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Revista de Folklore número

465



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Bestiario del mar cubano

BATISTA MORENO, René

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 465 - sumario >



Muy pocas bestias de la mitología cubana conocí en mi juventud. Luego, cuando realizaba investigaciones por zonas campesinas del país –que se materializaron en el libro Cuentos de guajiros para pasar la noche–, pude conocer muchas más, y comprendí que nuestro bestiario era muy rico y que con una labor paciente, que contemplara también la búsqueda bibliográfica, podría salvar, sino su totalidad, parte de una obra monumental de la imaginación popular cubana, desconocida, insospechada hasta entonces.

Nuestras pesquisas nos llevaron a San Juan de los Remedios, donde cronistas, historiadores y folcloristas dejaron registros de un copioso bestiario en sus libros y en la prensa periódica local de finales del siglo xix, y de las primeras décadas del xx. Y contactamos a personas que conocían otras criaturas fuera de los contextos mencionados.

Esta región, que de 1672 a 1696 se vio involucrada en una pelea contra los demonios, generó un estallido de bestias y mitos que se prolongó hasta finales del pasado siglo, fenómeno que no ocurrió en otros asentamientos del país, ni aun en los fundados en los primeros momentos de la emigración.

Es lógico que una región infectada de miles de legiones de demonios y con la boca del infierno bajo la güira de Juana Márquez la Vieja, en Tesico, viviera aterrorizada por sus propios miedos y fantasías, y que estos estimularan la creación de un bestiario tan abundante.

Por otras regiones del país la imaginación popular creó también sus propias bestias. Se movieron con las emigraciones internas y se fueron enriqueciendo con nuevas versiones. Tal es el caso cuando nos encontramos con parte de estos mitos en las regiones pesqueras como Caibarién y Jinaguayabo –antiguo Tesico en Remedios– y bordeando toda esta parte norte de la provincia, nos llevó a alcanzar hasta Isabela de Sagua y otros lugares costeros.

La zoología fantástica que se pretende mostrar, viene a conocerse al calor de estas investigaciones. Muchas ya eran demasiado famosas entre los marineros, como la Sirena, los dragones del mar, los pulpos gigantescos, entre otras; cuya movilidad constante hizo que de la simple reseña pasaran al mito. Todas son mitos en definitiva, pero la diferencia está en que unas son figuras decorativas dentro de una mitología, mientras que otras, las carismáticas, como en el caso de las que nacen en nuestra isla, producto de ese intercambio cultural con esos mismos viajeros –guajiros de mar– están sujetas a un proceso creativo que no se detiene: identificándose como un todo, dentro un folclor creado por los pescadores.

Todos los pueblos poseen un bestiario (algunos lo ignoran), pero si no se le investiga, si no se le rescata, no puede ser demostrado. Un país como el nuestro, donde la cifra sobrepasa el centenar, debe ser considerado uno de los más ricos del mundo, aunque sus bestias no hayan alcanzado la fama universal de otras.

Tenemos un bestiario sano, humildísimo, creado por una imaginación igual. Y adquirido, casi en su totalidad, en entrevistas realizadas por zonas rurales y dentro estas las costeras que son identificadas a la vez como campesinas también.

Un bestiario esparcido por toda la isla, y que al leerlo, nos dará la oportunidad de participar de una gran zoología fantástica, colorida y de cubanía desbordante.

Bestiario de las costas de Remedios

La cangreja gigante

Era muy grande, por cada lado tenía veinte patas terminadas en garras, y sus antenas soportaban dos grandes ojos. La seguían tantos cangrejos que solían tapizar las calles. Llegaban a la villa muy temprano en la noche y, luego de recorrerla, la abandonaban para darles paso a otras criaturas.

El caimán de La Laguna

Los que lo vieron dejaron de transitar por el callejón de La Laguna. Según ellos, era un hombre alto, de piel escamosa, con cabeza de caimán, y cuando iba a atacar a una presa, se tiraba al suelo y se movía como un saurio.

El caimán de Jinaguayabo

Gran sorpresa tuvieron los habitantes de la villa cuando presenciaron seis yuntas de bueyes que arrastraban un enorme caimán y lo depositaban al pie de la Iglesia Mayor. Había sido pescado en la playa de Jinaguayabo por el negro Juan Motera, quien junto a unos amigos procedió a descuartizarlo de inmediato. Luego guardó cinco costillas y varias vértebras para mostrarlas a todos aquellos que se negaran a creer la historia.

Los cabezudos de Jinaguayabo

El capitán Bartolomé del Castillo, en una parte de la carta que escribe a Severino de Manzanera, gobernador general de la Isla, con fecha 18 de junio de 1691, le dice que yendo en partida al caserío de Jinaguayabo, y ya próximos, se encontraron con hombres que no excedían en tamaño de cuatro palmos, sus pies eran garras, sus troncos eran grandes cabezas con ojos muy abultados, y que a pesar de haber visto tantos monstruos por esos años, quedaron paralizados y muy asustados, mientras que ellos continuaban camino a la villa.

La tintorera del muelle de Garordo

Diez muchachos se bañaban esa mañana en el muelle. De repente apareció una tintorera gigante y se los tragó. Luego arremetió contra el muelle y lo hizo trizas, y salió sorteando los canales hacia mar abierto. Desde entonces la vida de los pescadores del lugar se convirtió en una pesadilla. Cada vez que salían con sus embarcaciones, desaparecían, y muchos desde la costa vieron cómo eran atacados por la tintorera. Acosados por el hambre y desesperados, muchos de ellos acudieron a Garordo, un viejo marino que había formado parte de la tripulación del pirata Francisco Nau (el Olonés), quien en una incursión a la villa decidió quedarse en la zona. El marino fue solícito a la petición de sus convecinos, buscó los mejores arponeros de la región, y con ellos y en un barquichuelo reforzado y de dos velas, fue en busca de la bestia. Varias semanas estuvieron navegando y no encontraron señales de ella, pero cuando regresaban la encontraron y ocurrió una lucha de algunas horas, hasta que la tintorera murió arponeada. Como no podían echarla en la embarcación porque era muy grande, decidieron llevarla a remolque, y ya en el muelle, donde tantos aplausos, chiflidos y gritos de alegría recibieron, como no pudieron subirla, decidieron cortarla en grandes trozos y llevarla a la villa cargada por cerca de cincuenta personas.

La tortuga de Guaisí

Muchas embarcaciones piratas que navegaban por esas aguas fueron hundidas por la tortuga gigante. También hundió embarcaciones pesqueras. Durante siglos se habló de su tamaño, de su agresividad; pero fue Félix Rodríguez, que se encontraba en el lugar, el que tuvo el privilegio de verla a menos de cincuenta metros. Había bajado la marea y pudo ver como una montaña de arena que iba buscando aguas profundas, y descubrió que era la tortuga gigante. Eso ocurrió por el año 1940, y aún hoy los pescadores temen un encuentro con la bestia.

Otras bestias, otras regiones

El cobo de la bahía de Jagua

Los indios que se asentaban en las márgenes de la bahía de Jagua, condenaban los delitos graves con la pena de muerte. Llevaban a los condenados hasta el lugar más profundo de la bahía y los echaban al agua para que fueran devorados por el cobo gigante: un molusco de antenas descomunales y dientes de saurio.

Pero la bestia se acostumbró a comer carne humana, y resultó que todo el que se adentraba en la bahía era atacado por el cobo. Esto hizo que abandonaran el lugar por algún tiempo y fueran a vivir en las proximidades de río Arimao.

La jicotea con plumas

Habitaba en el arroyo El Tranque, en Bahía Honda. Era una jicotea que tenía cabeza y plumas de gallo, que cantaba al salir de uno de los charcos, siempre a las seis de la mañana, sacudía sus plumas para secarse y luego de comer algunas hierbas de la orilla, regresaba al agua y se sumergía.

El calamar escorpión

Tiene cabeza, tenazas y rabo de escorpión. Su aguijón está lleno de un veneno muy letal, y su tinta es altamente irritante, por lo que resulta muy peligroso para las personas y los animales marinos.

Algunos pescadores de la zona norte de la provincia de Matanzas dicen que han capturado a varios de ellos.

El hombre tiburón

Cuatro carboneros sancochaban unas langostas en la playa de Cayo Majá, y vieron cómo una bestia mitad hombre y mitad tiburón salía del agua y se adentraba en el monte. Se oyó un perro ladrar, y mayor fue su sorpresa cuando vieron que el biforme salía perseguido por un perro con cola de pez que trataba de morderlo, y cómo se adentraban en el mar y desaparecían.

Contaron lo sucedido muchas veces, y conocieron por otros carboneros que a ellos les había ocurrido lo mismo en aquel cayo.

La guasa de Punta Periquillo

En las primeras décadas del pasado siglo, comenzaron a desaparecer muchas embarcaciones de pescadores de Caibarién. Desaparecían cerca de Punta Periquillo, al sur de cayo Francés. Pero en una ocasión, y desde otra nave, los marineros observaron cómo una cachucha velera, tripulada por cuatro pescadores, fue víctima de un remolino que la arrastró hasta el fondo sin que ninguno de ellos saliera a la superficie. Luego, cuando se calmó, vieron la cabeza de una enorme guasa, que al darse cuenta de la presencia de los marineros, se zambulló y se dirigió al barco. Entonces produjo un remolino más violento que el anterior, el que evadieron dándole mayor velocidad al navío para refugiarse en el cayo.

La sirena

Eran ninfas de las aguas, pero la diosa Deméter las transformó en seres con cuerpo de ave y cabeza de mujer por no haber impedido a Hades el rapto de Perséfone. Fueron asumidas por otras mitologías, y con el tiempo resultaron mitad mujer y mitad pez.

En lo que corresponde a su forma humana, es una mujer de cabellos rubios y largos, de ojos verdes, senos turgentes, piel rosada, y que utiliza la belleza de su canto para atraer a los navegantes, a los que ahoga o destroza con su cola. Es un símbolo de que la crueldad y la belleza pueden vivir juntas.

Solo Ulises y Orfeo salieron con vida de sus encuentros con ellas. El primero taponeó con cera los oídos de los remeros de la nave y se hizo amarrar a uno de sus mástiles para escucharlas, mientras que el otro las hizo enmudecer con el tañer de su lira.

A Cuba llegó con los descubridores, y su versión más clásica es la del Canal de los Barcos, en los mares de Caibarién.

NOSOTROS salimos a pescar en un barco de velas. Éramos tres personas. Llegamos al Canal de los Barcos, un estrecho de mar de unos cincuenta metros de ancho que está entre los cayos Francés y Santa María. Cuando fuimos llegando a la punta de Cayo Francés, que es un lugar muy rocoso, vimos unas sirenas que se lanzaron al mar, venían hacia nosotros, pero como yo tenía una escopeta de dos cañones, hice al aire varios disparos. Se asustaron y regresaron al cayo, volvieron a sentarse en las rocas, eran como ocho o diez. Nos alejamos buscando la cayería de Yaguajay, que era nuestro objetivo, y las dejamos allí gritando y moviendo mucho los brazos. Por aquellos tiempos se hablaba de las sirenas del Canal de los Barcos, muchos decían que las habían visto, y la desaparición de pescadores se les achacaba a ellas. Con esa prueba que tuvimos nos bastó para conocer que no eran comentarios, que eran reales.

Rogelio Perdomo, 82 años.

Caibarién.

Breve letanía con sirena:

Triste pez, mujer serena

cuánto mar en ti se advierte.

Tu dualidad no revierte

tanta sombra.

Ser sirena

—ser asfódelo en la arena—
suprime un leve rumor,

una pérdida, un clamor

de barcos que en alta mar

tienden redes al pasar

para escindir tu dolor.

Geovannys Manso Sendán, poeta.

Villa Clara.

El pez elefante de Caibarién

Cuando Roberto Castillo se iba a bañar, vio cómo las olas dejaban en la arena un pez de piel negra, sin escamas, con trompa de elefante, cola de delfín y dos brazos que tenían más de veinte dedos en cada mano. Muy asustado corrió hacia el salón de baile del Yacht Club, y desde allí observó cómo un animal igual a aquel, pero superior en tamaño, lo arrastraba hacia el agua y se lo llevaba.

El caballo azul de Boca Chica

Dentro de los animales que han salido en el mar a los pescadores, se encuentra el caballo azul de Boca Chica, el cual salía en los alrededores de este cayo. Era un caballo salvaje que andaba mucho en el mar, de grandes crines, y siempre estaba rodeado de una espuma muy blanca. Tenía además un color azul muy brilloso. Salía del mar y se veía en determinados momentos. Muchos pescadores dijeron haberlo visto. Dicen que la crin era tirando a blanco, como si fuera también de espuma. Dicen que era un caballo grande y de piel brillosa. Muchos viejos pescadores de este territorio contaron de esta aparición, que galopaba sobre las aguas, pasaba por tu lado y se perdía en el horizonte, siempre buscando la salida o la puesta del sol. Es decir, corría siempre hacia él, hacia el sol y se perdía entre la luz.

La trucha de tres cabezas

Se dice que varios campesinos fueron a pescar a la desembocadura del río Las Casas, que da a las costas de la Bahía de Buenavista en Remedios, que al tirar uno de ellos la pita, fue tragada por un pez que para sacarlo fuera del agua hubo necesidad de aunar fuerzas, y que cuando lo lograron vieron una trucha enorme con tres cabezas: una era de perro, la otra de carnero, la otra de caballo, y que las cabezas comenzaron a ladrar, a balar y a relinchar y que espantados huyeron de allí, sin saber cuál fue el final de aquel animal monstruoso.

La luz de San Telmo

Se decía que la luz de San Telmo era una luz misteriosa que se posaba arriba de los mástiles de los barcos. Según los pescadores que dijeron haberla visto, era como un ave majestuosa, con alas inmensas y colores brillantes, que del pecho le brotaba una luz fuerte, intensa. Otros afirman que era como un cocuyo. También se decía que tenía forma de abeja, de mariposa, pero con medidas descomunales. Los barcos en aquella época todos eran de velas. Entonces esta luz venía y se presentaba en forma de viento que chocaba silencioso con el mástil, y de repente comenzaba a brillar en la oscuridad de la noche. Se veía aquel inmenso animal que proyectaba un rayo de luz que se perdía a lo lejos. Alumbraba el recorrido del barco; el barco no perdía su rumbo porque se mantenía por tiempo ahí guiándolo.

El gusano de la cayería

Solo lo han visto los pescadores y los carboneros de la cayería de Caibarién. Solo ellos hablan de él. Tiene cerca de una brazada de largo, dos alas que mueve con la velocidad de un colibrí, y de su boca le brota un chorro de luz verde muy intensa.

Abunda en Cayo Fragoso, Francés, Las Brujas, Punta Brava, Laguna de Judas, y se traslada de un lugar a otro en los palos de las embarcaciones.

El caballo marino de Cayo Fragoso

Muy de madrugada llegaron a la costa de Cayo Fragoso, en un barco de buceo, el capitán Pedro Soler, Juan Majúa y tres tripulantes más, con el propósito de buscar un galeón español lleno de riquezas que había sido hundido en esas aguas. Luego de colocársele a Majúa el traje y la escafandra, se sumergió, y ya en el fondo vio un caballo negro que tenía el tamaño de una ballena, dos aletas muy extendidas, y su crin y su rabo eran de algas. El caballo al verlo vino hasta él, lo observó, y luego huyó con mucha rapidez.

El taguayo

El pirata Alexandre Olivier Esquemeling se adentró con sus hombres en uno de los bosques de Isla de Pinos. Tenía el propósito de obtener algunas de las reses que, según le habían informado, los españoles tenían por esos lugares, y quedó asombrado al ver un rebaño tan grande.

Ordenó que sacrificaran veinte de ellas, que dejaran algunas para comer allí y comenzaran a salar el resto para utilizarlas como provisiones de mar. Y no dijo más, porque cientos de animales con cuerpos de monos y cabeza de caimán se les abalanzaron con mucha ferocidad y dieron muerte a varios de ellos. Ripostaron la agresión con rapidez y se entabló un combate que duró cerca de una hora, porque debido a la superioridad numérica de los atacantes, los piratas se vieron en la necesidad de retirarse hacia la playa, tomar sus botes y dirigirse a la embarcación, pero las bestias los siguieron hasta allí, subieron a cubierta, se entabló un nuevo combate, y aunque los hijos del mar mataron a muchos de ellos, no pudieron recuperar ninguno de sus cuerpos, porque acudían de inmediato y se los llevaban.

Ya libres de esta amenaza, emprendieron rumbo a Jamaica donde a su llegada contaron lo sucedido; pero un indio del Cabo de gracias a Dios, que los había escuchado, les dijo que esos animales eran taguayos, y que los islotes y los cayos del sur de Cuba, estaban infestados de ellos.

El monstruo de Cayo Alcatraz

Tres pescadores contaron que habían visto cerca de Cayo Alcatraz a un monstruo gigantesco que saltó fuera del agua, y cuando cayó produjo una ola de más de cinco metros de altura. Según ellos, era un reptil que tenía muchas cabezas y su cuerpo estaba cubierto de espinas.

Poco después, otros pescadores contaron que lo habían visto, y lo describieron igual que los anteriores. También los pasajeros de la ruta Muelle Real-Cayo Carenas lo observaron, y dijeron que era un animal de gran ferocidad.

A medida que transcurría el tiempo, se hacían más frecuentes sus apariciones. Se le vio por Punta Majases, Calicito, Júcaro, Cayo Ocampo, Corojo, Ratón…

El pánico fue ganando a los pobladores de Cienfuegos, y llegó a su clímax cuando la bestia se introdujo en Cayo Loco, atacó a unos militares que trabajaban en la instalación, y ocasionó varios heridos. Y fue a partir de ese momento cuando se prohibió el tráfico marítimo, que los pescadores se hicieran a la mar y que las personas se acercasen a la costa.

Las autoridades civiles le exigieron a la Marina de Guerra (para evitar que el monstruo entrara a la ciudad) intervenir en el asunto, y esta envió una lancha torpedera con el propósito de darle muerte. Recorrió la Bahía y las costas cercanas durante más de dos meses, y no hicieron contacto con él.

Era, según el capitán José Vergara, «como si el mismo diablo se lo hubiera tragado».

El majadrilo

Majá de andar erecto, de unos cinco pies de altura, tiene cabeza y patas de cocodrilo. Habita en los ríos, arroyos y lagunas. Sale a cazar por las noches y devora todo animal que encuentre. Muchas personas también han sido atacadas por el majadrilo.

Se le conoce solamente en la zona central de la provincia de Villa Clara.

AQUÍ comenzaron a perderse animales: a Juan Castro se le perdieron en una noche sesenta y cuatro gallinas; a José Estrada, tres terneros; a Manuel Muñiz, ocho guanajos y seis carneros. Nos reunimos un grupo de vecinos, porque aquello nunca había ocurrido entre nosotros, y recuerdo que Tomás Morales dijo: «Eso ocurre aquí porque hay un río cerca, si no hubiera río no ocurriría. Eso es un majadrilo». Y cuando le preguntamos qué cosa era un majadrilo, nos dijo: «Pónganse en vela y lo cogerán, ya ustedes verán lo que es un majadrilo». Y nos recomendó que lo emboscáramos en uno de los charcos hondos que había por allí. Nos movilizábamos y salíamos de recorrido por las noches, y dejábamos emboscadas en los charcos La Pomarrosa, Tres Palmas y Las Vacas. Una noche, como a las once, lo vimos: era un majá grande, tenía las patas y la cabeza de cocodrilo, andaba con la barriga muy abultada, se había comido un buey esa noche. Cuando fue a tirarse al río, Pepe Conde le disparó con la escopeta, lo hirió, y así se zambulló. Parece que murió, porque nunca más se perdió nada en aquella zona.

Remberto Gómez, 85 años.

Finca Mordazo

Las mojarritas de plata

Allá en Puerto Arturo, en Caibarién, algunos viejos marineros contaban que Cheo Urbay fue a pescar una mañana. Se montó en el chapín y salió muelle afuera; tiró el anzuelo y pescó una mojarrita, y le dio tanta soberbia por ser tan pequeña la pieza, que la tiró contra la cubierta y esta comenzó a saltar hasta que quedó quieta, convertida en plata. Luego una mancha de peces iguales rodeó la embarcación, y fue tan grande su codicia, que comenzó a subirlos con un cubo, lo vaciaba, y se convertían en plata también. Pero resultó tanto el peso, que la embarcación se hundió, y Urbay vino nadando hasta el muelle, bajando a todos los santos del cielo.

Si el papagayo de oro fue convertido de un objeto inanimado en un ser biológico, con las mojarritas de plata ocurrió todo lo contrario. Que sepamos hasta el momento, son los únicos casos en nuestro bestiario, y quizás en el del continente americano.

La babosa de Isabela de Sagua

Solo una vez pasó la babosa por este caserío y, según algunos ancianos que viven en el lugar, ello ocurrió poco antes de la Guerra del 95.

Ellos cuentan que esa mañana llovía, y vieron una babosa del tamaño de una casa de tabaco que entraba al caserío y aplastaba todo lo que se interponía. Dicen que huyeron y fueron a refugiarse a una cueva que había cerca de allí; luego enviaron a dos de ellos en busca de información, y al regreso contaron que el animal había desaparecido y dejado un rastro de baba fétida que hacía imposible la estancia en el lugar.

El pájaro de Limpiolargo

En las cosas que abarcan las zonas desde Iguará a Limpiolargo, muchos pescadores vieron un pájaro que no identificaban con los que habían visto hasta ese momento. Era negro, de canto estridente, cola en forma de abanico; y a medida que lo miraban iba creciendo hasta convertirse en un ave gigantesca; pero cuando dejaban de hacerlo, se iba reduciendo hasta tomar su tamaño original.

René Batista Moreno, Camajuaní (1941-2010)
Escritor, investigador, etnógrafo y antropólogo cubano



Bestiario del mar cubano

BATISTA MORENO, René

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 465.

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