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Revista de Folklore número

482



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La argumentación teológica de una antigua y extendida costumbre en una obra del siglo XVI (De ritibus Ecclesiae Catholicae, de Jean-Étienne Durant)

MARTINEZ ANGEL, Lorenzo

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 482 - sumario >



D. Enrique Casas Gaspar, en un interesante libro que prologó en 1947 D. Julio Caro Baroja, escribió:

Corresponde a las nuevas generaciones, amantísimas de los cantos y bailes regionales, llevar a feliz término la patriótica tarea de trazar el mapa folklórico de España y hacer el catastro de sus costumbres en trance de desaparecer[1].

Hoy, pasados más de setenta años, la tarea de recoger informaciones etnográficas se ha vuelto urgentísima, dada la terrible pérdida poblacional de muchas zonas rurales.

Mas junto a este trabajo está otro, permanente, que es el estudio del origen de las diversas tradiciones y costumbres. En esa línea se inscribe el presente artículo.

Muchas personas recordamos la antigua costumbre de que hombres y mujeres ocupasen lugares diferentes en las iglesias. En unas localidades la zona del coro era el espacio propiamente masculino, y la nave del templo el femenino. En otras, la división se efectuaba en la misma nave, estando la línea divisoria marcada por el pasillo central.

Decimos en el párrafo anterior «antigua costumbre»; antigua, sí, pero en origen no fue una costumbre, sino una obligación impuesta por las autoridades eclesiásticas. Todavía el Código de Derecho Canónico promulgado en 1917 (ya no en vigor, pero que perduró durante décadas, pues el estudio para su reforma comenzó durante la época del Concilio Vaticano II) nos recordaba, en su canon 1262, dos cosas: que fue una práctica antigua, y que la Iglesia siguió recomendándola hasta el mismo siglo xx[2].

De esta vieja costumbre (que, obviamente, no solo se dio en España, sino también en otros países, y no solo en templos católicos, sino igualmente en iglesias evangélicas o protestantes[3]) quedan abundantes huellas, desde las documentales[4] hasta las artísticas[5]. Mas resulta no solo interesante, sino también necesario, para la investigación etnográfica, conocer las raíces del pensamiento teológico que están en la base de esta práctica. Muchas veces no se puede encontrar el origen exacto de una costumbre determinada, pero en este caso sí es posible.

Para ello, en el presente artículo, a medio camino entre la etnografía, la historia eclesiástica y la historia de la vida cotidiana (tan potenciada esta por la Escuela de los Annales), vamos a publicar nuestra traducción al castellano de una pequeña parte de una obra en la que se compendian las citadas raíces. La obra en cuestión se titula De ritibus Ecclesiae Catholicae, escrita en latín por el jurista[6] y humanista renacentista francés Jean-Étienne Durant, que vivió entre 1534 y 1583[7] (en Internet se encuentra fácilmente la imagen de un retrato pictórico en el que aparece con la toga roja de juez). Es una obra que tuvo un gran éxito, pues fue reproducida en diversas ediciones, y en diferentes países, desde finales del siglo xvi hasta el siglo xviii[8]. Como se puede apreciar en el texto cuya traducción publicamos en el presente artículo, sigue un procedimiento muy típico otrora, acumulando citas de diversos autores alusivas a los variados temas que trata[9]. Se aprecia, eso sí, que las citas no siempre son absolutamente literales (por ejemplo, alguna aparece abreviada). Nuestra traducción la hemos realizado sobre una edición publicada en Lyon en 1594.

Que nos centremos en el presente artículo en la citada obra no significa, obviamente, que sea la única que, a lo largo del tiempo, se ha ocupado del tema de la separación por sexos en las iglesias. En nota citamos alguna otra más, a modo de ejemplo[10]. Mas es suficiente para mostrar los argumentos que se repitieron otrora para justificar una separación que, vista con los ojos actuales, resulta absurda e incluso difícilmente justificable desde el punto de vista estrictamente religioso.

Los argumentos recogidos en la obra del siglo xvi que centra el presente artículo no agotan, evidentemente, el tema. No es este el lugar para analizarlo exhaustivamente, mas no nos resistimos a mencionar solo tres de los aspectos más importantes a recordar: el primero, algunas visiones teológicas, de época medieval, marcadamente negativas respecto a la mujer, basadas en una interpretación literal del personaje de Eva en el Libro del Génesis y su participación en la cuestión del pecado original[11]. El segundo, que «El hombre del Medievo está obsesionado por el pecado»[12]. El tercero, que en otros tiempos, como, por ejemplo, el Renacimiento (época en la que se escribió el texto en el que se centra el presente artículo), la mentalidad dominante entendía como algo normal la división de los espacios en función del sexo[13].

Jesús Antonio Cid reflexionaba en cierta ocasión, a propósito de la obra de D. Julio Caro Baroja, acerca de la necesidad de conjugar en la antropología el «field work» y el «folklore ‘de despacho’»[14]. En el presente artículo el trabajo de campo no sería imprescindible, dado que los datos se encuentran en la memoria de muchas personas que fuimos testigos de la separación por sexos en algunas iglesias; en cuanto a su enmarque teórico, esperamos que la publicación de nuestra traducción castellana de un texto latino renacentista sea de utilidad a los estudiosos.

CAPÍTULO XVIII

1. Qué es propiamente una nave[15] en las iglesias.

2. Los hombres han de ser segregados de las mujeres en las iglesias.

[…]

Fuera del coro y del sagrario está el lugar al que se permite el acceso a todos los fieles, al que, dice San Máximo[16] en Sobre la mistagogia eclesiástica, capítulo 3, los griegos llaman nave[17]; en este lugar fue asumido que las mujeres se separan de los hombres, apartados por una antiquísima costumbre de la Iglesia. Filón de Alejandría[18], Sobre la vida contemplativa o virtudes de los suplicantes, describiendo la vida y las costumbres de los antiguos cristianos[19]: eso es algo común del género femenino, dice, que también en el séptimo día se reúne, en un recinto doble que se bloquea para reuniones separadas de hombres y mujeres. En efecto, también las mujeres escuchan simultáneamente, según es costumbre, y por lo menos frecuentan el mismo lugar dispuesto, mas una pared central, de tres o cuatro codos, se levanta desde el suelo, a modo de pequeño parapeto; las partes superiores están abiertas hasta el techo, de donde resulta una doble comodidad, puesto que por un lado se cuida del pudor del sexo femenino, y por otro las palabras del maestro se escuchan fácilmente, sin ningún obstáculo[20] que intercepte su voz. San Clemente[21], en el libro 2 de las Constituciones apostólicas, capítulo 2, en este punto: que se sienten los laicos al cuidado de estos, con todo apaciblemente y en orden; las mujeres también se sienten aparte. San Agustín[22], en el libro 22 de La ciudad de Dios, capítulo 8: porque las gentes confluyen a las iglesias, en casta celebración y honesta discreción de ambos sexos, donde escuchen cuán bien deban vivir por algún tiempo[23]. El mismo San Agustín, en el libro 22 de La Ciudad de Dios, capítulo 8: en Cartago, Inocencia, mujer religiosísima, tenía cáncer en un pezón; es advertida en sueños, acercándose la Pascua, que en la parte de las mujeres que mira al baptisterio, etc.; he aquí la parte de las mujeres en la iglesia. San [Juan] Cristóstomo[24], en la homilía 74 sobre el capítulo 23 de San Mateo, en la obra inacabada: conviene, dice, en el interior separar con una pared a los hombres de las mujeres, pero, ya que no queréis, nuestros padres consideraron necesario separar con paredes de madera. Mas escuché yo de los ancianos que no estaban estas paredes desde el principio. San Cirilo[25], en la introducción de sus Catequesis: si la iglesia ha sido cerrada, y todos vosotros estáis dentro, sean separados los hombres para que estén con los hombres, y las mujeres con las mujeres, para que el afán de la salvación no sea ocasión de perdición. Y si en verdad es hermoso que haya sido dispuesto que el prójimo ayude al prójimo, con todo, sin embargo, estén lejos las pasiones. Razonablemente, como dice San Agustín en su [comentario] al Salmo 50 y en el Libro de las cincuenta homilías (homilía 21): la mujer lejos, el deseo cerca. Los varones y las mujeres sean separados en la iglesia, dice Amalario Fortunato[26], no solo del beso carnal, sino también en la situación del lugar; y en el mismo libro, en el capítulo 2: los varones están de pie en la parte sur y las mujeres en la norte, para que se manifieste, gracias al sexo más fuerte, que los santos más fuertes se elevan entre las mayores tentaciones de este mundo. El Ordinario Romano, sobre el oficio de la misa: por otra parte, el mismo diácono permanece de pie hacia el sur, hacia la parte donde los varones suelen juntarse.




NOTAS

[1] ENRIQUE CASAS GASPAR, Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte, Madrid [s. f.], p. 14.

[2] El canon nº. 1262 del Código de Derecho Canónico de 1917 lo especifica claramente: «Optandum ut, congruenter antiquae disciplinae, mulieres in ecclesia separatae sint a viris.» (citamos por Código de Derecho Canónico, Madrid 1957, p. 477)

[3] FRANÇOIS LEBRUN, «Las reformas: devociones comunitarias y piedad personal»: ROGER CHARTIER (dir.), Historia de la vida privada. Del Renacimiento a la Ilustración, Madrid 1989, 71-111, concretamente p. 108.

[4] Cabe recordar al respecto, a modo de ejemplo, la información contenida en un artículo titulado «Costumbres de otros tiempos», escrito por José León Martín Viana y publicado en 1983 en esta misma Revista de Folklore, en su número 36. Este mencionado artículo cita documentación que nos recuerda que, en realidad, la tradición sobre la que trata el presente artículo fue otrora una imposición.

[5] A modo de muestra, podemos recordar una ilustración de comienzos del siglo xv contenida en el manuscrito latino 1161 de la Biblioteca Nacional de París, reproducida en GEORGE DUBY (dir.), Historia de la vida privada. De la Europa feudal al Renacimiento, Madrid 1998, p. 523.

[6] En la portada de las diversas ediciones se indica, en latín, que fue primer presidente del Parlamento de Toulouse. Entiéndase que esta institución era un alto tribunal de justicia, y que lo de primer presidente hay que interpretarlo no cronológicamente, pues es una institución de origen medieval, sino en el sentido de que era el juez de mayor importancia.

[7] Sobre su biografía vid. [PIERRE] TAISAND, Les vies des plus célèbres jurisconsultes de toutes les nations, Paris 1787, pp. 176-177.

[8] Por ejemplo, en REBIUN, la página web de las bibliotecas universitarias de España, se recogen menciones de las siguientes ediciones: Roma 1591, Colonia 1592, Lyon 1594, Lyon 1595, Lyon 1596, Lyon 1606, París 1624, París 1644, Lyon 1675, Lyon 1715.

[9] Esta fue una práctica habitual en el Renacimiento y el Barroco, a la que se acostumbraban escritores y lectores ya desde sus años escolares: «Los cuadernos de frases célebres eran moneda de curso corriente en las escuelas de los siglos xvi y xvii. Imponiendo ese instrumento didáctico se pretendía, ante todo, que el alumno guardara frases o ideas procedentes de sus lecturas y las utilizara en sus propios escritos. El estudiante copiaba una serie de epígrafes –verbigracia: justicia, virtud o coraje- a principio de página de su cuaderno de notas y cada vez que encontraba un pasaje memorable lo colocaba en la entrada correspondiente, de suerte que esos apuntes con el tiempo llegaban a convertirse en un diccionario temático de citas para uso personal. Naturalmente, ese tipo de ejercicio tenía su efecto también en los hábitos lectores…» (PETER MACK, «La retórica y la dialéctica humanistas»: JILL KRAYE (ed.), Introducción al humanismo renacentista, Madrid 1998, 115-136, concretamente p. 126).

[10] POMPEO SARNELLI, Antica basilicografia, Napoli 1686, pp. 39ss.

[11] ROBERT ARCHER, Misoginia y defensa de las mujeres. Antología de textos medievales, Madrid 2001, pp. 26-30.

[12] JACQUES LE GOFF, «El hombre medieval», en JACQUES LE GOFF Y OTROS, El hombre medieval, Madrid 1990, 9-44. concretamente p. 37.

[13] MANUEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Historia de España Menéndez Pidal. Tomo XIX. El siglo xvi. Economía. Sociedad. Instituciones, Madrid 1989, p. 450: «tenemos frente a frente los dos grupos humanos divididos por el sexo: el femenino, recogido en el interior de la casa, y el masculino, que irrumpe desde el exterior, que es su mundo.»

[14] JESÚS ANTONIO CID, «La literatura oral y popular en la obra de Julio Caro Baroja»: VV. AA., Julio Caro Baroja. Premio Nacional de las Letras Españolas 1985, Barcelona 1989, 68-88., concretamente pp. 70-71.

[15] En el original, en griego: «ναός».

[16] Se trata de San Máximo de Constantinopla (siglos vi-vii).

[17] En el original, en griego: «ναός».

[18] En el texto original «Philo Iudaeus», Filón Judío (siglos i a. C. – i d. C.).

[19] En realidad, las costumbres que describe correspondían a hebreos, aunque se interpretase posteriormente que aludían a los primeros cristianos.

[20] En plural, en el original.

[21] San Clemente de Roma vivió en el siglo i. La obra citada es muy posterior, aunque se le aplicase el nombre del citado personaje. Respecto a la historicidad de su papado vid. J. BAPTISTA GONET, Clypeus Theologiae Thomisticae. Tomus quartus. Antuerpiae 1744, p. 195.

[22] San Agustín de Hipona (siglos iv-v).

[23] Entiéndase: en esta vida terrena.

[24] Patriarca de Constantinopla (siglos iv-v).

[25] San Cirilo de Jerusalén (siglo iv).

[26] O Sinfosio Amalario, o Amalario de Metz (siglos viii-ix), discípulo de Alcuino de York. La obra que se cita se titula De ecclesisaticis officiis.



La argumentación teológica de una antigua y extendida costumbre en una obra del siglo XVI (De ritibus Ecclesiae Catholicae, de Jean-Étienne Durant)

MARTINEZ ANGEL, Lorenzo

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 482.

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