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Revista de Folklore número

481



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Leyendas de Canillas de Aceituno, pueblo de la Axarquía de Málaga

JIMENEZ MUÑOZ, José Luis

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 481 - sumario >



La leyenda de Sália

Sália es un viejo poblado situado en el término municipal de Alcaucín, cerca también de Canillas de Aceituno. Hoy se piensa que Sália pudo ser tomada violentamente por un pueblo sálio invasor. Los sálios acostumbraban a grabar serpientes sobre sus escudos de guerra. Ésta sería la base histórica de la leyenda aquí referida. Su castillo fue de gran importancia en toda la Edad Media.

Una vieja leyenda aún conservada en Alcaucín y Canillas (pueblos cercanos a Sália) refiere que comenzó a notarse por esta zona de Sierra Tejeda la aparición de numerosas víboras de oscura coloración y cuadrangular cabeza que salían de las murallas en ruínas y de entre las piedras, y mordían a habitantes y transeúntes cuando estaban desprevenidos (sobre todo de noche), causándoles una herida apenas perceptible que terminaba siendo mortal.

Y ocurrió que el vecindario, alarmado, quiso exterminar la plaga, pero las serpientes, en lugar de disminuir, aumentaron su número y lo invadieron todo. Deslizábanse durante la noche por entre las rendijas de puertas y ventanas y, al amparo de la oscuridad, inoculaban su letal veneno a cualquier persona que se entregaba al sueño.

La maldición de Dios había caído sobre Sália. Toda la población huyó despavorida y se estableció en lugares más lejanos. Muchos se establecieron en Alcaucín y Canillas; otros, en Viñuela y Periana.

Desde entonces, Sália quedó despoblada. Sus desoladas y desiertas ruinas inspiraban temor, y algunos viandantes y labriegos, hasta no hace mucho, aún seguían santiguándose al pasar por sus inmediaciones.

Los pastores no permitían que sus rebaños comieran las hierbas que crecían a la sombra de lo que fue el Castillo-fortaleza que negó a Dios, porque crecían tóxicas, contaminadas y malditas.


Los hombres de la nieve de Canillas de Aceituno

Varias generaciones de hombres de nuestra comarca se aprestaron, durante más de dos siglos, a la tarea de «cortar» nieve en las cumbres de Sierra Tejeda.

En 1795 se le concedía a D. José de Torres, vecino de Canillas de Aceituno, licencia para el uso de los terrenos, pozos, simas y ventisqueros en que se estancaba la nieve, así como para el usufructo de toda la arboleda de tejos comprendida en su zona de posesión.

Los «hombres de la nieve», llamados «neveros», subían a las proximidades del Pico de la Maroma, que se alza a la impresionante altitud de 2065 metros s.n.m. Una vez allí, con palas (probablemente hechas con madera de tejo) cortaban la nieve almacenada en los ventisqueros, y la portaban hasta unos pozos u hoyos circulares excavados en la superficie rocosa. Los más recientes pozos eran reforzados por un murete de mampostería que, con un diámetro que a veces alcanzaba los diez metros y con una profundidad de algo más de medio metro, servían para almacenar la nieve. Ésta, en forma de hielo, era comercializada durante el verano por gran parte de la provincia como conservante de pescado y refrigerio para bebidas y helados de la época. Se distribuía directamente a Málaga para refrescarles el verano a malagueños y axárquicos.

Cuentan que, a principios del siglo xx, Juan Muñoz, que, junto con su esposa Dolores, regentaba por aquel entonces el Estanco del pueblo y que, a la sazón, era también el que disponía de «mejores piernas» y mejores bestias de carga para el transporte del hielo hasta Málaga, saltó el «boquete» de la Maroma de un extremo a otro por darle un susto a un compañero que comía de espaldas en el extremo opuesto, bajo riesgo de mortal caída (en palabras de los más ancianos del lugar).

Una vez dentro de los pozos, se apisonaba la nieve hasta darle la consistencia del hielo, y con sucesivos aportes, se colmaba el pozo hasta formar una especie de semiesfera de hielo macizo que arropaban con aulagas moriscas, piornos y salvia, todo ello recubierto por una capa de tierra.

Los hombres de la nieve se refugiaban de las ventiscas y pernoctaban, además de en cuevas de pastores, en la llamada «casa de la nieve», una tosca pero sólida construcción en piedra de abovedada techumbre y de dos habitaciones donde nunca faltaba, en su siempre humeante chimenea, el calor de una buena lumbre de ardientes tejos.

El transporte de los bloques de hielo se hacía a lomos de buenas caballerías (unas de propiedad privada y otras contratadas). Un mulo era cargado con unas 20 arrobas (unos 230 kilos). Las reatas de bestias, subiendo y bajando la Sierra, ofrecían un pintoresco paisaje de montaña.

De noche se hacían los «viajes» hasta el pueblo. Los bloques de hielo iban envueltos, como aislante térmico, por matas llamadas zamarrillas o chascas y por tamo (polvo y paja menuda procedente de las eras).

En la casa Nº 6 de la Plaza Gallero Badillo (ya en Canillas de Aceituno), se le daba a los bloques de hielo el último arreglo, antes de su partida hacia Málaga.

Con antiguas balanzas, llamadas romanas, pesaban los bloques de hielo. Cuentan que hubo una romana que podía llegar a pesar más de doscientos kilos.


Una vieja leyenda morisca

Un viejo veleño, zascandil y libidinoso, encontró muy placentera a una joven mudéjar vecina suya, a la que requirió de amores. La muchacha se negó, pues estaba enamorada de cierto apuesto Alguacil, con el que pensaba contraer matrimonio cristiano cuando obtuvieran permiso del Corregidor. En venganza, el viejo taimado introdujo subrepticiamente cuatro ballestas y una lanza en el patio de la moza; las enterró junto al pozo y luego denunció ante las Justicias a toda la familia; incluso al alguacil, como encubridor. Realizado el registro y descubiertas las armas, de nada sirvieron las negaciones: dos hermanos de la muchacha fueron traspasados a flecha; el padre, ahorcado en la plaza pública.

Esperaba su muerte el Alguacil, cuando descubrió una tronera disimulada en el techo del calabozo. A través de ella escapó como una sierpe, buscó a su novia y ambos huyeron río arriba, al amor de los cañaverales, en una noche osca y negra. Al alba estaban en las faldas de sierra Tejeda. Desde allí, entre las celosías de la lluvia, vieron a los soldados acercarse por la vega: estaban rodeados. La nieve hacia imposible la escalada. De rodillas pidieron ayuda al Señor y se arrebujaron bajo unas rocas, pero, milagrosamente, los soldados pasaron por su lado y no les vieron. Una y otra vez ocurrió lo insólito: casi les pisaron, pero el Señor no permitió que les encontraran. Al fin, los perseguidores abandonaron el lugar y los dieron por perdidos. Poco después, el viejo malvado, roído por la conciencia, confesó su culpa ante el Gobernador de Málaga: ciento cincuenta azotes le quitaron el resuello para siempre. En un Bando se hizo saber que todos los bienes y pertenencias del anciano pasaran a la pareja.

Los jóvenes le habían tomado cariño a la Tejeda, Sierra donde Dios los puso a salvo; así que, conocedores del Bando, vendieron las propiedades del viejo y construyeron una alquería en el lugar del milagro.


Leyendas de tesoros ocultos

En la frente del toro
hay un tesoro.

Eso dice un antiguo dicho de nuestra Villa que hace referencia a la leyenda del aljibe moro de El Huertezuelo. El agua va a parar a un aljibe construido en época medieval, durante la época de ocupación islámica de la Villa.

Dos desconocidos, con premeditación y nocturnidad, hallaron oculto un tesoro en FRENTE del toro (en el exterior, frente al ya casi borrado dibujo que en el aljibe aparecía) y NO EN LA FRENTE del toro, como refería el viejo dicho popular. La excavación de un profundo hoyo en la tierra por aquellos desconocidos hizo histórica lo que tan sólo parecía una leyenda.

*

De la calza a la balsa
hay un tesoro
lleno de plata y de oro.

Eso dice otro antiguo dicho de Canillas. La calza quizás sea calle Calzada, y la Balsa puede ser la calle Balsilla o bien la balsa de agua citada por el libro de apeo y repartimiento de la Villa de 1574 (hoy bajo el edificio de la Casa Consistorial). Quizás aluda la leyenda a la necrópolis existente bajo el suelo de la Plaza Maestro Gallero Badillo (también llamada Plaza del cementerio).

Queda por confirmar la existencia de un posible pasadizo de conexión entre el Castillo y la antigua Mezquita islámica (hoy templo parroquial de la Villa).



Leyendas de Canillas de Aceituno, pueblo de la Axarquía de Málaga

JIMENEZ MUÑOZ, José Luis

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 481.

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