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Cuestión compleja es tratar sobre el mundo judío, y no menos lo es hacerlo sobre su humor. Por ello, y con la intención de simplificar, antes de meternos con la parte más agradable de este trabajo (los ejemplos humorísticos judíos), intentaremos establecer algunos conceptos básicos.
Algunos tipos de humor
Entre los diferentes tipos de humor, nos interesa destacar el humor agresivo, el xenófobo y el antisemita. El humor agresivo tiene como función el ataque a través de las burlas y el ridículo. Por ejemplo, en la Edad Media, «cuando la tribu partía para la guerra, el poeta satírico cabalgaba al frente de los guerreros declamando versos que ridiculizaban al enemigo». Y, en el momento de la victoria, el poeta «tenía derecho a los mismos honores que los héroes que habían utilizado valientemente su sable» (Deusto 1993, 18). Fuera de las contiendas bélicos, en la vida normal, el humor agresivo está presente en las relaciones interpersonales e, incluso, intergrupales (grupos nacionales, políticos, etc.).
Dentro de este humor ofensivo, incluimos el humor xenófobo, nacido de querellas y antipatías entre tribus y grupos sociales, caso recurrente en la historia. El odio o antipatía, normalmente mutuo, entre grupos convivientes o geográficamente cercanos, se ceba en los supuestos defectos del otro (tópicos o prejuicios a veces) o en sus características raciales, religiosas, culturales, ocupacionales, etc.
Por último, el humor antisemita (sería mejor antijudío) se enmarca en el xenófobo. Parece obvio que en Occidente fue decisiva la participación de los judíos (no todos, en realidad) en la muerte de Cristo. Sin embargo, a esta causa habría que agregar, como refuerzo, la envidia, tan humana. Antes de la primera guerra mundial, un congresista antisemita, durante una sesión del Congreso vienés, se refirió a los defectos judíos, a lo que Sigmund Mayer repuso: «No son los defectos de los judíos los que han traído el antisemitismo, sino sus preeminencias [méritos o cualidades]» (Bloch 1931, 155).
En un cuento jasídico (corriente de la religión judía), se comenta el pasaje bíblico de Caín, arquetipo de la envidia, y su reacción cuando Dios rechazó su ofrenda. El rabí Itzjac Meír de Guer (muerto en 1866) lo explica así: «Dios preguntó a Caín: “¿Por qué se ha inmutado tu rostro?” (Génesis 4, 6)». Y el rabino especula: «¿Porque no he aceptado tu ofrenda o porque he aceptado la ofrenda de tu hermano?» (Buber 1983, 176).
Por otra parte, con respecto al complejo problema del antisemitismo (y «aquello que lo provoca, lo nutre o lo exaspera»), deberían agregarse las «torpezas judías», según la expresión de un personaje de Los judíos, de Peirefitte (1966, 368). En esta novela francesa, muy documentada, se alude a ciertas actuaciones que han perjudicado, de alguna forma, las relaciones de la comunidad judía dentro del país galo. De tales torpezas, se mencionan las «artísticas, literarias, psicológicas, administrativas o políticas». Sirva un ejemplo de «torpeza artística»: el pintor judío Marc Chagall, en la cúpula de la ópera de París, representó, en 1964, un palio ceremonial de boda judía (houppa). Y, curiosamente, un personaje judío de la citada novela se pregunta: «¿La Ópera de París es [acaso] la de Tel Aviv? ¿Había antes [en esa cúpula] una custodia, un crucifijo…?».
El antisemitismo parece una forma de cainismo. Al respecto podría resultar significativa esta observación de un personaje de Los Judíos, de Peyrefitte (1966, 479): «Según algunos, los jesuitas habían provocado el asunto Dreyfus para apartar a los judíos de los grandes concursos [de oposición] del Estado, en los que derrotaban a sus alumnos». Y continúa un poco más adelante: «Creía [yo] que la idea, aviesamente difundida, de la superioridad intelectual judía era una de las causas sutiles del antisemitismo, y que, si los judíos fuesen realmente muy inteligentes, procurarían no acreditarlo [no divulgarlo]». Quien buen cavayo [caballo] tiene, a pie camina, refrán sefardí que aconseja «no hacer ostentación de la propia fortuna» (Saporta y Beja 1978, 39); o de la propia inteligencia, la mayor fortuna.
El antisemitismo se manifestó no solo en ataques verbales y difamaciones, sino en conductas tan violentas como los pogromos y agresiones de diverso tipo (no aludiremos aquí al Holocausto). Como muestra de desprecio individual, sirva esta anécdota anterior a la primera guerra mundial en la Galitzia (actual Ucrania). «Un cosaco encontró a un pobre judío que venía a caballo y, después de apalearlo, le robó la bestia». Al día siguiente, alardeó ante su jefe de su «hazaña», y el jefe, «un hombre honrado», mandó formar a los cosacos y comparecer al judío para confirmar la identificación del cosaco. El cosaco, al principio, dice que el caballo «se lo había encontrado», y el judío arguye que él iba montando; finalmente, el cosaco lo acepta: «Es verdad. Me encontré las dos cosas; pero como el judío no me servía para nada, me quedé solamente con el caballo». El oficial abofeteó al cosaco y entregó el caballo a su dueño (Bloch 1931, 122).
Saporta y Beja (1978, 92) ilustra así el origen de la expresión la gatada no estaba escrita. «Se cuenta que un judío quiso salir de la judería [gueto]», y sus familiares y amigos intentaron disuadirle «enumerándole una larga lista de afrentas, agravios y calamidades con las que, con toda seguridad, iba a ser tratado [afuera]». El judío anotó todas esas conductas antisemitas en un cuaderno y salió del barrio. «En efecto, no se hicieron esperar las ofensas que le adelantaron: insultos, atropellos morales y físicos…; incluso le tiraron un gato muerto. Ante esto, el judío abrió su cuaderno y dijo simplemente: “La gatada no estaba escrita”»[1].
El humor judío
Por otro lado, el humor judío, en el que se centra nuestro trabajo, tiene básicamente dos fines o funciones: la defensiva y la social.
El humor defensivo (instrumento de la resiliencia o subsistencia) está motivado por el hecho de que la mayoría del pueblo hebreo vive en contextos geográficos ajenos y generalmente hostiles, donde suelen encontrarse en inferioridad de condiciones numéricas, legales, etc. Por ello, a veces tiene que reírse de sí mismo para soportar las tensiones y agresiones que tales circunstancias favorecen. Se trata, pues, de la forma como el grupo y el individuo neutralizan sus ansiedades: «Reírnos de las cosas que nos asustan las vuelven menos amenazadoras» (Deusto 1993, 15). Wagenstein reconoce que, gracias a los chistes y humor judíos, «en los momentos más trágicos de su existencia, su tribu [la tribu judía] convirtió la risa en una coraza protectora, en una fuente de ánimo y confianza» (Wagenstein 2015, 9).
Además, como en todo grupo o nación, hay un humor para consumo interno, en el que se critican situaciones y vicios comunes. Y ahí tenemos la función social del humor: «Criticar la realidad y presentar sus aspectos ridículos para mejorarla» (Deusto 1993, 15). Hay, pues, chistes judíos que critican las conductas de ellos mismos.
Sin embargo, los defectos del judío no parecen especialmente diferentes a los de otros pueblos o sociedades. Por ello, el humorista italo-sefardí Moni Ovadi, con sus chistes y espectáculos, intenta «deconstruir todos los lugares comunes acerca del pueblo hebreo [incluidos los de su inteligencia], contraponiéndoles una visión forjada en la cotidianidad y el sentido común» (Vilella 2003, 52). Y es que, algunas culturas han tomado a los judíos como chivos expiatorios y objeto preferente de ataques por defectos no exclusivos de ningún pueblo. En ello, intervienen los prejuicios, tan cómodos, además de interesados.
Sin embargo, parte del humor judío no está tan lejos de otros tipos de humor. Como veremos a lo largo del artículo, existen claras relaciones con el humor oriental. Y, con respecto al humor judío en la cultura española, tema muy alejado de este trabajo, únicamente queremos apuntar su importante influjo en nuestra literatura bufonesca. Según Álvarez Barrientos y Rodríguez de León (1997, 172), en el siglo xv, destacaron los «poetas locos» (así llamados por Márquez Villanueva), «a cuya condición se unía muchas veces su origen judío». Entre ellos, se encuentran Alfonso Álvarez de Villasandino, Juan Alfonso de Baena, Antón de Montoro o Francesillo de Zúñiga.
El humor y los chistes que comentaremos
Los autores que citamos en nuestro artículo serán exclusivamente judíos (límite impuesto por la dificultad y extensión del tema). Por otra parte, veremos tres tipos de materiales: anécdotas con base real, chistes de tradición oral (de los graciosos o locos populares) y algunos materiales de creación propiamente literaria.
Para las anécdotas con base real, consultamos la obra de Chajim Bloch (1881-Nueva York 1973), judío asquenazi (centroeuropeo), rabino y publicista jasídico y cabalístico, que recopiló y estudió el humor judío, entre otras obras, en El pueblo judío a través de la anécdota. Historias serias y jocosas de devotos, sabios, artistas, bufones, pícaros fanfarrones, pordioseros, ricos, creyentes, librepensadores, neófitos y antisemitas (Berlin, 1931). También reproduciremos algunos de los Cuentos jasídicos (1939), recopilados por el filósofo y escritor Martin Buber (Viena 1878-Jesrusalén 1965), y protagonizados casi exclusivamente por rabinos y seguidores de la rama jasídica del judaísmo.
Para el humor de creación propiamente literaria, acudimos a obras, más modernas, del escritor búlgaro sefardí (de origen español) Ángel Wagenstein (Plodvid, Bulgaria 1922-20…), autor un tanto tardío, que publicó una trilogía novelesca de temática judía, aunque nos centraremos, especialmente, en El Pentateuco de Isaac. Sobre la vida de Isaac Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias (2015).
Sin embargo, la vena popular, también está presente en la obra de Wagenstein, con chistes o anécdotas protagonizadas por el gracioso Mendel, entre otros; al igual que aparecen «bufones, pícaros, fanfarrones…» en la antología de Bloch, que ya había estudiado, en otras obras, a graciosos o bufones populares como a Chojsek o, especialmente, a Herch Ostropoler (el Till Eulenspiegel judío del siglo xviii).
Sin embargo, los tontos, bufones o gracioso populares judíos deben enmarcar en el contexto más amplio de la tradición mediterránea y oriental. Estas conexiones o influencias aparecen, por ejemplo, en los cuentos del popular gracioso marroquí Yehá o Yohá. Y aquí tenemos la única fuente no judía que utilizaremos: los Cuentos de Yehá (1950), recopilados por Tomás García Figueras (1892-1981), militar español, escritor e investigador africanista.
García Figueras comenzó su libro con el objetivo de recopilar solo narraciones populares marroquíes, pero vio que «los rasgos de Yehá pertenecen a todo el pueblo musulmán, y sus anécdotas son reídas y celebradas en Turquía, Egipto [donde se le denomina Gohá o a chej Nasareddin Yehá er Rumi], Túnez, Argelia, Marruecos…» (García Figueras 1950, XIII). Por ello, en sus Cuentos de Yehá incluirá narraciones procedentes de tales países[2]. Yehá es, en realidad, un personaje popular mediterráneo, además de oriental, con el que tiene cierta relación el humor judío[3].
Algunos cuentos y chistes, tanto judíos como de Yehá, podrán contrastarse con refranes o expresiones sefardíes, que seleccionaremos de las obras de Michael Molho y Enrique Saporta y Beja. Tales refranes, escritos en judeoespañol (variante del español medieval, enriquecido con léxico procedente del hebreo, el turco, el eslavo, etc.), no se atienen a la ortografía académica[4], lo que ya habrá sorprendido a nuestro lector en las páginas anteriores. Además, los refranes sefardíes pueden tener interpretaciones que no se corresponden con las que haríamos los españoles, por ejemplo.
La forma del humor y los chistes
En cuanto a los chistes y anécdotas estudiados aquí, para que nuestro artículo no resulte interminable, solo reproduciremos literalmente la parte sustancial (lógicamente, entre comillas), mientras que el resto lo resumiremos. Además, como todas las obras que estudiamos son traducciones, y el humor suele estar determinado por su forma lingüística, veremos que, en ocasiones, el texto se resiente por una traducción poco acertada. Normalmente, entre corchetes, añadiremos alguna información o sinónimo para facilitar la lectura.
Sobre la importancia de la forma en citas, por ejemplo, tenemos un caso reciente. Según recogió la prensa española, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, «consiguió oscurecer el miércoles [9 de junio de 2021] la breve visita a Buenos Aires del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez»; y ello, «con una frase sacada de una canción de Litto Nebbia que atribuyó erróneamente a Octavio Paz». En realidad, el problema no era tanto esa atribución como el haber variado su forma lingüística, así como su inoportunidad, ofensiva para otros hispanoamericanos, por lo que se tituló la noticia «Una sola frase que irrita a todo un continente [el americano]». La frase de Fernández fue esta: «Los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos. Eran barcos que venían de Europa».
Sin embargo, la versión auténtica del dicho es «Los mexicanos descienden de los aztecas; los peruanos, de los incas, y los argentinos, de los barcos» (González 2021, 8). Por tanto, el problema formal de la cita consistió en sustituir el verbo descender por salir y llegar.
A lo anterior debe añadirse que el concepto y la práctica social del humor judío (aquello que se considera ingenioso, y a lo que se reacciona socialmente con la risa y la conformidad) no siempre coincide con los nuestros. Por ello, hemos seleccionado aquellos chistes y anécdotas más asequibles a un lector español; en otros casos, el ingenio judío exigirá un esfuerzo de adaptación o flexibilidad mental, lo que quizás mengüe el placer que suele producir la comprensión autónoma del chiste (ya se sabe: el chiste explicado suele decepcionar, al contrario del que se comprende sin ayuda externa).
Humor y caracterización negativa del judío
Un personaje de Los Judíos, de Peyrefitte (1966, 415) observa: «Creo haber llegado a una conclusión que se aleja de los lugares comunes. No es serio pretender que no se quiere a los judíos [el antisemitismo] porque tienen tales o cuales defectos, porque son defectos que comparten todos los hombres». Sin concretar más, pasamos al sugerente refrán que un muchacho judío apunta: «Quien quiere ahogar a su perro dice que está rabioso» (Peyrefitte 1966, 365).
Allá por los años treinta, según Chajim Bloch, se caracterizaba a los judíos como «ladrones, avaros, embusteros, estafadores y altaneros» (Bloch 1931, 23). Pues bien, partiendo de tal caracterización, nuestro trabajo se acercará al humor referido a estos cuatro apartados: relaciones del judío con la verdad y la mentira; su trato con el dinero y, finalmente, las relaciones de la mentira y el dinero con la familia y con la religión judías.
1. Humor sobre la verdad y la mentira
Según Menájem Mendel (rabí de Kotz, muerto en 1859), «todo en el mundo puede ser imitado excepto la verdad. Porque la verdad que es imitada deja de ser verdad» (Buber 1983, 146). Y es que, desgraciadamente, según Wagenstein (2016, 183), «la verdad es, muy a menudo, la parte menos convincente del enigma llamado vida». Además, con más frecuencia de la deseada, la verdad –o realidad– no responde a nuestros intereses, o se opone claramente a ellos; de ahí, los muy frecuentes intentos de amoldarla y manipularla, de la forma más conveniente, mediante la palabra, la acción o en ambas. Con ello, se entra en el terreno de la mentira.
Por otra parte, siendo la verdad única, incontables son los ojos que creen verla, e incalculables, las posibles imitaciones o manipulaciones. Vedrá para ti, mintira para mí (verdad para ti, mentira para mí): «es muy difícil lograr que todos tengan la misma opinión» (Saporta y Beja 1978, 193). Además, hay que contar con «la deformación que sufren los acontecimientos cuando estos pasan de boca en boca»: De mano en mano, crece un palmo (Saporta y Beja 1978, 122). Vamos a ver algunas de tales posibilidades en clave de humor.
1.1. Falsedades: calumnias y mentiras
La luenga no tiene hueso, pero acrevanta huesos (La lengua no tiene hueso, pero quebranta huesos) (Saporta y Beja 1978, 115); tal puede ser su poder destructor a través de mentiras y calumnias; y ambas se han cebado con el pueblo hebreo, al igual que con otras minorías.
Sin embargo, la mintira no tiene piezes (La mentira no tiene pies), y La mintira tiene patchá curta (tiene pierna corta): «no llega lejos, porque la verdad aparece pronto» (Saporta y Beja 1978, 128). En efecto: los defectos reales pueden objetivamente comprobarse y son difíciles de negar; diferente suele ser el caso de la calumnia. Por ello, decía el rabino y diputado Josef S. Bloch (1850-1923): «Es, en verdad, una merced que Dios nos hace con que nuestros enemigos vengan, de generación en generación, atribuyéndonos toda clase de maldades y defectos por lo que nos vemos obligados a levantar valientemente la voz contra esas calumnias» (Bloch 1931, 143). Y razonaba con cierta ironía: «Peor sería, sin embargo, que nuestros enemigos conocieran nuestros verdaderos vicios, las “ventajas” que nos hemos apropiado al cabo de una vida milenaria entre numerosos pueblos del mundo». Y lo justifica: «¿Cómo podríamos negar, entonces, esos vicios si arrastramos con nosotros los de las edades de la Historia de los pueblos de Oriente y Occidente?». Y concluye: «Sí, es una suerte para nosotros el que nuestros enemigos no[s] calumnien» (Bloch 1931, 143-144).
De todas formas, ni las calumnias ni las habladurías son deseables: Más vale cayer [caer] en un río furiento [furioso] que en la boca de la gente. Por tanto, no se deben dar pretextos, «porque uno puede salvarse de las aguas, pero difícilmente, de las habladuría y calumnias de los demás» (Saporta y Beja 1978, 41). Además, «las murmuraciones siempre dejan huella»: El río pasa, la arena queda (Saporta y Beja 1978, 172).
Ante una falsedad, se podría reaccionar no negándola, sino entrando en el juego y refutándola (falsedad aceptada y rebatida). El general de los jesuitas de Praga recriminaba al rabino Jonathan Eibenschutz (1690-1764): «Vosotros, judíos, nos sois hostiles hasta el punto de rezar diariamente a Dios una acción de gracias por no haberos hecho nacer cristianos». Y «sonriendo» arguyó el rabino: «También nosotros bendecimos al Señor por no haber nacido mujeres. Pero nuestro deber es amarlas y honrarlas». Sin embargo, el jesuita no era riguroso en su acusación, pues, como se aclara en una nota, tal oración dice: «Alabado sea, etc., el que me ha hecho nacer israelita» (Bloch 1931, 261). Por tanto, el rabino admitió la falsedad, y el razonamiento se desarrolló en esa dirección, y no en otra posible.
En un cuento jasídico, sorprende la reacción ante una calumnia individual. «Un hombre trató de que los jasidim [adeptos] del rabí Itzyac de Vorki [muerto en 1858] se rebelaran contra su maestro, difundiendo toda suerte de calumnias sobre él». Ante este hecho, el mismo rabino llamó al calumniador en privado y le dijo: «Necio, ¿por qué propalas falsedades y te expones a ser llamado mentiroso? Deja que te cuente todo lo que hay de malo en mí. Entonces, podrás irte y proclamarlo ante el mundo, y ninguna controversia te pondrá en ridículo [por mentiroso]» (Buber 1983, 156).
1.2. Mentiras defensivas
¿Quieres pasar bien con tu vizina? La vedrá farla mentira (la verdad hazla mentira), porque, «para conservar amistades, a veces es conveniente disfrazar la verdad» (Saporta y Beja 1978, 154). Es más: se puede actuar de forma mentirosa (palabra, acción o ambas) como autodefensa en situaciones arriesgadas. Este es un judío polaco que viaja en un mismo compartimento del tren que un oficial que va rematadamente borracho. El judío se siente mal, tiene náuseas y «pone perdido al oficial». «Mas, lejos de apurarse, se inclinó sobre él, le limpió cuidadosamente la cara con un pañuelo», con lo que el oficial se despierta, y el judío le pregunta: «¿Está usted ya mejor?» (Bloch 1931, 138-139).
Quien se atreve a arrovar, se atreve a giurar (Quien se atreve a robar se atreve a jurar), pues «quien hace una cosa reprobable se ve obligado a mentir para encubrir su mala acción» (Saporta y Beja 1978, 14). Este es Yehá, que un día fue a una aldehuela para robar un gallo. Y éste empezó a alborotar de tal manera que despertó a su dueño y, al ver a Yehá con el gallo agarrado, le preguntó qué estaba haciendo. Yehá respondió «inocentemente»: «Ya lo ves: enseño a cantar a tu gallo» (García Figueras 1950, 136-137). «Así vivan tus pulgas», que diría un sefardí, para darle a entender que no se lo cree (Saporta y Beja 1978, 24).
También los gestos pueden mentir (comunicación no verbal). Un caso de disimulo (Wagenstein 2015, 184), protagonizado por el gracioso Mendel:
–Ayer en el tranvía entró un revisor. ¿Te puedes imaginar?, me miró como si yo no llevara billete.
–¿Y tú qué hiciste?
–Pues lo miré como si lo tuviera.
Por otro lado, una mentira puede provocar otra, perjudicial para quien mintió primero. Se podría esquematizar así: Mentira de A: Mentira de B: Perjuicio de A.
El médico berlinés Markus Herz (1747-1808) cobraba por la primera visita cinco marcos, y dos, por las siguientes. Un día, se presenta un avaro enfermo a su consulta por primera vez: «Aquí me tenéis otra vez». El médico advierte el engaño: «Veo que mi receta le ha sentado a usted admirablemente; está muy mejorado. Siga con ella» (Bloch 1931, 129).
Yehá, que es juez, recibe a un demandante contra un leñador que ha cortado tres quintales de leña. Y es que, cada vez que el leñador levantaba el hacha y asestaba el golpe, el demandante le animaba gritando «ib, ib». Sin embargo, cuando el leñador cobró, no le quiso dar nada «en recompensa por la ayuda prestada». El leñador arguye: «Señor, yo he cortado la leña mientras él se divertía [burlándose] de mí». Yehá le pide la bolsa del dinero y se pone a contarlo «levantando la mano para que, al caer el dinero sonara [cada moneda]». Luego, le entregó el dinero al leñador, y le dijo al demandante: «A ti te pertenece percibir el ruido que hace el metal [así que quédate con él]» (García Figueras 1950, 208-209).
1.3. La parte menos importante por el todo
Quien se esconde detrás del dedo, se le ve el puerpo [cuerpo] entero, se dice «del que, queriendo ocultar lo nimio, descubre lo más importante» (Saporta y Beja 1978, 73). También el humor nos presenta a quien pretende que la parte menos importante de la verdad tape la parte realmente transcendental. Este es un vicioso del juego, que está dilapidando la dote de su matrimonio. Una noche, cuando regresa de una partida desastrosa, su mujer no quiere abrirle la puerta. Sin embargo, él le dice que ha tenido suerte, «una revancha»; y ella, muy contenta, le abre rápidamente la puerta. La mujer se sorprende al ver que viene sin reloj, sin cadena ni abrigo. «Oye, nenita; ¿tú te acuerdas de cuánto le costó a tu padre el reloj con la cadena?». «Claro que me acuerdo: ochenta florines». «Pues, mira, por el reloj y la cadena me dieron esta noche, en la casa de juegos, fichas por valor de doscientos» (Bloch 1931, 63).
Como forma de autoengaño, también uno puede valorar la parte menos importante. Este es Yehá, que tenía su casa invadida por insectos y animales molestos: «Había piojos en la estera, chinches en los colchones y ratones en los agujeros». Y sucedió que, un día, la casa se quemó: «He tenido mucha suerte: heme aquí desembarazado, al fin, de pulgas, ratones, chinches y cucarachas…» (García Figueras 1950, 128). La expresión sefardí quemar la casa para escapar de las chinches significa «por evitar un daño, causar otro mayor» (Saporta y Beja 1978, 42).
1.4. Aprovechamiento de la polisemia
La ambigüedad de una situación (en realidad, de casi todas) hace posible varias interpretaciones y manipulaciones; y la diversidad de significados de una palabra o frase (polisemia) puede servir para salir de una situación comprometida. «Reinando Federico Guillermo, estalló una vez un motín en Berlín. El pueblo, que se había reunido frente al Palacio Real, gritaba. “¡No necesitamos rey! ¡No necesitamos rey!”». Entre la multitud destacaba un joven judío, que es arrestado y llevado ante el mismo rey: «¿Cómo es eso, golfo? ¿No necesitas tú rey?». «No, no necesito ninguno, porque ya lo tenemos» (Bloch 1931, 168-169).
Un día, su padre mandan a Yehá a comprar «una cabeza de cordero», pero Yehá le traerá «un cráneo» simplemente (García Figueroa, 1950, 4). Yehá compró efectivamente una cabeza de cordero, pero por el camino le entró hambre y se comió todo lo comestible, dejando el cráneo como hueso tchupado de boda de prove [pobre], que diría un sefardí (Saporta y Beja 1978, 105). Cuando llegó a casa, se justificará con mentiras ante a su enfurecido padre:
–¿Qué es esto, mal hijo?
–Es una cabeza de cordero –le respondió Yehá.
–Malvado –dijo el padre–, ¿[y] dónde están las orejas?
–Era sordo.
–¿Y sus ojos?
–Era ciego.
–¿Dónde está su lengua?
–Era mudo.
–¿Y la piel del cráneo?
–Era tiñoso.
1.5. Verdad interpretada como mentira
Curiosamente, puede suceder que una verdad sea vista o juzgada como mentira. El rabino mayor Jonathan Eibenschutz (1690-1764) tenía gran amistad con el obispo de Praga. Un día, se encuentran por la calle, y el obispo le pregunta a dónde va. El rabino, que «iba profundamente abstraído en un difícil pasaje del Talmud, contestó distraído: “No lo sé, excelencia”». El obispo se enfureció y lo mandó apresar. Ya de noche, hace que le traigan a su presencia:
–¿Cómo has podido –le dijo– tratar a tu protector con tanta insolencia? ¿No sabes que con la cabeza suprema de la religión oficial no deben gastarse bromas?
–Líbreme Dios de tal cosa; no me atrevería nunca a gastar bromas con mi protector el poderoso obispo. Pero mi respuesta era verdadera, porque [según el Talmud] un hombre no sabe nunca adónde le llevan los pies; y, si no, aquí tenéis el caso: yo quería ir a la sinagoga y me llevaron a la cárcel (Bloch 1931, 78).
Un caso similar, lo titula Bloch (1931, 226-227) «Interpretación torcida», y va de un judío que encuentra a un conocido en el tren y le pregunta a dónde va:
–A Lemberg.
–¿Para qué?
–A comprar ganado.
–¡Valiente embustero estás hecho!
–¿Por qué me insultas así? ¿Te he faltado yo acaso?
–Claro que me has faltado; me dices que vas a Lemberg a comprar ganado para que yo me crea que vas a Cracovia a por paño. Pero yo sé muy bien que adónde vas es a Lemberg a comprar grano. Conque dime si es o no un embuste.
Al mintirozo no lo creen mismo si dice la vedrá (Al mentiroso no lo creen ni incluso cuando dice la vedad) (Saporta y Beja 1978. 128). Por ahí deben de ir otros refranes sefardíes como La mijor mintira es de dizir la verdad (Molho 1950, 321); o La mijor mintira: la vedrá (Saporta y Beja 1978, 128).
También la verdad podría interpretarse como una broma. Yehá está vendiendo, en el mercado, una madeja de seda hilada por su mujer, y unos compradores «de poca conciencia» le ofrecen un precio ridículo. Por ello, Yehá piensa vengarse: «Ya que ellos tratan de obrar de tal modo, yo sabré engañarlos». Entonces, coge la cabeza de un camello y enrolla en ella seda formando una gran madeja y la lleva al mercado. Vienen los mismos compradores con otra oferta ridícula, que Yehá acepta. Sin embargo, ellos desconfían (es un chollo escandaloso): «¿Esta seda la ha hilado vuestra familia o personas extrañas? Temo que en su interior haya alguna otra cosa». «En su interior hay una cabeza de camello», le contestó Yehá con seguridad, lo que tomaron como una broma, y se fueron con su compra (García Figueras 1950, 103-104).
1.6. Verdades que acaban en mentira
Una verdad expresada en el pasado se convierte posteriormente en mentira al variar las circunstancias. La anécdota titulada «La mentira» (Bloch 1931, 231), está protagonizada por el rabino Pinchas de Koretzs (muerto en 1816), «jefe de los rabinos ortodoxos [que] amaba la verdad sobre todas las cosas», lo que le dio gran fama. Este rabino estaba haciendo una colecta, de casa en casa, para socorrer a un judío que se había arruinado. Y al primero que visitó fue a un Mitnaged (un enemigo de los judíos ortodoxos). Este, sin embargo, le recibió cortésmente y le preguntó la cantidad total que necesitaba para remediar al arruinado y, una vez enterado, le propuso: «Voy a dártela enseguida [esa cantidad]. Pero antes tienes que soltar una mentira». El rabino aceptó: «Conforme, pero antes tienes que darme el dinero». Y, tras recibirlo, dijo el rabino:
–Hoy he faltado a la verdad.
El rostro del rico se iluminó de alegría:
–Ya sé que de tu boca no ha salido jamás una mentira hasta ahora; por eso, me gustaría saber en qué has mentido hoy.
–Pues es muy sencillo –le explicó el rabino–. Hoy he dicho que tendría que ver a muchos antes de [lograr] juntar este socorro [monetario], y no es cierto, porque, sólo con verte a ti, lo he logrado.
Según la traducción, el rabino «tan solo una vez en su vida tuvo que mentir»; sin embargo, a la vista de la narración, nos parece que sería más exacto «tan solo una vez en su vida “mintió”, y a posteriori».
Otro caso en que también la verdad inicial se convierte en mentira al cambiar las circunstancias. Este es Yehá, que es deficiente mental, y que está harto de que el muecín le despierte temprano cuando llama a la oración desde la mezquita cercana. Por ello, un día le cortar la cabeza y la tira a un pozo. Cuando lo acusan de la desaparición del muecín, lo acepta (es «un pobre de espíritu») y confiesa que tiró su cabeza al pozo (sin embargo, en previsión de que Yehá lo descubriera todo, su madre había sustituido la cabeza del muecín por otra de carnero). Cuando bajó Yehá al fondo del pozo para devolver la cabeza a los hijos del muecín, encontró la del carnero, y gritó: «Vedla, ya la tengo. Vuestro padre tenía cuernos, ¿verdad?». «Los asistentes contuvieron una explosión de risa», y la madre les explicó que Yehá había matado un carnero esa mañana, aunque decía haber matado al muecín. Y todos se marcharon comentando que Yehá era un bahloul (pobre de espíritu): «un poco más y ellos besarían su chilaba» (García Figueras 1950, 240-241).
Incluso se puede desear que la verdad se convierta en mentira si ello resulta en provecho propio. Yehá, que se encuentra hambriento, pasa al lado de unos que están comiendo y les dice: «¡Que la salud sea sobre vosotros, oh, avaros!». Ellos protestan por tal calificativo, y Yehá repone: «Oh, Dios mío, haced que ellos no mientan, ¡que sea yo el que haya mentido…!» (García Figueras 1950, 195).
1.7. Decir lo contrario por eficacia
A veces se sustituye la verdad por su contrario como forma de obtener los resultados que produciría propiamente la verdad. Estas narraciones están asociadas a la paradoja, que, según Estébanez Calderón (2000, 386), consiste en la «oposición y armonización de conceptos aparentemente contradictorios», donde «lo que, a primera vista, parecía un mensaje absurdo termina revelando una idea razonable o una profunda verdad».
La anécdota titulada «Paradoja» (Bloch 1931, 33-34) está protagonizada por el peletero Simson Hibner (de Kolomia, Ucrania), «dotado de raro ingenio», y cuyas «ocurrencias y agudezas mordaces y contundentes han llegado hasta hoy, y aún se dice “gracioso como Hibner”». Este peletero tenía una extraña forma de actuar: «Siempre que concertaba un buen negocio, al volver a su casa mostraba en público una cara muy seria y disgustada, y por la noche su casa permanecía a oscuras»; pero, si fracasaba, «mandaba encender todas las luces en su casa y ponía una cara muy alegre». Un día, le descubre el secreto a un amigo: «Tú sabes que, en el fondo, los hombres son malos y envidiosos: yo también tengo envidiosos y enemigos». Y esto le motivaba a actuar de forma tan original: «Cuando hago un buen negocio, mando apagar todas las luces, pues me digo: “Ya que soy dichoso y feliz, que lo sean también mis amigos [envidiosos] creyendo que me he arruinado”». Y lo contrario: «Cuando me va mal, y se me llena el corazón de amargura, digo que enciendan bien toda la casa, para que crean que he ganado mucho y sientan una profunda congoja» (Bloch 1931, 34). Esquematizamos:
Buen negocio: alegría de Hibner // Luces apagadas: alegría de envidiosos
Mal negocio: tristeza de Hibner // Luces encendidas: tristeza de envidiosos
Esto podría enlazar con el cuento jasídico donde un rabí afirma: «Nunca pude regocijarme por mi buena fortuna, al pensar en la desdicha ajena» (Bruner 1983, 157). En nuestro caso, sería la desdicha de los envidiosos.
Yehá se va a casar y encarga a un carpintero que le construya su casa, pero al revés: «que lo que tuviera que hacer en el suelo lo hiciera en el techo, y viceversa». El carpintero le pregunta el motivo de tal extraño encargo, y Yehá contesta: «Dicen que el hombre, cuando se casa, cambia la casa de arriba abajo; y, como yo me voy a casar muy pronto, haciéndola ahora al revés, cuando me case tomará su posición natural» (García Figueras 1950, 116).
Sin embargo, el decir lo contrario no siempre garantiza el resultado pretendido. De niño, Yehá hacía siempre lo contario de lo que le ordenaban; por ello, su padre siempre le mandaba lo contrario de lo que quería conseguir. Yehá viene del molino en un burro cargado con un saco de harina y, al pasar por un vado, el saco se inclina a un lado con el peligro de que caerse al río. Su padre, que lo ve desde lejos, le dice: «El saco no se ha inclinado hacia esa parte, ni hay peligro de que se caiga al río. No te preocupes de él». Pero Yehá contestó: «Padre mío, mucho tiempo he estado haciendo lo contrario de lo que me indicabas, pero ahora voy a obedecerte en todo lo que me dices». Así que dejó caerse al saco cargado de harina y se lo llevó la corriente (García Figueras 1950, 3-4).
1.8. La verdad como mejor solución
A fuerza de obviar o burlar la realidad, la solución de aceptarla sencillamente queda descartada, aunque esto sería lo más sencillo y conveniente. El refrán La mijor elocuencia: la vedrá «aconseja decir siempre la verdad» (Saporta y Beja 1978. 69).
Este es Chajim, que se encuentra con Jacob y le pide consejo sobre un problema que le preocupa. El caso es que tiene un hijo de nueve años, pero que todavía no lo ha registrado, lo que ya debe hacer, aunque no sabe qué edad declararle: «Si le quito años, tardará más tiempo en sentar plaza [establecerse]; y si llega a ser soldado, lo que Dios no permita, me lo devolverán algo más viejo. Y si, por el contrario, le pongo años [de más] será entonces demasiado joven para poderse alistar…». Jacob le dice: «Yo creo que lo mejor sería que declarases la verdadera edad del chico». Y Chajim, aliviado, exclama: «Toma, pues es verdad; no había caído en ello» (Bloch 1931, 243).
El que de la vedrá se ayuda, Dió lo ayuda (A quien de la verdad se ayuda, Dios le ayuda), pues «quien dice las cosas tales y como son –la verdad, llana y claramente– nada ni a nadie ha de temer, pues ésta siempre triunfa» (Saporta y Beja 1978, 193).
2. Humor y relaciones con el dinero
El dinero suele invadirlo todo y es objetivo preferente del humano: Que muela el muelino, sea sevada, sea trigo, porque «lo que se hace importa poco; el objetivo es medrar» (Saporta y Beja 1978, 131). Vamos, pues, a centrarnos en las formas de adquirir el dinero (negocios y ganancias), las formas de retenerlo y algunos de sus efectos o consecuencias.
2.1. Negocios y ganancias
Entre los rituales sefardíes, existe un canto de transición entre el sábado (día de descanso) y los días laborales; y este canto en judeo-español de Salónica, entre otras súplicas, contiene esta: «¡Ah!, Dió[s], avre tus cieros [cielos], y damos [danos] muchos dineros,/ que siempre de ti espero, que eres santo y fiel». Además, el ama de casa solía formular este deseo a su familia: «Buena semana,/ feliz, bien estrenada,/ de paz, de salud y de ganancia» (Molho 1950, 215 y 216).
Sin embargo, se recomienda el trabajo porque El Dió no da moneda, ma faze modos y manera (Dios no da dinero, pero da el juicio y las ideas para que uno consiga lo que desea o necesita), que «quiere decir que no basta la ayuda de Dios, hay que poner de nuestra parte» (Saporta y Beja 1978, 65).
Es cierto que hay judíos negociantes y que les gustan las ganancias (¿y a quién no?); pero ni todos los negociantes son judíos, ni todos los judíos son Rothschild. «Puede que haya sido así en tiempos de los fenicios; pero, en la actualidad, cualquier comerciante de medio pelo de Armenia, Siria o Grecia es capaz de comprar a un judío y revenderlo tres veces sin que este siquiera se entere», ironiza Wagenstein (2015, 127). Además, hay otros muchos campos en los que los judíos han destacado mundialmente: ciencia, música, literatura, medicina, etc. Sin embargo, el tópico se ha centrado en el judío negociante o banqueros.
Según los materiales de que disponemos, trataremos negocios y estafas tanto fallidos como exitosos.
A) Negocios fallidos y negocios exitosos
El dinero y el negocio no siempre se avienen con algunas costumbres piadosas. Este es un judío muy devoto que va por ferias y mercados con su pequeño puesto. «Como sus beneficios no eran muy pingües, cuando llegaba un comprador, se volvía de espaldas a él unos minutos y daba gracias a Dios por haberle traído a su tienda. Pero, no bien se disponía a atenderlo, cuando ya el otro se había marchado» (Bloch 1931, 85-86). El mismo Molho (1950, 158) se refiere a la costumbre de algunos tenderos sefardíes que, en los ratos de inactividad, leían los salmos de David en edición de bolsillo y, si en plena lectura, se presentaba un cliente, «le hacía un signo de que esperase hasta que terminara su salmo».
Cambiamos al terreno escatológico. «Esto es un polaco y un judío que caminan juntos por algún lugar de Galitzia». El judío, «que se cree más listo que nadie y que se siente con derecho a dar lecciones o a reírse de los demás», ve el excremento de un caballo por el camino y le dice al polaco que le da diez zlotis (moneda polaca) si lo come. El polaco acepta y, no sin grandes esfuerzos, se lo traga. El judío recapacita y se arrepiente de haber gastado así su dinero e intenta recuperarlo. Encuentran otro excremento: «¿Si me como esta mierda me devuelves los diez zlotis?». Acepta el polaco, y el judío, con grandes esfuerzos, lo traga y recupera el dinero. Más adelante el polaco recapacita, y lanza esta pregunta: «Oye, si los judíos sois tan listos, ¿puedes explicarme por qué diablos nos hemos comido cada uno una mierda?». Y observa Isaac, el protagonista de la novela de Wagenstein: «En este caso, el judío se quedó callado, cosa que sucede muy pocas veces» (Wagenstein 2015, 21-22). Este cuento parece creado a partir del refrán con ti, con ti, la medra me comí, «reproche que se formula a alguien culpándole de la situación en que uno se ve» (Saporta y Beja 1978, 185).
En los negocios, no siempre se gana: Vendí el sol y merquí [compré] la candela, expresa «el desencanto de quien hace una mala transacción» (Saporta y Beja 1978, 194). Metafóricamente, también podría considerarse una herencia como un buen negocio, y no recibirla, una verdadera pena. Así, en el entierro del millonario Albert Rothschild, un hombre de aspecto pobretón lloraba amargamente, por lo que uno de los presentes le pregunta si acaso el barón era pariente suyo: «Quia, no, señor –dijo sollozando el infeliz–. Pues por eso precisamente lloro» (Bloch 1931, 108).
Pero vayamos a los negocios exitosos. Un judío, agente de seguros, llega a un pueblo, donde consigue una abundante clientela, y la gente le conseja que se haga cristiano. El judío va a ver al párroco, y los vecinos se quedan esperando. Al cabo de unas cuantas horas, el judío sale de la casa del sacerdote, y le preguntan si ya se ha bautizado: «No, no me ha bautizado; pero he conseguido que se asegure el párroco» (Bloch 1931, 228-229).
Entre los apuntes de Goethe sobre el humor judío, figura el único chiste que, en la colección de Bloch, está protagonizado por tres nacionalidades (todo un género del humor actual). Un inglés, un francés y un judío son nombrados herederos por un amigo, con la condición de que tendrán que dejar un porcentaje en la tumba del testador. «El día del entierro, se acerca el inglés a la tumba y deposita mil libras esterlinas en oro. Llega luego el francés y pone otras mil libras en billetes de banco. Y por último va el judío y, cogiéndolo todo, pone en su lugar una letra de cambio por tres mil libras a la vista» (Bloch 1931, 333).
B) Estafas exitosas y estafas fallidas
En un cuento escatológico, Yehá «aguzó su inagotable ingenio para ver la forma de allegar fondos explotando, una vez más, la tontería de la gente», y decidió fabricar y vender Hobb el faham: «Tomó una buena porción de excremento y, amasándolos con un poco de arena, se puso a hacer con ello unos granitos o píldoras que, después de secarlos al sol, colocó en una cesta». Se fue al mercado y comenzó a pregonar a grandes voces: «¡Hobb el fahaaam! ¡¡Hobb el fahaaam!!». La gente comenzó a comprarlos, aunque sin atreverse a preguntar por su utilidad. Cuando ya había vendido casi todo, un cliente le pregunta para qué sirven. «Esto sirve para aumentar extraordinariamente el entendimiento». El cliente se echa unas cuantas píldoras a la boca, las paladea y, entre náuseas, exclama: «Pero si esto sabe a excremento». Y Yehá: «Ves, te están haciendo efecto. Ya vas comenzando a entender» (García Figueras 1950, 157-158).
La expresión sefardí «Giohá departió para sí lo más» (Yehá que repartió para sí lo más) «censura al egoísta que se aprovecha de la ocasión para engañar a los demás» (Saporta y Beja 1978, 95).
Sin embargo, «la anécdota del arenque» la protagoniza un judío pobretón que viaja en un tren con un polaco. El polaco saca una suculenta merienda, y el judío, «la cosa más barata del mundo: cabezas de arenque». El polaco le pregunta por qué los judíos comen siempre cabezas de arenque. Respuesta: «Porque le hacen a uno más listo». El polaco quiere comprobarlo, y el judío le vende cinco cabezas por cinco rublos. El polaco las compra y se las come; pero luego recapacita: «Oye, ¿por qué me has cobrado un rublo por cabeza si un kilo de arenque cuesta un rublo?». El judío responde: «¿Ves?, ya te estás volviendo más listo» (Wagenstein 2015, 62).
La madre de Yehá le dice que van a morirse de hambre, pues no tienen dinero. Entonces, éste robó una sandía en una huerta y se fue a venderla al mercado. Por el camino encuentra a un hombre de pocas luces montado sobre una mula. Yehá alaba a la mula, y el otro repone: «Mejor quería que fuese una yegua». «Pues por un luis [moneda] puedes tener una yegua», le dice Yehá, que le vende la sandía como si fuera «un huevo de yegua». El infeliz la compra y continúa su viaje tan contento, pero al pasar por un barranco se le cae la sandía, que rueda hasta romperse cerca de una liebre que estaba dormida. La liebre, sobresaltada, se despierta y sale disparada, y el inocente detrás corriendo tras la que pensaba cría de yegua que había salido del huevo[5] (García Figueras 1950, 143-144).
Otra estafa sufre el rabino Ben Zwi, que contrata a un cochero y ajusta el precio para viajar a un pueblo cercano. Al llegar a la primera pendiente, el cochero le pidió que se bajase a empujar el coche «porque el caballito era débil y flacucho». Y en la cuesta abajo, le pidió que sujetara el carro para que no se despeñasen… Y así, a lo largo de todo el viaje. Llegados al destino, el rabino paga al cochero y comenta: «Es obvio, querido amigo, cuál ha sido el motivo de mi viaje hasta aquí: tengo que predicar en la sinagoga. Tampoco hay duda de por qué has venido tú: tienes que ganarte el pan. Lo único que no entiendo es por qué tuvimos que traer con nosotros a este pobre rocín» (Wagenstein 2015, 91).
Sin embargo, el sefardí Molho (1950, 158) se refiere a la honradez judía en el comercio de Salónica: «La Ley le prohíbe engañar a quienquiera que sea [el cliente]: judío o no judío. Engañar a un no judío se considera como vergüenza nacional y profanación del nombre divino». Además, los rabinos controlaban «pesas, medidas y balanzas, así como la calidad de las legumbres, frutas y géneros alimenticios».
2.2. Retención del dinero
De las diversas formas de retener el dinero, en este apartado, veremos el humor en el regateo, el ahorro y aprecio del dinero y, por último, el vicio de la avaricia.
A) El tradicional regateo o fazer bazar[6]
Este es el gracioso Mendel, que va a sacar un billete para ir en tren a Odesa. La taquillera le cobra 17 rublos, pero él le propone 12. «La mujer se enfureció: “¡Este no es un sitio para regateos de judíos! ¡Diecisiete rublos, ni un céntimo menos! ¡Apártese, que hay mucha gente en la cola!”». Mendel vuelve tranquilo al final de la cola y, cuando le tocó el turno de nuevo, «volvió a meter la cabeza por la ventanilla: “¿Me da el billete por 15 rublos, compañera?”». Nuevo desplante de la indignada cajera. El tren sale por fin rumbo a Odesa, y Mendel vuelve a dirigirse a la cajera y, «con un tremendo sarcasmo, profirió: “Dígame ahora, compañera: ¿quién acaba de perder quince rublos?”» (Wagenstein 2015, 165).
La máxima comercial sefardí Vende y arrepiéntete aconseja «que no debe dejarse escapar una venta, aunque ésta deje poco beneficio y uno tenga que arrepentirse después de ella» (Saporta y Beja 1978, 194).
Pero no todo el mundo sabe regatear. Tal es el caso de Theodor, violinista judío, para quien comprar un regalo de compromiso supone un duro desembolso, dada su modesta economía de refugiado en Shanghái. Como intermediario se le ofrece Leo, el rabino de la comunidad, que ahora, además, es vendedor de croquetas de arroz. Así se desarrolla la compra:
El viejo vendedor [chino] comenzó pidiendo apremiantemente un dólar de Shanghái dejando entender que, por nada del mundo, rebajaría ni un céntimo. El rabino reflexionó un rato y por fin propuso, con la resolución de un suicida, un céntimo, ni corto ni perezoso. Theodor se incomodó por la enormidad de la diferencia, pero el rabí Leo le instó a que no abriera la boca y no metiera la nariz en asuntos en que [un violinista] era un cero a la izquierda, y reiteró su propuesta: «¡Sí, sí, un céntimo!» (Wagenstein 2016, 210-211).
Vemos, pues, dos formas de enjuiciar esta ancestral costumbre oriental: extraña para el violinista, y natural para el rabino, que ahora subsiste por la venta ambulante. A todo esto, «las negociaciones se llevaban a cabo con enérgica gesticulación, cada uno hablando en su idioma [chino y alemán respectivamente] y dibujando números en el aire». Al final, la transacción se cierra en veinte céntimos.
El regateo entra en la normalidad de las transacciones comerciales y contribuye a la satisfacción psicológica de comprador y vendedor: «El rabí Leo estaba contento por haber asimilado las lecciones del comercio comprando un artículo por una suma cinco veces inferior al precio inicial; el vendedor, por su parte, se felicitaba por haber multiplicado por veinte la primera oferta del cliente» (Wagenstein 2016, 211). Y el experto rabino se explaya explicándolo al violinista:
Si yo hubiera aceptado enseguida su precio inicial de un dólar, el viejo se habría ido a casa con el corazón destrozado, como si lo hubieran esquilmado, os lo aseguro. Y con la profunda convicción de haber tenido la desgracia de toparse con un papanatas, y encima retrasado mental. Arrebatándole el sublime placer del juego [del regateo], le habría arruinado todo el santo día (Wagenstein 2016, 211).
Y finaliza la historia así: «Sin los regateos, mohínes de disgusto y triquiñuelas, ritos que a veces se prolongan horas enteras, el comercio es triste, monótono y aburrido como un día lluvioso de noviembre» (Wagenstein 2016, 212). Así, el violinista recibió toda una lección del «comercio extremoriental mutuamente ventajoso» (Wagenstein 2016, 210).
Sin embargo, no todo el mundo actúa desinteresadamente como el rabino. Así, Yehá se muestra como perfecto regateador para un amigo, pero en beneficio propio (García Figueras 1950, p. 104). En una feria se vende una hermosa planta de higuera, y un comprador interesado le pide a Yehá que se la consiga por un buen precio. Tras el regateo y la compra, Yehá se acerca a quien le encargó comprarla y le dice: «Después de mucho tratar, he podido lograrla por un precio mucho más bajo que el que me dijiste, todo lo cual lo he hecho en honor tuyo». El comprador se muestra profundamente agradecido, pero Yehá apunta: «Tengo que pedirte una cosa que no tiene importancia, y creo que no me la negarás». «Dime de qué se trata. Estoy dispuesto a acceder a tus deseos». Y Yehá le propone:
Yo me he valido de todo mi ingenio para convencer al vendedor de la planta y lograr que me la diera por un bajo precio. Como viera yo que no debía desaprovechar aquella ocasión, compré la planta por mi cuenta. Ahora espero que estarás conforme en comprármela poniendo precio al trabajo que tuve que hacer para convencer al vendedor.
B) Conductas ahorrativas o similares
Ante algunas conductas ahorrativas en contextos socio-económicos modestos de los países del Este, se pregunta Díaz-Plaja (1986, 168): «¿Avaricia? Llamémosle necesidad bien entendida». Quien tiene y no tiene, con dos manos se detiene; es decir: «cuando una persona poco afortunada consigue dinero, se lo piensa muy bien antes de gastarlo» (Saporta y Beja 1978, 185). Por ello, quien tiene un pan al cesto, no va ni farto ni fambrento (quien tiene un pan en el cesto, no va ni harto ni hambriento) se refiere al objetivo de «trabajar para vivir dignamente gastando lo necesario y ahorrando para el futuro» (Saporta y Beja 1978, 151).
Este es Yehá que va a una fiesta y tiene que dejar las babuchas antes de entrar, como es costumbre (García Figueras 1950, 131). Pero ve que no hay quien vigile y, temiendo que se las roben o cambien, las envuelve en un pañuelo grande y se las coloca en el pecho entre la ropa. Un invitado observa que sobresale el pañuelo y le pregunta si se trata de un libro:
–Sí –contestó Yehá.
–¿De qué trata ese libro? –le preguntó.
–De cuestiones económicas –respondió Yehá.
–¿Lo habéis comprado en alguna librería?
–No, lo he comprado en una zapatería.
Lógico resulta «el chiste del rabino que era el único conocedor del secreto del buen té», que a todo el mundo intrigaba, y a nadie revelaba. Cuando está en su lecho de muerte, le instan a que no se lleve su secreto a la tumba. Entonces, pide que le dejen solo con el más anciano del pueblo «y, con las últimas fuerzas, le susurró al oído: “Échale suficiente té en el agua, no seas rácano. ¡Ese es el secreto!”» (Wagenstein 2015, 41). Y, por último, un «chiste patéticamente viejo», según Wagenstein (2015, 161):
Cuando Rosa Schwartz y sus hijos fueron a un balneario, Salomón Schwartz, el esposo, que los acompañaba a la estación, sugirió:
–Si empiezan las lluvias, regresad enseguida.
–¿Por qué hemos de regresar? –se extrañó Rosa Schwartz–. Si se pone a llover allí, lloverá aquí también.
–Sí, ¡pero aquí las lluvias nos salen más baratas!
C) La avaricia y sus manifestaciones
Quizás en el mundo no exista ningún pueblo libre de la avaricia, objeto de refranes y burlas. Según Irene Vallejo (2021, 10), ya en una vieja antología de chistes romanos (Philogelos) abundan, entre otros temas, los referidos a los avaros; por ejemplo: «Era un tipo tan roñoso que a la hora de hacer testamento se nombró heredero a sí mismo».
La avaricia se suele presentar como caso de egoísmo extremo; y así lo expresaba «un paleto muy corto de alcances» a un rabino que le pregunta qué tal le iba:
–Me parece, me parece que voy a ser rico.
–¿Qué quiere decir con «me parece»? Porque o eres rico, o no eres.
–En cuanto a riquezas, no poseo ninguna; pero las señales, que no fallan, son que me siento muy avaro, y que ya no me compadezco de las desgracias ajenas (Bloch 1931, 312).
Según el Talmud, «cuando el hombre está en ayunas, tiene dos corazones; pero, después de comer, sólo tiene uno». El rabino Jacob Samsom de Kossow (muerto en 1880) lo explicaba así: «Cuando el hombre tiene hambre, siente latir su propio corazón y el de los pobres hambrientos; pero, una vez saciado su apetito, solo siente su propio corazón, porque ya no vuelve a pensar en el hambre de los demás» (Bloch 1931, 254). El refrán sefardí El farto no creye al fambrento (El harto no cree al hambriento) «censura el egoísmo y la avaricia de los pudientes» (Saporta y Beja 1978, 80).
«Un rico avaro de Kolomia que no había dado nunca nada a los pobres enfermó gravemente». Los familiares deciden dar la importante suma de cien florines a los necesitados, por aquello de que, «A las puertas de la muerte, salva la caridad» (Proverbios, 10, 2). El avaro sana y, un día, descubre este asiento: «Cien florines para los pobres». Entonces, recrimina a su familia por la bonita forma de dilapidar el dinero. Sin embargo, el hijo más pequeño, que se la tenía preparada, le dice: «Pero, papá, si tú mismo mandaste que se diera ese dinero…». Y el avaro exclama: «¿Cómo es posible que tuviera yo una fiebre tan alta…!» (Bloch 1931, 133-134). Se dice del avaro que «no da ni fríos [fiebre]» (Sapora y Beja 1978, 89).
Como es sabido, la avaricia no excluye a la propia familia. El rabino Schulim von Kamionka solía pedir dinero a los ricos para repartirlo luego a los pobres. Un rico avaro, ante su petición, «le despidió con cajas destempladas diciéndole: “Tengo ya en mi familia bastantes pobres que necesitan de mí”». A lo que repuso el rabino: «Debéis terminar la frase de este modo: “… pero, como no les doy nada, menos he de dar a los extraños”» (Bloch 1931, 103).
Alma de proves (de pobre) es, según la denominación sefardí, el avaro y mezquino, el que ata el gato cuando come (Saporta y Beja 1978, 6 y 14).
También la avaricia puede darse en la pobreza. Dos pordioseros judíos conversan. «Si yo tuviera la fortuna de Rothschild, sería más rico que él». El otro: «Pues no lo entiendo, porque, con su fortuna, serías tan rico como él, pero no más». «Idiota, ¿crees tú que con ese dinero iba yo a dejar de pedir limosna?» (Bloch, 107-108).
Un estudiante con muchas dudas sobre cuestiones de ciencias va a consultarlas con Nassaredin Yehá. Por el camino, se encuentra con un hombre que está labrando la tierra y le parece oportuno plantearle sus dudas (no sabía que precisamente era Yehá). Éste vio que el estudiante llevaba las alforjas llenas de granadas y, antes de nada, le pide por cada pregunta respondida una granada. Así, van solucionándose las dudas hasta que solo queda una, pero ninguna granada en las alforjas. Y Yehá le dijo: «Como no te quedan granadas, puedes marcharte»; y siguió con su trabajo. El estudiante emprendió el camino de regreso mientras pensaba: «Si los labradores de este país se dan tal importancia, ¿qué harán sus grandes hombres de talento?» (García Figueras 1950, 210).
Según Bloch (1931, 26), un chiste especialmente antisemita era este:
La señora Sonneschein, a la que todos conocían por su tacañería, recibió el pedido que había hecho de una tonelada de carbón. Así que lo hubo pesado, recogió unos cuantos trozos sueltos que, caídos de los sacos, yacían diseminados por la calle, diciendo: «Esto es mío también». «Claro, señora –asintió cortésmente el carbonero–; pero espere usted, que se me ha metido una mota en el ojo. ¿Quiere usted que la lleve también a la carbonera?».
«Este chiste solo tiene de judío el nombre», afirma Bloch; y, en nota a pie de página, añade: «Es un rasgo bien triste, por cierto, de nuestra época que los judíos modernos, aun aquellos que pasan por ser los mejores escritores de la raza arraiguen la chabacanería en sus obras para conquistarse a los lectores» (Bloch 1931, 26).
Y cerramos con el cuento jasídico de «el rabí con gabán de piel», que Menájem Mendel de Kotzk (muerto en 1859) comentaba así: «Un hombre se compra un gabán de piel para el invierno. Otro compra leña. ¿Cuál es la diferencia entre ambos? El primero sólo aspira a mantenerse abrigado a sí mismo. El segundo quiere proporcionar calor también a los demás» (Buber 1983, 134).
3. Dinero y relaciones sociales
Los bienes de mi padre tapan la mi corcova [joroba] (Saporta y Beja 1978, 24); es decir, el dinero soluciona todo. Además, campos tan personales como la familia y los amigos no se ven libres del vil interés económico. Así, Salomón Pomeranz (abastecedor de las tropas de Vilna), en un golpe de fortuna, se arruinó y vio alejarse a sus amigos. En otro bandazo, volvió a enriquecerse y comenzaron a afluir a su casa los antiguos amigos. Ante esto, mandó a sus criados que pusieran la caja de caudales encima de la mesa, y así recibía a sus visitas: «No es mí a quien habéis venido a ver, sino a mi dinero» (Bloch 1931, 31-32).
Paloma Díaz-Mas (1986, 146) se refiere a un dicho conservado en lengua hebrea entre los sefardíes, cuya traducción sería «Hay dinero, hay honor». También hay otro refrán sefardí al respecto: Quien tiene la bolsa yena, todos le dan kabót [honores, respeto]; quien la tiene vacía, ni kavót ni «buenos días» (Saporta y Beja 1978, 28). Además, la riqueza provoca afectos y los liquida: Cuando yo tenía, todos me querían (Saporta y Beja 1978, 184).
Yehá, que va a una fiesta vestido muy modestamente, percibe que los anfitriones apenas le hacen caso. Entonces, Yehá regresa a su casa y se pone sus mejores galas y, encima, el caftán para las grandes fiestas. Vuelve al banquete, y ahora sí que le reciben con grandes muestras de respeto, le ponen en el lugar de honor y le sirven los mejores manjares:
Al momento, Yehá cogió su hermoso caftán y, metiéndole en los platos, le dijo:
–Come, ¡oh, tú!, distinguido y poderoso…
–¿Qué hacéis? –le preguntaron con asombro.
–Mi caftán sabe lo que vosotros no sabéis, y es primero que yo para comer, ya que todos los honores se los habéis hecho a él (García Figueras 1950, 71-72).
El desprecio por las apariencias que manifiesta Yehá es similar al del rabino y diputado Josef S. Bloch (1850-1923), que «no concedía ninguna importancia a su indumentaria». Un día, el jefe de los rabinos de Badem le hizo este comentario: «¿Qué quieres? El mundo es así: se fija en la vestimenta, y con arreglo a ella estima a los hombres». Y el doctor diputado repuso: «No quiero deber al sastre mi propia estimación» (Bloch 1931, 48).
Adorna un lenio [leño]: se faze un gentil mancevo: «a las personas se las juzga por su aspecto exterior, por lo que se recomienda pulcritud y compostura», aunque sin olvidar que «el aspecto exterior de una persona o cosa no prejuzga su realidad» (Saporta y Beja 1978, 3). Quítale las parás y etchaló al ahir (Quítale el dinero y échalo al establo): «muchas personas son consideradas inteligentes sólo porque tienen dinero, pero lo cierto es que, sin este, son unos asnos (ignorantes) que merecen un establo» (Saporta y Beja 1978, 152).
Sin embargo, los efectos negativos del dinero en las relaciones sociales también podrían servir para solucionar algún problema. En la anécdota «Los pelmazos» de Bloch (1931, 269), un judío se queja a un amigo de la gran cantidad de pelmas que no le dejan vivir tranquilo. Y este le aconseja: «A tus amigos pobres, préstales dinero… y verás cómo no vuelven; y, en cambio, pídeles préstamos a los ricos y verás como también te dejan en paz».
4. Dinero, mentira y costumbrismo matrimonial
Aunque las costumbres varíen entre unas culturas y otras, en ellas suelen filtrarse, con frecuencia, la mentira, la manipulación o el interés económico. Tal sucede en dos costumbres de la cultura familiar judía: las dotes de boda y el Köst o meza franca.
Isaac, protagonista de El Pentateuco… (Wagenstein 1015, 213-214), vive una situación insólitamente cómica: recibe sobornos de un marido infiel (el jefe del campo de trabajo nazi) y de la mujer de este, que, engañada, ha tomado a Isaac como amante (humor de creación literaria). Frente a esta conducta de cuestionable ética, Isaac trata de justificarse: «Desde el punto de vista de la ética comercial, que era una norma en Kolódets [mi pueblo], [mi caso] se trataba de un negocio limpio en que no había perdedores y todos salíamos ganando», como el que expone el gracioso Mendel al banquero Abraham Rosenbaum:
–Señor Rosenbaum, podríamos hacer un negocio con el cual cada uno de nosotros ganaría trescientos mil rublos.
–Interesante –contestó Rosenbaum–. ¿De qué se trata?
–Me he enterado de que la dote de su hija es de seiscientos mil rublos.
–Es cierto. ¿Y qué?
–Pues ¡yo estoy dispuesto a casarme con ella por la mitad del precio!
Sin embargo, el negocio será redondo para Yehá, que llega a un acuerdo para casar a su hija, y se fijan la dote y el plazo. En esto, se muere una joven del barrio (sin familia), y Yehá se lleva el cadáver a su casa, y sale a la calle lamentándose por la muerte de la que hace pasar por su hija. Enterado el futuro esposo, fue a la casa de Yehá y «le llevó el sudario y el dinero necesario para los gastos del funeral». Y termina: «Y así Yehá se quedó con la dote y el ajuar de su hija» (Figueras 1950, 35).
Según Bloch, el Köst (curiosamente parecido a coste), antigua costumbre de los judíos orientales, consistía en «casar a sus hijos jóvenes y, hasta que el joven marido se hacía hombre para poder mantener por sí mismo a su familia, recibía los alimentos de los padres de su mujer». El caso es que un judío muy original pone como límite para correr con los gastos de alimentar al marido de su hija «hasta que al contrayente le salga la barba». Y sucedió que casó a su segunda hija, y todavía al marido de la primera no le había salido la barba. Un día, casualmente, le descubre afeitándose y lo lleva ante el rabino. El acusado se defiende diciendo haber «procedido conforme a lo mandado en las Escrituras». Y argumenta: «En ellas se dice que, cuando estorba la barba para comer, habrá que afeitársela. Si yo tuviera barba, mis alimentos [el Köst] se habrían terminado; y, por eso, por considerarla un impedimento [para comer], he decidido afeitármela» (Bloch 1931, 101-102).
Más recientemente, Saporta y Beja (1978, 127) recoge la expresión meza franca (mesa generosa o gratis) como «derecho que el padre de la novia concede al novio a vivir en casa de aquél durante un tiempo determinado sin sufragar los gastos caseros». Por ello, una cláusula de la dote podía ser, por ejemplo, «Le dio tanto dinero y dos años de meza franca».
5. Dinero y trascendencia
Según el refranero sefardí, Mal que se acava con dinero no es; es decir, «contrariedad o disgusto que pueden resolverse con dinero no son tales» (Saporta y Beja 1978, 119). Sin embargo, no todo lo puede solucionar el dinero. A la muerte, todos son unos (todos son iguales), pues «ante la muerte no existen las diferencias y prebendas que la vida reparte entre los hombres»; este refrán advierte a «los orgullosos, los que ostentan poder, riquezas…» (Saporta y Beja 1978, 132), pues la riqueza no cuenta ante la muerte y el más allá.
Y, así, saltamos del materialismo económico al campo espiritual, tan importante en la cultura judía. El cuento jasídico «Sabiduría verdadera» (Buber 1983, 60) plantea el problema del hallazgo del dinero perdido por un desconocido. El rabí Jaim de Zans (muerto en 1876) pregunta a uno que pasa por la calle: «Dime, si hallaras una bolsa llena de ducados, ¿la devolverías a su dueño?». Respuesta: «Rabí, si supiera quién es el dueño, la devolvería al instante». El rabí le llamó «tonto», y le despidió.
Pasa otro judío por la calle, y a la misma pregunta respondió: «No soy tan loco como para renunciar a una bolsa llena de monedas que se cruza en mi camino». El rabino le califica de «mala persona», y le despide. Aparece un tercero y le pregunta lo mismo:
–Rabí, ¿cómo puedo saber sobre qué peldaño [de perfección] estaré cuando encuentre la bolsa y si lograré resistir a la inclinación del mal? Tal vez [esa inclinación] se apodere de lo mejor que hay en mí [dominándolo], y yo me apropie de lo que pertenece a otro. Pero también puede ocurrir que Dios –bendito sea– me ayude a luchar contra ella y, en este caso, restituiría lo hallado a su legítimo dueño.
–Así se habla –exclamó el tzadik [el rabí]–. ¡Tú eres un verdadero sabio!
Para comprender los calificados de tonto y de sabio, hay que ahondar en las respuestas: el tonto (necio sería más apropiado etimológicamente) es el superficial, el que, al contrario que el sabio, no tiene en cuenta los abismos de la existencia y conducta humanas, sus debilidades y la posibilidad de la intervención divina.
La tripa es un ciminterio, la cavesa un ponte (La tripa es un cementerio, la cabeza un puente) «resalta el valor espiritual sobre el material»; «lo material se pierde, mientras que lo espiritual es un puente, un camino, que nos lleva a metas superiores» (Saporta y Beja 1978, 187).
A modo de cierre
A lo largo de este trabajo, hemos revisado, aunque sucintamente, una muestra del humor centrado en la mentira y el dinero, y protagonizado generalmente por personajes judíos, aunque tales problemas no sean exclusivos de ellos. El gameyo no se ve la corcova, ve la del vizino (El camello no se ve la joroba, pero ve la del vecino) (Saporta y Beja (1978, 91).
La forma tradicional de terminar algunos cuentos infantiles es «Quedaron casados por cien y un anio [año]», y esto mismo también «suele decirse a la persona que se extiende demasiado sobre un mismo asunto para que ponga punto final a éste» (Saporta y Beja (1978, 42).
Agradecemos a nuestro lector su paciencia y atención.
BIBLIOGRAFÍA
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Bloch, Chajim. El pueblo judío a través de la anécdota. Historias serias y jocosas de devotos, sabios, artistas, bufones, pícaros, fanfarrones, pordioseros, ricos, creyentes, librepensadores, neófitos y antisemitas. Traducción de Luis Blanco de Vicente. Madrid: Dédalo, 1931.
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https://es.wikipedia.org/wiki/Judaísmo_jasídico
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https://es.wikipedia.org/wiki/Tomás_García_Figueras
(consultado 21 de julio 2021)
NOTAS
[1] Sin embargo, según Saporta y Beja (1978, 92), esta expresión demuestra «que cuando alguien quiere satisfacer un capricho, nada le desanima», y se utiliza en circunstancias parecidas. Por otra parte, «Esto no estava escrito en tefter [cuaderno]» es la «frase de extrañeza que se dice cuando sucede algo imprevisto o impensado» (Saporta y Beja (1978, 73).
[2] En Italia, por ejemplo, tiene sus propias denominaciones; así, en Sicilia se llama Guiufá; en Toscana, Guihá; y en otras regiones italianas, Giucça, Giuvali… (García Figueras 1950, XVI).
[3] Nuestras fuentes y la forma de referirnos a ellas para citarlas son las siguientes: Para El pueblo judío a través de la anécdota, de Chajim Bloch, nos referiremos como (Bloch 1931); para los Cuentos jasídicos como (Buber 1983); para las obras literarias de Wagenstein Adiós, Shanghái como (Wagenstein 2016) y a El pentateuco de Isaac (Wagenstein 2015); y para los Cuentos de Yehá como (García Figueras 1950).
[4] Algunas características ortográficas: la Ñ es reemplazada por NI; anios (por años); se escribe Y en vez de LL (el yeísmo es normal: cayar, y no callar); la S es diferente de la Z (S sonora, más suave: caza es casa); la B y la V no suenan igual, ni se atienen a la ortografía española (cavesa por cabeza); etc.
[5] El texto original dice: «Al ver la liebre que huía, el imbécil gritaba: “¡Ah! ¡He aquí mi cría que se salva!”».
[6]Fazer bazar es regatear o fijar precio: El peche [pez] está en el mar, y ya fizieron bazar (Saporta y Beja 1978,155).