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Revista de Folklore número

469



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Una historia de caminos, mulas y personas: la arriería maragata en el siglo XX

BERNIS, Cristina

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 469 - sumario >



Introducción

Las publicaciones de Menéndez Pidal (1998) y Alonso Trigueros (2014) sobre la historia de los caminos en España y su transformación temporal, son fundamentales para comprender porque la situación estratégica de la antigua Somoza en una zona de accidentado relieve entre Astorga y Ponferrada fue determinante para su temprana y exitosa implicación en la arriería.

El aspecto más conocido de la arriería somozano-maragata, corresponde a la élite económica y social del amplio gremio de arrieros, que fueron «bautizados» como maragatos y su comarca como Maragatería, a finales del siglo xvii (Blanco, 2005; Martín Galindo, 1956 a y 1956 b; Alonso Luengo, 1981; Rubio, 1995 a, 1995 b; López García, 1994). Sin embargo, nuestro interés se centra en los pequeños y medianos arrieros con los que convivieron y cuya actividad persistió prácticamente invariable hasta los años sesenta del siglo xx (Martínez y Bernis, 2014), ligada a la de los esquiladores de mulas (Ingesta, 1986).

Grandes, medianos y pequeños arrieros compartieron historia, caminos y mulas (Peña, 2004). La principal diferencia (aparte de la económica), residía en los destinatarios de los negocios de unos y otros, que para los pequeños y medianos arrieros, fueron sus vecinos agricultores, a quienes abastecían de las cosas pequeñas pero imprescindibles, como las ligadas a la nutrición a través de la matanza. Mientras que las grandes familias arrieras, abastecían principalmente al ejército, a las administraciones y a los monarcas.

El trabajo tiene tres objetivos principales: 1.- Introducir la historia sobre caminos, mulas y personas en Somoza - Maragatería, para explicar su privilegiado papel en el ejercicio de la arriería. 2.- Comprender cómo y porqué, profesiones como los pequeños y medianos arrieros y los esquiladores de mulas, persistieron en Maragatería hasta la década de los sesenta del siglo xx. 3.- Ilustrar la «veterinaria popular» a través del conocimiento empírico que, sobre las mulas y sus males tenían los arrieros y otros profesionales, como los esquiladores de caballerías o los propietarios de mulas para el trabajo agrícola.

Material y métodos

El trabajo, enmarcado por una prolongada experiencia personal en la zona (Bernis 1975, Bernis 2014), se basa en entrevistas individuales realizadas entre 2010 y 2014 a un arriero maragato, a un esquilador de mulas y a un empresario vinícola, propietario de mulas, complementadas con la entrevista colectiva grabada en 2015, durante el esquileo de una mula en Corullón.

1. Los caminos en la comarca de la Somoza-Maragatería. Importancia del relieve, del trazado y del firme

La lengua, el arte, la ciencia, las técnicas, la riqueza material de una tierra, el carácter de los pueblos, están condicionados en muchos aspectos por los enlaces camineros y por todo tipo de comunicaciones... (Menéndez-Pidal, G. 1998).

… las aldeas perdidas no solían quedar completamente aisladas en el más crudo invierno y ello gracias al trabajo y pericia de carreteros, trajineros y arrieros que atravesaban dificultades insalvables, seguían sendas imposibles y llegaban –tarde o temprano, pero llegaban– a sus destinos. Durante cientos de años dependió de ellos la economía de los mercados, el transporte de las mercancías, el auge de algunas industrias y la mejora de determinadas vías que llevaban manteniendo el mismo trazado desde la época romana. (Díaz González, 2020 a).

Dada la antigua especialización de los maragatos en la arriería, es muy rica la toponimia caminera referida a ellos, especialmente en León y provincias cercanas. (Riesco Chueca, 2014).

Se muestra el actual mapa de carreteras de la zona de León donde se sitúa Maragatería, sus pueblos y las dos principales vías de comunicación entre Astorga y Ponferrada, la primera un importante núcleo de comunicación romana, mientras que la segunda nació a finales del s xi, en el camino de peregrinación a Compostela. En él se instalaron cenobios, a los empezaron a surtir de pescado los arrieros.

El camino más antiguo y directo de acceso a Galicia, corresponde a la línea blanca que atraviesa la Somoza (Maragatería), en torno a la cual se asientan sus pueblos. El camino más moderno y norteño, fuera ya del territorio maragato, corresponde a la línea amarilla de la Autopista AP 6.

El relieve de una zona condiciona el trazado de los caminos, mientras que el estado del firme, define el tipo de camino (como de herradura o de ruedas) y se relaciona con la manera de financiarlos y gestionarlos. La complejidad orográfica del territorio leonés determinó que el acceso a Galicia se mantuviera hasta comienzos del siglo xix por el camino romano que atravesaba la comarca de la Somoza (Menéndez Pidal, 1998), y también la tardía transformación en Autopista del nuevo trazado que evitaba la zona (Inaugurado en 2002).

Desde el siglo xi hasta mediados del siglo xvi, el principal recorrido de los arrieros cubría la distancia entre Astorga y Santiago por el camino de herradura, de trazado romano, que atravesaba la Somoza. A partir de 1561, cuando Madrid se convierte en capital de España, los arrieros prolongaron su ruta y actividad comercial hasta allí, por caminos que mantuvieron un firme muy deficiente hasta bien entrado el siglo xviii. Esa situación permitía viajar en caballería o en litera, pero no sobre ruedas (Menéndez Pidal, 1998), lo cual fue muy conveniente para los arrieros somozanos, que experimentaron una época de esplendor económico, social y demográfico en el siglo xvii y gran parte del xviii, basado en el transporte con mulas de personas y mercancías (incluidos los impuestos reales). En ese momento son ya conocidos como Maragatos.

Las tres principales transformaciones en firme y trazado del camino entre Astorga y Ponferrada, están distanciadas en el tiempo como muestran tres de los mapas que recoge Menéndez Pidal (1998). En el primero, del siglo xvi, de Juan de Villuga, «Todos los caminos de España» (1546), se mantiene la ruta romana de herradura, que atravesaba la Somoza e incluye nombres de algunos de sus pueblos (El ganso, Rabanal, Foncebadón). En el segundo, del siglo xviii, de Joseph Matías Escribano, «Itinerario Español o Guía de Caminos para ir de Madrid a todas las ciudades de España» (1757), se mantiene el mismo trazado de la ruta a Galicia a través de Somoza-Maragatería, pero está ya preparado como camino de ruedas. En el tercero, de comienzos del siglo xix, de Santiago López, «Nueva guía de caminos. Caminos de Ruedas» (1812), hay un importante cambio en el trazado de acceso a Galicia, que ya le evita el paso por Maragatería.

El cambio en el trazado y las mejoras en el firme de caminos alternativos para permitir la circulación de vehículos de ruedas, perjudicaron a los ricos arrieros maragatos cuyo transporte se basaba exclusivamente en mulas hasta ese momento. Pero fue la temprana llegada del ferrocarril a Astorga en 1866, pocos años después de la inauguración de la primera vía férrea en España, lo que determinó cambios irreversibles (culturales, laborales y humanos), (Díaz González, 2020 a; 2020 b).

Propiedad, gestión y financiación de los caminos: transferencia de los concejos al Estado

En España desde la edad media hasta el siglo xviii, la red caminera y su mantenimiento estuvo mayoritariamente a cargo de los concejos y su financiación dependía de los recursos locales (Menéndez Pidal, 1998). El gran déficit de carreteras para viajar sobre ruedas persistió hasta 1830, de manera que el transporte de mercancías a distancia seguía en manos de la arriería, que utilizaba largas recuas de mulas. En las primeras décadas del siglo xix, importantes mejoras organizativas y financieras, repercutieron favorablemente en el estado de las carreteras, destacando tres aspectos principales: la creación del cuerpo de ingenieros civiles en 1830, la incorporación de los gastos de obras públicas a los presupuestos del estado en 1840, y las reglas del Plan general de carreteras del reino (Alonso Trigueros, 2014). Como resultado entre 1850 y 1868, tomó un gran impulso la construcción de carreteras nacionales y un gran abandono el mantenimiento de los caminos vecinales.

En maragatería y otros lugares de León, continuaron siendo los vecinos, regidos por sus normas concejiles, los responsables del mantenimiento de los caminos vecinales hasta bien entrada la década de los 70 en el siglo xx. La Tabla 1, incluye algunas ordenanzas de pueblos maragatos sobre la regulación de los trabajos comunales o facenderas, que debían realizar los vecinos, destinados al arreglo de los caminos y las penas que se les imponían si no cumplían. Se ilustra el descanso durante una facendera realizada en Andiñuela de Somoza.

Tabla 1– Ejemplos de ordenanzas sobre facenderas de tres pueblos maragatos:

Filiel, Andiñuela y Turienzo

1- ORDENANZAS DE FILIEL. CAPITULO 16. TOCAR A FACENDERA.

(…) que cuando haya que hacer alguna facendera, que los regidores tengan la obligación de tocar o mandar tocar la víspera por la tarde y antes de anochecer, de manera que la oigan todos los que estuviesen en dicho lugar y cerca de él, y otra vez por la mañana al romper el día (…)

2- ORDENANZAS DE ANDIÑUELA. CAPITULO 39, DE LAS PENAS DE FACENDERAS

Yten hordenamos y mandamos que cualquier vecino que estando cotado no fuese a facendera estando ocupado en labor suio, pague de pena por cada vez un real y si estuviese en servicio de otro y no fuese pague dos reales y si estuviese ocupado por masar la mujer y no tener quien le ayude, sea faltoso para otro día (…) y todas las semanas después, que entre el mes de Marzo hasta que se suelte el coto, haya un día de Facendera en cada una, para visitar, limpiar, arreglar y componer los cotos, roderas y caminos (….)

Todavía a comienzo de los años setenta del siglo xx, el acceso a la mayoría de los pueblos de la zona, era por caminos vecinales, y en muchos de ellos no había agua corriente. La construcción de carreteras y acueductos la hacían los vecinos a la manera tradicional, generalmente cofinanciados por organismos locales y provinciales; en 1971 una mujer de Villardeciervos, me explicó así la construcción del acueducto en su pueblo:

Este año, de marzo a Junio, 17 hombres del pueblo construyeron un acueducto, utilizando máquinas que puso la diputación y realizando ellos las obras. Ahora por fin, todos los que trabajaron en él, tienen agua en casa. Trabajaban desde las 6 de la mañana al anochecer, y mi marido no quiso participar, y ahora, para ponernos el agua nos piden en dinero, el equivalente en jornal al tiempo completo empleado por cada hombre y no lo podemos pagar. ¡Imagínese con ocho hijos que tengo! También los hombres de Pedredo construyeron ese año un acueducto (Bernis, 2014).

2. Las mulas de León: características y censos

Washington era un terrateniente con plantaciones de tabaco y trigo en sus fincas de Mount Vernon, Virginia, que intentaba adquirir un burro español de la mejor raza para producción mular»... Carlos III, tras la mediación del conde de Floridablanca, decidió regalarle dos garañones de raza zamorano-leonesa, de fuerza y rusticidad contrastadas (…) para conseguir los valiosos híbridos que el futuro presidente vislumbraba como una revolución de la agricultura. Yanes (2020).

Los maragatos son conocidos por sus excelentes bestias de carga, ya que las mulas de León gozan de gran renombre y sus asnos son espléndidos y abundantes. Ford (1831).

La calidad de burros y mulas leonesas era famosa en Europa y América, y todavía en el siglo xviii, la exportación de los burros españoles, estaba castigada con la pena de muerte. Por eso George Washington, pidió y recibió de Carlos III, un burro zamorano-leonés, que al cruzarlo con sus excelentes yeguas, se convirtió en el famoso antepasado español de las nuevas generaciones de mulas americanas (Yanes 2020).

Las mulas son una expresión del desarrollo cultural y tecnológico de los pueblos, descienden del cruce entre dos especies diferentes tempranamente domesticadas, el caballo (64 cromosomas) y el burro (62 cromosomas). Publicaciones recientes sugieren que primero se domesticó el burro, hace unos 6.000 años (Rossel et al, 2008; Yılmaz 2012; Howe 2014) y muy poco después en las estepas euroasiáticas de Kazakhstan el caballo. Se estima que las primeras mulas tienen una antigüedad próxima a los 5.500 años (American Mule Museum, 2020), y desde entonces han sido utilizadas para el transporte y la agricultura.

Hasta el invento de los vehículos de motor, no existió medio de transporte más eficaz que el ganado mular, por su resistencia, capacidad de carga y adaptación a todo tipo de caminos, ya que pueden recorrer una media de 80,5 Km al día durmiendo unas 4 o 5 horas, transportando entre 90 y 150 kg, y mejorando extraordinariamente su eficacia cuando empezaron a ser herradas en torno al siglo ix. Todavía en el siglo xxi, siguen siendo el único medio de transporte posible para acceder a áreas de relieve complejo y elevada altitud, por las que transitan con relativa frecuencia organismos internacionales como Naciones Unidas, para proporcionar alimentos a poblaciones de difícil acceso, como en Pakistan tras el terremoto de 2005 (https://es.wfp.org/publicaciones/informe-anual-del-programa-mundial-del-alimentos-2005).

Se llama burdégano al resultado del cruce entre un caballo y un asno hembra, y mula o mulo, al cruce entre una yegua y un asno macho).

En 1962, había en España 2.426.295 de cabezas de ganado caballar de las cuales 1.158.108 eran mulas (INE, 1962). Las estadísticas disponibles para diferentes fechas, (desde el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) hasta los datos censales del INE en 1962), muestran sistemáticamente una elevada concentración de mulas en Astorga/ Maragatería. El mencionado catastro, realizado en pleno florecimiento de la arriería Maragata, informaba que la labranza estaba a cargo de las mujeres, porque los hombres eran arrieros que utilizaban exclusivamente machos para el transporte y su análisis permitió a Martín Galindo (1956) publicar un censo de vecinos, arrieros y mulas en 15 pueblos maragatos.

Pérez Álvarez (2004), destaca que en los siglos xviii y xix, el territorio leonés con mayor densidad de ganado mular era Astorga, (con 8 cabezas/km2, seguida de La Bañeza, con 2,1 cabezas/ km2). Estima que el valor patrimonial del ganado mular entre el campesinado leones, rondaba el 9%, pero podía llegar al 18% en los sectores arrieros y comerciantes de Maragatería.

Los primeros datos censales sobre ganadería publicados por el Instituto Nacional de Estadística corresponden a 1865 y confirman el todavía claro predominio del ganado mular en Astorga (1.307 cabezas) sobre otros municipios leoneses, como Ponferrada y La Bañeza (respectivamente 862 y 787).

Es interesante señalar que incluso en el censo de 1962, poco antes del abandono masivo del mundo rural, todavía se mantenía ese predominio de mulas en Astorga, donde más del 23% de su ganado caballar eran mulas, frente a solo el 13% en el conjunto de la provincia de León. El último dato censal del INE corresponde a 2009 y solo proporciona el número total de équidos: 6.906 en León y ninguno en Astorga.

3. Las personas: arrieros maragatos y labradores somozanos

Astorga es el centro de la maragatería…Casi todos son arrieros y se caracterizan por su honradez y diligencia. Son gentes tranquilas, graves, adustas, que van directamente al grano. Sus servicios son caros, pero están compensados por la seguridad que transmiten, ya que se les puede, con toda confianza, entregar cualquier cantidad de oro. Canalizan todo el tráfico entre Galicia y las dos Castillas… (Richard Ford, 1831).

Los arrieros forjaron la identidad maragata, integrando hábilmente los aspectos tradicionales de una sociedad patriarcal de estructura concejil que caracterizaba a La Somoza, con los intereses y filosofía de su negocio. Maragatería fue un territorio con intenso trasiego de peregrinos y de viajeros, que dejaron testimonio sobre sus trajes, sus negocios y sus gentes, tanto los ricos arrieros, bautizados como maragatos, como los labradores, 1968) (Escudero y García Prieto; Casado y Carreira; 1985)

La población arriera más prospera, representaba a la élite burguesa de la comarca, que desde el siglo xvi, hasta su desaparición en el xix (Rubio Pérez, 1995 a, 1995b, 2009), se caracterizó por tres aspectos principales:

- Una potente demografía (por una mayor natalidad y una mayor supervivencia de sus descendientes, respecto a sus vecinos agricultores).

- Un rico y creciente patrimonio en tierras y otras propiedades (porque invertían gran parte de las ganancias anuales en comprar las mejores tierras, y se construyeron unas distintivas y excelentes casas de piedra).

- Un inteligente sentido identitario, comercial y familiar (porque utilizaron un traje que los identificaba como arrieros maragatos, un lema que los describía y acreditaba como defensores de las personas y mercancías que transportaban: es la maragata gente noble leal y valiente; y practicaban un cerrado y característico sistema matrimonial entre las ricas familias arrieras, muy emparentadas entre sí; hasta el extremo de que en el siglo xix, el Vaticano pidió información sobre un pueblo español, llamado Santiago de Millas por ser el que solicitaba el mayor número de dispensas papales del mundo (Rubio, 2005).

Los arrieros llevaban el registro sistemático de sus negocios en diferentes libros de contabilidad, que entre otras cosas, proporcionan interesante información sobre compraventa de mercancías, deudas pendientes y contratos anuales de las personas a su servicio. El análisis de dos de estos libros cuyos registros están fechados entre 1803 y 1845, evidencia la estrecha interacción entre la comunidad arriera (los maragatos) y la comunidad agricultora (Bernis, 2014), quienes en aquellas fechas todavía no eran considerados maragatos, y cuya existencia ha sido frecuentemente ignorada por la investigación.

Esa interacción de dependencia entre arrieros y agricultores, se plasmaba en tres niveles: contratos laborales, (como agricultores y criados para arriería y para casa), préstamos personales (grano y dinero, normalmente pequeñas cantidades para comer, pagar tributos o cubrir gastos de enfermedades), y recepción de sus trajines, (abasteciéndoles de alimentos, ropa y calzado entre otras cosas). Tras el abandono de las prosperas familias arrieras, que dieron el nombre de Maragatería a la antigua Somoza (Rubio, 2003), permanecieron allí esos vecinos labradores, que nunca fueran arrieros, pero que empezaron a ser conocidos como maragatos, porque la comarca en la que vivían, ya era conocida como Maragatería.

Las condiciones de pobreza de la mayoría de las familias agricultoras, fueron máximas entre 1840 y 1880 (Peña, 2004), y persisten con matices hasta avanzado el siglo xx (Bernis, 2014), asociadas a las deficientes infraestructuras de los pueblos, que además de la carencia de sanitarios y agua corriente, incluían caminos de herradura, hasta bien entrado el siglo xx. De esa manera los vecinos mantuvieron dificultades y necesidades semejantes a las sus antepasados para conseguir las cosas esenciales de su vida cotidiana. A lo largo de la primera mitad del siglo xx, fueron los medianos y pequeños arrieros, que permanecieron en la zona practicando una trajinería de distancias cortas, quienes se las proporcionaron.

Antonio Martínez cuenta su experiencia como arriero

Hijo y nieto de arrieros, nació en La Maluenga en 1929, trabajó como arriero casi 35 años y permaneció en Astorga hasta su muerte en 2015, regentando un negocio de embutidos, relacionado su actividad arriera. A través de las conversaciones que mantuvimos, de algunas entrevistas que le hice sobre temas específicos y de la lectura de los numerosos cuadernos manuscritos que me fue prestando, pude reunir mucha información sobre la vida y actividad cotidiana de estos arrieros en la segunda mitad del siglo xx. Uno de ellos, que fue posteriormente publicado (Martínez y Bernis, 2013), reflejaba muy bien la organización social de los pueblos maragatos, todavía regida por las normas concejiles que regulaban los trabajos comunales (facenderas), destinados a la gestión de las propiedades del pueblo y el cuidado de su entorno, incluidos los caminos.

Tres golpes de campana, convocaban a facendera y cada familia debía enviar un representante, normalmente hombres, pero si no había ninguno disponible, pues mujeres. Algunas facenderas se realizaban anualmente en épocas establecidas, por ejemplo, en verano las tareas comunales requerían arreglar los caminos para acceder a prados y a eras, y cortar las ramas de los árboles para que pudieran pasar los carros cargados de hierba. Para la facendera del pan, se limpiaban las fuentes de los vagos o campos.

Su experiencia como arriero se desarrolló en Maragatería, el Bierzo y la Cabrera y su contacto diario con las mulas desde la infancia, le proporcionó un gran conocimiento empírico sobre ellas, que podríamos bautizar como «veterinaria popular», que incluía tanto las características que se deben considerar cuando se compraban, como los diferentes males que sufrían y como curarlos. Esto último era fundamental saberlo, porque el negocio dependía de la salud de las mulas, y los veterinarios todavía eran lujo para la gran mayoría de los vecinos en ese mundo rural.

Empezó a acompañar a su padre y a su hermano mayor a los 12 años, en los duros tiempos de la postguerra, normalmente salían 3 o 4 meses al año, de Agosto a octubre-noviembre, antes de que empezaran las grandes nevadas. Como trajineros hacían jornadas de duración variable, con una media en torno a 6 horas. Cubrir los 30 Km. que separaban su pueblo de Astorga, les llevaba unas 4 horas. Para ir a Corporales (en La Cabrera) echaban un día.

Principales recorridos y mercancías: jamones, chorizos, cerdos, y otras cosas para la matanza

¡Si el cerdo volara, no habría ave que le igualara!

Gran parte del negocio de pequeños y medianos arrieros, estaba destinado a cubrir las necesidades nutricionales de los paisanos, que giraban en torno a la matanza anual de los cerdos que criaban, y de los productos necesarios para transformarlos y conservarlos después como embutidos y otros productos comestibles, destacando la importancia del tocino.

En aquellos tiempos de postguerra era mucha la necesidad, en cada casa se mataban uno o dos cerdos según la posición económica, pero eran siempre de poco peso, unas 8 o 10 arrobas (cada arroba son 12,5 Kg), y con eso tenían que defenderse todo el año. Como los vecinos de los pueblos no tenían dinero, gran parte del negocio se basaba en el trueque, cambiándoles tocino por jamones. El acuerdo era un kilo de jamón por dos de tocino, que cundía más. Antonio y su familia compraban en Salamanca hasta 15.000 Kg de tocino al año, y lo llevaban en tren a Astorga. Desde allí lo cargaban en carros de mulas hasta su pueblo (La Maluenga), donde lo salaban y ahumaban, y en marzo, cuando ya la nieve dejaba paso, procedían al negocio por los pueblos de Maragatería y Cabrera. Los vecinos comían ese tocino en primavera y dejaban para el verano el de su matanza, que era mucho más sabroso.

El negocio en la Cabrera era muy costoso y prolongado, porque lo hacían con dos mulas cargadas de unos 100 Kg. de tocino cada una, el viaje llevaba 6 días (tres de ida y tres de vuelta entre La Maluenga y La Baña), y se conseguían cambiar unos 10 o 12 jamones por viaje. En Maragatería era más rentable, especialmente en las dos ferias mensuales de Lucillo.

Otro aspecto fundamental del negocio, era la compraventa de cerdos vivos, que también era una tarea muy dura. Llevaban una lista de encargos de diferentes pueblos, con el número de cerdos que quería cada vecino, se compraban siendo crías de unas 7 semanas, porque era mucho más barato. A finales de agosto iban en caballería desde La Maluenga a Ponferrada, para llegar temprano al mercado. Allí había gentes particulares de toda la zona del Bierzo, para vender los cochinillos que criaban en casa. Cuando reunían la cantidad que necesitaba para cubrir los encargos que llevaban era ya por la tarde, entonces salían del mercado, caminaban hasta Riego de Ambrós, donde dormían, unos conocidos les prestaban una cuadra y allí dormían juntos ellos y los cochinos. A los cerdos los alimentaban con grano de centeno que llevaban desde su casa.

Al día siguiente salían pronto por la mañana, camino del Acebo donde ya empezaban a vender alguno. Como era ganado muy tierno y el camino malo, se le trillaban las patas, sangraban, empezaban a cojear y no podían andar, entonces cargaban los que cabían en los grandes serones de las mulas, y los que no, seguían andando y luego se turnaban. Era frecuente que alguno muriera asfixiado, entonces al llegar a la posada, se ponía agua a calentar, se pelaba y quitaba la tripa y se colgaba del aparejo del macho hasta llegar a casa. Allí se salaba y se aprovechaba. Es cierto que más de una vez daba mal olor y estaba verdoso, pero se comía.

La venta se iniciaba en Acebo, después Manjarín, Foncebadón y La Maluenga, donde dormían, al día siguiente continuaba la venta por los otros pueblos maragatos. El recorrido era todo a pie, a cada vecino se le dejaban dos «gochines», y como había muchos vecinos, tenían que hacer varios viajes para surtirlos a todos. Por eso la tarea duraba desde finales de agosto hasta noviembre, según estuviera el tiempo.

La venta de ese ganado estaba asegurada, pues nadie tenía ni caballerías ni dinero para ir a por ellos, y ya los encargaban de un año para otro, en ocasiones tardaban casi un año en poder pagarlos.

Ese ganado no estaba seleccionado, ni tenía las cualidades de hoy, era de particulares y cada uno tenía una raza, siempre con mal cuerpo, eran solo huesos y patas, corrían como galgos y eran malos de arrear cuando se sacaban del mercado. Los de mejor cuerpo eran de Navarra, del valle de Baztan, se les llamaba baztones y tenían bastantes cerdas o pelos. Había otra raza pelona, llamados vitorinos, con orejas muy granes, pesaban mucho más, eran muy anchos y comían mucho, se decía que eran muy vaciones. Daban mucho tocino, que es lo que interesaba, pero como no tenían pelo, si les cogía el sol durante los viajes se ponían rojos por el espinazo y se pelaban, criando unas escamas duras y negras que se quitaban frotándolas con jabón y unas pajas de centeno limpias. Se solían comprar en agosto y siempre se dijo que para estar listos para la matanza, tenían que pasar dos agostos en casa. Al principio solo se les daba de comer berzas, unas hierbas del monte llamadas fozones, y otras llamadas cardos y gamones. Los gamones se traían de Foncebadon porque en sus prados había muchos. Al llegar el verano se les daba la hoja de roble y de negrillo, coger estas hojas se decía ripiar hojas para los gochos, y para ello había que subirse a los negrillos y robles.

Entonces todo era igual de esclavo, a los 8 o 9 años ya se iba de pastor con las ovejas de tu familia y de otros vecinos, para ganar algo de jornal, a eso se le decía la soldada. Los padres ordenaban los trabajos que se debían hacer, y se hacía todo sin más, nadie protestaba.

Venta de otros productos asociados a la matanza: pimientos y miel

Hacia el 25 de octubre se compraban unos mil kg de pimientos, para venderlos en los pueblos cuando las matanzas. Era también un oficio esclavo ya que se repartía a golpe de mulos, desde Rabanal viejo hasta Parada Solana y hacia Palacios de Compludo. Se despachaban puerta a puerta a partir de un kilo. Cobraban entre 3 y 5 pts. el kilo según lo alejados de los pueblos.

La miel era negocio de campaña corta, tenían unas cien colmenas repartidas por tres pueblos, entones no había colmenas modernas, eran troncos de roble ahuecados, se llamaban truébanos y cada uno proporcionaba entre 4 y 6 kg de miel, (frente a los 40 o 50 que dan las modernas). La venta por los pueblos coincidía con la del pimiento porque se gastaba para hacer morcillas durante la matanza.

Venta de leña

Se recogía siempre en el monte para uso propio y para vender, mandaban a los niños al monte con un azadón para arrancar los trocos o la raíz de urce (brezo), siempre urce negra, porque la albar se arranca muy mal y casi no tiene tronco. Esa raíz se llamaba tuérgano, una vez arrancada se dejaba unos días a secar, luego se sacudía para quitarles la tierra y finalmente se cargaban en el carro para llevarlas a casa. Se colocaban en la calle en un motón (madeiro) y cuando hacía falta dinero, se llevaban a vender. Casi siempre iban varios vecinos juntos con los carros cargados de la leña, porque se viajaba de noche y si volcaban, uno solo no se defendía. Salían todos juntos después de cenar, caminando toda la noche y se hacían tres paradas para descansar de unos 20 minutos para dormir un poco. En Astorga se ofrecía el género por las calles, tanto los tuérganos como ramas de urz, que se llevaba en pequeños manojos llamados flejes.

Las mulas: características, defectos y males

Para subir una mula, para bajar un caballo y para camino llano un borrico castellano.

Tres pollos dura un can, tres canes dura un asno y tres asnos dura el amo (3, 9, 27 y 81 años).

Había que ser buen conocedor de las mulas para manejarlas a diario, tanto de sus males, para poderlos identificar y curar, como de sus defectos para no comprar las mulas que los presentaban.

Los embarazos de mulas en yeguas y burras tienen de duración semejante, unos 330 días. Las mulas cambian los primeros dientes de leche a los tres años, se decía despechar. A partir de los 12 años empiezan a envejecer, pero pueden llegar a los 25, o incluso más, como los burros y caballos.

Para cargar a las mulas había diferentes tipos de albardas, (piezas almohadilladas del aparejo, que se colocan sobre el lomo para que no les lastimara la carga). El albardón, era el más caro y se usaba sobretodo en mulas. Se sujetaba con una correa ancha llamada cincha, dando la vuelta por debajo de la barriga, que se apretaba y ovillaba a la parte derecha. Para que no se corriera hacia delante se le ponía otra de un lado a otro, por detrás de los cuadriles, que se llamaba tafarra. La albarda lleva delante una anilla de correa para agarrarse el arriero y otra anilla para atar la manta del mismo.

Males más frecuentes

Estar entrepechado. Para cargar a lomo, el mulo es el más valiente, pero había que tener cuidado de poner la carga hacia atrás, como dice el refrán, al burro y al mulo, la carga en el culo. Si se cargaba delante se le hacía mal, se le hinchaba el pecho y criaba pus, entonces se decía está entrepechado. Se curaba dando dos cortes en la piel del pecho a 10 cm entre uno de otro, se metía una cuerda de esparto, haciéndolo como una anilla, se ataban las puntas que quedaba colgando del pecho y cada dos horas se le daba vueltas a la cuerda, que al arrastrar sobre la carne sacaba el pus que se criaba. Pasados 8 días se quitaba la cuerda y podía estar curado, a esta cuerda se le llamaba pedal.

Mataduras. Para evitar las mataduras o heridas de rozamiento, era importante colocar la albarda adecuadamente y que además estuviera bien rellena de mullido (que podía ser paja, borra o lana). Las mataduras podían tener hasta 10 cm y eran malas de curar. Siempre se dijo que las peores de curar eran las que miraban al cielo. Para curarlas, se ponía en un cacharro agua y aceite de oliva, y se batía mucho con un palo, cuando cogía color blanco y estaba espeso como manteca, se ponía en las mataduras y muy pronto curaban, lo mejor de esta pasta era que enseguida le crecía el pelo. La pasta se llama enguento.

Tener haba, eso implicaba que el macho no comía, porque se le hinchaba el cielo de la boca, sobretodo delante, junto a los dientes; entonces al comer pegaba abiantos. Se curaba pinchándole en la hinchazón o cielo de la boca, con un clavo de herrar, se apretaba de atrás adelante con la mano, y sangraba, las ampollas mejoraban en el acto. Se le lavaba la boca un trapo mojado con sal y vinagre colocado en la punta de un palo, este se llamaba guisopo.

Tener vejigas. En las patas delanteras, de las rodillas para abajo y por detrás, le salían unas ampollas alargadas de arriba abajo, se decía tiene vejigas. Ocurría sobretodo en primavera, y se curaba no dejándole comer hierba verde.

Grietas en el casco. A veces se les hinchaba la piel de la muñeca, pegando al casco y este se rajaba, haciéndose grietas. Cuando esto ocurría se detectaba porque el pelo de alrededor crecía más que el otro, a esto se decía tiene ceño sobre mano y se curaba con unto de carro o unas gotas de sebo derretido.

Espumedias. Cuando le salían verrugas debajo de la barriga, en el meano, eran muy grandes y se podían hacer como una piña, se llamaban espumedias. El macho se curaba mejor que la hembra. Para curarlas se usaba la monda de una planta llamada fruvisca que se criaba en el monte, tenía la monda dura y se le ataba alrededor de la espumedia muy apretada, pasados varios días se secaba poco a poco y podía desaparecer.

Defectos que se debe saber identificar cuando se compran en el mercado

Diente helado. Es un defecto del mulo, cuando presenta un diente muy pequeño y estrecho, que se quedaba sin crecer en medio de otros dos, se quedaba ahí muerto. Al registrar al animal a esto se decía tiene un diente chico, o diente helado.

Mandíbula estrecha. Al comprar el mulo había que asegurarse de que la mandíbula fuera ancha atrás, porque eso significaba que eran buenos comedores, si era estrecha el animal nunca comía bien y era mal trabajador. Para eso, al registrarlo, se le metían tres dedos de la mano, si entraban holgados el animal valía, si no entraban, no valían.

Hoyos sobre los ojos. También debía mirarse que no tuvieran muy hundidos los hoyos que hay encima de los ojos, porque eso significaba que eran hijos de yegua vieja y no interesaban, porque «eran fijo flojos para el trabajo.»

Ser belfo. También se consideraba como falta tener el labio inferior muy largo y colgante, se decía belfo.

Ser picón. Cuando los dientes superiores eran más largos que los de abajo, también era falta, porque no podían pastar bien, a eso se decía es picón.

Ser pando, tupino o espalmillado. En el mular, el casco es más estrecho que en los caballos y su herradura lleva 3 clavos a cada lado. Este ganado puede pisar bien, o ser pando cuando dobla hacia atrás de la rodilla para bajo. Si doblaba hacia adelante, podía llegar a pisar de punta, entonces se le decía tupino. Se podía arreglar poniendo la herradura muy delantera, que saliera para adelante como dos dedos. Si el casco o pezuña era muy delgado o fino alrededor, se decía espalmillado, entonces se le herraba un poco trasero, cuidando bien de doblar las partes de atrás de la herradura, ya que se podía pisar con las patas de atrás y descalzarse, en ese caso se decía este caballo se alcanza. Estos últimos defectos eran más frecuentes en caballos que en mulos

Cuidados periódicos: Esquilar

A los mulares y los burros al llegar el mes de mayo se les cortaba el pelo de medio cuerpo para arriba porque estos animales no tiran el pelo y se les apelotonaba con el sudor, a este corte de pelo se decía esquilar y los esquiladores profesionales lo hacían con una maquinilla.

Matías Iglesias, (1928) esquilador de mulas y asnos

Matías es de Curillas, pueblo que no pertenece a Maragatería, pero está lindando con Santiago Millas y muy cerca de Astorga. Es hijo y nieto de esquiladores y aprendió a esquilar a los 13 o 14 años, cuando empezó a salir con su padre por los pueblos. Esquiló más de una vez las mulas de Antonio, a quien conoce desde hace mucho tiempo. Ahora tiene 87 años y sale muy rara vez, porque ya no hay mulas, pero también porque «mi señora ya no quiere que salga», me dice «¿dónde vas? ¿Pero tú, toda la vida tienes que andar esquilando?».

Su familia combinaba agricultura y esquileo, y eso determinaba que esquilaran sobre todo en primavera y sementera (desde septiembre a noviembre), nunca en verano, cuando el trabajo agrícola era muy intenso. Solían ir a los pueblos los días de mercado o de feria y también los domingos porque ese día no se trabajaba en el campo y las mulas estaban disponibles.

La última generación de esquiladores, a la que pertenece Matías, empezó a trabajar hacia los años cincuenta, justo antes de la mecanización y de la gran emigración; en la actualidad son personas de edad avanzada, con historias coincidentes.

Él cuenta así su aprendizaje:

Íbamos con mi padre a los pueblos de por aquí, de cerca de Astorga, que era donde había trabajo, y claro, yo entonces era pequeño, así que me ponían a esquilar los burros porque a los machos (mulos) todavía no alcanzaba, así iba cogiendo práctica. Años después empecé a ir yo solo en bicicleta a esquilar por los pueblos. De mi pueblo había 18-20 km a Astorga.

A lo largo de su vida Matías ha ido con frecuencia a trabajar al Bierzo, donde nos hemos reunido esta vez. Él lo recuerda así:

Cuando llegábamos a Villafranca, nos instalábamos en las huertas de un hombre muy amable cuyo nombre no recuerdo, entonces avisaban a algún vecino para que fuera con su mula, y cuando acabábamos de esquilar esa, llamaban al siguiente vecino. Se hacía el trabajo en serie, sin parar, al terminar con una mula, rápidamente te ponían la siguiente, en esa época las hacías en serie, quitar una y poner otra.

El esquileo es a ojo, sin marca ninguna, muchos chavalines en el pueblo me dicen y ¿cómo haces las letras?, y yo le digo pues como vosotros en la escuela, ¿y los dibujos?, pues según se me vienen a la cabeza y también según la prisa que tenga.

El dueño de la mula, que se va a esquilar nos informa que es yeguata (hija de yegua y burro), que trabaja arando en las empinadas colinas donde se cultivan las vides de Corullón, y que en esa zona el arado, que tiene dos pases (la escava y la montona), se hace con mula. Durante la vendimia se vuelve a utilizar la mula para carga y transporte. También nos dijo que el mulero que anda con ella, cuando se enteró de que le iban a hacer un dibujo pensó que se lo iban a marca con hierro candente, y estuvo toda la semana agobiado por si la mula iba sufrir.

Matías nos explica que ahora solo esquila, pero que antes a veces también él marcaba con un hierro candente tras el afeitado. La mayoría las veces era una letra, que ya no se le quitaba. Las marcas hechas a tijera desparecen rápido al crecer el pelo.

Al llegar se prepara la mula, primero le atan las patas para evitar coces y se le pone el acial en el morro para evitar mordiscos, aunque la que se va a esquilar hoy es muy mansa. Si hace falta, se limpia el pelo con una rasqueta, y a continuación se empieza a esquilar la mitad superior del cuerpo con la maquinilla manual, uno de cuyos brazos es fijo y el otro se mueve lateralmente. El esquilado suele llevarle una media hora, pero en este caso será casi el doble de tiempo por el dibujo que piensa hacerle. Primero hace el esquilado grueso con la maquinilla, luego corta la crin con unas tijeras sin punta, (no como las de las ovejas que sí la tienen) y finalmente, también con las tijeras hace el dibujo.

Cuando acaba, comenta que antiguamente se decía que los arrieros llevaban orujo, para ponérselo a las mulas por si tenían cortes del esquilado o por otra causa, y a los dos días de echárselo se curaban. Y añade:

Los arrieros sabían más que nosotros. Dicen que muy al final, en la última fase de la arriería, utilizaron carros, y que siempre llevaban debajo del carro vino, una hogaza y un caldero. Cuando llegaban a zonas de mucha cuesta, cortaban la hogaza en cachos, los metían en el caldero con vino y se lo daban a los machos, ¡subían los puertos como rayos!




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Información en Red:

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Una historia de caminos, mulas y personas: la arriería maragata en el siglo XX

BERNIS, Cristina

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 469.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz