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Revista de Folklore número

471



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Autos de los Reyes Magos en tierras palentinas: el de San Cebrián de Campos

AYUSO, César Augusto

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 471 - sumario >



A pesar de la escueta referencia de San Mateo, el único evangelista que hace alusión a ellos, los Reyes Magos se han convertido en una de las leyendas más prodigiosas y celebradas de la cultura europea. Desde muy pronto, en torno a esta enigmática mención de Mateo, el mundo cristiano comenzó a tejer la leyenda, que fue creciendo a lo largo de los siglos, de tal modo que de las invenciones de los evangelios apócrifos y las interpretaciones teológicas de los Padres de la Iglesia, la literatura y el arte no han cesado de pergeñar su figura y enriquecerla hasta consolidar la imagen que tanta relevancia ha adquirido en la liturgia católica y en la fiesta y el imaginario hispánico, particularmente.

Mateo dice solo que «unos magos de oriente» se presentaron en Jerusalén preguntando por el recién nacido rey de los judíos, a quien venían a rendir homenaje porque habían visto una estrella que les servía de anuncio. No menciona su condición de reyes, ni el número de ellos, ni sus nombres. Estos elementos se fueron añadiendo paulatinamente en el mundo cristiano. «Magos» tenía el significado de astrólogos o entendidos en la ciencia secreta de los astros, y fue Tertuliano (siglos ii-iii) quien equiparó este término al de «reyes». De hecho, en las primeras representaciones pictóricas que de ellos se conservan en las catacumbas romanas no aparecen investidos de la realeza, pues van tocados con el gorro frigio y no con la corona. En esos primeros tiempos el número de ellos variaba. En la catacumba de Priscilla (hacia el siglo iii), aparecen tres, y Beda, monje benedictino inglés que vivió a caballo de los siglos vii y viii, fue el que fijó ese número definitivamente, mientras que la corona se empezó a representar sobre sus cabezas, otorgándoles la calidad de reyes, en el prerrománico, cuando la palabra «mago» arrojaba connotaciones de nigromancia. Quienes en el siglo xv les pintaron con las más ricas y lujosas vestimentas fueron los primitivos flamencos Van der Weyden o Memling. En cuanto a los nombres, parece ser que la primera mención de ellos se hace en los mosaicos de San Apolinar el Nuevo de Ravenna, pero se universalizan solo cuando el dominico Jacobo de la Vorágine los incorpora en su Legenda aurea a mediados del xiii. La estrella, en cambio, aunque aparece en el relato evangélico, no es representada hasta el siglo xiv, en que el pintor florentino Giotto la incluye en uno de sus cuadros alusivos.

La leyenda se extendió preferentemente entre la cristiandad en la Edad Media; sobre todo, a raíz del hallazgo de sus cuerpos en Milán (1158) y el posterior traslado de Federico I a la catedral de Colonia (1164), aunque fue andando el tiempo como sus condiciones y personalidades acabarían perfilándose. Y es que en todo este proceso de creación legendaria y mítica tiene mucho que ver el significado alegórico y la simbolización con que la teología les revistió en su dimensión religiosa. El número tres era un nombre de profundo significado teológico, pues valía para emparentarlo con la Trinidad y con las tres partes del mundo conocidas en tiempos medievales –Asia, África, Europa– y sus razas respectivas, descendientes, según la Biblia, de los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. Esas distintas procedencias vienen a representar la universalidad de la nueva religión. El Mesías nace para todos los hombres, sin distinción de razas o naciones. Traspasa las fronteras de Judea y acoge por igual a judíos y gentiles, a humildes y poderosos. Cada uno de los reyes representa también a las distintas edades del hombre: Melchor es un anciano persa de barba blanca; Gaspar, un joven imberbe que viene de la India; Baltasar es un hombre maduro, árabe y de piel morena. No será hasta finales del gótico cuando la figura de este adquiera los rasgos negroides que hoy le caracterizan. Del mismo modo, los tres dones que menciona Mateo son interpretados teológicamente por San Irineo en el siglo ii: el oro que le ofrecen al Niño es por su condición de rey; el incienso, por su condición de Dios; la mirra, por haberse encarnado en hombre.

1. Los Autos de Reyes en la antigua diócesis de León

Leyenda apócrifa y exégesis teológica se dieron a conocer al pueblo sencillo a través del arte de las iglesias y de ciertas manifestaciones literarias, más allá del sermón y la mera liturgia. Efectivamente, los misterios del Nacimiento del Hijo de Dios fueron celebrados y recreados en representaciones dramáticas desde muy pronto para edificación y adoctrinamiento del pueblo. Se hizo a través del llamado Officium pastorum o anuncio y adoración a los pastores, y el llamado Ordo stellae, alusivo a la veneración y ofrenda de los Magos conducidos al Portal por la estrella. Tanto es así, que la primera representación dramática conocida de la literatura en castellano es el Auto de los Reyes Magos, una obrita que se cree incompleta y que se escribió en Toledo a fines del siglo xii o principios del xiii, en cuya catedral se pondría en escena.

Joaquín Díaz y José Luis Alonso Ponga han estudiado y dado a conocer las manifestaciones dramáticas que eran propias de la antigua diócesis de León. Las Pastoradas del día de Nochebuena corrían a cargo de los pastores de las poblaciones rurales, que ese día, en la misa del Gallo, se acercaban al Portal a adorar al niño y ofrecerle dones al tiempo que llevaban una cordera a la Virgen, y lo hacían rememorando la narración de San Lucas del anuncio del ángel a los pastores. Estas representaciones estaban compuestas de diálogos de carácter pastoril a los que añadían villancicos y danzas, y se restringían al territorio más llano de la diócesis leonesa, sin parangón con otros autos del nacimiento que pudieran representarse en otras partes de España. Los Autos de Reyes, aunque mucho más extendidos por la península, también en la diócesis leonesa parece que tenían características distintivas. Unos y otros, pastoradas y autos de Reyes, creen estos autores que fueron obra de un autor culto, eclesiástico, versado en teología, que entre finales del siglo xvii y primera mitad del xviii los escribió con claras intenciones doctrinales y catequizadoras e hicieron fortuna en muchos pueblos de la diócesis que los adoptaron (y adaptaron) y representaron.

La antigua diócesis de León contenía muchas parroquias de la actual provincia de Palencia, aquellas que hoy forman su franja más occidental: comarcas, de norte a sur, de la Peña, la Vega, la Valdavia y el antiguo arciprestazgo de Cisneros. En algunos de sus pueblos queda memoria de la representación de estos autos. De algunos se ha conservado el texto, al publicarse; de otros, solo las noticias de su existencia. El primero publicado fue el de Moratinos (Fernández, 1949). Del de Terradillos de Templarios, pueblo muy cercano al anterior, habla Alonso Ponga (1986), y se publica recientemente (Díaz y Alonso Ponga, 2020). Rey García rescata y da a conocer los de Fresno del Río (1996) y San Andrés de la Regla (1996). Este mismo autor publica también el texto y la música recogidos en Támara (1997), pueblo alejado de la franja occidental, que siempre perteneció al obispado de Palencia, pero que hizo suyo el auto llevado allí por un maestro que dicen que provenía de un pueblo del Norte (suponemos que de la Peña).

En Fresno del Río, el año 1957, después de la misa de Reyes, se representó el auto en la plaza de la iglesia que, según el cronista, estaba «completamente abarrotada», con mucha gente venida de fuera. Después de años de olvido, volverían a representarlo en 1988 y aún después. Villamoronta, perteneciente ya a la diócesis palentina aunque limítrofe con la Vega de Saldaña, era otra de las poblaciones donde se dejó de escenificar al filo de los cincuenta para recuperarla cuarenta años más tarde, en 1988. También queda constancia de que en algunos pueblos de la Peña, como Respenda, se representó, o en Heras, donde se hizo a comienzos de los cincuenta. De Renedo de la Vega hay noticias en el diario provincial de que se puso en escena en el año 1930. En Támara se estuvo representando hasta mediados de los setenta, pero volvió a rescatarse en 1996. Cada vez hay más dificultades para echarlo, pues la falta de población hace que la mayoría de los actores residan en la capital palentina o en otros lugares y no encuentren tiempo para los ensayos. De todas formas, era un auto que no se representaba todos los años, sino de vez en cuando, «para no cansar», como dicen los vecinos.

Los cinco autos publicados, incluido el de Támara, pertenecen al tronco común de la versión «leonesa» y tienen grandes coincidencias textuales y musicales entre ellos, muchas más que con otros publicados de pueblos hoy de la provincia leonesa, aunque el tronco común de todos ellos sea evidente. Contando con las pequeñas variantes, omisiones, acortamientos, alargamientos y trastueques de parlamentos entre personajes, que, por la tradición oral, se advierten en unos y otros, la estructura dramática aparece nítidamente en los cinco.

El primer bloque dramático-narrativo serían las escenas que comprenden la marcha de los Magos en busca del Niño. Un paje advierte la estrella que aparece en el cielo y transmite el hallazgo a los Reyes, que deciden seguirla para visitar al Mesías y Rey que anuncia. Al llegar a Jerusalén la estrella se les pierde y preguntan en el palacio de Herodes el lugar del nacimiento del Rey de los judíos, desvelando a Herodes sus intenciones, pero este al oír la condición real del recién nacido se llena de recelo e interroga a los Magos sobre una serie de detalles que le den certeza. Para mayor seguridad, consulta a los sabios del reino para que le certifiquen si tenían noticia de ese nacimiento, y estos le confirman que está profetizado en las Escrituras. Herodes, entonces, despide muy condescendiente a los Magos instándoles a que visiten a ese Niño en Belén y le traigan noticias sobre lo que allí han visto, pues, engañosamente, dice que él también desea rendirle homenaje.

El segundo bloque, el central, sería el que recoge la llegada de los Magos al Portal de Belén, con un intercambio de palabras con la Virgen y la adoración y entrega de ofrendas al Niño. Hechas estas, el Ángel les informa de que varíen su ruta de vuelta y no pasen por el palacio de Herodes, debido a sus aviesas intenciones. Entonces, se despiden de la Virgen y parten.

El tercer bloque tiene a Herodes como protagonista, desasosegado por las noticias que puedan traer de Belén. Entre tanto, la Virgen y su esposo van a Jerusalén a presentar al Niño en el Templo, donde el anciano Simeón y la profetisa Ana proclaman su divinidad. A Herodes, sus servidores le informan de esta visita y de la condición de Jesús, Rey de Reyes y Divino Salvador, y viéndose perdido monta en cólera y anuncia su venganza, entre los vituperios de los «contradictores», que actúan como la voz de la conciencia, a la que no sigue, temeroso de perder su poder. Con la orden de la degollación de los infantes acaba la obra.

Precisamente, es en el final cuando los cinco autos más difieren. La escena de la degollación solo la escenifican los textos de Fresno y Támara, aunque no tienen nada que ver el uno con el otro. El final de Támara tiene un carácter culto y da mucho protagonismo a las madres, que mezclan lamentos y vituperios en parlamentos y cantos. El de Fresno se detiene escenificando la degollación, añadiendo así sevicia y patetismo, con un lenguaje poco cuidado, y, además, prolonga el melodramatismo escenificando el posterior castigo de los degolladores y la desesperación final de Herodes. Uno y otro texto, aunque con mayor continencia y elegancia el de Támara, han pensado en los efectos cara al público de rematar el auto desarrollando la escena de la degollación. Con ello, patentizan al máximo la crueldad de Herodes, motivada, sin duda, por su apego al poder y al mando. El de San Andrés de la Regla termina con lo que llama «Sermón de la degollación», en que una voz relata de forma diferida este hecho y cierra la representación. El de Moratinos acaba de manera súbita con la maldición de Herodes y la premonición de su trágico final hecha por la «cuarta contradicción». El de Terradillos añade, a las palabras de este, un breve parlamento de Herodes agonizante.

En cuanto al comienzo, solo el de San Andrés de la Regla empieza haciendo una brevísima referencia al edicto del emperador Augusto, y el de Terradillos parece haber perdido los diálogos primeros alusivos a la aparición de la estrella, puesto que los Reyes hablan solo de su disposición a ir a Belén. Por su parte, el de Támara entromete en la tercera parte un diálogo de la soldadesca sobre las pretensiones de Roma en Judea, a todas luces ajeno al texto primitivo.

La música de los cantos y villancicos de estos autos es, por lo general, monótona y simple. Rey García (1996; 1997) ha descrito la de los palentinos; Manzano (1989) la de los leoneses. Los autos de San Andrés de la Regla, Moratinos y Terradillos comparten los villancicos; Fresno y Támara añaden algunos propios. En Fresno, tras cantar el coro de ancianos «A los trece días / a Belén llegar», villancico que comparten los cinco textos, el coro de las zagalas entona unas seguidillas que empiezan «Hoy día de los Magos, / Virgen María» (solo algunas de ellas recoge San Andrés en su canto final) en el que añaden una detallada descripción del aspecto y la vestimenta de los Reyes. Se encuentra este relato cantado en alguna otra población de tierras leonesas como Cifuentes (Miñambres, 2012). Vuelve el mismo coro a entonar nuevas letrillas de este villancico narrativo tras la despedida de los Reyes y la Virgen. Añade también el auto de este pueblo un ofrecimiento cantado de las zagalas, en coplas, tras el hecho por los Reyes Magos. Como final, las zagalas alternan coplas cantadas relatando de nuevo el episodio de la degollación, con algunas más de despedida Y también es exclusivo de este el canto de la profetisa Ana al ver al niño en el Templo. Támara, por su parte, añade cuatro cantos nuevos no recogidos en los otros autos. El primero lo entona el coro de mujeres tras el ofrecimiento de los Reyes y es el relato que lleva por estribillo «Feliz estrella, / que guías al que nace / siempre con ella», que se halla en otros de la provincia de León como Valdesaz de los Oteros (Alonso Ponga, 1986). El segundo corre a cargo del coro de soldados al final de la escena añadida a calzador, ya indicada; es un romance que comienza «Pan y circo pide el pueblo / al César su emperador…». Entre el diálogo de las escenas de la degollación se intercalan sendos romances cantados por el Ángel y las mujeres que inciden en el tema e incluyen una execración del malvado Herodes. Finalmente, como remate y despedida, el Ángel entona unas cuartetas que hacen otro relato más de la aventura de los Reyes; a cada una de ellas, el coro responde con el estribillo: «Nuevas, nuevas, caballeros / nuevas de santa alegría, / nuevas como los tres Reyes / que del Oriente venían».

Los personajes se repiten en todos los autos; los secundarios a veces cambiados de denominación. Son los principales los tres Reyes Magos y Herodes; también la Virgen y José y el paje de los Magos. En otro escalón están el anciano Simeón y la profetisa Ana, los sabios y las voces que contradicen a Herodes, sus guardias, pajes, ministros…, cuyo número puede cambiar de unos a otros, etc. El de Fresno añade a los degolladores y las madres. Es común a estas obras que combinen prosa y verso. Los versos no destacan por su perfección y variedad, y la prosa suele encadenar en ocasiones largas parrafadas, sobre todo, en las escenas del palacio de Herodes. Los cantos del ofrecimiento, la despedida de los Reyes a la Virgen o las palabras de Ana en el templo se enhebran perfectamente en la acción dramática, la continúan, pero otras veces son intromisiones para distender la acción y dar variedad al espectáculo, pues no hacen sino relatar de modo sintético los hechos que se escenifican, sin tener en cuenta el decurso de la acción dramática.

La escenificación solía hacerse en la plaza del pueblo o en la plazuela de la iglesia y cada población o director de escena se las ingeniaba para distribuir y preparar el escenario. El cronista de Villamoronta lo cuenta así: «La representación consta de nueve cuadros que se desarrollan en tres espacios escénicos: el castillo del rey Herodes, el Portal de Belén y un tercer espacio neutro que representa unas veces el camino que los Magos recorren y otras, el propio templo de Jerusalén durante la escena de la presentación del Niño» (Barreda, 1988). La diversidad de espacios requería un lugar amplio como escenario y arduos preparativos de decoración, y a ello hay que añadir el elevado número de actores, que podía sobrepasar los cuarenta, lo que requería un tiempo largo de ensayos. Todo esto, en el momento actual, en que los pueblos están exhaustos de población, hace que las representaciones se hayan perdido o solo con muchos esfuerzos puedan representarse algún que otro año. Los autos, sobre todo los de Fresno y Támara, que añaden con más detalle la escena de la degollación, llegaban a durar casi dos horas.

2. El Auto de Reyes de Paredes de Nava y Villarramiel

En Paredes de Nava surgió en 1987 una Asociación Socio-Cultural que retomó la representación del Auto de los Reyes Magos que había sido tradicional en la localidad. Se ha escrito que el año 1925 se dejó de representar, pero tenemos noticias de que en 1931 todavía se representó por los jóvenes de la localidad «la Adoración de los Santos Reyes» (El Día de Palencia, 8-I-1931). La versión del auto la recogió Miguel de Viguri y Valbuena y esa es la que debió de aprovechar el presbítero y erudito local Tomás Teresa León para darla a conocer en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares en 1947. Décadas después daría una versión retocada (1968), y sería Hoyos Hoyos (1990) quien dedicara al auto un concienzudo análisis filológico. Treinta y cuatro fechas después de rescatado, el auto se sigue representando año tras año donde era tradicional hacerlo: en la iglesia de San Martín, restaurada y reconvertida en centro cultural de la villa. Unos años se hacía afuera, en la barbacana que se forma a la entrada de la misma, y otros en el interior.

Según Teresa León (1968, 243) en los últimos años de su representación de las primeras décadas del siglo xx, antes de ser recuperada a últimos de ese siglo, solo se representaba la escena cuarta, que era aquella en que los tres Magos hacían su ofrecimiento al Niño Dios en el Portal de Belén. El resto, dice, hubo que reconstruirlo escuchando a numerosos ancianos que recordaban los parlamentos de la obra. Dice también que el auto formó parte de las representaciones navideñas en Tierra de Campos, «especialmente en Paredes de Nava y Villarramiel». Dacio Rodríguez Lesmes, villarramielense que fue catedrático de Griego del instituto Jorge Manrique palentino y redactor jefe de El Diario Palentino, en cuyas páginas demostró un gran interés por el folklore y las tradiciones provinciales, se trasladó en 1956 a Madrid tras sacar plaza en el Cuerpo de Inspectores de Enseñanza Media. Llegó a dirigir las publicaciones de la Dirección General de Enseñanza Media, y en uno de sus Cuadernos Didácticos, en el nº 552, publicó «Un `Auto de Reyes´ en Tierra de Campos». El cuaderno no lleva fecha (la de 1958 que se le atribuye en alguna publicación en red es solo el del depósito legal de los cuadernillos, no el de este número tan avanzado). Nacido en 1911, empieza contando sus recuerdos de los Reyes en Villarramiel, cuando era niño, y cómo a él le tocó algún año hacer de rey e ir la tarde del día 6 de enero, después del rosario, a realizar la Ofrenda al Niño Jesús en la iglesia de Santa María. Dice que el texto entero lo conocía solo un tal Pajares, que era quien les ensayaba y hacía de director, y que en su memoria expiró la tradición, que venía de atrás, del siglo xix. Al morir este hombre, ya no hubo continuación. También alude a que de boca de Teresa León, cronista oficial de Paredes, supo que igualmente en esta villa se representaron los Reyes; pero alude a este como ya muerto (murió en 1962). Y dice también que el texto del auto que ofrece completo es fruto logrado «tras nuestras investigaciones» en el pueblo de Villarramiel. La verdad es que el texto es exactamente el mismo que el de la segunda versión de Paredes, publicada en 1968, en un anexo de la historia de la villa, cuya autoría es de Teresa León; es decir, muerto ya este. Hoyos (1991, 552) piensa que la primera versión, la de RDTP (1947) es más rigurosa que la segunda y la considera más fiable. En la segunda versión el autor dice que la ha reconstruido «oyendo a numerosos ancianos del pueblo», y que en esas pesquisas encontró el «Diálogo entre un moro y un cristiano», que añade al final en la segunda versión del auto. Nos preguntamos, ¿No hizo Rodríguez Lesmes sino tomar íntegros los dos textos de la segunda versión de Teresa León y publicarlos como la reconstrucción hecha por él de lo que se recordaba en Villarramiel? Creemos que es lo más probable, ante la coincidencia tal cual de ambos, incluidas las acotaciones, aunque la ausencia de fecha en el Cuaderno Didáctico donde apareció no permita certificar nada. Rodríguez Lesmes se cuida mucho de no poner en el título Villarramiel y asignarlo a un auto «en Tierra de Campos». Este cuaderno sería posterior a 1968. También es verdad que ambos residían en Madrid y se entrevistarían e intercambiarían noticias y resultados y podrían haber llegado a la conclusión de que, con las variantes propias de la tradición oral y el paso del tiempo, el texto (o los textos) tenían una fuente común.

Este auto de Paredes de Nava (y de Villarramiel) nada tiene que ver con los autos de Reyes leoneses, ni en estructura ni en composición, Es más corto y está escrito totalmente en verso, y no incluye cantos ni villancicos. Su estructura es un poco extraña, aunque perfectamente comprensible desde los postulados barrocos, y más de un barroco tardío, en que la profusión y los contrastes primaban en las obras destinadas a un público sencillo, popular. El autor es un autor culto, que domina la doctrina teológica y la expone bien cortada y en una versificación de mérito, pero que quizás haya querido primar el principio de «enseñar deleitando» al del rigor y la unidad dramática. Si no, no se entiende la mezcolanza que hace de la adoración de los pastores con la de los Reyes, reuniendo en una sola pieza, de forma escueta, el Officium pastorum y el Ordo stellae. Mezcolanza esta que solo obedece a la relajación del sentido del orden que se fraguó en el barroco y que propicia el abigarramiento, máxime en su dimensión popular, como también sucede en algunas representaciones «leonesas», que yuxtaponen la pastorada y el auto de Reyes (Rucayo, Vega de los Árboles, Valdetejera, La Unión de Campos…).

Los cuadros y escenas son breves y el nudo y la almendra de la pieza es la adoración y ofrenda de los Reyes al Niño en el Portal. En esta, cada uno de los Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar, por este orden, van recitando su parlamento. Parlamentos largos si tenemos en cuenta los del resto de las escenas, en los que se mezcla la relación narrativa de la tradición evangélica y apócrifa con ideas teológicas sobre la divinidad de Dios y su misión salvífica. La primera escena la centra Herodes, y los Magos apenas si tienen una intervención testimonial. El jerarca romano es presentado de forma escueta, pero a través de sus propias palabras se hacen patentes su altivez, tiranía y crueldad. Termina con la orden de la degollación, que aquí, en contra de lo que sucedía en los autos leoneses, es una alusión obligada pero mínima. Viene luego el anuncio del Ángel al pastor Gil, en escena breve. La tercera presenta al pastor Gil y al zagal Colás ante el Portal, con la aparición del diablo de refilón. Después de la cuarta, la adoración y ofrendas de los Reyes, viene la quinta, que es un breve monólogo del diablo. Finalmente, la sexta y última escena pone ante el Portal a pastor y zagal, que acaban ofreciendo sus presentes al Niño.

La obra en sí, tal como se ha publicado, acaba con la ofrenda del pastor, hecha después de la del zagal. Es una manera expedita de acabar, que parece impropia de este tipo de obras populares. La ofrenda de los pastores, por otra parte, sucede a la de los Reyes, lo cual es una incongruencia narrativa a tenor del relato evangélico y la tradición, para quienes los pastores fueron los primeros en adorarle. Tal como están montadas las escenas, el tiempo de la obra no deja de ser una ucronía que puede verse como un elemento constructivo que tiene su originalidad y hasta su modernidad. Que la llegada de los Reyes al Portal sea presenciada por los pastores primero y remedada después, es una forma de reagrupar en un solo momento dos episodios bíblicos autónomos. La ofrenda de los Magos se realiza en el ínterin de la cena de los pastores, como queda apuntado al final de las palabras que dice el pastor y aprueba el zagal al final de la escena tercera: «Que dejes de conjurar (al diablo) / y tratemos de cenar» dice el primero, y responde el segundo: «Nunca lo oí con más gusto». Podría también pensarse que este montaje de dos tiempos o escenas diferentes se hizo a posteriori; es decir, que sobre una obrecilla primera formada por la escena de Herodes y la adoración de los Reyes, se incrustó una segunda que es la de los pastores y el diablo. En el ofrecimiento de los Reyes, la última copla de Baltasar suena a auténtica despedida y punto final de la representación, que, por otra parte, bien pudiera ponerse en boca de los tres oferentes. Es esta:

¡Adiós, hermoso tesoro!

¡Adiós, Niño de Belén!

Eternamente os adoren

hombres y ángeles. Amén.

Pudiera haber sido así o no, pero, desde luego, sí que habría que considerar por qué forman parte de la obra los dos pastores y el diablo, interfiriendo así en el tema central del relato. La explicación, de alguna manera, ya se adelantó. Obedecería a la particular costumbre que en el barroco y en la literatura popular había de mezclar tonos y estilos, motivos y personajes. Lope de Vega lo expresó muy bien: al pueblo había que halagarle en sus gustos si en el espectáculo teatral se buscaba la aceptación y el éxito. El autor de este auto –clérigo probablemente– sabía que los conceptos doctrinales, que en los parlamentos del Ángel y de los Reyes expresa con claridad y finura, debían ser contrarrestados por escenas que provocaran la risa –el pastor y el zagal– o la animadversión –el diablo–. Las palabras de este último no hacen sino transmitir doctrina, aquella que en el Barroco y en la teología tradicional popularizante siempre insistió en la idea maniqueísta de los dos principios enfrentados: el Bien y el Mal. Hablando del Dios que venía a salvar al hombre, no podía faltar –el contraste siempre plausible– el diablo que quería perderlo. No olvidemos que la idea de la condenación y el Infierno como lugar real y físico es primordial y está omnipresente en la predicación de los siglos medievales y se acentúa, si cabe, con la Contrarreforma. Así termina el maligno su parlamento, tras reconocer el portento de la Encarnación del Hijo de Dios:

¡Cunda el mal y los pecados!

¡Y que nuevos moradores

del infierno a los horrores

de él se vean condenados!

El diablo era una presencia habitual en las loas y autos sacramentales de los siglos xvii y xviii. Este auto de Reyes puede considerarse, por su brevedad y estructura, una de tantas loas u obrecillas dramáticas que, auspiciadas por las cofradías, se echaban en los pueblos con motivo de cualquier fiesta religiosa, bien fuera de la Virgen o de los santos o cualquier otra motivación litúrgica.

En cuanto a los pastores, la presencia de estos no proviene, creo, de la influencia de la pastorada leonesa (Alonso Ponga, 2019), sino de la oportunidad de utilizarlos en escenas de distensión que pongan el contrapunto a la solemnidad doctrinal de otras escenas o parlamentos de personajes más importantes, como ya hemos visto. En este caso, el pastor Gil y el zagal Colás mantienen un diálogo ágil y distendido que busca, entre veras y bromas, provocar la risa, utilizando los recursos habituales que el teatro, desde sus primeros tiempos, descubrió en las figuras de los rústicos, poniendo en su boca ocurrencias y necedades propias de su ignorancia y falta de cortesía. Aquí recae en el zagal Colás este papel de inocentón o hazmerreír, y no es ajeno a ello su actitud ante la presencia del diablo. El habla de estos pastores es popular y espontánea, proclive a vulgarismos, deturpaciones lingüísticas y expresiones coloquiales. La raíz de estos personajes rústicos habría, pues, que buscarla en los primeros autos pastoriles del teatro castellano, los autos navideños de Juan de Encina y Lucas Fernández, que crearon escuela. Sin embargo, merece la pena también fijar la atención en el pastor Gil, cuya figura encaja perfectamente en el papel de pastor sensato y canónico que al autor le sirve para transmitir una doctrina pragmática y directa, aquella que quiere sembrar en el pueblo, en el espectador. La adoración de los Magos no es más que la trasposición dramática de un episodio bíblico celebrado por la liturgia por el que se demuestra la divinidad del Niño nacido en Belén. Pero hay una segunda parte, que es el tipo de adoración o actitud que debe tomar ante el Niño el fiel u hombre normal y corriente. De los labios del pastor Gil salen las palabras que incitan a la verdadera adoración. Al zagal le dice que se adora al Niño «rezando las oraciones / que aprendiste tiempo ha», y que en su humildad ha de ofrecerle «lo que con gran voluntad / puedas darle en tu pobreza». Y al hacer él la propia ofrenda de sus sencillas cosas, dice: «valen más que los tres Reyes / y sus reinos, que no es poco».

De cualquier forma, el autor muestra su dominio compositivo en estos contrastes de tonos y estilos lingüísticos, pues sabe utilizar el lenguaje elevado y retórico en sus versos para unos personajes y el registro bajo y descuidado para otros, modulando de esta forma los tiempos y las intenciones del espectáculo teatral. Es un autor culto que acierta a adaptar la obra a un público popular, humilde, y transmite un mensaje combinando adoctrinamiento y recreación, devoción y fiesta. La variedad y pericia métrica también habla en el mismo sentido. La escena primera es un único romance, pues la rima asonante es una y continuada. En las escenas segunda y última sigue igualmente el esquema del romance, aunque con sucesivas rimas cambiantes. En el resto de escenas predominan las redondillas, que se mezclan indistintamente con algunas cuartetas y coplas preferentemente de rima consonante, dejando entre unas y otras algún que otro verso suelto.

Prueba de que estas veladas entre recreativas y doctrinales para el pueblo no buscaban la pureza y corrección artística es que a continuación de este auto o loa se echaba otra obrita que consistía en el debate entre un moro y un cristiano. Este último está, sin duda, tomado del «Coloquio representativo entre un moro y un cristiano sobre la pureza de María y el nacimiento de su Santísimo Hijo», cuya autoría, según se declara en el final, en la petición de indulgencia del texto, corresponde a Diego de Hornedillo. Este Diálogo corrió profusamente en el siglo xix en pliegos de papel reiteradamente impresos en diversas ciudades y que, como reza el catálogo de la Hemeroteca de Madrid, «es posiblemente la obra de teatro más representada en la historia del teatro español». Su origen está, sin embargo, en el siglo xviii. Hay que recordar que en 1761 el rey Carlos III consagró España a la Inmaculada Concepción y la nombró Abogada y Patrona de todos sus reinos. Quizás sería este el motivo de aunar el motivo de las tradicionales luchas de moros y cristianos, propias de las dances aragonesas, con el debate inmaculista, que ya venía del siglo xvi con Felipe II y no cejó en todo el xvii. Es muy difícil saber cuando se incorporó al repertorio de Paredes en esta fiesta de los Reyes, si se hizo antes o después del Auto de Reyes, o ambas obras se estrenaron a un tiempo. Sí que era habitual en España representarla en las fiestas patronales, ya estuvieran dedicadas a la Virgen de las Virtudes, como en Villena; a San Blas, en Banyeres; a San Jorge, en Bocairent, por citar tres poblaciones alicantinas próximas donde era tradición hacerlo. Pero su expansión por toda España fue general, pues todavía queda memoria en provincias tan dispares, geográficamente hablando, como Granada y Jaén, Castellón y Teruel, León y Palencia (Brisset, 1993). Y en Asturias, donde se echaba en Navidad en algunas localidades como Cornellana (Menéndez, 1987-1988, 175).

3. El Auto de Reyes de San Cebrián de Campos

En San Cebrián de Campos hay noticias de que el Auto de los Reyes Magos era representado por los quintos la víspera de los Reyes en las casas del pueblo que se lo pedían y el mismo día de la fiesta en la plaza de la iglesia al salir de misa. Así sucedió hasta 1954, en que se interrumpió la tradición. Parece ser que la representación se hacía a palo seco, sin escenario y sin vestimenta caracterizadora (Garrido, 2004, 15; Weber-Antón, 2017, 52). La quintada del año 1990 lo recupera y vuelve a representarlo, pero esta vez en el presbiterio de la iglesia y con vestuario y caracterización. Y en 2003 quienes lo representan son una docena de jubilados que formaron la quinta de 1954, previa labor de rescate y recomposición del texto (El Norte de Castilla, 7-I-2003, 11). La versión que yo manejo y transcribiré en el anejo lleva fecha de 2006, y me fue facilitada por la profesora Goyi Antón Castrillo, natural del la localidad.

No se puede decir que el auto de San Cebrián de Campos no tenga nada que ver con el de Paredes, pero suena totalmente distinto. Es indudable que el que lo compuso lo tuvo como referencia de fondo, pero decidió desguazarlo y quitarle su prestancia solemne, teológica y doctrinal, para convertirlo en una composición casi bufa. La intervención del ángel y los parlamentos de los Reyes en su entrevista con Herodes y al realizar su ofrenda en el Portal, se salvan de ello, aunque en dicción más tosca y revuelta, pero los diálogos del pastor y el zagal no dejan de ser sino una sarta de chabacanerías las más de las veces de dudoso gusto. El pastor se llama Gil, como en Paredes, pero el zagal responde al nombre de Leto (Colás, en Paredes), y en boca de ambos los versos se llenan de incongruencias y disparates, de modo que la ignorancia y zafiedad del zagal paredeño, ofrecida en comedida dosis, aquí se hace bufonada continua en las palabras de ambos. Como muestra, dos ejemplos en la primera intervención de cada uno. Dice el pastor:

¡Oh qué pobre y helado de frío

ha nacido en un portal!

¡Oh qué Dios tan chiquitín

si lo tapo yo en mi zurrón!

Era yo más grandullón

con ser un pastorín.

Pastorín y aún palo tengo

es cachabo.

Yo te adoro y te bendigo

desde la panza hasta el ombligo

por ahora y siempre jamás (…)

Y el zagal, se presenta así:

La bota en la mano traigo

si bebo mucho me caigo

y si no bebo me aturdo

en caso semejante,

bueno será que beba antes.

La métrica es también caótica, pues abundan los versos mal medidos y el baile estrófico es continuo: puede aparecer alguna redondilla entre coplas y ripios, y los versos sueltos son numerosos. A veces sigue durante un tiempo el esquema de romance, que rompe pasado un tiempo, como sucede en el parlamento entre Herodes y los Magos. Aunque parece ser el octosílabo la regla, el parlamento de Baltasar, en el Portal, por ejemplo, comienza con endecasílabos o remedo de tales, pues falla la pericia rítmica. El anuncio en boca del ángel no deja de ser un villancico con una base decasilábica y su estribillo. Es posible que se cantase y que procediera de otra fuente. Cabría pensar que la conservación del texto del auto ha sufrido un gran deterioro, a la vista de la escasa calidad métrica y expresiva, pero nos atrevemos a pensar que no hay tal, sino que así salió de la pluma del refundidor, con las consabidas anomalías y fallos propios de la tradición oral que se transmite en el tiempo. Y nos basamos en que, al igual que en Paredes (y Villarramiel), a continuación de este auto se representaba, como añadido, el «Coloquio entre un moro y un cristiano» de Diego de Hornedillo, y la copia recogida de este en San Cebrián es bastante fiel en métrica y contenido. Y ello, hasta el punto de que, aunque ha perdido algunos versos y cambiado otros, se puede decir que es más completa que la conservada en Paredes. Aunque nada hay que descartar, cabe pensar, sin embargo, que si esta segunda pieza ha sido suficientemente reconstruida, la primera tampoco puede haberse desviado mucho de lo que fue.

Los personajes y las escenas son prácticamente los mismos en los textos de ambas poblaciones, pero con distribución distinta. En Paredes el material referente al officium pastorum y al ordo stellae se presentaba de modo alternativo. Es decir, se abría con la escena en el palacio de Herodes, donde este monologaba y aparecían brevemente los Magos; venía después la escena en el campo del anuncio del ángel al pastor y, a continuación, la tercera con el diálogo de pastor y zagal ante el Portal, y la presencia de refilón del diablo; la tercera parte, la central, sería los tres largos parlamentos de los Reyes ante el Niño; la última parte se abría con el monólogo del diablo y finalizaba con la escena en que pastor y zagal hablan del diablo y de la visita de los Magos y terminan realizando sus propias ofrendas. En San Cebrián de Campos, la distribución de estos dos ciclos se puede decir que adopta una estructura abrazada. Es decir, el auto empieza y termina con la presencia y los diálogos de los pastores y, en el medio, las escenas en el palacio de Herodes y la adoración y la ofrenda de los Magos en el Portal. Pequeñas diferencias en las escenas son que en San Cebrián el Ángel se aparece a ambos pastores, mientras en Paredes solo anunciaba el divino nacimiento al pastor; y en el palacio de Herodes la interlocución de los Reyes adquiere mayor relevancia. En los parlamentos de estos, el de Baltasar, que es el más breve en el auto de Paredes, se hace, con mucho, el más largo en el de San Cebrián. Finalmente, en el de este pueblo la intervención del diablo se entrevera en el segundo diálogo de los pastores, mientras que en aquel, esta antecedía al de estos y se mostraba como escena independiente. Y una diferencia sustancial entre los dos textos es que en el de San Cebrián hay presentación y despedida ante el público, lo que no ocurre en el de Paredes, que se inicia y termina sin salirse de la historia narrada; es decir, que en él se ignora al público que presencia la representación. Las primeras y últimas palabras, respectivamente, en boca del pastor cumplen en San Cebrián esa función de apertura y cierre.

Que el texto de San Cebrián es una trasposición muy libre del de Paredes, hasta dejarlo casi del todo irreconocible, se advierte también por ciertos vestigios de versos coincidentes dispersos en las intervenciones de los personajes. Superarían la treintena. En el primer diálogo de pastor y zagal la coincidencia de versos se da de forma diseminada en parlamentos aislados. La mayor concentración está en el primer parlamento de Herodes:

Paredes San Cebrián

Soy rey de Jerusalén, Soy rey de Jerusalén,

mi nombre Herodes, por cierto, mi nombre Herodes, por cierto,

y me acaban de decir me acaban de contar

que ha nacido el verdadero. que ha nacido un verdadero.

Yo de nada tengo pena, Yo de nadie tengo pena,

ni de nadie tengo miedo, yo de nadie tengo miedo,

ni de ricos ni de pobres, ni de pobres ni de ricos,

ni de reyes forasteros. ni de reyes extranjeros.

Las redondillas iniciales de Melchor y Gaspar ante el Niño son ambas recogidas por el de San Cebrián, pero las de Melchor las desplaza entremediándolas en su parlamento con ostensible desmaño:

Paredes San Cebrián

Una estrella reluciente, Una estrella se divisa

colmándonos de alegría, llenándonos de alegría,

siendo nuestro amparo y guía, nos dirige desde el oriente,

nos trajo desde el Oriente de consuelo y alegría.

El burdo trasvase que hace el compositor de San Cebrián convierte al auto de Paredes en una torpe caricatura, y en la figura de entrambos pastores busca solo hacer reír a un público de escasas luces, de lo contrario no se entiende la sucesión de chocarrerías y sinsentidos que pone en sus bocas. Estas gansadas alcanzan su punto máximo en la ofrenda que ambos pastores hacen ante el Niño, pues la enumeración un tanto caótica de Paredes se multiplica en una sarta disparatada en el auto de San Cebrián. El resultado, en definitiva, es una torpe y desmañada mezcolanza de motivos profanos y religiosos en este de San Cebrián, realizado por un autor popular y de trastocado gusto. Sería un claro ejemplo de ese tipo de teatro desnaturalizado y de baja estofa que los ilustrados tanto criticarían y procuraron desterrar, y máxime por cuanto se presentaba so capa de instrucción religiosa al pueblo. Todo, sin embargo, nos hace creer que la primera versión, la de Paredes, cuyo motivo no era otro que adoctrinar al pueblo buscando la amenidad sin consentir en la rudeza y la zafiedad, como obra de un clérigo discreto y con buen sentido literario, toma una dirección contraria en San Cebrián, porque la motivación no es ya, en primera instancia, la de mantener la devoción y celebrar la fiesta religiosa, sino ganarse el favor del público para obtener un estipendio, una recompensa en forma de alimentos para celebrar una cuchipanda. Sabemos que, últimamente, este auto lo echaban los quintos como un medio de obtener el aguinaldo, pero dado que el servicio militar se implanta bien entrado el xix, quizás sea, con anterioridad, un auto de pastores que estos utilizaban con el mismo fin, pues en buena parte de la Tierra de Campos palentina, hasta bien entrado el siglo xx, la víspera de Reyes era el día indicado para que los pastores de las poblaciones fueran de puerta en puerta tañendo instrumentos y cantando villancicos. ¿Lo recompuso (o descompuso) un pastor para uso pastoril en esta suerte de petición de aguinaldos que se acostumbraba? ¿Lo reutilizaron luego los quintos? En principio, meras hipótesis. Pero ello puede ser deducible de los últimos parlamentos. Por ejemplo, terminando su intervención, el rey Baltasar alude por dos veces a los pastores. Cabe preguntarse: ¿A los que encarnan el papel en el auto o a los reales que lo representan? Dice primero, refiriéndose a la matanza ordenada por Herodes: «Y estos sencillos pastores / con santo ahínco luchando / harán porque estos pillos / al Niño dejen triunfando»; y en los versos finales, toscos y mal trazados (o más bien, mal conservados), les pide ayuda en el mismo sentido. Por otra parte, el pastor cierra el auto con la habitual disculpa en caso de ofensa, porque dice, «estos son cosas de pastores». El zagal y el diablo le precedieron, en cambio, aludiendo a la petición de presentes. Dice el Zagal: «y para concluir la fiesta / preparemos la cesta», mientras el diablo hace jactancia de lo que puede robar aquí y allá: «cuando alguna despensa pillo / todo me lo echo a las acuestas (…)», actitud esta que hace recordar al «chiborra» de Cisneros.

Si admitiésemos que este auto fue en principio cosa de pastores, cabría igualmente pensar –nos movemos, insisto, en el terreno de las hipótesis– que un pastor fue su autor. Desde luego, un versificador popular, que pone más interés en las figuras de la risa que en las razones teológicas: los parlamentos de los Reyes son promiscuos y deslavazados, como quien arrastra materiales o razones de aquí y de allá, bien distintos de la unidad y coherencia de los de Paredes, y sin su mayor regularidad y consonancia métrica. Por otra parte, el que Herodes, al nombrar a sus cargos gubernamentales, haga referencia a dos figuras del Antiguo Régimen, como son «corregidor» e «intendente», nos hace pensar en que si no lo escribió en esa época, sí utilizó material de ella. Es decir, que es factible aventurar que estamos ante un auto del xviii adelantado o de principios del xix.

4. Noticias de otras localidades

Parece ser que en Amusco y Piña de Campos también había memoria en la última década del pasado siglo de haberse representado los Reyes (Rey García, 1997, 238). Son dos pueblos muy cercanos tanto a San Cebrián como a Támara, situados entre medias de ambos y a la distancia de poco más de una legua, por lo que es factible que siguieran alguno de los dos modelos de textos de estos pueblos.

No lejos de Támara, ya más al noreste y lindando con Burgos, tenemos noticias de que en Melgar de Yuso e Itero de la Vega durante algún tiempo también se representaron los Reyes. El cronista de este último pueblo escribe en un periódico provincial que los jóvenes en el año 1931 habían preparado la fiesta de Epifanía «a la usanza de la inmediata y culta villa de Melgar de Yuso». Terminada la misa y mientras el coro de jóvenes cantoras del pueblo entonaba «los villancicos», cuenta que:

Con paso lento y acompasado, a los acordes del órgano y melodiosas voces, hacen su aparición los Reyes Magos; bien caracterizados con vistosos mantos, relucientes armas; en igual semejanza su bien formado séquito, portadores de oro, incienso y mirra… Guiados por la estrella, que funcionó con admirable precisión (…)

Al lado del presbiterio, en rico dosel sentado, ataviado y rodeado de ricas preseas, propias de la fastuosidad de Oriente (…) Frente a frente, con toda ceremonia, comienza el diálogo del rey Gaspar y Herodes, que conmueve a la gran masa que cobija el templo. Los razonamientos de Gaspar, sus leyes científicas al correr la estrella la bóveda celeste y colocarse en el sitio fijo donde ha nacido el divino Niño, desconcierta a Herodes (El Día de Palencia, 9-I-1931).

Los otros dos reyes, Melchor y Baltasar, tuvieron también sus intervenciones, pero más breves que las de Gaspar. Herodes terminaría por huir colérico, nos dice, y, entonces, los tres Reyes adoraron al Niño. El séquito de los Reyes lo formaban tres pajes que portaban las ofrendas de cada uno, mientras que a Herodes lo flanqueaban dos guardias. Esto es lo que cuenta el cronista, por lo que puede deducirse que había villancicos al inicio como introducción de la representación y que esta se componía exclusivamente de las escenas evangélicas básicas; es decir, de la llegada de los Reyes al palacio de Herodes y el diálogo con este sobre la misión que les lleva hasta Judea, para terminar con la adoración y ofrendas al Mesías en su cuna de Belén. Terminada la representación, el pueblo se acercó a adorar al Niño. Añade el corresponsal que ese día hubo en la iglesia forasteros que se acercaron de pueblos colindantes para gozar de la fiesta.

Ese mismo año, un grupo de jóvenes de la localidad de Micieces de Ojeda representó el día 6 por la tarde lo que el cronista llama la comedia «Los Santos Reyes». En el año 1939 la representación se repetiría, según un nuevo cronista, con vecinos del pueblo y excombatientes de la guerra recién acabada (El Día de Palencia, 30-XII-1939). Incluso hay constancia de que en otros pueblos más al norte, como Villavega de Aguilar algunos años representaron «los Reyes». En la segunda década del pasado siglo el cura de este pueblo, contando con otros de la comarca, organizó la representación de «los Reyes» en un prado con decorados preparados expresamente. Participaron 32 actores y cuatro caballerías y hubo una colaboración grande para preparar el vestuario, hacer coronas, aderezos y armas que los actores habían de lucir. Acudieron de pueblos cercanos a presenciar el auto, que luego repetirían más veces (Varona, 1980).

Como conclusión, cabría decir que las representaciones dramáticas de los Reyes Magos conservadas hasta el siglo xx en tierras palentinas siguen dos líneas distintas. Por una parte, aquellas que se realizaban en pueblos que pertenecieron a la antigua diócesis de León, provenientes de un tronco común surgido en aquella diócesis hace algo más de dos siglos. Suelen ser textos largos y se ciñen al relato tradicional sobre los Magos; combinan prosa y verso e incluyen, además, villancicos que se entonan en el transcurso del texto recitado. Con el tiempo, pasarían a otras poblaciones de la diócesis de Palencia como Villamoronta y Támara. Por otra parte, estarían las representaciones conservadas de Paredes de Nava y Villarramiel, sin música entreverada y exclusivamente en verso pero con una extraña combinación de escenas de la aparición y adoración de los Magos con otras pastoriles. De esta cepa surge en San Cebrián una versión más chabacana, que reduce la parte didáctico-teológica del mensaje y busca la inmediatez de los efectos cómicos, destinada como estaba a la recogida de aguinaldos, primero quizás de los pastores y, posteriormente, de los quintos. Si hubo una tercera línea en el noreste provincial, en la zona de Aguilar lindante con Cantabria, en estos momentos es difícil de precisar.

Auto de los Reyes Magos de San Cebrián de Campos

PASTOR:

No pensaban avenir

pero atardaban allegar

ahora me falta esperar

ahora voy a decir un decir.

Buenas noches queridas gentes

¿A qué, a qué, a qué habéis venido aquí?

¿Habéis venido a ver al Niño

o habéis venido a verme a mí?

Pero no vos creáis que vengo de tan cerca,

que vengo de allá, del puerto el Pico,

y en medio del camino

me han dicho que ha nacido un rapacico.

Voy a ver si es verdad.

(mirando al Niño)

¡Oh qué pobre y helado de frío

ha nacido en un portal!

¡Oh qué Dios tan chiquitín

si lo tapo yo en mi zurrón!

Era yo más grandullón

con ser un pastorín.

Pastorín y aún palo tengo,

es cachabo.

Yo te adoro y te bendigo

desde la panza hasta el ombligo

por ahora y siempre jamás.

(Llama el zagal a la puerta)

Señores, aquí suplica el zagal,

el pobre no es inocente,

tiene un lunar en la frente

muy cerca de la nariz,

el diablo sobre feliz,

ermitaño, faraón,

camaranchón, camaranchón,

se mueve el gran borrachón.

(Entra Leto con el zurrón a la espalda, la bota en la mano, mas el viene algo calamocano)

ZAGAL:

Buenos días, tío Gil,

¿no se acuerda usté de mí?

PASTOR:

Para darte de comer, no,

para trabajar, sí;

si yo todo lo prevengo,

pastorín, ni palo tengo.

ZAGAL:

Claro, es cachaba.

PASTOR:

Calla, pañardo.

ZAGAL:

La bota en la mano traigo,

si bebo mucho me caigo,

y si no bebo me aturdo.

En caso semejante,

bueno será beber antes.

ÁNGEL:

Pastorcitos de esta comarca

que el ganado venís a guardar,

escuchad una gran noticia

que el corazón os va a alegrar:

que ha nacido el pastor prometido

que anunciado hace siglos está.

Una estrella se observa en el cielo

que despide una gran claridad

y tres Reyes la vienen siguiendo

que a Jesús le vienen a adorar.

Pastorcillos, velad sin cesar,

no dejéis que nos maten al Niño,

que Herodes traidor lo viene a adorar

y vosotros debéis vigilar.

Una estrella se observa en el cielo

que despide una gran claridad

y tres Reyes la vienen siguiendo

que a Jesús le vienen a adorar.

Baltasar os ofrece la mirra,

os ofrece el incienso Gaspar,

el oro os ofrece Melchor

y los tres os ofrecen la paz,

que ha nacido el pastor prometido

que anunciado hace siglos está.

ZAGAL:

Tío, ¿qué hace esta gentecilla por aquí,

que no se va a dormir?

PASTOR:

¡Oh, qué bruto de zagal,

en el dormir quién piensa!

Trata ya de allegar

y acércate al altar,

que pareces una burra

cuando anda en el corral,

ZAGAL:

Pues bien, tío, dígame

cómo se hace para adorar.

PASTOR:

Yo te enseñaré, zagal.

Te pondrás ante presencia

y con grandes reverencias

a adorarle llegarás,

rezarás tus oraciones

que sabes de tiempos…

Y no pierdas estos momentos

con el ganado en los prados,

que estás con su Majestad.

ZAGAL:

Pues bien, tío, ya soy maestro.

Yo te adora, gran Señor,

con mi zamarra y mi zurrón,

cristie eleisón.

(Entra el demonio y da una vuelta)

ZAGAL:

Tío, ¿qué rey sería ese

que venía furioso y atrevido

y traía cuerno por corona,

que de ser rey cornudo

bien podía saltar la pagoda?

PASTOR:

Sí, sería amigo del diablo,

Leto, el es algo mudo,

el es un chico forzudo,

le conocí en tiempo ha.

ZAGAL:

Pues, tío, deje usté que le conjure,

y el diablo algo mudo

de aquí pronto se va.

¡Con piratas y con quites,

con leznas de entaquilar,

vete con mil disparates

al desierto a rabiar,

y al Leto déjale,

que con fervor y desdén

ante el Señor está!

¿Qué, tío, se fue ya?

PASTOR:

Ya se fue a lejanas tierras

el desesperado a rabiar.

Leto, deja ya de conjurar,

que dicen que vienen tres Reyes

de allá, de lejanas tierras

dirigidos por una estrella

a ver al Niño que ha nacido en un portal.

ZAGAL:

Sin duda, que vendrán a ver estas nuevas.

PASTOR:

Me alegro que así lo entiendas,

mosquitero de zagal.

Siéntate un rato,

a mi lado a descansar,

que la andorga ya me canta

y tengo ganas de cenar.

Leto, ¡vete echando sopas!

ZAGAL:

Tío, ¡de qué pan echo,

de lo tuyo o de lo mío?

PASTOR:

Con este aire no se te oye,

pero échalo del tuyo.

ZAGAL.

Tío, por allí viene una estrella

y por allí, un lucero,

vienen deprisa los aguileños,

que el que no se mantenga tieso

se cae por los senderos.

¡Fuera, que viene el primero!

(Entra el rey Herodes)

HERODES:

Soy rey de Jerusalén.

Mi nombre, Herodes; por cierto,

me acaban de contar

que ha nacido un verdadero.

Yo de nada tengo pena,

yo de nadie tengo miedo,

ni de pobres ni de ricos,

ni de reyes extranjeros.

(Entran los Reyes)

GASPAR:

Dígame usted, gran Señor,

¿nos darán noticias luego

de un Niño recién bajado

de los cielos a la tierra

para ser rey de Judea?

HERODES:

Sí. Si es por eso, id a Belén.

Mas una cosa os pido,

que si al Niño le encontráis,

me daréis noticias luego.

GASPAR:

Bien, Señor, así lo haremos.

No temamos inclemencias,

ni nos ha de mentir el cielo,

que si al Niño lo encontramos,

le traeremos noticias luego.

(Marchan los Reyes. Llama a la guardia)

HERODES:

No viene… ¡Qué es esto!

Esto es traición conocida.

(Con rabia y con miedo)

El palacio está en silencio.

(Gritando)

Turbado estoy, ¡ministro,

favorecedme, presto!

Saco mi espada, ¡traidores!

y aquí soy amo en mi reino.

(A los ministros y a los guardias)

Os juro que con esta espada

a ese impío he de vencer.

¡Ministros, luego!

¡Alborotadores de mi corte!

Pues, ¡ah!, si no me vengo

con ese sabio rey que me dicen,

con el que tengo que verme luego.

¡Alcaldes de las ciudades!

(Dirigiéndose al público)

¡Alguaciles, vengan prestos!

¿Dónde está el corregidor,

intendente del empleo?

¡Ea, soldados, al intento!

(Entran los soldados)

SOLDADOS:

No hay nada

HERODES:

Toda la ciudad es traidora

a uno que es rey verdadero.

¡Mueran todos, que yo muero!

(Con rabia)

Degolladme a todos esos niños,

no os doláis de ellos.

Hacedlo bien y sin duelo,

hasta dar fin a los traidores

que me quieren quitar el reino.

(Marchan Herodes y los guardias)

MELCHOR:

Desde el Oriente al Poniente

una estrella se divisa,

que a los tres Reyes avisa

que ha nacido un tierno infante.

Ea, Señor, aquí estamos,

somos tan poderosos

como lo fue Alejandro Magno,

que, con ser rey de todo el mundo,

de sus pasiones fue esclavo.

Humildemente postrado

(Se arrodillan)

y por ser mi nombre Melchor,

yo, primero de los Reyes,

a buscarte he venido

con este ramo de flores.

Una estrella se divisa

llenándonos de alegría,

nos dirige desde el Oriente,

de consuelo y alegría.

¡Oh, Señor de gran bondad1

¡Oh, Niño circuncidado!

¡Oh, Belén engalanada,

energiada de humildad!

¡Qué pobre y helado de frío

ha nacido este gran Dios

para remedio de nos!

Humildemente rendido

y postrado a vuestros pies,

Señor, la licencia os pido

para llegar a ofrecer

lo que os tengo prometido.

Oro os ofrezco, mi Dios,

que indica, pues, alegría,

pues sin dejar de ser Dios,

sois el hijo de María.

(Se levanta)

María, que es reservada

del pecado original,

de esa madre cuidadosa

de este Rey recién nacido,

que a la humildad unido

se hizo en Vos maravillosa,

la obra más portentosa

de cuanto ha habido.

Yo deseo haber sido,

en ley de agradecidos,

pues ya os han seguido

para dar mejor contento.

En prueba de mi alegría,

¡que suenen los instrumentos

por toda la compañía!

(Desde fuera, se canta un villancico)

GASPAR:

Yo, segundo de los Reyes,

Gaspar, que rige el Oriente,

clima de sol refulgente

crió olorosos claveles.

Es de Dios la honestidad

que ha dado Cristo a los hombres

para enseñar que es hombre

y Señor de gran bondad.

Adorote, tierno infante,

¡oh Jesús circuncidado!,

mirra os ofrezco humillado,

pues lo tenéis merecido

como está profetizado.

Y, además, si no es bastante,

de corazón os ofrezco

cetro, laurel y corona.

Con esto, mi Dios, perdona

mis pecados a millares.

Y en prueba de mi alegría,

¡que suenen los instrumentos

de toda la compañía!

BALTASAR:

De la Etiopía soy rey de Oriente.

Subyugado por mágica influencia

con gran luz en el alma y la conciencia

que el fulgor de un estrella refulgente

que el profeta Balaam en profecía

anunció se vería por Oriente,

he llegado hasta aquí y mi alma siente

lo que nunca pensé que sentiría.

¿Dónde se encuentra el rey de los judíos

que en Belén ha nacido días hace?

Dónde está ese gran Dios

¿que pobre nace siendo rey

de los otros y los míos?

La milagrosa estrella me ha guiado

y a adorarle he venido de mi reino.

Rindo, de este modo, al Rey Eterno,

cuanto soy y su Padre a mí me ha dado.

Más allí veo que José

al Niño besa llorando,

pensando que le han de vender

sin saber cómo ni cuándo.

Con el corazón abrasado

y el alma elevada al cielo,

te buscaba, Niño amado,

por mi bien y mi consuelo.

Una estrella me guió

con claridad de lucero,

y siempre me iluminó

ya en el camino, ya en el sendero;

aquí su luz ya cedió

y tú mi Dios debes ser,

y enajenado estoy yo de verte resplandecer.

Tú eres mi Niño hermoso,

el padre y el rey del cielo

a quien el Todopoderoso

nos mandó para consuelo.

En estado miserable

te contemplo, Niño amado,

pues no es justo que así se halle

aquel que todo lo ha creado.

¡Oh, redentor de lo humano!

¡Oh, rey de la eterna gloria!

no me dejes de tu mano

que te guardo en la memoria.

Aquí, postrado, os adoro,

cuanto tengo, que no es nada,

os ofrezco con mi oro,

mi corazón y mi espada.

Acuérdate, Virgen pura,

del que en un portal nació,

del que labró tu ventura

y en tus regazos durmió.

Del que en tu seno tuviste

y, de pureza triunfante,

fuisteis pura aunque pariste

dando a luz un tierno infante.

Al Niño recién nacido

le venimos a adorar,

y Herodes ha convenido

con sus secuaces matar.

Mas esta espada que yo ciño

y los míos en tropel

(Guardias)

defenderemos al Niño

y acabaremos con él.

Mis tropas con gran furor

y con fuego nato de Oriente

defenderán al Señor

contra esa turba de gente.

Y estos sencillos pastores

con santo ahínco luchando

harán porque esos pillos

al Niño dejen triunfando.

Siempre con vos estuviera

satisfecho y extasiado

si es que no me lo impidieran

los negocios de mi reinado.

Yo camino a mi nación

de alegría satisfecho,

con gozo en el corazón

y henchido de gozo el pecho.

Adiós, Niño soberano,

adiós mi querido bien,

no me dejes de tu mano,

que aquí te llevo también

Pastorcitos, ayudad,

ayudad al Sumo Sacerdote,

porque el Dios de la verdad

es el nacido en Belén.

(Marchan los Reyes)

ZAGAL:

Tío, quiero ser rey,

en poniéndome estas fajas

ya soy rey de las barajas,

sería el tronchis monchis

¿quiere usté que lo sea?

PASTOR:

Sí, hijo, sí, podrás serlo,

pero no hagas como esos otros reyes,

adorar tan soberbios.

Trátale con humildad

y el mayor respeto

y a ese Niño tú le llevarás

coronas, mantos y cetros.

ZAGAL:

Pues bien, tío,

yo te ofrezco este grandioso cetro

de plata y bien fino.

PASTOR:

¿De roble o de encina?

ZAGAL:

De una cosa de las dos.

Sopas del sopero

que mi ama me daba,

arenas del mar ratero,

el árbol de Timoteo,

el correo de sodama,

el zancarrón de Mahoma,

de Tobías la tenaza,

de Jeremías la sierra,

y de los corrales siete ovejas madrigal,

y si el rebaño fuera mío,

el manso con el cencerro

por el vuelo hubiera venido.

Tío, ¿ofrecen así los reyes?

PASTOR:

¡Oh qué bruto de zagal,

qué cosas ha ofrecido

a un Niño recién nacido

como rey de este portal!

Aparta de ahí,

y a otra vez que quieras ser rey

no imites lo que yo hago.

Mira cómo se ofrece:

Yo te ofrezco, gran Señor,

por vuestra misericordia,

tres raíces de achicoria

que aquí traigo en mi zurrón.

unos huevos monis

que aquí traigo bien guardados,

fueron ellos heredados

de mis difuntos abuelos,

un diente de camaleón,

ranas del río Nalón,

queso de leche de mona,

cocodrilo del reino Unido,

toda la ascendencia de Mahoma

y, por conclusión,

el manto de san Antón,

y, por último, un hermoso pimiento

y termino con todo mi ofrecimiento.

(Entra el diablo)

DIABLO:

Soy el dragón infernal

con los cuernos en el gorro,

vengo vestido de negro

y me llaman el demonio.

¡A cuántas almas de aquí

yo las tengo que arrojar

a los profundos abismos

para toda la eternidad!

Salid aquí, regiones armadas

que bien sabéis que

el camino de los tres Reyes

fueron arrojados a las llamas.

Esto que tengo en mis manos

harto de veras clama,

no lo tratéis como humano

que la guerra os declara.

¿Por qué te muestras clemente

pues que tan ingrato fui

si pequé

y me condené eternamente?

ZAGAL:

Tramposo

(y le mira la cachaba)

DIABLO:

¡A mí llamarme tramposo,

si lo que debo quiero pagar!

¡Toma tu ración, pastor!

¡Toma la tuya, zagal!

ZAGAL:

Tío, ya no quiero ser rey,

ni de bastos ni de oros

ni tampoco de copas.

¡Y, para concluir la fiesta,

preparemos la cesta!

PASTOR:

Bien, Leto, bien,

siendo rey de fantasía,

atento a las del zurrón,

que hay corazones tan duros

que no merecen perdón.

DIABLO:

Con el diablo pocas fiestas,

chiquillos y chiquillas,

traigo ciento cincuenta fiestas

y algún que otro solomillo,

Cuando alguna despensa pillo

todo me lo echo a las acuestas;

las cargas son algo molestas,

pero son la tentación.

A las unas y a las otras,

a las amas de los curas

y a las hijas de las viudas

y a las que no lo son,

las meto en unas honduras

que claman a san Ramón.

PASTOR:

Señoras y señores,

la función se acabó,

esto es cosa de pastores

según me veo y me deseo

y mendigo a mi zurrón.

Si les hemos ofendido,

les pedimos perdón.

REY MORO:

Antes que salga la aurora

coronada de jacintos,

quiero como general

y como cauto caudillo

recorrer mis centinelas

para ver si se han dormido,

que el general que no vela

al frente de su enemigo

bien puede ser arrogante,

valeroso o entendido,

mas yo nunca adoptaré

tan prácticos designios.

Hoy, que celebran cristianos

con fiestas y regocijos

aquel día en que nació

al que llaman el Dios vivo,

aquel profeta de Alá

al que llaman Jesucristo,

he de amargarle la fiesta

a todo el cristianismo,

he de llegar por si tienen

en este fuerte castillo

algún cristiano valiente

para batallar conmigo,

pues a un general

que le importa su brío

al salir a la batalla

que va a ser grande el desafío.

Que ante mi vista estén

en fiestas tan divertidos,

de cólera rabio y ardo,

y de mi cuchillo el filo

está rabiando por dar muerte

a cuantos atrevidos

se pusieran en mis brazos,

pues soy león vengativo

que despedaza en sus manos

a cuantos me hayan ofendido.

(Entre tanto, coloca el rey cristiano una imagen de la Virgen y un belén a su espalda. El moro se vuelve cuando ha desaparecido el cristiano, ve la imagen y, sacando la espada, dice:)

Mas… ¡cielos, ¿qué es lo que veo?!

Confuso soy y aturdido.

¿Quién el atrevido fue

que con tal osado brío

se dignó fijar aquí

esta imagen, este hechizo

(señalando a la Virgen)

a la que los cristianos llaman

María, madre de Cristo?

No soy quien ser solía

o es encanto lo que miro.

Los muros se me estremecen

cuando miro sorprendido

¡Que enarbolen mis banderas,

que, en dando un amago,

quedan todos abatidos!

Yo soy aquel también

que de los pechos de una leona

mamé su leche tan cruel

a quien la muerte perdona,

como hizo el rey al laurel.

Pues de aquí a mi furor

¡cómo tú, cristiano atrevido,

no tiemblas de que yo

te publique tu enemigo

hasta llegar a saber

el por qué estoy tan ofendido!

Hasta llegar a ver la sangre

de este cristiano atrevido

no he de recibir contento.

Al llamar a este fuerte castillo,

salid cuantos estéis dentro,

que a todos os desafío.

Salid a batallar

o si no dejadme sitio,

pues os busca un león

en volcanes encendidos.

Tuvisteis valor de andar tan atrevidos

y dejar en mis reales esta,

que es la que más me ha ofendido.

Tened para salir a batallar conmigo,

y si no queréis salir,

en este retrato mismo,

que es el que más estimáis,

me he de vengar atrevido,

convirtiéndolo en pedazos,

de coraje enfurecido.

(Entra el rey cristiano)

REY CRISTIANO:

Detente, bárbaro impío,

que si te sufrió el valor

de llegar tan atrevido

a desafiar a cuantos

defienden la fe de este Cristo,

yo no te puedo sufrir

en tan bárbaros designios,

porque, en tocante a María,

me enfurece y me enarvilo.

Aquella pura y sin mancha,

aquel pimpollo divino,

aquella suprema reina

de los ángeles benditos,

a quien suplico y amparo

de cuantos cuchillos ultrajan

su ser divino.

Y ya, cansado de verte

tan soberbio y tan altivo,

vengo para que sepas, tirano,

que habrá quien te dé castigo

de tus bárbaras razones,

de tu mal trazado estilo.

Y ya que tanto blasfemas

de valiente y atrevido,

saca ese cobarde acero,

saca ese cortante filo

y verás en breve tiempo

el más humilde caudillo

que tiene la cristiandad,

si saben cortar los filos

de mi vencedora espada.

¡Ea, moro atrevido,

apercíbete a la batalla!

REY MORO:

Cristiano, ya me apercibo

y te responderé ahora

con esta fuerte cimitarra,

este campeón de mahoma,

aqueste rayo de Alá,

abrasante maravilla,

castigando tu soberbia

con esta curva cuchilla.

REY CRISTIANO:

Hablar menos y obrar más,

que me ofenden tus razones.

REY MORO:

Hablar y obrar porque soy

rayo en las ocasiones

(Comienza la pelea)

REY MORO:

Mas ¡ay de mí, que la tierra

que he pisado me ha faltado!

(Cae)

¡Oh, valeroso cristiano,

detén tu espada

y ayúdame a levantar,

que esto vencido en batalla!

REY CRISTIANO:

Ya estás vencido, tirano,

y castigada tu infamia,

y, si a Dios no te confías

ni de sus sendas te apartas,

t3e he de cortar la cabeza

y en la punta de mi espada

la he de llevar por bandera

como triunfo de mi hazaña.

Moro, a Dios confiesa

y a la Virgen soberana.

REY MORO:

Si me vence tu argumento,

yo te juro mi palabra

de recibir el bautismo

y, asistido de la gracia,

confesar a Dios y hombre

y a su madre soberana.

REY CRISTIANO:

A estas propuestas palabras

levanta, moro, levanta,

propón tus dificultades,

que yo, confiado en la Gracia

de maría he de vencerte,

aunque el estilo me falle.

REY MORO:

Digo que no puede ser

que de una doncella intacta

naciera ese Dios y hombre

quedando la doncella casta.

Esta es la dificultad

que me abruma y me desmaya:

parir y quedar doncella

parece cosa de fábula.

REY CRISTIANO:

En eso no pongas dudas,

que en eso no queda mancha.

¿No ves allá, en tus largos ritos,

que el sol entra por el cristal

sin romper el vidrio?

Así entró aquel sol divino

de Jesucristo en María,

quedando aquel cristal fino

de santidad tan perfecta

como antes de haber nacido.

Porque obrando en sumo bien

de aquel tan activo romper

las canales bellos de aquel

cristiano puro y limpio

de su divinidad quedó

este seno tan eterno

que a los secretos divinos

no se puede los misterios más activos.

Con esto ya te he explicado.

Confiesa el nombre de Cristo.

Deja tu idolatría y recibe el bautismo

y me tendrás a tu lado

como al más leal amigo.

REY MORO:

Basta, valeroso cristiano,

que dos veces me has vencido:

una por tu argumento

y otra con tu acero limpio.

Llévame, que no sientan mis jinetes,

que apercibidos están

para si me ofendes,

yo confesaré a Jesucristo.

Llévame pronto, cristiano

donde reciba el bautismo,

que cada instante que pasa

se me hace un siglo.

Y a vos, sagrada María,

el perdón os pido,

que la sequedad de este mundo

he vivido, confesando la fe.

¡Viva Cristo!

REY CRISTIANO:

Para verte bautizado

ya está todo convenido.

Profesa la fe

(Le abraza)

y abrázame de nuevo, amigo.

(Abrazados, dice el cristiano:)

Luz y gloria de pagano,

pues en ti espera un caudillo

gloria de la cristiandad

y gran defensor de Cristo.

(Se dirige a María)

Y a vos, sagrada María,

reina del cielo divino,

que con tu santa ayuda

a este moro he convertido,

para que convertir pueda

a la fe de tu santo Hijo

más moros que traiga el mar

y granos de arena en su abismo.

Así lo espero, señora,

de vuestro poder divino,

que asistido de la gracia

siempre iré por buen camino

y también en mis brazos

el que creyere judío.

Y al público en general

que nos perdonen las faltas,

equivocaciones y yerros,

y tengan feliz el año

como para mí deseo.




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Autos de los Reyes Magos en tierras palentinas: el de San Cebrián de Campos

AYUSO, César Augusto

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 471.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz