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Reconozco que prefiero un fervorín a un sermón aburrido o una homilía tediosa, que abundan como las setas en una otoñada lluviosa. Del mismo modo tengo debilidad por las imágenes, a veces toscas e ingenuas, en las que las vidas de los santos se resumen en su mejor iconografía: las virtudes se «ven», no hace falta describirlas, y las razones por las que se pregona la devoción se hacen patentes. Dicen los estudiosos de la literatura popular que los pliegos se difundieron por miles desde que la imprenta irrumpió con fuerza en la cultura europea, pero añaden que la costumbre de cambiar oraciones por limosnas tuvo su origen mucho antes y que los ciegos se encargaron de practicarlo para evitar ser considerados pobres o vagabundos, condiciones ambas que los ataban a un lugar y limitaban su actividad a un contorno de seis leguas alrededor de donde se suponía que vivían. La costumbre de recurrir a imágenes para explicar la vida de las mujeres y hombres virtuosos cuya existencia pudiera servir de speculum devotionis es, por tanto, antiquísima y está refrendada por el uso y por un sentido práctico. La «lectura» de las imágenes para comprender mejor un texto, o incluso fantasear con lo que se aprendía de viva voz, es un hecho que alimentó la industria de los papeles plegados con los que se aventaba el conocimiento y la cultura hacia los niveles más básicos de la sociedad. Sin embargo, la ausencia de filtros o controles sobre sus contenidos, debido principalmente a que la autoridad eclesiástica no los consideraba peligrosos ni contra la doctrina ni contra la moral por ser breves y de escasa entidad, convirtió a esos pliegos –vendidos e «interpretados» con inevitable intencionalidad– en dardos tan certeros como envenenados. Los restos de antiguas creencias y religiones se mezclaban así con una visión ortodoxa de la moral creando un género difícil de definir.
En el número de este mes, Luis Resines, colaborador habitual de la Revista de Folklore y experto en materias tan diversas como pictografía y catequética, hace un análisis certero de ese género desde algunos de los ejemplares que componen la colección de nuestra Fundación, tan dispares como peregrinos. Su recorrido por los ejemplos, inteligente y comprensivo, señala la delgada línea existente entre los contenidos doctrinales y su interpretación desviada o extravagante.