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La práctica popular del ocultamiento de zapatos usados con fines amuletísticos no se encuentra estudiada en España, pese a lo cual los indicios apuntan a que fue ejercida en consistencia a como la encontramos documentada en otros países, destacando a Gran Bretaña. Por este motivo, es probable que estos objetos sean encontrados con cierta frecuencia pero descartados como irrelevantes.
El presente caso constituye el tercero conocido dentro del territorio español, así como el primero documentado en tanto que tal y divulgado en una publicación nacional. El zapato fue encontrado en 2013, pero no fue identificado como un amuleto hasta mi visita al Museo de Vicálvaro en febrero de 2021, en el que se encontraba expuesto junto con otros objetos que lo acompañaban en su ocultamiento. Con este artículo se busca dar constancia del hallazgo, así como introducir el estudio de la práctica popular de estos amuletos ocultos en la literatura de investigación española.
¿Qué son los zapatos ocultos?
Se habla de zapatos ocultos (concealed shoes) en referencia a aquellos que han sido escondidos deliberadamente en la estructura de un edificio. Se trata en su inmensa mayoría de prendas diversas de calzado usado, generalmente dañado, que se escondieron durante la construcción o modificación de una edificación. Aunque también han aparecido en otros países europeos, en América del Norte y Australia, la mayor muestra identificada de ellos se encuentra en el Reino Unido como fruto del trabajo pionero de investigación de estos objetos en los años cincuenta de June Swann, entonces encargada de la colección de botas y zapatos del Museo de Northampton. Habiendo observado un patrón en los hallazgos de calzado que se recibían como donación a su departamento y que eran encontrados en ubicaciones inusuales dentro de los edificios, Swann comenzó un registro de zapatos ocultos (Index of Concealed Shoes) compuesto por 129 piezas datadas principalmente entre los siglos xviii y xix y que en la actualidad dispone de cerca de 2000 registros de ocultamientos, cerca de la mitad de los cuales datados durante el siglo xix. Casi todos los zapatos recogidos en su catálogo están muy desgastados y presentan remiendos y reparaciones; así mismo, la mayoría son zapatos individuales, aproximadamente la mitad de ellos pertenecientes a niños (Pitt 1998, 6). Entre los zapatos adultos hay poca diferencia en la proporción de zapatos masculinos (21,5%) y femeninos (26,5%) (Swann 1996, 63).
Parece que este ocultamiento fue una práctica particularmente difundida entre los siglos xvi y xix, aunque se han registrado hallazgos anteriores, siendo el más antiguo hasta la fecha el zapato hallado tras la sillería del coro de la catedral de Winchester, instalada en 1308 (Swann 1996, 59). La costumbre parece haber desaparecido a lo largo del siglo xx, con sólo cincuenta casos registrado de zapatos ocultos datados como posteriores a 1900 (Hoggard 2004, 179). El ocultamiento más reciente documentado tuvo lugar en 1991, cuando durante unas reformas en la Casa Knebworth (Inglaterra) se depositó el zapato usado de uno de los constructores tras un revestimiento de madera, reemplazando así el zapato cortesano que había sido previamente encontrado allí (Swann 1996, 60).
No se dispone de documentación ni de registros escritos coetáneos a la práctica en los que se explique su razón de ser u objetivo, motivo por el que los investigadores contemporáneos se ven obligados a especular sobre su propósito, que se supone relacionado con el folclore y las creencias populares de la protección ritual de un hogar y sus habitantes. Cabe suponer que la ausencia de referencias sobre esta práctica responde a que el secreto era entendido como una parte substancial de la eficacia protectora de estos objetos que, si se revela, deja de ser efectiva (Swann 1996, 67).
Los zapatos ocultos se emplazan en la categoría de los «objetos ocultos», llamados por algunos como la Textile Conservation Foundation, prendas deliberadamente ocultas (deliberately concealed garments), o por autores como Brian Hoggard, talismanes ocultos (hidden charms). Bajo la primera denominación se consideran principalmente prendas de ropa usadas, mientras que bajo la segunda se cuentan otros objetos siendo los más frecuentes, por detrás de los zapatos, los gatos momificados, los cráneos de caballo, las botellas de bruja y los amuletos escritos (Hoggard 2004, 167). Es más, no es atípico que junto a los zapatos aparezcan otros artículos como botellas, huesos, monedas, canicas, peines, y restos de textiles o periódicos; por eso los arqueólogos denomina tales alijos de objetos ocultos como «basureros espirituales» (spiritual middens) (Kelly 2012, 17), pues suele tratarse de objetos usados o rotos. Además, el hallazgo puede consistir en un zapato solo o, con menor frecuencia, en pares o varios zapatos individuales. En este último caso, estos pueden ser del mismo rango de fechas o diferir bastante, lo que sugiere sucesivos ocultamiento durante un período de tiempo.
Se han descubierto zapatos ocultos en edificios de muy diferente tipo: casas de campo, casas urbanas, casas señoriales, hospitales, fábricas, bares y en dos de los colegios Oxford (el St. John’s y el Queen’s); incluso se han encontrado en edificios religiosos, como monasterios o iglesias (Merrifield 1987, 135; Swann 1996, 57). Los lugares del edificio en los que aparecen suelen ser zonas de tránsito y que, por ello, presentan una apertura que constituye una forma de vulnerabilidad para sus moradores; destacadamente en las chimeneas, pero también en torno a las puertas o las ventanas, en los huecos del techo o bajo el suelo de los umbrales. Pese a ello, es importante tener en cuenta que es poco probable que estos ocultamientos fueran realizados por los habitantes, pues aparecen en lugares poco accesibles que requieren una alteración de la estructura para acceder a ellos y, por consiguiente, estos objetos sólo suelen ser accesibles durante la realización de reformas.
Esto apunta a que se trata de una práctica llevada a cabo por los constructores o renovadores de los edificios y, en apariencia, típicamente masculina hasta el punto que Swann destaca cómo son los hombres quienes manifiestan reacciones más vívidas de respeto o repulsión ante estos hallazgos, argumentando con frecuencia que permitir que el zapato abandone el lugar será causa de mala suerte (Swann 1996, 58-59 y 65).
El zapato como objeto protector
Se han propuesto varias teorías para dar cuenta de la incorporación de zapatos a la estructura de un edificio muchas de las cuales encuentra su apoyo en la inabarcable cantidad de tradiciones y creencias vinculadas a estas prendas a lo largo del mundo. Aunque, en opinión de esta investigación, el valor del zapato como objeto protector parece residir en constituirse en una abreviación simbólica de la presencia de su dueño, lo que podría venir reforzado por la «incompletitud» que entraña la presencia de un único zapato que evoca implícitamente a la pareja ausente.
Por eso es relevante que se trate casi por norma de un objeto usado que, de forma similar a lo que comenta Heidegger sobre las botas pintadas por Van Gogh (1976, 12-15)[1], es una prenda que a través del uso revela a su usuario; se deforma y se constituye en un recuerdo del pie que lo ha calzado, lo que los vuelve muy personales y difíciles de compartir e intercambiar (Dixon-Smith 1990, 3; Swann 1996, 56) y favorece la percepción de un vínculo simpático entre la prenda y su dueño (Merrifield 1987, 134; Hoggard 2017, 8). Por ello, el zapato es una prenda óptima para «retener» el espíritu o esencia individual de su dueño por encima incluso de otras prendas de carácter más íntimo o personal y sirve a modo de presencia evocada, como encontramos que sucede frecuentemente con los amuletos y exvotos que representan partes del cuerpo.
Es destacable que, entre otras posibles prendas, los zapatos en concreto han sido artículos generalmente costosos que, razonablemente, se ha buscado aprovechar durante el mayor tiempo posible y, en consecuencia, pese a la apuntada dificultad de compartirlos, han sido pasados entre parientes y allegados, remendados o modificados hasta el límite mismo de su utilidad; más aun teniéndose en cuenta que los zapatos hallados pertenecen en su mayoría a grupos trabajadores que tal vez no los vistieran todo el tiempo, reservando la prenda para ciertas circunstancias o momentos (Dixon-Smith 1990, 3). Así, cabe interpretar también que el zapato puede establecer un vínculo bastante cercano ya no con un individuo, sino con una familia o grupo.
Como se ha dicho, los lugares donde suelen aparecer estas prendas ocultas son espacios que se prestan a ser interpretados intuitivamente como desprotegidos y que, por ende, requieren una especial protección. Así, son emplazados seguramente en la idea de que la presencia que es invocada o evocada por la prenda disuade o confronta una malignidad (identificadas por los investigadores anglosajones como demonios, fantasmas, hadas o brujas; Hoggard 2017, 5) que se pretende evitar, protegiendo así a la casa o a sus ocupantes. En este sentido, Swann da cuenta de una mujer de Newcastle de 93 años que en 1960 aún acostumbraba a dejar un par de zapatos viejos en un taburete fuera de su piso para evitar la entrada de intrusos (1996, 56), lo que no puede evitar recordar a la costumbre también popular en España de, al dormir, dejar los zapatos al pie de la cama con las puntas hacia la puerta.
Una interpretación que esta investigación no ha encontrado considerada por ninguno de los autores consultados es que la práctica pueda recoger una reminiscencia a la representación de la pisada en los monumentos greco-romanos cuya influencia se proyecta, vehiculada por el cristianismo, hasta el arte funerario gótico (Peñalver Alhambra 1999, 140). El significado de este tipo de representaciones es variable y con frecuencia difícil de interpretar, pero en todo caso parece haber un acuerdo en que alude a la presencia de la persona o divinidad concernida en un lugar particular (Dunbabin 1990, 85-86). Entre estos, son destacables los exvotos o lápidas votivas con plantae pedum, también conocidas como vestigia, que desde el periodo helenístico hasta la el periodo paleocristiano aparecieron vinculados al culto mediterráneo de varias deidades, destacando a Isis, Bubastis, Némesis o Caelestis. En éstos era representado el contorno de unas suelas o de los pies, tanto con gran perfección anatómica como de forma geométrica. Algunas lápidas tienen sólo un par de huellas, mientras que otras pueden llegar hasta cinco pares; y, si en unos casos comparten la orientación del observador, en otros miran hacia el lector de la placa, incluso hay ejemplos en los que varios pares se cruzan. Las huellas se han interpretado tanto como representaciones de los pies el oferente como de la diosa misma; esto último en relación con las pisadas o representaciones de pies que parece que se usaron como símbolo de la deidad para ser adorada en ciertas ceremonias de iniciación (Corzo Sánchez 1991, 142; Dunbabin 1990, 96). Estos exvotos eran emplazados en algún punto del acceso a un espacio sagrado (Corzo Sánchez 1991, 126-127). En el territorio hispánico se han encontrado dos conjuntos de estas placas, asociados a dos de sus más importantes edificios: el anfiteatro de Itálica y en el templo de Isis del teatro de Baelo Claudia.
La representación del calzado también es frecuente en contextos seculares romanos, especialmente en los mosaicos emplazados en los umbrales de los edificios. Pese a lo incierto de su interpretación, parece en su conjunto recoger un deseo de transmitir buena fortuna y un tránsito favorable al interior de un edificio. (Dunbabin 1990, 104), y hay atestiguado al menos un caso de la representación de dos huellas de sandalias emplazadas junto a un conjunto apotropaico contra el mal de ojo en el mosaico que adornaba el umbral de la Basílica Hilariana (Roma) (Dunbabin 1990, 101-102).
Respecto a la capacidad específicamente protectora del zapato existen otras interpretaciones. Se especula sobre una creencia popular en que los espíritus malignos pudieran ser atrapados en las botas, posiblemente reflejado en uno de los milagros atribuidos a John Schorne, párroco de North Marston en el condado inglés de Buckinghamshire entre 1282 y 1314. Este sacerdote, que aunque nunca fue canonizado gozó de fama de santidad, acumuló en torno a su figura una notable cantidad de anécdotas milagrosas. Entre estas, una de las más populares es la expulsión de un demonio de una mujer al que luego obligó a meterse en una bota. Esto resultó en que Schorne pasara a ser considerado informalmente como patrón de los zapateros. A su muerte, su tumba (primero en North Marston y, a partir de 1478, en Windsor) se convirtió en uno de los centros de peregrinaje más populares de Inglaterra, por lo que se realizaron insignias de peregrino o signacula en las que se muestra, precisamente, este episodio.
Se ha propuesto que el uso profiláctico de zapatos, prendas de vestir y otros objetos pueda estar relacionada con la creencia en deidades domésticas o espíritus ayudantes que se encuentra en todo el norte de Europa. Según Manning, la elección de una prenda de calzado por parte de Schorne para capturar o repeler a un espíritu problemático puede adeudar a una creencia preexistente en el poder de los zapatos y otras prendas para atraer o repeler a esos espíritus (Manning 2012, 350–351), ejemplos de esto son el brownie de Escocia, el kotihaltija finlandés o el domovoi ruso. Resulta también relevante, como muestra de la persistencia de esta idea, la elección de un calcetín por J. K. Rowling como el objeto que rompe el vínculo doméstico del elfo Dobby con la familia Malfoy en «Harry Potter y la Cámara Secreta» (1998).
Cabe también la posibilidad de que esta lectura de la bota y, por extensión, del calzado en general como trampa para espíritus se deba a su similitud con un recipiente como la botella o el odre (que, coincidentemente, en español recibe el nombre de bota), que aparece en innumerables historias como capaz de contener espíritus. Un ejemplo bien conocido de esto es el relato «El diablo de la botella» (1899) del escocés Robert Louis Stevenson, aunque también resulta evocador de la imagen del genio o espíritu en la botella popularizada a través de numerosas compilaciones de relatos como los de los Hermanos Grimm («Der Geist im Glas» incluido en la segunda recopilación de cuentos publicada en 1819) o el de la lámpara del cuento de Aladino incluido por Antoine Galland en los volúmenes IX y X de su edición de «Las mil y una noches» (1710). Así, el zapato podría haberse escondido a modo de «trampa» que atrae al espíritu maligno al ser confundido con un habitante de la casa (a veces se ha apuntado a que por motivo del olor; Kelly 2012, 18) para luego quedar atrapado en su interior.
Esto también encaja con la hipótesis de que se trate de una práctica realizada por los constructores para protegerse durante su tiempo de trabajo en el edificio. No son poco frecuentes los relatos populares de seres sobrenaturales que obstaculizan las edificaciones o de infortunios causados por culpa de fuerzas que se alteran por causa de las mismas. Los cuentos sobre demonios que derriban construcciones en curso impidiendo su avance, a menudo dejando pisadas tras de sí, son muy populares; un ejemplo es la leyenda sobre la construcción de la Real Casa de Correos de Madrid en 1768 (Besas 2008, 30). Así como las historias en las que es el mismo diablo el que levanta la construcción en la promesa de recibir a cambio el alma del constructor; como es el caso, entre muchos otros, de la leyenda popular segoviana sobre la construcción del famoso acueducto o la del Puente del Diablo en Martorell.
También hay tradición de diablos faltos de un pie como la figura popular en los hechizos y cuentos populares castellanos (Martín Sánchez 202, 478), como el Diablo Cojuelo, que es especialmente conocido por la obra homónima de Luis Vélez de Guevara (1641). O de diablos acudiendo a zapateros y siendo engañado por ellos, como en el cuento popular inglés «Cómo el zapatero engañó al Diablo» (Tibbitts 1890, 161-164) o el literario «El zapatero y el diablo» (1888) de Anton Chekhov.
Abundando en el perfil religioso que subyace a esta idea, en España hay constancia del uso de los «vestigia» o vestigium pedis, calcos directos en papel o telas de supuestas huellas de zapato atribuidas a Jesús, María u otros santos (o, incluso, de las patas de los animales que les sirven) en sus andares por el mundo[2] y que se constituyen en reliquias de tercer grado; entre las más populares destaca la Vestigia Christi del Monte de los Olivos u Olivetti. Esta devoción se puede retrotraer, al menos, hasta el siglo xiv (Millán Rabasa 2021, 143), siendo aún popular durante el siglo xx, y existen también en forma de «medidas», cintas cortadas sobre el largo de esa huella, al modo de las que existen de las imágenes marianas como la Virgen del Pilar. Es relevante en nuestro contexto que existía una reproducción gráfica de estas reliquias a modo de estampas cuyo destino era privado o doméstico.
Esto, así mismo, nos refiere a las reliquias medievales conocidas como las sandalias o zapatos de Jesucristo o de la Virgen: piezas de calzado muy usadas y rotas que se supone que fueron gastadas por Jesucristo o la Virgen María durante su vida en este mundo y que gozaron de una gran popularidad en el ámbito europeo. La más antigua conocida data del siglo viii y su veneración, que en algunos casos dura hasta nuestros días, parece vinculada a la obtención de indulgencias. Además, se recogen entorno a ellas tradiciones curativas, protectoras y milagrosas de interés; como las curaciones privadas y colectivas en la de la abadía de Notre-Dame de Soissons durante una epidemia en 1128 (Millán Rabasa 2021, 137-138).
Curiosamente, este tipo de reliquia tampoco parece considerada por los autores anglosajones que estudian el fenómeno del zapato amuletístico pese a que en la actualidad, entre las reliquias católicas de segundo grado (las prendas de ropa usadas por un santo), existe aún la veneración a ejemplos notables de zapatos, como el de San Francisco conservado en Asís, con trazas de sus estigmas, o las sandalias de Santa Teresa de Calcuta conservadas en Roma, que reflejan la progresiva deformación de sus pies. Esta exclusión tal vez se deba a que en la actualidad estos objetos no parecen ocultos, sin embargo, muchas de estas reliquias medievales eras preservadas en el interior de uno o varios relicarios o arquetas, volviéndolos invisibles durante la mayor parte del tiempo. Es aún más destacable el que, en aquellos casos en que la reliquia es un fragmento del calzado, hay relicarios que toman ellos mismos la forma de zapato; como el relicario de la Vera Scarpa de la Madonna que, aunque conservado en Asti (Italia), parece proceder de un taller español de principios del siglo xvii (Raviola 2020, 18).
Esto presenta cierta afinidad también con la popularización de los zapatitos con los que, desde finales del siglo xvi, se engalanan las imágenes vestideras del Niño Jesús. Aunque existen en gran variedad entre sus materiales de confección, en el caso de imágenes de cierta importancia estos han tendido a ser de plata y cumplían también la función de proteger el piececito de la imagen del desgaste de la veneración; ejemplos de esto con el caso del Niño Jesús de la Virgen del Prado (Ciudad Real) o el Santo Niño del Remedio (Madrid).
Es reseñable que los zapatos también se han asociado con la fertilidad (Radford 1948, 305), lo que ha llevado a plantear la hipótesis de que los zapatos ocultos de niños (un 29% de los catalogados; Swann 2015, 121) buscaran garantizar la fertilidad o proteger específicamente a los niños del hogar (van Driel-Murray 1999, 136) o, incluso, se ha hablado de que estén ocultos porque los había usado un niño que ha muerto como medio para retener a su espíritu junto a la familia (Costello 2014, 46). Esta vinculación con la muerte encuentra refuerzo, aunque en una significación opuesta, en el uso funerario del zapato en las tradiciones occidentales como símbolo de la marcha o el viaje (Chevalier y Gheerbrant 1999, 1084); por ejemplo, en la costumbre gallega de llenar de tierra los zuecos de un moribundo para abreviar una agonía que se prolonga inútilmente (Flores Arroyuelo 2000, 300) o, tal vez, en su emplazamiento sobre ataúdes en los Estados Unidos durante el siglo xix (Davidson 2020).
La relación con la fertilidad y, por extensión, con el matrimonio se prolonga largamente en el tiempo y toma numerosas concreciones. En el ámbito del cuento es notable el conocido cuento de «La Cenicienta», cuya versión literaria más generalizada es la de Charles Perrault de 1697, pero que existe en multitud de países en versiones y con antigüedad muy variables. Así mismo, existen innumerables costumbres asociadas a la predicción matrimonial o como parte del rito nupcial vinculadas a los zapatos (Nacht ofrece una curiosa selección en 1915, 14-22); en zonas de China, por ejemplo, los zapatos son ofrecidos como regalos de boda (Chevalier y Gheerbrant 1999, 1084).
Mirando a España, el actual Museo del Carmen conserva una reliquia de los antes mencionados zapatos de la Virgen que, según la tradición, había sido originalmente donado al convento Carmelita de Onda en el siglo xv por el marqués de Ayodar como condición para su matrimonio con la dama de la reina, Luisa Díez, o en desagravio por su amorío previo (Raviola 2020, 18; Millán Rabasa 2021, 140). Encontramos, además, la histórica Fiesta del Zapato o Día del Zapato (Pellicer 1975, 63-64), vinculado a la celebración nupcial (San Ayán 1999, 53-54) y de la que parece proceder el uso del zapato como doble que recibe los regalos en la Noche de Reyes sin transgredir la prohibición infantil de ver a los Magos.
Así, también se ha practicado durante mucho tiempo el colgar los zapatos usados atados por los cordones de un árbol, farola o cable de la luz, como gesto simbólico de ruptura con algo, de finalización de un ciclo o de cumplimiento de un rito de paso. Por ejemplo, lo hacían los soldados al licenciarse de la «mili» o aquellos que marchaban de una ciudad sin intención de volver[3]. Esta costumbre es conocida en otros países y, en Inglaterra, bajo el nombre de shoe tossing, tiene relación también un rito nupcial del periodo victoriano de arrojar zapatos viejos a los novios con cuando empiezan la luna de miel, como queda reflejado en la novela «David Copperfield» (1850) de Charles Dickens, y que ha derivado en la costumbre de colgar zapatos del coche de los recién casados o de arrojar confeti con esta forma, se ha interpretado como una manera de ahuyentar a los demonios que provocan la esterilidad (MacCulloch 1920, 476). Algunos investigadores opinan que en esta costumbre se encuentra el origen de la canción de cuna popular inglesa «La vieja que vivía en un zapato», que tenía innumerables hijos (Opie y Opie 1997, 522–524).
En este sentido, es notable la carga erótica asociada en muchas ocasiones tanto al pie como al calzado desde mucho antes del desarrollo de los actuales zapatos de tacón. Tal vez el ejemplo más destacable es la abundancia de representaciones de la diosa Afrodita-Venus en gesto de desatarse la sandalia (Sánchez Fernández 2005, 112), que constituye una tipología escultórica propia.
Otros expertos retrotraen estas prácticas al zapato como símbolo de dominio y autoridad que se transfiere (Ditchfield 1896, 110; Nacht 1915, 4, 7 y 14), se toma o se rechaza. Y es cierto que el calzado está asociado en muchas culturas a la posesión de la tierra (Chevalier y Gheerbrant 1999, 1084), pero este uso del zapato tomado en tanto que símbolo de una posición vital que puede intercambiarse está atestiguado en español, entre otros idiomas, por el dicho «ponerse en los zapatos de otro», y lo vemos explícitamente aplicado a la fertilidad en la práctica del smickling (Dixon-Smith 1999, 3) en el condado inglés de Lancashire, donde las mujeres que deseaban concebir podían probarse los zapatos de una mujer que acababa de dar a luz (Merrifield 1987, 134), Dixon-Smith hipotetiza que estos pueden ser los zapatos femeninos que luego son escondidos (Dixon-Smith ibíd.).
Queda así patente la complejidad semántica del zapato en su faceta simbólica y la interrelación de estas significaciones en distintas épocas y culturas. Tal vez por eso el amuleto en forma de zapato ha tendido a vincularse a la prosperidad o al augurio de la misma a través de prácticas distintas que, a menudo, entrañan su lanzamiento (Flores Arroyuelo 2000, 299). Son frecuentes los dijes con forma de esta prenda o las reproducciones en miniatura de uno solo como «zapatos de la suerte» e, incluso en la actualidad, circulan hechizos populares para atraer la bonanza que involucran zapatos. Por lo que también cabe interpretar la presencia de estos zapatos desde un significado más vago de buena suerte.
Zapatos ocultos en España
A esta investigación no le consta que esta práctica esté identificada en España ni ha podido encontrar mención ninguna a ella en el ámbito arqueológico o etnográfico. Lo más probable es que el posible descubrimiento de estos «basureros espirituales» en las remodelaciones de los edificios resulte descartado como irrelevante y, por tanto, la práctica permanece descocida. Sin embargo, a la luz del presente caso y de que el índice de zapatos ocultos elaborado por el museo de Northampton cuenta en su colección con dos casos catalogados de España, es posible asegurar que este ocultamiento era hasta cierto punto practicado.
Según nos ha trasmitido amablemente dicho museo, de estos dos hallazgos en España el más antiguo lo constituye una polaina de cuero marrón, encontrada en Toledo oculta sobre la viga de una casa que, aunque parece sin usar, tiene la parte del empeine arrugada y carece de tacón; está datada de en torno a 1460 y se conserva actualmente en Victoria & Albert Museum de Londres (CS1995.899). El otro encuentro se produjo en la Alhambra de Granada, en el hueco parcialmente derruido bajo una escalera, constando el hallazgo de cuatro o cinco chapines rotos de cuero, con tacos de corcho unidos con trozos de caña, algunos de colores y adornados con brocado dorado, que el museo data de alrededor de los siglos xv-xvi (CS 1995.898) (Anderson 1969, 17-19).
En razón de la exigua muestra disponible de casos españoles, no cabe sino analizar el presente en el contexto general expuesto, lo que hace imposible identificar ninguna particularidad o variación local de la práctica que, por lo demás, encaja con la fenomenología habitual de los casos británicos.
El zapato hallado en Vicálvaro
El presente zapato fue hallado en las obras de reforma de la iglesia parroquial de Santa María la Antigua en enero de 2013 y se conserva expuesto en el Museo de Vicálvaro (Madrid), gestionado por la Asociación de Investigación Histórica de Vicálvaro, Vicus Albus. Este museo recoge, a modo de colección etnográfica, numerosos objetos de carácter diverso que reflejan el recorrido histórico de lo que, desde el medievo hasta su anexión a Madrid como distrito en 1951, era un pueblo independiente con extensos terrenos.
Según los registros aportados por Vicus Albus, la iglesia, cuya documentación más antigua data de 1427, experimentó una remodelación casi total entre los siglos xvi y xvii. Felipe II dictó una Provisión Real para estas obras en septiembre de 1592 y éstas parecen extenderse, al menos, hasta 1621 pues el último documento vinculado a la obra es firmado en 1620 y fija en ese año la conclusión; sin embargo, en los herrajes de las puertas de la iglesia figuran los años de 1640 y 1682. Fueron pregonadas en Toledo, Ávila, Segovia y la Villa de Madrid entre diciembre de 1592 y marzo de 1593, por lo que cabe esperar la participación de constructores residentes en cualquiera de esas áreas. Con esta reforma se amplió significativamente la construcción, de tal manera que del templo original sólo se conserva la capilla mayor como ábside de la iglesia. También en la bóveda se conserva la pared que, antes de que se le adosara la nave central era parte de la fachada exterior de la capilla (Imagen 1). En un registro documental fechado el 5 de noviembre de 1619, consta que aún faltan por concluir las bóvedas de las tres naves.
La iglesia quedó seriamente dañada durante la Guerra Civil, perdiéndose entre otras cosas el órgano realizado por José Loytegui que había sido instalado en el coro en 1770. Como parte de un largo proceso de restauración emprendido en 1986, en 2012 es adquirido un nuevo órgano que será estrenado en 2013. Dado el muy superior peso del nuevo instrumento, para su instalación fue preciso acceder a la bóveda que sostenía el coro sobre el umbral de la iglesia (zona resaltada con un círculo en la imagen) para incorporar un refuerzo y es ahí donde los constructores hallaron el zapato. Este espacio se encontraba completamente cerrado, por lo que habría permanecido inaccesible desde la construcción; como sería el caso en la actualidad de no haberse instalado con la reforma una trampilla que ahora permite el acceso. Como se ha mencionado, esta parte de las obras tuvo lugar entre 1619 y 1621, lo que situaría el depósito del zapato en este periodo del siglo xvii.
Éste, junto a otros objetos peculiares encontrados en esa y otras bóvedas, le fueron entregados a Vicus Albus a sabiendas del interés de la asociación en conservar objetos antiguos, pero sin consciencia ninguna de su interés o significado.
Se trata de un zapato derecho de cuero marrón que, por su pequeño tamaño, corresponde indudablemente a un niño (Imagen 2a). Presenta un alto grado de desgaste, destacando la suela rota (Imagen 2b) y un remiendo notable en la unión de la pala con la suela en la parte izquierda (Imagen 3). De acuerdo a la consulta realizada por comunicación personal a la investigadora de indumentaria histórica Consuelo Sanz de Bremond Lloret, el zapato puede datarse en los primeros años del siglo xvii, pues presenta unas orejas que se cierran sobre la pala, moda que surgirá entorno al 1600 y desaparece al poco tiempo reemplazado por picados que duran hasta 1620. La investigadora identificó, además, una modificación en el empeine (Imagen 2a y 3).
Así, el estilo del zapato contando con su periodo de uso y desgaste coincide con el periodo en el que fue construida la bóveda, que había permanecido cerrada hasta 2013. Por lo demás, las circunstancias de su encuentro coinciden en todo con la fenomenología habitual que presentan estos hallazgos: un único zapato, fácilmente reconocible como de niño, que ha sido usado hasta romperse, que aparece oculto en un lugar inaccesible, en una zona de tránsito (vulnerable) y junto a otros objetos improbables.
En lo concerniente a estos objetos que aparecieron con él, según la entrada 165 del catálogo del Museo de Vicálvaro, contamos: un ramillete de atado con cuerdas de esparto que parece formar una pequeña escoba pero que no dispone de mango (Imagen 4), una zambomba rota (Imagen 5a y 5b), las tapas de madera de un libro forrado en piel marrón (Imagen 6a) que presenta adherencias de un texto impreso y sobre las que figuran un dibujo rodeado de rúbricas hechas a mano en las que son reconocibles algunos apellidos viejos del pueblo[4] (Imagen 6b), una partitura musical de pergamino escrita por ambos lados (Imagen 7a y 7b) y una pieza de cuero marrón decorada con patrones por uno de los lados que parece ser la tapa de otro libro (Imagen 8).
El museo presenta junto con estos objetos un conjunto de otros diversos que claramente pertenecen a momentos posteriores. Dado que la recuperación de estos objetos fue asistemática, sólo tenemos certeza de la ubicación en la que fueron hallados el zapato, la escoba y la zambomba, dada la sorpresa que produjeron en los constructores, y, por sus características, parece posible que la partitura pertenezca al mismo espacio. Las otras piezas seguramente fueron encontradas en las bóvedas laterales de la iglesia que, a diferencia de la que cubre el umbral, sí eran accesibles con cierta dificultad a través de pequeñas puertas. Entre estos destacan hojas o fragmentos de dos libros de oraciones rotos, impresos uno en latín y otro en castellano, varios juegos de embellecedores metálicos y una aureola, así como una pieza de madera, probable parte de un retablo, cubierto de pan de oro en uno de sus lados y con una marca cuadrada de medio centímetro de un clavo tipo tachuela que lo atraviesa de parte a parte y que coincide con los recuperados de otras partes antiguas de la iglesia y que se conservan en el museo (Imagen 9). Resulta difícil decir, al no haber constancia de cómo exactamente fueron encontrados, si la colocación de estos objetos posteriores responde a una intención similar a la del primer depósito o si se trataba de un mero trastero[5].
En cualquier caso, el primer conjunto parece reforzar la interpretación amuletística de la intención tras el ocultamiento del zapato. Por una parte, hay constancia del uso de escobas sobre los umbrales o bajo ellos como elemento protector en Inglaterra (Davies y Houlbrook 2018, 68 y 75) o, incluso, existe la creencia popular que atribuye propiedades protectoras a guardar la escoba doméstica tras la puerta de entrada (Flores Arroyuelo 2000, 144). Además, su uso para la purificación de espacios puede retrotraerse al barrido ritual de la religión romana y está bastante generalizado. En algunos contextos, sin embargo, están vinculadas al matrimonio (Dundes 1996, 327); por ejemplo, la tradición de saltar la escoba se popularizó con la introducción del matrimonio civil en Gran Bretaña en 1836, aunque con cierta connotación de falta de legitimidad, como se atestigua en la obra «Grandes Esperanzas» (1860) de Charles Dickens. En España existen tradiciones afines, empezando por el popular dicho de que si se le barren los pies a una mujer soltera ya no se casará. Pero también aparece con frecuencia el consejo de no barrer en ciertos momentos o de ciertas maneras para no alterar a la suerte o a los espíritus (Chevalier y Gheerbrant 1999, 462; Flores Arroyuelo 2000, 144); así, también se dice que una escoba puesta tras la puerta evita el mal de ojo o aleja visitas inoportunas (Sevilla Muñoz y Ugarte García 2012).
En cuanto a la zambomba, esta investigación no ha dado con ninguna práctica popular defensiva documentada en la península concretamente vinculada de forma expresa a la zambomba, pero el ruido, como elemento apotropaico, protector y repelente de malos espíritus está presente en diversos rituales y fiestas de religiosidad popular en España, destacando los silbatos y las carracas (Asensio Cañadas y Morales Jiménez 1996, 142-144; Espinar Moreno 1996, 63-66), o en amuletos infantiles como los sonajeros. En ese sentido también puede interpretarse, tal vez, la partitura. La zambomba tiene, además, en muchos lugares de la península claras connotaciones eróticas (Campo Tejedor 2018, 145), un ámbito que con frecuencia se entiende dotado de propiedades apotropaicas o que, tal vez, podría abundar en la hipotética vinculación del zapato y de la escoba con la fertilidad y la abundancia.
Sobre las hojas del misal y el libro, cabe decir que el uso de textos sagrados como elementos protectores es muy frecuente en España, destacan especialmente los pequeños amuletos llamados «librillos» o «evangelios» que, al modo de las filacterias medievales, son sobres de tela que contienen páginas de las Escrituras en su interior y que se llevan colgados de la ropa, especialmente de los niños.
En suma, pese al inconveniente de no haber podido documentar directamente su encuentro, y dentro de la indeterminación general a la que está sujeta la interpretación de estos objetos, existe suficiente evidencia para concluir que el presente se trata de un caso español de zapato oculto, como parte de un «basurero espiritual».
Es importante que en la fase final de esta investigación se realizó una inspección superficial de las tres bóvedas con la intención de identificar algún otro elemento (marcas u objetos) que pudiera arrojar más luz sobre este «basurero». Durante este examen fue localizada entre la gravilla de la parte más estrecha e inaccesible del mismo espacio en el que apareció el zapato una única pieza de hueso (Imagen 10a). El fragmento, de origen indeterminado, presenta manipulación antrópica en el corte recto de unos de sus extremos (Imagen 10b) y en el trabajo de pulido sobre su forma natural que lo asemeja a un pene erecto con glande y meato uretral definidos (Imagen 10c). Según los encargados de la parroquia no se ha accedido a este espacio desde 2013 y la única evidencia de actividad humana o animal que presenta son los restos propios de la instalación de la viga. Por esto, en ausencia de una datación específica, parece probable que esta pieza pertenezca al conjunto de objetos presentados.
Este descubrimiento es de interés porque, si bien, como se ha mencionado, la presencia de huesos en estos conjuntos es habitual, no tanto así la presencia de objetos explícitamente fálicos. Pese a que el uso de representaciones genitales, como el fascinus romano o las exhibiciones obscenas de las iglesias medievales, es uno de los recursos apotropaicos por excelencia destinados a repeler el mal de ojo, estos amuletos están diseñados para ser mostrados y no ocultados. Además, en los siglos xvi y xvii en la Península Ibérica abunda el uso abierto de amuletos de perfil erótico, especialmente los vinculados a la protección de la infancia, como atestiguan la presencia de la higa o el cuerno entre los dijes de los cinturones de lactante, pero este erotismo nunca es plasmado de forma explícita. Por tanto, aunque la presencia de este atípico falo podría reforzar la interpretación de una intención protectora del depósito, tal vez, en razón de su ocultamiento, pueda también abundar en una lectura vinculada a la fertilidad.
En este contexto, resulta destacable, además, que el museo conserva un ladrillo con la impronta de la mano de un niño que fue hallado al abrir un hueco en la torre de la iglesia durante la instalación de un nuevo reloj en 1993 (Imagen 11). El ladrillo, que debe de ser coetáneo al zapato puesto que se encontraba en el interior de uno de los gruesos muros originales del campanario estaba, por tanto, oculto a la vista.
Conclusión
El conjunto de objetos ocultos encontrado en el interior de la bóveda del coro de la iglesia parroquial de Vicálvaro presidido por el zapato se corresponde con un depósito de intención amuletística equivalente a los que se han encontrado y documentado en otras partes del mundo en su versión más habitual aunque con la excepcionalidad de incluir un amuleto de tipo fálico. Se trata de un conjunto datable en torno a 1620, que debió de ser puesto allí por los constructores de la iglesia. Su ubicación sobre el umbral de la iglesia refuerza la interpretación de una intención protectora, aunque su objetivo específico es incierto. Dentro de las interpretaciones ya exploradas y contando con el carácter público del edificio, parece consistente suponer que ésta puede atender a:
Así, el caso presente constituye el único identificado en España en tanto que amuletístico y es, además, el más tardío de los tres documentados. Es interesante constatar que esta práctica era realizada en España y, tal vez, pueda contribuir a iluminar o arrojar contexto sobre otros usos defensivos populares, más teniendo en cuenta el extenso uso de otros objetos de poder asociados a partes del cuerpo en este territorio, como los amuletos, los exvotos o, incluso, las reliquias. De hecho, Wright apunta que la abundancia de este tipo de prácticas populares en el ámbito inglés puede adeudar a un sentimiento de temor o alteración espiritual consecuencia del rechazo al catolicismo y sus rituales durante la Reforma. Así, la imposibilidad de buscar protección mediante objetos benditos o a la apelación a los santos a través de reliquias pudo repercutir en una confianza exagerada en las tradiciones populares (Wright 2017, 76-77). Precisamente, cabe enfatizar en este contexto cómo muchos autores parecen percibir una mayor abundancia de estas prácticas «supersticiosas» en periodos históricos marcados por una mayor ansiedad sociocultural (Swann 1996, 60; Hoggard 2017, 5) o por momentos de crisis personal (Semmens 2017, 32), que acarrean una mayor consciencia de la propia vulnerabilidad.
De hecho, la mayor parte de las fuentes consultadas tienden a no considerar, o a hacerlo de forma superficial, que estas prácticas puedan manifestar una retención popular tras el auge del protestantismo de la experiencia de la materialidad del mundo propia del catolicismo y de la visión greco-latina o mediterránea que éste vehicula hasta cierto punto, siendo más favorables a remitirlo al paganismo previo. Incluso si esta concepción puede retrotraerse a un substrato pre-cristiano, la atribución de una función intersticial entre el mundo material y el espiritual de los objetos concretos resulta menos ajena a la comprensión católica del mundo por su visión sacramental de la realidad y su modelo antropológico complejo en la que el hombre es substancialmente tanto cuerpo como alma. Por su parte, el protestantismo, dentro de su diversidad, limita la sacramentalidad, así como la mediación a sólo Cristo y sostiene un dualismo antropológico; por esto, en esta visión se han de inscribir estos efectos espirituales del mundo material en la categoría de lo mágico. De hecho, la elección en muchos casos de objetos rotos para estos depósitos (tal vez rotos de forma intencionada)[6] puede deberse a una forma de transformación de los objetos cotidianos en «mágicos», como si hubieran pasado por una suerte de muerte simbólica que los permite operar en el umbral entre el mundo material y espiritual (Hoggard 2017, 5).
Esto podría explicar la aparente mayor abundancia de estas prácticas en países protestantes, pero juega en contra de esta hipótesis la posibilidad de que la abundancia de casos identificados en el ámbito inglés pueda deberse únicamente a que la práctica ha sido identificada y permite su catalogación, mientras que en otros países, como España, este fenómeno es desconocido y los descubrimientos se pierden, volviendo equívoca cualquier valoración fundada en la abundancia o ausencia de casos. Máxime ante el desconocimiento al que nos enfrentamos sobre el lugar origen de la costumbre y cómo se transmitía el conocimiento de su práctica.
Lo que sí resulta evidente, tanto a través de dichos y costumbres como de este descubrimiento, es que España es parte de un contexto cultural amplio que atribuye propiedades prodigiosas muy diversas al calzado y, dentro del cual, tiene cabida el fenómeno de los zapatos ocultos.
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NOTAS
[1] Curiosamente, también Swann trae a mención la abundancia de cuadros que buscan plasmar el calzado de una persona querida teniendo en mente al mismo pintor (Swann 1996, 56).
[2] Esto tiene paralelo en el hinduismo, especialmente en el simbolismo del zapato paduka o en los pies del gurú; en las buddhapada del budismo; o, curiosamente, en el islam, en el que las representaciones corporales están generalmente prohibidas, en las huellas del Profeta conservadas en el Museo del Califato de Topkapi (Estambul).
[3] Curiosamente, en la película Big Fish (2003) la gente que llegaba a la ciudad de Spectra que, en claro simbolismo tanático se dice que es un lugar tan feliz que no se volvía nunca de ella, dejaba los zapatos colgados en la entrada quedando descalzos desde entonces.
[4] Parece probable que este depósito sea posterior a 1748 y corresponda a una de las bóvedas que sí eran accesibles, pues el primer registro disponible en el pueblo del apellido Muller, que es el que más claramente figura en ellas (Imagen 6b), procede de una partida bautismal de ese año.
[5] Cabe también la posibilidad de un ocultamiento deliberado de algunos de estos objetos, en particular los vinculados al culto, como rescate simbólico o para evitar su destrucción durante el saqueo de la iglesia en la Guerra Civil, lo que podría venir reforzado por la presencia en uno de estos depósitos posteriores de una caja de cerillas del periodo franquista. El museo conserva un fragmento de la antigua campana que fue rescatado en ese mismo espíritu por un vecino cuando se arrojaron las campanas de la torre en 1936.
[6] Proceso que traza un paralelo con los objetos deformados o rotos que se encuentran en ocasiones en los ajuares funerarios de los periodos pre y protohistóricos de la península ibérica, destacando las espadas.