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Mucho se ha escrito a lo largo del tiempo sobre el papel de las imágenes en la religiosidad popular. Es un tema en el que, para su investigación, son de utilidad la etnografía, la historia y la teología.
No vamos a recordar, por sobradamente conocidas desde el punto de vista histórico, las luchas iconoclastas en Bizancio o la destrucción de imágenes durante la Reforma protestante en Europa en el siglo xvi[1]. Mas no podemos dejar de recomendar a la persona interesada en el tema de las imágenes en relación con la religiosidad popular la lectura de las interesantes páginas que D. Julio Caro Baroja escribió al respecto[2].
En el presente artículo vamos a publicar nuestra traducción castellana de un texto latino del siglo xvi, redactado por un profesor de la Universidad de Lovaina, Augustinus Hunnaeus. Es una época en la que, como ya indicamos, el tema de las imágenes adquirió gran importancia por la diferente postura que católicos y protestantes asumieron al respecto[3] (aunque también tuvo una variante diferente, cuando los conquistadores hispánicos se encontraron con los ídolos de los pueblos precolombinos y comenzaron a reemplazarlos por imágenes católicas[4]). En este contexto hay que entender el breve texto del Prof. Hunnaeus (que no fue, obviamente, el único publicado sobre la cuestión[5]), inserto en una de sus obras cuyo título, traducido al castellano, es Axiomas sobre los sacramentos de la Iglesia de Cristo, y que, pese a su pequeña extensión, recoge la argumentación básica del catolicismo para la defensa de las imágenes.
Es importante, desde el punto de vista de la investigación etnográfica, conocer el marco teórico. Pero esto es solo una parte de la cuestión. Porque la realidad sobrepasaba tal marco teórico. De entrada, la mayoría de la gente en tiempos pretéritos no accedía a la lectura de este tipo de textos y, además, como escribió el canonizado John Henry Newman, «La verdad es que el teólogo se ocupa de cosas que al hombre medio le preocupan poco o nada»[6]. A nivel popular sencillamente estaba claro que se admitían las imágenes en las iglesias y las prácticas religiosas católicas.
Dentro de este marco había un gran abanico de realidades variadas, por supuesto las más ortodoxas, pero también situaciones bien estudiadas por los etnohistoriadores en diversas publicaciones: desde prácticas precristianas revestidas externamente de cristianismo hasta la más evidentes muestras de superstición (cabe recordar lo que escribió José María Blanco White: «aun los mejores sentimientos degeneran en lo absurdo cuando están guiados por la superstición»[7]), esto último denunciado por el mismísimo Erasmo de Rótterdam en su Elogio de la locura[8].
La situación de las imágenes religiosas en el Renacimiento, la época de los citados Erasmo de Rótterdam y Augustinus Hunnaeus, fue consecuencia de lo que sucedía con ellas en los tiempos previos, la parte final de la Edad Media, lo cual ha sido bien descrito por Johan Huizinga:
El contenido entero de la vida espiritual busca expresión en imágenes sensibles […]. Existe una necesidad ilimitada de prestar forma plástica a todo lo santo, de dar contornos rotundos a toda representación de índole religiosa, de tal suerte, que se grabe en el cerebro como una imagen netamente impresa. Pero con esta inclinación a la expresión plástica hállase todo lo santo continuamente expuesto al peligro de petrificarse o de hacerse superficial[9].
De ahí se llegó a una situación, en el Renacimiento, en la que Erasmo criticaba los excesos respecto a las imágenes religiosas en forma de superstición, la Reforma llegó a la iconoclastia y autores como Hunnaeus defendían la práctica tradicional sin la más leve mención a los abusos existentes en relación al tema.
La Iglesia Católica, en la actualidad, mantiene la defensa de las imágenes religiosas, pero con un matiz muy importante: han de ser pocas. El Concilio Vaticano II es muy claro al respecto en su Constitución sobre la sagrada liturgia:
Manténgase firmemente la práctica de exponer imágenes sagradas a la veneración de los fieles; con todo, que sean pocas en número y que guarden entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa[10].
Resulta evidente que la indicación de que han de ser pocas («moderato numero» dice el original latino) se incumple en muchas ocasiones, no ya en templos de tiempos pretéritos (donde el valor histórico y artístico es evidente y la conservación de las piezas existentes es una obligación cultural innegable), sino en ámbitos del presente, en los que lo indicado por el citado texto conciliar habría de ser aplicado. Es más: esto plantea un tema fascinante para la etnografía, y es la posibilidad que se tiene de poder estudiar en estricta contemporaneidad (y no retrospectivamente) un proceso de cambio cultural consistente en que elementos de origen religioso se convierten en folclore. Esto, en realidad, ya comenzó, por lo que se refiere a nuestro país, en ciertas zonas durante el siglo xix, como acertadamente apuntó el gran historiador D. Antonio Domínguez Ortiz[11]. Hoy hay lugares en los que la práctica religiosa ha disminuido de modo claro y evidente y, sin embargo, se ve aumentar el número de imágenes religiosas y prácticas asociadas a ellas, intensificándose el proceso de folclorización que el citado historiador expuso.
El filósofo alemán Hans-Georg Gadamer escribió dos frases que resultan de gran interés en nuestro análisis. La primera: «La imagen no se agota en su función de remitir a otra cosa, sino que participa de algún modo en el ser propio de lo que representa.» La segunda: «La imagen remite a otra cosa, pero invitando a demorarse en ella»[12]. En el momento actual, parece estar aconteciendo que, en no pocos casos, la función referencial de imágenes de temática religiosa va disminuyendo significativamente y la atención se centra en ellas como excusa para actividades que podrían calificarse de folklóricas. Y Hegel escribió: «En tanto que ahora algo es el resultado de una nueva etapa de un desarrollo, es de nuevo el punto de partida para una nueva evolución posterior»[13]. Por tanto, la etnografía seguirá analizando la evolución de este proceso sociocultural.
En el presente artículo, y como material para los etnohistoriadores, publicamos nuestra traducción castellana del mencionado texto latino del profesor de la Universidad de Lovaina del siglo xvi Augustinus Hunnaeus[14]:
Breve anotación sobre el verdadero y auténtico entendimiento del primer precepto. Contra los iconoclastas.
Dios prohíbe en el primer precepto del Decálogo la idolatría que, en tiempos de Moisés, en gran manera y muy extensamente se había extendido por la tierra.
Se comete la impiedad de la idolatría cuando se tributa a cualquier imagen el culto debido solo a Dios, o cuando a algo inventado, o a alguna criatura, se atribuye el estar dentro la fuerza, la potencia, la excelencia y la dignidad propia de Dios: y por ello a aquello, como a Dios, se dirige honor y culto, y en ningún otro lugar, como los paganos daban culto a sus dioses e imágenes.
Pero que no sean prohibidas en este lugar[15] absolutamente todas las manifestaciones de todas las cosas representadas por el arte, y las imágenes de las criaturas, como forma exterior de las palabras delante de sí parece mostrarlo el mismo Dios, cuando en muchos otros lugares de la escritura, pero principalmente en los siguientes, declara: También -dice Dios hablando a Moisés- harás dos querubines de oro, con formas batidas, de cada una de las dos partes del propiciatorio[16] (Éxodo, 25).
(De manifiesta similitud) ¿Acaso en estas palabras: No te harás estatua, sea prohibido el uso de las imágenes? 12.q.100.4c y 32.q.25.3 principalmente[17]
Imágenes de los santos, ¿por qué en la Iglesia? 22.q.94.2.1m[18].
¿Ha de adorarse la imagen de Cristo y de los santos? 3ª. q.25.3[19].
Del mismo modo: Habló el Señor a Moisés, diciendo: he aquí que puse de nombre Besalel al hijo de Uri, del hijo de Jur, de la tribu de Judá, y le llené con espíritu de Dios, sabiduría, inteligencia y ciencia en su obra, para proyectar cualquier cosa que puede fabricarse con oro, plata, bronce, mármol, gemas y diversidad de maderas (Éxodo, 31). Después sigue: Besalel hizo también dos querubines de oro dúctil que puso de ambas partes del propiciatorio (Éxodo, 37).
Lo mismo demuestra plenamente también este lugar de la escritura: Rezó Moisés a favor del pueblo, y Dios le habló: haz una serpiente de bronce y ponla en un estandarte; quien, herido, se vuelva a mirarla, vivirá (Números, 21).
De igual modo, este (1 Paralipómenos, 28), que se muestra donde se dice: David había dado oro y plata a Salomón para hacer de ellos leones y leoncillos.
De donde con luz meridiana llega a ser más claro que no ante toda representación tangible, ni toda creación artística, ha sido formulada la prohibición por Dios mediante este primer precepto, sino solo tal figura que por sí misma fuera honrada en sustitución de Dios, o que construida para honor de un falso dios fuera tenida en alguna veneración.
De aquí también es manifiesto que el uso de las imágenes aceptado entre los católicos, y aprobado por la Iglesia, nada tiene en común con aquello que se prohíbe en este primer precepto del Decálogo, como corresponde a quien, por su devoción, dista muy lejos de la superstición de los idólatras. En verdad los católicos no atribuyen a las imágenes poder, dignidad o fuerza divina, ni a ellas dan culto como a dioses, y ni tampoco las tienen para la veneración de un falso e inventado Dios, sino que por ellas, o frente a ellas, al mismo Dios y a los santos (íntimos amigos suyos) les tratan con el honor que se les debe. Ciertamente nadie, sino privado de fe y de sentido común, negaría en justicia que sean honrados los santos, que están en el cielo. Pues, si justamente honramos y tratamos con consideración a los vivos por alguna ilustre virtud, o por la apertura de su inteligencia, o dotados de alguna dignidad, o por otro género de veneración, por el ejemplo de David, quien (como recuerda la escritura, 1 Reyes, 24) inclinado en la tierra, veneró a Saúl, ¿no es con mucho más justo honrar a los santos, reinantes con Cristo felizmente en los cielos, que ya tienen una perfectísima virtud, y llegados a la posesión de la máxima dignidad por el glorioso certamen que en la presente vida combatieron, a quienes, prometiéndoles esto Cristo (Juan, 12), ahora el mismo Padre celestial los honra, y también a nosotros, todavía pobrecillos y viles hombrecitos? Finalmente, en justicia y sin llegar a la transgresión de este primer precepto, rogamos a los santos para que nos ayuden por medio de sus súplicas ante Dios. Y esto sucede tan poco a modo de violación de un divino precepto o de afrenta de un mediador de nuestro señor Jesucristo, como aquello por lo que Pablo constituyó mediadores a los romanos, corintios, tesalonicenses, hebreos, etc., diciendo: Orad por nosotros, hermanos. (2 Tesalonicenses, 3 y Hebreos, 13). Del mismo modo: Que me ayudéis con vuestras oraciones a Dios por mí (Romanos, 15 y 1 Corintios, 1). Así pues todo esto usual y acogido entre los católicos, el culto ya de las imágenes, ya de los santos reinantes con Cristo, y que todo el honor se atribuya y rebose a la alabanza y gloria del único Dios Óptimo Máximo; la Iglesia juzgó rectamente que es santo y grato a Dios, y todos los devotos (como es apropiado), con su sumisa autoridad y sometiéndose con gustoso ánimo, firmemente creen y profesan lo mismo.
NOTAS
[1] En la National Portrait Gallery de Londres se conserva un cuadro que representa a Enrique VIII y a su hijo, con los personajes más influyentes de Inglaterra, con la figura de un papa sometido (junto al que aparece la palabra “IDOLATRY”) y unos frailes a la fuga, y, en la esquina superior derecha, una escena de destrucción de alguna imagen católica (puede verse una reproducción en CHRISTOPHER HIBBERT, Torre de Londres, Madrid 1974, p. 64).
[2] JULIO CARO BAROJA, Las formas complejas de la vida religiosa (Religión, sociedad y carácter en la España de los siglos xvi y xvii), Madrid 1985, capítulo IV.
[3] Aunque no significa que la cesura fuese total. Basta recordar, por ejemplo, al personaje representado frente a un crucero, en medio de un paisaje nevado, en el cuadro Paisaje invernal, pintado por Caspar David Friedrich, protestante, en 1811.
[4] Puede verse, por ejemplo, el comienzo de este proceso en territorio azteca en HUGH THOMAS, La conquista de México, Barcelona 2018, pp. 413-415, 434-449.
[5] A modo de sencillo ejemplo, mencionaremos el capítulo IV del libro primero de la conocida obra De ritibus Ecclesiae Catholicae, de Jean-Étienne Durant, publicada por primera vez en 1591.
[6] J. H. NEWMAN, Apologia pro vita sua. Historia de mis ideas religiosas, Madrid 1996, p. 268. Por fortuna las cosas han ido cambiando parcialmente, con destacados ejemplos como, por ejemplo, Karl Rahner: «…exige Karl Rahner de sus discípulos una doble, dura ejecución: llevar a cabo el asunto teológico con rigor científico y confrontarse siempre con la pregunta: «¿Y cómo se lo digo al hombre que me encuentro en el ferrocarril?».» (HERBERT VORGRIMLER, Vida y obra de Karl Rahner, Madrid 1965, p. 24).
[7] JOSÉ MARÍA BLANCO WHITE, Sevilla, 1801. 2º parte de Cartas de España, Madrid 1991, p.11.
[8] ERASMO DE RÓTTERDAM, Elogio de la locura, Barcelona 1993, p. 63. Resulta pertinente recordar la ilustración que para ese pasaje, y en una edición de 1515/6, realizó Holbein, representando a un supersticioso frente a una imagen de San Cristóbal (NORBERT WOLF, Holbein, Köln 2004, p. 13). Es un interesante ejemplo del arte denunciando, precisamente, un uso inadecuado del arte.
[9] JOHAN HUIZINGA, El otoño de la Edad Media. Estudio sobre la forma de vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los Países Bajos, Madrid 1981, p. 213.
[10]Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones, Madrid 1965, p. 204.
[11] ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ, España, tres milenios de historia, Madrid 2004, p. 280 (en referencia al siglo xix): «La práctica religiosa, ya no obligatoria, descendió en cuantía variable, menos en las clases altas y medias que en las bajas, menos en el norte que en el sur. En Andalucía la población campesina empezó a desertar de la misa dominical, aunque se mantuvieran las manifestaciones de religiosidad popular con un contenido más folklórico que auténticamente religioso. Y este proceso no hacía más que comenzar.»
[12] HANS-GEORG GADAMER, Verdad y método. I, Salamanca 2005, p. 204.
[13] GEORGE HEGEL, Introducción a la historia de la filosofía, Madrid 2002, p. 76.
[14] AUGUSTINI HUNNAEI, De sacramentis Ecclesiae Christi axiomata, Venetiis 1585, sin número de página.
[15] Entiéndase, lugar de la Biblia.
[16] La traducción literal sería: «del oráculo».
Dado que este texto en una traducción, va todo en cursiva, incluidas las citas bíblicas.
[17] Referencia a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
[18] Referencia a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
[19] Referencia a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. La parte del texto alusiva a estas referencias a la Suma Teológica aparecen en el texto original a tamaño más pequeño que el resto. Omitimos alguna nota a pie de página con otras referencias a la Suma Teológica, para facilitar la lectura del texto.