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Revista de Folklore número

467



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Pervivencias de la cencerrería en Valverde del Camino

SEÑO ASENCIO, Fermín

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 467 - sumario >



1. Introducción

La cencerría es una artesanía del metal ligada actividades silvopastoriles. Los cencerros son instrumentos sonoros realizados en láminas de hierro, de diversos grosores, que se atan al pescuezo de las reses para su localización en el campo. El Diccionario de Autoridades (1726-1739) señala que la voz «cencerro» se formó por la figura onomatopéyica del sonido «cen cen» que estos objetos hacen «en la cría y orden de todo género de ganado, especialmente en hatos y en las recuas de harrieros»[1]. En España existen diferentes denominaciones para designarlos, según las regiones a las que se haga referencia. En Asturias se les conoce por el nombre de «esquilas» o «esquiles»; en el País Vasco por «zinzarri»; en Navarra se detecta la voz «yoare», y en Cantabria por el nombre de «campanos». El Vocabulario Andaluz de Alcalá Venceslada registra la voz en femenino, «cencerra», para los objetos pequeños («la cabra llevaba cencerro y la chota cencerra»); «piquete», para los cencerros; y «piqueta» para un tipo de cencerro muy sonoro. También registra la voz «cencerrero» para la persona que fabrica cencerros.

La fabricación de estos instrumentos mediante procedimientos artesanales se ha documentado en diversos puntos de la geografía española. Se trata de un oficio antiguo muy especializado que floreció en algunas poblaciones hasta la segunda mitad del siglo xx, fecha en la que las transformaciones en el mundo rural hicieron que muchas artesanías perecieran. Las descripciones etnográficas que nos han llegado refieren a poblaciones de Castilla la Mancha (González-Casarrubios 1982); Asturias (Fernández-García 1992); Canarias (Grandío de Fraga y Rodríguez 2009); Aragón (Burillo y Gonzalo 1981); Castilla y León (Lorenzo 1987; Sánchez-Marcos 2002); Extremadura (González-Casarrubios 1981); Navarra (Garmendia 1970); y Andalucía (Fernández de Paz 2004), si bien se tiene constancia de la fabricación artesanal en otras localidades de Cantabria y País Vasco. En la actualidad, se tiene noticias de esta actividad en Albacete, Almansa, Mora de Toledo, Montehermoso, y Valverde de Camino (Huelva) donde pervive un único taller, testimonio de una larga tradición que se remonta a mediados del siglo xix.

A pesar de la antigüedad, pocos han sido los estudios que hayan tenido por objeto un enfoque etnohistórico del oficio. En el caso de Andalucía, al margen de las descripciones de Esther Fernández de Paz relativas a Valverde (2000 y 2004), no existen otros estudios que hayan informado de esta actividad en el pasado.

En este trabajo aportamos una etnografía de esta artesanía en Valverde sin ninguna pretensión comparativa con otras realidades culturales en la península. Nuestra investigación parte del estudio realizado en el año 2018 para la inscripción de este oficio en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, como Bien de Interés Cultural, Actividad de Interés Etnológico. La catalogación viene avalada por ser el único testimonio vivo de la producción artesanal de cencerros en la Comunidad de Andalucía, un hecho constatado por el Fondo Andaluz de Recuperación del Conocimiento Artesano (2002-2003) y el Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía (2008-2011)[2], así como también en diversos estudios y publicaciones (Fernández de Paz 2002 y 2004; Serveto y Seisdedos 1992). Nuestro estudio se realizó con técnicas de investigación etnográfica, basadas en la recopilación y el análisis documental, la observación, y las entrevistas en profundidad realizadas a los dos últimos artesanos vivos: José María Bermejo Jiménez y José María Bermejo Arroyo, cuarta y quinta generación de una tradición familiar que se remonta a 1870[3].

En el texto abordamos, en primer lugar, una contextualización del oficio en su marco espacial e histórico. Describimos la elaboración de los cencerros, centrándonos en los espacios para la fabricación, los procesos técnicos, los materiales, los instrumentos y herramientas empleadas, y los productos obtenidos. Completamos la etnografía con una aproximación a los usos y el folklore de los cencerros en la tradición popular andaluza.

2. Valverde, centro productor de campanillas y cencerros

El municipio de Valverde del Camino se encuentra en un privilegiado emplazamiento en la comarca del Andévalo y la Faja Pirítica del Suroeste peninsular, en las estribaciones sureñas de Sierra Morena. El abundante afloramiento de roca madre en la superficie y la pobreza de sus suelos han modelado un medio con escasas posibilidades de desarrollo agrario, influyendo históricamente en la estructura socioeconómica de su población. Hasta finales del siglo xx las principales actividades económicas fueron la ganadería y la industria, siendo muy importante la industria del calzado. Su situación en el principal eje de comunicación Norte-Sur de la provincia de Huelva, junto con la atracción de los recursos mineros en la zona, han otorgado a esta población una privilegiada posición al originarse como «paso obligado» en el eje de las comunicaciones (Carrero 1995). Preexistencias de una antigua calzada romana junto a la localidad, y numerosos yacimientos arqueológicos diseminados por el término (funerarios y protoindustriales) constatan el importante papel en la conformación y articulación territorial del Andévalo. Precisamente, sobre el origen de la población, denominada Facanías, los investigadores manejan la hipótesis de que se ubicó en un importante cruce de caminos, pudiendo constituirse como alquería, venta o herrería en el extremo norte del Condado de Niebla. En 1492 se cita el actual topónimo de Valverde del Camino, contando en 1528 con 117 vecinos, unos 210 habitantes (Carrero 1995). Los estudios señalan que el sustento de la población entre los siglos xvi-xviii consistía en la caza, la recolección de frutos silvestres, la extracción de corcho, la apicultura, y una agricultura de subsistencia, dependiente de la ganadería, fuente principal de la riqueza económica. En las estadísticas ganaderas por municipios, elaboradas a partir de los datos del Catastro de Ensenada (1752), Valverde ocupaba el primer lugar de lo que posteriormente será la provincia de Huelva (Nuñez 1987). Esta economía se verá transformada por las explotaciones mineras a partir de la segunda mitad del siglo xix, con la instalación en la localidad de la dirección facultativa de las minas del Buitrón y los talleres del ferrocarril que enlazaban con San Juan del Puerto, dirigidas por la compañía inglesa The United Alkali Company. El contacto con los ingleses generó un gran impacto en la sociedad valverdeña, contribuyendo a la formación de una «verdadera escuela profesional que introdujo conceptos contables nada comunes e inculcó la eficacia y organización inglesas, familiarizando y conectando al valverdeño con la industria moderna» (Carrero 1995, 1202). Es este el contexto en el que se desarrollan muchos oficios artesanos en el municipio durante el siglo xx.

Los investigadores que se han aproximado a los orígenes de la cencerrería en España señalan una confluencia de factores interrelacionados desde la Edad Media: el dominio del oficio del metal, el pastoreo, la arriería y la trashumancia. Esta relación se ve muy bien articulada en el estudio de la cencerrería de la provincia de Salamanca (Lorenzo-López 1987, Sánchez-Marcos 2002), o en lugares donde la Mesta tenía una gran implantación o área de influencia. En este sentido, recordamos que el fomento de la ganadería trashumante durante la Baja Edad Media llevó a los monarcas castellanos a establecer diferentes normativas legales para velar por el equilibrio entre ganaderos y agricultores, imponiéndose el respeto a las cinco cosas vedadas: las dehesas, los trigales, los viñedos, las huertas y los prados de siega. En el siglo xvi se desarrollará una legislación con objeto de fomentar la Mesta (García 1994; Gómez-Pantoja 2001). Para el traslado de los rebaños y el control de las cabezas de ganado se emplearon los cencerros.

En Valverde, aunque los investigadores locales (Romero 1994; Sánchez-Corralejo 2011 y 2015) sitúan el origen de la fabricación de cencerros en el siglo xix, por los datos recabados en el Catastro de Ensenada, podría pensarse un origen anterior, dada la importancia que tuvo la ganadería local en el siglo xviii y la especialización de los oficios del metal en la villa. Esta hipótesis se basa en los datos socioeconómicos que ofrecen las Respuestas Generales. El Catastro registra en relación a los oficios del metal quince maestros herreros, tres oficiales herreros; cuatro maestros herradores, tres oficiales herradores, y tres caldereros, lo que prueba la existencia en la localidad de un dominio en los oficios del metal. Por otro lado, la importancia de la ganadería, viene confirmada por las cifras que arroja la cabaña ganadera local: 25.234 ovejas, 19.583 cabras, y 3144 cabezas de vacuno (Núñez 1987); y la existencia de comercio ganadero, constatada por tres traficantes de ganado cabrío, seis de ganado mular y tres de ganado de cerda, a lo que habría que añadir la celebración de una feria o mercado de ganado desde finales del siglo xvii (Castilla 2006; Castilla y Sánchez-Corralejo 1998).

Aunque en las Respuestas Generales no consta específicamente la actividad de la cencerrería, a tenor de los datos expuestos, cabe pensar que alguno de los talleres artesanos pudiera elaborar campanillas y cencerros para el mercado local, dada la afinidad técnica de la cencerría con la herrería y calderería (González-Casarrubios 1989). En esta línea, hay que tener en cuenta como factor influyente la importancia que las autoridades de las villas daban al control de los ganados. Para que estos no accedieran a dehesas y propiedades se empleó el cencerro y la campanilla como instrumento sonoro. En la villa de Hinojos (Huelva), por ejemplo, el concejo tenía como norma de buen gobierno el que los dueños que tuvieran perros les pusieran campanilla para salvaguardar las viñas[4].

A falta de una investigación documental más exhaustiva y comparada, asumimos la tesis oficial de la historiografía local que data la aparición del oficio en Valverde en el siglo xix. La primera referencia documental a la cencerrería la encontramos en el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz (1850) que señala un taller de cencerros. Esta actividad aparece mencionada en la sección dedicada a la industria de Valverde en donde también se relacionan una fábrica de cera y de curtidos, varios telares de lienzos y paños o frisas, dos fábricas de sombreros, doce molinos harineros de viento y varios molinos de agua. Junto a estas industrias se resalta la importancia de la ganadería y la arriería en la localidad. Precisamente la predominancia de estas dos actividades en la economía local, y la trashumancia de los ganados mesteños, son los factores que hacen posible la especialización de la cencerrería en el municipio (Fernández de Paz 2004).

De los ganados trashumantes del Norte de España hacia los pastos del Sur se conoce que seguían la Ruta de la Plata. A falta de estudios más detallados sobre este particular, la investigación señala la Vía de la Plata como itinerario de los rebaños, coincidiendo prácticamente las calzadas romanas con las cañadas. «En un análisis más o menos superficial del mapa de calzadas, cañadas como la de la Vizana o la Soriana occidental coinciden con distintos tramos de la Vía de la Plata» (Domínguez Márquez 2008, 23). De la Cañada de la Plata o de la Vizana se señalan dos ramificaciones importantes: una que llega hasta Sevilla y otra que se adentra en el Andévalo y el Condado de Huelva, tras atravesar la Sierra de Aracena (Domínguez Márquez 2008, 77). Los ganados mesteños se internaban en Sierra Morena hacia el Valle del Guadalquivir para tomar el pie de las sierras de Sevilla y Huelva, al mismo tiempo que las tierras extremeñas conectaban a través de dos cañadas importantes: la cañada Leonesa oriental y la Leonesa occidental. En este sistema de vías y de itinerarios, el núcleo de Valverde al parecer desempeñó un relevante papel como cruce de caminos de la ganadería trashumante.

Por otro lado, la investigación local pone de manifiesto la importancia del pastoreo y los pastores en la villa a principios del siglo xix, un hecho constatado desde mediados del siglo xviii: «En los Estados de las Rentas del Reyno de Sevilla, en 1755, constan en Valverde: 2.977 entre vacas, bueyes y terneras; 102 caballos, yeguas y potros: 622 machos y mulos: 24.475 ovejas, carneros y corderos; 19.263 machos cabríos, cabras y cabritos; 605 jumentos y pollinos y 10.102 colmenas» (Romero 1994, XIII). Estos datos proporcionan una idea aproximada de la importancia de la cultura que se respiraba en la vida cotidiana de Valverde aportando productos como «lana, quesos, calostros, posteros, pellizas, campanillas y cencerros». Según los datos proporcionados por Romero Mantero, los pastores formaban en 1801 el 5´30 % de la población, el 3,60 % en 1850; el 1,13% en 1870 y el 1,40 % en 1900.

La presencia de cencerreros, o lo que en Valverde se conoce comúnmente por campanilleros, hacia la segunda mitad del xix viene corroborada por este mismo investigador en su estudio sobre oficios valverdeños, a partir de distintas catas tomadas en el archivo parroquial (Romero 1994). Siguiendo el trabajo de este investigador y teniendo en cuenta diferentes años (1801, 1850, 1870 y 1900), aparecen como cencerreros en 1850 José Bermejo Feria en la calle Nueva, y José María Marín López en la calle Abajo; en 1870, Manuel Bermejo Fernández en la calle Alcolea, y Francisco Bermejo Romero en la calle San Sebastián; mientras que en 1900 figuran como campanilleros José María Bermejo Ramírez en el número 20 de la calle Retiro y Manuel Bermejo Salas en el número 39 de la calle Nueva.

Del análisis de estos datos llama la atención la vinculación del apellido Bermejo al oficio de campanillero o cencerrero, una relación que se documenta a mediados del siglo xix y que se mantiene a lo largo de todo el siglo xx, lo que manifiesta una transmisión de los conocimientos y saberes artesanos por vía familiar, ya sea a través de la familia nuclear (de padres a hijos), o a través de la familia extensa (de tíos a sobrinos). Esta es la razón por la que en el taller de Cencerros Bermejo se remonte la antigüedad a 1870.

…Ya antes, había más cencerreros digamos aquí en Valverde. Y todos, todos los cencerreros que ha habido aquí en Valverde, han sido de apellidos Bermejo. Entonces, mi abuelo digamos fue el que lo montó aquí, pero anteriormente había más Bermejos que a lo mejor eran primos, o… ¿sabes lo que te quiero decir?[5].

De los campanilleros de Valverde durante el siglo xx, nos informa Sánchez-Corralejo (2015) en una crónica de las principales actividades económicas de 1930 a 1940. Por las referencias documentales y testimonios que recoge, se deduce que en este periodo existían varios talleres en la ciudad, lo que prueba un desarrollo de la actividad y un aumento de la producción. En el número 45 de la calle Nueva estaba el taller de Manuel Bermejo Salas, dentro del domicilio particular, donde aprendió el oficio su hijo, Manuel Bermejo Arrayás, quien al casarse abrió su propio taller y levantó su propio horno de campanillas en el número 34 de la calle Duque. En estos dos talleres aprendieron el oficio y trabajaron otros dos cencerreros: Manuel Bermejo Limón y José María Bermejo Montes que abriría su propio taller en 1940. También en el número 10 de la calle Nueva estaba el taller de Manuel Bermejo Duque, conocido popularmente como «Manolito Mariantonia», situado en la vivienda familiar, antes de trasladarse a la Huerta Nueva. Entre sus trabajadores se encontraban José Bermejo Limón y Manuel Bermejo Arrayás. Otro taller era el de José Antonio Bermejo Mora, «El Pollo», que tenía la cencerrería como ocupación complementaria. Ubicado dentro del domicilio familiar, en la actual calle Huerta número 8, disponía de chimenea propia de ladrillos refractarios y en él trabajaron sus hermanos, Pedro y Manuel, y su hijo, José Antonio Bermejo Llanes, que siguió colaborando en el taller a pesar de su trabajo en la Plaza de Abastos. Por último, Sánchez Corralejo señala el taller de José María Bermejo Montes en el número 12 de la calle Nueva, donde han aprendido tres generaciones: los hermanos Juan y José María Bermejo Jiménez, conocidos popularmente como «los Mellis», y el hijo de este último, José María Bermejo Arroyo. El testimonio oral del propio artesano, José María Bermejo padre, destaca la relación de su apellido con la tradición campanillera de Valverde:

Aquí ha habido hasta cuatro fábricas. Y los cuatro eran Bermejo. Los cuatro. O sea…José Bermejo, José Bermejo, José Bermejo, y José Bermejo…no había José Palacios, ni José Garrido, ni José Ná. José Bermejo. O Manuel Bermejo…Antonio Bermejo. Y todos eran Bermejo…Y había hasta cuatro fábricas…aquí en Valverde… de cencerros… y queda esta nada más[6].

Hacia mediados del siglo xx, el pastoreo aún seguía siendo una actividad económica que mantenía a muchas familias. Los rebaños eran abundantes, aunque ya no llegaban los trashumantes de la Mesta. Los movimientos del ganado eran locales y mantenían a varias familias de pastores repartidos por el término. «Hubo familias como los Mora Benítez, que poseían de media, unos años con otros, 500 ovejas, 50 vacas, 100 cochinos y una piara de cabras» (Sánchez-Corralejo 2015, 41). El ganado de esta familia transitaba desde Valverde hasta Candón. En primavera, volvía a Valverde y desde la Dehesa Blanco los ganados pasaban por los Medios de Niebla, La Retamosa, la Venta de la Carbonera, Caballón y La Melera, hasta tomar la carretera del Garduño para llegar al pueblo junto al cementerio. Algunos pastores se dedicaban al comercio de la leche que llegaba directamente a Valverde desde los chozos, apriscos y chivitines (Sánchez-Corralejo 2015, 40).

Por otra parte, la investigación señala la importancia que seguía teniendo la feria o mercado de ganado en agosto, manteniendo el carácter comercial y festivo. En esta no sólo se asistía al trueque o compra-venta del ganado tradicional, sino que también se adquirían productos de primera necesidad para el desarrollo de las faenas ganaderas desde ropa y calzado, hasta los tradicionales cencerros.

En la década de los setenta, con la merma de la cabaña ganadera en la localidad y la polarización de la económica local hacia el sector textil y del mueble, la actividad en los talleres se vino abajo (Serveto y Seisdedos 1992), quedando como único taller el de los hermanos «Melli», Artesanías Bermejo, también conocido como Cencerros Bermejo.

3. El taller de Cencerros Bermejo

De los datos expuestos más arriba, puede deducirse que la fabricación de cencerros es una actividad inserta en el caserío de Valverde. Se desarrolla en el interior del espacio doméstico, en lugares que son prolongación y extensión de la casa, donde grupo doméstico, residencia, y proceso de elaboración, están íntimamente relacionados. Esta característica, sin embargo, no es exclusiva de la elaboración artesanal de cencerros, sino que también es notoria en el gremio de la zapatería, de la talabartería y de la industria textil en la localidad (Sánchez-Corralejo 2011). La estrecha relación entre familia, residencia, y trabajo artesano se manifiesta en la convergencia entre la unidad familiar o doméstica (cooperativa y solidaria) y la unidad de trabajo. De este modo, se ocupan dependencias de la casa que son auxiliares, como construcciones anexas a los patios, corrales acondicionados, y otros espacios (De Quinto 1992, 56). El hecho de usar dependencias anexas a la vivienda manifiesta que los procesos para la elaboración artesanal se han adaptado al espacio de la casa, diferenciándose del hogar.

El taller de Cencerros Bermejo, fundado en 1940, se encuentra en la calle Nueva dentro de la antigua vivienda de José María Bermejo Montes, abuelo del artesano que mantiene hoy día la actividad. El inmueble, sin uso residencial desde el fallecimiento del fundador y su esposa, desarrolla en una sola planta las distintas dependencias de la vivienda familiar (dormitorios, sala, cocina) a lo largo de un corredor o pasillo. Algunas de ellas se utilizan hoy para el negocio y la fabricación, como el cuarto situado a la entrada de la casa, reutilizado como sala expositiva de productos y tienda. El taller de cencerros propiamente dicho comprende los espacios situados en el patio. Este consiste en una nave diáfana en cuyo interior se distribuyen zonas para las tareas, destacando el antiguo horno de carbón, y dos pequeñas dependencias auxiliares: una usada de cuarto almacén; y otra al interior de la nave, empleada para la fabricación de la pasta con la que se cubren las piezas. La nave, de sección casi rectangular, presenta buena iluminación y ventilación interior con grandes ventanas y puerta al patio, y vanos en el extremo opuesto a la entrada. El patio alberga un cuarto de baño, un pozo y una pila, ambos con agua. Desde este se accede a la azotea del inmueble donde se realiza el secado al aire libre.

4. Procedimientos técnicos en la elaboración artesanal de los cencerros

Por definición, el proceso de fabricación de la cencerrería «a caballo entre la calderería y la fundición» (Sánchez-Marcos 2002) tiene por objeto la producción de diferentes piezas metálicas que responden a distintas señales acústicas según grosor, forma y tamaño. Aunque el artesano diferencia campanillas para los objetos de menor tamaño con badajo metálico, y cencerros para los objetos de mayor tamaño con badajo de madera, al explicar los procedimientos técnicos no distingue entre cencerros y campanillas. La materia prima de los cencerros son láminas de hierro de distintos grosores, desde 0,5 hasta 1,2 mm., según el tamaño de la pieza a realizar (Fernández de Paz 2004). Estas planchas se adquieren en almacenes de la localidad, aunque en otra época los cencerreros reciclaban las chapas de hierro que los talleres desechaban.

El cencerro está compuesto por cuatro piezas fundamentales ensambladas en un único objeto: la campana tosca de hierro que recibe el nombre de cencerro o campanilla; el asa, pieza que va engarzada a la campana y que sirve para prender el cencerro o la campanilla por el collar; la hembrilla, anillo metálico que sirve para acoplar el badajo con la campana; y el badajo, pieza de madera o metálica, que pende de la hembrilla y que al moverse produce sonido.

Las operaciones que el artesano realiza para la elaboración artesanal del cencerro se resumen en una serie de pasos: oxidación de las láminas de hierro, trazado sobre la lámina, corte de la lámina y recorte de las chapas, horneado y recocido, acucharado, elaboración y colocación de la hembrilla, elaboración del asa, embarrado, cocción, enfriado, limpieza y comprobación del sonido (templado), colocación del badajo y acabado. Describimos brevemente este proceso en sus operaciones[7].

Para poder trabajar con las láminas de hierro, el artesano deja las planchas al aire libre, habitualmente en el patio, para que se oxiden y adquieran mordiente. Esta operación denominada oxidación, según el testimonio de José María, se ve beneficiada por la época de lluvias, produciendo el óxido de modo natural y espontáneo. Sin embargo, durante el verano, las chapas se suelen regar y dejar a la intemperie hasta que adquieran el óxido.

Están hechas de chapa de hierro, vienen como con aceite y eso…y entonces nosotros las ponemos aquí [junto a la pared], y las mojamos, las regamos en verano…En invierno no, porque con la lluvia, sobra. Las tenemos que poner…que se le quite el aceite y eso…un poco así, oxidadas. Entonces, una vez así, las cortamos aquí en la mesa. Las ponemos aquí[8].

Sobre la lámina de hierro y con una tiza, el artesano traza las medidas de los cencerros a fabricar, sirviéndose de una plantilla con las dimensiones requeridas. El trazado de las líneas con tiza se perfecciona con una regla, quedando la plancha marcada con rectángulos trazados. A continuación, procede a cortar la lámina en secciones con una sierra eléctrica sobre una mesa de trabajo. Con las chapas fraccionadas y una gran tijera de cortar metal recorta cada una con dos cortes transversales para que después encajen los extremos. La operación de recorte o «picotazo» se realiza sobre el banco de trabajo, encajando la tijera de cortar metal en uno de sus extremos.

Recortadas las piezas, se procede a un horneado o recocido. En el caso de los cencerros más grandes, al tratarse de láminas de mayor grosor, el artesano somete las piezas recortadas a un recocido en el horno a una temperatura aproximada de 90º C para que estas adquieran maleabilidad. En este calentamiento la chapa cambia de tono, de oscuro a gris. Para recocer las chapas, el artesano aprovecha un día de fundición de los cencerros en el horno.

Una vez que están señaladas y cortadas, lo recocemos un poco en el horno… ¿sabes? Cuando fundimos, aprovechamos el día que estamos fundiendo para recocerlas…que están aquí...como están ahora…Para quitarle el acerado que trae la chapa, porque con el acerado no la puedes trabajar bien. La recocemos aquí un poco y ya se hacen»[9].

La siguiente operación consiste en enderezar cada una de las chapas golpeándolas con un martillo sobre la bigornia hasta dar forma definitiva al cencerro. Primeramente, golpea varias tiras a la vez para agilizar el proceso. Al finalizar realiza con la tijera dos muescas transversales en cada chapa, para que una vez doblada a su forma, facilite el encaje. Para modelar el cencerro se utiliza el palo de acucharar, tronco de madera dispuesto con distintas oquedades que se corresponden con los tamaños de los cencerros. Valiéndose de este instrumento el artesano le da forma cóncava a la chapa. Coloca una chapa sobre la oquedad y la golpea por el reverso con un martillo hasta darle una forma ligeramente cóncava. A continuación, sitúa la chapa transversalmente sobre la bigornia y presiona sus extremos con las manos para doblarla por la mitad. Con la piqueta cierra laterales y contrachapea las muescas practicadas para reforzar la parte interior del cencerro. En la parte superior marca dos pestañas triangulares que se emplearán para insertar y sujetar el asa. Con el cencerro cerrado recorta el borde sobrante.

Llegados a este punto el artesano procede a la elaboración y colocación de la hembrilla. La hembrilla o armella es un anillo de metal que se inserta en el interior del cencerro para colgar el badajo. Se elabora con varillas metálicas manipuladas con unos alicates de punta. Para su colocación se practica previamente un orificio en la parte superior del cencerro. Esta operación se realiza sobre el palo de sujeción, tronco de madera que al igual que el palo de acucharar posee distintas oquedades con diferentes tamaños para encajar el cencerro en la más adecuada. Sobre este palo el artesano abre el orificio martilleando el cencerro boca arriba con un punzón. Seguidamente introduce con los alicates la hembrilla por el interior, hasta que la espiga traspasa el orificio. Traspasado el orificio, dobla la espiga con un golpe de martillo.

El siguiente paso es la elaboración del asa. Para ello el artesano secciona con la tijera una tira larga de metal adecuada a la anchura del cencerro, que remete por sus bordes martilleándolos sobre la bigornia. Confeccionada la tira, comprueba la longitud requerida sobre el cencerro, y corta con las tijeras. Situada sobre la bigornia, da forma curva a la tira con el martillo. La operación se completa con la inserción de los extremos del asa en las pestañas del cencerro, quedando fijada de este modo a la parte superior.

Dispuestos con asa y hembrilla los cencerros se preparan para la operación del embarrado o «barrado», en el habla de los artesanos de Valverde. Este embarrado es necesario para la cocción en el horno. Consiste en cubrir cada uno de los cencerros con una capa de adobe. El adobe lo preparaba anteriormente José María Bermejo Jiménez (padre) con barro extraído de la cantera del Pinar del Saltillo de Valverde, machacado con un mazo de madera y tamizado con un cedazo, al que añadía agua y tamo de centeno, y amasaba con un rolf. Hoy, su hijo, José María Bermejo Arroyo, lo elabora con dos clases de barro, uno de color rojo, extraído de la cantera del Pinar del Saltillo, y otro de color más amarillo obtenido del terreno. A la mezcla con agua añade cáscaras de arroz, usando para ello una pequeña mezcladora. Con esta mezcla se recubre el cuerpo del cencerro.

El procedimiento del embarrado tiene varios pasos. En primer lugar, se cubre el cuerpo del cencerro dejando la boca sin sellar, metiendo bajo el asa y en los laterales pequeños trozos de metal dulce. Este metal cumple dos funciones esenciales: por un lado, templar el hierro y dotarlo del color dorado, y por otro, soldar las distintas partes ensambladas. La cantidad de metal varía en función del tamaño de la pieza. Recubiertos con el barro los cencerros se colocan en tablas de madera y se dejan secar al sol. Una vez secos del primer embarrado, el artesano añade en el interior más metal dulce. En el caso de los cencerros de mayor tamaño, además de metal dulce, se agregan virutas de madera para facilitar la ignición y limpiarlos internamente. A continuación, sella la base con el barro, abriendo un orificio en la parte inferior para que el metal pueda respirar. Los cencerros vuelven a dejarse al sol hasta la el momento de la fundición.

Para la cocción de los cencerros se utiliza un horno alimentado con gasoil. Antiguamente esta operación se realizaba en un horno de ladrillo con tiro de chimenea y se alimentaba con carbón vegetal, aunque desde 1987 este deja de usarse y para la fundición del metal se emplea el horno de gasoil. Primeramente, se realiza la carga del horno por tandas, según el tamaño de los cencerros. Esta se realiza de dos formas, dependiendo del instrumento que se utilice: bien introduciéndolos uno a uno con una barra metálica inserta por el orificio del cencerro, o bien cargando varios a la vez, ayudándose de una pala. En el interior del horno se manejan con una barra de hierro de punta curva. De este modo, a una temperatura constante de 1.300 grados, se produce la fundición de los metales dulces que sellan las partes del cencerro y lo impregnan de dorado. El hierro, con un punto de fusión a 1.530 grados, permanece inalterado. Cada hornada dura de entre diez a veinte minutos aproximadamente en las campanillas, y tres cuartos de hora o una hora aproximada en los cencerros más grandes. El artesano describe esta operación como una de las más importantes en la elaboración artesanal. Si esta sale mal, el cencerro se vuelve a embarrar y a fundir. Las piezas que salen defectuosas se desechan.

Cuando se funde, el horno trabaja a mil trescientos grados. Entonces, cuando está dentro, más o menos está sobre tres cuartos de hora, una hora, depende también del tamaño…A esa temperatura el cobre se derrite, ¿sabes? se hace líquido(…) Entonces, cuando está ahí por ejemplo una hora, pues lo sacamos, lo vamos rodando hasta los baños de agua, y mientras lo vamos rodando, pues el cobre vuelve a solidificarse otra vez ¿sabes? y entonces al solidificarse, lo que hace es que actúa también como soldador todas las costuras como has visto ahí (…) y suelda toda el asa, la hembrilla, todas las costuras, aparte de darle el color característico. El cobre…en la fundición es importante por eso, porque si sale mala, pues tienes que volver otra vez…[10].

Terminada la fundición la siguiente operación es sacar los cencerros del horno, para lo que se coloca en la boca del horno una rampa metálica que se extiende hasta el suelo. En el suelo, a izquierda y derecha de la rampa se disponen dos largueros para controlar el deslizamiento de las piezas incandescentes. Los cencerros, al rojo vivo, se sacan y empujan con palas y barras, haciéndolos rodar hasta el patio. De este modo se terminan de soldar las costuras internamente. El enfriado se lleva a cabo en un bidón de agua fría. El artesano echa los cencerros en el bidón y al cabo de un tiempo los saca y los golpea en el suelo con un martillo para desprender el adobe. En un cubo con agua los enjuaga y seca con un paño. Con los cencerros secos, junto a la bigornia, repasa cada una de las piezas, golpeándolas con el martillo. Se despegan los restos de barro que aún queden en el interior y se perfecciona definitivamente la forma de la pieza. Una vez limpio y conformado, el artesano comprueba el sonido con el tocador, instrumento de madera con el que golpea en el interior de la campana. Si la sonoridad no es adecuada, rectifica las paredes exteriores golpeando con el martillo sobre la bigornia. A esta operación José María Bermejo Arroyo la denomina templar el cencerro:

(…) templarlo es…tal como sale del horno…pues ahí en el yunque [bigornia], ponerlo digamos…rectito, sacarle el sonido que tú creas más o menos (…) si tú ves que te ha salido cobre pegado por aquí…le abres un poco más la boca para que el sonido lo abra un poco…son truquillos de nosotros…pero ya está…lo templas ahí, como te he dicho, y se pulen[11].

Tras el templado o prueba de calidad del sonido, sólo resta la colocación del badajo. Esta tarea antiguamente no la realizaban los artesanos, sino los propios pastores, según el testimonio de José María:

Antiguamente, mi abuelo, todos [los cencerreros], incluso mi padre, los mandaban sin badajos. Todos sin badajo. Entonces los pastores eran los que los hacían con la navaja en el campo. Se sentaban allí en una piedra y hacían su badajo, ¿sabes? Y se lo ponían al cencerro que habían comprado[12].

Dependiendo del tamaño del cencerro el badajo será de madera o de metal. Los más pequeños (campanillas), llevan una tira de metal, elaborada por el propio artesano, mientras que los de mayor tamaño (cencerros) son de madera y se adquieren en un comercio especializado. Se coloca con unos alicates de punta con el que se presiona la argolla dispuesta en el extremo para engarzarlo a la hembrilla.

En la última época, con la necesidad de presentar un producto atractivo a los clientes, los cencerros se abrillantan en una máquina pulidora. Este acabado del producto antiguamente no se realizaba debido al escaso valor material que se le concedía a la pieza cuyo destino es el cuello de un animal que pasta en el campo. Con la percepción de un producto de calidad, este acabado cobra una mayor importancia, sobre todo de cara a su comercialización y venta.

5. Fuentes de energía, materias primas y herramientas en la fabricación artesanal

Para el desarrollo de este trabajo manual las fuentes de energía son el fuego obtenido a través de gasoil para el encedido del horno, y la electricidad para iluminación del taller y la alimentación de maquinaria eléctrica (radial, batidora y pulidora). Las materias primas empleadas son chapas de hierro de distintos grosores, desde 0,5 mm. hasta 1,2 mm., obtenidas en Valverde; madera, adquirida de un comercial especializado para el badajo en cencerros; metal, adquirido en chatarrerías de Valverde para la fabricación del badajo en campanillas; cobre, adquirido en almacenes de Sevilla, para el sellado y la fundición de las piezas; y barro y arena, adquiridos en la cantera local del Pinar del Saltillo, para elaborar el adobe con el que se cubren los cencerros.

Por lo que respecta a las herramientas, instrumentos y máquinas utilizadas registramos los mismos identificados en la clasificación de Fernández de Paz (2004, 84) con la introducción de algunos nuevos, como la batidora. Los resumimos en el siguiente cuadro:

6. Productos obtenidos y comercialización

La morfología de la producción es rica y variada en cuanto a los tamaños de piezas y las funciones que presentan. En el taller se producen campanillas y cencerros de distintos tamaños, de 2 cm. a 30 cm. Las más pequeñas, denominadas en general campanillas, son las huroneras, paveras, boyeras, cochineras, burreras y mulares. Las más grandes -cencerros para los artesanos- son las piquetas y piquetes en sus distintas variedades para el ganado ovino y caprino, y los cencerros para el ganado vacuno, también en distintos tamaños. En cada una de ellas hay una variación tímbrica y cualidad sonora específicas. Desde el punto de vista sonoro, cada una de estas piezas se relaciona con un tipo de ganado o de animal, según el uso o la finalidad a la que vaya destinada. No obstante, algunas de ellas se han adaptado a una nueva funcionalidad, a pesar de que su denominación remite a un uso específico. Se detalla en el siguiente cuadro las denominaciones, tamaños y usos de cada uno de ellos.

Los productos elaborados se comercializan y distribuyen al mercado de ámbito nacional y europeo mediante pedidos a clientes, sobre todo Andalucía, Extremadura y el Norte de España. El taller provee a grandes almacenistas, comerciales ganaderas, y ferreterías, muchos de ellos clientes fijos. También comercializa los productos a vecinos y particulares en venta directa en el taller. Los productos que más distribuye son campanillas para perros de montería en distintos tamaños (huronera, pavera, bollera, cochinera y burrera), los cencerros para el ganado ovino y caprino, cencerros para ganado equino, y cencerros para ganado vacuno. Cada uno de los productos puede adquirirse con sus respectivos collares de cuero, elaborados en el mismo taller mediante procedimiento artesanal. Para esta comercialización Cencerros Bermejo dispone de una página web en la que ofrece su catálogo y atiende los pedidos[13]. El envío de productos a los clientes se realiza mediante un servicio de paquetería. José María Bermejo Arroyo explica cómo es esta comercialización:

Más que nada son clientes que vienen ya de mucho tiempo, ¿sabes? De mis abuelos todavía tengo algunos. Ferreterías antiguas, de estas de pueblo, de toda la vida, que siguen comprando. Y ya pues nuevas incorporaciones como las comerciales ganaderas, que se han incorporado hace relativamente poco. Y ya está…Pero vamos, a toda España vendemos, y Portugal. Almacenistas también muy grandes que venden también al extranjero. Tengo un almacenista bastante grande en Santander, que ese manda para toda Europa los cencerros[14].

Otra de las formas de comercialización de los productos es a través las ferias ganaderas como las de Zafra (Badajoz).

El taller fabrica cencerros y campanillas de manera continua durante todo el año en función de la demanda en el mercado y los pedidos de los clientes. Aunque mantiene una cierta estabilidad, existen periodos a lo largo del año de mayor trabajo y otros de inactividad.

7. Transmisión de la actividad artesana. Incertidumbres para la continuidad

Desde que José María Bermejo Montes fundara el taller en la calle Nueva, la actividad se ha transmitido ininterrumpidamente mediante un aprendizaje familiar, heredado de padres a hijos; de José María Bermejo Montes a José María Bermejo Jiménez y Juan Bermejo Jiménez, hermanos mellizos conocidos popularmente en Valverde por el nombre de «los Mellis». El fallecimiento de uno de los hermanos lleva al hijo de José María Bermejo Jiménez, a abandonar los estudios universitarios de Ingeniería Industrial, e incorporarse a la actividad en el taller conducido por su padre. Como contaba José María Bermejo Jiménez en la grabación para el Fondo Andaluz de Recuperación del Conocimiento Artesano:

Esto es un oficio totalmente artesanal que viene de generación en generación. Ya la mía es la cuarta generación…Sí, la cuarta, puesto que mi padre trabajaba con otro señor que era un tío suyo. Mi abuelo también era cencerrero, también era campanillero. Después mi padre estuvo trabajando a sueldo hasta que él se estableció y fundó la actual fábrica que se llama Artesanía Bermejo. Mi padre murió ya hace unos dieciocho años, que en gloria esté. Dejó dos hijos, un servidor, y un hermano mío que era gemelo. Los dos hemos estado trabajando durante cuarenta y tantos años en esta fábrica. Mi hermano murió hace ocho años y me quedé yo solo llevando el negocio, y después ya mi hijo, José María también….Pues estuvo estudiando, pero a él le tiraba, la sangre se le movía porque había visto a su padre, a su abuelo, y le dio…en fin, en contra de la voluntad de su madre y mía, porque nosotros, como padres que éramos, queríamos que estudiase, pero él tiro por seguir con el negocio. Y actualmente, pues estamos los dos, mi hijo José María y un servidor, también José María»[15].

Con la jubilación de José María Bermejo Jiménez, el taller lo regenta su hijo, José María Bermejo Arroyo, ayudado por una artesana del cuero que elabora los collares para los cencerros y campanillas. Esta elaboración de los collares representa una importante novedad como estrategia de adaptación para sobrevivir en el mercado. Anteriormente las campanillas y cencerros se comercializaban sueltos y sin badajos. Eran los pastores los que añadían el collar al cencerro. Con la incorporación del collar se transforma la percepción artesanal del producto, dotándolo de un sentido completo.

No obstante, aunque la actividad se mantiene y se desarrolla con innovaciones importantes, existe cierta incertidumbre y pesimismo en la continuidad por varias razones. En primer lugar, porque en el taller hasta la fecha no se ha registrado aprendiz y la descendencia del propio José María tiene como prioridad los estudios universitarios. En las nuevas generaciones influye negativamente la percepción que se tiene de este oficio, arcaico y rural, así como también la dureza del modo de vida artesano. A ello se añade las habilidades y conocimientos para saber llevar un negocio y la monotonía del trabajo artesanal. Por los testimonios orales recabados y las referencias en el estudio de Serveto y Seisdedos (1992), hasta la fecha en el taller solo se ha conocido un aprendiz al margen de la familia Bermejo. El testimonio del propio José María nos reveló algunas de las razones por las que no tiene aprendiz:

Esto parece que no, pero es muy complicado. Muy duro. Muy monótono porque es más que nada monótono. Porque por ejemplo yo hoy pues estoy haciendo esto, pues ahora me llevo las cinco horas de esta mañana haciendo lo mismo ¿sabes? Y siempre igual. Siempre igual. Si estás por ejemplo barrando, pues te sientas aquí por la mañana y hasta por la noche no terminas de barrar. Siempre es igual. Uno detrás de otro. Entonces son cosas que cansan y tiene que gustar. Ya está[16].

En la fabricación artesanal de cencerros está muy arraigada la percepción de que es un oficio enculturado en el seno familiar, de ahí en parte las dificultades de aprendizaje y de transmisión del oficio en la actualidad. Esta incertidumbre supone un riesgo para la salvaguardia de este patrimonio.

8. Transformaciones y permanencias en el oficio

La actividad, desde que se tiene constancia, ha experimentado pocas transformaciones, según el testimonio de los campanilleros. Todo lo que se realiza es prácticamente manual. Se siguen los pasos aprendidos de generación en generación, desde que se corta la chapa o las láminas, hasta que se inserta la hembrilla para el badajo. Los únicos cambios que se han registrado han estado motivados por la adaptación del oficio a las dinámicas de la globalización y las exigencias del mercado en los últimos quince años. En esta línea hemos comentado la sustitución del horno de carbón por otro de gasoil; el uso de máquinas eléctricas como las descritas más arriba -radial, batidora y pulidora-, que agiliza el proceso de elaboración; y la realización de collares para una mejor comercialización. Detrás del trabajo manual y las habilidades que se requieren, existe una concepción del tiempo de trabajo y jornada laboral muy diferente a la que se observa en procesos industriales. Esta elaboración lleva a los artesanos a intercalar tareas y modelos de cencerros en el proceso productivo, como por ejemplo, recalentar las chapas cortadas cuando se enciende el horno para fundir, o recortar chapas cuando una tanda está «barrada». La organización de las tareas es flexible y está sujeta a los tiempos que marca el propio artesano. Los cencerros y campanillas no se elaboran en serie, sino paso a paso.

Primero tienes que coger la chapa, ponerla ahí para señalarla, luego las tienes que cortar, luego las tienes que poner y ahuevarla un poquito como están esas, así, hacerle el picotazo, y ahora eso…ahora hay que cogerla otra vez para recortar esto [lo señala] un poquito, para que esté redonda, todo por igual. Luego hay que cogerla otra vez para hacerle un agujero ahí dentro, luego hay que cogerla otra vez para ponerle una cosa que se llama la hembrilla, que es donde va el badajo. Ah, y luego hay que coger otro trozo de chapa, y cortarle el asa. Luego le tiene usted que poner el asa. Luego tiene usted que ir al campo a por la tierra, tienes que hacer el barro, y ya luego cuando tenga el asa, tienes que cogerla para barrarla, la mitad nada más, ¿eh?... nada más que la mitad, y cuando se seque al sol, hay que cogerla, echarle el metal, y terminarla de barrar… que es eso que está ahí… Y ahora hay que cogerla otra vez para ponerla ahí. Hay que fundirla y sacarla y echarla allí, las tenemos que partir, las tenemos que secar un poco… Luego, aquí estaba anteayer…dándole el sonido, enderezándolas un poco…luego hay que pasarlas por la pulidora para que estén más presentables, más bonitas. Luego hay que echarle el badajo… Treinta pasos…contados. ¿Es artesanía o no es artesanía? Olvidada por completo. Totalmente»[17].

9. Usos y funciones de los cencerros y campanillas en la tradición popular andaluza. Los cencerros en rituales y expresiones del folclore

Para completar esta etnografía de la cencerrería en Valverde, describimos a continuación algunas de las particularidades que los cencerros tienen en la tradición andaluza. Estas notas que siguen no son un estudio exhaustivo del folclore sobre estos instrumentos, sino una aproximación a partir de las fuentes bibliográficas consultadas para la investigación con objeto de valorar el interés patrimonial de esta artesanía.

En Andalucía los usos de los cencerros no difieren de lo registrado en otras partes de España. Aunque los cencerros vienen definidos por su relación con actividades silvopastoriles (pastoreo, ganadería, arriería, trashumancia), también se han utilizado como instrumentos musicales en fiestas, rituales, y en manifestaciones del sentir popular, como las cencerradas (Alonso 1982, Caro 1980, Mañero 2017, Ruiz 2013, Usunáriz 2006). Los cencerros se han usado:

(…) bien, para localizar o conducir el ganado, acompasar la andadura de los tiros de carro, ensordecer a recuas de mulos en los caminos, para usos de la caza; como alegría y ritmo en los troncos de caballos, significación de una parada de cabestros…, o como instrumentos musicales, más o menos destemplados, para ceremonias ortodoxas, o de sorna y bullicio (Sánchez-Marcos 2002, 126).

En la ganadería, el pastoreo y la trashumancia el uso de estos objetos ha sido doble. Por una parte, han servido para localizar las cabañas ganaderas en el campo o en los desplazamientos. Y por otra, se han empleado para distinguir una cabeza del resto del rebaño. Esta segunda particularidad es el principal motivo por el que los artesanos hasta hace pocas décadas vendían los cencerros sin badajo, ya que eran los pastores quienes lo fabricaban según sus propios criterios, particularizando de este modo al animal portador. Con la realización del badajo el pastor busca una sonoridad específica en el cencerro. En la individualización del cencerro existen varias razones de tipo cultural: marcar al animal guía al que sigue el rebaño, diferenciar el sexo o la edad del animal, o distinguir una cualidad específica, como por ejemplo marcar una hembra preñada o una cría. Los matices sonoros se obtienen a partir del tamaño y la forma del cencerro. De ahí los distintos tipos fabricados. A menor dimensión y grosor de la lámina con la que se fabrica, más agudo es el sonido, mientras que, a mayor cuerpo y espesor, los sonidos son más graves.

La dimensión acústica de las distintas variedades en Valverde abarca un conjunto de dieciséis piezas, cada una con una denominación, morfología, y cualidad sonora específicas, desde los distintos tipos de campanillas con sonidos agudos (hurona, pavera, bollera, cochinera, mulera y gitana), a los distintos tipos de cencerros con sonidos más graves (piquetas ovejeras, cencerra, entremediano, mediano, piquete, cuartén, cañón y gordo). Cada una de ellas, como hemos indicado se relaciona en origen con un tipo de ganado o de animal, según el uso o la finalidad a la que vaya destinada. En líneas generales, las campanillas, se relacionan con animales pequeños y ganado equino (recuas de mulas, caballos y yeguas de labor, bestias de tiro), mientras que los cencerros, de sonidos más graves, se asocian con el ganado ovino, caprino y vacuno. Otra característica sonora de estos objetos es la que marca diferencias entre el ganado menor (ovino y caprino), de timbre agudo, y el ganado mayor (vacuno), de timbre más grave.

Aunque gran parte de las campanillas han perdido su especificidad original, muchas de ellas se venden hoy para perros de montería y otros animales domésticos. Las campanillas que siguen empleándose en su forma original son las muleras y gitanas para mulos, caballos, yeguas de labor y de tiro en carros. Las piquetas, cencerras, medianos, y entremedianos se usan para distinguir los rebaños de ovino y caprino, mientras que los piquetes, cuarteños, cañones y gordos, para diferenciar al ganado vacuno.

Además de tener en cuenta las variables de tipo de ganado, edad o sexo del propio animal, los pastores establecen dentro del rebaño una jerarquía a partir de los tamaños de los cencerros, lo que se plasma en una gradación de sonidos, del más grave al más agudo. Es lo que se conoce en algunas zonas de Andalucía como el «alambre» (Sánchez y Jiménez 1990). Se trata del conjunto de cencerros que lleva una manada o rebaño. El jefe de la manada suele llevar el cencerro más grande y, por tanto, el más sonoro y grave, mientras que los secundarios, portan otros de tamaño inferior y, por tanto, más agudos. La «arrancaera» es la denominación que los pastores en algunas zonas de Andalucía emplean para el jefe de la manada. Sánchez y Jiménez (1990) relatan que en los grandes cortijos ganaderos de Doña Mencía (Córdoba) los cencerros tenían también mucha importancia para apartar los mulos, potros y demás ganado yeguar que se llevaba a la feria o el mercado. Unos meses antes de llevarlas a la feria,

se les asignaba una madrina, que era una yegua mayor y noble. A esta yegua se le ponía un cencerro tipo cañón, mientras que al resto del ganado no se le ponía cencerro alguno a fin de que, paulatinamente, se fuesen acostumbrando al sonido de la madrina. Cuando finalmente se llevaban a la feria, iba el yegüero delante, montado en la madrina, y detrás del ganado iba otro mulero, a caballo, provisto de una tralla y era curioso cómo a pesar del maremagno de ganado de algunas ferias, como por ejemplo la tan cercana de Baena (Sánchez y Jiménez 1990, 11).

Con este ejemplo queremos ilustrar la adaptación de los cencerros a los usos ganaderos y pastoriles concretos en los lugares. En el caso de los ganados segureños (Jaén), la cencerra más grande, cuya denominación local es la «cañonada» se utiliza en los machos castrados o mansos, así como también en las cabras; mientras que los más pequeños, denominadas «las cencerras», son destinadas a colocar en las hembras recién paridas, para que las crías conozcan a la madre por el toque (González-Sánchez 2012).

El mayor de los cencerros y, por tanto, el de sonido más grave es el «gordo» que se emplea en los cabestros, buey manso que sirve de guía a las reses bravas en los encierros y las corridas de toros, aunque también en los traslados de las reses por el campo, como se ha documentado:

Tenemos que tener en cuenta que los traslados de las corridas había que hacerlos al paso de los bueyes por las cañadas reales. Así sucedió durante siglos, ya en el Quijote se habla de los toros caminantes, el sonar de sus cencerros avisaba a los que transitaban por los caminos. Conducir un rebaño de animales indómitos, que a la vista de cualquier objeto puede enfurecer, sería completamente imposible hacerse sin los cabestros. Los cabestros son grandes bueyes, ordinariamente de pelo claro. Pastan en prados en compañía de los toros, que acostumbrados a ellos desde su más tierna edad, los siguen con asombrosa docilidad. Los cabestros abren la marcha y son ayudados por los vaqueros, que con la garrocha en la mano empujan a los animales más recalcitrantes[18].

Al margen del uso y función principal en el pastoreo y la ganadería, los cencerros identifican y se emplean en rituales festivos de algunas poblaciones de Andalucía, como las cencerradas de San Antón en la localidad cordobesa de Añora, en la comarca de los Pedroches; las cencerradas del Sábado Santo en la localidad granadina de Lugros, en la comarca de Guadix; y la fiesta de los cencerros, en la localidad de Villaviciosa de Córdoba. Estas expresiones sonoras dentro de rituales festivos se diferencian de las que se practicaban en distintas formas por toda Europa (Muir 2001) como rito de juicio popular al volver a contraer nupcias los viudos y viudas, también conocidas como cencerradas. José Rodríguez Garay relataba para El Folklore Andaluz (1882, reed. 1981) que estas eran una manifestación de mal gusto para los viudos que pasan a segundas nupcias, debido a las burlas y tono jocoso con el que eran realizadas. La costumbre mandaba que distintos grupos de amigos acudiesen al domicilio del viudo o viuda para pregonar distintas coplas satíricas, «manifestaciones que llevan el nombre de cencerradas, sin duda alguna, por ser el cencerro el instrumento predominante de la serenata». Rodríguez Garay describe una cencerrada en la localidad de El Cerro de Andévalo (Huelva):

La noche de la boda se sitúan varios grupos, algo separados en las inmediaciones de la casa de la novia. De uno de ellos sale una voz que pregunta: Compañero -¿quién se casa? –Fulana, contesta una voz de otro de los grupos.- ¿Quién?, replica un interlocutor, aquella que hizo esto, lo otro o lo de más allá, y así otro que se supone mejor enterado, tercia en la cuestión, sacando a relucir todos los chismes y cuentos que tan bien saben urdir en las aldeas, todo con voz plañidera, doliéndose de la vida infeliz que la suerte reserva al desposado, y acompañando cada nuevo insulto con soez vocerío e infernal estruendo[19].

En la actualidad se tiene constancia de las cencerradas en el municipio de Mairena en la Alpujarra granadina.

Los cencerros, por otra parte, impregnan el folclore infantil a través de adivinanzas como algunas que se han documentado oralmente:

Adivina, adivinanza,
Tan grande como un pepino
Y va dando voces por el camino.
Adivina, adivinanza,
Va al monte y no come;
Va al río y no bebe
Y con el cántico, se mantiene.

En Doña Mencía (Córdoba) una copla de corro dice:

No te cases con pastores
Ni tampoco con cabreros,
Que el dinerillo se gastan
En collares y cencerros.

10. Unas notas finales

A lo largo de estas páginas hemos descrito un oficio artesano con valores patrimoniales en los términos de la Ley 14/2007, de Patrimonio Histórico de Andalucía. Desde nuestro punto de vista, la cencerrería constituye un patrimonio etnológico vivo, representativo de una forma de vida y un modo de producción artesanal, constatado al menos desde mediados del siglo xix. La actividad, desempeñada actualmente por el último campanillero de la familia Bermejo, ha subsistido a los profundos cambios socioeconómicos, durante siglos. Esta subsistencia se ha mantenido prácticamente sin apoyo institucional, como nos informaban los propios artesanos. Sin embargo, hoy parece necesario el apoyo de las distintas administraciones con competencias en materia de artesanía y patrimonio. La producción de cencerros con técnicas industriales más baratas, el progresivo abandono de las formas tradicionales de apacentamiento del ganado, el descenso de los pastores, y la falta de relevo generacional amenazan su continuidad en el futuro. A estos factores podemos añadir una paradójica invisibilidad en el contexto de las artesanías reconocidas en la localidad, con la Zona de Interés Artesanal de Valverde, declarada mediante Orden de 9 de julio de 2012, de la Consejería de Turismo y Comercio de la Junta de Andalucía[20]. A pesar del valor reconocido en distintos inventarios de la Comunidad Andaluza (FARCA, Atlas del Patrimonio Inmaterial), la cencerrería es una actividad artesana minusvalorada.

En el año 2017, el campanillero, ante las necesidades de adquirir una máquina que mejorara el acabado del producto, emprendió la inscripción en el Registro de Oficios Artesanos para optar a una ayuda económica. Dicha inscripción no supone un reconocimiento de los valores patrimoniales de la artesanía, sino una identificación de la actividad económica que desarrolla.

La importancia de la cencerrería en Valverde no radica solo en la pervivencia de esta artesanía en pleno siglo xxi, sino en ser el único testimonio vivo de este gremio en Andalucía. La última familia de campanilleros dedicada profesionalmente a la fabricación de campanillas y cencerros.




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Usunáriz Garayoa, J. M. «El lenguaje de la cencerrada: burla, violencia y control de la comunidad». En Aportaciones a la historia social del lenguaje: España, siglos XIV-xviii, editado por R. García Bourrellier y J. M. Usunáriz Garayoa, 235–260. Madrid: Iberoamericana Vervuert, 2006.




NOTAS

[1] «Cencerro». Diccionario de Autoridades. Tomo II (1729). Consultado en línea: https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996/diccionario-de-autoridades.

[2] La documentación del Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía puede consultarse en: https://repositorio.iaph.es/handle/11532/332011.

[3] Desde estas páginas quiero agradecer la buena disposición de los artesanos para la toma de datos en el taller y la realización de las entrevistas.

[4] Transcribimos parcialmente el documento: «que por quantto el fruto pendiente de las viñas ay diferentes quexas de que los perros hazen exzesivos daños en ellas Y para obrar dichos daños en conformidad de la ordenanza acordose que los que tuvieren perros les echen campanillas para que no entren en las viñas so pena de la dicha ordenanza (…)». Archivo Municipal de Hinojos. Legajo 5. 1703. Acuerdo de cabildo para que los dueños que tengan perros les pongan campanillas.

[5] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[6] José María Bermejo Jiménez, cencerrero, 80 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[7] Para la descripción de los procedimientos técnicos se han triangulado los trabajos sobre la cencerrería de Esther Fernández de Paz (2004), la ficha descriptiva del Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía (2010) y los datos recabados durante nuestra observación en campo.

[8] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[9] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[10] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[11] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[12] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[13] http://www.cencerrosbermejo.com/

[14] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[15] Testimonio de José María Bermejo Jiménez para el audiovisual «Cencerrería» del Fondo Andaluz de Recuperación del Conocimiento Artesano (FARCA). Consejería de Economía y Hacienda. 2005. Transcripción del audio realizada para este trabajo.

[16] José María Bermejo Arroyo, cencerrero, 49 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[17] José María Bermejo Jiménez, cencerrero, 80 años. Entrevista realizada el 24 de octubre de 2018. Transcripción de Fermín Seño Asencio.

[18] Rodero et al., «Las razas bovinas andaluzas de protección especial: Berrendo en Negro, Berrendo en Colorado, Cárdena Andaluza, Negra andaluza de las Campiñas, Pajuna y Marismeña», en Las razas bovinas de protección especial. Patrimonio ganadero. Tomo II, (Sevilla: Junta de Andalucía. Consejería de Agricultura y Pesca, 2007), 56-57.

[19] Rodríguez Garay, José, «Algunos usos y ceremonias nupciales de España II», en El Folklore Andaluz (1882-1883), edición conmemorativa del centenario, (Sevilla: Servicio de Publicaciones del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1981), 207.

[20] Esta Zona de Interés Artesanal la integran trece talleres de carpintería, elaboración de zapatos, marroquinería y tapicería, de artesanos inscritos en el Registro de Artesanos de Andalucía. La cencerrería al no figurar en dicho Registro no formó parte de esta actuación de promoción.



Pervivencias de la cencerrería en Valverde del Camino

SEÑO ASENCIO, Fermín

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 467.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz