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Las comarcas bañezanas son una serie de territorios que sitúan al sur de la provincia leonesa, lindando con la vecina provincia de Zamora, con la que comparte modos de vida y rasgos muy semejante en lo que a etnografía y folclore se refiere. Esta denominación tan genérica les viene dada ya que La Bañeza es la capital administrativa y comercial, el nexo común, de la gran multitud de pueblos que las conforman. Son poblaciones que se sitúan en torno a los valles de los ríos Eria, Jamuz, Duerna o las vegas del Órbigo y el Tuerto. Todas estas localidades fundamentalmente se dedican a las actividades agrícolas y, en menor medida, ganaderas. Estando hoy gravemente afectadas por la feroz despoblación que sacude a todo el medio rural.
En el mes de julio de 2021, gracias al programa de becas Ralbar, de la Fundación Banco Sabadell y la Universidad de León, el autor de este artículo, realizó un intenso trabajo de campo en varias de estas comarcas, en concreto en los ayuntamientos de Quintana del Marco y Alija del Infantado, en la Vega baja del Órbigo; Castrocalbón y San Esteban de Nogales en la Valdería y Santa Elena de Jamuz, en Valdejamuz, acompañado y ayudado por investigadores como David Álvarez Cárcamo y otros amigos a quienes quiero mostrar desde aquí mi agradecimiento por el apoyo recibido. Aunque este trabajo formaba parte del proyecto titulado «Sonidos e imágenes de la tradición: Archivo sonoro y visual del ramo en las comarcas leonesas», que estuvo enfocado a la investigación sobre la costumbre de ofrecer el ramo en los pueblos que conforman los municipios ya citados; en las numerosas entrevistas con sus habitantes también afloraron multitud de leyendas y otros relatos de carácter etnográfico, merecedores de ser publicados como agradecimiento a los informantes que, siempre dispuestos, buscaron en lo más profundo de su memoria y dedicaron tardes y mañanas enteras a que este proyecto saliera a la luz. También por el interés que pueda suscitar a otros investigadores y apasionados del tema, ya que la mayoría de los documentos que se recogen aquí no han sido publicados con anterioridad. Por último, sirva para destruir el ya repetido y cansado tópico de «ya no queda nada» o «todo está perdido», tan presente cuando salen a la mesa temas de cariz folclórico o etnográfico, no faltando quien afirma que el trabajo de campo es ya algo inútil y que no da frutos. Como ya indicamos, ha sido en el mes de julio del 2021 cuando se ha recogido todo el material.
Las leyendas, definidas por la RAE como «narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición», son uno de los temas que más han pervivido en la memoria de los portadores de la tradición oral. La sencillez de su discurso que puede recordarse fácilmente, los asuntos sobre los que tratan, que en ocasiones sirven para explicar realidades del día a día o el asombro que pudieron causar en los niños estos relatos maravillosos y cautivadores sobre tesoros, personajes encantados o santos, o simplemente el recuerdo del lugar que se deja atrás para habitar otro nuevo y comenzar una nueva etapa de vida, han sido los factores que han permitido la pervivencia de estos relatos hasta hoy. Aunque también debemos decir que hoy la despoblación, la pérdida de los modos de vida tradicionales, el desinterés general y también cierta incredulidad en algunos de los temas legendarios, han hecho que estos relatos, por lo general, hayan dejado de formar parte de las conversaciones entre las familias y vecinos, con el peligro de su pronta desaparición.
Desarrollaremos estos relatos siguiendo la división que Jose Luis Puerto hace en su obra Leyendas de tradición oral en la provincia de León (46), un referente para quien aborde estos temas, con una transcripción lo más fiel posible al relato de los propios informantes, con sus matices, explicaciones y también palabras y modos de habla tradicionales.
Comenzaremos así por las leyendas y relatos que relacionados con la naturaleza y sus fenómenos. La primera de ellas nos habla de la aurora boreal, que en algunos casos como el que veremos a continuación, se asocia al comienzo de la Guerra Civil (1936-1939), aunque la única aurora boreal de la que se tiene constancia que ocurrió a principios del siglo xx en España fue en 1938, el 25 de enero. Inés Fernández Cuadrado (1924), natural de Villanueva de Jamuz, aunque residente en la actualidad en Quintana del Marco, nos describió con este impresionante relato lo que ocurrió esa noche en la que ella era aún una niña:
Aquel día fue cuando la gente cogió mucho miedo, era el atardecer y empezó a oscurecer y aquello que oscureció era colorao como las almas, la gente toda se amaravillaba, salía ¡oy que será eso! ¡qué será eso! y mi madre porque nos echaríamos fue y nos puso una cosa, sería aunque fuera un mantón a la ventana, pa que no viéramos aquella claridad. Madre mía, aquello ardía, como que ardía el cielo. Oye, allí fue donde empezó todo, allí. Allí fue donde empezó todo, la gente se asustó un poco de que el cielo se pusiera así colorao.
Inés no relaciona lo sucedido con la aurora, algo desconocido para el medio rural leonés. Tan solo en Villaferrueña (Zamora) encontramos la referencia a este acontecimiento como debido a la aurora bolear. En otras localidades como Quintana del Marco, el color rojo que impregnó el cielo se asoció a la triste realidad del momento, a la sangre de los soldados que participaban en la guerra fratricida.
Siguiendo con los fenómenos naturales, la tormenta era, y todavía hoy sigue siendo, uno de los mayores temores del campesino, algo normal en sociedades rurales como la que estudiamos. De su fuerza depende la cosecha y, por tanto, el sustento de las familias. También pueden provocar muertes, incendios y otras desgracias. Alguna de ellas, por lo dañinas que fueron o, al contrario, por haber librado un pueblo concreto, mientras que arrasaba los colindantes fueron recordadas de manera especial, pasando los relatos de generación en generación y, por tanto, bañándose de un tapiz legendario que los ha hecho aún más interesantes[1].
Entre las tormentas que causaron temor, es sonada aquella que en Genestacio de la Vega «sacó las tarteras pa la calle», puesto que la localidad se encontraba celebrando la festividad de la Santísima Trinidad. De la misma tormenta cuentan en Villanueva de Jamuz (León) que produjo un incendio que asoló gran parte del pueblo, así nos lo relataba Inés Fernández Cuadrado:
Vino una vez, arrastró las paredes de los praos del castillo. Que decían que en Genestacio había sacao las tarteras de… Era fiesta en Genestacio. Y hubo un día malísimo, un aire… Prendió el fuego así en una calle, en una casa, la llevó a hecho y marchó hasta bajo, hasta las puntejas. Llevaron la Virgen, yo era pequeñina…
Aquel fuego yo lo oí contar, que no se paraba el fuego, que era imposible y que sacaron la Virgen, llevaron la Virgen sí, que se paró el fuego sí. Quemó, vamos, lo que cruzó, mucho. (¿Fue de algún rayo?) De una mujer que, si tenía lumbre abajo, pues cogió pa poner lumbre arriba, o tenía la lumbre arriba y la cogió pa bajar pa abajo, y se le marchó, como había tanto aire, pues se enganchó…. Marchó la casa de ellos, la de lindante, lo otro y las del otro lao y ya entonces cogió por ahí, pero todo, fue barriéndolo todo. Hasta la casa de Don Ramón, el maestro que había, y hasta allí. Allí pusieron la Virgen, y vaya, se cortó.
La búsqueda de remedio en lo divino, como en este caso la Virgen de las Angustias de Villanueva de Jamuz, imagen que siempre contó con notable devoción en el pueblo, era casi el único socorro en caso de necesidad[2]. Junto con rogativas, como en este caso, también era muy frecuente el uso de las velas, generalmente la que cada familia colocaba en el monumento del Jueves Santo, y que cada familia llevaba a casa tras retirase de él la reserva del Santísimo; en otras localidades como Coomonte de la Vega (Zamora) la vela usada era la que se bendecía en la festividad de la Candelaria. El encendido de dicha vela iba acompañado por la oración constante y repetida a Santa Bárbara, principal abogada contra las tormentas. De entre las muchas versiones existentes, esta fue recogida en Navianos de la Vega a Argelina Alija Alija (1935), natural de La Nora del Río localidad muy cercana:
Santa Bárbara bendita nos libre de relámpagos, rayos y centellas.
Santa Lucía nos conserve la vista
y Santa Teresa de Jesús no nos deje morir sin recibir los santos sacramentos.
Existe otra más común, con ligeras variantes según el informante, sirva como ejemplo la muestra recogida en San Félix de la Valdería a Francisca Balboa Alonso (1952) natural de Castrocalbón:
Santa Bárbara Bendita
que en el cielo estás escrita,
con papel y agua bendita.
En la ara de la cruz
Ave muerte. Amén Jesús.
Entre los remedios para aplacar la tormenta existía una costumbre en algunos pueblos, se trataba de tocar las campanas la noche de Santa Brígida, el 1 de febrero. Uno de los lugares donde se llevaba a cabo este peculiar ritual era en San Félix de la Valdería, localidad perteneciente al municipio de Castrocalbón. El motivo de tal costumbre nos lo explica Plácida García García (1931), en este relato recogido en la misma localidad:
Aquí, antes, en el invierno, cuando era el día de santa Brígida, pues había aquí una mujer que se llamaba Brígida, y tenía dos nietos mozos y como era su abuela Brígida, pues iban a tocar las campanas por la noche. Porque decían que, si se tocaban las campanas, los renoberos no masaban la piedra, que es cuando cae de la tormenta, y ellos siempre iban a tocarlas, pero claro, ya después dejaron de ir…
Es muy interesante la referencia a estos seres sobrenaturales, en entre otras denominaciones tienen la de «renoberos» o «reñuberos». Estos están presentes en el animado cielo para algunos aldeanos del oeste y noroeste ibérico y guiaban a su antojo las tormentas. Este ser puede provenir de antiguas creencias en espíritus que guían a las tormentas y de dioses que dominan la tormenta y el rayo, como recoge Puerto (819).
En los pueblos también había campanas con mayor poder que otras para evitar la tormenta. Su toque, que fue habitual en otros tiempos, derivó posteriormente en «ir a tirar las bombas», que se encargaban de deshacer la nube. Entre las campanas con mayor poder estaban las del despoblado de Bécares, como relatan en Genestacio de la Vega y la de Calzada de la Valdería, todas ellas hoy desaparecidas. En Calzada además existía una curiosa forma de obligar así a sus vecinos a que tocaran para espantar la tormenta: dos palos con forma de cruz que iban pasando de casa en casa. De ello nos informó Jose Almanza y Josefa Turrado Almanza, vecinos ambos de Calzada de la Valdería:
El día que tenías la cruz, venía la tormenta, te venías obligado a tocar la campana grande, no las campanas, la grande. (¿Cómo le llamaban a esa cruz?) Le llamaban el cacho de la truena.
Este método de designación también era usado en otras localidades para atender a los pobres que llegaban a pedir. En la casa donde estuviera la cruz, debían de darles hospedaje.
La tradición oral y, por tanto, las leyendas, se mueven junto con las personas que las conocen. Así, se ha recogido en Genestacio de la Vega la historia sobre la campana de la ermita de Fuentes de Nava, localidad de la provincia de Palencia, al pastor Jose Luis Seco Mondoruza (1948) natural de Fuentes, aunque residente en la localidad leonesa:
(La campana) Está en una ermita en el cementerio y cuando hay tormenta la gente va y la toca y la tormenta marcha y cuando está la nube encima ya no la mueve. Desde abajo con una cuerda, ya no la mueven. Yo es lo que sé. Dicen que la quisieron arrancar con dos parejas de bueyes eh. Y no tuvieron a arrancarla de onde está metida, solo es así (gestualiza con las manos) y no pudieron arrancar, con que mira qué misterio tendrá la campanilla esa.
La campana se podía voltear, pero, en algunos lugares, su toque manual llevaba un ritmo que hacía que la campana «hablara», diciendo en su tocar estrofas como las siguientes muestras, recogidas ambas a Plácida García García, nuestra informante de San Félix de la Vega:
Tente nube, tente tú,
que Dios puede más que tú,
tente tú ten tú.
Santa Brígida y San Tormentero
el primer día de enero,
el segundo calderero
y el tercero blasero.
Ten palo, ten palo,
que Dios puede más que el diablo.
Marcha truena pal Teleno
que ni hay trigo, ni hay centeno.
Marcha truena pa Granada,
que ni hay trigo ni hay cebada.
Junto con el toque de las campanas, existían otros remedios para aplacar las tormentas y todo lo que de ellas deriva. Para los truenos, existía un amuleto, las piedras «de rayo». La creencia en dicha piedra y sus virtudes se basa en el antiguo mito europeo que contaba que el cielo estaba formado por piedra, y lo que de él caía, participaba de la sacralidad de lo alto (Rúa Aller y Rubio Gago 125). De entre las diferentes versiones que hemos recogido sobre su descripción y procedencia sirva de ejemplo esta muestra recogida en Quintana del Marco a Inés Fernández Cuadrado y su hija Josefa Casado Fernández (1951):
En casa de abuelo había piedras. Era que decían que venían con la tormenta. Eran así, eran unas piedras negras, o verdes, y tenían algo de corte, como si estuvieran un poco afiladas, y eran así de largas, así de estrechas y así de largas (muestra con las manos). Y decían que eso era lo que tiraba el rayo, la piedra. Yo en aquella casa siempre me acuerdo de esas piedras, había dos, y decían que eran de dos rayos que habían caído.
Estas piedras se recogían pues, era también sabido que donde caía un rayo no volverían a caer más. Según nuestros informantes, los rayos, caían con mayor facilidad en árboles, en las orejas de los burros, en las astas de las vacas. También entraban en habitaciones y, si no tenían salida mataban a las personas que se encontraran en ellas, etc. Aspectos muchos de ellos con explicaciones científicas, pero que han pasado también de forma oral de generación en generación.
Muchos de los sacerdotes «antiguos» ayudaban a sus parroquianos con el conjuro de las tormentas. El sacerdote, con una suerte de oraciones y otras fórmulas de carácter más exotérico, mandaba a la tormenta que fuera generalmente a despoblados (Fraile Gil 48), a las tierras baldías y al mar, como así lo recuerda también Aurelia Mielgo Martín, natural de Genestacio de la Vega y que en su niñez recuerda ver al párroco del lugar conjurar la tormenta. Se mandaba a estos lugares para que así no hiciera daño a los sembrados, animales ni las personas. Lo que nos recuerda también a la melodía de las campanas recogida en San Félix de la Valdería. También el sacerdote podía conjurar un lugar, como ocurre, por ejemplo, con la torre de la iglesia de San Esteban de Nogales. De ello nos habla Francisco Martínez Calzón (1932), natural y vecino de dicho pueblo:
Aquí ya ves como está la torre, nunca ha caído una exhalación en la torre. Decía que la tenía el cura, el cura de antes, conjurada. Ya ves como está, ha caído allí en Villageri, que es una torre como la que hay en el convento, y la ha desarmao dos o tres veces, y está ahí pegando a la sierra, y esta nunca, nunca.
Esta acción de conjurar, o esconjurar, la podían hacer de diferentes maneras, en la calle, en la iglesia tumbados panza arriba en el altar mayor, como explica Cesáreo Vilorio Viejo (1929) que ocurría en su localidad de nacimiento, Altobar de la Encomienda, en la que fue monaguillo; o subidos al campanario, como explica Maximina Falagán, etc. Sobre estos conjuros y sus consecuencias, además de otros aspectos interesante sobre la tradición en torno a la tormenta, nos han llegado algunos relatos ya legendarios, de la localidad de Quintana del Marco, recogidos a Mª Gloria González Méndez (1940) y Teodora Cubero Rubio (1942):
Contaba mi madre que un año iba a San Tirso y dice que iba el cura también y dice que en el medio del camino dijo: ¡Pa casa! ¡Pa casa! ¡Que viene! Dice que había un nubladín pequeño y dijo el cura, dijo: No, hay que ir pa casa que este nublao es malo. Y vino pa casa a toda pastilla, el cura, y dice que no hizo más que entrar en casa. Y dicen que antes los curas maldecían las tormentas. Y dice que cayó una de piedra que se apedreó todo. Y dice que cuando pasó la tormenta salió la gente a la calle, y dicen que se apredró todo, aquí no, aquí dice que no se apredeó. Dice que dijo el cura: Algo, algo, llegué un poco tarde. Dijo: Se apredró algo, pero poco, es que llegué tarde a conjurarla. Y dice que es verdad, se apedreó por las orillas un poquitín, pero que se apedreó todo alredor, pero que aquí no cayó nada.
Otra versión posiblemente del mismo suceso ya mitificado nos fue relatada por Maximina Falagán Gutiérrez (1942), vecina también de Quintana del Marco:
Fue una vez que había tormenta, cuando vinon pa casa, la conjuró… Porque él (el cura), donde fuera daba la vuelta en el camino pa casa eh. Él veía si era mala o no era mala.
Iba a Navianos, pues por el camino no podías ir en bicicleta, porque como se regaba con las molderas pa cruzar el agua… Y estaban las mujeres allí lavando, en aquel reguero que había así. Y pasó pa allá, y al poco rato, pasó pa acá. Y le dijon: ¿Pero cómo da la vuelta tan pronto? Dijo: -Marchar de ahí, marchar de ahí, que viene una tormenta muy mala, marchar no esperéis. Y él vino pa casa y la conjuró. Y después le dijo a la criada, dijo: Vete a ver si tal árbol tiene algo, un manzanal que tenía que le llamaban peras de San Juan. Y cuando fue le dijo: No, está todo caído en el suelo. Todo lo que tenía caído en el suelo, dijo. Y a donde quiera que fuera él daba la vuelta pa casa y venía pa casa.
Continuando con la Tierra, es sabido que guarda en sus entrañas grandes tesoros, de los cuales se narran abundantes leyendas, aunque no por ello son menos interesantes. La población tiene por ciertas o falsas según su criterio. La aparición de varios tesoros reales en los años ochenta del siglo xx vinculados con el Castro de las Labradas de Arrabalde, localidad zamorana cercana a los pueblos de estudio, hizo que se desatara una feroz búsqueda en algunos de los lugares cercanos, como el castro de Villaferrueña, o el palacio de Castrocalbón. Lugares especiales en los que se presuponían tesoros dejados por sus habitantes ante la precipitada huida. De entre las leyendas referidas a tesoros destaca la conocida por Inés Fernández Cuadrado, en la que habla de dos recipientes, en este caso cubas, que contienen oro y veneno, un motivo legendario presente en numerosos lugares (Suárez López, 81) y que aquí aparece asociado al pozo del castillo de Villanueva de Jamuz:
Se lo oí a mi madre, y lo oía a la gente que íbamos: Había un pozo, de que subías (al patio del castillo) había un pozo, y el pozo, en vez de estar hasta arriba, estaba bajo, con un bocal más alto. Entonces algunas veces ibas y te sentabas en el bocal con las piernas pa fuera. Hija mía, empezaban cosas que decían: ¡No vos arriméis al pozo que hay dos cubas, una es de oro y otra es de lumbre! ¡Y vos quema! ¡Ay Dios mío! Corrías de allí, que tenías miedo.
Siguiendo el curso del río Jamuz, llegamos a la localidad de Genestacio de la Vega, allí Luisa Rubio nos relata la leyenda que aprendió de su tío que, con alguna laguna en la memoria, nos recuerda a las fórmulas rimadas de las gacetas que tan populares se hicieron en algunas comunidades como la vecina Asturias, donde han sido estudiadas con mayor profundidad que en la provincia leonesa:
Él (su tío) me contaba una historia que era algo así: En Peñas amarillas, Panales de miel se encuentra un tesoro enterrao, con un toro, que valía no sé cuánto. Peñas amarillas eran por eso, porque tienen vetas amarillas, y los Panales de miel era por eso, porque antes de llegar a Peñas amarillas, está Panales de miel, que llamaban ellos, porque hace un poco de brigada y era donde estaban las colmenas, esa es la historia.
Por último, siguiendo con el cauce del Jamuz, llegamos a su desembocadura en La Nora del Río, pequeña localidad donde en este caso el tesoro, de oro, se asocia con un pozo de una ermita, que atendían unos frailes y los participantes en una guerra, según nos narra Argelina Alija Alija, nuestra informante de La Nora, con residencia en Navianos de la Vega:
Donde las viñas, allí siempre le oí decir a mi padre yo que había, hubo un pozo, y aquel pozo, en aquel pozo, que decían que había oro, que lo habían dejao cuando habían estao… Porque como estaba la ermita y había allí también una ermita y todo eso… pero se han hartao de excarvar allí y no había nada más que unas higueras, que hubo to la vida allí. Que puede estar muy hondo y no se da con ello, pero ahí decían que sí. Se lo oí yo to la vida a los mayores y la gente sí creía sí, que ahí sí podía haber algo de eso. (¿Quién lo había dejado allí el oro?) Pues cuando fue la guerra, que vinieron los de la guerra allí y eso. (¿De quién era la ermita?) La ermita era de unos frailes que hubo frailes ahí.
Siguiendo con la obra de Puerto, referencia para las leyendas en el caso de León, el siguiente capítulo lo dedica a los santos y los héroes, si bien los segundos no han dejado aparente leyenda alguna en estas comarcas, son numerosas las de los primeros.
Uno de los santos más afamados en los pueblos cercanos a La Bañeza fue San Jorge, venerado de forma especial por el pueblo de San Esteban de Nogales, donde se conserva su reliquia, y a cuya romería, cargada de tipismo en todos sus actos, acudían antiguamente las localidades de Quintana del Marco y Genestacio de la Vega con sus respectivas cruces y pendones. Esta costumbre está ya completamente perdida y prácticamente olvidada, pues posiblemente a finales del siglo xix o comienzos del siglo xx una riña entre los mozos por el orden de los pendones en la procesión[3] hizo que nunca más se volvieran a juntar los tres pueblos para ir a la romería, celebrándose particularmente en cada uno.
Hoy la procesión llega hasta un monte cercano al pueblo, con las insignias y acompañados de la danza de paloteo, tras cruzar el puente de madera y céspedes sobre el río Eria hasta la ermita de San Jorge, un humilde y antiguo edificio. Como sucede con muchas de las imágenes de devoción, tanto en la provincia de León como en otras cercanas, la leyenda se encarga de explicar por qué se construyó la ermita en dicho lugar, casi siempre por elección del propio santo, Cristo o Virgen. En el caso de San Esteban de Nogales así nos lo relató Francisco Martínez Calzón:
Eso viene, vamos, de los frailes ya. De los frailes y claro, dicen que, igual son cosas de eso, pero decían que traían al santo, a San Jorge, lo traían pal convento, pero resulta que el santo después a otro día amanecía allí entre las jaras, y fue cuando le hicieron la ermita aquella. Por eso dice: San Jorge ¿dónde dormistes, que tan pronto amanecistes? Y él contestaba que: He dormido entre las jaras y me despertaron las cabras.
La ermita de San Jorge, en San Esteban fue un verdadero escenario de la religiosidad popular, en ella se dieron multitud de ofrecimientos y prueba de ellos eran los exvotos que hasta finales del pasado siglo adornaron sus paredes, de los que nos da cuenta de nuevo Francisco Martínez Calzón, con una curiosa anécdota de su desaparición y el consiguiente enfado del santo:
Había mortajas, unos camisones, mortajas. Unos años, cuando yo era rapa, pues casi to los años decían que llovía, es que llovía, muchas veces de venir con la procesión y recogerse allí en aquellas casas de… porque llovía. Y decían que es que desde va que le habían robao las mortajas ¿Quién las iba a robar?... Yo de eso me acuerdo algo, de los brazos de cera…
Si en San Esteban de Nogales San Jorge era llevados por los frailes cistercienses al Monasterio de Santa María la Real de Nogales y el santo volvía de nuevo al monte, en Navianos de la Vega pudimos recoger a la señora Emérita Posado García (1931) la leyenda asociada a la Virgen de la Piedad de Villademor de la Vega, pues como dijimos anteriormente, la población que se mueve lleva consigo las leyendas de sus lugares de origen:
En Villademor de la Vega también había una ermita muy grande, muy grande era, eh. Y había, pues se ofrecían de… cosas a esa ermita y había que ir a abrirla to los días y a cerrarla y yo fui más de una vez y más de dos, porque mi madre era de Villademor… Era grandísima y estaba a las afueras. Y quisieron llevar la Virgen pa Valencia don Juan y en mita del camino se formaba una polvoreda y se marchaba la Virgen y por eso hicieron allí una ermita. Tenía una fuente también…
Emérita recordaba así esta leyenda que escucho en su niñez en el pueblo de Villademor, una leyenda que en otras partes de la provincia la encontramos asociada a otras imágenes. En otras ocasiones la imagen se coloca en un carro de bueyes y donde el carro va, y es ella la que se encarga de guiar el carro, que para donde la imagen quiere. Otro ejemplo de esta leyenda recogimos en el pueblo de Villadiego de Cea en julio de 2020, asociada a la Virgen de Valdevaniego, relatada por Antonia López (1941), natural y vecina de Villadiego:
Los de ese pueblo (Villavelasco de Valderaduey) la querían llevar en un carro de bueyes, que entonces… bueyes o vacas. Y dice que la ponían en el carro y que no andaba, que las vacas se paraban y después dicen que pa aquí la trajon dos mozas, a cuestas, y que se entendía que la Virgen quería venir aquí.
La disputa entre varios pueblos por la pertenencia de una ermita, o una efigie divina podía ocurrir en su hallazgo, o en otras ocasiones, cuando desaparecía el pueblo al que pertenecía, así, en plena comarca de la Valdería, Felechares ganó a Pobladura en la disputa que ambos pueblos tuvieron por la propiedad de la ermita de Santa Elena, que perteneció al desaparecido pueblo de Tabarilla. Disputa muy sonada en toda la comarca. Así nos lo narraba Plácida García García en San Félix de la Valdería:
Tabarilla era un pueblo que había, pues como Felechares, más grande o más pequeño, pero desapareció, el pueblo ese se perdió. Como Calzada, otro que llamaban Santa Marina también desapareció. Y ese pueblo pues tenían una Virgen que la tienen en el monte, en el alto, que es Santa Elena, era de Tabarilla, y cuando desapareció Tabarilla pues Felechares quería la santa y Pobladura también la quería. Unos decían que era de Pobladura y otros de Felechares. Y decían que habían medido el terreno a pies, y que por dos pies había ganao Felechares a la Virgen.
De esta leyenda existen múltiples versiones, como la que dice que el terreno fue medido por varas, recogida en Felechares de la Valdería a Eleuteria Aldonza García, natural y vecina de Felechares:
Al marchar la mitad del terreno de Tabarilla quedó pa este pueblo, y la otra mita pa Pobladura, y Santa Elena también las querían los de Pobladura, pero decían que habían echao a suertes a varas, ahora decimos a un metro, antes a varas. El pueblo que más cerca quedara era Santa Elena pal pueblo. Recto quedaba más cerca Pobladura, pero por el camino, quedaba más cerca este. Y claro quedó pa este pueblo.
La ermita es un edificio muy simple, de factura popular, pero lleno de encanto, que conserva intactas las ofrendas que durante siglos las gentes de Felechares llevaron a la santa, viéndose en ella multitud de objetos de cera, cuadros, fotografías, etc. Otros ofrecimientos eran los de los ramos, adornados con velas y cintas que se llevaban a la ermita en la procesión, el día de la fiesta de la santa. Asociado al ajuar de la santa existía en Felechares una hermosísima costumbre de la que de nuevo Eleuteria nos da relación:
Y antes, y yo ya también cuando era una chavala, la ropa de Santa Elena, los que iban a la mili, unos llevaban el manto pa casa, otros llevaban un medallón que tiene... Todos querían llevar algo pa casa, pa tenerlo durante el año.
Como todo tiene su final, Tabarilla también tuvo el suyo, y como en la mayoría de los despoblados tiene su correspondiente leyenda para explicar su desaparición. La primera de ellas la recogimos a Plácida García García, quien a su vez la aprendió de su madre. Dice lo siguiente:
(¿Por qué se perdió el pueblo de Tabarilla?) Se perdió porque yo lo oí a mi madre, a otro se lo oiría, que había un gallo y que había puesto un huevo en la torre, y aquel huevo había criao un brugo, y con aquel brugo había desaparecido el pueblo.
Esta interesante leyenda también fue recogida por Puerto, pero en su caso, en vez de un brugo, el animal que nace del huevo del gallo y hace desaparecer con su mirada al pueblo es el basilisco (891). En Felechares de la Valdería, pueblo cercano al antiguo de Tabarilla encontramos otra leyenda sobre la desaparición, recogida en este caso a Eleuteria Aldonza García:
(¿Dónde dicen que fueron los de Tabarilla?) Decían que pa Andorra, dicen que tenían el pueblo que le llaman Tabarilla […]. (¿Por qué se fueron?) Bueno, decían que era porque querían ser independientes.
Volviendo a los santos, si San Jorge y Santa Elena eran afamados en las tierras de la Valdería, mucho más afamado era Santo Tirso, no solo en las comarcas bañezanas, sino también en la mitad sur de toda la provincia leonesa y el norte de Zamora. Su ermita se encontraba situada junto al río Órbigo, cercano a las localidades de Valcabado del Páramo, Altobar de la Encomienda y Navianos de la Vega. En esta última localidad pudimos recoger la leyenda que contiene el porqué de la situación de la ermita en aquel lugar, hoy ya desgraciadamente desaparecida. Fue recogida en Navianos de la Vega a Argelina Alija Alija (1935), natural de La Nora del Río:
San Tirsín era un niño precioso, y ese santo –le oí decir a mi padre, a mi padre y a las gentes mayores–, que había venido en una crecida, y había parao ahí, entonces no había ermita. Ves que pasa el río, pasa por ahí pegando a San Tirso, y que le habían encontrao al niño, que le habían encontrao al santín ese ahí. Y como el Niño le habían encontrado allí, que habían hecho la ermita.
La talla del santo, de San Tirsín, hoy ya ha desaparecido, tras el sospechoso incendio que a mediados del siglo xx asoló la iglesia parroquial de San Martín de Altobar de la Encomienda, a la que fueron llevadas las imágenes de la ermita de Mestajas, junto también con las que le correspondieron al pueblo de la iglesia de La Vizana, repartidas entre Altobar y Maire de Castroponce (Zamora). Lo que aún se venera es una curiosa reliquia, salvada de dicho saqueo gracias a encontrarse recogida, por su alto valor, en la casa del sacristán del pueblo. Su descripción y curioso color nos la ofrece Cesáreo Vilorio Viejo:
La mano de San Tirso, así grandona que tienen allí, con una perla así grande. Una mano que es de plata, era de plata toda, lo cual cuando robaron la iglesia no lo robaron porque la tenía el sacristán en casa, la tenía el sacristán. Es grande, desde el codo pa abajo, está abierta porque yo la he besao muchas veces, está así abierta y tiene una reliquia, verde. La reliquia que está ahí dentro era verde.
A Santo Tirso lo trajo el río Órbigo hasta Mestajas donde lo dejó y se levantó una importante ermita en su honor. No quedó el río conforme en llevar un solo santo, sino que pocos kilómetros más abajo, ya en la provincia de Zamora, los vecinos de Coomonte de la Vega también asocian al río Órbigo la traída de su venerada imagen de San Marcos, que antaño protagonizaba otra singular romería. Es el capricho del agua otro tema recurrente para explicar el origen de algunos centros de culto. La ermita aún se encuentra en pie, pero si no se remedia pronto, le espera un futuro semejante a la de su compañero Tirso. Fue en Coomonte donde pudimos recoger la leyenda a Ernestina Martínez Casado (1943):
Dicen que San Marcos vino por el río abajo, y ahí paró, y ahí lo recogieron y por eso la ermita de San Marcos. Vino por el río, por las aguas encima, ahí aparcó, ahí se detuvo con las brozas y ahí lo recogieron.
Pero volvamos a San Tirso y a su romería, donde afloraron multitud de costumbres que ya recogía Manuel Fernández Nuñez en 1914 (23), cuando aún se celebraba con gran asistencia su primaveral romería. Fue en Quintana del Marco, donde Rosa y Pilar Martínez Miñambres, nacidas en 1923 y 1925 respectivamente, recordaron la curiosa costumbre que se sucedía en el interior de la ermita:
Me acuerdo de ir a la misa, a San Tirso, era la misa y me acuerdo que decían que había un agujero, como una ventana, pero sin ser ventana, na más como un boquirón. Y decían que pasando por allí y rezándole a Santo Tirso y pidiéndole que diera novio, pues que te casabas al año siguiente.
Como santo de reconocida fama, no faltan las leyendas de sus milagros entre quienes oyeron hablar de él, uno de ellos vinculado también con el río, que pasaba junto a la ermita, recogido en Quintana del Marco a Cesáreo Vilorio Viejo:
San Tirso dicen que era adivino, porque lo que comentaban, que yo oí, que decían que había caído un niño al río y que San Tirso lo había sacao y creyeron que ya estaba muerto, y entonces le dio masajes, lo que fuera, y revivió. Entonces pasaba el río Órbigo, junto a la iglesia, pasaba ahí abajo todo, por la parte de la Dehesa del Villar, que está la casa, sobre la orilla la carretera y Altobar, bajaba el río por ahí y desembocaba, en aquel entonces, justamente ande empieza el puente de La Nora, pal lao de Altobar, por ahí venía el río.
Con la ruina de la ermita no acabaron las leyendas sobre ella, como «del árbol caído todos hacen leña», la ermita sirvió a los vecinos para el reaprovechamiento de materiales en época de escasez. Al desarmar parte de un muro, ya avanzada la segunda mitad del siglo xx, un descubrimiento fue muy sonado entre los vecinos de la comarca, convirtiéndose casi en germen de una nueva leyenda. En este caso escogemos el informe que Argelina Alija Alija, nuestra informante residente en Navianos de la Vega:
Se conoce que allí enterraban gente. En esa ermita, ahí, había gente enterrada, y había pues cachos así en la iglesia, que por fuera no sabía lo que había dentro, pero estaba hueco dentro, y con un madero, puesto allí y con todo tapado, no se sabía lo que había dentro. Pero la gente andaba escasa de leña, y le dio por cortar aquel palo que atravesaba aquello y así le vino la pared pa acá, (aparecieron) unas personas allí dentro. Con las uñas así de largas y el pelo así de largo. Secadines estaban. Quedaron como envueltos en una sábana, pero estaban con una carina secadina del todo. Decían que a lo mejor podían ser reyes o alguna cosa de eso, porque pa ir a enterrar a una iglesia, no creo que un muerto de hambre lo llevaran pa la iglesia.
En las comarcas bañezanas, varios son los pueblos que tienen al Cristo una especial devoción, muchos bajo la advocación de la Vera Cruz, entre ellos Genestacio de la Vega. En este caso la imagen se venera en una humilde ermita que se encuentra a la entrada del pueblo, junto al cementerio de la localidad. Allí, Ramona Merillas Rubio (1940), nos informó de varias leyendas asociadas a la imagen, y el castigo que propiciaba a los que se burlaban de ella, otro tema legendario presente también en múltiples lugares:
En la ermita de Genestacio, antiguamente la lámpara era de aceita y las devotas pues terminaba una por una ofrenda que hiciera, pues terminaba aquella de lucir y después ya cogía otra: oye cuando tú termines voy yo. La gente entonces, todo el mundo pasaba en caballería a La Bañeza […] y estos debían de haber pasado varias veces ya, pero a la vuelta cuando pasaron ya estaba medio anocheciendo o algo así y el Cristo ya no tenía… se le había acabado la aceite. Y le dice: Anda a este burro se le acabó el pienso.
Un poquito para acá ves que hay una reguera que cruza, en esa reguera siempre había un hoyo que tenía un remanso de agua y así, hasta un poco profundo. Según llegaron allí, los burros se les espantaron y los dos pa`bajo, pal charco. Se quedaron tan impactados que decía: Por años que vivamos de este Cristo no nos volvemos a reír.
Otra vez también contaban de otros que estaban allí en la ermita, en el portal aquel que hay y estaban diciendo: Mira este que barbas, tiene, que pelo, que se lo tenemos que cortar… Bueno, en este plan. Entonces las lechuzas entraban a beber el aceite de la lámpara y las ventanas no tenían como ahora cristal, no tenían más que la rejilla aquella… De que salió se lio a picotazos con los chicos y a darle con las alas en la cabeza y así que asustaos decían: Marchamos y a este Cristo no se le puede decir nada porque no. Porque tiene mucho poder y mucha fuerza, así que no nos podemos reír de él.
Un tercer relato de las mismas características actualiza una situación semejante a las anteriores, colocando ya en coche a los autores de las injurias contra la sagrada imagen, la incluimos también al hacer la informante hincapié en las ofrendas y exvotos que el Cristo recibía, una muestra de religiosidad popular hoy completamente extinta en la comarca:
Yo ya era una cría, pero ya empezaban algunos chavales a tener su coche y tal. Iban de la procesión de la iglesia a llevar el Cristo a la ermita, el día del Cristo y pasaron también. Como tiene melena el Cristo, porque las melenas esas eran ofrendas que hacían, por ejemplo, una niña estaba mala. Aurelia tuvo su melena allí, que estuvo bastante mala y tenía una melena larga y su madre le prometió que si se curaba le cortaba la melena y le ponían el pelo al cristo, lo mismo que si se hacía una mano o un pie… Y bueno pues se iban riendo de él también ¡Anda que melena tiene!... Cuando llegaron antes de la curva que han de llegar al molino de La Nora, el que había, ahí se fueron para el reguero con el coche.
Por último, Ramona recuerda la historia contada por uno de los frailes dominicos que predicaban las concurridas novenas en el santuario de la Virgen del Camino, que tanto frecuentaron gentes de estas y otras muchas comarcas de la provincia leonesa:
Contaba él de cuando la guerra, que un señor entró en una iglesia y la Virgen estaba con el Niño, y le cortó las manos al niño. Años después ya terminó la guerra, se vino a su casa y él tuvo una niña, y la niña nació con las manos cortadas, y él decía que era un castigo de la Virgen por haberle cortado las manos a su hijo.
Del mismo tipo de leyendas, en los que alguien es castigado por hacer un mal a la divinidad, recuerda el autor de este artículo una muchas veces contada por su abuelo, Laureano de las Heras Vidal, natural de Quintana del Marco, quien narraba con gran credibilidad la ocasión en la que tres ladrones habían entrado a robar en la iglesia de San Pedro de Quintana y, al llegar al altar donde se venera la imagen del Nazareno, como a este le brillaban los ojos al ser de cristal, pensaron que era una persona y se liaron a palos con él. Finalmente, cada uno de los tres ladrones murieron de accidentes y enfermedades, de las que solo recuerdo el que murió al volcar el carro.
No todas las leyendas relacionadas con las imágenes divinas son castigos, también se narran historias de milagros maravillosos, en el caso de Quintana del Marco dos son los milagros más conocidos que obró la Virgen de Secos. Esta imagen tenía su ermita en los llamados «Cuestos de Villanueva», concretamente en el «Cuesto de Secos», donde según la tradición oral de la zona y algunos restos arqueológicos que lo verifican, existió también un pueblo. Uno de estos maravillosos relatos nos habla de cómo la Virgen sacó un buey del ventano, la oquedad por la que se arroja la uva en la bodega. Mª Gloria González Méndez y Teodora Cubero Rubio son quienes nos los relatan:
¿No te acuerdas de ver un cuadro en la iglesia que había una pareja de ganaos así medio caída en esta iglesia? Decían que había sido de esta gente del tío Manuel Rubio, que venían de acarriar y dice que venía el ganao y se metió el buey pa un ventano, y el otro le quedó fuera, y el otro le quedó colgando por un ventano de las cuevas y dice que en vez de atender a sacar el buey del ventano, estaba allí pintao eh, que se puso de rodillas a implorar a la Virgen de Secos, venga a rezar a la Virgen de Secos y al rato cuando miró el buey salió solo del ventano. Y pintaron un cuadro que allí estaba, estaba cuando se caeron los bueys al ventano y después más pa un lao estaba la pareja bien puesta y el señor rezando, rezando, rezando, porque la Virgen le sacó el buey del ventano.
Otra leyenda, más conocida, es aquella que sitúa la acción en un tiempo pasado cuando la imagen se encontraba todavía en su ermita del Cuesto de Secos, junto a la cual debió existir un pozo, en el que cayó un niño. Siendo una historia similar a la ya mencionada de San Tirso y el niño que cayó al río. Informe recogido a Mª Gloria González Méndez y Teodora Cubero Rubio:
Lo pone allí la historia, un niño cayó al pozo y un pastor o un señor que había allí a la Virgen invocó y lo sacó al brocal del pozo. Y dicen que fue ese señor al ver ese milagro tan grande el que mandó hacer la… que no es iglesia, es la ermita.
Aunque como ya anunciábamos, apenas hay relatos sobre héroes en estas comarcas, sí podemos considerar que los vecinos de Calzada de la Valdería y alrededores tuvieron a Santa Marina como su propia heroína, con una leyenda muy curiosa sobre la santa, que explica su veneración en el despoblado que llevaba su nombre, en las inmediaciones de Calzada y Castrocalbón. Nos la relata Plácida García García, cuya madre, de quien lo aprendió, era natural de Calzada:
Santa Marina, yo lo oí a mi madre, yo lo que menos me acuerdo de eso, que era una santa y que iban los pastores con las ovejas to los días, que era el pueblo y al parecer salía una serpiente, pero nadie la podía matar, porque era muy grande y Santa Marina le puso el pie encima y la mató. Y estuvo en la iglesia de Calzada, pero cuando la hizon nueva el cura la vendió.
Posiblemente esta leyenda fue formada a partir de la iconografía de la santa, que normalmente aparece pisando al dragón, que toma la forma de serpiente. En la Leyenda Dorada, se explica uno de los prodigios que tuvieron lugar en su martirio, cuando la santa estaba encerrada en la cárcel y pidió al señor que le permitiera ver el enemigo contra el que luchaba, apareciendo un dragón al que hizo la señal de la cruz y desapareció (de la Vorágine 151). Sin embargo, esta leyenda, que hunde ya sus raíces en antiguas biografías y aparece en vidas de santos como San Jorge y es atribuida en otros puntos de la geografía leonesa a otros santos como San Lorenzo, así ocurre, por ejemplo, en La Vid de Gordón (Rúa Aller y Rubio Gago, 2019, 164). El final de Santa Marina, al igual que vimos anteriormente el de Tabarilla, también tiene su propia leyenda, narrada por Plácida García, en la que se narra como el pueblo despareció con los ataques desde el palacio de Castrocalbón:
Decían que tiraban desde el palacio, que había un campamento en el Robreu, Sí, sí, decían que luchaban, tiraban desde el palacio allí, que había unas piedras que eran como aglomerao. Era como aglomerao medio rojo y que no llegaban allí, que caían en la mitad y que a Santa Marina que lo habían destrozao por eso.
Avanzando con los temas legandarios, llegamos al de «las etnias», donde los primeros en aparecer son los moros. En palabras de Puerto, estos seres con «los personajes legendarios más presentes y arquetípicos en las leyendas penínsulares» (610). Es necesario apuntar que no siempre han de ser identificados con los árabes, que sin duda dejaron su huella en la Península en sus casi ocho siglos de existencia, sino que más bien pueden hacer referencia a los habitantes primordiales y más antiguos de nuestro suelo, ligados aún con el territorio (Puerto 610).
Su mítica presencia la hemos podido documentar en prácticamente todos los pueblos en los que se ha sacado a la mesa el tema de estos seres. Sirva de ejemplo el informe dado por Argelina Alija Alija, vecina de Navianos de la Vega:
Por aquí anduvieron mucho los moros, eh. Si en Pozuelo, mira, en Pozuelo las casas que hay luego a la entrada, que están mismamente a la carretera, unas casas que son como un palacio, grandísimas, eran de gente de esa todo. Si por aquí anduvon mucho los moros, yo le oí hablar a mi padre y a los mayores de antes que había visto mucho de eso, mucho, mucho.
De la misma manera, en Altobar también hay noticias de su presencia en una elevación de terreno a la entrada de la localidad, conocida como «La Picota», nos da fe de ello Cesáreo Vilorio Viejo:
Sí hombre, hubo un reinao de moros. Existieron porque ya digo, en Altobar también, unos estaban aquí y otros estaban allí. Porque desde La Picota que llamamos allí en Altobar, divisaban to la vega de aquí hasta San Martín de Torres, y estaban cuando eso.
Estos podían habitaban generalmente en castillos y cuevas. Salvo el de Alija del Infantado, donde no hemos podido documentar su presencia, los castillos de Quintana del Marco, Villanueva de Jamuz y Castrocalbón se relacionan con estos seres fabulosos, y a menudo, la información dada por los informantes se entremezcla con otros relatos sobre sus quehaceres, así, por ejemplo, las moras que habitaban el castillo de Quintana del Marco lavaban en un estanque próximo que bien se podía tratar de un resto del foso defensivo, hoy ya desaparecido. Esta leyenda fue recogida en el mismo pueblo a Maximina Falagán Gutiérrez:
Decían que la huerta esa, la de Agustinón, ves que tiene un cacho así más bajo, donde está la casa esa. Pues decían que esa era una laguna donde lavaban las moras. Yo le oí contar eh. Ese trozo era de agua, era donde lavaban las moras, porque por eso está mucho más bajo que lo otro. Lo oí contar, que aquí había mucha morería.
Pocos kilómetros más arriba del Jamuz llegamos a Villanueva, la antigua capital de Valdejamuz, donde los Quiñones levantaron uno de los castillos más completos que se han conservado en la provincia. Allí, los moros están asociados al castillo, como nos lo relata Inés Fernández Cuadrado:
Los moros estuvieron en el castillo, sí. Decía mi madre que se le había quedao un morín. Pero, había uno moro, que yo lo vi, yo era pequeña, pero era un señor fuerte y negro y andaba por allí, yo era pequeña, porque si lo veías escapabas porque le tenías miedo, pero no, no, no marcharon luego, según contaba mi madre, no marcharon luego.
Por último, en Castrocalbón, están asociados al palacio, del cual se conserva únicamente un fragmento de muro y un arco apuntado de grandes dimensiones. Allí a los moros también se les relaciona con la ermita de la Virgen del Castro, muy cercana a los restos del palacio. La leyenda nos la relata, en San Félix de la Valdería, Francisca Balboa Alonso:
Yo os diré que en el palacio aquel de Castrocalbón vivieron los moros. Allí vivieron los moros y dicen, esto es un dicho, que será verdad, o no lo será, pero yo siempre he oído a mis antepasaos, a mis abuelas, a mis abuelas se lo dirían las de ellas, a mis tías, que está enterrada, en la ermita, el rey moro y la reina mora. Dentro de la ermita, nunca nadie ha visto, pero eso es, si es verdad o si es mentira, pero que vivieron los moros sí.
La misma informante recordó también la antigua historia que relaciona a los moros con los túneles subterráneos para ir a por agua, en este caso en tiempo de guerra:
Y tenían, el palacio, bueno pues donde está el arco, que ahora lo restauraron muy bien restaurao, y el paredón que le llamamos, que es un trozo allí, un paredón de tapia, que yo toda mi vida la he visto así, desde niña. Pues ahí es donde tenían la vivienda, eso era la vivienda, eh, y desde ahí yo creo que decían que de aquella, que estaba el pueblo aquí pa La chana, que ahí estaba el pueblo, y ellos que bajaban a por agua por un subterráneo que tenían, allí luego para abajo son bodegas y está la iglesia, pues por detrás de la iglesia había un estanque de agua, que ahora lo taparon con la concentración, porque le tocó ahí a un señor la finca, pero ahí había un estanque de agua, y dice que bajaban lo moros, o los que bajaron, los criaos, desde el palacio, por un subterráneo, por abajo, a por agua, cuando estaban en guerra. No sé con quién pelearían, lo que sí sé es que los echaron de ahí, destruyeron todo, a bombazos y a lo que fuera de aquella.
En Genestacio de la Vega, también es conocida la historia de la Cueva de la Mora, situada en el monte entre dicha localidad y La Nora del Río. Recogida a Luisa Rubio y Guadalupe Posado:
Y abajo, donde empieza el camino de la Ruta de la Plata, que es donde empieza, para el pueblo, allí hay una cueva que le llamaban la Cueva de la mora, que era una mujer que vivió sola, que a lo mejor la pobre no era mora, era una cristiana que se quedó solica allí, en los tiempos aquellos y vivió allí. La cueva ahora está destrozada, pero que hay algo ahí sí, se ve material blanquecino. (¿Y decían que la veían?) A esa señora sí, la madre de mi tío y esos sí, sí, la vieron bajar […] bajar a lavar, a coger agua y a todo.
Las cuevas eran otro lugar de residencia habitual de estos seres y son muchas las que se relacionan con ellos en la provincia leonesa y otras vecinas como Zamora, donde en Alcubilla de Nogales se encuentra la Cueva los Moros, a la que se asocian también otras leyendas interesantes como la marca de su mano a la puerta y su conexión con la iglesia del pueblo de Villageriz de Vidriales, al otro lado de la sierra de Carpurias, lugar de referencia para la zona, y del que, volviendo a un tema ya tratado anteriormente, siempre provenían las tormentas más dañinas. Allí nos informaron sobre su leyenda varios vecinos del pueblo, entre ellos Jorge González, Lucas Martínez, Francisco Álvarez y Virgilio Fernández:
Aquí le llaman a una la Cueva los Moros, antes había moros y la luna... Y tienen la mano ahí puesta a la entrada de la cueva, allí a la izquierda, según entrabas a la izquierda.
En realidad, no se sabe mucho de esa cueva. Yo me acuerdo de chaval entrar con una linterna y la linterna se quedaba sin luz.
Decían que llegaba hasta la iglesia de Villageriz, entrabas un poco, pero después ya no podías (…) había un momento que la oscuridad era tan fuerte que no alumbraba ya la linterna (…). Decían que había metido un gallo y había salido allí a la iglesia de Villageriz, lo decían, puede ser leyenda o no, no lo sé.
Esta conexión con la iglesia de Villageriz se verificó de manera legendaria con el gallo, que los vecinos de Alcubilla echaron para saber a dónde llegaba la cueva. En Villageriz, uno de los pueblos más bellos de este valle, como no podía ser de otra manera, también se conoce esta leyenda, Lorenzo Núñez (1945) añadió a ella un bellísimo matiz relacionado con el famoso gallo:
Aquí le llaman a una la cueva los moros, ahí en esa montaña que hay ahí arriba, que se entraba, decían pa allí en el alto una montaña que hay aquí y salían en la iglesia. Que una vez, pero eso no se si será verdad, que metieron una vez un gallo, un pollo de esos que cantaba y lo metieron por allí y cuando cantaba aquí en la iglesia, eso lo han contao to la vida, pero alomejor es historia. Eso del gallo se ha contao to la vida (…). Y eso del gallo, no se si de los nacidos ninguno lo ha visto, pero decían eso, que habían metido un gallo y cuando estaban en misa, en la iglesia, el gallo cantaba.
Muy cerca de ambos pueblos, lindando con la Valdería leonesa, se encuentra el zamorano valle de Vidriales. Entre los muchos restos arqueológicos que allí se han hallado, se encuentran los del campamento romano de Petavonium, en las inmediaciones de Rosinos de Vidriales, Santibáñez de Vidriales Fuente Encalada y San Pedro de la Viña, campamento vinculado con la legio X Gémina. Este lugar, donde también existió un asentamiento poblacional de importantes dimensiones, es conocido en la tradición oral como «Ciudadeja» o «Ciudad de Sansueña», como así lo nombra Manuel Gómez Moreno, en la interesante descripción que hace del lugar para el catálogo monumental de la provincia de Zamora (47).
Encontramos una leyenda vinculada a esta ciudad y sus míticos pobladores en el cercano pueblo de San Félix de la Valdería, recogida de nuevo a nuestras informantes Francisca y Plácida:
Hay muchos palacios de estos, porque ahí en Fuente Encalada está la ciudad de Sansueña, que también había ahí un palacio. Sansueña, mira, querían hacer los moros, y hicieron el caño por bajo de una sierra que hay pa allá y traían el agua desde Pinilla por la orilla la sierra y la querían llevar pa Sansueña. Sansueña está pa allá de Fuente Encalada, que es un teso allí, una Sierra allí. Si os dais cuanta va como a basales, no va así recta y la gente lo araba, porque decía que ahí salían unos garbanzos muy buenos.
Por el lao de San Pedro, en Sansueña, yo ví un sótano, allí, pero dice que nadie ha entrao adentro, está la boca hecha en la sierra, y ese montón de tierra y piedra, pero ahí adentro nunca han entrao. Allí lo mismo, dicen que bajaban por agua al estanque de La viñona, dice que le llamaban La viñona.
Este caño de agua ya es mencionado por Gómez Moreno, quien lo denomina como «caño de los moros». En los pueblos cercanos, como San Pedro de la Viña o Villageriz de Vidriales, al teso al que nuestra informante da el nombre de «Sansueña», se conoce como El Castro, y también se vincula con residencia de estos míticos moros y escondrijo de cuantiosos tesoros. De nuevo aquí también tenemos ese pasadizo subterráneo, que es usado por los moros, al igual que el del palacio de Castrocalbón para bajar por agua.
Los moros guardan una estrecha relación con los tesoros y, especialmente, con el oro. En muchos pueblos se conoce la leyenda de la mora que recompensa a la mujer cristiana que amamanta a su hijo o el tesoro perdido, como también se le conoce, por su funesto final. Un ejemplo de esta historia lo encontramos en Castrocalbón, narrado por Francisca Balboa Alonso:
Le oí contar a mi tía esta historia, no se si será verdá o será mentira. Historias que se oyen contar. Que cuando estaban ahí los moros, que iba una señora pal Barrio y que la señora esa pues tenía ella un niño pequeñín, tenía leche en los pechos. Y que salió una morita y que le dijo a ver si no podía entrar a amamantar a un niño que estaba llorando, que la madre había nacido y que la madre no tenía leche -esto alomejor es un cuento-. Y que aquella señora que iba pa allá, que entró a amamantar a aquel niño, en el palacio. Y que la morita aquella que le vino en el mandil, con un mandil de carbón, de carbón. Y se lo echó a la otra señora cuando ya le dio el niño, puso la otra señora, porque de aquella todas las mujeres traían mandil, saya y mandil. De aquella como trían todas las mujeres saya no se por qué y traían todas mandil. Y que ella puso el mandil y que cuando marchaba por allí arriba ¿y yo pa qué quiero el carbón? Pues tendría la casa llena de leña porque en Castrocalbón hay mucha encina, mucha leña, y que los tiró pa allí pa una viña. Y llevó en el bolso del mandil dos o tres carbones y dice que cuando llegó se puso ella a hacer lumbre en la cocina de humo, que antes era lo que existía, la cocina de humo, y que aquellos carbones ¡buó traigo aquí unos carbones! Que los echó pa la lumbre y que, al quemarse, que cuando vio que era oro. Alomejor esto es un cuento de leyenda, y que volvió por los carbones, que los había tirao allí, donde ella los tirara, en el camino, pero que ya habían desaparecido los carbones. Se conoce que la morita, estaba al acecho.
Como ya adelantábamos, el argumento de esta misma leyenda se conoce también en otros lugares. Si bien en Castrocalbón se asocia a una mujer de El barrio, uno de los siete núcleos de población que conformaron la localidad[4], en Villaferrueña, localidad zamorana próxima a León a los pies de la ya referida sierra de Carpurias, la benévola mora tenía su residencia en el castro de la localidad, esta es la versión que atentamente nos narraron en dicho pueblo:
Contaban una leyenda de una mora que había tenido un críu, y antes las mujeres pues le daban la teta de una mujer… cuando paría, pues decían que no le valía la leche o tal y vino al pueblo y llevaron una mujer a que le diera la teta al niño allí al Castro, donde estaban los moros, contao eso que yo no… Dice que cuando terminó de darle la teta, que se fue unos días y que dijo, la mora, dijo: Toma esto, tal. Bárbara me parece que se llamaba la mujer que fue a dar la teta, y que le había dao en el mandil unos trozos de carbón, un mandilao de carbón. Y dice que lo llevó en el mandil y no lo miró lo que era, más cuando viene poco a poco pol el camino dice que… pero esta mujer qué me dio a mí, si esto es carbón. Dice que empezó a coger un carbón y a tirarlos, tiró pa´lante, cogió otro, pal otro lao, un poco más alante pal otro lao, bueno… Dice que cuando llegó a casa, que dijo ¿a ver qué es?, de que vio lo que era, dijo: ¡Si lo tiré todo! Después un rato de que se dio cuenta, cuando va a buscar lo que había tirao, había venido la mora, detrás y se lo había cogido. Y era oro, eran trozos de oro.
Para los habitantes de Villaferrueña, su castro, una elevación de terreno que se localiza en las cercanías de la localidad, era poblado por estos personajes, los cuales vivían en una cueva allí existente. Además, apuntan también a que su castro es mucho más antiguo que el de Arrabalde, famoso por los importantes tesoros allí descubiertos durante el siglo xx.
Para finalizar, hemos querido reflejar otra leyenda, recogida en este caso en la localidad de Navianos de la Vega, a la cual Argelina Alija, quien nos informa de ella, pone de protagonistas a estos míticos seres. En ella se alude de nuevo a las grandes riquezas de las que eran dueños. Es posible aquí la confusión entre moros y franceses, cuyas leyendas veremos posteriormente, y que ocurre con frecuencia (Puerto 629). Dice así:
Mira, contaban que aquí en Navianos, aquí en Navianos, eh, en casa del tiu Gabinu, la casa del tiu Gabinu, la madre del que fuera esa casa, pues dio a luz y estaba en la cama y ellos pues irían a trabajar, y ellos pues fueron a trabajar, los hombres, los de casa, los hijos y eso. Y entonces, decían que si habían, andaban ellos por aquí y esas gentes, que si le habían entrao, una gente de esa. Y que le habían dao con ella donde estaba la cama y que decían, contaban, que igual… que contaban. Uno de que decía: Mataila, mataila. Matarla, matarla decían. Y claro veían la criaturina ahí y otros decían: Dejaila, dejaila. Que las dejaran, vaya. Pero esos traían negocio, traían oro y en esto sintieron que había gente y que venía gente y eso, y si en un pozo o nosequé que tenían ahí que si lo habían tirao pal pozo la cosa que traían. También se oyó eso mucho.
Dejando de lado a los moros, encontramos a otros seres, otra etnia que, por donde pasaron, dejaron su huella y recuerdo, los franceses. En nuestra comarca aún quedan patentes las huellas de su llegada en el Puente de la Vizana, localizado en Alija del Infantado, y que vio como los últimos días de 1808 era volado su arco central por los ingleses, para evitar que las tropas francesas prosiguieran su camino.
Las leyendas sobre los franceses aparecen en Genestacio de la Vega, localidad que dista a siete kilómetros de Alija del Infantado. En esta localidad los franceses pasaron la nochevieja de 1808 (Riesco Chueca 46). Allí Ramona Merillas, recuerda oír entre su familia los siguientes relatos:
El pueblo no estaba aquí donde está ahora, el pueblo estaba ahí debajo de la cuesta, se llamaba, no recuerdo fíjate bien si era San Salvador si era El Salvador. Y cuando la época de los franceses vinieron, bueno venían por aquí. En el pueblo la gente toda se fue al monte, porque todo eso era monte, y en el pueblo solamente se quedó la abuela, o a bisabuela de mi madre o algo así porque estaba para dar a luz y tenía cuatro o cinco chiquillos y todos estaban allí. Y ella claro, había masado unos días antes porque esperaban en cualquier momento podía ponerse de parto. Y llegaron, entraron en casa y ella en la cama con los niños, allí. Y le cogieron todo el pan que había masado, se lo cogieron, entonces la abuela le dijo que le diera por favor una hogaza para los niños, pan para los niños, bueno… Se miraron y uno de ellos le tiró una hogaza y decía: Le fan le fan, los niños… Y ya se marchó, pero le dejó una hogaza de pan para el niño. Y a partir de ahí ya la gente se vino para aquí alrededor de la iglesia, que era pues el hospital que había.
Allá en las Penillas, de cuando los franceses, en una viña que tenía mi padre había dos piedras enormes, una puesta plana y la otra de canto, y decía mi padre que esas piedras era de la época de los franceses, porque desde allí, no se si aquí abajo estaban los ingleses o quien estaba, para el retroceso cuando les apedreaban, o con lo que ellos emplearan entonces, para que no sufrieran ellos nada, porque al lanzar iba para atrás, pegaba en la piedra y ya no pasaba nada. Y estuvo hasta la concentración, mi padre nunca la quitó.
En la misma localidad, Guadalupe Posado también recuerda en la tradición oral de su propia familia, una historia relacionada con los franceses y, de nuevo, con los niños:
Abuelo Santiago dice que un día que entraron en casa de su madre y le llevaron unas cuantas cosas, y que le dijo uno a otro, que entraron dos o tres franceses y que le dijo uno al otro, hablando del niño que era tiernín, recién nacido, dice: -Pues este no estaría nada mal pasado a la brasa.
El último grupo de personajes son los carlistas, de los que Puerto advierte la relación de semejanza que el pueblo hace entre ellos, los moros y los franceses, como foráneos, perturbadores del orden o poseedores de grandes riquezas (634). Será el segundo aspecto el tema de la única leyenda asociada con los carlistas que hemos encontrado en nuestras entrevistas, narrada ya como un recuerdo lejano por Cesáreo Vilorio Viejo:
Y los carlistas antes con los moros también estuvieron. Venía una mujer de vender una vaca de La Bañeza, y la cogieron esa gente, los carlistas. Y dice que… el agua no había (por donde cruzarla) y decían que tornar o matar. Y ella dijo: Pero bueno, me van a matar a mi estos. Y ella venía el río por donde os acabo de decir. Dice que la mujer dijo: Sí… Pues cogió cortante, arreó la vaca por la mita el río y con los rodaos que traían antiguamente, pues la vaca la arrastró, porque el rodao le hacía viento pa arriba. Se agarró al rabo de la vaca y pasó el río. Y lo dejó con los pantalones tendidos.
Pasando ya de las personas a los animales, nos detendremos en uno de ellos, temido y evitado frecuente por la población, se trata de la culebra. De la culebra es conocido su gusto por la leche, de la que se narran diversas historias entre la que hemos escogido la recogida en Quintana del Marco a Teodora que, a su vez, según nos explicó la oyó contar a una mujer de Alija del Infantado:
Me lo contó ella eh, ella era hija del molinero de San Esteban (…). Me dijo que su padre que tenía un molino, sabes, y tenían dos vacas, porque claro, como le sobraba siempre, no es que le sobraba es que lo cogían, lo cogían eso. Bueno pues dice que le parió una vaca, de las dos que tenían le parió una y estaba un jatín muy majo y tal y el jatín, en vez de engordar, no, no subía, y le decía a la mujer ¿Pero qué le pasa a este jato si no sube? ¿qué le pasa? Antes decían jato, sabes. Y dice: Yo qué sé. Si esta vaca siempre ha sido buena criadora y tal. Y dijo. Pues aquí hay algo que no cuadra, dijo: ¿Por qué será? Y así pensando y tal le dijo ella: Oye, como estamos aquí a las afueras y aquí hay praos y eso no será alguna culebra o algo, la que entra. Porque dijo el señor: Ah pues eso se sabe bien, se le echa harina desde la cuadra de la vaca hasta la entrada del molino. Y dice que así lo hicieron y dijo el molinero, el padre: Hoy no me acuesto, hoy me quedo levantao. Pues dice que entró, dijo que era grande eh, entró por encima de la harina, y que tú no sabes cómo chupaba las tetas de la vaca. Dice que claro, después el jatín iba a mamar y no tenía.
Este sorprendente relato se repite una y otra vez en prácticamente todos los pueblos de la península, pues la creencia de que la culebra mama lecha de la teta de vacas, cerdas, cabras u otro ganado semejante está muy extendida (Fraile Gil 236), a pesar de las reiteradas negaciones de los estudiosos del mundo animal. Más sorprendente aún es el relato recogido en el pueblo zamorano de Villaferrueña, donde entre sus vecinos fue sonada esta historia:
Aquí hubo una mujer, verdad, aquí en este barrio, pa la parte de arriba del puente. Una mujer que tenía un niño lo ponía a la teta y el niño no aumentaba nada. Y el caso es que ella tenía leche y dice que se acostaba en la cama y no enteraba y entraba la culebra y le mamaba la leche y cuando iba el niño, si iba el niño a mamar le metía la cola en la boca al niño y la culebra le seguía dando a la teta. Y dice que tanto insistieron en que el niño no aumentaba, que no aumentaba, que algo tenía que pasar, y dice: Pues vamos a echar cernada en la entrada la puerta pa ver si pasaba alguna culebra. Justo, echaron cernada, al día siguiente vieron el rastro de la culebra por la cernada, y era una culebra que entraba a mamarle a la mujer.
Este motivo legendario tiene su parte más visual en las representaciones que desde antiguo se hicieron con la misma iconografía, si bien, el alimento a la tierra en el paganismo, dio lugar a la iconografía cristiana de la lujuria, en la que las culebras maman de los pechos de la mujer. Esta iconografía debió generar pavor entre las mujeres de una sociedad profundamente religiosa. Cercano a Villaferrueña, en Alija del Infantado, David Álvarez Cárcamo recogió a María Andrés de la Fuente y publicó en su libro: La tradición oral leonesa: Antología sonora del romancero, la composición titulada Hija maldiciente que amamanta al diablo, en el que su argumento describe esta horrible escena de la mujer a la que, en este caso por castigo divino, una serpiente succiona leche de sus pechos. Si bien en la leyenda sobre la que ahora tratamos este rasgo no existe o se ha perdido con el paso de las generaciones.
Finalizaremos esta pequeña compilación con las leyendas terroríficas. Todas aquellas que hemos podido compilar tratan del tema de las brujas, personaje asignado al mal en todos los motivos legendarios que hemos encontrado. Existía la creencia en su existencia en prácticamente todos los pueblos, aunque hoy en día ya no es así afortunadamente. Hoy sigue siendo un tema del que la mayoría de los informantes son reticentes a hablar, bien por miedo o por no creer en estos temas.
Comenzaremos estos pequeños relatos por los de su identificación, pues la tradición oral nos da las claves para saber quién podía ser bruja o no. En Quintana del Marco existía la siguiente creencia para identificar las brujas, tenida por cierta con el caso sucedido al sacristán del pueblo:
Porque antes había brujas ¿quien sabe las brujas que había? Hablaban que había brujas. Decían que si metías una peseta en la pila del agua bendita, hasta que no la sacabas no salía la que fuera bruja de allí. Y como había entonces un sacristán que dijo: -Tengo que saber quien es, quienes son y quienes no son. Y metió la… Hasta que no la sacó, que no salieron de la iglesia. Pero después que lo había pasao de mal, pero muy mal, muy mal, muy mal, porque no lo dejaban…
De este interesante texto, recogido a Maximina Falagán Gutiérrez, existe otra variante en la misma localidad en la que cambia el elemento que impide a estas mujeres salir de la iglesia, en este otro caso dejando misal que utiliza el sacerdote abierto.
Según la creencia popular, las brujas pasan su poder al tiempo de su muerte, dando la mano a quien estiman oportuno, generalmente sus hijas, de ello también encontramos un relato en Quintana del Marco, recogido a la misma informante, y en el que se cita también la forma de evitar el paso de esos conocimientos:
Había quien, yo no supe quién era, que estaba mal y bueno, y se murió, que al tiempo de morirse que le dijo a la hija que le diera la mano. Y había bueno, antes cuando uno eso, pues se iba a lo mejor dos o tres mujeres y algún familiar con ellos, que no estuviera solo. Y la hija cogió la escoba y se la dio. Y agarró el rabo la escoba. Y le dijo: Vaya poca vergüenza que tiene, mira que te pide la mano tu madre y le das la escoba. Y le dijo: -Porque no quiero ser como ella. A mi ella no me pasa los poderes que ella tiene porque yo no le doy la mano.
Sobre sus fechorías encontramos una interesante leyenda en la localidad de San Félix de la Valdería, narrada en este caso por Plácida:
Una vez, el bisabuelo mío era herrero, fue una señora a que le herrara las galochas, y él pues no pudo porque estaba haciendo un trabajo y dijo: Déjalas que de que termine te las llevo. Y marchó, aquella señora marchó. Cuando fue a tirar del fuelle que no le andaba, el fuelle. Cogió el machao y marchó y abrió la puerta y cuando lo vió entrar, le dijo: Oye vaya pa la fragua que ya le anda el fuelle. Eso se lo oí a mi abuelo, no sé si sería verdad si no sería. Y él llegó a casa, tiró del fuelle y andaba.
Un último relato sobre las brujas lo encontramos en la localidad de Altobar de la Encomienda, en este caso relativo a la imposibilidad de ser vistas en la noche cuando van a hacer sus fechorías. El informante en este caso es Cesáreo Vilorio:
Allá a deshoras de la noche decía que le picaban a la ventana, y un día y otro, y dijo: Esto no puede ser, bueno pues mira, el vecino de al lao, pal otro lao de la calle tenía el pajar, y dijo: -A ver si en la calle (la vemos) y le tiramos un tiro a ver. Y dice que subían pal pajar de ese señor y que oyeron dos golpes, pero no vieron a nadie. Y ya digo, contaban y afirmaban.
Para evitar las malas acciones de las brujas existían unos papeles, conocidos como escritos, que eran comprados cada año en La Bañeza y debían ser bendecidos en la iglesia por el sacerdote, para lo que se llevaban a misa escondidos en los cestillos de ofrecer o debajo del mandil, pues la negativa del cura a bendecirlos era rotunda. Estos se colocaban en las cuadras y tenían validez para un año y con ellos se trataban de impedir los males del ganado, provocados según la creencia popular por las brujas. Eran usados, por ejemplo, si el animal se negaba a comer dando la espalda a la pesebrera, si aparecían adobes en las pilas, o para cualquier mal que padecieran.
BIBLIOGRAFÍA
Álvarez Cárcamo, David. Tradición oral leonesa. Antología sonora del romancero. Cátedra de Estudios Leoneses (CELe) y Universidad de León, 2019. Impreso.
De la Vorágine, Santiago. La leyenda dorada. Madrid: Alianza editorial, 2014. Impreso.
De las Heras Alija, Jose Luis. «Creencias en torno a la tormenta en el municipio de Quintana del Marco (León)». Revista de Folklore, n.º 466, Fundación Jiménez Díaz, 2020, pp. 67-70.
Fernández Núñez, Manuel F. Folklore bañezano. Madrid: Tip. De la revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1914. Impreso.
Fraile Gil, Jose Manuel. Música y tradición oral en el Rincón de la Sierra (Madrid) Vol. III Rimas, rezos y remedios. Pamplona: Lamiñarra, 2021. Impreso.
Gómez Moreno, Manuel. Catálogo monumental de España. Provincia de Zamora. Madrid: Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1927.
Puerto, José Luis. Leyendas de tradición oral en la provincia de León. Segovia: Ceyde comunicación gráfica, 2011. Impreso.
Riesco Chueca, Pascual. «Aguijábalos poderosa espuela: Testimonios de la retirada de John Moore (1808) entre Benavente y Astorga». En Argutorio, n.º 38, 2017, pp 44-51.
Rúa Aller, Francisco Javier, y Manuel Emilio Rubio Gago. La piedra celeste: creencias populares leonesas. León: Diputación Provincial de León, 2001. Impreso.
Rúa Aller, Francisco Javier, y Manuel Emilio Rubio Gago. El León mágico. León: Diputación provincial de León, 2019. Impreso.
NOTAS
[1] Sobre este tema también se puede consultar el artículo que escribí para la Revista de Folklore: «Creencias en torno a la tormenta en el municipio de Quintana del Marco (León)» publicado en el nº 466, 2020.
[2] En agosto de 2021 ante el terrible incendio que asoló parte de la provincia de Ávila, la Virgen de Sonsoles, patrona del valle de Amblés salió en rogativa a las puertas de su santuario para pedir el control de dicho incendio. https://avilared.com/art/56451/plegarias-ante-la-virgen-de-sonsoles-para-controlar-los-incendios-que-azotan-avila.
[3] Este tema del orden de los pueblos y los pendones en las procesiones conjuntas era un tema espinoso en la provincia de León, hoy en día en la romería de la Virgen de Castrotierra todavía están patentes este tipo de disputas.
[4] Los siete barrios es otro motivo legendario presente en multitud de localidad, lo encontramos incluso en la fundación de Roma con las siete colinas, como recoge Puerto (212).