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Revista de Folklore número

465



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Una religión «de andar por casa»: de amuletos, sortilegios y supersticiones japonesas

CID LUCAS, Fernando

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 465 - sumario >



Resumen

En el presente artículo trataremos, de manera somera, la que tal vez sea la forma más cercana y personal de entender la religión: la que tiene que ver con las supersticiones y las creencias ligadas con el hogar y con el interior de cada fiel, aquello que no puede transferirse y que es difícilmente sistematizable. En el caso de Japón, veremos el carácter sincrético de estas creencias supersticiosas y cómo se plasman en el día a día de los creyentes.

Palabras clave: Amuleto, budismo, sincretismo, Shintō, superstición.

Sommario

In questo articolo cercheremo di parlare, in modo superficiale, di quella che può essere la forma più vicina e personale di intendere la religione, che ha a che fare con le superstizioni e le credenze legate alla casa e al sentire intimo di ogni fedele, quell’ essenza che non si può trasmettere e neanche sistematizzare. Nel caso del Giappone, vediamo la natura sincretica di queste credenze e il modo in cui si riflettono nella vita quotidiana dei credenti.

Parole chiave: Amuleto, buddismo, sincretismo, Shintō, superstizione.

1. Introducción

Recoge el docto –aun cuestionado por algunas de sus novísimas adquisiciones– Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su primera acepción para ello, que Religión sería el: «Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto»[1].

Nos vamos a quedar ahora muy conscientemente con parte de dicha definición académica, en concreto con eso del «sentimiento de veneración y temor hacia la divinidad[2]», puesto que esta veneración y ese temor hacen que se formule en el seno del creyente la necesidad de agradar y también la de apaciguar a la divinidad, de lo que, en buena parte, se nutre la superstición[3]. El caso de Japón se nos presenta como un objeto a estudiar un tanto especial, ya que las supersticiones en este país asiático son muchas y variadas, venidas desde el continente y también autóctonas, diferentes entre sí a lo largo y ancho del país del Sol Naciente, quizá porque los dioses de su religión vernácula, el Shintō[4], son casi infinitos; una miríada de ellos inunda, literalmente, Japón, y con todos hay que congratularse; están en cada árbol fornido y frondoso, en cada cascada de aguas caprichosas y elegantes, en cada piedra que posea una forma especial (no olvidemos que, en la antigüedad, eran precisamente piedras (las iwasaka) las encargadas de marcar el inicio del recinto sagrado, lo mismo que poseían la capacidad de atraer a los kami hasta allí). En efecto, en el Shintō son incontables las divinidades de su panteón y es imposible para el fiel conocer la totalidad de los kami que lo componen, aunque, es de rigor señalar que esto no es algo que preocupe en demasía a los japoneses. Pero de ahí la gran variedad de prácticas dedicadas a apaciguar los ánimos de la deidad, que se muestran de muchas formas distintas, desde las danzas y los cantos del añoso Kagura hasta los propios combates de sumō, que aún hoy guardan un hondo significado ritual[5]. También es peculiar la naturaleza híbrida de la religión en Japón a día de hoy, o tal vez fuese mejor decir el «sentimiento religioso», ya que un mismo creyente puede adoptar en su credo elementos del citado Shintō autóctono, del Budismo (en sus distintas ramas), del Taoísmo, del Confucianismo (en mi opinión, más arraigado en Japón de lo que sus propios habitantes creen), pero también del Cristianismo o de las cada vez más pujantes «Nuevas Religiones» (o Shinshūkyō, en japonés), de entre las que merecen ser destacadas, por su parafernalia a la hora de llevar a cabo los ritos y las ofrendas, la Soka Gakkai o la Konkōkyō[6].

Otro segmento de la referida definición que nos interesará para el desarrollo del presente capítulo será el de las «prácticas rituales», ya que éstas se difuminan en Japón de una forma extremadamente sutil, oscilando entre la liturgia propiamente dicha de las religiones mayoritarias, los elementos del folclore nipón y el puro fetichismo, que se materializan según las preferencias personales e íntimas del creyente. En cuanto a esto, aunque parezca que en otros aspectos la sociedad japonesa se encuentra constreñida (por ejemplo, en lo laboral), en el ámbito religioso los ciudadanos del país del Sol Naciente son mucho más libres que los de otros países del mundo, amparado esto y sistematizado como derecho en la Constitución Nacional[7] de 1947, en donde se desarrolla dicho argumento[8].

Así, se recoge en su artículo nº 20 que: «Nadie estará obligado a tomar parte en actos, celebraciones, ritos o prácticas religiosas de cualquier índole.[9]» Nadie tiene, pues, la obligación de ir a los templos, de sufragar sus gastos, de seguir (de una forma activa o pasiva) los diferentes matsuri de la vecindad y, sin embargo, se hace, desde esta completa libertad de la que otros credos tendrían mucho que aprender. Por ello, al quedar casi personalizada la religión por el individuo, nace en él un tipo de creencia / superstición buenista, sin poder coercitivo, sin poseer un sentimiento de obligación cualquiera de las religiones de Japón. Dice al respecto de la superstición en dicho país asiático Lára Ósk Hafbergsdóttir:

Japan has many superstitions concerning a variety of things. There is an abundance of superstitions linked to festivals, funerals and weddings as well as the rituals surrounding these events. Lucky charms are purchased for all kinds of occasions to protect and help people in everyday life and belief in astrology and unlucky days and years in people’s lives, where people should avoid doing certain things, is still strong[10].

Y una marchosa canción del gran Stevie Wonder, que viene muy al hilo de lo que ahora digo para concluir este epígrafe: «When you believe in things / that you don’t understand / then you suffer»[11]. Creer en lo que no se comprende, racionalizar los fenómenos de la naturaleza, la muerte, o buscar apoyo en lo desconocido, casi personificando la asistencia de las divinidades en objetos, dejando a un lado la completa racionalidad, eso es la superstición nipona (aunque la fórmula sirva para aplicarla en cualquier parte del mundo).

2. Una breve noticia sobre la superstición japonesa

En el libro de 1922 firmado por William Thomas y Kate Pavitt, titulado The Book of Talismans, Amulets and Zodiacal Gems, aparecen ya recogidos algunos de los talismanes chinos y japoneses más arquetípicos. No se trata, ni mucho menos, de un estudio exhaustivo, y, más bien, se limitan los autores a dar algunas pinceladas aquí y allá sobre los amuletos protectores más conocidos de la antigua religión china, algunos de los cuales aún podemos encontrar hoy, dejando a Japón en un segundo plano.

Se hace alusión, sin embargo, a las tablillas con inscripciones propiciatorias, a los ema de los templos (a los que luego dedicaremos más atención), cuando escriben: «In Tokio a popular charm consists of a thin piece of wood on which is written the name of the famous shrine Narita; this is worn as a luck-bringer, and for protection from all dangers[12]». Y, en efecto, en el santuario de Narita, que contiene uno de los complejos de templos más visitados de todo Japón -en donde brilla con luz propia su pagoda-, la práctica de escribir sobre las tablillas votivas se viene practicando desde hace siglos y es una costumbre que se encuentra absolutamente vigente en nuestros días. En la página web del templo incluso se nos ofrecen los bonitos modelos de ema disponibles para adquirir en este recinto. Especialmente artísticos son los que tienen al guardián de la tradición budista Vajrayāna Fudō Myō-ō como protagonista.

Después de lo dicho, y al calor de los datos recogidos, entenderá el lector que la respuesta a si el pueblo japonés es religioso o no me parece, por la cantidad de matices que esta ofrece, una cuestión difícil de responder; otros, con mayor conocimiento sobre el tema que yo, han intentado dar resolución a dicho asunto, reuniendo religión, filosofía y espiritualidad en la respuesta[13]. La que sí me parece más fácil de contestar es la pregunta de si el pueblo nipón es supersticioso o no[14].

Indudablemente, el pueblo japonés es en extremo supersticioso, espiritual también en algunos aspectos, pero creo que no de una manera «escandalosa», no quiere vender esa imagen al exterior (esto de la venta de la espiritualidad japonesa ha sido trabajo de los extranjeros, más que de los propios japoneses), sino que vive su espiritualidad de una manera personal, muy recatada, empleándose una fórmula propia para cada individuo, en la que cada usuario mezcla, según sus gustos, elementos del Shintō, del Budismo, del Confucianismo o del Cristianismo. Habita, pues, en el corazón de los japoneses el puro sincretismo[15], la unión entre motivos dispares y, si se quiere, hasta la contradicción entre elementos, pero es una contradicción que se hace con los ojos occidentales, que un japonés no se cuestiona y que, simplemente, se dedica a vivir sin fanatismos, sin la necesidad de convencer a nadie de nada.

Tomando esta premisa como núcleo para este trabajo, en el presente artículo no hablaremos, pues, de Shintō o de Budismo, ni siquiera de doctrinas filosóficas, antiguas o modernas, que conciernen al ancestral Taoísmo o a la Escuela de Kioto, que marcó un claro antes y un después en la historia de la filosofía en Japón, sino que nos centraremos en las creencias del día a día de los nipones, de cómo se ayudan de amuletos y otros objetos mágicos en sus vicisitudes cotidianas. Aunque en las grandes ciudades de Japón sea un fenómeno que tal vez vaya a menos con las nuevas generaciones, en sus zonas más rurales aún podemos constatarlas y comprobar de primera mano cómo se viven desde el corazón de la población[16], que siente una verdadera veneración hacia estos ensalmos, fetiches y demás objetos porta fortuna. La superstición, las creencias mágicas, son parte importante de la religión folclórica japonesa, cuenta aún hoy con muchos creyentes, pero, además, sirve para alimentar a otras religiones institucionalizadas, como el Shintō o el Taoísmo, como nos dice el profesor Ichirō Hori (1910-1974):

Superstitions or popular beliefs are [in Japan][17] like weeds in a wilderness. If the old superstitions are destroyed, new ones emerge after them. In the present scientific age, superstitions connected with science may come into existence. By the relationship between supply and demand, superstition would survive as a whole insofar as man cannot completely resolve the self-consciousness of human weakness, the difficulties of life in human society, the ultimate frustration of human life, and the vague but acute anxiety caused by international or economic-political crises[18].

Según el profesor Hori, la superstición es difícilmente reductible, resiste bien el paso de los años y a la (tal vez sólo aparente) radicación de la racionalidad en la Humanidad. Las religiones pueden cambiar, diluirse, incluso desaparecer de un país, pero la superstición permanece en lo más hondo del ser humano, le ayuda a seguir adelante y se siente acompañado por la grandeza de las fuerzas de la Naturaleza.

3. Breve recuento de cachivaches propiciatorios

Desde los objetos encontrados en la naturaleza, los que no precisa trabajar el hombre con sus manos, hasta los amuletos verdaderamente elaborados, en Japón uno puede encontrar una auténtica plétora de adminículos a los que se le atribuyen la capacidad de atraer la buena suerte o la de alejar los malos influjos. Como digo, los más sencillos tienen que ver con los elementos de la naturaleza, tan admirada por los nipones. Uno de ellos es el que ofrece a los hombres el árbol ginkgo. Tanto en China como en Japón, sus carnosos frutos, pintados de rojo, se ofrecían a los recién casados para que les diesen suerte en su matrimonio, como símbolo de prosperidad y de fortaleza ante las adversidades[19]. El uso de las plantas para atraer la bonanza, sin embargo, no es sólo feudo de las tierras niponas, ni siquiera asiáticas; por representativo y cercano, no puedo dejar de recoger aquí que en muchos caseríos vascos se siguen adornando sus portones con un hermoso cardo, el eguzkilore (carlina acaulis), que, según la mitología euscalduna, se cree que fue un regalo de la diosa madre Amalur a los hombres, ya que con él se protegerían de fantasmas y de los malos espíritus venidos de ultratumba.

Siguiendo con nuestro recuento, uno de los más raros amuletos protectores de Japón que he visto hasta el momento ha sido el relacionado con las legendarias figuras de los baku (los «comedores de sueños[20]»), una especie de jabalí quimérico cuya representación, en papel (quizá la más difundida sea la elaborada por el gran artista del grabado Hokusai) o sobre tablillas, se coloca en los dormitorios, especialmente en los de los más pequeños del hogar, para protegerlos de los malos sueños. Tal vez su intervención venga a través de la aspiración, por medio de su larga trompa, de las pesadillas. Aunque, según otras tradiciones, aquel que sufra de malos sueños puede dirigirse directamente a él y pedirle que los ahuyente recitándole una breve invocación, tras la cual vendrá el sueño reconfortante. En el presente, a pesar de habérsele olvidado en el día a día (o, en el noche a noche, por mejor decir) de los japoneses, el baku sí ha conseguido un lugar en importantes series manga o de animación, como Pokemon, Naruto u Onegaimy Melody (título muy recomendable y poco conocido aún en España, por cierto, en donde es uno de los personajes protagonistas, quien devora las notas musicales negras creadas por las pesadillas de los seres humanos).

Como curiosidad, me gustaría añadir que existen a la venta, disponibles para cualquier supersticioso (japonés o no), unas muy cómodas y curiosas almohadas que llevan por nombre baku-makura (lit.:«almohada baku»), realizadas con la forma de este animal mitológico y con las que se cree que se ahuyentan los terrores nocturnos.

Al contrario de lo que pudiera parecer, estas prácticas, estos objetos propiciatorios no son sólo territorio de los mayores; también los más pequeños tienen sus fetiches favoritos. En el hermoso pueblo de Kawachinagano, no muy lejos de Osaka, pude ver con mis propios ojos cómo en las ventanas y en los balcones de algunas casas se asomaban unos simpáticos muñequitos, a manera de nuestros fantasmillas de sábanas blancas, que reciben el nombre de teru-teru bōzu (lo que se podría traducir como: «monje brilla-brilla»). Su uso se remonta a algunos siglos atrás, y parece ser que fueron los campesinos quienes comenzaron a fabricarlos y a colgarlos fuera de sus viviendas, pidiéndoles que la lluvia cesase en los días de recolección de las cosechas; hoy es corriente que el día antes de un pícnic o de una excursión al campo se cuelguen los teru-teru bōzu en las ventanas. Seguramente este ejercicio se trate de una práctica centenaria, quizá incluso anterior a la aparición de los bonzos budistas (bōzu), y sea concerniente al animismo japonés, aunque es durante el periodo Edo (1603-1868) cuando tiene su momento de mayor desenvolvimiento dicha costumbre, mezclada ya con la religión de Buda[21].

Otro muñeco, aunque tal vez sería mejor decir que es una silueta en dos dimensiones, sería el katashiro; no es fácil encontrar información al respecto, y si algo conseguimos saber por boca de los japoneses es tan sólo que se trata de un amuleto que se usa desde tiempo inmemorial (al parecer, ya se empleaba a finales del periodo Kofun) y que está ligado a los ritos de exorcismo. Un poco más pude conocer en uno de mis viajes a Japón -y gracias al profesor Takashi Sasaki-, por ejemplo, que el material con el que se realiza es papel de color blanco, que estas siluetas humanas cobran un tamaño de entre unos 20-30 centímetros y que existe un gran respeto en cuanto a su utilización se refiere, ya que se les atribuye un gran poder. Entre cánticos y advocaciones los sacerdotes shintoístas realizan aún hoy ritos con estos katashiro, que sirven para expulsar a los espíritus del endemoniado; es en esta parte del ritual cuando al muñeco se le dibujan símbolos o se le escriben kanji sobre él con el fin de ahuyentar al espíritu o al mal que atormenta a la víctima. Cómo termina la vida del katashiro varía según las diferentes versiones: unos dicen que se entierran en las inmediaciones de un lugar santo, otros que se quema o, incluso, que se apuñala de manera ritual. Sin embargo, en el santuario de Kifune[22], en Kioto, son arrojados, junto con su carga maligna, a un río cercano, donde se perderá el daño hacia los humanos y se espera que no regrese nunca. Hasta aquí todo lo que he podido saber en primera persona o lo que he podido leer en libros con respecto a los intrigantes katashiro. Sí me gustaría hacer notar que mientras que los ema y los teru-teru bōzu se ven como elementos amables, que se regalan, coleccionan o se comparten, el katashiro sigue infundiendo cierto respeto a los japoneses, ya que lo mismo que puede servir para sacar al espíritu del cuerpo, puede servir para maldecir a alguien, escribiendo el nombre y frases que harán que los espíritus persigan a la persona elegida. Este conjuro se recoge en una antiquísima obra de teatro Nō, Kanawa (lit.: «El trébede de hierro»), de autor desconocido e inspirada por el imponente Heike Monogatari, en la que un marido endemonia a su primera mujer, víctima de los celos ante la segunda esposa que toma su cónyuge, más joven y hermosa. Como vemos, entre sus poderes está también la capacidad de aojar a quien no se quiere bien.

Del bullicioso periodo Edo parece originario un fetiche que es muy fácil de encontrar presidiendo las tiendas y negocios de profesionales autónomos, tales como fabricantes de futones, zapateros, vendedores de farolillos, etc., me refiero al simpático muñeco que representa a Fukusuke. El niño Fukusuke, o el enano Fukusuke, según otras versiones, parece que fue alguien natural de Kioto, la cuna de la mercadería junto con la cercana Osaka, que tuvo buen olfato para los negocios y que logró prosperar, paso a paso, partiendo desde lo más bajo hasta llegar a amasar una considerable fortuna; por ello, los comerciantes lo tienen en sus locales, para que les inspire y proteja. Aparece como un candoroso jovencito vestido como un samurái y luciendo unas grandes orejas[23], que está realizándonos una reverencia. No es raro tampoco encontrar a lo largo de Japón tiendas de ramen o restaurantes de sushi que llevan su nombre, como si con este gesto el local quedase bendecido. Otras curiosidades relativas a este muñeco serían que algunos artesanos, a la hora de realizar los animales del calendario chino, hacen que adopten su iconografía, o que también aparezca en las cometas tradicionales niponas, en los juegos de cartas, ilustraciones infantiles, tarjetas de felicitación, abanicos, perinolas, etc.

Como Fukusuke, las estatuillas de madera, marfil, porcelana o plástico de los Siete Dioses de la Fortuna (Shichi Fukujin, en japonés) están disponibles por todo Japón y son un bonito suvenir para traer del país asiático. Los nombres de estas divinidades son: Ebisu (el único de todos que es japonés de pura cepa, coetáneo de los primeros kami del país, es el protector de los negocios, las cosechas y la pesca); Daikokuten (dios de procedencia china del comercio y de los agricultores. Siempre se le representa sonriente); Bishamonten (originario de la India, es el dios de las batallas y de la guerra; viste armadura y yelmo y castiga a los malvados); Benzaiten (es la única mujer del grupo, oriunda de China, es la diosa de la música y la hermosura, pero también de la sabiduría y la elocuencia); Jurōjin (también proveniente de China, es el dios de la longevidad y algunas versiones lo hacen la reencarnación del sabio taoísta Hsuan-wu, una de sus habilidades más admiradas es que es capaz de resucitar a los muertos); Fukurokuju (también chino, aparece representado como un anciano con cabeza alargada. Una grulla (símbolo de la sabiduría) y una tortuga (símbolo de la longevidad) son sus fieles compañeros); y el último del grupo es Hotei (protector de los niños, de los caminantes, de los taberneros y de los adivinos. Va cargado con unos grandes fardos de tela en los que lleva regalos para los que confían en él). Todos ellos son muy conocidos y en muchos hogares nipones se encuentran sus figurillas, a las que se les suele ofrendar incienso, mandarinas y pequeños exvotos más personales.

Siempre en el ámbito de estas creencias propiciatorias, los altares familiares ocupan un lugar importante en la vida de los japoneses. Normalmente estos se componen de las fotografías de los antepasados fallecidos más directos, que se encuentran acompañadas de alguna imagen o una pequeña estatua de Buda, junto a alguna ofrenda más, como mandarina, flores frescas, ramas recién cortadas de algún árbol o barritas de incienso.

El hecho de tener pequeños altares familiares en el domicilio va más allá del lugar en el que habita toda la familia. En algunos negocios, entendidos como extensiones mismas del hogar, es posible encontrar altares recoletos que ocupan un lugar privilegiado de la estancia principal. Sin embargo, hemos de distinguir ahora dos tipos de altares: el kamidana y el butsudan. El primero de ellos es una reproducción a pequeña escala de un templo shintoísta[24]. Está construido íntegramente en madera (normalmente de ciprés), suelen tener unos 50 centímetros de alto, variando su longitud, y es uno de los lugares que más se cuida de la casa. También es frecuente ver enmarcado el altar con la cuerda sagrada trenzada con pajas de arroz (shimenawa[25]), que, en sí misma, ya es un amuleto contra los malos espíritus, adornada también con los papeles blancos recortados en zigzag (shide). Además de todo esto, se pueden hallar en el kamidana pequeños objetos ligados al culto de esta religión y propios de los grandes templos, sólo que en miniatura, como espejos, abalorios, cuencos para el saké o el arroz, incensarios y una (o dos) imagen de Inari, la deidad con apariencia de zorro blanco que velará por el bienestar de la familia. Del mismo modo, los fieles pueden añadir objetos personales -tales como rosarios u otras imágenes- en la parte frontal del kamidana, como juguetes de su infancia y otros amuletos más. Eso de adornar los altares con elementos queridos para el fiel me recuerda mucho a las capillas portátiles de los toreros, las estampas religiosas en las taquillas de los militares destacados en lugares bélicos o a los rincones de las casas de las familias cristianas dedicados a las fotografías de sus miembros, en donde se incluye alguna estampita de la Virgen, del santo o del Cristo del que se sea más devoto, uniendo en un mismo sitio a la familia y a la tribuna santa, como sucede en los hogares de Japón.

El butsan, por su parte, es el equivalente budista del kamidana. Suele abundar el color dorado de las imágenes o del pan de oro que cubre la madera. Además de incienso y otras ofrendas, también es el lugar en el que algunas familias conservan temporalmente las cenizas de sus difuntos, o las ihai, tablillas de madera en las que se caligrafía el nombre del fallecido, junto a oraciones propiciatorias para calmar a los malos espíritus o para evitar que estos entren en el hogar.

Además de los altares descritos, en bastantes casas japonesas es más que probable encontrar otro amuleto que preside la entrada del hogar o su salón principal, ligado, como otros muchos, a la tradición shintoísta, me estoy refiriendo al hamaya[26] o flecha de madera de punta roma, que ha sido siempre bendecida por un sacerdote de esta religión. Muy vistosa, y con un precio que oscila entre los 1500-2000 yenes, está adornada con cintas de colores, cascabeles y un pequeño ema en el que se representa el animal chino correspondiente a ese año. Sus compradores piensan que la flecha les protege de los malos espíritus y que atrae la buena fortuna. Durante un año ha de mantenerse en el hogar, para, al finalizar este, volverla a llevar al templo de donde salió, donde será quemada junto a otras muchas flechas más, de manera ritual, y donde el acólito llevará otra para su casa, previo paso por caja. Se trata, en definitiva, de la colorida representación imposibilitada de una flecha que no es tal, sino su símbolo. La tradición marca que las madres regalen a sus hijos varones estas flechas de madera para que traigan las bendiciones de los kami a sus hogares y los protejan de enfermedades o de malas situaciones económicas, accidentes, etc.

Y por la vistosa hamaya llegamos a uno de mis amuletos japoneses favoritos, me estoy refiriendo a los ema[27], las tablillas votivas en las que los creyentes plasman sus deseos y las cuelgan luego en los recintos de los templos shintoístas y también budistas, pues tan difundido está ya su uso. Se cree que estos deseos serán leídos por los kami tutelares del jinja en el que se depositan. Con las ventas de los ema y de otros amuletos se financian los gastos del templo, y, por pequeño que sea este, siempre son una buena fuente de ingresos. Es muy común ver las peticiones de los fieles en el reverso de los ema, amontonadas unas sobre otras, no lejos del altar principal del kami residente. Las peticiones son de lo más variopintas, desde pedir por la salud de la familia, aprobar un examen o el deseo infantil de tener una mascota en casa. Todo puede pedirse, ya que los kami están dispuestos a escuchar cualquier plegaria.

Como nota curiosa, confieso que conozco a un buen número de japoneses y de no japoneses que coleccionan ema como quien colecciona sellos o tarjetas postales, y, es que, aunque algunas de ellas sean muy sencillas, otras muestran verdaderas obras de arte sobre su superficie lígnea, referentes a pasajes mitológicos de Japón, a divinidades o a héroes de su tradición literaria, pero también las hay que representan a los más actuales personajes de manga y anime.

Con forma antropomórfica se fabrican las enigmáticas muñecas sarubobo, que muchos occidentales hemos comprado sin saber qué eran en realidad, ya que esconden una vieja tradición folclórica, la que tiene que ver con la bonanza de los hogares y de las parejas recién casadas. Estas muñecas, elaboradas originalmente con girones de tela sobrante, las regalaban las madres y abuelas a sus hijas y nietas. Se cosían con cuidado, pero sus rostros aparecían siempre completamente vacíos, sin narices, bocas u ojos. En el hermoso pueblo de Monsanto -y en otras pequeñas localidades del Alentejo portugués- podemos encontrar un tipo de muñecas muy similar a las japonesas en cuanto a su apariencia y, lo que es más sorprendente, igualmente en lo referente a su origen, ya que también eran realizadas por las mujeres de las familias a partir de trapos o pedazos de telas que ya no servían para vestir a las personas, y también las ofrendaban a sus hijas, nietas o sobrinas para que estas fuesen bendecidas con muchos hijos; del mismo modo -y tal y como sucede con la tradición japonesa-, también se regalan para que atraigan la bonanza hacia el hogar. Las rodea todo un complejo rito y ciertas celebraciones relacionadas con la fertilidad, la familia y la comunidad. Como las sarubobo, no tienen ni dibujados o modelados los rasgos faciales, en el caso de las lusas, al estar las muñecas bajo el colchón del matrimonio, se borraban estos rasgos para que no pudieran escuchar o hablar nada de lo que sucedía en la alcoba del matrimonio[28], no en vano, es el lugar más íntimo de la vivienda.

Las sarubobo, además de ser un amuleto en el ambiente familiar, como protector de sus integrantes, se ha convertido en los últimos años en un producto para vender a manera de suvenir, existiendo una larga nómina de sarubobo con colores diferentes y poseedoras de utilidades diferentes. Así, entre otras tonalidades, la sarubobo roja es la más tradicional, la ligada a la familia; la azul es para tener éxitos profesionales; la amarilla sirve para atraer el dinero; la verde para pedir un deseo; la rosa es especialmente usada por las mujeres que buscan enamorarse; la violeta para desear una vida longeva; la naranja para rogar por un viaje seguro, etc.

Para el final de este epígrafe he dejado el que quizá sea el amuleto más difundido a nivel mundial de cuantos existen en Japón, el Maneki-neko, el gato que atrae la fortuna. El gato, yo diría que por encima del perro, es el animal más amado por los japoneses. Pienso para esto en protagonistas de series como Doraemon, los Samurai Pizza Cats, o las exitosas novelas «felinas» como son El gato que vino del cielo y, más recientemente, A cuerpo de gato (amén de los muchos haikus protagonizados por gatos[29]). Es, desde hace tiempo, el animal más mimado por los japoneses. Existen cafeterías temáticas donde los clientes pueden acariciar y jugar con estos animalitos. En el ámbito de los amuletos, es interesante saber que muchas de sus efigies están combinadas con las de otros personajes de la religión en Japón, tales como Daruma (el monje persa de capucha roja fundador de la rama zen del budismo, convertido en el país asiático en simpático tentetieso), pero también Ebisu u Hotei, lo que señala aún más el carácter híbrido de la religiosidad nipona. Yo diría que una casa que no tiene uno de estos gatitos, lo mismo que una mesa de oficina o la entrada de una tienda, no está del todo completa en Japón. Como sucede con las sarubobo, los diferentes colores del gatito significan que tienen una utilidad u otra: verde para atraer la suerte al hogar, plateado y dorado para el éxito de los negocios, el rosa para conseguir pareja...

El kumade (lit.: «zarpa de oso»), por su parte, es todo un derroche barroco de amuletos nipones, los hay de todos los tamaños y para todos los bolsillos, desde los más pequeñitos y fáciles de transportar (para niños o turistas que quieren llevarse un colorido recuerdo de Japón a sus casas) hasta verdaderos estandartes, pesados y elaborados. Su nombre viene dado por las «garras» del rastrillo que vertebra todo el amuleto. En su parte superior pueden colocarse tantos talismanes como espacio haya o permita la pericia del artesano. Casi de obligada presencia es la máscara de la diosa shintoísta Otafuku, diosa de la prosperidad y la fertilidad (ligada al mito fundacional de Amaterasu y de la cueva en la que se recluyó), que tuvo un gran arraigo en los festivales del Shintō rural[30] y que aún hoy es muy querida por los japoneses, debido a su pureza y su corazón amable. Otros elementos que aparecen en el kumade son las carpas de color rojo, igualmente símbolo de la buena suerte, o farolillos de papel con mensajes propiciatorios; hay también otros amuletos de papel, con kanji o expresiones de bonanza escritos en ellos, troncos de bambú, representaciones de las monedas antiguas de Japón (koban), etc. Nuestros amigos japoneses nos insistirán en que cada año hay que adquirir un kumade mayor (y, por consiguiente, más caro), para que nuestra prosperidad sea cada año también mayor, ya que con este desembolso estamos pidiendo al universo que se nos compense por dicho esfuerzo crematístico.

4. Una breve nota sobre los amuletos regionales

Los reseñados hasta ahora son amuletos que uno puede encontrar por todo Japón, sin embargo, existen otros que tan sólo encontraremos en puntos señalados del país. En Nara, Kawachinagano y sus alrededores, por ejemplo, en las casitas bajas de estas zonas, encontraremos un curioso amuleto orgánico, el hiragiiwashi, que está formado por una rama de acebo de unos 20 centímetros a la que se le ha pinchado una cabeza de caballa o de jurel en su parte superior. Este objeto se prende en vertical en las puertas de las casas, normalmente en uno de sus laterales, y se cree que ahuyentará a los malvados oni[31] de los hogares, ya que se pincharán con el cardo en los ojos al acercarse para ver qué es; además, el olor a pescado en descomposición los mantendrá lejos de allí. Encuentro un rudo parecido entre el hiragiiwashi con las kingyonebuta, de la región de Aomori, donde se fabrican cabezas de pez (o el pez entero), adornadas con tiras de papel, que se emplean en los festivales anuales de dicha zona.

De la región de Fukushima son originarias unas preciosas figuritas de caballos de madera pintados de negro o de blanco (koma), puesto que allí se celebra un festival anual que recuerda mucho a nuestra «rapa das bestas»; se supone que la fuerza de este animal protegerá nuestros hogares. También en Fukushima encontramos la vaca de color rojo aka-beko, que protege a los niños de la viruela y el sarampión.

Mención aparte merecen los amuletos fabricados por la etnia Ainu, ubicados principalmente en la isla de Hokkaidō. Los chamanes de Shahalin perteneciente a esta raza, por ejemplo, tallan en madera unas curiosas muñequitas, las nipopo, que deben estar siempre con los niños de la casa y cuya misión es protegerlos de las enfermedades. Tal vez el más raro de todos estos fetiches sea el que encontramos en el bonito santuario shintoísta de Yushima, situado en la capital nipona. El recinto está dedicado a Tenjin[32], el kami que protege a los estudiantes, profesores y escritores. Una vez al año, cada 25 de enero, se puede comprar allí un curioso amuleto hecho de madera y que tiene la apariencia de una especie de pajarillo totemificado. Se le denomina «pájaro de las mentiras» o «pájaro mentiroso», y se supone que tiene la extraña capacidad de cambiar nuestras mentiras por verdades. Es una curiosa contradicción, máxime al tratarse de un recinto dedicado a los hombres de letras. Tal vez el mensaje que quiere enseñarnos es que nuestras mentiras deben ayudarnos a aprender de ellas.

Y la lista sería larga y variada; otro ejemplo de estos amuletos locales serían los e-fuda dedicados a Inari que se venden en el grandioso conjunto de templos de Fushimi, en Kioto. En el mismo pliego se dan cita las representaciones de la diosa zorro, la serpiente blanca (presente en las creencias supersticiosas del país) y otros objetos votivos más, como barriles de saké u ofrendas de alimentos para los kami.

5. Entre lo divino y lo humano

En lo referente a la relación entre los creyentes y el más allá, aunque cada vez su número es menor, existe aún, sobre todo en el norte del país, la figura de la itako[33]. La itako es el vestigio todavía vivo del chamanismo más auténtico de Japón. Este papel lo representan siempre mujeres ciegas que, por su especial sensibilidad, pueden tener contacto con el mundo de los difuntos y con el de los kami. A ellas los fieles les plantean dudas sobre su futuro, sobre la bonanza de un negocio o la prosperidad de la familia. Resulta sorprendente conocer la dureza del entrenamiento de las jóvenes itako, que deben sufrir en sus cuerpos que se les arroje agua helada a diario como medida de purificación. Luego de ese periodo de ascetismo y de preparación, en el que también se les transmiten conocimientos de medicina natural y de fórmulas de aojamiento y conjuros o cánticos rituales -siempre por cuenta de las itako de más edad-, las aspirantes estarán preparadas para ocupar su lugar en el grupo. Será entonces cuando tenga lugar el «matrimonio» de las recién egresadas itako con un kami; para ello, las jóvenes llevarán el tradicional traje de novia japonesa y se seguirá la parafernalia de la ceremonia como si de dos contrayentes humanos se tratase. Con este acto ritual y sagrado se sellará la fidelidad de la itako con la divinidad de por vida y, por ende, con la comunidad, a la que servirá, poniendo a su disposición su capacidad para ponerse en contacto con el más allá. A día de hoy, las itako tienen una excelente consideración social y se respetan sus dictados. Muchas familias acuden a ellas para ponerse en contacto con sus antepasados, puesto que conocen un gran número de cantos, ensalmos, formulas rituales, de protección y para ahuyentar a los malos espíritus. Desde sus viviendas apartadas son siempre respetuosas y silenciosas, y, a veces, hacen incluso de psicólogas, escuchando con atención los problemas de quienes llegan hasta ellas[34].

No muy frecuente aún dentro de las monografías hechas en nuestro idioma sobre las creencias de los japoneses es la descripción de la práctica de un tipo de magia denominado onmyōdō. Una gran mayoría de la población adulta sabe de qué se trata, algunos dirán que aún existen estos adivinos y cabalistas, pero muy pocos son los que confiesan abiertamente que ellos u otros japoneses recurren a sus servicios, aunque, quienes la practican dicen que tienen una buena clientela. Sobre el terreno resulta difícil extraer datos fiables sobre esta práctica centenaria. Algunos amigos me dicen que hay quien consulta por cómo irá su carrera laboral o el acceso a la universidad de sus hijos (una preocupación entre los jóvenes japoneses que comienza años antes de que esto tenga lugar), o algunos recurren para conocer el futuro de su empresa, pero poco más sé de primera mano. Es frecuente ver ligado al onmyōdō la estrella de cinco puntas (gobokusē), un símbolo que en China (su país de origen) y en Japón simboliza a los cinco elementos (representado cada uno de ellos por un color) y que, por ejemplo, se encuentran sublimados en los recintos dedicados a los combates de sumō. Y lo mismo sucede con la cortina ritual (agemaku) que separa la antesala (kagami no ma) del escenario principal del Nō (hon butai), en donde también aparecen estos cinco colores rituales, simbolizando, tal vez también, el paso del mundo de los vivos o del presente a los tiempos míticos de los personajes que harán su aparición por allí.

Como vemos, la superstición, las creencias populares y los amuletos imbrican todas las facetas de la vida diaria en Japón, desde la protección del hogar hasta prevenirse contra las multas de tráfico[35]; incluso me atrevo a afirmar que también buena parte de sus artes se nutren de ellas. Para finalizar, traigo aquí un haiku, la más universal de las estrofas japonesas, en donde uno de estos amuletos, el inmon, que es propio sólo de algunos templos budistas, protagoniza el poema:

御印文の頭に花のちりにけり
go-inmon no
atama ni hana no
chiri ni keri

Dispersas sobre
el sacro amuleto,
flores de sakura[36].




BIBLIOGRAFÍA

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Apéndice: un manga para comenzar a (re)conocer el rico folclore japonés

Existe en Japón un título manga para el que hay unanimidad en la crítica a la hora de dedicarle afectos: GeGeGe no Kitarō, del gran Shigeru Mizuki (1922-2015); ese dibujante excepcional que perdió su brazo izquierdo (el mismo que le quedó inutilizado a don Miguel de Cervantes en Lepanto) combatiendo en la Segunda Guerra Mundial, lance que le servirá de inspiración para rubricar varias de sus obras[37].

Al maestro Mizuki no se le pueden negar dos cosas: el haber entusiasmado a varias generaciones de japoneses con las aventuras del joven Kitarō y su importante labor como folclorista, que ha quedado plasmada en sus títulos. En español nos han llegado ya sus dos enciclopedias sobre monstruos y sobre espíritus nipones[38], que son dos monumentos erigidos para honorar al patrimonio cultural del país asiático. Yo he podido leerlas en italiano[39] antes de que se tradujeran a nuestro idioma, y la precisión y la cantidad de personajes sacados de cuentos, leyendas y tradiciones fantasmagóricas de Japón es apabullante, lo que da idea del conocimiento que sobre el tema poseía Mizuki. Por ello, si alguien es responsable en el país del Sol Naciente de la pervivencia de las antiguas leyendas, de que los cuentos confesados alrededor de la hoguera pervivan aún en la memoria de los más jóvenes, empleando un idioma acorde a su idiosincrasia, ese ha sido Shigeru Mizuki. Mizuki se ha nutrido de las historias de miedo del pueblo japonés, de los kaidan, que serían una: «discusión o transmisión de los cuentos de lo raro, extraño o misterioso[40]», de los seres que han asustado a los niños en las noches de tormenta, de la materialización imaginaria de los miedos, de seres imposibles que se vuelven muy probables. Un terreno en el que se mezclan las supersticiones del pueblo, tan ricas y variadas, con lo que se entiende por religión sistematizada. Por ejemplo, esto sucede con divinidades-fetiches del Shintō como son los Chimata no kami o los Tsuji-no-kami, antiguos dioses protectores de las encrucijadas o de los caminos que se bifurcan, parecidos al Jano de la cultura latina; o con los animales que dan miedo, como los bakeneko, inugami, los escurridizos kappa o el abura-sumashi. Todos antiguos, todos fielmente caracterizados por Mizuki según se han descrito en Japón a lo largo de los siglos.

Volviendo a lo que nos ocupa en este breve apéndice, GeGeGe no Kitarō (ゲゲゲの鬼太郎)[41] se creó en 1959, pero ha acompañado a diferentes generaciones de aficionados al buen manga y al anime hasta el día de hoy. Cada uno de sus ingredientes está tomado del rico patrimonio folclórico y religioso del pueblo japonés[42]; a tanto llega esta filiación que para quien no lo conoce le resulta difícil comprender la totalidad de sus contenidos. Para el interesado en adentrarse por los terrenos del folclore japonés, que impregna páginas de la prosa del periodo Edo, muchas obras del teatro Kabuki o las estampas coloridas de los ukiyo-e, es necesario comprender preceptos y costumbres de la religión en Japón, ya que influyen en dichas expresiones artísticas y también en la forma en la que se desarrollan los capítulos de GeGeGe no Kitarō. Medama-oyaji[43], por ejemplo, el padre de Kitarō, es un ojo con brazos y piernas que disfruta con estar limpio, purificando su cuerpo empleando el agua, que aleja la suciedad o la impureza (tsumi), algo que se realiza en los rituales cotidianos de templos budistas y shintoístas. Así, la pasión de Medama-oyaji está directamente relacionada con el harae o harai del Shintō, un proceso de ablución en donde el agua (y también la sal) sirve para purificar al fiel[44].

No sólo están allí los rituales religiosos, también encontraremos los engendros ligados a la vertiente más supersticiosa de las religiones de Japón, como los hitotsume-kozō, que aparecen descritos como pequeños monjes budistas de un solo ojo gigante en mitad de su rostro y que Miziku ha dibujado en muchas ocasiones. Seres quiméricos que no dejan de estar en el imaginario de los japoneses, ya que, aunque algunos se dedican a asustar a los humanos, gran parte de estos monjes deformes se dedican a indicar a quienes hacen ruido o hablan en voz alta que deben guardar silencio, algo de lo que gustan disfrutar los japoneses[45].

El respeto a los cementerios, donde reposan los restos de nuestros antepasados, también está recogido en la obra más conocida de Mizuki, al igual que la ligazón de algunos espíritus (buenos o malos) a nuestro mundo, ya que suelen rondar por estos lugares sagrados. Algunos son representados como sombras, otros como fuegos fatuos y los más terribles, los yūrei, como mujeres famélicas vestidas de blanco. Estos son los espíritus de las mujeres que cometieron suicidio o que tuvieron una muerte violenta, de ellos es mejor mantenerse bien alejados.

El protagonista de GeGeGe no Kitarō es la bisagra entre el mundo de los humanos y el más allá. Aunque su naturaleza es yōkai, su apariencia es totalmente la de un niño humano (salvo por la pérdida de su ojo izquierdo al nacer[46], cuya cicatriz se cubre con su largo flequillo). Es un niño, como el común de los espectadores, tiene una apariencia muy parecida a ellos, quienes se identifican y querrían vivir sus mismas aventuras. Kitarō tiene amigos fieles, bromea y se divierte, pero también corre peligros enfrentándose a otros yōkai.

En el primer capítulo de la serie: «Ha nacido Kitarō», se hace una pregunta fundamental a uno de los personajes, pero también valdría para ser formulada a los espectadores: «¿Cree usted en los fantasmas (yōkai)?». Es un capítulo interesante, en el que se habla de una antigua «tribu fantasma», pacífica, a la que no le gusta pelear, que existía antes de los humanos, pero que fue condenada -por la condición despiadada de estos- a vivir en las entrañas de la tierra. Kitarō nace/viene de una tumba que un humano ha preparado para que los cuerpos de dos espíritus descansen en paz. En definitiva, Kitarō nace de un ritual hecho para aplacar a estos fantasmas. La realización del momento asombra al espectador: un grupo de estelas sobre las que está representado Jizō[47] sangra por su ojo izquierdo, preconizando lo que le sucederá al personaje que da nombre a la serie y que será uno de sus rasgos distintivos.

Estas añosas leyendas -que tal vez sean el patrimonio más auténtico de cualquier pueblo-, donde los protagonistas son los yōkai, son la fuente principal de donde se nutren las viñetas de Mizuki, y lo ha hecho de forma magistral. A pesar de los años con los que cuenta su obra más famosa, los jóvenes nipones leen y ven la serie; con ella conocen sus tradiciones y el respeto hacia la naturaleza, hacia los representantes más rotundos e imponentes de su imaginario, como son los viejos árboles, que son kami una vez han alcanzado los cien años, recibiendo la veneración de la comunidad. Todos estos personajes están tratados con toda delicadeza por Mizuki, que ha respetado las descripciones que se han hecho de ellos desde la antiguedad para trasplantarlas al manga o a los dibujos animados.

Pero, aunque conocido y disfrutado por generaciones, GeGeGe no Kitarō no es una isla en el amplio océano del manga japonés. Otros muchos buenos título, menos conocidos en Occidente (aunque la obra de Mizuki sigue siendo desconocida para muchos occidentales) también tienen una temática religiosa. Resulta curioso para el occidental comprobar cómo en Japón existen editoriales de mangas especializadas en la temática religiosa, como la casa Suzuki Publishing, que publicó (desde 1989 a 1997) la friolera de ciento ocho volúmenes del tipo Bukkyō kommikusu («Cómics de temática budista»), en los que están expuestos los preceptos, la historia o la vida de los principales artífices del budismo, utilizando en todo momento la estética del manga. Dicha casa editorial, que cuenta con un catálogo interminable, se ha especializado en explicar las reglas de esta religión a los más pequeños, como, por ejemplo, en un bonito libro, 明日への家庭 (algo como: La familia del mañana), que trata sobre la relación entre el ámbito familiar y la religión. No ha sido el único ejemplo, memorable fue la biografía manga del monje y calígrafo Ikkyū Sōjun (1394-1481). Hecha en cuatro volúmenes, no sólo narra la vida (desde la cuna a la sepultura) de una de las personalidades más excéntricas del budismo japonés, sino que están también la convulsa historia del país, las intrigas palacianas, la evolución de las artes niponas, como por ejemplo el teatro Nō, que tan bien ha documentado su guionista e ilustrador, Hisashi Sakaguchi (1945-1995), quien comenzó su carrera nada menos que con el «kami del manga», Osamu Tezuka (1928-1989). Como sucede con las obras de Mizuki, estos son caminos muy válidos para adentrarse por las religiones y el folclore de Japón, para conocer su pensamiento y, desde luego, para conocer mejor a los propios japoneses.

Fernando Cid Lucas

Investigador GIR[48]




NOTAS

[1] En: http://dle.rae.es/?id=VqE5xte (última consulta: 05/12/2019).

[2] La cursiva es mía.

[3] Una valiosa descripción, válida para aplicar a cualquier punto del planeta, la dan los profesores NG, Travis, CHONG, Terence y DU,Xing, en su esclarecedor artículo titulado: «The Value of Superstitions», disponible en formato PDF en: http://homes.chass.utoronto.ca/~ngkaho/Research/ValueOfSuperstitions.pdf (última consulta: 10/12/2019).

[4] En nuestro idioma sigue siendo de consulta indispensable el libro del profesor de la Universidad de Salamanca: FALERO FOLGOSO, Alfonso, Aproximación al shintoísmo, Salamanca, Amarú Ediciones, 2007.

[5] Para profundizar más en este asunto, consúltese: READER, Ian, «Sumo: The Recent History of an Ethical Model for Japanese Society», International Journal of the History of Sport, nº 6 (3), 1989, pp. 285-298.

[6] Ian Reader, de la University of Lancaster, ha dedicado varios de sus trabajos académicos a este fenómeno; véase, por ejemplo, el artículo titulado: «Japanese New Religions: An Overview», disponible en formato PDF en: http://www.wrldrels.org/SPECIAL PROJECTS/JAPANESE NEW RELIGIONS/Japenese New Religions.WRSP.pdf (última consulta: 30/03/2020).

[7] Esta se encuentra traducida al castellano, íntegra, y disponible en formato PDF, en la dirección web: http://www.cu.emb-japan.go.jp/es/docs/constitucion_japon.pdf (última consulta: 30/03/2020).

[8] Recomiendo encarecidamente para profundizar en este asunto, nada baladí a la hora de comprender mejor la naturaleza del pueblo japonés, el excelente trabajo firmado por PEDRIZA, Luis, «La libertad de creencias en la constitución japonesa», UNED. Revista de Derecho Político, nº 89, enero-abril 2014, pp. 269-298.

[9] En: http://www.cu.emb-japan.go.jp/es/docs/constitucion_japon.pdf (última consulta: 30/03/2020).

[10]En: Contemporary popular beliefs in Japan, 2010, p.7 (disponible en formato digital PDF en: http://skemman.is/stream/get/1946/6174/17633/1/BA_ritgerð.pdf ).

[11] En: http://www.musica.com/letras.asp?letra=101672 (última consulta: 07/06/2020).

[12] THOMAS, William y PAVITT, Kate, The Book of Talismans, Amulets and Zodiacal Gems, London, William Rider & Son, 1922, p.51.

[13] Léase, por ejemplo, el artículo de: LANZACO SALAFRANCA, Federico: «Buscando las raíces de la religión del País del Sol Naciente», Revista Kokoro, nº 28, 2019, pp. 3-11.

[14] Para ahondar en este tema, léase el interesante artículo de: BETROS, Chris, «How religious are Japanese people?», disponible en la web: https://www.japantoday.com/category/opinions/view/how-religious-are-japanese-people (última consulta: 26/03/2020).

[15] Léase: BARRETO, Romano y ALBA, Carlos H., «Sincretismo Religioso: (Los japoneses en la ribera de Iguape)», Revista Mexicana de Sociología, vol. 6, no. 3, 1944, pp. 347–358.

[16] Véase para esto el libro de: MARTÍNEZ, Dolores, Identity and Ritual in a Japanese Diving Village: The Making and Becoming of Person and Place, Honolulu, Hawaii University Press, 2004.

[17] La cursiva es mía.

[18] HORI, Ichirō, Folk Religion in Japan. Continuity and Change, Chicago, Chicago University Press, 1968, p. 47.

[19] No olvidemos que el ginkgo simboliza en muchas partes del continente asiático la dualidad del mundo: el principio masculino y el femenino, el cielo y la tierra, lo visible y lo oculto, el sol y la luna, el ying y el yang… elementos que están recogidos en lo que quiere ser el matrimonio ideal.

[20] La creencia en los baku la podemos constatar, sobre todo, en las prefecturas de Fukushima y Kumamoto.

[21] Léase para esto: MIYATA, Noboru, «Weather Watching and Emperorship», Current Anthropology, nº 28 (4), 1987, pp.13-18.

[22] Consagrado a Takaokami no Kami, uno de los dioses del agua según la tradición shintoísta.

[23] Esto es símbolo de inteligencia y de buena suerte. Recordemos que, según nos cuenta la tradición, Buda nació con grandes lóbulos en sus orejas.

[24] También es frecuente encontrarlos en los dōjō de las distintas artes marciales niponas.

[25] Léase, para ahondar en su significado, lo recogido en: «Shimenawa & Rock. More glimpses of unfamiliar Japan», en: http://ojisanjake.blogspot.com.es/2010/03/shimenawa-rock.html#.WEWdR7LhDIU (última consulta: 05/12/2019).

[26] Podríamos traducir este término por algo así como: «flecha vence demonios» o «la flecha que aleja a los demonios». En un principio hama significaba «objetivo», «elemento hacia el que se dirige o sobre el que repercute una acción». Ya, por su parte, significa «flecha».

[27] O «pintura de caballo». Es un término algo enigmático, aunque, a decir verdad, muchos templos shintoístas, como el Santuario Nakamura de Sōma, ofrecen al devoto hermosísimos ema con este animal como protagonista al módico precio de 1000 yenes (en el presente año 2020). Al parecer, en la antigüedad, para realizar una gran ofrenda a los templos se entregaban caballos vivos, lo que era visto como un acto de gran sacrificio por parte del donante, con el tiempo, el caballo se entregó en efigie, dibujado sobre estas tablillas. El tamaño de estos objetos también fue evolucionando, al principio eran mucho más grandes de los que podemos comprar hoy en los templos para ofrendar a los kami.

[28] VITERBO, Francisco, «As candeias na religião, nas tradições populares e na industria», Revista Lusitana, vol. XVI, Lisboa, Livraria Clássica Editora, 1913, pp. 41-80.

[29] Léase el curioso artículo de: RODRÍGUEZ-IZQUIERDO Y GAVALA, Fernando, «Amores gatunos en el haiku japonés de primavera», Vuelta, nº 229, 1995, pp. 19-20.

[30] La risueña Otafuku tiene, tras su inocentona apariencia, ciertas connotaciones sexuales, con la fecundidad, en concreto, por lo que es adorada también como diosa de la prosperidad y de la fertilidad, sobre todo, de las cosechas. Perdonará el lector el exceso de confianza, pero, no puedo por menos que recomendar ahora un libro con el que he disfrutado como con pocos, claro, capaz de darnos muchas claves sobre el funcionamiento y el significado de los ritos en el Japón más rural: KATOH, Amy & SATOH, Yutaka, Otafuku: Joy of Japan, Tokyo, Tuttle, 2005.

[31] Los oni son ogros torpes, corpulentos y bárbaros, a los que se les representa con cuernos y con la piel de color rojo, azul o negro, blandiendo una gran clava de metal. Son curiosos por naturaleza, amigos de lo ajeno y muy crueles, son frecuentes en los cuentos tradicionales que se narran de viva voz a los más pequeños. En el famoso cuento de Momotarō, por ejemplo, aparecen como el principal enemigo a vencer por el valiente niño-melocotón.

[32] Deificación del gran poeta y estadista del periodo Heian Sugawara no Michizane (845-903).

[33] Los kanji que se emplean para escribir esta palabra son dos: 巫: «adivina, maga o mujer empleada en un templo»; y 子: «niño, desdencendencia, pero también es el kanji que usamos para referirnos al primer signo del calendario chino, la rata, símbolo de riqueza y de prosperidad, aunque se relaciona también con la muerte, con el más allá y con lo oculto».

[34] Véase, para profundizar en estas personalidades de la religión popular japonesa, el interesante trabajo de: NAUMANN, Nelly, «The itako of North-Eastern Japan and Their Chants», NOAG, nº 152, 1993, pp. 1-14.

[35] En el Kasuga-taisha de Nara, por ejemplo, se puede comprar este tipo de amuleto.

[36] Agradezco, de todo corazón, la traducción de este haiku del gran Issa (1763-1827), hecha, ex profeso, por el profesor Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala para su publicación en este artículo. En cuanto a sus versos, las anotaciones del profesor Rodríguez-Izquierdo son: «atama, además de «cabeza», puede ser la parte alta de cualquier cosa, aunque el objeto en cuestión no sea alto; en nuestro caso, se trata de la parte alta de un inmon u objeto protector. Por tanto, nos ha parecido correcto que se traduzca por «encima de» o «sobre», como hemos hecho. Entre «talismán» y «amuleto» creemos que es mejor el segundo sustantivo, pues el primero hace acabar el segundo verso en sílaba aguda, empobreciendo algo la sonoridad. Sobre el verbo «chiru»=«caer», que es distinto de «ochiru», siendo este último: «caer estrepitosa y rotundamente», y el primero: «caer mansa y dispersamente», nos quedamos con este último, por eso, nos parece bien traducir mediante el verbo «llover» al español». El poema original en japonés de Issa está sacado de la página web: http://haikuguy.com/issa/search.php?keywords=cherry blossom (última consulta: 03/05/2020).

[37]Operación muerte, 3, calle de los misterios o Autobiografía son algunas de sus obras traducidas ya a nuestro idioma, publicadas (con mucho gusto, por cierto) por la editorial bilbaína Astiberri.

[38] Publicadas por la editorial Satori de Gijón en 2017 y 2018. En traducción de Daniel Aguilar y con prólogo de Marc Bernabé y Eduard Terrades.

[39] Ambas editadas por la editorial boloñesa Kappalab.

[40] Definición tomada de la web: https://hyakumonogatarispanish.wordpress.com/about/ (última consulta: 31/10/2019).

[41] Debemos decir que este es el título que recibió la adaptación para cine de animación. El nombre original de la serie manga fue: Hakaba Kitarō (墓場鬼太郎), traducible por algo así como: «Kitarō el del cementerio».

[42] En español disponemos de la completa y didáctica guía escrita por PÉREZ RIOBÓ, Andrés y CHIDA, Chiyo, Yokai. Monstruos y fantasmas en Japón, Gijón, Satori, 2014.

[43] Lit: «Padre ojo».

[44] Esta práctica aparece ya descrita en: CHAMBERLAIN, Basil H., «Some minor Japanese religious practices», The Journal of the Anthropological Institute of Great Britain and Ireland, nº 22, 1893, pp. 355-370.

[45] Véase al respecto la interesante entrada del blog: http://www.kirainet.com/el-mundo-de-los-keitai-y-el-silencio/ (última consulta: 24/10/2019).

[46] Notemos que a su autor también le falta un miembro izquierdo, el brazo, en su caso.

[47] Que es la divinidad protectora de los más débiles, de los niños, de los moribundos, de los viajeros y también la encargada de rescatar las almas del infierno y darles el ansiado reposo eterno.

[48] Miembro del Grupo de Investigación Reconocido sobre «La Recepción del Imaginario Japonés en la Literatura Inglesa y Francesa de Viajes del Siglo xix» (Grupo de Investigación Reconocido por la Universidad de Valladolid y dirigido por la doctora Dª Lourdes Terrón Barbosa). Página web del grupo disponible en:

http://www.uatatumi.org/ (última consulta: 10/01/2020).



Una religión «de andar por casa»: de amuletos, sortilegios y supersticiones japonesas

CID LUCAS, Fernando

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 465.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz