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Revista de Folklore número

479



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Un nuevo documento sobre mascaradas de invierno en la provincia de Zamora. Reflexiones sobre el mismo

CALVO BRIOSO, Bernardo

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 479 - sumario >



Uno de los anexos imprescindibles en nuestros libros sobre mascaradas de invierno en Zamora y en Castilla y León es el de las fuentes documentales[1]. Frente a algunas corrientes antropológicas que defienden que lo que no es trabajo de campo carece de valor –lo que produce una visión excesivamente sincrónica y sin el significado primigenio de las fiestas–, nosotros sostenemos que es necesaria una visión cubista, multifacética y multidisciplinar de las mismas, es decir, que hay que investigar desde todos los ángulos cualquier tema, para tener una visión más certera de él. Por eso, sin negar la necesidad de la investigación de estructuras, ecología, sociología, …, creemos imprescindible llegar a conocer cómo se han gestado estas celebraciones festivas, su significado original y su desarrollo a lo largo de la historia. Y a esto ayuda el conocimiento de las fuentes documentales.

El rastreo por distintos archivos, principalmente diocesanos de Castilla y León, nos proporcionó importantes datos sobre su antigüedad y evolución. En principio nos centramos especialmente en los Libros de fábrica y visitas de aquellos lugares que aún tenían mascaradas, además de revisar los Sínodos episcopales de las diócesis de esta Comunidad autónoma. Hemos ido encontrando posteriormente más documentación sobre otros lugares que también tuvieron mascaradas y que acabaron perdiéndolas, muchas veces por las condenas eclesiásticas.

Sin embargo, no habíamos recurrido nunca a la consulta de los Boletines Eclesiásticos. Pues bien, en el Boletín Eclesiástico del Obispado de Zamora es donde hemos encontrado el nuevo documento en cuestión, una Circular[2]. Data del 3 de noviembre de 1888 y está firmada por el obispo D. Tomás Belestá. Se refiere a lo que ha encontrado en su visita pastoral por la comarca de Aliste. Después de deplorar la suma pobreza en la que están todas las fábricas de las iglesias de la comarca, prosigue:

Esto Nos ha llenado de dolor, no menos que el tener noticia de ciertos abusos, que bien podemos llamar sacrílegos, y tienen lugar el segundo día de Pascua de la Natividad del Señor en algunas iglesias, pocas por fortuna, no corregidas por los respectivos párrocos o ecónomos, como a ello están obligados en conciencia. Llámanse estos brutales desmanes Obisparras[3] y consisten en que los mozos se apoderan tumultuariamente, sin resistencia de nadie, de las campanas y, quizá, llenos de vino, están tocando toda la noche. Uno de los mismos, durante el Santo Sacrificio, se presenta rodeado de cencerros, que lleva cubiertos bajo la capa y en los momentos más solemnes del acto religioso mueve el cuerpo, resultando un ruido tan disonante como puede suponerse.

Pero no para en esto la profanación del lugar santo y la irreverencia sacrílega del incruento sacrificio: se viste un hombre de una especie de capisayos y, acompañado de varios, que se dicen sus familiares, se suben en un carro y en medio de estrepitosas carcajadas recorren el pueblo y con esta mascarada, el que se titula Obispo ayuda al párroco en la misa, excitando como es consiguiente la hilaridad de cuantas personas se encuentran en la iglesia, con menoscabo del respeto y reverencia que se deben a la casa del Señor.

No pudiendo tolerar tan inauditos escándalos y profanaciones, repugnantes a la severa magestad (sic) de los augustos misterios de nuestra Santa religión, los prohibimos; y mandamos bajo precepto de obediencia a todos los señores Sacerdotes encargados de parroquia que, bajo su más estrecha responsabilidad, recojan en dichos días de Pascua y sus vísperas las llaves del campanario, apelando para hacerse respetar, en cuanto sea necesario, a la autoridad local. Y si, lo que no es de esperar, no secundase Nuestros mandatos, cerrarán la iglesia, dándonos cuenta de los infractores, para exigir la responsabilidad ante quien corresponda. Preferible es que no haya misa en dicho día, a que sea ésta indignamente profanada.

Los párrocos y tenientes, donde en años anteriores hayan tenido lugar estos excesos, leerán esta Nuestra Circular al ofertorio de la misa en un día festivo y otra vez en el domingo que precede a las fiestas de Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Tomás, Obispo.

Lo primero que merece una reflexión es el lugar en el que se desarrollan estas Obisparras: Aliste. Comarca singular no sólo por la abundancia de mascaradas de invierno que siguen vivas a día de hoy –ocho–, sino también por su riqueza etnográfica: tradiciones, canciones, danzas, curanderismo, vestimenta, … Esto tiene su razón de ser no sólo por su ubicación junto a la frontera portuguesa, con muy malas comunicaciones e infraestructuras –como maestro que fui de Nuez de Aliste, no llegué a conocer carretera que me llevase allí, ni disfruté del agua corriente, aunque aprendí mucho de una gente sencilla y generosa–, sino, especialmente, por su marginalidad del centro de poder religioso.

Perteneciente esta comarca a la diócesis de Braga desde fecha inmemorial, va a ser reclamada ante el Papa como propia por la diócesis de Astorga a finales del siglo xii, aprovechando el momento en que Braga estaba siendo requerida por el Papa Celestino III para que pagase los votos a Santiago. Como se negase al pago, el Papa Inocencio III, en el año 1200, encomendó al cabildo de Santiago de Compostela que estudiase la reclamación de Astorga. Esperando esta sentencia, que nunca se produjo, Aliste pasó a ser gobernada por Santiago durante casi 700 años, hasta el 15 de agosto de 1888, en que por Decreto del Papa León XIII pasó a pertenecer a la diócesis de Zamora[4].

Durante todos esos años, las visitas pastorales de la comarca de Aliste fueron realizadas por canónigos zamoranos, comisionados por el arzobispado de Santiago; visitas, que, en general, se centraban en cuestiones litúrgicas, sacramentales y religiosas, dejando un tanto al margen las referentes a las costumbres.

Va a cambiar esta trayectoria a partir de la visita pastoral que realiza a la localidad de Trabazos el canónigo D. Manuel Cid y Monroy el 29 de mayo de 1791, por encomienda del arzobispo compostelano Fray Sebastián Malbar. En ella condena las Obisparras que se celebran allí y en lugares próximos el día de San Esteban, con el pretexto de conseguir limosnas para iluminar el Santísimo. Además, percibe correctamente el origen de estas celebraciones cuando añade que «imitan o quieren imitar las costumbres de la Gentilidad»[5].

La segunda condena de las Obisparras alistanas se produce a raíz de la Circular de 8 de junio de 1827, enviada por el chantre de la catedral de Zamora y visitador comisionado por la sede compostelana, D. Pedro Tiburcio Gutiérrez. Lo hace sin centrarse en cada una de ellas, dentro de un bloque en el que mete juegos de barra, pelota y cartas, misa del Gallo, danzas, …[6]

La tercera va a surgir con motivo de la visita pastoral del arzobispo compostelano Fray Rafael de Vélez a la comarca –algo excepcional– en 1832. Expide una Circular en la que condena, entre otras cosas, las Obisparras y las Filandorras, «con que se ataca la moral pública y se ridiculizan las ceremonias de la Iglesia y sagradas vestiduras»[7].

Condenas muy tardías, si tenemos en cuenta que el concilio de Toledo de 1473 condena las máscaras en las iglesias el día de San Esteban y otros; y a finales del siglo xv, Fray Hernando de Talavera, en su Breve forma de confesar, considera sacrílegos los zaharrones en el interior de los templos[8]. El Sínodo de Alonso de Fonseca, en Ávila, en 1481, condena la presencia de zaharrones, haciendo homarraches dentro de las iglesias[9]. Y lo mismo se repite en el Sínodo de Fray Diego de Deza, en Salamanca, en 1497[10]; o en el Sínodo de Aguilafuente (Segovia) del obispo Juan Arias Dávila[11].

Prohibiciones de estas celebraciones que también se daban al otro lado de la Raya, en Portugal, como la Pastoral del obispo de Miranda, Frey Antonio de Santa María, de 1687[12]; o las posteriores condenas del obispo Frey João de la Cruz, de 1755[13].

Tampoco éstas tuvieron mucho efecto. Pues, hoy en día, las mascaradas de Tras-òs-Montes y de Aliste conforman el núcleo más numeroso de la Península Ibérica.

En segundo lugar, hay que destacar la fecha de la Circular, apenas dos meses y medio después de pasar esta comarca a depender de la diócesis de Zamora. Era, así pues, la primera visita pastoral de un obispo de Zamora a esta comarca y le llaman la atención que se sigan desarrollando estos actos en el interior de las iglesias, quizás porque sabía que en el resto de su diócesis ya habían sido extirpadas estas celebraciones festivas desde hacía mucho tiempo. Hay que tener en cuenta que en fecha tan remota como 1605 el visitador Alonso de Madrid condena al obispillo que entra en la iglesia de Almeida de Sayago, acompañado de mozos, hace cosas irreverentes y luego sale para, a son de campana, predicar indecencias contra la honra de muchos, especialmente de mujeres[14].

A partir de esta fecha se van a multiplicar las condenas por toda la diócesis, siendo especialmente relevantes las campañas que emprenden contra estas mascaradas los obispos de Zamora del siglo xviii D. Francisco Zapata Vera y Morales, D. José Gabriel Zapata y D. Onésimo de Salamanca y Zaldívar[15].

La de D. Tomás Belestá se convierte en la primera condena de las Obisparras alistanas dictada por un obispo de Zamora y la última, pues desconocemos que se repitieran.

En tercer lugar, vemos que la crítica de esta Circular contra las Obisparras se centra en tres cuestiones: la primera, el uso indebido de las campanas durante la noche previa a la celebración de la misa en honor a San Esteban, sin que nadie se oponga; la segunda, la entrada en el templo durante el Santo Oficio de un personaje cubierto de cencerros, que los mueve especialmente en el momento de la consagración, sustituyendo evidentemente el sonido de la campanilla tradicional; y la tercera, que está acompañado de un mozo revestido de «obispo», con un sayo con capucha –a modo de monje–, que «ayuda» al párroco durante la misa, provocando la consiguiente hilaridad entre los feligreses por sus actitudes; la comitiva, bien nutrida de mozos, recorre todas las calles del pueblo encima de un carro entre carcajadas.

Por una parte, vemos y es común a todas las demás mascaradas de invierno, como se constata por la documentación, que los personajes de ellas entraban en los templos. Esto casi ha desaparecido de las mascaradas actuales. Sólo se mantiene parcialmente en una en la provincia de Zamora, en Montamarta, donde el Zangarrón entra en la iglesia casi al terminar la misa, con la máscara levantada, los cencerros tapados para que no suenen, sin dar la espalda al altar mayor al salir y haciendo reverencia antes de «robar» el pan depositado[16]. Y en Castilla y León es todavía mucho más significativa de esta secular tradición la presencia de dos Zarramaches con máscaras, cencerros y sus varas fustigadoras durante todo el Santo Oficio en la localidad de Casavieja (Ávila)[17] .

Por otra parte, vemos que unos personajes llevan múltiples cencerros, lo que es seña identificativa no sólo de las mascaradas de toda nuestra Comunidad, sino de prácticamente todas las existentes. El sonido del bronce siempre se utilizó como elemento purificador de las localidades aldeanas y para alejar males[18] .

Finalmente, destaca la figura del Obispo, revestido más o menos para indicar su aspecto religioso. Pues bien, de este personaje tenemos constatación como documento más antiguo para Aliste la Ejecutoria, fechada en 1550, de un pleito desarrollado durante la vida del primer Marqués de Alcañices y, por tanto, anterior a 1541. En él se afirma que, desde «tiempo inmemorial», era costumbre que los aldeanos de cinco lugares llamados «Villar» le llevasen «al señor de la tierra» una carreta de leña y otra de paja y él, a su vez, el día de S. Esteban les permitía que ordenasen un obispo y que matasen con garrotes un pájaro pintado y luego fuesen a Alcañices, donde les entregaría la fortaleza y les daría de comer y beber. Todo ello, como «día de fiesta y placer», es decir, de las diversiones palaciegas de esta nuestra nobleza. Después de ello, volvían a sus lugares de origen no sin antes arrojar al obispo a un charco, empapándolo bien[19].

Es decir, que cuando menos, la figura del obispo se remonta a la primera mitad del siglo xvi. Roberto Tola, que fue quien descubrió este documento, considera que por la referencia que se hace al pájaro muerto y el nombre de Villar, uno de estos lugares hubo de ser Villarino tras la Sierra, de la que supervivido la celebración del Pajarico y del Caballico, opinión que compartimos. Después, establece paralelismos entre el pájaro muerto colgado de una estaca y otros similares en la isla de Man, en Carcasonne, en Vilanova de Lourenzá, …, para concluir que este rito de matar el pájaro tiene raíces prerromanas celtas, que luego se distorsionarían con la fiesta de inversión de las Saturnales y se modificarían con el cristianismo, responsable de la ordenación del Obispo. Concluye que el Pajarico actual y el Obispo son el mismo personaje y que no se pueden asociar las Obisparras alistanas con la de los obispillos medievales[20].

Rechazamos la identificación de ambos personajes, pues, aunque todas las mascaradas invernales tienen origen prerromano, posteriormente incorporadas al Corpus litúrgico romano, es evidente que en este rito del Obispo se rememora la inversión social de las Saturnales; en estas fiestas romanas nombraban un rey, que hacía y deshacía a su antojo, para, al acabar la fiesta, ser sacrificado; aquí nombran un obispo, que se hace dueño por un día de la fortaleza de Alcañices, para acabar en un charco. El Pajarico es un personaje ligado a esa tradición de matar un pájaro –que bien pudo tener origen celta–, pero nunca se le puede identificar con el Obispo, pues este personaje se constata independientemente del Pajarico no sólo en toda la Tierra del Vino, donde la documentación lo identifica con San Esteban –en craso error por parte de los mozos–, sino también en Aliste, donde se aprecia en nuestra Circular con unas funciones y unas vestiduras determinadas, muy distintas a las del Pajarico[21]. Dada la fecha de celebración de las Obisparras alistanas no es descartable que también se produjese esa identificación entre Obispo y S. Esteban, aunque de momento no tengamos constatación documental.

Por último, en cuarto lugar, hay una cosa evidente: las Obisparras actuales no se parecen en nada a las que describe el obispo Belestá. El toque de campanas sólo se ha mantenido, y en momentos antes de que termine la misa, en la «Filandorra», de Ferreras de Arriba y en «Los Diablos», de Sarracín de Aliste, para avisar a los feligreses de que los esperan a la salida para atacarles y que luego pasarán a recoger el aguinaldo. Al no entrar en los templos, no se producen remedos hilarantes. La figura del Obispo ha desaparecido de todas las mascaradas, excepto en la de Sarracín de Aliste, en la que la representación termina con el entierro del Niño y aparece de forma efímera un Obispo para proceder a enterrarlo[22].

La desaparición de personaje tan singular, que dio nombre a buena parte de las mascaradas invernales alistanas, hay que considerarlo un logro de las autoridades eclesiásticas, que hicieron la vista gorda al resto de la celebración, una vez que ya no entraban en los templos ni se hacía mofa de las dignidades eclesiásticas.

Sin embargo, este documento, como otros hallados en localidades donde se mantienen estas mascaradas, caso de Sanzoles en esta misma provincia, revelan un hecho evidente: las mascaradas actuales son distintas a las descritas en la documentación antigua. Y suscitan necesariamente unas preguntas: ¿Cuándo, cómo y por quién se «reformaron» estas mascaradas?

El cuándo es relativamente sencillo de responder para el caso de Aliste, pues tuvo que ser a partir de la fecha de esta condena, es decir, a partir de finales de 1888.

El cómo está también claro: expulsándolas del interior de los templos y eliminando las referencias a las dignidades de que se hacía mofa.

En cuanto al quién, más bien habría que hablar de quiénes, pues es evidente que la mutación no se produjo en un solo lugar, sino en toda la comarca, donde nos consta que hubo estas representaciones de forma generalizada y, aunque con un hilo común a la mayor parte de las conservadas, hay diferencias notables entre unas y otras.

Pensamos que mucho tuvieron que ver en esa remodelación de la fiesta los sacerdotes del lugar, la mayor parte naturales de esa misma comarca y que habían vivido esas celebraciones desde niños. Es más, el documento analizado prácticamente les acusa de permisividad –y lo era– para la realización de las mismas.

Tenemos un solo lugar en el que esto parece confirmarse, aunque esté en la Carballeda, comarca a caballo entre Aliste y Sanabria: Ferreras de Arriba y su celebración de la «Filandorra». Aquí la gente atribuye la pujanza de la fiesta a los sacerdotes originarios del lugar e, incluso, algunos conservan una antigua guía explicativa de la fiesta, firmada por una monja natural de allí; guía vista desde la perspectiva cristiana, como lucha entre el Bien y el Mal, y llena de simbolismo no sólo en los personajes, sino también en los elementos materiales de sus vestimentas[23].

Y llama la atención que todas ellas tengan una estructura teatral, como si hubieran sido concebidas por alguien para ser representadas. Rodríguez Pascual ya advierte en ellas una pre–teatralización, en la que son más importantes los personajes que la propia acción[24]. Nosotros, desde nuestro primer libro, hablamos sin ambages de teatro de la participación, en la que la participación de los espectadores es esencial para el desarrollo de la mascarada[25]. Por una parte, siempre hay una presentación de los personajes, como en un desfile, manifestando sus características esenciales; después se produce el nudo de la acción, con enfrentamientos entre dos grupos bien definidos de personajes; y el desenlace termina con la derrota del mal, encarnado por los Carochos o Diablos[26]. Sólo falta el libreto de los diálogos, que se dejan al talento innato de los alistanos, quienes lo recrean con ingenio y espontaneidad cada año.

Y es que hay tradición de las representaciones teatrales en muchas localidades de Aliste. Es más, en algunas de las localidades con mascaradas los lugareños atribuyen el origen de la petición de aguinaldo casa por casa, que realizan los enmascarados, a una forma de compensar a los mozos por la representación teatral que habían hecho el día de Navidad y por la que no habían cobrado. Y esto, ahora, cuando hace mucho tiempo que se perdieron esas representaciones por falta de actores.

Conclusiones

• El documento presentado es el primero y último de la condena de las Obisparras por un Obispo zamorano.

• Aliste mantuvo las mascaradas de invierno más que el resto de la provincia por el estado de marginalidad respecto al centro de poder religioso, que estaba en Santiago.

• Las Obisparras actuales son distintas a las que se describen en 1888.

• La remodelación de las Obisparras actuales tuvo que realizarse a partir de finales del siglo xix.

• Posiblemente en esta remodelación de las Obisparras influyeran de forma decisiva los sacerdotes de la comarca.

• Las Obisparras tienen las características propias del teatro de la participación.





NOTAS

[1] Bernardo Calvo Brioso: Mascaradas de invierno en la provincia de Zamora. (Zamora: La Opinión,2017).

jcyl.es/jcyl/patrimoniocultural/mascaradas/fichas/mascaradas.pdf. (Valladolid, Dirección General de Patrimonio Junta de Castilla y León, 2011).

[2] «Circular», Boletín Eclesiástico del Obispado de Zamora, 21, (Zamora, Obispado, 1888): 326–328.

[3] En cursiva en el original.

[4]Cum in Hispania due Vicariae Alba et Alisti, de 1887.

[5] AHDZ. Archivo Parroquial de Trabazos, 81.10, f. 220r.

[6] AHDZ. Archivo Parroquial de Villarino tras la Sierra, 91.1, f. 10r–10v.

[7] AHDZ. Archivo Parroquial de Moveros, 55. 11, s/p.

[8] En Julio Caro Baroja: Del viejo folklore castellano (páginas sueltas). (Palencia, Ámbito, 1984), 266.

[9] Antonio García García: Synodicum Hispanum VI. Ávila y Segovia. (Madrid, B.A.C., 1993), 130–131.

[10] Antonio García García: Synodicum Hispanum IV. Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora. (Madrid, B.A.C., 1987), 376.

[11] Antonio García García: Synodicum Hispanum VI. Ávila y Segovia. (Madrid, B.A.C., 1993), 450.

[12] Antonio Rodrigues Mourinho (s/a): O Culto Sagrado na Terra de Miranda. (Palaçoulo, Instituto Português de Museus, s/a), 9.

[13] Francisco Manuel Alves: Memorias arqueológico–históricas do Distrito de Bragança, IX, (Braganza, Museu Abade de Baçal, 1985), 300.

[14] AHDZ. Archivo Parroquial de Almeida de Sayago, 162.27, f. 68v.

[15] Bernardo Calvo Brioso: Op.cit. (Zamora, La Opinión, 2017), 339–374.

[16] Bernardo Calvo Brioso: Op. cit. (Zamora, La Opinión, 2017), 199–210.

[17] Bernardo Calvo Brioso: Op. cit. (Valladolid, Junta de Castilla y León, 2011), 241–248.

[18] Bernardo Calvo Brioso: Op. cit. (Zamora, La Opinión, 2017), 28.

[19] Archivo Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutoria, caja 713, nº. 1.

[20] Roberto Tola Tola: «Las Obisparras de Aliste (Zamora): la celebración del “Pajarico” en Villarino Tras la Sierra a través de una descripción del siglo xvi», Revista de Folklore, núm. 395 (2015): 4–13.

[21] AHDZ. Archivo parroquial de Arcenillas, 249.11, f. 78v y 212v–213r. Archivo parroquial de Casaseca de Campeán, 253.11, f. 234v–235r. Archivo parroquial de Casaseca de las Chanas, 254.17, s/p., años 1691, 1706, 1746. Y un largo etcétera.

[22] Bernardo Calvo Brioso: Op. cit. (Zamora, La Opinión, 2017), 289–296.

[23] Francisco Rodríguez Pascual: Mascaradas de Invierno en la provincia de Zamora, (Zamora, Semuret, 2009), 168–176.

[24] Francisco Rodríguez Pascual: «Mascaradas de invierno en la provincia de Zamora», Jornadas sobre Teatro Popular en España, (Madrid, C.S.I.C., 1987): 123–124.

[25] Bernardo Calvo Brioso: Máscara Ibérica, I, (Oporto, Caixotim, 2006), 118.

[26] Bernardo Calvo Brioso: Op. cit. (Valladolid, Junta de Castilla y León, 2011), 61.



Un nuevo documento sobre mascaradas de invierno en la provincia de Zamora. Reflexiones sobre el mismo

CALVO BRIOSO, Bernardo

Publicado en el año 2022 en la Revista de Folklore número 479.

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