Figueras 1950, 210-211).

La versión judía (no sabemos si anterior o posterior a la turca) nos la ofrece Wagenstein (2015, 109), que la presenta como «la anécdota del rabino a quien acudieron Mendel y Berkowitz, para que intervenga en una disputa que tenían»:

El rabino escuchó primero a Mendel y le dijo: «¡Tienes razón!». Luego, escuchó a Berkowitz y juzgó: «¡Tú también tienes razón!». Entonces, desde la cocina de la casa se oyó la voz de la mujer del rabino diciendo que no era posible que los dos tuvieran razón. «Fíjate que eso también es cierto…», concluyó el rabino.

No abundaremos sobre el simbolismo del lugar cocina, ni comentaremos el papel de la mujer dentro de la dinámica tradicional de los dos sexos. Pero vamos a rozar los terrenos de la física cuántica, que parece no estar tan alejada del pensamiento popular. Juan Ignacio Cirac, director del Instituto Max Planck de Muninich, cierto día, dijo a su abuela de Galicia (la española, no la ucraniana): «Abuela, una misma cosa puede estar en dos lugares distintos a la vez, y un gato puede estar al mismo tiempo vivo y muerto». A lo que ella, «sin inmutarse, le respondió: “Eso que me cuentas es muy interesante: cosas más raras he visto yo aquí en Galicia; pero, si vas diciendo eso por ahí, te meterán en un manicomio”» (Vicent 2022, 52).

Y saltamos a lo trascendente. En uno de los cuentos jasídicos, el rabino de Mogielnica, Jaim Meir Iejiel (muerto en 1849), apunta:

Es bien sabido que los dichos de nuestros sabios, que parecen contradecirse unos a otros, son todos «palabra del Dios vivo». Cada uno de ellos decidió de acuerdo con la profundidad de su raíz en el cielo, y allí todas las palabras son verdades, porque en los mundos superiores no existen las contradicciones (Buber 1983, 21).

A modo de cierre

En este trabajo hemos repasado, aunque de forma muy limitada, anécdotas y situaciones humorísticas de graciosos judíos (sin excluir personajes históricos) y de Yehá, representante del mediterráneo musulmán. Y, en este repaso, hemos podido apreciar semejanzas y conexiones de ambas culturas, que han convivido durante siglos.

Dar el clavo y el buraco (dar el clavo y el agujero), dice el refrán sefardí cuando se proporciona «todo lo que uno necesita», pero también cuando uno se excede en «dar explicaciones demasiado largas» (Saporta y Beja 1978, 47). Pues bien, nuestra sensación, tras releer estas páginas, es la de habernos quedado cortos y, al mismo tiempo, de habernos excedido. Por ello, y por los posibles errores y limitaciones, pedimos disculpas a nuestro lector y agradecemos su atención.




BIBLIOGRAFÍA

Álvarez Barrientos, Joaquín y Rodríguez Sánchez de León, Mª José. Diccionario de literatura popular española. Salamanca: Ediciones Colegio de España, 1997.

Bloch, Chajim. El pueblo judío a través de la anécdota. Historias serias y jocosas de devotos, sabios, artistas, bufones, pícaros, fanfarrones, pordioseros, ricos, creyentes, librepensadores, neófitos y antisemitas. Traducción de Luis Blanco de Vicente. Madrid: Dédalo, 1931.

Buber, Martin. Cuentos jasídicos. Los maestros continuadores II. Traducción de Salomón Merener y supervisión de Marschall T. Meyer. Buenos Aires / Barcelona: Paidós, 1983.

Deusto. El sentido del humor. Bilbao: Ediciones Deusto, 1993.

Estébanez Calderón, Demetrio. Breve diccionario de términos literarios. Madrid: Alianza, 2000.

Ferreiro Villanueva, Cristina. Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura. Barcelona: Daimon, 1986.

García Figueras, Tomás. Cuentos de Yehá. Recogidos, ordenados y publicados por T. G. F., y traducidos del árabe por Antonio Ortiz Antiñolo y José Linares Rubio. Tetuán: Editora Marroquí (2ª edición, aumentada), 1950.

Molho, Michael. Usos y costumbres de los sefardíes de Salónica. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1950.

Moreno Martínez, Matilde. Diccionario lingüístico-literario. Madrid: Castalia, 2005.

Peyrefitte, Roger. Los judíos. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1966.

Saporta y Beja, Enrique. Refranes de los judíos sefardíes y otras locuciones típicas de los judíos sefardíes de Salónica y otros sitios de Oriente, recopilados por E. S. y B. Barcelona: Ameller Edic., 1978.

Vicent, Manuel. «Patas arriba». El País, 23 de enero de 2022, 52.

Vilella, Eduardo. «Moni Ovadia, el judío hilarante». Quimera, nº 232-233 (2003), 49-52.

Wagenstein, Ángel. El Pentateuco de Isaac. Sobre la vida de Isaac Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias. Traducción del búlgaro de Liliana Tabákova. Barcelona: Libros del Asteroide, 2015.

https://es.wikipedia.org/wiki/Judaísmo_jasídico

(consultado 28 de junio de 2021).

https://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_no_contradicción

(consultado el 20 de agosto de 2021).

https://es.wikipedia.org/wiki/Maurice_Donnay

(consultado el 12 de octubre 2021).

Crédito de las ilustraciones

Del texto Aron-Hakodesh. Jewish Life and Lore, de Saul Raskin (Ed. Hebraica, N. Y. 1955), proceden las siguientes ilustraciones: nº 2 (p. 121); nº 4 (p. 85); nº 6 (p. 19); nº 7 (p. 63); nº 8 (p. 73); nº 9 (p. 51); nº 10 (p. 61); nº 13 (p. 58) nº 14 (p. 53).

Del libro Chagall, de Jean Cassou (Daimon, Barcelona, 1968), proceden la ilustración nº 5 (p. 50) y la nº 11 (p. 226).

De Cuentos de Yehá, de T. García Figueras (Tetuán: Editora Marroquí, 1950) procede la ilustración nº 1 (de la cubierta) y la nº 3 (p. 113).

De un abecedario hebreo, de J. Kaminsky (Litho-House, N. Y., 1945) es la ilustración nº 12 (p. 27).




NOTAS

[1] Las formas de referirnos a nuestras fuentes, en las citas, serán las siguientes: para El pueblo judío a través de la anécdota, de Chajim Bloch, usaremos (Bloch 1931); para los Cuentos jasídicos, (Buber 1983); para la obra literaria de Wagenstein El pentateuco de Isaac (Wagenstein 2015); para los Refranes de los judíos sefardíes…, (Saporta y Beja, 1978), y, finalmente, a los Cuentos de Yehá, como (García Figueras 1950). Además, para no hacer este trabajo interminable, las narraciones y chistes los expondremos normalmente en forma reducida.

[2] Algunas características ortográficas del judeoespañol: TCH suena como la CH castellana, y la CH, como en francés; la H suena aspirada; la Ñ es reemplazada por NI: anios (por años); se escribe Y en vez de LL (el yeísmo es normal: cayar, y no callar); la S es diferente de la Z (como la S sonora, más suave: caza es casa); la B y la V no suenan igual, ni se atienen a la ortografía española (cavesa por cabeza); etc. (Saporta y Beja 1978, XII).

[3] «¡Gracias, Dios mío! ¡Si me los llego a poner…!», dice la traducción original.

[4] Recordemos que, también en español, palo y madera tienen cierta sinonimia; así, al policía se le llamó madero, pues llevaba el palo o porra.

[5] La referencia del salmo no se corresponde con las traducciones consultadas de la Biblia.

[6]https://es.wikipedia.org/wiki/Maurice_Donnay (consultado el 12 de octubre 2021).

[7] Todo el auditorio duda de su veracidad, y él repone: «Claro que no es posible. Pero en eso consiste el prodigio»; quizás más que prodigio, lo adecuado sería maravilloso o extraordinario.

[8] Peyrefitte (1966, 505) recoge «el atroz suplicio a que fue sometido un judío de Praga, en 1530, por haber hecho pecar a una cristiana».

[9] Una conmutación o retruécano es la «contraposición de dos frases que contienen las mismas palabras, pero en un orden diferente y con un significado diferente también» (Moreno Martínez 2005, 326)

[10]https://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_no_contradicción



Algunos personajes y situaciones del humor semita

DE LA FUENTE GONZALEZ, Miguel Ángel

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 486.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz