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Introducción
Aunque[1] el título pueda sonarnos a broma, en el presente trabajo vamos a analizar algunos cuentos de la tradición popular en los que aparecen animales que no deponen heces al uso, sino pepitas de oro, monedas o, incluso, piedras preciosas. Tras el aspecto escatológico, chocarrero e incluso simpático, derivado del hecho de que un animal pueda cagar materiales preciosos, hay bastantes pistas que nos hacen pensar que nos moveremos por entre un grupo de relatos cuyos detalles primigenios no son muy conocidos o estudiados aún, y que llegaremos a adentrarnos por caminos que nos llevarían hasta la alquimia, hasta la codiciada piedra filosofal, en concreto. En relación con nuestro argumento, por ejemplo, el polifacético escritor barcelonés Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) explicaba que:
[...] en leyendas y cuentos aparece la sorprendente relación de las heces y el oro, relación que también surge en la alquimia, pues la nigredo y la obtención del aurum philosophicum son los extremos de la obra de trasmutación[2].
En cuanto al nigredo, se trata de un concepto alquímico importantísimo (asociado a la putrefacción, al estado más bajo y degradado de la materia); marca la primera de las tres etapas después de las cuales se obtendría la tan anhelada trasmutación de la materia, esto es: la consecución del oro, símbolo de la perfección y la pureza perpetua. En palabras de la investigadora y divulgadora uruguaya Hilia Moreira:
Ese negro profundo tiene diversos significados simultáneos. Representa la escoria cotidiana que se unta en nuestro interior, menuda grava de castigos que infligimos a quienes amamos, mezquindades, indiferencias y omisiones. Como la fórmula alquímica se basa en escrutar la inmundicia que yace en la propia alma, el sujeto tiene que admitir que es un ser enlodado, sujeto de ruindad. Así, el proceso mistérico de la alquimia tiene gran semejanza con el místico de Juan de la Cruz quien, en el Segundo Libro de la Noche Oscura habla del alma que, en la búsqueda de Dios, es comparable a un madero que va echando fuera todas sus máculas, hasta tornarse negro, podrido, fétido […] [3].
Así, aunque escondido ante nuestros ojos, lo impuro y lo purísimo están más próximos entre sí de lo que podríamos imaginar nosotros. En cuanto al animal, casi como objeto mágico (o totémico, dirán algunos autores[4]) en el interior de los cuentos y leyendas populares, como bien ha escrito Richard Lewinsohn, alias «Morus»:
Chi si accinga a indagare i primordi del mondo animale, si trova a muoversi in un mondo favoloso[5]. Si ha dapprima l´impressione di trovarsi in una verde prateria dove la fantasia è in rigoglio[6].
Por lo que, si unimos en una misma fórmula el paso de lo impuro a lo puro con el reino animal –ese «mundo fabuloso» del que nos informa Lewinsohn–, tenemos campo abonado (nunca mejor dicho) para la gestación de mitos, cuentos o leyendas en donde los animales obran el prodigio de cambiar heces por oro. Aquí, según la clasificación canónica de las funciones del cuento que realizó Vladímir Propp (1895-1970), el animal mágico representaría lo que en etnólogo ruso denominó la «recepción del objeto mágico». Mediante dicha función, el protagonista del cuento obtiene un objeto con cualidades prodigiosas que puede ser un animal, un arma, un instrumento, un don, unas palabras mágicas… Nótese además que en algunas variantes de los cuentos en donde los animales defecan oro el animal es un «objeto» que se activa con determinadas palabras mágicas, por lo que dos objetos mágicos aparecen unidos en una misma narración. La forma en la que el héroe obtiene el objeto también puede variar de unas historias a otras; a veces es una recompensa, otras se consigue tras una lucha, mediante el robo o por mero azar.
Por todo esto, los animales se nos presentan en estas narraciones como fetiches u objetos mágicos de los que los hombres (pobres mortales) se benefician. A diferencia de mesas, bastones o espadas mágicas, los animales son seres vivos, cuyos cuerpos (sus entrañas) son las que consiguen ejecutar el milagro. No podemos pasar por alto que a lo largo de los siglos –y en cualquier parte del mundo– distintos animales han sido los elegidos para formar parte de los séquitos de los dioses o de los héroes: el buey Apis es el heraldo de Ptah en el antiguo Egipto; la cabra Amaltea, en Grecia, amamantó a Zeus; Hánuman, el dios mono, es el fiel servidor de Rama en la tradición hindú y del monje Tang Sanzang en la antigua China; los esquivos kitsune se asocian al kami Inari en el Japón shintoísta, etc[7].
Oro: «Cómo brilla el vil metal»[8]
Entenderá el lector que se hace obligatorio, al escribir un artículo de estas características, dedicar siquiera unas pocas líneas al objeto del deseo en cuestión: el oro. De Oriente a Occidente el oro ha sido un metal codiciado por el ser humano. Colón y luego los conquistadores se movieron en gran parte y desde el principio por el oro y por las especias del «Nuevo Mundo» (ya que aquello de llevar la palabra de Dios allende los mares tendríamos que calibrarlo bien). Notemos, para ir hilando nuestro discurso, que en algunas regiones de Latinoamérica el oro era visto como el excremento de los dioses, incluso en algunas lenguas amerindias se define así: coztic teocuitlatl, que en náhuatl significa: «excremento divino de color amarillo»; así, el metal era un don que los dioses entregaban a los humanos, pero que salía directamente del esfinter anal de las divinidades[9].
En cuanto al oro y al ser humano, decir que ya era usado por los artesanos de la Edad del Cobre; en una inscripción babilónica se recoge que el oro es el excremento del inframundo; Shakespeare lo calificó como de «remedio y enfermedad»; y la leyenda del rey Midas, quien podía convertir en oro todo aquello que tocaban sus manos, termina siendo, después de la fascinación y la ambición del monarca, una historia lamentable y patética.
Animales que cagan oro
Preámbulo dorado
Como decía en la introducción, este grupo de cuentos tradicionales es sumamente interesante para el investigador; ya hemos visto que en un solo personaje tendremos dos de los ingredientes típicos de los cuentos tradicionales: el animal y el regalo sobrenatural[10]. En el animal se manifestará su habilidad para expulsar objetos preciosos por el ano, lo que produce en el lector o en quien lo escucha un efecto descacharrante. En relación a esto, el profesor de la Universidad de Sevilla Antonio Rodríguez Almodóvar ha escrito:
En la estructura narrativa de estos relatos advertimos dos ingredientes principales: el hambre y el humor escatológico. El primero es móvil prácticamente universal de todos ellos; se trata de quién se come a quién, o cómo el animal más pequeño evita ser comido o desposeído. Nada, pues, de moralejas ni conclusiones supuestamente edificantes, como en las fábulas y en los apólogos orientales. Todo está regido por la primera y casi única ley de los animales: comer o ser comido. Tan larga mano es la suya –la del hambre–, que alcanza incluso a un cuento tan ingenuo como el de La hormiguita (hoy La ratita presumida), donde la protagonista se come a su marido en un descuido al día siguiente de la boda; episodio, que, por cierto, ha desaparecido en las versiones comerciales de este siglo.
El segundo de estos ingredientes, el humor escatológico, ha sido sin duda la causa principal de la ruina de estos textos, acosados por la pudibundez y los remilgos pequeño-burgueses, pese a que constituyen un recurso hilarante de efecto seguro. No es fácil explicarse por qué esta abundancia, que el lector notará en seguida, de cuanto se refiere a las funciones últimas de la fisiología animal, y generalmente al final del cuento, aunque los hay también que empiezan por ahí, como en Buen día de vianda para el lobo [...] [11]/[12]
Comenzaremos nuestro somero recuento diciendo que desde la antigüedad –y en escritos que denominaríamos eruditos– se ha hablado de algunos animales capaces de transmutar sus excrecencias en materiales preciosos. Quizá uno de los primeros casos documentado «científicamente» sea el del lince. El lince era el amigo de las brujas y los magos, inteligente, observador y silencioso. Más allá de su iconografía, lo que nos interesa es lo que Plinio el Viejo (23-79) nos cuenta de él en su Historia Natural. El escritor y militar romano nos dice en su obra (idea que luego Isidoro de Sevilla recogerá en sus Etimologías) que la orina del lince se solidifica apenas sale de su vejiga y esta se vuelve piedra preciosa, originando las denominadas «piedras de lince»[13], o lincurios, y que el astuto animal, sabiendo de su valor, se apresura a enterrarlas bajo tierra. Incluso se llegó a pensar que el preciado ámbar se formaba de esta manera «mágica».
Antes de llegar al meollo de nuestro trabajo, haciendo parada y fonda brevemente en el mundo vegetal, hay leyendas en el norte de Europa que nos hablan de árboles que dan frutos de oro, y no olvidemos que en Grecia fue una manzana dorada (o un membrillo dorado, según los más informados) lo que causó, en último término, la guerra de Troya; en Rumanía se cuenta la historia de Prâslea «el fuerte» y las manzanas de oro[14], entre otras muchas más. Y no sólo ocurre esto en el Viejo Continente, por ejemplo, en Colombia (en los departamentos de Córdoba y Sucre, en concreto) una leyenda cuenta que un leñador encontró un árbol de totumo[15] del que pendía un fruto de oro. Él intentó cogerlo, pero el propio árbol le habló y le dijo que lo dejase en su sitio, cosa que hizo el asustado leñador.
De caballos, mulos y asnos
Nuestra tradición más cercana nos ha dejado la imagen del burro como sinónimo de animal «torpe», «ignorante», «ajeno a toda inteligencia»[16]... pero no es así. En la India es la montura de la diosa Śītalā, encarnación de la poderosa Parvati, la diosa que cura de la viruela y de otras infecciones cutáneas a los seres humanos[17]. Y Kaalratri, una diosa–madre primordial, la séptima encarnación de la diosa Durga, que tiene el poder de alejar a los demonios y a las fuerzas negativas, también viaja a lomos de un asno que tiene la cualidad de moverse a toda velocidad por el universo.
Digo esto porque ahora vamos a centrarnos en un oro que no sale de dentro de la tierra, que no brota de las ramas, sino viene del trasero de los animales, en concreto de caballos, mulos y burros. Quizá uno de los cuentos más conocidos dentro del grupo donde esto sucede sea el titulado Tischlein deck dich, Goldesel und Knüppel aus dem Sack[18], del que podremos encontrar un buen número de variantes diseminadas por Europa (una de ellas, en español, muy edulcorada, por cierto, es la titulada El burrito mágico; otra aparece en el libro del citado profesor Rodríguez Almodóvar Cuentos al amor de la lumbre[19] con el nombre de El burro caga duros). De todas ellas, la versión más conocida es la que realizaron los hermanos Grimm. Se trata de una narración llena de elementos mágicos. En esencia, el cuento narra la historia de un pobre sastre que tiene tres hijos (tan presente siempre el número tres en los cuentos[20]) a los que tan sólo puede alimentar con la leche de una cabra (mismo alimento, por cierto, que recibió el niño Zeus[21]). Los chicos llevan cada día a pastar al animal, pero, cuando vuelven a casa, la cabra dice al sastre que sus hijos no le dan suficiente hierba. Uno tras otro van dejando la casa por culpa de la cabra mentirosa, hasta que el mismo sastre descubre los embustes caprinos; decide entonces raparle la cabeza con su navaja de afeitar para que se avergüence ante los otros animales y comienza a darle una paliza con su cinturón. La cabra consigue huir y el zapatero se queda solo en su hogar, echando de menos a sus vástagos. Mientras tanto, en su periplo, los tres hijos encontrarán distintos objetos mágicos: una mesa que puede cubrirse con las mejores viandas sólo con desearlo quien la posee, el asno que es capaz de cagar oro y un bastón que golpea a quien indica su dueño. Los dos primeros objetos son robados por un codicioso mesonero que alberga al hijo mayor y al mediano en su fonda y que por la noche consigue darles el cambiazo. Cuando llega el pequeño, enseguida se da cuenta de que el mesonero quiere robar el bastón mágico y le ordena que le golpee, confesando, además, lo que ha robado a sus hermanos. El hijo pequeño vuelve a casa a lomos del burro que caga oro, con la mesa a cuestas y con el bastón a buen recaudo. Ante su padre y sus hermanos explica lo sucedido y devuelve a cada uno lo que le corresponde. Ya reunidos, organizan un banquete para la familia y sus amigos, se come y se bebe hasta reventar y luego se regala oro, recién salido del trasero del asno, a los invitados y la felicidad llega por fin a casa del pobre sastre. ¿Y la cabra mentirosa, se preguntará el lector[22]? Pues, muerta de miedo y avergonzada, se fue a esconder en la madriguera de un zorro. Varios animales se asustan porque no saben qué tipo de ser tiene pelos por todo su cuerpo salvo en la cabeza, ninguno se atreve a hacerla salir hasta que una pequeña abeja le pica en la cocorota y, gritando de dolor, la cabra sale al fin del escondrijo.
Siguiendo la huella a équidos que defecan tesoros, en 1596, en Florencia, se reimprime el libro La historia di Campriano contadino. Il quale era molto pouero, & haueua sei figliuole da maritare, & con astuzia faceua cacar danari a vn suo asino che gl’haueua & lo vendè ad alcuni mercatanti per cento scudi, & poi vendè loro vna pentola che bolliua senza fuoco... composta per vn fiorentino sfaccendato. Nuouamente ristampata. El título se entiende bastante bien en español y nos hace, a la vez, de resumen de lo que podremos leer en este relato, además de decirnos que el autor fue un florentino «sin oficio ni beneficio» (sfaccendato). Sólo que aquí el autor emplea ya el subterfugio de que el hecho de cagar dinero no es un prodigio mágico, sino producto de la astucia del propietario del rucio, que introduce las monedas en el interior del animal, que luego expulsará el burro –con ayuda de fuertes ventosidades– ante un pasmado auditorio.
Muy parecido, en cambio, al cuento de los Grimm y aledaños es el que Giambattista Basile (1566–1632) nos legó, en lengua napolitana, en su volumen titulado Lo cunto de li cunti, en donde un muchacho muy inteligente llamado Antonio (que en Nápoles es como llamarse José en España, o John en Inglaterra) es expulsado por su madre de casa por ocioso y en su vagabundear va a dar con la cueva de un temible ogro que le permite quedarse con él, lo alimenta, le deja vaguear todo lo que quiere hasta que Antonio echa de menos su hogar. Entonces el ogro le regala un asno que es capaz de cagar oro después de recitar cerca de él unas palabras mágicas; amén de una mesa y un bastón mágicos. Camino de su casa, llegada la noche, Antonio se refugia en una taberna en la que el propietario descubre el secreto que esconde el burrito, repitiéndose en la narración, en esencia, la estructura del cuento compilado por los hermanos Grimm a la que ya nos hemos referido.
Cuentos en los que un burro o un caballo defeca o vomita pepitas de oro o monedas de oro los encontraremos en abundancia por Europa y por Así. No en vano, se cree que el germen de este tipo de historias está en una leyenda china o india de la que hay constancia escrita en una antología del siglo vi d. C. Pero su difusión, con innumerables variantes (ya sean grandes o pequeñas) es tal que el antropólogo norteamericano Daniel J. Crowley (1921–1998) afirmó que se trata de uno de los cuentos más propagados por todo el planeta[23].
Para comprobar hasta dónde llegan los ecos de los cuentos en los que los animales cagan dinero, ahora veremos lo que sucede en Japón. La historia en el País del Sol Naciente seguramente se popularizó durante el periodo Meiji, una época de descreimiento generalizado, en donde la realidad se torna ensoñación, donde se parodia la tradición literaria más elevada y donde todo puede tener un significado procaz o satírico, sin respetar estamentos. Aquí es el pícaro Niemonen quien da de comer a un caballo algunas monedas junto al pasto habitual, para luego decir a su hermano, un avaro sin escrúpulos, que tiene un caballo capaz de cagar monedas. Al examinar las boñigas del caballo, el hermano de Niemonen se maravilla ante el prodigio y no duda en ofrecerle cuatrocientas piezas de oro por el animal. Niemonen acepta y el fin de la historia lo podrá imaginar ya el lector.
Investigando un poco más, descubriremos que esta variante del «falso portento equino» la encontramos también entre las viejas historias de la antigua Persia. En el actual Irán, por ejemplo, los mayores aún la cuentan a los más pequeños[24]. Mas, aunque el cuento que ahora traslado está recopilado, como digo, en Irán, existen variantes del mismo en Turquía, Egipto, etc. En esta ocasión, un personaje de la tradición sufí, llamado Mullah Nasradin (o Nasrudín), una especie de trickster[25] de origen turco, intenta vender un pobre burro, viejo y famélico, para el que no encuentra comprador. Después de pasar casi todo el día en el mercado, se le ocurre meter una moneda en el culo del burro. Luego se dirige al palacio del señor de la ciudad y dice a los sirvientes que quiere ver al señor para ofrecerle un pollino que defeca monedas. Después de conseguir audiencia, le dice a su señor que si se alimenta al animal con un simple terrón de azúcar el animal le devolverá una moneda de oro. Nasradin hace esto ante los incrédulos ojos del noble y de su séquito y al rato el burro caga (o expele mediante un sonoro pedo, según la variante) la moneda que Nasradin había escondido previamente, ante los atónitos ojos del potencial comprador. El noble decide comprar el burro y Nasradin sale contento del palacio, pensando que por allí no volverán a verle el pelo más. Mientras tanto, el señor cree en la palabra del plebeyo y decide encerrar al animal en una habitación con un montón de azúcar, dejando así que el burro haga su trabajo con tranquilidad. Pero, cuando pasan unos días, al abrir la puerta, lo que encuentran no es un montón de resplandeciente oro, sino al burro en descomposición y un gran montón de bosta esparcido por la habitación del palacio.
En otras variantes de este mismo cuento, en lugar de burro es una burra la que produce el dinero o el oro, y en varios países del Este de Europa, en lugar de burro o caballo, es un cordero el animal mágico. Así sucede, por ejemplo, en los cuentos de la República Checa, la República Eslovaca, Hungría[26] e, incluso, en el Cáucaso[27]. Hay, debemos aclarar, en esta parte de Europa, relatos de corderos y carneros mágicos[28]; y no olvidamos tampoco que en Bulgaria este animal es símbolo de la abundancia y del bienestar, y que era costumbre que el novio regalara un lustroso cordero adornado con cintas a la novia el día de la boda, por lo que tal vez aquí pueda residir el cambio de un animal por otro[29].
En América, en una versión ecuatoriana, sin duda llevada allí desde Europa, el animal mágico es una mula la que obra el milagro[30]. En el cuento titulado La mula y el santo, en efecto, aparece la fórmula para que el animal defeque metales preciosos, esta es: «Mulita, mulita, por la virtud que Dios me ha dado, caga oro y plata». Y en México, en concreto en la población de Huáncito (en el estado de Michoacán), he encontrado una leyenda similar en un libro dedicado a la historia, economía y demografía de dicha población. Pero aquí es un toro el que hace este milagro, y sólo cuando se usa la fórmula: «Toro, toro, caga oro»[31]; pero, como digo, es una alusión aislada, sin más eco en otras publicaciones dedicadas al folclore michoacano que he consultado hasta el momento[32].
Moviéndonos a otro continente, ahora el africano, en las tradiciones del pueblo Hausa (ubicado mayoritariamente en el norte de Nigeria y el sureste de Níger, pero también presente en diferentes regiones de Camerún, Ghana o Costa de Marfil), poseedor de un riquísimo patrimonio oral, se cuenta la historia de un caballito mágico capaz de defecar oro que unos campesinos presentan a un rey o jefe tribal del lugar[33].
Y concluyo este epígrafe desde lo más cercano, ya que mientras redactaba este artículo, conversando con mis padres, me dijeron que en Arroyo de la Luz (Cáceres) puede encontrarse un mote que les hacía pensar en estos cuentos «Cagabilletes» (más en concreto, «Tío Cagabilletes»). En Internet puede rastrearse el adjetivo «cagabillete», usado para referirse a las personas manirrotas, que despilfarran el dinero como si no costase ganarlo. Una de estar personas podría ser el paisano de mis padres, o algún antecesor suyo, y, ¡oh, causalidad!, en la citada población cacereña se acuñó un dicho que los más ancianos del lugar aún recuerdan: «Estar peor que la burra del Tío Cagabilletes», para calificar a una persona que actúa sin ton ni son. Ha sido mi padre, Maximiliano Cid Giraldo (Arroyo de la Luz, 1956), quien me contó que se diría así a la burra de este hombre porque «cagaría billetes también», y que así se lo contaron a él. En cualquier caso, aunque se trate de una contaminación, lo interesante es comprobar cómo el saber popular ha unido al pollino con el acto mágico de cagar billetes. Y aunque la teoría arroyana no pueda afirmarse con ningún otro ejemplo, no escondo al lector que me hizo gracia que mi padre pensara que el pollino pudiese realizar el mismo prodigio que su dueño. Además, este mote arroyano me recuerda al «cagaducados» alemán, el Dukatenscheißer, del que hay, incluso, una estatua muy explícita en Goslar (Baja Sajonia, Alemania) realizando el acto de defecar monedas, y que, como sucede con el adjetivo en español, es un ejemplo de personaje derrochador (tan rico, tan rico que cagaban ducados de oro y como esto no le producía ningún esfuerzo despilfarraba sin parar).
De gallinas, patos, ocas... y el ave fénix
Hay en el delicioso Pañcatantra (colección india de fábulas en sánscrito que se cree que pudo ser compuesta entre el siglo ii a. C. y el siglo ii d. C) un relato que viene como anillo al dedo para comenzar este apartado. En él se nos cuenta que un humilde cazador de pájaros se sienta a descansar a la sombra de un gran árbol. Estando en estas ve en una rama un hermoso pájaro, nuevo para él. Lo más curioso es que, mientras lo contempla, el buen pájaro defecó desde su rama y el cazador se percató de que sus deposiciones brillaban como... sí, como el oro. Cuando se acercó para cerciorarse, efectivamente comprobó que lo que había desalojado el pájaro de su hermoso cuerpecillo era oro. Entonces, pensando que el pájaro sería el fin de sus estrecheces, no paró hasta que por fin lo cazó. Cuando llegó a su casa meditó mejor sobre su captura y llegó a la conclusión de que si el rajá llegara a saber que un pobre cazador tenía en casa un pájaro que hace virotes de oro, pronto irían a buscarle los guardias para requisar el pájaro y a él lo mandarían a prisión. Así, llegó a la conclusión de que iría hasta palacio para ofrecer el pájaro como regalo a su señor y, tal vez, éste se lo agradeciese con con alguna prebenda. Cuando recibieron al cazador, los consejeros del rajá se burlaron de él, diciendo a su señor que alguien tan andrajoso no podría llevarle un regalo tan prodigioso, que seguramente el hombre pretendía algún embrollo. Al pobre cazador lo obligaron a marcharse y al pájaro lo liberaron de la jaula, pero, antes de desaparecer por una ventana, el ave les dejó un regalo de despedida: una preciosa caca de oro. El rajá mandó entonces a sus soldados perseguir al pájaro, pero ya no pudieron alcanzarlo otra vez, con lo que el relato nos cuenta que cualquiera, por miserable que parezca su aspecto, puede sorprendernos y regalarnos objetos preciosos, como, por ejemplo, un lindo pajarillo capaz de cagar oro.
Abro así este epígrafe, con esta bonita historia india, porque como de los esfínteres de los caballos, burros y mulos esperaríamos boñigas humeantes, también cabría esperar que de las cloacas de las ocas, gansas y gallinas saliesen cagadas normales y también huevos normales y corrientes, con sus claras y sus yemas, sin embargo, contaríamos por decenas los cuentos que, a lo largo y ancho del mundo, tienen a uno de estos animales capaces de obrar la proeza, no ya de defecar oro, sino de poner huevos de oro. El origen del cuento que todos hemos escuchado desde niños, en casa o en la escuela, lo tenemos en una fábula atribuida a Esopo. Fábula que muy pronto se difundió por Europa y por Asia, que volvieron a compilar autores de la Edad Media y del Renacimiento, como Aviano, William Caxton... Por ser tan conocida, no hará falta que la volvamos a contar. Entre otros, Samaniego la reescribió en España, La Fontaine en Francia, Roger L’Estrange en Inglaterra, etc.
Mención aparte merece, eso sí, la hermosísima variante que encontramos en algunas zonas de Rumanía, seguramente imbricada con alguna añosa tradición más; en efecto, O găină cuenta la historia de un hada que habitaba en lo alto de las montañas. Era ella quien poseía y cuidaba de una gallina que ponía huevos de oro. Cada año el hada regalaba uno de estos huevos a alguna chica del lugar, pobre y honesta, que se encontrase próxima al matrimonio. Hasta que un día, cinco muchachos del pueblo de Vidra, en el distrito de Vrancea, decidieron subir a la montaña disfrazados de doncellas para robar la gallina de los huevos de oro[34]. Después del hurto, amedrentados por las posibles represalias del hada, escondieron la gallina en los montes Abrud, donde aún hoy se cree que se esconde una gran fortuna, pues, en todo este tiempo, la gallina no ha dejado de poner sus valiosos huevos. Pero, tras el pillaje, el hada, enfadada con los habitantes de la zona, abandonó para siempre la montaña y nunca más se supo de ella. Desde que esto ocurrió, los jóvenes (niñas y niños) suben todos los años a la cima del monte Găina el tercer domingo de julio, con la esperanza de encontrar a la gallina con sus huevos de oro. De este viejo cuento ha nacido una festividad que perdura en la región a día de hoy, la vistosa Feria de la Doncella del Monte Gaina[35]/[36].
Refiriéndonos a otras aves prodigiosas, en Chile, en la árida región de Atacama, para ser más precisos, se cuenta que el alicanto, un ave dorada, semejante al fénix, que se alimenta de oro o de plata, pone en su nido dos huevos siempre, uno de plata y otro de oro[37]. Según dicen, a veces sirve de guía a los mineros, a los que lleva hasta vetas con abundante metal precioso, otras veces hay que desconfiar de él, ya que los conducirá hasta alguna trampa, terreno quebradizo, etc. Aunque no hay en los relatos noticias sobre sus excrementos, muy a colación viene aquello de: «somos lo que comemos», que por Internet he visto completado con: «y estamos como cagamos», para elucubrar con unas posibles heces doradas del alicanto.
Más extraño es uno de los cuentos rusos pertenecientes al ciclo de Baba Yaga, en donde el héroe, el joven Iván Tsarévich (por cierto, el más pequeño de tres hermanos), tras comer las vísceras de un pájaro[38] (no del todo bien identificado por los mitógrafos) obtiene la habilidad de poder escupir oro a voluntad[39].
Un caso especial es el del fénix, si bien para algunos autores este animal es tan espiritual y perfecto que no defeca, ya que tan sólo se alimenta con los rayos más puros del sol o con el aire más puro, para otros, sus deposiciones se limitan a un pequeño gusano que luego se transformará en la preciada especia de la canela (árbol que, por cierto, es considerado sagrado en algunas regiones del continente asiático), pero de la mejor calidad, tan única que está destinada tan sólo a los reyes más poderosos[40]. Y de tanto valor era que en algunas crónicas esta canela aparecía citada junto al mismo oro, como objetos de un altísimo valor. «La canela: oro, sí, pero astillado en aroma[41]», ha escrito el colombiano William Ospina en una muy poética definición de dicha especia.
Que los viejos cuentos siguen estando vigentes en nuestros días es una verdad de Perogrullo. Escribo esto pensando en una de las más geniales historietas dibujadas por el gran Francisco Ibáñez, La gallina de los huevos de oro, publicada en 1976 (que tuvo también su versión animada en la serie para televisión). Revisión personalísima de Ibáñez de la vieja fábula de Esopo, en ella el profesor Bacterio inventa un pienso que puede conseguir que las gallinas normales y corrientes pongan huevos de oro, lo cual, con Mortadelo y Filemón de por medio, conducirá a hilarantes consecuencias.
Coda: algunos zurullos dorados contemporáneos
En la controvertida serie American dad! (Padre made in usa, en España), del animador Seth MacFarlane, en varios capítulos se esconde una pequeña historia paralela que los seguidores más fanáticos han titulado en español: «La saga de la caca de oro de Roger». El extraterrestre Roger (nótese la diferencia humano/no humano que también encontramos en las fábulas y cuentos que hemos analizado) es el que –según él mismo afirma– tiene el poder, gracias a su estómago alíen, de poder defecar oro y joyas. Aunque, en lugar de hacer feliz a quien encuentra el zurullo enjoyado de Roger, porta la desgracia a todo aquel que lo posee, debida a la avidez que es capaz de generar[42], y de nuevo recurramos a la moraleja de la historia del rey Midas o a la de la gallina de los huevos de oro.
Y para concluir este breve artículo he decidido referirme aquí a uno de los personajes más famosos dentro del infinito mundo de los memes de Internet, Trollface, creación de Carlos Ramírez; puesto que también tan mediático personaje ha realizado su personal versión del viejo cuento del burro que caga oro o monedas (ilustración 8), usando, eso sí, un lenguaje y una estética del siglo xxi.
Así, pues, el lector puede comprobar que es imposible alejarnos de nuestras tradiciones, que estamos inmersos en ellas más de los que nosotros mismos pensamos, y es bueno que sea así, puesto que son indicadores útiles para mejorar nuestro autoconocimiento, pues sólo sabiendo de dónde venimos podremos saber hacia donde vamos.
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WASSÈN, Henry, «Mitos y cuentos de los Indios Cunas», Journal de la Société des Américanistes, vol. 26 n°1, 1934. pp. 1–35.
NOTAS
[1] Texto completo disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/gracias-y-desgracias-del-ojo-del-culo-dirigidas-a-dona-juana-mucha-monton-de-carne-mujer-gorda-por-arrobas--0/html/ffb65e12-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_ (última consulta: 24/01/2022).
[2] En: CIRLOT, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1992, p. 202.
[3] En: http://www.chasque.net/frontpage/relacion/9812/significancias.htm (última consulta: 11/01/2022).
[4] Léase, para profundizar en este interesante asunto, la completa monografía de: PORTER, J. R. & RUSSELL, W. M. S. (eds.), Animals in Folklore, London, Rowman & Littlefield for the Folklore Society, 1978.
[5] La cursiva es nuestra.
[6] LEWINSOHN, Richard, Gli animali nella storia della civiltà (Bianca Montalenti trad.), Milano, Mondadori, 1973, p. 9.
[7] Para profundizar en este interesante argumento, léase el capítulo de: DEMELLO, Margo, «Animals in Religion and Folklore», Animals and Society: An Introduction to Human–Animal Studies, New York Chichester, West Sussex, Columbia University Press, 2021, pp. 362–389.
[8] Frase sacada de la película dirigida por Mariano Ozores ¡Esto es un atraco!, de 1987.
[9] Léase para esto el artículo de: CABADA IZQUIERDO, Juan José, «Tlazolteotl: una divinidad del panteón azteca», Revista Española de Antropología Americana, nº 22, 1992, pp. 123–138.
[10] Véase para esto: PROPP, Vladímir, Morfología del cuento, Madrid, Akal, 1998.
[11] Texto disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/portales/antonio_rodriguez_almodovar/obra–visor/los–cuentos–populares–o–la–tentativa–de–un–texto–infinito–0/html/013093d4–82b2–11df–acc7–002185ce6064_27.html#I_32_ (última consulta: 26/01/2022).
[12] En concreto, el cuento comienza con un lobo que se despierta una mañana y cree que por el hecho de haberse tirado un sonoro pedo el día le será propicio. Una de sus versiones comienza así: «Muy de mañana se levantó el lobo, muerto de hambre. Salió de su cueva, estiró el rabo y le sopló el trasero. –¡Buen día de vianda para el lobo –se dijo, puesto que me ha soplado el trasero!». Texto completo disponible en: http://tiocarlosproducciones.blogspot.com/2015/01/buen–dia–de–vianda–para–el–lobo.html (última consulta: 26/01/2022).
[13] En realidad, estas «piedras de lince», supuestamente formadas por la orina del animal, no son sino un tipo de fósil, los denominados belemnites.
[14] Argumento semejante al de este cuento rumano lo encontraremos en países como Bulgaria, Armenia, Albania, etc.
[15] Nombre científico: crescentia cujete.
[16] Pensemos, por ejemplo, en cómo aparece representado en los imaginativos Caprichos de Francisco de Goya.
[17] Añado como curiosidad que en India, en estos tiempos terribles de pandemia, se han multiplicado las visitas y las ofrendas a esta diosa para prevenir o curar el coronavirus. Véase, por ejemplo, la noticia: https://www.elconfidencial.com/mundo/2020–07–30/coronavirus–diosa–hindu–corona–mai_2700432/ (última consulta: 02/12/2021).
[18] Señalemos que en alemán se usa la misma palabra («esel») para burro y culo.
[19] Madrid, Alianza, 1983.
[20] Véase para esto la introducción al artículo de: CID LUCAS, Fernando, «Una canción de la infantería italiana en el folclore infantil español», Revista de folklore, nº 470, 2021, pp. 71–81.
[21] La cabra nodriza Amaltea era hija de uno de los curetes (otras versiones cambian la paternidad por que tan sólo era propiedad de uno de estos dioses), oscuras divinidades ctonicas menores, ligadas a las fuerzas internas y a la fertilidad de la tierra.
[22] Aunque no podemos pararnos a entrar en detalles, en forma de nota a pie de página diremos que el argumento de una cabra u oveja mentirosa a la que rapan la cabeza es también el motivo de varios cuentos tradicionales de la vieja Europa. Véase para esto la monografía de: BAUGHMAN, Ernest W., Type and Motif–Index of the Folktales of England and North America, Berlin & Boston, De Gruyter Mouton, 2012.
[23] La lista completa de sus trabajos puede consultarse en: Bibliography of Daniel J. Crowley, «Western Folklore», vol. 58, nº 3/4, 1999, pp. 203–211.
[24] El cuento completo, con interesantes comentarios del compilador, puede leerse en: http://folklore.usc.edu/the–gold–shitting–donkey/ (última consulta: 30/01/2022).
[25] Léase, para la definición de este personaje folclórico universal, el completo trabajo de la profesora: MICELI, Silvana, Il demiurgo trasgressivo. Studio sul trickster, Palermo, Sellerio, 2000 [1984].
[26] Aquí se puede ver una bonita adaptación de dicho cuento magiar: https://www.youtube.com/watch?v=0A7XooqzkgE (última consulta: 30/01/2022); seguramente edulcorado, en donde el animal, en vez de hacer de cuerpo, se sacude, y de sus abundantes vellones surgen las monedas de oro.
[27] Véase para esto el libro de: DIRR, Adolf & MENZIES, Lucy, Caucasian folk–tales, London & Toronto, J.M. Dent & Sons Ltd., 1925.
[28] Y no podemos pasar por alto la historia de Crisomallo, el carnero alado de lanas de oro, regalo del dios Hermes a la ninfa Nefele, del que saldría luego el vellocino de oro que Jasón robó en la Cólquide (actual Georgia).
[29] Véase, por ejemplo, lo recogido en el blog: https://bnr.bg/es/post/100423823 (última consulta: 30/01/2022).
[30] En: PETROFF, Iván, De amantes, brujas y perros encantados: cuentos populares del Ecuador, Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Nucleo del Azuay, 2003, p. 57.
[31] La alusión puede leerse en el libro de: JIMÉNEZ CASTILLO, Manuel, Huáncito: organización y práctica política, Chilchota, Instituto Nacional Indigenista, 1985, p. 179.
[32] Por ejemplo, el completo libro de: SKINFILL NOGAL, Bárbara & CARRILLO CÁZARES, Alberto, Estudios michoacanos VIII, Zamora, El Colegio de Michoacán e Instituto Michoacano de Cultura, 1999.
[33] Véase para esto: GLEW, Robert S. & BABALÉ, Chaibou (trans. and ed.), Hausa Folktales from Niger. Monographs in International Studies, Africa Series nº 63, Athens, Ohio University Center for International Studies, 1993, p. 115.
[34] La leyenda completa puede leerse en: http://comenius–legends.blogspot.com/2010/07/legend–of–mount–gaina.html (última consulta: 06/02/2022).
[35] En forma de nota, no me resisto a no incluir otro tipo de huevos mágico, ya que, además del cuento de la gallina y de sus avariciosos dueños, existe una tradición no tan conocida (o al menos no muy documentada), que tienen que ver con lo hermético, o, incluso, con ciertas teorías alquímicas, que afirman que quien pone otro tipo de huevos mágicos no sería una gallina, sino un gallo (según la versión varía el color del animal entre marrón o negro), aunque no hay ni rastro del material dorado, afirmándose que «simplemente» algunos gallos ponen huevos de los que nace un monstruoso animal llamado basilisco (también denominado culebrón). En Puente La Reina (Navarra) se cuenta una leyenda asociada nada menos que con los templarios. Al parecer, un burro salvaje, por casualidad, comió uno de estos huevos y enloqueció, devorando a una criatura de pocas semanas. La leyenda completa puede leerse en: ALARCÓN HERRRERA, Rafael, La huella de los templarios: tradiciones populares del Temple en España, Barcelona, Robinbook, 2004, p. 50.
[36] Agradezco a la señora Alina Elena Niculae la información sobre esta hermosa variante rumana de la vieja fábula de Esopo.
[37] Otras variantes afirman que si el ave se alimenta sólo de oro sus huevos serán siempre de oro; mientras que si su sustento es la plata los huevos serán siempre de plata.
[38] En muchas partes de la actual Rusia, y también en las repúblicas ex–soviéticas, se siguen preparando muchos platos, como sopas, menestras, etc., en donde el ingrediente principal son los menudillos (casi siempre corazón, mollejas o hígado) de gansos, pollos o patos.
[39] Recomiendo, para profundizar en la naturaleza de este interesantísimo personaje del folclore ruso, la lectura del libro de: JOHNS, Andreas, Baba Yaga: Ambiguous Mother and Witch of the Russian Folktale, New York, Peter Lang, 2004.
[40] Léase para esto: DETIENNE, Marcel, Los jardines de Adonis, Madrid, Akal, 1996, p. 93.
[41] En: OSPINA, William, El país de la canela, Bogotá, Norma, 2008, p. 73.
[42] Los seguidores de esta serie han unido todos los fragmentos de esta historia paralela y se puede ver completa en la dirección web: https://www.youtube.com/watch?v=4MItjLCNK_8 (última consulta: 01/12/2021).