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Los nahuas de la Sierra Norte de Puebla, y en particular los vendedores de la ciudad de Cuetzalan, hablan a menudo de un tipo de piedras a las que designan como «meteoritos» o «piedras de rayo». Son piedras redondeadas y de aspecto ferruginoso clasificadas por la geología como Goethita pseudo pirita. En distintas estancias durante los años de 2012-2013 adquirí varios ejemplares y pude registrar etnográficamente las concepciones locales acerca del origen y utilidad que los nahuas atribuyen a estos objetos, designados con el término de petztet o pejstet (traducido como «piedra de meteorito»).
Mi primer contacto con estos objetos tuvo lugar a través de un vendedor del pueblo de Ayotzinapan, cercano a Cuetzalan, de alrededor de 60 años, quien me explicó que se originan debido al impacto de un rayo sobre una roca[1]. La roca golpeada, dijo, «llora» o «sangra» –empleó ambos términos– liberando una sustancia pétrea de color rojizo –equiparada por el hombre con la «sangre» (esti) del interior de la roca–, y esta sustancia redondeada y bulbosa es concebida como la «piedra de rayo». No obstante, precisó, dicha secreción no es instantánea, no surge inmediatamente tras el impacto, sino «después de muchos años». Explicó que esta sustancia «tiene brillos» y alberga «metal por dentro», lo que se debe a la acción del rayo. Añadió que en el largo proceso de creación de una piedra de rayo no sólo va manando la «sangre» de la roca golpeada, sino que dicha sangre procede a oscurecerse paulatinamente desde un color rojo inicial hasta el naranja final, llegando en ocasiones a adquirir un color negro. Las piedras de rayo con aspecto redondeado, pulidas, resultan de la erosión fluvial: arrastradas muchos kilómetros a lo largo de los ríos torrentosos de la Sierra, son suavizadas por el continuo golpear en los cantos rodados del cauce[2]. La observación del anciano vino a corroborarla una multitud de niños de seis años que pasó, corriendo, en un grupo, vendiendo piedras de rayo por la calle: dijeron todos al unísono que las recogían «en los caños», es decir, en los cursos de agua, y que se formaban «cuando truena» (al caer el rayo).
Así pues, de acuerdo con esta concepción, la piedra de rayo constituye la excrecencia de la roca que recibió la fulminación celeste, en un proceso temporal prolongado que se identifica con un doble movimiento paulatino de sangrado y de oscurecimiento del mineral. No cae, pues, del cielo, «sale» del interior de otra piedra.
El vendedor añadió que un curandero nahua de Tlaxcala le había explicado que se utilizan para curar, calentándolas primero y colocándolas luego sobre la zona afectada, aumentando así la calidad «fresca» de la piedra, con fines terapéuticos. También había gente que las hervía en agua y, tras colar el líquido con cuidado, se tomaba el poso concentrado resultante; el preparado revestía una naturaleza o calidad «caliente» y se empleaba en consecuencia para tratar afecciones de calidad «fría», pero también «calientes».
Un segundo anciano de cerca de 70 años, y del mismo pueblo de Ayotzinapan, que vende en Cuetzalan, me transmitió una exégesis muy distinta acerca del origen de los «meteoritos» o «piedras de rayo». Explicó que los meteoritos los arrojan desde el cielo las «estrellas» (sitalimej, en náhuat) cuando observan que las piedras terrestres crecen desmesuradamente. Las estrellas lanzan los meteoritos con el propósito de menguar el crecimiento de las piedras y evitar así que éstas invadan la tierra. Hablaba de las estrellas como de seres que se encuentran vinculados a la tierra o que no se separan de ella, y empleó el término «satélites». Transcribo a continuación parte de la entrevista grabada que sostuve con él:
–¿Esas piedras de dónde salen?
–Ésas salen del satélite. Caen del cielo porque la piedra ésta [dice indicando una de las piedras que forman el muro de la calle], si quiere crecer, le pegan para que no crezca. La piedra quiere crecer, y, para que no crezca, le pegan [las estrellas]. Entonces ya no crece. Sí. Pero si crece, pues ya no va a haber nada, dicen [se va a acabar la humanidad]. Caen de noche, pero siempre le pegan a la piedra, hasta donde hay cerros, sí. Por la noche caen. Si sale uno de noche, lo ve [se refiere a las estrellas fugaces, hace el gesto con el dedo señalando al cielo]. Y a veces ve uno que está llorando una piedra, cuando le han pegado. Como si fuera un disparo. ¿Cómo ven desde lejos que crece la piedra? Nosotros no lo podemos ver, no. Los satélites son estrellas. Y si no le atina en la piedra [elegida], le tiene que pegar [con] otra. Y si no le pegó la otra, tiene que pegar[le] otra. Y a veces viene y a veces no; se mete en la tierra, sí: por eso cuando llueve se deslavan los cerros y ahí ya las encuentra uno [los «meteoritos» lanzados por las estrellas].
Eso sirve para cuando sale sangre de la nariz, para que no salga la sangre –añade–. Solamente hay que romperlas con un martillo: se pone y se parte con un golpe fuerte. Después, la hueles. El olor, el olor se mete. También puedes poner el machete pegado a la frente, y ya no [sangra]. Y si no, te echas agua en la frente, acostado nada más, así, con la cabeza hacia atrás… Eso es de calor, tiene uno calor fuerte…[3]
En el testimonio del vendedor, las piedras de rayo constituyen proyectiles arrojados por las estrellas (sitalimej) o «satélites» para controlar el crecimiento desmesurado de las rocas. No obstante, la descarga de los «meteoritos» pareciera alcanzar también a los cerros, mencionados en dos ocasiones: una, en relación con los lugares de impacto («le pegan a la piedra, hasta donde hay cerros»), y dos, referidos a los sitios donde suelen aparecer («se mete[n] en la tierra, sí: por eso cuando llueve se deslavan los cerros y ahí ya las encuentra uno»). Los cerros como lugares privilegiados de presencia de piedras que requieren de control[4]. Llama también la atención la asociación entre el «meteorito» y las «estrellas fugaces» (youalsitalin) que surcan el cielo y que fueron identificadas con la caída terrestre de estas piedras, al describir el nahua su trayectoria con el dedo.
En cuanto a las propiedades terapéuticas atribuidas a los «meteoritos», unas niñas vendedoras que recorrían las calles de Cuetzalan coincidieron en señalar que se emplean «para las hemorragias», para detener la sangre que sale de la nariz[5]. Se debe quebrar la piedra y después se huele. También añadieron que se recurre a ellas cuando sale sangre de la cabeza, pero no, indicaron, cuando sangra cualquier otra parte del cuerpo. Un grupo de niños vendedores de piedras, instigados por mi pregunta, respondieron que la nariz sangra cuando uno camina o sale al sol sin sombrero y la cabeza se calienta en exceso, que, como la cabeza tiene agua por dentro, por eso al calentarse gotea la sangre[6]. Esto explicaría el hecho de que las piedras sirvan únicamente para paliar la salida de sangre de estos dos lugares: la nariz o la cabeza. Consultados al respecto, los niños no reconocieron que las estrellas (sitalimej) arrojen los meteoritos; se tratan éstos, dijeron, de piedras que lanza el rayo, pero esto ocurrió en una época anterior, cuando aún no había seres humanos sobre la tierra.
El empleo terapéutico de las piedras de rayo o meteorito parece alcanzar un consenso entre ancianos y niños, y apuntar a su relación con las hemorragias, y su propensión, una vez abiertas y aspirado el olor de su interior, a detener el flujo de sangre de la cabeza o la nariz. Es posible que exista una relación entre la secreción de sangre de la piedra fulminada por el rayo, el olor interior de esta secreción sanguínea petrificada, y la sangre que destila la nariz debido al recalentamiento de la cabeza a causa de la exposición al sol. Un aspecto relevante en este sentido fue la matización del segundo interlocutor: las piedras que al crecer eran alcanzadas por meteoritos arrojados por las estrellas también sangraban. Dijo: «cuando les pega el meteorito, esas piedras están llorando, como que lloran también, y sale… la sangre»[7]. De este modo, la piedra de rayo es sangre petrificada, mientras que los meteoritos hacen sangrar las piedras. La relación, en ambos casos, con la sangre es explícita. Sean piedras arrojadas por las estrellas o productos de la descarga del rayo sobre una roca, el empleo y las virtudes de los meteoritos o piedras de rayo parecen corresponderse en las distintas versiones. El flujo de sangre de la cabeza es una afección «caliente», desencadenada por un calor excesivo, y su tratamiento implica el empleo de piedras consideradas como «frescas»[8] y asociadas, al mismo tiempo, de algún modo con la sangre.
A lo largo de nuestra estancia, pudimos comprobar que estas dos versiones distintivas acerca del origen de las piedras de rayo o meteorito, y que parecieran responder a las dos denominaciones principales que se les otorga a estas piedras, se encuentran ampliamente difundidas en la región, abarcando tanto comunidades del municipio de Cuetzalan del Progreso como de Huehuetla.
Como nota final, cabe destacar cuatro aspectos llamativos de estas piedras de la Sierra Norte de Puebla frente a las piedras de rayo existentes en otras regiones de América o Europa[9]: por un lado, no se trata de hachas, cuchillas o puntas de flecha paleolíticas o neolíticas, es decir, de objetos manufacturados por el hombre, sino de minerales sin trabajar; por otro, en una de las versiones (la de las «piedras de rayo») estos objetos no se considera que «caen del cielo», como suele ser común en la concepción de las piedras de tempestad, sino que constituyen el producto de la roca que recibió la descarga celeste, siendo, en consecuencia, objetos existentes en la tierra. Tercero, estas piedras no parecen requerir de una manipulación ritual para «activar» su agencia o despertar su fuerza latente, y se considera que pueden ser utilizadas para curar tal y como son encontradas en la tierra. Cuarto, y como peculiaridad frente a las piedras de rayo de otras regiones, las de la Sierra Norte de Puebla son utilizadas, por lo general, una sola vez: su empleo terapéutico exige quebrarlas y, en consecuencia, cada situación curativa requiere de una nueva piedra.
NOTAS
[1] En náhuat se refieren a la descarga celeste indicando: tapetani wan tatikuini, «relampaguea y truena».
[2] Conversación sostenida en la ciudad de Cuetzalan el 2 de noviembre de 2012.
[3] Entrevista realizada en la ciudad de Cuetzalan el 16 de junio de 2013.
[4] Respecto a la idea de crecimiento continuo y excesivo de las rocas terrestres, unas niñas de alrededor de seis años hicieron un comentario semejante refiriéndose a los grandes enjambres de libélulas que atravesaban el cielo de Cuetzalan en aquella época: «si no las matamos [en el sentido de eliminar algunas], va a haber muchas». Con mirada de preocupación, una niña insistió en que, de no reducir en parte a las libélulas, se multiplicarían sin control y acabarían con los seres humanos. En ambos casos, se describe un mundo provisto de colectivos que están siempre a punto de infestarlo, y que deben ser sometidos a un control humano o cósmico. «Van a pasar por el cielo, se ven bonitas [las libélulas], pero no en fila, todo parejo, en todas partes andan. Si ibas a otro pueblo, ahí andan todas. Millones», dijo un nahua (Cuetzalan, 16 de junio de 2013).
[5] En náhuat, este padecimiento recibe el nombre de yekaeskisalis, «hemorragia nasal», y se lo considera «caliente».
[6]Es ésta una concepción muy extendida en distintas regiones nahuas: la cabeza contiene «agua», algo patente principalmente en los niños, seres «tiernos y húmedos»: el escurrimiento del agua de la cabeza es entendido como secreción de sangre. En este sentido, la sangre es concebida como una clase de agua; el término náhuat para hemorragia, moujtiainat, puede ser traducido como «el agua se encamina». Para una contextualización de estas nociones en la concepción nahua del cuerpo y la persona, véase David Lorente, El cuerpo, el alma, la palabra. Medicina nahua en la Sierra de Texcoco. México: Artes de México, 2020.
[7] Conversación sostenida en la ciudad de Cuetzalan el 18 de noviembre de 2012.
[8] Es importante mencionar que gran parte de la terapéutica nahua de la Sierra Norte de Puebla se sustenta en la concepción de que el remedio debe ser de signo contrario a la calidad térmica de la enfermedad que afronta.
[9] Véase, por ejemplo: David Lorente Fernández, «Pietre del fulmine e saetta. Las piedras del rayo y el relámpago de la Collezione di Amuleti Giuseppe Bellucci (Perugia, Italia)», Revista de Folklore, núm. 463, pp. 20-47, 2020.