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El concepto idolatría –que se emplea para hacer referencia a la veneración o adoración de ídolos– se inició con el vocablo griego eidōlolatreía, pasando luego al latín como idololatrīa, que más tarde derivó en el actual idolatrīa mediante la reducción de esos dos sonidos semejantes. Por el contrario, latría –del griego latreia–, adoración o culto que en sentido estricto sólo debe dirigirse u ofrecerse a Dios en exclusividad.
El ídolo es la representación de una divinidad que, por ello, se convierte en objeto de culto; veneración que está prohibida en religiones como la islámica, la judaica y la católica, aunque en ésta última –como se verá– algunas manifestaciones de ese culto pueden hacer sospechar que ciertas personas, que se consideran cristianas, puedan estar cometiendo idolatría en cuanto se refiere a una excesiva devoción centrada únicamente en algún santo o santa en particular.
En el caso del judaísmo la prohibición de la idolatría se recoge claramente en la Biblia. «No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellos ni los honrarás». (Éxodo. 20:3-6). Pero aún así, en otras partes de la misma se dice que la idolatría continuó vigente entre el pueblo israelí, mencionando los casos de culto a Moloch, Astaroth, Baal y otros, sin olvidar que los antecesores directos de Abraham veneraban, en lugar de a Iahveh, otros dioses en forma de ídolos.
Recuérdese que los semitas de la antigua Mesopotamia adoraban a las montañas, los manantiales, las acumulaciones pétreas o los árboles, entre los que se encontraba el tronco ritual de Asera, Astoret o Istar, la principal deidad femenina venerada en la primitiva Canaán, Fenicia o Siria, representada como un tronco de árbol sin ramas.
Por su parte, los antiguos egipcios centraban su religión principalmente en la veneración del sol y del Nilo, como fuentes de vida. Aunque también tenían un vasto número de animales sagrados –el toro, la vaca, el gato, el mandril, el cocodrilo, etc.– a quienes rendían culto, algunos de los cuales eran representados con cuerpo humano y cabeza del animal en concreto.
En el cristianismo se dan dos concepciones diferentes respecto a la idolatría. Por un parte están los cristianos ortodoxos, que aceptan la iconografía religiosa, y por otra los protestantes fundamentalistas, que acusan a los ortodoxos de idólatras o de paganos. Diferencias que llegan incluso a plasmarse en la representación de Jesús en las cruces, pues mientras los católicos y ortodoxos –por ejemplo– incluyen la imagen del Crucificado, algunos grupos protestantes únicamente usan una cruz desprovista de imagen. Aunque –como se recoge en la Wikipedia, término Idolatría– «El comportamiento considerado idólatra o potencialmente idólatra puede incluir la creación de cualquier tipo de imagen de una deidad u otras figuras de importancia religiosa como profetas, santos y clérigos, la creación de imágenes de personas o animales cualesquiera, y el uso de símbolos religiosos o seculares». De ahí que –como puede leerse más adelante– el protestantismo suela criticar el uso que la Iglesia Católica hace «de imágenes para relacionarse con una serie de personas distintas a Dios». Veneraciones que en la teología católica se plasman en la dulía o veneración hacia los santos, que no es comparable con la latría o veneración a Dios y la hiperdulía o veneración a la Virgen María.
En la Iglesia Católica el llamado «culto a los santos» no se contrapone al culto de latría debido a Dios, porque según escribe Antonio Royo Marín –Teología Moral para Seglares. I: Moral fundamental y especial. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. pp. 277-286– el culto a los santos «no termina en ellos», sino en Dios mismo o «dicho en términos sencillos, se venera a los santos por lo que tienen de Dios, por la gracia de Dios presente en ellos». ¿Entonces qué es lo que me inclina a pensar que pueda haber cierto culto idolátrico al amparo del catolicismo apostólico en ciertos, llamémoslos fieles, cuando en éste no se adoran las imágenes en sí, puesto que ello implicaría reconocer la divinidad de la imagen y, por tanto caer en idolatría, sino que se tienen como «espejo de lo divino que ayuda a la meditación y al rezo»? (Wikipedia).
Se puede decir que con ello no aludo a la iconoclastia –eikonoklástēs, rompedor de imágenes– del siglo viii –que negaba el culto a las imágenes sagradas, las destruía y perseguía a cuantos las veneraban–, sino a quienes de una manera taxativa rompen con los preceptos de la Iglesia –tales como ir a misa, recibir los sacramentos, no cumplir algunos de los mandamientos o despotricar con locuciones interjectivas indicativas de desprecio como «Me cago en…»– y centran su –digamos– culto religioso en venerar únicamente la imagen de la virgen o del santo a quienes rinden pleitesía. Son personas que desde que se bautizaron, se confirmaron o contrajeron matrimonio religioso no han vuelto a pisar una iglesia si no es para algún acto social, llámese bautismo, funeral o boda, limitándose a cumplir con su presencia, no con sus rezos u oraciones. Y eso si acuden a la ceremonia religiosa.
Gerard Brenan –Al sur de Granada, pg. 8–, al hablar de Yegen, pueblo granadino donde se instaló en 1920, escribió entre otras cosas: «El carácter de abandono de nuestra aldea se mostraba, entre otras cosas, en su actitud hacia la religión. No la habían alcanzado, ni mucho menos, las doctrinas anticlericales que prevalecían en Almería, ni las socialistas de Granada, pero entendían la vida religiosa con un cierto descuido e indiferencia. Un considerable número de aldeanos jamás confesaba ni iba a misa; sin embargo, todo el mundo se adhería con entusiasmo a los distintos servicios y procesiones que se realizaban en honor a la Virgen». Por eso puede pensarse –según escribe Antonio Muñoz Molina – Las dos culturas. Cuestiones de fe, pag. 6. Muy Interesante, nº 407, abril 2015 que «el fervor religioso anula el razonamiento. Sobre todo el fervor religioso disfrazado».
Los testimonios que voy a mencionar a continuación me son conocidos de primera mano, por haber tenido trato directo con las personas en cuestión. El primero se refiere al culto que, en diciembre, Mérida ofrece a su patrona Santa Eulalia, que sufrió martirio en esta ciudad en tiempos de Diocleciano a la edad de trece años. Entre los numerosos eventos que se desarrollan en torno a su figura caben destacarse las multitudinarias procesiones y la no menos numerosa peregrinación –la vía Martirium, recreando el camino que hizo Eulalia– que los romeros realizan desde la ermita de Perales –en término de Arroyo de San Serván–, donde fue llevada por sus padres para evitar que la joven osara protestar contra la persecución ordenada por Diocleciano poniendo en riesgo su vida, hasta la ciudad –unos veinte kilómetros– donde sufriría martirio el año 304 de nuestra era. Muchos de esos peregrinos siguen acompañándola luego en la procesión que iniciándose en la basílica martirial se dirige a la concatedral de Santa María donde pernoctará la imagen hasta la mañana del día siguiente, que retornará nuevamente a su basílica, siempre acompañada de cofradías, hermandades e infinidad de fieles que no dejan de vitorearla y piropearla con el consabido guapa-guapa.
Pues bien: Entre los aproximadamente 2 000 peregrinos que llegan a la ermita de Perales en autobuses o coches particulares para volver luego andando a la ciudad conozco unos doce que no han vuelto a la Iglesia ni a participar en ninguno de los rituales religiosos más arriba señalados. Van a la peregrinación tal vez por tradición portando su bastón con un pañuelo rojo, una vela y una rama de romero como es preceptivo, hacen las 13 paradas que rememoran los trece martirios que según la tradición sufrió Eulalia, lanzan sus vivas y sus guapa-guapa, pero nada más. Y si acaso llegan a rumiar alguna plegaria es de la propia cosecha dirigiéndose a la imagen, no a la santidad que representa. Incluso he visto a viejos campesinos que montados en moto –al pasar frente al Hornito donde se dice que Eulalia sufrió sus penalidades– reducen la velocidad y se santiguan.
Otros casos por mí conocidos se relacionan con Nuestra Señora de La Bella, patrona de Lepe –en Huelva– cuyas festividad tiene lugar el 15 de agosto, celebración que se complementa con la de San Roque –patrón– el día siguiente. La historia de esta imagen está relacionada con los frailes franciscanos que se habían establecido en el convento de San Francisco del Monte, ubicado en un cabezo próximo a la Torre del Catalán, una torre almenara construida –entre finales del siglo xvi y principios del xvii– siguiendo un plan de Felipe II para defender la costa andaluza de incursiones de los piratas berberiscos.
Sobre la aparición de la imagen cuenta la leyenda que el 15 de agosto del año 1484, unos frailes franciscanos paseaban por la orilla del río Piedras, en las proximidades del puerto pesquero de El Terrón, cuando vieron cómo se acercaba una barca tripulada por tres marineros, que se acercaron a ellos con una caja de madera, pidiéndoles que se hicieran cargo de ella sin abrirla hasta que regresaran a recogerla. Los frailes aceptaron gustosos el encargo y volvieron al convento, donde permaneció guardada durante algunos años, hasta que un fraile curioso propuso abrir la misteriosa caja en presencia de la comunidad. Así se hizo y todos quedaron maravillados al ver la imagen que la caja ocultaba. «¡Oh, qué bella! ¡Es como la del cielo!», dijeron. De ahí el título de Ntra. Sra. de la Bella, que hoy ostenta. Y desde entonces el nombre del convento –San Francisco del Monte– pasó a ser conocido como convento de Nuestra Señora de la Bella. Posteriormente, tras la Desamortización de Mendizábal –y tras un vano intento de llevarla al Monasterio de la Rábida– la imagen fue trasladada a la iglesia parroquial de Sto. Domingo de Guzmán, de Lepe, donde hoy se la venera. Una suposición que podría ser objeto de otro trabajo: ¿Y sería extraño relacionar la Bella con una divinidad venida del mar, acaso la Astarté de los fenicios, de la que trataré más adelante?
En torno a esta imagen mariana se organizan diferentes actos de culto, entre los que debe citarse la Romería que se realiza en su honor coincidiendo con el segundo domingo de mayo. Esta romería se inició en 1966, cuando un grupo de jóvenes de Acción Católica decidieron llevar una pequeña réplica de la imagen al cabezo de la Bella. La noticia corrió por todo Lepe, excitando el entusiasmo entre los vecinos, que realizaron carrozas y engalanaros carros, a la vez que pedían a los jóvenes que se vistiesen con el traje típico. De este modo, el proyectado como un día de campo, terminó convirtiéndose en la primera romería en honor de la Bella, que a lo largo de los años ha ido sufriendo algunas modificaciones, tales como comprar algunas fincas colindantes al recinto para edificar una ermita, casetas y chozos desmontables para acoger a los romeros… y la más importante: Sustituir la pequeña imagen primitiva por la verdadera –en 1974–, que es llevada hasta el recinto romero en una carreta tirada por una pareja de bueyes, a la que se unen peregrinos a pie, a caballo o en otros carruajes durante los cuatro kilómetros que separan el cabezo del casco urbano y que es conocido como el Camino de la Virgen.
Personalmente sé que algunas personas que acuden a la romería todos los años, que se visten con los trajes de faralaes, es decir de flamenca, que cantan y bailan, que baten palmas y que –sobre todo– lanzan muchos vivas a la Virgen, nunca han entrado a la ermita ni han pujado en la subasta del Pendón. Pero eso sí: Disfrutan como locos en las jornadas flamencas que tienen lugar en las casetas. Es decir: como si fuera una feria. Una de esas personas reconocía que no acudía a la iglesia desde que su hija adoptiva hizo la primera comunión. Otros, ni se acordaban ya de cuándo fue la última vez que pisaron el suelo de la Ermita de la Bella, ni la iglesia del Carmen en La Antilla o la ermita de los pescadores de dicha playa, como no fuera por una obligación social, pues para ellos la Bella estaba por encima de todo, de ahí que acudían a ella con sus ruegos y peticiones, no como mediadora ante la Divinidad, sino por ella misma.
Claro que no son estos los únicos casos donde pueden apreciarse signos de idolatría camuflados con una pátina religiosa, ya que en las festividades de innumerables pueblos españoles se identifican idénticas manifestaciones, especialmente relacionadas con la bendición de los campos.
Por ejemplo, en la también localidad onubense de Galaroza todos los Domingos de Resurrección se celebra una procesión con la imagen de Santa Brígida para bendecir las huertas. Aunque en un principio la ermita estuvo dedicada a San Ginés de la Jara, patrón de las viñas. Pero a medida que su cultivo fue decayendo en la comarca y sustituido por huertas de frutales, el santo perdió protagonismo a favor de la santa. Pero… ¿A qué Brígida rinden culto ahora los cachoneros –sobrenombre con que se conoce a los habitantes de Galaroza–, a Santa Brígida de Suecia o a la Brígida de Kildare o Brígida de Irlanda, que es tenida como santa tanto por la Iglesia católica como por la ortodoxa? Según puede leerse en la Wikipedia algunos historiadores sugieren que la historia de Santa Brígida fue sincretizada con rasgos de la diosa pagana celta Brigid. Según la historiadora medievalista Pamela Berger, «... los monjes cristianos tomaron la antigua figura de la diosa madre y trasladaron su nombre y funciones en una contrapartida cristiana» y sincretizada en Irlanda como santa Brigid y como Brígida en otros lugares. Téngase en cuenta que la Diosa Madre –representada como la Madre Tierra– ha sido tenida en todas las culturas como deidad de la fertilidad general del suelo.
En Añover de Tormes –Salamanca– las fiestas patronales en honor a la Virgen de la Santa Cruz –que tienen lugar el 2 y 3 de mayo– se consideran las más importantes de la localidad. Se anuncian desde primera hora de la mañana con un pasacalle amenizado por un grupo de tamborileros que –a la antigua usanza– van anunciando, primero, la misa en la iglesia de la Santa Cruz y, más tarde, la bendición de los campos para que la tierra sea generosa con las cosechas, acto que se considera el trance central de los festejos.
En el también pueblo salmantino de Aldearrodrigo –en lo concerniente a la parte religiosa de sus fiestas– destaca la celebración de una misa con una procesión a los campos y con otra posterior con recorrido por las calles del pueblo con San Miguel y la Virgen del Rosario. En ambos casos para pedir la protección de patrono, la primera para los campos y las cosechas, y la segunda para el pueblo. El Arcángel Miguel es para los cristianos tanto el protector de la Iglesia como el abogado del pueblo, de ahí que –como en el caso de Aldearrodrigo– se acuda a él para pedirle su protección y cuidado de su subsistencia al cuidar de los ganados y las cosechas. Cabe señalar igualmente que en diferentes visiones –como la de Fátima– la Virgen se manifestaba con la presencia del Arcángel Miguel a su lado. Tal vez por eso en esta localidad procesionen juntos. Presencia virginal representativa –como en los casos señalados con anterioridad– de la Diosa Madre Tierra.
En Vega de Tirados –igualmente en la comarca salmantina de Ledesma– la procesión subsiguiente a la misa se realiza el Lunes de Aguas a los campos, para bendecirlos. La fiesta de este Lunes –aparte unas connotaciones históricas que no vienen ahora al caso– está muy vinculada a las grandes meriendas que las familias se dan tanto en los parques como en los campos. ¿En agradecimiento a los bienes recibidos de la Tierra Madre?
Por lo que respecta a Extremadura, en Cáceres, después de subir el primer domingo de mayo a su patrona la Virgen de la Montaña a su santuario situado en la Sierra de la Mosca, y tras la misa, se saca su imagen en procesión alrededor de la primitiva ermita que levantó Francisco Paniagua a comienzos del siglo xvii, para bendecir los campos.
En otros pueblos extremeños no es una Virgen quien bendice. En Villanueva de la Sierra es la imagen de Dios Padre, que el lunes siguiente al de Pascua es tradicional subirlo a la ermita situada en la sierra de igual nombre a fin de que bendiga los campos, a la vez que se le pide la lluvia; en Palomero es San Marcos el encargado de tal bendición el 25 de abril; en La Garganta –La Garganta de Béjar, antes de incorporarse a Extremadura– San Gregorio bendice los campos desde la cruz de hierro existente sobre una piedra, próxima a la ermita desde donde se divisa todo el valle del río Ambroz, tras la misa; en Navaconcejo –en la mancomunidad del valle del Jerte– por la mañana se celebra una misa en la ermita de San Jorge –el 23 de abril– y se ofrenda al santo un Ramo, hecho con base de madera y vestido con ramas de horanzo –uno de los nombres con que es conocido el almez– y un ramo de pino por encima, adornado con roscas típicas, que es zarandeado posteriormente por los quintos para que las roscas caigan como ofrendas para los presentes y al terminar el zarandeo se lleva al santo –con un ramo de cerezas y el Ramo– en procesión alrededor de la ermita, dándole tres vueltas a la misma en señal de respeto y para pedir al santo que bendiga los campos y den abundantes cosechas, mientras los presentes claman: «¡San Jorge Bedito, mira ‘pa’ lo mío!».
En Pozuelo de Zarzón –en la mancomunidad del Valle del Alagón– es San Gregorio Ostiense quien «oficia» la ceremonia de bendecir los ejidos y las cosechas desde el Calvario. Recuérdese que San Gregorio, siendo obispo de la ciudad italiana de Ostia –de ahí lo de Ostiense–, fue enviado en 1040 por el Papa Benedicto IX a Navarra para combatir la plaga que diezmaba aquellos lugares, misión que resolvió satisfactoriamente, motivo por el cual en muchos lugares se le tiene como protector del campo.
Y aún podían citarse otros lugares, como Villanueva de la Vera, Torremocha, mancomunidad de Montánchez, o en Trebejo, ya en Sierra de Gata, donde de un modo u otro se realizan romerías o preces al objeto de lograr buenas cosechas. Y, como puede apreciarse, únicamente en Cáceres capital –que es una Virgen– y en Villanueva de la Sierra, que es Dios Padre, lo que avalaría mi tesis de que perviven muchos ritos paganos en nuestras costumbres, incluso amparados por la misma Iglesia.
¿Y cuál es el origen de esta y otras costumbres semejantes? Lo que hay que aceptar es que desde la época neolítica –hacia el viii milenio a. de C. en Europa–, cuando el hombre se volvió sedentario y se convirtió en agricultor y ganadero, buscó, no sólo salvaguardar, sino también propiciar la fertilidad de sus cosechas y ganados mediante ritos mágicos o creencias religiosas, la mayor parte relacionadas con las Diosas Madres, cuyo culto se fue extendiendo paulatinamente por el mundo mediterráneo, incluida la Península Ibérica. Con la llegada del cristianismo todos estos rituales paganos serían aceptados –no sin ciertas reservas–, pero que la naciente Iglesia incorporó –como sucedió con otras costumbres paganas– a su calendario religioso, dedicándole una fecha concreta. Aunque ya desde sus comienzos en el cristianismo primitivo existió el hábito o costumbre de procesionar por ciudades y campos en ciertos días del año pidiendo la bendición y protección divina para el pueblo y sus ministros. De ahí que no sorprenda el hecho de que algunos estudiosos consideren las medallas de las Vírgenes y de los santos como amuletos que se retrotraerían a la Prehistoria.
¿Puede decirse entonces que –queramos o no– aún conservamos en lo más hondo de los genes restos o ideas mágicas de nuestros antepasados prehistóricos, como también parece suceder –por ejemplo– con la fiesta de la Cruz de Mayo –o Fiesta de las Cruces–, que para ciertos investigadores tiene un origen anterior al cristianismo, en el conocido como Árbol o Palo de Mayo, simbolizando el culto ancestral al árbol que existió entre los pueblos celtas, griegos, fenicios, romanos y germanos –entre otros– y que sigue celebrándose en muchos municipios de España? ¡Eh ahí el misterio!
¿Y qué decir del casi millón y medio de personas que cada años, en el mes de mayo o junio – dependiendo de cuando coincida la variable fiesta de Pentecostés –, acuden en romería a pie, a caballo, en carretas engalanadas o en coches de caballos a la ermita de Almonte –Huelva– para venerar o reverenciar a la Blanca Paloma o La Reina de las marismas, nombres con que es conocida la Virgen del Rocío, o de los cientos de miles de visitantes que acuden anualmente a ella? ¿Acuden movidos por su fervor hacia la madre de Dios –medianera de todas las gracias– o únicamente por la fe que le tienen a una estatua más o menos bella, y donde lo popular y folclórico adquiere cada vez más un protagonismo? ¿O tal vez acuden impulsados por curiosidad, de ver cómo los almonteños realizan lo que popularmente se conoce como «el salto de la reja»?
Claro está que si se profundiza más en este culto a la Virgen rociera nos encontramos con que desde antiguo, cuando Andalucía estaba ocupada por el pueblo tartesio, que ocupó el triángulo formado por las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, tal vez desde el Bronce Final atlántico, que en la Península Ibérica se data desde el 1250 a. de C. hasta el 850 a. de C., se descubre, como puede leerse en la Wikipedia, que este pueblo adoraba a la diosa Astarté, como representante del culto a la Madre Tierra, «... a la fertilidad, progenitora de todos los seres vivos, diosa de la fecundidad, el amor y la vida». A esta diosa se la representa como una bella mujer «... en un carro dibujado por seis leones, llevando una gran cantidad de hojas de mirto y acompañada de palomas»... ¿Acaso por ello a la Virgen del Rocío se la conoce también como «la blanca paloma»?
Pero aún hay más. Según escribe Mar Infante Barroso –Astarté: La Diosa de Andalucía. Bonares Digital– los relatos de historiadores griegos y romanos antiguos, señalan que en la costa sur de España había muchos templos dedicados a esa diosa fenicio-cananea, asimilación de otra mesopotámica que los sumerios conocían como Inanna, los asirios y babilónicos como Ishtar y los israelitas como Astarot. Y Barroso añade que en la actualidad «perviven las peregrinaciones a los lugares de culto a la diosa Astarté, donde en la época fenicia había algún templo en su honor, como es el caso de la mundialmente famosa peregrinación a la ermita de la Virgen del Rocío en las marismas de Huelva» pues las marismas de Doñana –insiste Barroso– fueron lugar de culto, de adoración y veneración desde que la humanidad puso sus pies en esta tierra y que la religión católica «... se apropio de esa veneración como si fuera suya para intro
ducir en la filosofía cristiana al pueblo llano que siempre adoró y adorará esas marismas». Por lo cual el culto a la Virgen del Rocío sería un culto a la Diosa Madre camuflado bajo la advocación a la Virgen, lo que explicaría también que todavía hoy prevalezca «en la cultura andaluza –y de casi toda España, añadiría yo– esa sensibilidad especial hacia los estereotipos femeninos, en íntima relación con la Madre Tierra».
Y aún añade Infante Barroso otro detalle interesante a tener en cuenta: Doñana –nombre del coto en cuyas proximidades se alza la ermita mariana del Rocío– no procedería de Doña Ana, esposa del Duque de Medina Sidonia Don Alonso Pérez de Guzmán, que construyó un palacio en las marismas, sino que de un modo u otro haría referencia la Gran Diosa Ana, nombre que recibió en Anatolia la Madre Primigenia de la Humanidad.