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Revista de Folklore número

481



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Tortugas y cocodrilos. Animales acuígenos –creadores de agua– en Mesoamérica

LORENTE FERNANDEZ, David

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 481 - sumario >



Resumen

Se plantea una reflexión etnográfica acerca de la existencia, en distintas culturas mesoamericanas, de animales identificados con la creación de agua. La tortuga y el cocodrilo destacan tal vez como los principales. Su existencia es condición sine qua non para que en ciertos lugares haya agua. A su vez, a estos animales se los concibe como hacedores de entornos acuáticos que permiten el desarrollo de otras formas animales y vegetales de vida, incluyendo la humana.

Palabras clave: tortugas, cocodrilos, hidrografía, lluvia, ritual, indígenas, Mesoamérica.

Abstract

This paper defends, through an ethnographic reflection, the existence of animals associated with the creation of water in different Mesoamerican cultures. The turtle and the crocodile stand out perhaps as two main ones. Its existence is the condition for there to be water in certain places. In turn, they are conceived as makers of aquatic environments that promote the deployment of other animal and plant forms of life, including human existence.

Key words: turtles, crocodiles, hydrography, rain, ritual, indigenous, Mesoamerica.

Introducción

Lo que en la cultura occidental son animales acuáticos, en los pueblos mesoamericanos son, en ocasiones, animales acuígenos. Este neologismo procedente del latín (de aqua y genere) refleja bien la concepción indígena, ampliamente extendida, de que existen animales cuya presencia en ciertos lugares genera agua. No es que su vida transcurra en los ecosistemas acuáticos sino que su existencia es condición sine qua non para que en estos parajes exista agua. De tal manera, la muerte o la desaparición de estos animales conlleva indefectiblemente la desecación del hábitat respectivo; y viceversa: su llegada o liberación en ciertos lugares propicia la aparición de agua.

En dos amplios trabajos de campo desarrollados por nosotros en pueblos indígenas del centro y del sureste de México –los nahuas de Texcoco y los chontales de Tabasco– pudimos registrar concepciones en cierto modo semejantes, manifiestas tanto en la mitología y la tradición oral como en la práctica de respetar la existencia de ciertos animales en los enclaves acuáticos.

A la luz de nuestros resultados, en este artículo acudimos también a otras investigaciones etnográficas que sugieren concepciones similares en distintas regiones de México. Haciendo nuestras propias lecturas de las fuentes etnográficas, es decir, extrayendo interpretaciones de los registros de otros autores –que se hayan implícitas o incluso explícitas en el material documentado– veremos cómo numerosos grupos conciben la existencia de animales acuígenos; y que, significativamente, muy a menudo dichos animales suelen remitir en el territorio mesoamericano principalmente a dos: las tortugas y los cocodrilos.[1] Aquí abordaremos prácticas y concepciones relativas a pueblos indígenas del Altiplano Central, del Golfo, del trópico húmedo en el Sureste, de Oaxaca y del norte de México. A su vez, trascenderemos puntualmente las fronteras mesoamericanas para iluminar la presencia de estas nociones en la periferia septentrional, es decir, en regiones de México que han sido identificadas como pertenecientes a la zona limítrofe entre Mesoamérica y Aridoamérica.

Concepciones del Altiplano Central: los nahuas de Texcoco y de los Altos de Morelos

Entre los pobladores de ascendencia nahua de la Sierra de Texcoco, localizada a 40 km al oriente de la Ciudad de México (Lorente 2011), se considera que aquellos cuerpos de agua en los que se constate la presencia de tortugas continuarán existiendo. Las tortugas acuáticas, que se encuentran en los pequeños jagüeyes o estanques recibiendo los rayos del sol en las orillas o nadando bajo la capa de algas y plantas flotantes, generalmente en aguas verdosas, se vinculan a menudo con la existencia de acuíferos en estos lugares, con el hecho de que «no se secan» incluso en la temporada de mayor calor. Aunque en ocasiones se atrape a estos animales con fines medicinales o para mantenerlos en las viviendas, no están sujetos a una pesca masiva que extinga sus poblaciones. Por el mero hecho de existir, y de encontrarse en sus dominios –los nahuas explican que están en «su mundo»–, estos reptiles contribuyen a la reproducción y conservación del agua embalsada. La presencia de tortugas, se dice, permite asimismo la existencia de plantas acuáticas y, en algunos casos, de peces, que habitan también en los pequeños estanques de la Sierra donde se desarrollan los reptiles. De esta manera, se sugiere una relación causal que no sólo identifica directamente a las tortugas con el agua, sino que hace depender la fauna acuática de estos lugares de la existencia primera de los quelonios. Así, además de producir agua, las tortugas constituirían las responsables del sustento y despliegue de distintos niveles de vida que caracterizan su entorno, al reproducir en su conjunto el ecosistema acuático.

Por su parte, más al sur, en la región de ascendencia nahua de los Altos de Morelos, de acuerdo con una investigación doctoral sobre tecnología hidráulica dirigida por nosotros (Villagómez 2018), los habitantes parecieran compartir formas semejantes de percibir y tratar a las tortugas. En los pueblos de Tlayacapan, Totolapan y Hueyapan los quelonios son parte inherente a la existencia de los jagüeyes y se vinculan con la presencia de agua. La mayoría de los jagüeyes son utilizados para pescar y abrevar los animales, o como lugar de recolección de plantas empleadas en la cocina, y un dato significativo es que ninguno ha sido revestido con cubiertas de geomembrana, confiando en la impermeabilidad del suelo, y sugiriendo quizá que la presencia de las tortugas es suficiente para mantener el agua. A su vez, en muchos jagüeyes proliferan lirios acuáticos y algas, peces como bagres y mojarras, ciertas especies de aves y ranas. Indica el autor: «En las visitas vespertinas a estos jagüeyes constaté que, efectivamente, la gente sale a pescar, actividad que, aunque resulta constante, parece mantenerse en equilibrio con la fauna, puesto que nadie refirió que se estén acabando los peces». ¿Responde la perspectiva de los pobladores a la convicción de que su reproducción se encuentre asegurada de algún modo, y que por ello no mermen ni se extingan los peces? La relación de la población con los jagüeyes resulta aún más manifiesta en el pueblo de Totolapan, donde se organizan faenas colectivas para limpiar estos depósitos: el sedimento es aprovechado para fertilizar los sembradíos, especialmente las hortalizas, que forman parte importante tanto de la economía del pueblo como de sus festividades, relacionadas con los productos agrícolas. En la fiesta de la Santa Cruz, asociada con la petición de lluvia, todos los jagüeyes reciben atención ritual: se enfloran sus cruces la noche del 2 de mayo, antes de ofrecer una misa en la parroquia. Además de para el cultivo y del tratamiento ritual, los jagüeyes se utilizaban para lavar; al respecto, una mujer concedió gran importancia a la presencia de algas y explicó que servían para aclarar el agua y que pudiera utilizarse con este fin. Pero quizá el uso más importante de los jagüeyes era para obtener agua potable destinada al consumo humano, situación vigente hasta la década de 1980; los pobladores afirmaban que era buena y que no les causó nunca ninguna enfermedad.

En todo este complejo económico y ritual asociado con el agua las tortugas parecieran revestir una importancia notable. Los registros anteriores son susceptibles de conectarse en un mismo marco coherente si atendemos a los materiales etnográficos y la situación registrada en Texcoco. Cierta información recabada por el autor podría explicar las prácticas y concepciones descritas:

En Totolapan, la conservación de las tortugas que habitan en los jagüeyes resulta de gran importancia, ya que, a decir de los pobladores, son consideradas como protectoras de los ojos de agua y además fungen un rol meteorológico al anunciar las lluvias cuando emergen de la tierra seca del jagüey. Esto guarda relación a su vez con el topónimo Ayotzin o «lugar de tortugas», referido en la Relación Geográfica de las Cuatro Villas. La señora Anabel Rabel, de 40 años de edad, refirió la existencia de las tortugas, describiendo su comportamiento a finales de la sequía, y afirmó que nunca se las comen, pero tampoco las matan, pues anuncian la lluvia (2018: 133).

Continúa el autor:

La presencia de animales como las tortugas es ubicua en otros pueblos de la región de los Altos centrales de Morelos… Cabe decir que algunos jagüeyes siguen sirviendo para tomar agua porque existe un manantial en su interior […]. En Tlalnepantla, el jagüey Cuitlapilco recibe la escorrentía proveniente del cerro Almeal o Cuauhchiltihtla, además de brotar una vena de agua, vestigio de un antiguo manantial, y alberga gran cantidad de tortugas y algunos peces. […] En el caso de las tortugas comentaron que se entierran y en el temporal vuelven a salir (2018: 134).

La noción expresada por los pobladores de que las tortugas son «protectoras de los ojos de agua» debe ser entendida en un sentido amplio. Su protección implica la reproducción del agua, la existencia de los jagüeyes. La agencia generadora de agua y de vida de los jagüeyes reside en última instancia en la presencia de tortugas, las cuales parecieran abastecer doblemente a los jagüeyes, tanto haciendo fluir los manantiales subterráneos como activando la precipitación de las lluvias. Su acción se deriva de su «vida», de su simple existir: con su conducta crean un mundo y perpetúan el agua de estos embalsamientos, marcando además el ritmo de llegada de otras aguas, las celestes, que abastecen a muchos de los jagüeyes, desenterrándose del fango y volviendo a la vida en cada estación húmeda. Al mismo tiempo, las tortugas permiten el despliegue de otras formas vegetales y animales de vida, incluyendo las actividades humanas (agricultura, pesca, plantas comestibles y agua para el consumo, en el pasado). Pero su acción «protectora» con respecto a los jagüeyes, esto es, su cualidad fertilizadora y generadora, pareciera depender en última instancia de la conservación humana: de ahí el comentario acerca de que «nunca se las comen, pero tampoco las matan, pues anuncian la lluvia», reproducen el agua.

Veremos ahora cómo las tortugas trascienden el Centro de México como seres emblemáticos de esta relación genésica con el agua.

Los nahuas de Durango

En el pueblo de San Pedro Jícora, Durango, el etnólogo Konrad Th. Preuss compiló hacia 1907 un amplio corpus de textos en náhuatl, entre los que figuran algunos cuentos que hacen alusión a la tortuga y su relación con el agua. El cuento titulado «Cómo la serpiente de agua quiso jalar al arriero a la profundidad» pone claramente de manifiesto la capacidad de acción de la tortuga como «creadora de agua». Esto se pone aún más nítidamente de relieve por ser el escenario de la narración un paisaje desértico, carente de fuentes, en el que la agencia del reptil modifica el entorno árido circundante sea colmando de agua los pozos excavados ex profeso, sea anegando amplias superficies para convertirlas en lagos. El poder acuígeno de la tortuga se subordina en el cuento a las necesidades del protagonista, un arriero que necesita proveerse a diario de agua en su travesía a través del desierto. En vez de cantimplora, lleva al quelonio, que le asegura una provisión permanente. Reproducimos a continuación parte del relato, destacando los pasajes que involucran las acciones de la tortuga:

Era una vez un hombre. Como era arriero, iba a muchas partes y cuando llegaba a su casa, traía muchas cosas. Traía alimentos, andaba por muchas partes y volvía a su casa.

Una vez estaba de nuevo en camino. Cuando iba a descansar, no había agua para dar de beber a sus mulas. Así casi se murieron de sed. Entonces pensó: ‘¿Qué voy a hacer?’ Es lo que pensaba. Pero llegó al lugar donde quería hacer compras. Luego volvió y se llevó alimentos. Llegó a su casa y le contó a su mujer:

—Ahora voy a buscar una tortuga que me voy a llevar cuando salga de viaje. Es que casi me morí de sed porque donde quería descansar no había agua.

Así buscó una tortuga, encontró una y la agarró. Luego volvió a salir de viaje y se la llevó.

Descansó en un campo, allí abrió un pozo y metió a la tortuga. Al rato había agua adentro. Entonces dio de beber a las mulas y bebió él mismo.

En la madrugada siguieron adelante; tenía con él a dos peones, así es que siguieron adelante, a mediodía volvieron a descansar y de nuevo los peones abrieron un pozo. Metieron a la tortuga y se llenó de agua. Dio de beber a las mulas. Luego las juntaron, los peones les pusieron las sillas, las cargaron y siguieron adelante.

Pero el amo, cuando llegaron en la noche a un campo donde descansaron, volvió a ordenar a sus peones:

—Abran un pozo en el que pueda meter a la tortuga.

Metió a la tortuga en el pozo que los peones habían abierto. Al rato estaba lleno de agua. Ordenó a sus peones que dieran de beber a las mulas. Les dieron de beber. En la madrugada se pusieron en camino y siguieron aún más adelante (1982 [1968]: 337-339).

El relato continúa de este modo, describiendo el viaje mediante el recurso de marcar las jornadas con la introducción diaria de la tortuga en un nuevo pozo, y utilizando el agua que brota para abrevar las mulas.

Se pusieron en camino y como siempre, el amo se llevó la tortuga.

Cuando estaban descansando, el amo mismo puso la tortuga junto a una piedra. Se acostaron, ya estaba oscureciendo.

Entonces la tortuga sacó agua. Todo se mojó. Las sillas [de montar] se mojaron, todas las cubiertas de la sillas, hasta el amo se mojó. Cuando amaneció todo estaba empapado. Entonces pensó el amo y también se lo dijo a sus peones:

—La tortuga ya no me la llevo, voy a dejarla aquí.

La tiró. Se quedó donde la había tirado.

Siguieron adelante, luego, en la noche, descansaron. La tortuga se quedó atrás.

Al día siguiente muy de mañana siguieron adelante y alcanzaron [el pueblo de] Loro. […] Como era tarde, pasaron allí la noche. Despertaron temprano, arreglaron todo, se pusieron en camino y llegaron al lugar donde el amo había dejado la tortuga.

Allí estaba un lago grande, tan grande que no pudieron cruzarlo (1982 [1968]: 343-345).

Frente a las nociones de los nahuas del Centro de México, en este caso la tortuga (que podría ser de tierra) existe sin agua, como un animal autónomo, y produce este elemento cada vez que es colocada sobre el terreno, en sucesivas ocasiones, repitiendo la acción tantas veces como se lo solicite. El relato avanza con una suerte de estribillo en el que se enfatiza la ausencia y necesidad de agua, y aquí entra en juego una y otra vez la tortuga manifestando sus facultades. Dejada a su aire –y el lugar no parece ser decisivo– no tarda en reproducir a su alrededor el ecosistema acorde con el terreno donde se la coloca: pozos, si es una cavidad en la tierra, lagunas, si es una extensión horizontal plana. El quelonio tiene el poder de irrigar la geografía con su mera presencia, su simple existir. Esta generación de agua y de parajes acuáticos puede ser mil veces repetida, tantas como se deje suelto al animal, facultad que es utilizada en el relato como medio para aprovisionarse a diario de agua, que, se enumera, la tortuga «saca», hace «aflorar» o «brotar», «llena» (el pozo). Estos verbos parecieran aludir a que el agua no proviene en sí misma del cuerpo de la tortuga, sino de las profundidades de la tierra. Aunque no se especifica nunca por completo si el animal la crea ex nihilo, o la hace emerger de lo más profundo del terreno.

Los pames de San Luis Potosí

Hacia el sureste del estado de San Luis Potosí, los pames habitan un territorio donde el agua escasea y constituye un bien sumamente preciado. En el pueblo de Santa María Acapulco hay, entre otras fuentes de agua, lagunas y pozos. Las lagunas, que albergan agua de lluvia, se encuentran en la planicie de los valles y sirven principalmente para abrevar el ganado; los pozos, por su parte, se abastecen de manantiales subterráneos y se utilizan para el consumo humano. Ambos lugares son el hábitat de las tortugas acuáticas, que al parecer no consume la población. Los pames dicen que estos animales se apropiaron de las lagunas y de los pozos, y que con el uso de otros recursos hídricos «ahora el pozo es sólo para las tortugas». La investigación en la región, base de una tesis de posgrado dirigida por nosotros sobre las relaciones entre los pames y el agua (Küng 2019), ofreció información sugerente acerca de la importancia de las tortugas. La autora anotó: «A la pregunta de qué pasaría si no hubiera animales dentro del agua, todas las respuestas enfatizaron que siempre había animales en el agua. ‘Siempre hay, nunca se acaban, como tampoco el agua’, contesta un señor, incrédulo por la pregunta, sin sentido para él». Y agrega: «sería debido a ese vínculo tan estrecho que es inimaginable una separación del agua y los seres que nacen adentro» (2019: 138). Aunque la autora no establece una relación directa entre los quelonios y el abastecimiento acuático, los datos etnográficos parecieran revelar que, en la concepción de los pames, la presencia de las tortugas incide en la reproducción del agua, y viceversa, que la presencia de agua propicia a su vez la existencia de las tortugas. El testimonio de los pobladores acerca de que estos animales «tomaron» recientemente estos parajes, y el ser allí respetadas, ni pescadas ni comidas, podría asociarse con su efecto propiciador sobre el agua. Por otro lado, al referirse a un enclave regional asociado mitológicamente con la sobreabundancia de agua y la creación de inundaciones susceptibles de anegar y destruir el territorio, un profundo socavón conocido como El Sótano, la investigadora señala a la tortuga como una de las principales manifestaciones que adopta el «encanto» que allí habita para presentarse ante los humanos: «una tortuga gigante como de 1.5 m de largo [que surge] dando vueltas en círculos en el agua dentro del Sótano» (2019: 206). Una gran tortuga puede ser entonces la manifestación visible del encanto acuático para mostrar sus poderes y facultades desmedidas de generar el agua.

Tortugas marinas entre los nahuas veracruzanos

En un texto clásico sobre los nahuas de Pajapan, Veracruz, publicado en 1969, figura un apunte que, aunque breve y puntual, resulta revelador en lo que respecta a la relación de las tortugas (en este caso, marinas) con el agua. El autor afirma que uno de los principales mundos-otros de los nahuas lo constituye el mar. Allí viven los animales marinos y los chanecos de agua, regidos por una autoridad denominada Príncipe Tortuguita. Estos chanecos son seres con aspecto de niños desnudos y cola de pescado, subordinados como ayudantes al Príncipe Tortuguita; por órdenes de esta autoridad proveen la pesca a los humanos; significativamente, «en sus casas acuáticas utilizan a las tortugas como asientos» (García de León 1969: 298). Todo el complejo del mundo acuático gira así en torno a las tortugas. En cuanto a la figura principal, señala el autor:

En Pajapan recogimos un relato sobre un personaje que supuestamente gobierna las mareas del mar, el Príncipe Tortuguita (prínsipo galapatsin). Se dice que una vez vivía en la tierra un muchacho que no se quería casar; sus padres lo obligaron a hacerlo y se casó. El joven no tocaba para nada a su consorte y durante la noche se convertía en una tortuga y salía, para retornar al amanecer. Su mujer le reclamó y el joven –convertido en tortuga– se fue un día sin regresar. La mujer le tenía un gran amor y fue a preguntar el paradero de su esposo a casa de los «más sabios»: el Viento Norte, el Viento Sur y la Brisa.

El relato continúa con distintas peripecias, hasta que la mujer logra llegar a casa de su esposo:

la casa que el Príncipe Tortuguita tiene en «la medianía del mar». Traspuso los siete cerrojos de esa casa y se reunió con su marido; desde entonces ambos tienen la «llave del mar» para controlar las mareas (García de León 1969: 299).

Como se aprecia con claridad, el gobernante del mundo marino se identifica directamente con una tortuga; su poder sobre el agua es evidente en la acción de controlar las mareas y brindar también, por intercesión de los chaneques marinos auxiliares, en cuyas casas los asientos son tortugas, la pesca (¿propiciada a partir de la reproducción del agua?) a los seres humanos. El movimiento y cambio en los niveles del mar, los ciclos rítmicos de las mareas, el aumento y disminución del agua, dependen de este humano transformado por la noche en tortuga y que terminó adoptando de forma permanente esta identidad como deidad controladora del agua.

Nos encontramos, tal vez, ante una variante «marina» del fenómeno de la tortuga como propiciadora del agua (no tan claramente aquí de su creación, pero sí de sus movimientos).

Los huaves de Oaxaca

En la región costera del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, los huaves presentan una actividad ritual en torno a las tortugas de tierra que, llamativamente, se asocia asimismo con la creación de agua. En el municipio de San Mateo del Mar, según refiere Signorini en su investigación: «la aridez extrema del territorio es la causa de que las actividades económicas de los huaves se centren primordialmente en la pesca» (2008). Relacionada con esta actividad existe la mayordomía llamada el «cuerpo de la red», ligada a los pescadores que usan redes grandes. En ella «actúa el grupo de los poh ‘tortuga’ (el nalesheran poh es la tortuga de tierra [Chrysemys scripta]).» En el altar de la casa del mayordomo está, cubierto de flores, el caparazón de una de estas tortugas. Antes del Corpus Christi la tortuga se saca y es llevada a la iglesia, de donde vuelve a salir para «ir en busca de su familia»: papá, mamá, padrino y madrina. Añade el autor:

Durante su recorrido, la tortuga va acompañada por la música, ya que, como decía un informante, «la tortuga está cantando para la lluvia, porque es del agua, siempre quiere agua». Con esta petición, la tortuga resume emblemáticamente las peticiones de todo el mundo animal debido a su naturaleza acuática, o, mejor dicho, por su tropismo al agua: de hecho, los poh aparecen en la temporada de lluvias, mientras que en la temporada seca están en letargo bajo la tierra. Añadía el mismo informante: «¿De dónde sale la tortuga?, ¿no, de donde el agua? ¿Cómo hace el pájaro?, ¿cómo hacen los animales que quieren agua? Por ejemplo, ¿qué hace la rana? Canta. ¿Qué cosa está pidiendo? Está pidiendo el agua, contenta está la rana. ¿Ahorita dónde está cantando la rana? Está cantando bajo la tierra. La tortuga igualmente». (La conversación tuvo lugar en la temporada seca.) […]

Repasemos una vez más las palabras de un informante: «Todo, todo, miles de cruces están en la atarraya. La atarraya es nangah (sagrada). La atarraya sirve para dentro del agua, pura cosa de agua… Atarraya, tortuga y serpiente no están peleando... todo es miembro del agua quiere decir que están mencionando de agua, puro agua» (Signorini 2008: 390-391).

En este caso se trata de una tortuga de tierra la que, empleada por pescadores del Pacífico, representa el animal emblemático capaz de solicitar la lluvia «cantando», como hacen otros seres que piden la lluvia, entre ellos la rana. Una serie de afirmaciones revela cómo las nociones huaves ponen en relación a este reptil con el agua: la tortuga «es del agua, siempre quiere agua». La aparición en la temporada húmeda, después de haber estado enterradas en la estación seca, cuando cantan bajo la tierra pidiendo el agua, se pone en relación con su «naturaleza acuática», con el hecho de atraer lo semejante: la lluvia. Se la define como «pura cosa de agua […], miembro del agua […], puro agua». Entre los pobladores pesqueros del suroeste mexicano, las tortugas terrestres parecieran compartir el estatus de otros seres (la rana, la red atarraya, la serpiente) para convocar el agua. Y no se habla de agua de mar o agua terrestre, sino de lluvia. Al ser de agua, impele hacia sí con el sonido que profiere (el «canto») el agua-lluvia.

Los mayas chontales de Tabasco

Para los mayas chontales de Tabasco, que habitan una geografía inundada caracterizada por una multiplicidad de ecosistemas acuáticos, el mundo del agua está sometido al dominio de una serie de entidades y «dueños» diversificados, subordinados muchas veces a la deidad marina Ix Bolon (Lorente 2018). Entre estos seres dominan los cocodrilos y las tortugas. El cocodrilo es considerado como «el Rey del agua»: se escucha a menudo que aquella poza o canal que posea uno o idealmente una pareja de cocodrilos no se secará ni siquiera en la época de estiaje; la presencia del cocodrilo garantizará la existencia continuada de agua en el lugar. «El lagarto –se dice– es el Rey del Agua, él la conserva y la produce, logra que salga y que el paraje se mantenga siempre inundado». Al vivir allí, y generar relaciones con el ambiente circundante, es decir, al producir un mundo propio –el mundo del cocodrilo–, se concibe que crea en sí misma el agua. Podría entonces en este sentido preguntarse si, para los chontales, el agua no constituye en realidad el mundo del cocodrilo percibido desde fuera (Lorente 2018).

Pero la capacidad de incidir en la reproducción del agua atribuida al cocodrilo se vincula asimismo con su interconexión. Dicen los chontales que los hábitos nocturnos del cocodrilo –su caminar constante en la oscuridad, salvando diques y obstáculos para recorrer largas distancias, desplazándose en una exploración incesante, y dispersándose por el entorno durante las inundaciones–, contribuye a conectar entre sí los distintos cuerpos de agua. El cocodrilo incidiría así en la circulación del agua en la hidrología chontal, propiciando que la totalidad de los ambientes acuáticos, representados por ríos, lagunas y pantanos, integren una suerte de continuum.

De igual manera, el cocodrilo se asocia estrechamente con la lluvia. Los pescadores de Tecoluta cuentan que el grito de este animal, proferido durante la estación seca, anuncia las lluvias. Su quejido distintivo se considera en realidad un «llamado». Los pescadores dicen al respecto: «cuando uno escucha llorar y lamentarse al lagarto, eso es porque ya está pidiendo el agua del cielo». El grito del cocodrilo se asocia con su agencia, con la capacidad de interpelar y traer hacia sí el mismo elemento con el que el animal se encuentra estrechamente asociado: el agua, la lluvia. Se dice que «llora porque quiere que llueva», atrae la lluvia del cielo con su quejido. A menudo se indica que este bufido coincide con la llegada de los vientos y las lluvias vinculadas con el fenómeno del Norte. Entonces el animal, que estaba recluido en los pantanos, comienza a explorar y recorrer el entorno circundante. Así, desde una perspectiva mítica, pidiendo la lluvia con su grito el cocodrilo pone en marcha el ciclo pluvial e hidrológico de la geografía chontal.

Es interesante mencionar que en algunas comunidades donde se capturan cocodrilos los pobladores elaboran para la festividad del Día de Muertos figuras de pan de estos animales para disponerlas como ofrendas en el altar. En Tamulté de las Sabanas las efigies de pan con fisonomía de cocodrilos –enfatizando los ojos, la rugosidad de la piel, las cuatro extremidades y la cola sinuosa– persiguen de manera propiciatoria tanto agasajar a las almas de los difuntos como contribuir a la abundancia y reproducción de dichos reptiles (y de la vida acuática a ellos asociada) en la población; en ocasiones, las figuras de pan representan igualmente tortugas acuáticas, estrechamente asociadas, como se verá a continuación, con la identidad acuática del cocodrilo.

«Ahí donde hay lagartos, hay tortugas también», explican significativamente los chontales. Al cocodrilo se lo concibe como el Dueño y el Señor de las Tortugas. En tanto Rey del Agua, se le atribuye una corte de súbditos identificados con los quelonios. El vínculo, subrayado en los relatos mitológicos, es atestiguado por una conducta en parte observable en la realidad empírica: a menudo es común encontrar tortugas en compañía del cocodrilo. Las tortugas que lo frecuentan son dos: la hicotea, que presenta líneas amarillas reticulares en la cabeza y las extremidades, y el guao, color gris oscuro, que ostenta tres «filos» o protuberancias paralelas en el caparazón. Se dice que las dos gustan de la compañía del reptil y lo obedecen, mientras que el cocodrilo ejerce sobre ellas su protección y cuidado. El cocodrilo presta su lomo a modo de plataforma, y a él trepan las hicoteas con el fin de asolearse; las guao, que pasan gran parte de su vida bajo el agua, buscan refugio bajo las patas y rozan el vientre del cocodrilo con sus caparazones, congregándose bajo la sombra que proyecta, lo que se dice tranquiliza al Rey. Las guao son así el «asiento», el «trono» sobre el que reposa el Rey cocodrilo.

Y al tiempo que dueño de las tortugas, el cocodrilo actúa como «guardián» de los quelonios frente a los pescadores que se propasan en la captura de estos reptiles, atrapándolas en exceso o indiscriminadamente, atacando al transgresor o impartiendo castigos. Sujetas a la tutela de los cocodrilos, éstos, se dice, congregan a las tortugas en los túneles que excavan en las orillas o en el fondo de los pantanos, donde pasan cierto tiempo en letargo durante la estación seca. Estos túneles-vivienda actúan también como despensa: ahí el cocodrilo reúne un contingente de tortugas para disponer de una provisión de alimento permanente con el que sustentarse. Dueño y guardián de las tortugas, éstas constituyen también su sustento.

Vemos así en esta concepción cómo el papel principal de producción y reproducción del agua y de los desplazamientos geográficos de ésta se atribuye al cocodrilo, que la genera y moviliza con sus propias acciones corporales, al tiempo que convoca la lluvia con su grito y propicia con su existencia la vida y desarrollo de los ecosistemas acuáticos, en los que prospera, entre otros seres, un tipo de reptil ahora subordinado: las tortugas.

Conclusiones

Estos ejemplos representativos iluminan una serie de concepciones que, como es posible apreciar, se encuentran ampliamente extendidas entre distintas culturas indígenas del país. Como hemos podido comprobar en nuestra experiencia etnográfica, estas nociones están presentes incluso en regiones o comunidades no indígenas del mundo rural, donde la asociación entre las tortugas y el agua figura muchas veces en la afirmación explícita de que, para evitar que un pozo se seque, es necesario meter una tortuga de agua, que lo cuidará y mantendrá su capacidad acuífera. Ésta conservará el pozo y atraerá, a la vez, el agua.

Como revelan los materiales analizados, la especie de tortuga, o el hecho de tratarse de un animal acuático, terrestre o marino no pareciera en exceso significativo. Lo que se destaca es la identificación del quelonio con el agua; la tortuga y el agua forman una unidad conceptual. Todo el espectro de tortugas pareciera asociarse con el agua, desde los galápagos del centro de México a las tortugas de tierra de las regiones desérticas del norte o la costa, a los reptiles marinos de las costas de Veracruz. En este mismo sentido, un aspecto que debe resaltarse es que lo que las culturas indígenas parecieran encontrar significativo no es el aspecto del animal, su morfología, diseños o conformación corporal, que no es destacado en ninguno de los relatos, sino, antes bien, sus costumbres, su conducta o etología: las acciones, comportamiento o movilidad de las tortugas ante el cambio de las estaciones. No se señala el caparazón (entre los huaves, se identifica, por sinécdoque, con el reptil, pero importa más su «canto», su enterrarse y desenterrarse), el presentar escamas, la coloración o la forma de la cabeza (en Tabasco, por ejemplo, importa más la conducta distintiva que diferencia a las hicoteas de las guao en relación al cuerpo del cocodrilo: subirse al lomo o permanecer bajo su vientre, antes que su conformación física). Lo que se destaca indefectiblemente es la conducta: el enterrarse o emerger de la tierra, el «gritar», o simplemente el estar, el permanecer en un lugar; o el nadar. En suma, cabría decir que el comportamiento de la tortuga se impone por sobre su aspecto o fisonomía en la concepción indígena, y que es precisamente su conducta la que «crea su mundo» –y, «creándolo», produce el agua–.

Unido a esta idea del comportamiento y movimientos de la tortuga se encuentra destacada la dimensión relacional. Los quelonios esgrimen una suerte de agencia de la relacionalidad: estando en un lugar, existiendo, tienen la facultad de crear relaciones y, haciéndolo, generan seres o brindan las condiciones para su existencia. Su relación, su estar, produce agua y, ésta, respondiendo al entorno específico, da lugar a ecosistemas particulares (pozos, jagüeyes, etc.), que desarrollan a su vez formas de vida asociadas que dependen de la existencia de agua y por ello en últimas instancia de las tortugas (algas, plantas, peces, etc.). La tortuga genera y pertenece a un mundo relacional, su existencia manifiesta su facultad generativa mediante el hecho de establecer relaciones en cadena. Siendo un ser, en principio, autónomo, con frecuencia único en los relatos –no se habla de parejas asociadas, de la acción dual de machos y hembras con propósitos genésicos–, su presencia deriva en una serie de creaciones secuenciales, que permiten otras existencias y creaciones asociadas. Constituye una productora del entorno, del agua, de los seres animales y vegetales, desde un único animal «epicéntrico».

Un aspecto interesante desde la perspectiva demiúrgica de la tortuga es su «docilidad», que pareciera mostrar en los distintos contextos indígenas: su agencia es predecible, mansa, un tanto «mecánica», manejable. No parece esgrimir tendencias agresivas ni acciones violentas deliberadas contra su entorno o los pobladores que la circundan, y sólo implica amenazas cuando se la deja o expone demasiado tiempo en un lugar (como en el cuento de San Pedro Jícora en que, abandonada en el desierto, produce un lago y, se intuye, habría desencadenado una inundación). Para generar su acción sólo requiere existir, pero esta existencia debe ser permitida y respetada por los seres humanos. Es curiosa la insistencia en los datos etnográficos acerca de no comer a estos reptiles, en dejarlos prosperar en los cuerpos de agua y no capturarlos. A nivel prescriptivo, se habla de no matar a las tortugas; éstas son cuidadas por el cocodrilo (chontales), mantenidas en los jagüeyes, respetadas en los pozos (pames). Sólo de esta manera la tortuga podrá ejercer su agencia y actuar o simplemente vivir adecuando su conducta al ritmo de las estaciones, nadando en los cuerpos de agua, alimentándose de las plantas que proliferan en los enclaves acuáticos que ella produce y conserva.

En ciertos casos, se intuye que la agencia de la tortuga no es autónoma por completo ni procede de ella misma, sino que deriva de otro tipo de seres de los que depende el quelonio. En Pajapan, ella misma es una deidad que actúa sobre las mareas, el Príncipe Tortuguita, y a quien se le subordinan los chanecos marinos; en Tabasco, es a la vez un súbdito y el alimento del hacedor de agua, el cocodrilo. En otras regiones de México, podría pensarse que es el Dueño o Señor de los Animales quien ejerce su poder y confiere en última instancia su agencia sobre las tortugas. Cuando se examinan las descripciones etnográficas acerca del lugar en el que reside este personaje, o los utensilios de que se sirve en su vida cotidiana, se aprecia que muy a menudo las tortugas están presentes y constituyen distintas categorías de objetos de su vivienda. Entre los zoques de Chiapas, el Dueño de los Animales vive en una cueva y tiene como mesa a una tortuga (Villasana y Reyes 1988: 331), mientras que, para los nahuas y popolucas de Veracruz, el Chaneco es el Dueño de los Animales y las tortugas constituyen sus sillas (Münch 1983: 175). En tales casos, la agencia de las tortugas, lejos de ser autónoma, podría depender seguramente del control o directrices de una entidad mayor que destaca como su poseedor, concebida como Dueño de los Animales.

Cuando el cocodrilo ocupa el papel principal, pareciera asumir en sí las facultades acuígenas esgrimidas por las tortugas, siéndole éstas transferidas al reptil devorador. Entonces el cocodrilo se erige en verdadero dador de agua, de lluvia y de circulación de las corrientes acuáticas. Las tortugas continúan presentes, pero subordinadas a la presencia del cocodrilo, como si, en cierto modo, formasen parte de él, siendo subsumidas como una prolongación del reptil. Llama la atención que sean en ambos casos las mismas conductas aquéllas que parecieran incidir sobre las aguas, un modo común de ejercer la agencia esgrimido por tortugas y cocodrilo que podría resumirse, básicamente, en tres aspectos: existir en un cuerpo de agua, enterrarse y desenterrarse en ciertos momentos del año, y proferir sonidos identificados con un «llanto» o un «canto». Las expresiones vocales de los reptiles (tortugas huaves, cocodrilo chontal), equiparadas en el primer caso con la rana, se asocian con la atracción de la lluvia. Las voces respectivas del cocodrilo y la tortuga, definidas con un sinfín de términos (en Tabasco, el cocodrilo bufa, grita, llora, gime, profiere quejidos; la tortuga canta como la rana), constituyen una manera de manifestar la agencia e inducir conductas o acciones en otros, un modo de incidir sobre un elemento (consustancial) preexistente que es atraído mediante la voz. A partir del sonido emitido por el animal identificado con el agua, es posible movilizar el agua para que se acerque a quien es copartícipe de su naturaleza acuática. La voz de estos reptiles imprime movimiento al agua. Lo que pertenece al agua puede atraer hacia sí otras aguas.

En este sentido, es muy posible que la presencia del cocodrilo revestido de estas atribuciones se halle más extendida culturalmente; aquí destacamos el caso de Tabasco por haberlo documentado en detalle mediante la etnografía. Sin embargo, encontramos también otras referencias en las que el cocodrilo, vinculado con la tortuga, forma parte de este complejo genésico, pero no ya contribuyendo a producir o reproducir el agua, sino los seres vivos a ella asociados (algo que se intuye, también, en lo que respecta a los peces, entre los chontales de Tabasco). Por ejemplo, acerca de los lacandones de Chiapas, señala Marion (2001: 306): «los lacandones aprenden que en el fondo del [río] Usumacinta (Xolda) vive Xoc, el caimán gigante, que contribuye, copulando con una tortuga enorme, a la multiplicación de los peces, batráceos y crustáceos». Por extensión, tortuga y cocodrilo, además de creadores del agua, pueden ser creadores o mantenedores de los animales acuáticos menores: peces, crustáceos, insectos; pero, en estos casos, el cocodrilo pareciera requerir siempre de la presencia de la tortuga.

Y, como señalábamos en relación con la agencia de las tortugas, aunque a veces se menciona que la sola existencia de un cocodrilo produce o contribuye a mantener la presencia del agua, cabría pensar que en ocasiones la agencia del reptil no es autónoma, sino que depende, igualmente, de la figura del Dueño de los Animales, que tiene asimismo a este animal como parte del menaje de su vivienda y sobre él ejerce dominio. Así, los chanecos que habitan el mundo subterráneo de Pajapan a las órdenes del Dueño de los Animales tienen como lanchas o embarcaciones a los grandes cocodrilos (García de León 1969: 292), mientras que Chaneco, el Dueño de los Animales de los nahuas y popolucas del istmo veracruzano, tiene a los cocodrilos como su canoa (Münch 1983: 174). En estos casos, el cocodrilo se subordina al Dueño de los Animales como un objeto precisamente acuático del que éste se sirve para recorrer los enclaves lacustres y fluviales, algo que conduce a preguntarse de quién es en última instancia la agencia ejercida sobre el agua.

Todas estas concepciones plantean la problemática de lo que cabría denominar como una suerte de cosmopolítica de las tortugas (y cocodrilos) inscrita en su relación con los seres humanos. En este sentido, la manipulación de estos animales, la interacción con ellos –bien por el uso cotidiano y común (llevarla en un viaje), bien por vía del ritual, bien como un no-hacer, esto es, no matando a estos reptiles (como prescripción)– es necesaria para los humanos. Cuando se precisa obtener agua, mantener los jagüeyes o solicitar la lluvia, es requerido el vínculo con las tortugas. En todos los casos pareciera desempeñarse a la manera de un ser «pasivo», quedando la responsabilidad de sus acciones depositada en el adecuado trato de co-creación dispensado por los seres humanos. Aunque la tortuga crea el agua simplemente por el hecho de existir, esta existencia debe ser respetada o conducida en cierto modo bajo la autoridad y tutela humana, así sea disponiéndola en su ambiente o en el lugar potencial para el desarrollo de éste. La relación humana con la tortuga está presente en todos los relatos y exégesis indígenas de una u otra forma –no se trata de mitos que refieran simplemente la existencia de este animal al margen del dominio humano–, tal vez porque en numerosas ocasiones el hábitat o influencia de la tortuga se inscribe en el ámbito de los seres humanos y las interacciones entre ambos se plantean como inevitables, o porque, estrictamente hablando, contribuye en muchos casos a generarlo.

La etnografía de distintas culturas indígenas mesoamericanas lleva a considerar la probable extensión y vigencia de estas nociones no únicamente en el presente, sino en una perspectiva histórica más prolongada. Estos datos abren preguntas de análisis tanto para la etnografía actual como para, tal vez, el estudio de ciertos aspectos del pasado precolombino. Por ejemplo, relativas a las ofrendas en las que aparecen estos animales productores de agua: ¿su presencia en ellas se vincula con invocar agua terrestre o la lluvia, o, quizá, por extensión, con propiciar la vida englobante que estos reptiles generan una vez instalados en su medio: la vida animal, vegetal, la creación de entornos acuáticos, la vida humana? ¿De qué maneras precisas despliegan en cada caso las tortugas y los cocodrilos sus facultades y relaciones genésicas? ¿Cómo puede operarse, mediante la intervención humana, el control o la estimulación de su agencia, de sus facultades acuígenas?

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

[1] Destacaremos en este texto la función acuígena de estos dos animales, a partir de nuestros propios registros y otros documentos etnográficos; no abordamos en este artículo a otros animales emparentados con esta función, como las ranas o las serpientes, por ejemplo, de los que existen diferentes alusiones al respecto en Mesoamérica.



Tortugas y cocodrilos. Animales acuígenos –creadores de agua– en Mesoamérica

LORENTE FERNANDEZ, David

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 481.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz