Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Resumen
Los amuletos contra el rayo de la colección Giuseppe Bellucci, conservados en el Museo Arqueológico Nacional de la ciudad de Perugia, Italia, permiten inferir las concepciones y prácticas de los campesinos italianos del período en que Bellucci reunió estos objetos (1871-1920), y probablemente también de épocas posteriores. Dichas concepciones apuntaban a la existencia de dos tipos de descargas atmosféricas: los fulmine («rayos») y las saette («relámpagos»), que diferían por la manera de caer a la tierra y la «punta» u objeto que presidía la fulminación y que se consideraba quedaba después enterrado al golpear el suelo. En el primer caso, las «piedras de rayo» (pietre del fulmine), y en el segundo, las «piedras del relámpago» (pietre della saette). Ambas categorías de piedras meteóricas se empleaban como amuletos, bien sea domésticos, para proteger las viviendas y sus moradores, o personales, para que el propietario se protegiese a sí mismo llevándolas consigo cercanas al cuerpo. Mientras las «piedras de rayo» se identificaban con hachas líticas de piedra verde, las piedras de relámpago constituían navajas, cuchillos y puntas de flecha de sílex (objetos neo y paleolíticos, respectivamente). De manera comparativa, Bellucci puso en relación estos amuletos con aquellos empleados para proteger los campos de cultivo contra el granizo, más relacionados con la doctrina y el calendario católico, mostrando las similitudes y diferencias existentes entre las lógicas rituales que animaban la utilización de cada tipo. En este artículo, basándonos en distintas fuentes y documentos, ofrecemos un análisis de las nociones elaboradas por Bellucci acerca de estos objetos, de las concepciones y prácticas de su época en la región de Umbria –comparándolas con las de otras zonas de Italia–, así como una exposición de las interpretaciones que en ciertos momentos hemos extraído de las descripciones presentadas por el coleccionista italiano.
Palabras clave: fulmine, saetta, rayo, relámpago, piedra de rayo, amuletos, granizo, cultura popular, Italia.
Abstract
Thunderstones or lightning amulets are central pieces of the Giuseppe Bellucci Collection (at the National Archaeological Museum of in Perugia, Italy). These amulets allow us to infer the conceptions and practices of Italian peasants of Umbria from the period when Bellucci collected these objects (1871–1920), and probably of later times. These conceptions pointed to the existence of two types of atmospheric discharges: the fulmine («lightning») and the saette («lightning bolt»), which differed in the way they fell to the ground and the «tip» or object that presided over the fulmination and that was considered was later buried when falling to the ground. In the first case, the «lightning stones» (pietre del fulmine), and in the second, the «lightning bolt stones» (pietre della saette). Both categories of meteoric stones were used as amulets, either domestic, to protect the homes and their inhabitants, or personal, so that the owner protected himself by taking them close to his body. While the «lightning stones» were identified with lithic axes of green stone, the lightning stones constituted flint knives, knives, and arrowheads (Neo and Paleolithic objects, respectively). In a comparative way, Bellucci related these amulets with those used to protect the fields from hail, more related to the doctrine and the Catholic calendar, showing the similarities and differences between the ritual logics that encouraged the use of each type. In this article, based on different sources and documents, we offer an analysis: 1) of the Bellucci’s notions about these objects, 2) of the conceptions and practices of his time in the Umbria region –comparing them with those of other areas of Italy–, and 3) an exposition of the interpretations that, at certain times, we have inferred from Bellucci’s descriptions.
Key words: fulmini, saetta, lightning, lightning bolt, thunderstone, amulet, hail, popular culture, Italy.
Índice del artículo:
1. Introducción
2. Fulmine e saetta
3. Pietre del fulmine e della saetta: piedras del rayo y del relámpago
4. Pietre del fulmine e della saetta: algunos ejemplos de la colección Bellucci
5. Ceraunias: una tradición culta y popular
6. La grandine. Amuletos contra el granizo
7. Conclusiones: apuntes comparativos sobre la fulminación y el granizo
8. Otros usos rituales de las piedras de rayo y relámpago
Bibliografía
Aludiendo al valor atribuido en su época a las piedras de rayo, Bellucci señala: «Este amuleto, guardado con gran devoción por una anciana de Cancellara, que recordaba haberlo heredado de su madre, fue cambiado, en un año de escasez de alimentos, ¡por cuarenta kilos de trigo!»[1].
1. Introducción
En la ciudad de Perugia, Italia, se encuentra una fascinante colección de amuletos que ocupa, distribuida en 40 vitrinas, un área remodelada del Museo Arqueológico Nacional. Abierta al público en el año 2000, muestra una parte de lo que fue la colección personal de amuletos de Giuseppe Bellucci (1844–1921)[2], paleoetnólogo y profesor de química en la Universidad de Perugia, quien, tras cincuenta años de minucioso trabajo de recolección y clasificación, logró reunir, entre 1871 y 1920 y en diversas regiones de Italia, cerca de 3.000 amuletos.
Es significativo que el punto de partida de la colección lo constituyeran precisamente las piedras de rayo, el primer objeto «mágico» que llamó la atención de Bellucci en sus labores de investigador de campo, cuando reunía piezas líticas entre los campesinos y pobladores de la campiña italiana. Éstos se negaban a venderle ciertas piedras a las que atribuían poderes sagrados y protectores, de las que no querían desprenderse. Bellucci reparó en que aquellos objetos revestían una significación distinta para los pobladores rurales, que él no había imaginado antes. Como investigador interesado en la arqueología, la atribución de acciones y un origen distinto a los vestigios pétreos –artefactos paleo y neolíticos– le resultaba intrigante. Interesado en la identificación de asentamientos prehistóricos y el hallazgo de herramientas pétreas, comenzó a recopilar información relativa a esos objetos considerados apotropaicos en el medio rural, atraído, seducido, por el «mundo mágico» de las clases populares.
Los objetos hallados por los campesinos en sus labores agrícolas –particularmente las puntas de flecha, las cuchillas y las hachas de piedra–, eran concebidos por ellos no como producto de una remota actividad humana, sino como el resultado de la dinámica de la fulminación del rayo. No se remontaban a la vida de los hombres de la prehistoria; no tenían un origen humano. Constituían la «parte material» de los rayos caídos a tierra; se trataba, pues, de objetos «naturales», asociados con las tormentas[3].
2. Fulmine e saetta
Para los campesinos de Umbría, de acuerdo con Bellucci, las descargas atmosféricas se distinguían en dos clases: los fulmine (rayos) y las saette (relámpagos). Ambas producían piedras (pietre). Es decir, en el curso de sus investigaciones Bellucci reparó en que el conocimiento popular identificaba dos fenómenos específicos en la dinámica de la electrocución meteórica: fulmini y saetta, entendidos como nociones distintas de como concibe la meteorología la ciencia occidental moderna. Se trataba a su juicio de una tradición histórica muy antigua que había sobrevivido hasta el presente (finales del siglo xix y comienzos del xx) y que mostraba una amplia distribución y homogeneidad en diferentes zonas rurales de Italia[4].
Los dos tipos de descargas presentaban una manifestación distinta y a cada una se le atribuían efectos destructivos diferenciados. Para los campesinos, el «rayo» (fulmini) caía a tierra precipitándose con movimiento y trayectoria lineal, recta, y se concebía que su impacto no golpeaba directamente a los seres humanos, pero bastaba con que pasara cerca o los rozase para incinerarlos; por su parte, las saette o «relámpagos» descendían en zigzag, fulminando hombres y animales y destruyendo edificios con un impacto certero y preciso, semejante al de una flecha. Es muy posible que la trayectoria zigzagueante del relámpago o saetta denotase para los campesinos una mayor intencionalidad del impacto, que con sus quiebres y cambios de dirección pareciera buscar una víctima específica.
La distinción entre fulmini y saetta involucraba también una diferencia en los residuos o «partes materiales» que ambos fenómenos dejaban en su precipitación a la tierra. En los dos casos, se trataba de piedras, pero diferentes entre sí. Mientras el fulmini o rayo portaba como «punta» objetos asociados con las hachas lisas de piedra verde del período neolítico, la saetta o relámpago se vinculaba principalmente con puntas de flecha de sílex[5]. Se pensaba que ambos fenómenos tenían como «punta» estos objetos y que quedaban enterrados una vez caídos a tierra (o bien que las «puntas» constituían el residuo petrificado de la fulminación meteórica). Así, las dos detonaciones se identificaban con distintas clases de «piedras de rayo» (por su origen, su forma y por su material constitutivo). Fulmine–hachas–piedra verde; saette–puntas de flecha–material de sílex. Hachas y puntas de flecha constituían la manifestación material de los rayos y relámpagos caídos a tierra, y como a tales se les atribuía el hecho de compartir una naturaleza común con dichos fenómenos, el revestir una identidad ontológica, celeste, ígnea, meteórica.
3. Pietre del fulmine e della saetta: piedras del rayo y del relámpago
En la Italia de Bellucci, la sabiduría popular explicaba que, durante las tormentas, rayos y relámpagos se precipitaban provistos de una «parte material» que penetraba rápidamente en la tierra al alcanzar el suelo, independientemente de si golpeaba edificios, plantas, hombres o animales: el trueno era el estruendo que provocaba la «punta» al impactar en el suelo y durante su hundimiento. A esto se unía la creencia de que la «punta» se hundía bajo tierra siete metros o siete pies o siete tramos y que le llevaba siete años regresar gradualmente a la superficie. Si este objeto no se recuperaba rápidamente en el lugar del impacto, la «punta» se hundía completa e irremisiblemente en la tierra; para encontrarla era necesario marcar y memorizar con precisión el lugar y regresar allí después de siete años, cuando hubiera concluido por completo su camino de ascenso a la superficie[6]. Una vez hallada, el afortunado propietario podía considerarse a salvo de cualquier riesgo de fulminación meteórica.
Lo que podría llamarse la dimensión mágica del número siete, presente en el ciclo que regía el hundimiento y resurgimiento posterior y en la distancia a la que descendía, en tierra, la piedra[7], se extendía también a otros ámbitos, como al de la protección que ejercía la «punta» como amuleto. Su radio de acción se vinculaba con el número siete. Así, además de resguardar la casa donde se guardaba, a sus habitantes y los animales del establo, extendía su rango de protección a otras siete viviendas circundantes[8].
Pero, fuese en el momento de la tormenta o siete años después, había que proceder con cuidado al recoger la pietre del fulmine o de la saetta, distinguiendo si se trataba de un objeto «frío» o «caliente». La diferencia entre estas dos categorías térmicas se consideraba sumamente importante a la hora de saber si la persona se encontraba ante un objeto protector o, por el contrario, peligroso. Esto explica que en ciertos relatos del siglo xix la actitud de los campesinos al encontrar estas piedra fuese ambivalente: de una gran felicidad y sensación de fortuna si la piedra parecía ser «fría», y temerosa o de terror si la piedra era susceptible de considerarse «caliente»[9]. Sólo las piedras «frías» (fredda) podían ser usadas como amuletos apotropaicos. La diferencia respondía a un criterio tácito popularmente compartido: al realizar trabajos en el campo, o en las proximidades de lugares golpeados por un rayo o un relámpago, sólo debían recolectarse aquellas piedras que aparecieran aisladas, separadas entre sí, y evitar las que estuvieran apiladas o en gran proximidad unas de otras. Este hecho revelaba cómo actuaban las piedras «frías» y «calientes». Las «frías» repelían a las otras piedras y, del mismo modo, rechazaban a rayos y relámpagos, ejerciendo un efecto protector; las «calientes» se atraían entre sí y de igual manera convocaban a los rayos y los incendios, tornándolas peligrosas e inútiles como amuletos (pues su efecto era el opuesto).
Sin embargo, no bastaba con encontrar una piedra de rayo o de relámpago «fría» para conseguir un amuleto seguro y poderoso, también era necesario someterla a una verificación para asegurarse de sus facultades protectoras efectivas. Los primeros testimonios de esta prueba se remontan a mediados del siglo xvi. La prueba consistía en enrollar un hilo de lana o de cáñamo, de seda o de lino sobre la piedra hasta cubrirla completamente, pero sin encimarlo, para ponerla luego en contacto con el fuego: bien colgándola dentro de la chimenea, bien colocándola directamente sobre las brasas –y era el procedimiento más seguido en Italia–, bien dejándola sobre un tizón encendido. Si el hilo no se quemaba, la piedra pasaba la prueba, y desde entonces podía ser usada como amuleto[10]. Pero si además de no quemarse, el hilo aparecía ligeramente humedecido, entonces se decía que la piedra estaba provista de cualidades verdaderamente excepcionales y albergaba no sólo el poder de repeler los rayos, sino también el de prevenir los incendios. Así, la prueba servía para determinar de una manera concluyente el potencial revulsivo de la piedra, y verificar que en efecto su cualidad era «fría»: el no quemarse el hilo se interpretaba como el hecho de que el fuego no era atraído por la piedra, sino repelido, lo que indicaba que rechazaría de igual modo las fulminaciones meteóricas y los incendios.
Una vez superada la prueba, la piedra debía someterse a una serie de precauciones y protecciones relacionadas con su conservación, con el propósito de mantener sus poderes inalterados. Este tipo de prevenciones eran básicamente tres. En primer lugar, y consecuente con la lógica ritual que en la cultura popular se atribuía a estas piedras–amuletos, debía evitarse por completo que las piedras «frías» entrasen accidentalmente en contacto entre sí, porque podrían repelerse tan violentamente que se romperían y golpearían a los que se encontrasen cerca. En este sentido, casi todas las piedras de rayo y relámpago de la colección Giuseppe Bellucci aparecen solas o asociadas con otro tipo de amuletos distintos; las pocas excepciones comprenden objetos considerados como fragmentos o esquirlas de un mismo artefacto lítico que se guardaban juntos precisamente para preservar intacto el potencial original.
En segundo lugar, existía la concepción en ciertas zonas de Italia, como la Toscana, de que estos objetos debían conservarse en armarios cerrados, por la creencia de que, con el tiempo, podían desaparecer. «Finalmente dicen que tarde o temprano desaparecen, y aunque algunos han sido guardados celosamente en una casa, un buen día ya no los han encontrado»[11]. De esta manera, se los mantenía atados y bien encerrados para que no pudieran, como creían, regresar al cielo.
En tercer lugar, las pietre del fulmine y la saette debían ser preservadas escrupulosamente de su contacto con el hierro –esto se consideraba una regla esencial–: según se concebía, el simple roce con este metal, así fuese accidental, derivaría en la completa anulación de sus poderes[12]. El hierro era considerado en la cultura popular tradicional como el elemento anti–mágico por excelencia, capaz de neutralizar tanto los poderes positivos como los negativos: el mínimo contacto anularía las virtudes protectoras de las piedras. El resguardo brindado a las piedras de rayo se concreta principalmente en fundas, estuches o envoltorios. Aquellos amuletos de mayor tamaño y que permanecían en lugares específicos de la vivienda no eran protegidos con cobertores, ya que se pensaba que no lo necesitaban, pues su mera ubicación en lugares fijos, de los que nunca se los movía, resultaba suficiente para su protección. Los amuletos personales, que eran de tamaño más pequeño y que al llevarse encima estaban más expuestos al contacto súbito con el hierro, eran preservados –generalmente se trataba de pietre della saetta, puntas de flecha o cuchillas de sílex, pero también pequeñas pietre del fulmine– manteniéndolos bien envueltos en pedazos de tela o en trozos de papel, alojándolos en bolsitas de cuero o de piel, o enfundándolos en envoltorios de este material elaborados ex profeso y adecuados a la forma y tamaño del objeto[13]; otras se engastaban ribeteadas con láminas de plata o latón.
Como se infiere de las protecciones brindadas a estos amuletos, el uso ritual de las piedras de rayo (pietre del fulmine) y relámpago (pietre della saetta) dependía principalmente de su tamaño; la categoría de rayo o relámpago no resultaba tan significativa en su uso –ambas se consideraban equivalentes en lo que concernía a la protección otorgada– como las dimensiones que presentase el objeto.
Las piedras más grandes se utilizaban como «pararrayos» (parafulmini) de las viviendas[14] y se colocaban tradicionalmente en dos lugares específicos: cerca del hogar (del fuego de la cocina) o sobre la cabecera de la cama[15]. El hogar, el fuego doméstico, constituía el centro del espacio vital, el núcleo de la vivienda, pero además era concebido como un lugar especialmente peligroso que se debía proteger, ya que era una espacio que el rayo, que «pasaba» a través de la chimenea, parecía preferir. Se depositaba la piedra allí para prevenir la fulminación. Por su parte, colocadas junto a la cama, a menudo en las proximidades de otros objetos devocionales y protectores –como imágenes sagradas de figuras católicas, crucifijos, rosarios y ramas benditas de olivo–[16], las piedras de rayo protegían a los habitantes del riesgo de una muerte súbita nocturna que no dejaba tiempo para la confesión, el arrepentimiento y la extremaunción. No obstante, pese a la preferencia por situar a los amuletos meteóricos en estos lugares, buen número de viviendas incorporaban las piedras de rayo en diferentes puntos de su estructura arquitectónica, asimilándolas a la propia constitución del edificio: en ciertas edificaciones de la época (destruidas por terremotos) quedaron a la vista puntas de flecha (pietre della saetta) y hachas de piedra (pietre del fulmine) situadas (ocultas cuando las casas estaban en pie) en muros y paredes, cimientos o en los arquitrabes.
El uso de las piedras de tamaño más pequeño se reservaba para la protección personal. Las hachitas líticas de piedra verde (pietre del fulmine) solían taladrarse en el extremo más delgado: se pasaba por el orificio un cordón para que el usuario del amuleto se la colgase al cuello, quedando el filo del hacha orientado hacia abajo. Por su parte, las puntas de flecha, cuchillas y navajas de sílex, debido a la dureza y a la vez fragilidad de este material[17], no podían perforarse muchas veces sin romperse, y generalmente se engastaban en una suerte de marco o contorno de plata o latón; como se vio, también ciertos objetos se alojaban en bolsitas de tela, cuero o envueltas en papel, de manera que podían colgarse. El portador, al igual que las viviendas, se concebía que quedaba a salvo y protegido de la fulminación del rayo.
Tanto en el caso de las piedras del fulmine como en las de la saetta, en amuletos domésticos o en los de carácter personal, la facultad atribuida a estos objetos era precisamente proteger de la caída de los rayos (es decir, revertir el efecto de su descarga, evitándola). La cualidad de las piedras «frías» operaba con respecto a las fulminaciones como un elemento del mismo signo que las repelía, rechazándolas. El efecto protector se manifestaba a veces en la rotura o agrietamiento de la piedra: prueba de que el objeto lítico había contrarrestado la amenaza del rayo. Una piedra de rayo o de relámpago quebrada evidenciaba –se interpretaba como– el resultado de la acción efectiva al enfrentar y repeler un rayo que estaba a punto de golpear la casa donde se la guardaba o a la persona que la utilizaba como amuleto. Al quebrarse, libraba al portador del peligro, neutralizando la fulminación. Bellucci coleccionó algunos ejemplares que mostraban estos signos interpretados por los campesinos como inequívocos de la acción de la piedra[18].
Por otro lado, Bellucci llamó la atención sobre el hecho de que ciertas piedras meteóricas, al llegar a su colección, presentaban muestras de haber sido ungidas con aceite, patente en su superficie. Esto, señaló, «atestiguaba la persistencia de vestigios de una suerte de culto religioso tributado a estos objetos». Escribe: «tengo otra punta de flecha envuelta en papel, muy engrasada con aceite, para el propósito que se me indicó: asegurar mejor la virtud protectora de este amuleto. […] Creo que esta práctica de ungir deriva de un concepto fetichista muy primitivo que data de una época remota; originalmente debió de haber representado una ofrenda o práctica propiciatoria […] para satisfacer con mayor eficacia las virtudes de los amuletos»[19]. La hipótesis de Bellucci era que el aceite, en la cultura popular, contribuía a potenciar las facultades apotropaicas de estos objetos, a reforzar su virtud protectora. Un culto semejante, en el que las piedras recibían la unción de sustancias especiales a manera de alimento, como manteca o bebidas, ha sido efectivamente documentado en otras regiones de Europa. [20] No obstante, resulta llamativo y al mismo tiempo revelador que algunas de las piedras que Bellucci coleccionó y que presentaban la condición de ungidas con aceite se encontraban precisamente «rotas» (por ejemplo, en la primera vitrina, la piedra 26 muestra «una leve fractura transversal», y la 27 «áreas de reparación con soldadura de estaño»), lo que podría evidenciar una relación entre la «rotura», atribuida a su acción eficaz al enfrentar y neutralizar la fulminación del rayo, y una necesidad de unción posterior, quizá con fines de reparación de los poderes protectores de la piedra[21].
Además de proteger de la fulminación meteórica y de prevenir los incendios –sus facultades principales– ciertas piedras del fulmine manifestaban otros poderes asociados con el ámbito atmosférico del que se asumía que provenían. Cierta pietre del fulmine de la colección indica en su ficha[22]: «Amuleto contra el fulmini, pero también se considera capaz de anunciar la aparición de perturbaciones atmosféricas al ‘sudar’ en la superficie, es decir, humedecerse con vapor de agua». Este aspecto evidencia que las hachas del fulmine y la saetta, a las que se concebía imbuidas de la misma condición y naturaleza ontológica del rayo del que procedían, ostentaban atribuciones no sólo para proteger de la descarga de la fulminación, sino para anunciar los cambios de tiempo atmosférico y las mudanzas del clima que acontecía en las capas superiores del cielo y en la región de las nubes. La conexión de estas piedras o «puntas» con la atmosfera continuaba vigente pese al hecho de haber caído a tierra.
4. Pietre del fulmine e della saetta: algunos ejemplos de la colección Bellucci
El conjunto de amuletos meteóricos del Museo Arqueológico Nacional de Perugia resguarda en tres vitrinas sucesivas una selección de piedras del fulmine (vitrina 1) y de la saetta (vitrinas 2 y 3). Con el fin de mostrar las características específicas de algunas de ellas, más allá de pertenecer por su morfología a dos categorías genéricas, reproduciremos algunas fichas de estos objetos correspondientes tanto a la «punta» del rayo como a la del relámpago.
La vitrina 1 alberga 32 piezas. El objeto nº 25, una pietra del fulmine, obtenida en Avezzano, L’Aquila, es una «hachita lítica pulida, de arenisca color paloma, alterada por la exposición al fuego, ampliamente astillada en el borde de corte, y perforada cerca del ápice». La exposición al fuego bien podía deberse a haber sido sometida a la «prueba» de verificación por medio del recubrimiento del hilo.
El objeto número 27, una pietra del fulmine, obtenida en Rose, Cosenza, es una «hachita lítica alargada, en forma de lágrima, con superficies de colores arena y óxido. Encontrada en los escombros de una casa destruida por el terremoto de septiembre de 1905. Había sido introducida en los muros de la pared para proteger la vivienda de los rayos».
La vitrina 2 alberga 29 piezas, todas pietre della saetta. La nº 23, obtenida en Armenzano, Assisi, Perugia, es una «punta de flecha de sílex, de color gris, y en forma de triángulo, con pedúnculo. Fue encontrada al demoler una pared de un antiguo castillo, en la parte inferior de los cimientos. En su superficie todavía existen concreciones de piedra caliza que se derivan del cemento adherido para fijarla a la pared, y restos de hollín. Después de su descubrimiento, continuó usándose contra el peligro de la fulminación meteórica, pero se colocó en la campana de una chimenea». Vemos aquí la posibilidad de reutilización de una piedra, de un lugar de cierta construcción (un castillo) a otra zona (la chimenea) de una vivienda distinta (véase figura).
La punta nº 24, obtenida en Raiano, Chieti, es una «daga de sílex de color gris, con una superficie cónica casi completamente cubierta de hollín. Las marcas del hilo con el que fue envuelta para probarla son claramente visibles». En este caso, más nítidamente que en el primero, los restos de la «prueba» de verificación resultan patentes, de lo que puede extraerse que la práctica era efectivamente un acto real y no sólo un elemento del discurso.
Por último, la tercera vitrina aloja 31 utensilios, todos pietre della saetta. El nº 11, recogido en Atri, Teramo, es un paquete: «envoltorio de tela rugosa, atado varias vueltas con hilo de algodón, que contiene una flecha triangular de sílex, color tabaco, con pedúnculo, y cubierta de una pátina blanquecina». El nº 20, procedente de Petrignano, Assisi, Perugia, es una «punta de flecha de sílex, triangular, redondeada, con gran pedúnculo, color blanco grisácea, dentro en una bolsa de cuero marrón en forma de ala, unida a un cordón que permitía colgarlo al pecho». En los dos casos se trata de fundas o receptáculos destinados a preservar amuletos personales del contacto con el hierro. El nº 14, finalmente, es un objeto más extraño: una gota, goccia, cierta variedad de fulmine de forma ovalada o globular específica de la región de Abruzzo, que se cree cae del cielo cuando el trueno llamado «grillo» (crillarecci) hace temblar el suelo[23]. (Bellucci consiguió una de estas piedras alojada dentro de un paquete de papel en Atri, Teramo; véase la figura).
Se aprecia en esta breve selección que las piedras son objetos individuados, particulares, a veces con su propia historia incorporada en sus marcas o señales, y que, aunque se inscriben en los dos tipos –pietre del fulmine e della saetta– presentan rasgos singulares que las diferencian entre sí[24].
Por otro lado, es importante destacar un aspecto que surge al comparar entre sí los objetos de las vitrinas: mientras las pietre del fulmine suponen en todos los casos hachas –generalmente de piedra verde– y son sus materiales constitutivos –minerales o rocas– los que varían (siendo éstos roca serpentinita, jade nefrítico, granito y jadeíta, con predominio de la serpentinita), en el caso de las pietre della saetta es el material del que están hechas el que se mantiene constante –sílex o pedernal en todos los casos– y la forma la que está sujeta a variación: cuchillas, navajas, dagas y principalmente puntas de flecha. En este ultimo caso, cabría pensar si la elección del sílex y de ningún otro material como sustituto se deba a las características que éste presenta para, al ser golpeado, soltar chispas. El sílex o pedernal es una roca capaz de producir chispas al golpearlo con otras rocas duras o con metales, por lo que se lo utilizó con frecuencia para encender fuego. Al parecer, era el tratarse de objetos afilados o punzantes elaborados con este material lo que conducía a clasificarlos como pietre della saetta, lo que seguramente tenía que ver con las propiedades que los campesinos atribuían a esta fulminación meteórica y que debía, por tanto, compartir la piedra: la capacidad de generar y emitir chispas. No obstante, la clasificación no es rígida y, como se aprecia en diferentes ilustraciones de este artículo (y en varias de las piedras retratadas por Bellucci en sus publicaciones), existen puntas de flecha de sílex designadas popularmente como pietre del fulmine.
5. Ceraunias: una tradición culta y popular
Los amuletos coleccionados por Bellucci que revelan una asociación entre herramientas líticas y la fulminación meteórica no se sustentan en una concepción de origen exclusivamente popular. Una prolongada tradición literaria y científica, recurrente en el ámbito «culto» desde la Antigüedad clásica[25] hasta los albores de la ciencia occidental moderna[26], siempre ha afirmado que los instrumentos líticos constituían en realidad residuos del rayo, designados habitualmente con el término latino de ceraunia (procedente del griego κεραυνος [keraynos], rayo). Por ejemplo, Plinio el Viejo se refiere a estas piedras en el libro xxxvii de su Naturalis Historia (li, 134), distinguiendo varios tipos y precisando: «Se afirma que hay otra especie de ceraunia extremadamente rara y buscada por los magos para sus operaciones, ya que sólo se encuentran donde ha golpeado un rayo». En el tratado clásico sobre gemas y minerales de Giacinto Gimma, titulado Della storia naturale delle gemme, delle pietre e di tutti minerali, publicado en 1730, el autor indica: «Que las ceraunias a las que llaman saette e pietre del fulmine puedan crearse en el aire y las nubes no lo consideramos imposible [...] la punta capaz de quemar sigue siendo la parte terrosa y metálica, endurecida y compactada de manera que parece una piedra [...] podemos saberlo por los efectos y agujeros que producen en fábricas cuando las atraviesan, y en los árboles [...] como un hacha pequeña o un cincel grande».[27] Por su parte, en el Tesoro delle Gioie, publicado en Venecia en 1656, se explica: «De la ceraunia, es decir, la saetta: los italianos llaman a esta saetta schioppetto [mosquete, escopeta], y es similar al hierro de una saeta o flecha; he visto muchas de estas saette encontradas por campesinos en los campos... estiman que han caído de las nubes... El vulgo cree que son buenas contra los rayos o relámpagos [folgori o saette], así como contra la tempestad de mal aire, y para esto las llevan consigo»[28].
De acuerdo con las fuentes, el «descenso» de las opiniones doctas relativas a la «parte material», «punta» o piedra del rayo y del relámpago (fulmine e saetta) a los ámbitos populares, ocurrido durante un proceso histórico prolongado, no ha significado una propuesta simple y mecánica, y es posible encontrar pruebas en el pensamiento de los científicos y naturalistas de la época medieval[29]. Los amuletos coleccionados por Bellucci ponen en evidencia la presencia de estas concepciones en la cultura popular tradicional italiana de los campesinos del último tercio del siglo xix y de la primera década del siglo xx (sin descartar su posible pervivencia mucho tiempo después)[30]. No obstante, cabe también pensar que las concepciones que animaban los amuletos meteóricos de Bellucci constituyeran una tradición paralela a la «culta» –compartida por los miembros de la cultura popular tradicional– y que no necesariamente descendieran de aquélla[31].
6. La grandine. Amuletos contra el granizo
Bellucci se interesó por coleccionar amuletos apotropaicos contra el granizo, un fenómeno atmosférico tan temido en ocasiones como los rayos y relámpagos, y durante el registro de sus piezas no pudo dejar de reflexionar comparativamente acerca de las similitudes y diferencias entre ambas protecciones, así como en torno a la lógica ritual específica que animaba cada categoría de amuletos.
En contraste con la homogeneidad y coherencia de las nociones que respaldan los amuletos contra el rayo, las protecciones contra el granizo parecían ser muy desiguales y responder a principios de acción distintos. Bellucci encontró profundas diferencias entre los métodos desarrollados a nivel popular: si la protección contra las fulminaciones no involucraba ritos ni prácticas preventivas, y se basaba exclusivamente en la protección atribuida a la fuerza mágica de la piedra, los amuletos destinados a preservar los cultivos del granizo mostraban una articulación más compleja y, sobre todo, parecían estar casi totalmente sujetos a los principios litúrgicos y devocionales de la Iglesia católica. Las piedras de rayo representaban la expresión concreta de un modelo de protección aún totalmente popular y ajeno al control institucional[32], mientras que los métodos de protección contra el granizo, especialmente los preventivos que se desarrollaban durante un período de tiempo que comprendía desde la víspera de Navidad hasta la fiesta de la Ascensión, estaban en su mayoría articulados dentro del calendario eclesiástico.
Otro aspecto de diferenciación que encontró Bellucci atañe a las áreas geográficas de difusión de las prácticas y nociones relacionadas con la protección contra rayos y granizo: mientras los métodos contra los rayos estaban ampliamente extendidos con las mismas características en todos los lugares, los relacionados con el granizo diferían considerablemente de un área a otra, pues a menudo se asociaban con cultos religiosos particulares y devociones locales.
Las prácticas efectuadas en el ámbito familiar ante la amenaza del granizo eran muy complejas. En primer lugar, los hombres cargaban sus rifles o escopetas para disparar contra las nubes de granizo: en unas áreas, disparaban balas de fogueo; en otras, usaban como proyectiles la carga normal en la que insertaban fragmentos de vela de la Candelaria y hojas benditas de olivo picadas. Esta práctica de disparar proyectiles contra las nubes de granizo supone sin duda un método antiguo, como ilustra el grabado que preside la portada del libro de Bellucci La grandine nell’ Umbria (1903), donde un grupo de soldados armados con arcos dirigen la punta de sus flechas hacia las nubes, en actitud de disparar para flechar el granizo en las alturas. Llama la atención el propósito de esta práctica: una técnica defensiva que conlleva una agresión, algo por completo ajeno a las prevenciones contra la fulminación meteórica, en las que al fulmine y la saetta simplemente se los evitaba o interceptaba interponiendo la piedra de rayo.
Tras disparar sus escopetas a las nubes, en el interior de las viviendas las mujeres y los niños comenzaban a rezar a San Vicenzo (contra el granizo) y a Santa Bárbara (contra los rayos).
Si el peligro no cesaba, las herramientas de hierro eran arrojadas con violencia al corral para que adoptasen, sobreponiéndose, la forma de una cruz. La creencia en el hecho de que si las herramientas configuraban una cruz el acto resultaba más eficaz es evidentemente una interpolación religiosa dentro de un ritual que se basaba en los poderes anti–mágicos del hierro (ya señalados al hablar de las piedras de rayo).
Como último recurso, pero sólo cuando el granizo ya estaba cayendo, se arrojaba sal en el piso de la era en forma de cruz, y finalmente se ejecutaba el gesto considerado como el más eficaz pero también el más pecaminoso y peligroso: se arrojaba violentamente al exterior la cadena de la chimenea o del hogar.
Existían casos ocasionales en los que los modelos de protección contra el granizo parecían reflejar los adoptados contra el rayo, pero se trataba de prácticas locales desprovistas de la fuerza y la hegemonía de aquellas relacionadas con los rayos. Un caso significativo es el de la llamada «Ghianda di San Anselmo», la Bellota de San Anselmo: la tradición popular refiere que el día de la fiesta de San Anselmo (el 21 de abril) cayó una densa tormenta de granizo en el pueblo de Tolfa, y que, al tocar el suelo, los granizos no se derritieron sino que se convirtieron en bellotas de piedra o metal, conservando el tamaño y la forma que tenían en el otoño. Bellucci registra en su libro Un capitolo di psicologia popolare. Gli amuleti uno de estos objetos líticos con la siguiente explicación: «Pietra della grandine (procedente de Tolfa, Civitavvechia). Uva de alabastro elipsoidal, perforada, considerada como granizo petrificado; dado que fue recogida en un campo golpeado por granizo el día de San Anselmo (el 21 de abril), fue designada como bellota de San Anselmo».[33] Estos objetos se conservaban como granizo petrificado y se exponían en las ocasiones en que hacía mal tiempo para conjurar este elemento. A veces se arrojaban con hondas al cielo como proyectiles (como los disparos referidos de las escopetas), refuncionalizados con fines protectores. Significativamente, Bellucci identificó este amuleto como el más cercano quizá a la lógica que regía la protección contra las fulminaciones meteóricas, las piedras del fulmine y la saetta. Su designación de pietra della grandine, «piedra del granizo», manifiesta esta identidad: objeto de piedra como residuo o concreción lítica del fenómeno meteorológico. Explicitando esta convergencia, escribió: «Las piedras del rayo y el granizo, considerándose partes integrantes del rayo y el granizo caídos al suelo, protegerán con su mera presencia el lugar, o a las personas que afortunadamente las posean, de nuevos rayos, de otras tormentas de granizo».[34] La pietre della grandine resultaba así equivalente, en cuanto a su origen meteórico, su carácter de residuo material caído al suelo y su identidad con el fenómeno que lo producía, junto con su efecto apotropaico, con la condición de las piedras del fulmine y de la saetta.
Entre las protecciones contra el granizo de la colección de Bellucci –además de la bellota de San Anselmo–[35] juegan un papel importante las pequeñas campanillas de plata, tocadas especialmente por los niños cuando amenazaba tormenta. La práctica de tocar campanillas o las campanas de las iglesias debe ponerse en relación con la creencia, vigente en otras manifestaciones de la cultura popular, de que el sonido tiene fuerza para expulsar a las entidades malignas.
Además de las campanillas, la colección guarda algunos medallones ovalados de cera o Agnus Dei, utilizados, no como objetos sólo de devoción, sino como amuletos imbuidos de una verdadera fuerza apotropaica y protectora propia, autónoma. Muchos de ellos están consagrados a figuras católicas, como San Miguel Arcángel. Algunos se conservaban engastados en plata, otros se resguardaban en bolsitas: de ellas se sacaban y exponían durante la tormenta en la dirección de la amenaza. Es importante destacar que el Agnus Dei se utilizó a nivel popular principalmente para la protección contra el granizo, y durante mucho tiempo se usó además como «pararrayos» en los campanarios de las iglesias.[36] Por ejemplo, en el informe del siglo xix sobre la reconstrucción de la cúspide del campanario de Santa Giuliana, en Perugia, se cita la presencia –insertos entre conexiones y colocados en macetas de lata o de barro– de más de diez Agnus Dei producidos entre finales del siglo xvi y la primera mitad del xviii.
La colección Bellucci conserva también, con una utilización semejante a la de los Agnus Dei, cruces griegas y latinas de cera, que se colgaban de los árboles de la propiedad del dueño del amuleto contra el peligro del granizo, mismo uso que se dispensaba a la medalla de San Benito.[37] Junto a estos objetos destacan cruces de bronce de Santo Tomás de Aquino; una cadena de hierro de 31 eslabones elípticos con una pequeña cruz colgada del penúltimo, que se exponía al aire libre para proteger contra el granizo; fragmentos de carbón recogidos de las hogueras encendidas el día de Pascua frente a las iglesias, que se guardaban en un tubo de vidrio y se extraían para ser quemados con fines granífugos o se arrojaban al fuego para extinguirlo[38], y astillas consumidas de estas mismas hogueras, junto con cristales de sal y migas de pan, situadas sobre los árboles entre los campos cultivados, o restos de velas encendidas en las procesiones de Pascua, que se colocaban en los viñedos como protección, y pequeños petardos, bendecidos el día de San Vicenzo Ferreri (el 5 de abril), a cuya sonora explosión se atribuía alejar el granizo.
Junto a todos estos objetos, otra forma de protección ampliamente utilizada –y conservada en la colección– es la que recurría a fragmentos de pan bendito distribuidos en misa en ocasiones especiales. Panes similares se utilizaban en numerosos lugares, aunque se referían a figuras sagradas diferentes: San Tomasuccio en Nocera Umbra; San Giorgio en la zona meridional del lago Trasimeno; San Nicola di Tolentino en muchas áreas del centro–meridional de Italia; la Inmaculada Concepción en algunas zonas de Puglia; Sant’Agata en Cerdeña. Este pan era repartido en la iglesia el día de la fiesta del santo –en el caso San Nicolás de Tolentino, por ejemplo, el 10 de septiembre–; los fieles lo recibían y conservaban para desmenuzarlo en el exterior de la vivienda si amenazaba una tormenta (algunos otros amuletos y protecciones contra el granizo figuran en el siguiente cuadro).
Prácticas protectoras y defensivas y amuletos contra el granizo utilizados en Italia (1871–1920), según las observaciones de Giuseppe Bellucci (Fuente: Elaboración de David Lorente a partir de los materiales de G. Bellucci)
Práctica / Amuleto | Método / Lugar de colocación | Momento de realización |
Disparar con un fusil o una escopeta hacia las nubes de granizo (o flechas por medio de arcos) | Usando como munición balas de fogueo, o proyectiles con fragmentos de vela de la Candelaria y hojas benditas de olivo picadas | Justo antes de la granizada |
Rezos dirigidos a San Vicenzo | Pronunciados por mujeres y niños en el interior de las viviendas | Justo antes de la granizada |
Herramientas de hierro | Arrojadas con violencia al corral para que, al superponerse, adopten la forma de cruz. El hierro se concibe el elemento anti–mágico por excelencia | Justo antes de la granizada |
Cadena de la chimenea o del hogar | Arrojada con violencia al corral; el uso del hierro responde a la lógica anterior | Durante la granizada |
Sal | Esparcida sobre el suelo de la era, formando una cruz | Durante la granizada |
Pequeñas cruces de caña, con inserciones de ramas de olivo bendito y una hoja de lirio (Iris florentina L.).La costumbre se conserva hoy en los campos de labor que rodean Perugia | Situadas en los límites de los campos cultivados durante la fiesta de la Santa Cruz (3 de mayo). Tras la cosecha, se realiza la «ofrenda de trigo» en estas cruces, insertando en la parte superior de las mismas espigas para agradecer la protección ejercida | Como protección, con meses de antelación, y como agradecimiento una vez pasado el peligro |
Hoja de lirio (Iris florentina L.) bendita | Bendecida el Domingo de Ramos o en el aniversario de San Pietro Martire (el 29 de abril), una vez seca, se la ataba y anudaba varias veces con un cordón. Era preservada detrás de la puerta de entrada de la vivienda contra el peligro del granizo y los rayos | Meses antes de la granizada, como protección |
Ghianda di San Anselmo,«Bellota de San Anselmo», piedra elipsoidal de alabastro concebida como granizo petrificado, también designada pietra della grandine: «piedra del granizo» | Se conservaba como granizo petrificado y se exponían cuando amenazaba mal tiempo para evitar el granizo. A veces se las arrojaba con hondas, como proyectiles (como en el caso de las detonaciones de las escopetas), refuncionalizados con fines protectores | Antes o durante la granizada |
Guijarro de sílex oscuro de forma irregular | Alojado en una bolsa de tela azul anudada con una tirilla verde. Se colgaba en la ventana o se colocaba bajo las tejas del tejado | Tiempo antes o en el momento de la granizada |
Campanillas de plata | Tañidas principalmente por niños cuando amenazaba el granizo. Se concibe que el sonido tiene fuerza para expulsar a las entidades malignas | Antes de la granizada |
Campanas de las iglesias | Repicadas ante la amenaza de granizo, por la fuerza atribuida al sonido | Antes de la granizada |
Agnus Dei, medallones ovales de cera con imágenes católicas | Colocados en la dirección del peligro o en los campanarios de las iglesias como «pararrayos» contra las fulminaciones y el granizo | Meses antes de la granizada, como protección; o durante la tormenta, en dirección al peligro |
Pequeñas cruces griegas y latinas de cera | Colgadas en los árboles de la propiedad del dueño del amuleto | Meses antes de la granizada, como protección |
Medalla de San Benito (San Benedetto) | Colgada en los árboles de la propiedad del dueño del amuleto | Meses antes de la granizada, como protección; en el momento de la tormenta |
Pequeñas cruces de bronce de Santo Tomás de Aquino | Expuestas a la intemperie para prevenir el granizo | Antes de la granizada; o en el momento de la tormenta |
Cadena de hierro de 31 eslabones elípticos con una pequeña cruz en el penúltimo eslabón | Se exponía al aire libre para proteger contra el granizo | Antes de la granizada |
Fragmentos de carbón de las hogueras que se encienden el día de Pascua frente a las iglesias | Guardados en un tubo de vidrio, se extraían para quemarlos con fines granífugos, o se arrojaban al fuego para extinguirlo | Justo antes de la granizada |
Astilla de madera quemada procedente de las hogueras de Pascua, dos cristales de sal y migas de pan | Dentro de una bolsita rectangular de tela basta, anudada en los dos extremos superiores con un cordón. La bolsa se fijaba a un árbol en una posición central entre los campos cultivados | Meses antes de la granizada |
Fragmentos de velas encendidas en las procesiones de Pascua | Restos de velas de cera que, atados con una cuerda, se colocaban en los viñedos para protegerlos del granizo | Meses antes de la granizada |
Petardos bendecidos el día de San Vicenzo Ferreri (5 de abril) | Se hacían estallar; al estruendo que producían se atribuía el ahuyentar el granizo | Justo antes de la granizada |
Fragmentos de pan bendito | El pan era distribuido en la iglesia el día de la fiesta del santo –en el caso San Nicolás de Tolentino, por ejemplo, el 10 de septiembre–. Los fieles lo recibían y conservaban para desmenuzarlo fuera de casa si amenazaba una tormenta | Justo antes de la granizada |
Cráneo humano de marfil en miniatura (aprox. 3 cm) | Figurita de cráneo de marfil muy realista con agujero que atraviesa desde el occipucio hasta la parte superior de la bóveda craneal. El uso de cráneos humanos en Cerdeña ha sido documentado en numerosas prácticas propiciatorias o apotropaicas; por ejemplo, para invocar lluvia durante largos períodos de sequía, se colocaba un cráneo humano en el lecho de un arroyo | Antes de la granizada |
7. Conclusiones: apuntes comparativos sobre la fulminación y el granizo
Pese a la diversidad de prácticas empleadas para conjurar el granizo, y la dependencia de muchas de ellas respecto al culto católico –frente a los amuletos destinados a proteger del peligro que implicaban fulmine y saetta, regidos por una práctica y una lógica común–, Bellucci notó una característica compartida en la forma de concebir a estos fenómenos meteóricos que los distanciaba de otros riesgos naturales, como los terremotos: que todos ellos parecían tener la particularidad de elegir a sus propias víctimas. Rayos y relámpagos podían golpear a un gran grupo de personas y matar sólo a una, respetando a las demás; y el granizo era capaz de caer exactamente sobre una estrecha franja de terreno, sin afectar las áreas limítrofes. Esta conducta en apariencia caprichosa y selectiva –esta suerte de intencionalidad y de voluntad o subjetividad– atribuida a los rayos y al granizo explicaba la idea, extendida entre la población, de que resultaba posible neutralizarlos o alejarlos, tanto de uno mismo como de sus bienes, mediante amuletos que los interpelaran directa e individualmente: repeliéndolos, ahuyentándolos, amenazándolos, o recurriendo a instancias católicas que intervinieran como eficaces mediadores en la lucha de poderes.
Una pregunta aparentemente sin respuesta surge a lo largo de las explicaciones de Bellucci: ¿A quién se atribuía la producción de fulmine, saette y grandine? ¿Se trataba de entidades a las que se concebía como dotadas de voluntad autónoma? ¿O dependían por el contrario de alguna otra entidad considerada como responsable de arrojarlos con cierta intencionalidad sobre víctimas, edificios o cosechas específicas? Una respuesta se insinúa de manera indirecta, cuando Bellucci trata de responder a la pregunta que le suscitaba el hecho de que a un mismo amuleto –el Agnus Dei– se le reconociera la capacidad de servir para fines distintos. «Me sorprendió la designación de virtudes tan diferentes atribuidas a ellos; […] para algunos, el mismo amuleto podía ser eficaz contra los espíritus malignos que producen el granizo en las nubes, mientras que, para otros, poseía virtudes contra espíritus del mismo tipo, que, desde las nubes tormentosas, lanzan los rayos a la tierra»[39]. De esta manera, el agente de los fenómenos meteóricos queda, de una forma indirecta, esclarecido: son espíritus los que, en la cultura popular tradicional, actúan como responsables de producir los fenómenos meteóricos y de decidir por tanto el alcance y la dirección de su efecto selectivo sobre el mundo de los hombres[40].
Bellucci anotó un dato valioso en sus pesquisas etnográficas. Una anciana en cuya casa se guareció durante una tormenta tenía prendida una vela bendita frente a un relicario que albergaba una pietra della saetta bajo el cristal. La mujer le explicó que «ni la basura [che nè porcherie] ni el agua sucia [nè acque sporche] (agua mezclada con granizo) jamás caerían en el territorio protegido por la poderosa reliquia que poseía». Bellucci notó que ni al rayo ni al relámpago ni al granizo se los mencionaba por sus nombres, prueba de su peligrosidad y, tal vez, de una concepción oscura que él no descifró. Escribió: «Se les llama ‘basura’ [porcherie] o ‘suciedad’ [sporcizie] a las puntas del fulmine y la saette; a menudo se las designa con estos seudónimos, bajo la regla general de no mencionar [tampoco] ni a los rayos [fulmine] ni a los relámpagos [saette]»[41]. Sin duda, nombrar implicaba invocar[42], algo que atestiguaba la intencionalidad y capacidad de acción consciente atribuida a tales fenómenos (a los seres o espíritus que los producían); así, no se los podía designar por sus nombres sin incurrir en una llamada, en un acto de convocación. Fulmine, saette y grandine mostraban una clara ambivalencia entre su capacidad a la vez destructora y protectora (sus residuos): una «basura» o «suciedad» que no debía ser nombrada pero que, una vez caída al mundo terrenal y apropiada por los hombres, podía ser empleada precisamente para combatirlos o repelerlos, utilizándolos contra sí mismos.
Dinámica de los fenómenos meteóricos en la cultura popular de Umbría, según los registros y amuletos de la colección Giuseppe Bellucci (1871–1920). (Fuente: Elaboración de David Lorente a partir de los materiales de G. Bellucci)
Descarga celeste | Traducción al español | Trayectoria y descenso | Término popular para no nombrar el fenómeno (ni la piedra) | Efectos al caer | «Punta» y residuo lítico |
Fulmine | Rayo | Lineal, recta | Porcherie [basura] | Golpea de forma indirecta | Pietra del fulmine [piedra del rayo], hacha lítica de serpentinita verde |
Saetta | Relámpago | En zigzag | Sporcizie [suciedad] | Busca a víctima específica | Pietra della saette [piedra del relámpago], punta de flecha de sílex. Designada tuoni [trueno] en la Italia meridional |
Grandine | Granizo | Lineal | Acque sporche [agua sucia] | Cae de forma selectiva | Pietra della grandine [piedra del granizo], piedra elipsoidal de alabastro, perforada |
8. Otros usos rituales de las piedras de rayo y relámpago
Es importante reseñar, aunque sea muy sucintamente, el empleo ceremonial que se hacía en Italia, y durante el mismo período, de las pietre del fulmine y la saetta con fines distintos de los de proteger de la fulminación meteórica y prevenir de los incendios (su dimensión ignífuga).
Junto a estas funciones principales, unidas a ellas como usos secundarios, las piedras del rayo y el relámpago servían con fines apotropaicos en otros ámbitos y contextos de la existencia diaria y la vida cotidiana, en particular aquellos más directamente relacionados con la salud y la curación. Estas piedras meteóricas se esgrimían como un arma contra los peligros de la brujería y el maleficio, para combatir el mal de ojo, con el fin de prevenir o sanar las picaduras de animales venenosos, y como protección frente a un amplio espectro de enfermedades infantiles. Diferentes registros contenidos en las fuentes históricas permiten acercarse a estos usos en distintas regiones de Italia.
Uno de los mayores estudiosos de la región de Abruzzos de finales del siglo xix, Gennaro Finamone, nos lega un testimonio revelador sobre estas piedras meteóricas:
La pietra del fulmine […] Per preservarli dal malocchio, dalle fatture e dalle scontrature si appende, con gli altri amuleti, a’ bambini, dopo averla impedicciata (Pescina) d’oro o d’argento. È altresì un preservativo contro i malefici delle streghe (Archi); e spesso si chiede per favore, specialmente per le malattie de’ bambini (S. Vittorino). Insomma è cosa preziosa, e rari sono quelli che la posseggono...[43]
Indica que la piedra del rayo servía para proteger contra el mal de ojo (malocchio), de los accidentes o los choques, frente a los hechizos y maleficios de las brujas (malefici delle streghe), y que se usaba a menudo como un amuleto infantil para prevenir las enfermedades: engastadas estas piedras en oro o en plata, los niños las llevaban colgadas[44]. «En suma –concluye– es una cosa preciosa y son pocos los que la poseen».
En Cerdeña existía la curiosa costumbre de que las pietre del fulmine (conocidas localmente como pedra de rayu, pedra de tronu, petra de bunta o seguredda ‘e lampu) no se guardaban comúnmente en las casas, sino fuera, dentro del pozo, porque se creía que podían atraer las malas influencias del ojo envidioso, que se dispersaban así en el agua sin afectar a los habitantes de la casa[45]. Además de contra el mal de ojo, también se usaban estas piedras con fines terapéuticos, principalmente al tratar las enfermedades del ganado y como protección contra las mordeduras de reptiles venenosos[46].
En Umbría, Bellucci registró que, por el color y la forma que presentaban algunas pietre del fulmine, estos objetos se identificaban y, a veces, absorbían los poderes de otras categorías de amuletos[47]. De este modo, las piedras de rayo servían, en la modalidad de piedras serpentinas (pietre serpentine), para proteger contra la mordedura de reptiles venenosos –como sucedía en Cerdeña–, pero también, por extensión, contra las picaduras de arañas y escorpiones, así como de otros insectos peligrosos. Además, poseían un uso terapéutico derivado: colocándolas sobre las heridas producidas por los animales ponzoñosos, se les atribuía la facultad de absorber el veneno inoculado, contribuyendo a la sanación del enfermo. Por otro lado, las pietre del fulmine servían, en la modalidad de piedras nefríticas (pietre nefritiche o del fianco), tanto como protección contra los cólicos renales y otras enfermedades de los riñones, como para brindar tratamiento terapéutico a dichas afecciones. La pietra del fulmine se disponía atada alrededor de la cintura (Bellucci muestra un hachita considerada al mismo tiempo como pietra del fulmine y pietra nefrítica o del fianco, en la que hay dos agujeros incipientes en sus extremos destinados a pasar el cordón para colgarla en la cintura del enfermo)[48].
En Umbría, Puglia y La Toscana, Bellucci registró asimismo otros objetos identificados con pietre del fulmine, y denominados lingua di San Paolo, punta del fulmine y lingua di pietra; se trataba en realidad de dientes de tiburón fosilizados de especies extintas, que por su forma se asociaban con la piedra del rayo. Estos objetos, que también eran hallados espontáneamente en los trabajos agrícolas, se consideraban como la parte material de las fulminaciones. De manera interesante, se usaban, dependiendo de las regiones, como amuletos para distintos fines: favorecer la dentición de los recién nacidos, protegerlos de las lombrices intestinales y prevenir los efectos perjudiciales del mal aire, el mal de ojo y las picaduras de los reptiles e insectos venenosos (además de como protección contra el rayo)[49].
En Calabria y Toscana existía un empleo diferente de las pietre del fulmine: servían como amuletos protectores durante la gestación y el embarazo, y para favorecer los partos difíciles:
Había en ciertos campos cerca de los manantiales o en el lecho de los arroyos piedras especiales y puntiagudas, de varios colores, que recogían los campesinos para guardarlas en establos o viviendas, y que colocaban en el alféizar de la ventana o frente a la puerta principal, con la punta hacia el cielo. Éstas eran piedras mágicas que detenían los temporales y las tormentas eléctricas, manteniendo a los fulmine alejados de las viviendas y las personas... Las de color naranja o rojo brillante, agrietadas y con forma de almendra, eran muy buscadas porque si la mujer las llevaba durante el embarazo o, aún mejor, en el parto, todo salía bien. Había quien las usaba también contra la hemorragia[50].
De esta manera, la hachas meteóricas se asociaban con la capacidad de facilitar la gestación y el nacimiento de las criaturas y, al mismo tiempo, de detener el flujo de sangre, las hemorragias y las heridas.
En suma: las pietre del fulmine, además de para proteger de la fulminación meteórica y el peligro del fuego, eran empleadas frecuentemente como amuleto apotropaico contra los accidentes, el mal de ojo, las mordeduras de reptiles venenosos, las picaduras de arañas y escorpiones, las enfermedades y males renales, para absorber el veneno inoculado, velar por un buen embarazo, agilizar el parto, favorecer la dentición infantil, proteger contra los parásitos intestinales, prevenir los efectos dañinos del mal aire y detener las hemorragias. Sin duda, el espectro de acción era amplísimo. Las piedras de rayo y de relámpago extendían, de este modo, su ingerencia al ámbito de la salud y las intervenciones terapéuticas. Bellucci escribió: «El afortunado propietario de un objeto tan eficaz lo emplea con resultados beneficiosos incluso en circunstancias de enfermedad, sospecha, acciones malignas, en particular las obradas por las brujas», también «se considera muy adecuado parar curar a los niños de distintas enfermedades»[51].
BIBLIOGRAFÍA
Obras de Giuseppe Bellucci
Bellucci, Giuseppe. Avanzi dell’epoca preistorica nell’Umbria. Seconda nota. Atto della Società Italiana di Scienze Naturali, Milano, xiv, 2, 1871. Págs. 93–110.
Bellucci, Giuseppe. Il fulmine nel concetto popolare antico e moderno. Rendiconti della Società Italiana di Antropologia, Etnologia e Psicologia comparata, 145a Adunanza, 5a del 1891, 31 maggio. Archivio per l’Antropologia e l’Etnologia, 21, 3, 1891. Págs. 432–433.
Bellucci, Giuseppe. L’eresia nei parafulmini. L’Umbria. Rivista di Arte e Letteratura, I, 1898a. Págs. 70–71.
Bellucci, Giuseppe. Amuleti italiani contemporanei. Catalogo descrittivo della collezione inviata all’Esposizione Nazionale di Torino. Perugia. Unione Tipografica Cooperativa, 1898b.
Bellucci, Giuseppe. La grandine nell’ Umbria, con note esplicative e comparative e con illustrazioni (Col. Tradizioni popolari italiane, 1). Perugia. Unione Tipografica Cooperativa Editrice, 1903.
Bellucci, Giuseppe. Il Feticismo Primitivo in Italia e le sue Forme di Adattamento (con 74 illustrazioni). Perugia. Unione Tipografica Cooperativa (Palazzo Provinciale), 1907.
Bellucci, Giuseppe. Un capitolo di psicologia popolare. Gli amuleti (con 36 illustrazioni). Perugia. Unione Tipografica Cooperativa (Palazzo Provinciale), 1908.
Bellucci, Giuseppe. I chiodi nell’etnografia antica e contemporanea (Col. Tradizioni Popolari Italiane, 5). Perugia. Unione Tipografica Cooperativa, 1919.
Bellucci, Giuseppe. Amuleti italiani antichi e contemporanei. Palermo. Il Vespro, 1980.
Bibliografía complementaria
Ardemani, Giovanni Battista. Tesoro delle gioie, trattato curioso, nel quale si dichiara brevemente le virtù, qualità, e proprietà delle gioie. Venezia. Conzatti, 1676 (https://archive.org/details/TesoroDelleGioie1619/page/n4/mode/2up).
Baronti, Giancarlo e Dorica Manconi. La Collezione di Amuleti ‘Giuseppe Bellucci’. Perugia. Ministero Per I Beni e le Attività Culturali, Soprintendenza Archeologica per l’Umbria, Università degli Studi di Perugia, Sezione Antropologica del Dipartimento Uomo & Territorio, 2000.
Baronti, Giancarlo. ‘Fulmine e saette’, en Tra bambini e acque sporche. Immersioni nella collezione di amuleti di Giuseppe Bellucci. Perugia. Morlacchi Editore, 2008. Págs. 41–83.
Cook, Arthur Bernard. Zeus: A Study in Ancient Religion. Volume 2: Zeus, God of the Dark Sky (Thunder and Lightning). Cambridge. Cambridge University Press, 1925.
De Nino, Antonio. Usi e costumi abruzzesi: Le antiche consuetudini della famiglia abruzzese dalla nascita alla tramonto, vol. II. Firenze. Barbèra, 1881.
Dini, Vittorio. Il potere delle antiche madri. Fecondità e culti delle acque nella cultura subalterna toscana. Torino. Boringhieri, 1980.
Finamore, Gennaro. Credenze, usi e costumi abruzzesi. Palermo, 1890.
Foresi, Raffaello. Dell’età della pietra all’isola d’Elba e di altre cose che le fanno accompagnatura. Lettera al professor Igino Cocchi. Il Diritto, 231, 24, agosto 1865. Págs. 3–15.
Frazer, James George. La rama dorada. Madrid. Fondo de Cultura Económica, 1998 [1890].
Gandolfi, Adriana. Amuleti, Ornamenti Magici d’Abruzzo. Pescara. Edizioni Tracce, Fondazione Caripe, Arte e Ricerca, 2003.
Gimma, Giacinto. Della storia naturale delle gemme, delle pietre e di tutti minerali, overo della fisica sotterranea, Tomo II. Napoli. Nella Stamperia di Gennaro Muzio, erede di Michele Luigi, 1730.
Ginobili, Giovanni. Altro pizzico di folklore marchigiano. Macerata. Tipografia Maceratese, 1971.
La Sorsa, Saverio. Tradizioni popolari pugliesi. Canti d’amore. Roma. Casini, 1934
Lovisato, Domenico. Cenni critici sulla preistoria calabrese. Memoria Reale Accademia dei Lincei, Memorie della Classe di scienze fisiche, matematiche e naturali, serie III, II, Seduta del 16 giugno 1878. Págs. 3–22.
Nicasi Giuseppe. Le credenze religiose delle popolazioni rurali dell’alta valle del Tevere. Lares. Bullettino della Società di Etnografia Italiana, I, 2–3, 1912. Págs. 137–176.
O’neill, John. The Night of the Gods. An Inquiry into Cosmic and Cosmogonic Mythology and Symbolism, vol. 1. London. Printed by Harrison & Sons, Published by Bernard Quaritch, 1893.
Ostermann, Valentino. Superstizioni, pregiudizi e credenze popolari relativi alla cosmografia, geografia fisica e meteorologia: capitolo di saggio d’un ‘opera in corso di stampa sui costumi, usi, superstizioni o credenze del popolo friulano. Tipografia G.B. Doretti, 1891.
Pansa, Giovanni. Miti, leggende e superstizioni dell’Abruzzo. Sulmona. Edit. Caroselli, 1924 (Ristampa anastatica, Bologna. Forni, 1981).
Pedrosa, José Manuel. Jussieu, Feijoo y las piedras del rayo, o la razón moderna frente a la vieja superstición. Revista Murciana de Antropología, 16, 2009. Págs. 245–270.
Perusini, Gaetano. Diffusione diacronica e sincronica degli amuleti in Italia. Ricerca scientifica e mondo popolare, Atti del Convegno «Aspetti e prospettive della ricerca demologia in Italia Messina», 19–21, gennaio. Manfredi, Palermo, 1973. Págs. 299– 312.
Peteani, Luigi. Credenze e superstizioni del Friuli orientale e Gorizia. Rivista delle Tradizioni Popolari Italiane, I, 1894. Págs. 217–221.
Pigorini Beri, Caterina. Le superstizioni e i pregiudizii delle Marche Appennine. Per rispondere all’inchiesta della Società Antropologica Italiana. (Memoria presentata dalla Società Italiana d’Antropologia). Archivio per L’Antropologia e la Etnología, XX, 1890, 1. Págs. 17–59.
Plinio Segundo, Cayo. Historia Natural de Cayo Plinio Segundo, Tomo II, traducción de Gerónimo de la Huerta. Madrid. Por Juan González, 1624–1629.
Rosa, Concezio. Ricerche di archeologica preistorica nella valle della Vibrata. Archivio per l’Antropologia e l’Etnologia, vol. 1, 1871. Págs. 475–516.
Turchi, Dolores. Samugheo. Il fascino delle più arcaiche tradizioni della Sardegna centrale attraverso la storia, i racconti, le leggende e le preghiere del paese sul quale aleggia ancora il mistero del castello di Medusa. Roma. Newton Compton, 1992.
Usener, Hermann Carl. Keraunos, ein Beitrag religiöser Begriffsgeschichte. Bonn. Carl Georgi, Universitätsbuchdruckerei und Verlag, 1904.
Wagner, Max Leopoldo. Il malocchio e credenze affini in Sardegna. Lares. Bulettino della Società di Etnografía Italiana, II, 2–3, 1913. Págs. 129–150.
Zolla, Carlos. Objetos de protección. Revista Artes de México, núm. 131, dedicado a ‘Amuletos’, 2019. Págs. 10–21.
NOTAS
[1] Catálogo de la exposición. Mesa tercera, objeto núm. 7, «Pietra del fulmine [Piedra de rayo]: Hacha pulida de piedra serpentina, con un orificio, conservada en una bolsa de cuero». Giuseppe Bellucci, Amuleti italiani contemporanei. Catalogo descrittivo della collezione inviata all’Esposizione Nazionale di Torino, 1898b, pág. 16.
[2] Una síntesis de esta colección figura en Giancarlo Baronti e Dorica Manconi, La collezione di amuleti ‘Giuseppe Bellucci’, 2000.
[3] Giuseppe Bellucci, «Avanzi dell’epoca preistorica nell’Umbria. Seconda nota». Atto della Società Italiana di Scienze Naturali, Milano, xiv, 2, 1871, pág. 98. Una primera elaboración de su argumento en torno a las pietre del fulmine figura en Bellucci, «Il fulmine nel concetto popolare antico e moderno», Archivio per l’Antropologia e l’Etnologia, 21, 3, 1891, págs. 432–433.
[4] Véase Bellucci, Il Feticismo Primitivo in Italia e le sue Forme di Adattamento, 1907, pág. 45. Bellucci se remonta a algunos objetos líticos hallados en necrópolis etruscas para defender esta continuidad hasta la época en que vivió. Por otro lado, cabe destacar que aunque la perspectiva teórica desde la que Bellucci efectuó sus estudios fue el evolucionismo, y que con frecuencia esta mirada se aprecia en las comparaciones que el autor establece entre prácticas y creencias de sus «contemporáneos primitivos» y los pueblos «fetichistas» del pasado o de otras regiones del globo, más importante resulta para el lector la calidad de sus datos etnográficos, la sensibilidad y minuciosidad de su mirada y de su registro, que convierte a sus materiales en una fuente de información primaria para la época contemporánea.
[5] Bellucci (1907, págs. 72–87). El autor señala que en toda Italia meridional, las puntas de flecha prehistóricas de sílex, habitualmente asociadas con las pietre della saetta en otras regiones de Italia, recibían el nombre de tuoni («trueno») y se les atribuía el alejar el peligro, no tanto del fulmine, como era científicamente considerado, sino del estruendo del trueno (Bellucci, I chiodi nell’etnografia antica e contemporanea, 1919, pág. 130). Todas las versiones al español de los textos italianos referidos a lo largo de este artículo, son traducción del autor.
[6] A finales del siglo xix, diferentes autores italianos describieron estas concepciones. Por ejemplo, al referir los amuletos infantiles, escribe Antonio De Nino: «Esas puntas [de flecha de sílex], según la creencia popular, no son más que fulmini que cayeron del cielo y que se hundieron sette canne, y que sólo después de siete años regresaron a la superficie» (1881, cap. xii). Concezio Rosa anota: «Los llaman fulmini o saette porque creen que son restos de rayos extinguidos, que, cuando caen del cielo, se hunden y entierran siete palmos (unos 2 metros), remontándose un palmo por año, hasta que, finalmente, al cabo de siete años, reaparecen en el suelo» (1871, pág. 465). También Gennaro Finamore describe con detalle la dinámica atmosférica de caída del rayo, hundimiento en tierra de la piedra y ascenso siete años después: «Il fulmine –fulmene, sajétta, sajìetta, tóne, terrécene– è una scheggia di ferro aguzza, rovente, che brucia tutto ciò che tocca, e si sprofonda sette canne sotto terra. […] «La pietra del fulmine in sette anni, una canna ogni anno, risale sopra terra. Fortunato chi la trova! Chi se l’appende al collo, va immune da’ fulmini, dai tradimenti, dalle malie. Preserva da’ fulmini sette case del vicinato (Atri, Teramo)» (1890, págs. 16–17). Por su parte, indica Raffaello Foresi: «Quando scoppia il fulmine in un tal posto, la punta di saetta vien giù abbrivata e si sprofonda sotto terra; poi dopo qualche anno (da uno ho sentito dire sette) ritorna alla superficie del terreno, o giù di lì; e così avviene che le trovino alla busca i pastori o zappando i contadini» (1865, pág. 5).
[7]Luigi Peteani escribe: «para salir, la punta de fulmini necesita siete años, siete meses y siete días» (1894, pág. 218).
[8] Véase Bellucci, Il Feticismo Primitivo in Italia e le sue Forme di Adattamento, pág. 18; Rosa (1871, pág. 465).
[9] Véase Lovisato (1878, pág. 11).
[10] Las prácticas locales diferían en el tipo de hilo utilizado. Explica Concezio Rosa: «Para averiguar si las flechas que encuentran son verdaderos fulmine, se experimenta poniéndolas al fuego o en una lámpara encendida, atadas con un hilo de seda o de lino. Si tarda en quemarse, se cree que son auténticas. Varias flechas de mi colección conservan aún la huella de esta rápida prueba del fuego, y aquellos que me las dieron exigieron una remuneración mayor, diciéndome que eso las garantizaba como saette genuinas» (1871, pág. 465). Gennaro Finamore indica: «Allora, si avvolge con un filo crudo, e si getta sulla brace, sempre avendo cura che non tocchi il ferro. Tirata fuori dal fuoco, si vede che, né essa è rovente né il filo è bruciato. Con la selce e il filo si forma un breve. Chi n’è munito può esser sicuro di non essere mai colpito dal fulmine (Loreto Aprutino)» (1890, pág. 17). Véase también, sobre este aspecto, Foresi (1865, pág. 5).
[11]Foresi (1865, pág. 6).
[12] Explica Bellucci: «Según la creencia popular, la parte material del rayo puede ser desprovista de la fuerza específica del espíritu fulmíneo que posee si entra en contacto con el hierro, o al tocar accidentalmente este metal. Por lo tanto, los fulmine se guardan dentro del hogar en las cajas de ropa, y aquellos que las personas alojan en el bolsillo se envuelven cuidadosamente con cuero, lienzo o papel: así se evita el contacto directo con el hierro y se elimina el peligro de que el amuleto contra el rayo se desarme de sus virtudes protectoras» (1907, pág. 18). Escribe Finamone: «Es un verdadero talismán si, de regreso en la superficie del suelo, no lo toca el hierro con que trabajan los campesinos, ni, al guardarlo en el bolsillo, tiene contacto con llaves u otros objetos de hierro» (1890, pág. 19).
[13] En sus cuestionarios etnográficos, diseñados por Bellucci para obtener la información sobre las concepciones y prácticas rituales relativas a las pietre del fulmine y de la saetta, y que muestran un considerable rigor metodológico, sus informantes insisten de manera recurrente en este aspecto: las fundas y envoltorios de los amuletos son para protegerlos del contacto accidental con el hierro. Véase también Conzecio Rosa, quien señala que el guardarlos en un pedazo de tela o papel persigue precisamente evitar su contacto con el hierro y otros metales, que privarían a las piedras de todas sus virtudes. (1871, pág. 465).
[14] Parecía preferirse estos objetos a los pararrayos convencionales, de los que a menudo se desconfiaba en la cultura popular: Bellucci, «L’eresia nei parafulmini», L’Umbria. Rivista di Arte e Letteratura, I, 1898a, págs. 70–71.
[15] Véase Bellucci (1907, págs. 80 y 20).
[16] Bellucci (1907, pág. 20).
[17] Una característica del sílex, también llamado tradicionalmente pedernal –que constituye una roca conformada por distintos minerales, entre los cuales destacan los silíceos, como el cuarzo–, es su dureza; además, tiene una facilidad de romperse en lascas, láminas rectas con ligeras curvas, de bordes y filos muy agudos y cortantes; esto llevó a que en la Edad de Piedra fuera utilizado para elaborar instrumentos de corte.
[18] Por ejemplo, el artefacto n. 30 de la vitrina 3: «Pietra della saetta, [obtenida en] L’Aquila: Punta triangular con pedúnculo de flecha de sílex color tabaco, con zonas engastadas en plata. Tiene una gran fractura central con una ligera pérdida de material reparado con masilla. La rotura de las piedras de fulmine y de la saetta se interpreta como el resultado de la acción eficaz al enfrentar y repeler un rayo que estaba a punto de golpear la casa donde se las guardaba o a la persona que la usaba como amuleto» (ficha de la vitrina del Museo Arqueológico Nacional).
[19] Véase Bellucci (1907, pág. 21).
[20] O’Neill (1893, págs. 123–124) cita un texto de Finnur Magnússon (Finn Magnussen) en Annaler for Nordisk Oldkyudighed (1838–9, pág. 133) donde indica que «en las regiones montañosas de Noruega, hasta finales del siglo xviii, los campesinos rendían culto – consagrando y adorando– a ciertas piedras redondas el día de Thor [dios del Trueno]: las lavaban, las ungían con mantequilla al fuego y las ponían sobre paja fresca en el asiento de honor a la cabecera de la mesa de comer. A veces las lavaban con suero y en el solsticio de invierno con cerveza». El acto de ungir las piedras con mantequilla y otras sustancias, seguramente para alimentarlas (como se deduce de su ubicación en la mesa de comer) podría vincularse seguramente con el hecho de ungir con aceite las pietre del fulmine registrado por Bellucci (aunque el empleo de aceite, tal vez aceite bendito, no tenía por qué resultar idéntico). Bellucci se refiere a la acción de verter aceite sobre piedras sacras en la India y la Antigua Grecia, en una suerte de correspondencia con lo que ocurría en la Italia en que vivió con los amuletos contra del rayo (1907, pág. 22).
[21] Significativamente, Adriana Gandolfi recoge, en una nota al pie de su libro sobre amuletos de Abruzzo, una referencia a la obra de Giovanni Pansa (1924, vol. II, pág. 37) en la que se registra la costumbre de ungir con aceite, así como la muy reveladora información dada a la autora por el arqueólogo Alessandro Mucciante: «Un anciano de Serramonacesca (Pescara), hallado ocasionalmente, reveló en fechas recientes la práctica de sumergir periódicamente estos preciosos amuletos en una solución compuesta de agua y sal para renovar sus poderes» (Gandolfi, 2003, pág. 30, nota 45). La idea de «renovación» de los poderes es distinta de la de «reforzamiento», «asegurar mejor la virtud protectora del amuleto» u «ofrenda o práctica propiciatoria» que planteaba Bellucci; renovar implica que el potencial de la piedra disminuyó o se gastó por algún motivo (que bien puede ser sin embargo la mera utilización como amuleto). Según nuestra hipótesis, el aceite podía muy bien actuar como una revitalización de la piedra dañada, agrietada o quebrada al, según la concepción, repeler o neutralizar la descarga celeste; en este sentido, entre las piedras coleccionadas por Bellucci y engrasadas con aceite hay tres procedentes de Abruzzo.
[22] «Objeto n. 1 de la primera vitrina, obtenido en Popoli, Norcia, Perugia: «Hachita lítica de jade nefrítico, verde oscuro, liso, con rayas y veteado lechoso, astillada en el ápice y en el borde, con un agujero en el ápice» (Ficha del Museo Arqueológico Nacional de Perugia).
[23] Véase Finamone (1890, pág. 17): «Se ne distinguono tre specie: il Tuono, la saetta e le gocce. Il Tuono è più grande della saetta; cala diritto dal cielo, e la selce ha forma di cuspide. La saetta cala a zighe zaghe, ed ha la forma di una vanghetta. Le Gocce sono piccole pietre, di forma globulare, le quali cadono dal cielo quando fanno i tuoni crillarecci –stridenti–, che fan– no traballare il suolo (Vestea)».
[24] Es interesante anotar que, en ocasiones, las fichas de la colección suministran información muy valiosa acerca de aspectos asociados con el uso de las piedras: el empleo indistinto de piedras de fulmine y de la saetta para resguardar tanto a las persona como las casas (colocándolas entonces en la chimenea o en las paredes o cimientos de la vivienda), la modificación o rotura de las piedras al tratar de perforarlas para colgarlas, la reutilización de las mismas durante su «ciclo de vida», e incluso –mostrando la capacidad expansiva y creativa de la concepción y la práctica ritual–, la vigencia de su empleo entre los emigrantes, como revela el caso de un italiano que trajo consigo, al regresar de América, una piedra de rayo extranjera para proteger su vivienda italiana, y que fue hallada tras la destrucción de la casa durante el terremoto de 1905 (la pietra del fulmine n. 28 de la vitrina 1, obtenida en Rose, Cosenza).
[25] Véanse los ejemplos de Zeus keraunios productor de rayos y arrojador de piedras de relámpago, en Grecia, y en Roma, de Júpiter en sus dimensiones y epítetos de Iuppiter Fulgur (‘el que empuña el rayo’), Iuppiter Fulgurator (‘del relámpago’) y Iuppiter Tonans («tonante», «el que truena», «el tronador») (Usener, 1904, págs. 1–30). En la Grecia clásica se concebía que Zeus arrojaba desde el cielo «hachas del rayo», que eran designadas con los términos de astropelékia o astrapopelékia («hachas de relámpago») y astrapóboula («objetos lanzados por el relámpago») (Cook, 1925, págs. 506, 844, 1350).
[26] Véase al respecto, para el caso de España, el excelente artículo histórico de Pedrosa (2009).
[27] Gimma (1730, tomo II, pág. 193, traducción del autor).
[28]Ardemani (1676, traducción del autor).
[29] «Después de haber sido desterrados los antiguos dioses y desarmado para siempre a Júpiter Fulminador, los reclamos de las saette aún lograron salvarse de la ruina general de las doctrinas paganas» (Bellucci, 1907, pág. 86).
[30] En este sentido, de acuerdo con Perusini, en las últimas décadas (su estudio es de 1973) la fe depositada en el poder protector atribuido a las piedras de rayo parece haber desaparecido progresivamente, reemplazada por otros rituales de protección personal. Aunque en las regiones rurales de Umbría pareciera mantenerse la concepción de que el fulmine posee una «parte material» metálica o lítica, que cae al suelo en la tormenta, no se registra sin embargo constancia del poder protector conferido por los pobladores a la pietre del fulmine como amuleto contra los rayos. No obstante, véase al respecto el remanente actual de cierto conocimiento acerca de estos objetos (nota al pie 22).
[31] Esto podría atestiguarlo el complejo sistema ritual y simbólico en el que las piedras de rayo y relámpago se insertan en el imaginario de la cultura popular, así como prácticas del tipo referido –ungir con aceite los amuletos para restituir sus propiedades– que parecieran responder a concepciones de los objetos diferentes del discurso culto o letrado. Asimismo, cabe señalar lo distinto y diverso de este saber, que ofrece variaciones locales, con respecto a las concepciones clásicas y «cultas», constantes, trasmitidas con cierta homogeneidad, a la manera de un canon.
[32] No obstante, aunque en la obra de Bellucci resulta evidente que el culto a las piedras de rayo y relámpago transcurre al margen de la doctrina católica, el autor aporta un interesante argumento acerca de cómo estos amuletos son progresivamente absorbidos por la religión oficial, atendiendo al culto popular. Mediante una serie de ejemplos de piedras prehistóricas modificadas para el culto –mediante decoración o tallado– por sus propietarios, Bellucci muestra la proyección en ellas de atribuciones simbólicas de la religión cristiana por la ornamentación, talla o reconfiguración de los amuletos líticos. Lo ilustra, por ejemplo, con una pietra del fulmine tallada en forma de cruz, ajustada así al concepto de crucifijo, y una pietra della saetta engastada en plata, con una cadena de cuya extremidad cuelga una corona de rosario y una medalla católica «que contribuía a conferir el concepto de reliquia a la saetta». El caso tal vez más distintivo recogido por Bellucci es el de cierto «relicario, hecho sin duda por monjas, en el cual, bajo el cristal, lucía una punta de flecha de sílex de la época prehistórica, considerada como una saetta. Tal relicario, singularísimo por su conformación y contenido, lo hallé en la cabecera de una cama, entre imágenes de santos, un crucifijo y un Lumen Christi, cuando un día de fuerte tormenta llegué por casualidad a una vivienda pobre […]. Entonces supe que la ‘punta’ de la saetta […] había sido bendecida por el párroco y que, por devoción y con fe firme, la pobre anciana solía encender ante ella una vela bendita cada vez que el trueno retumbaba desde lejos anunciando la tormenta o el granizo». Configuradas así o revestidas de signos católicos, las piedras de rayo «se transformaban en reliquias o fetiches cristianos» (1907, págs. 83–85). Según Bellucci, esta «manipulación cristianizadora» de las piedras de rayo pareciera evidenciar que la Iglesia fue cobrando control de un tipo de amuletos considerados en su origen «paganos»: sobreponiéndoles símbolos cristianos o dándoles un tratamiento ceremonial a las piedras como si se tratase de reliquias católicas, por encima de su origen y concepción preexistente. Para Bellucci, esta manipulación era una evidencia material de la transformación sincrética de unos amuletos paganos, ajenos a la Iglesia, en amuletos sometidos al culto católico. Pero, además de la propuesta de Bellucci, bien podríamos hallarnos aquí frente a dos procesos muy distintos del descrito por el coleccionista: uno, que se estuviese dando una suerte de «hibridación de los amuletos» (véase Carlos Zolla, 2019, pág. 19), en la que elementos pertenecientes a diferentes tradiciones culturales son amalgamados con el fin de reunir y conjuntar sus propiedades protectora o apotropaicas, sumando entonces lo «pagano» de las piedras meteóricas con la bendición de las mismas en la iglesia y la yuxtaposición de elementos cristianos para incrementar su «poder»; dos, que se tratara –la «manipulación cristianizadora»– de una hábil y extendida estrategia popular dirigida a camuflar o «disfrazar» un tipo de objetos identificados por el clero como «paganos» con el propósito de propiciar la aceptación católica, haciéndolos aparecer como sujetos a los principios, prácticas y dogmas religiosos. Un indicio de que esto pudiera ser así lo constituía quizá la unción de las piedras con aceite, siguiendo una concepción sobre la naturaleza de estos objetos (vivos o animados) ajena a la de la Iglesia, o en la necesidad de envolverlos para que el roce con el hierro no anulara o neutralizara sus poderes protectores, algo que no se concebía que sucedía con los objetos católicos.
[33] Bellucci, Un capitolo di psicologia popolare. Gli amuleti, 1908, pág. 15.
[34] Bellucci (1908, pág. 44). En la colección actual del Museo, corresponde al objeto n. 6 de la vitrina 4.
[35] Concentrados todos ellos en la vitrina número 4 de la colección del Museo Arqueológico Nacional.
[36] «En mi investigación, tuve la oportunidad de observar algunos Agnus Dei, colocados dentro de las cavidades en la parte superior de las torres, cerca de las campanas, especialmente de los antiguos monasterios, como protección contra los rayos, como defensa contra las tormentas de aire (tempeste dell’ aria) y especialmente para evitar las tormentas de granizo» (Bellucci, 1907, pág. 122).
[37] «La medalla de San Benedetto, en el reverso de la cual está impresa la cruz clásica, se usa como amuleto para diferentes propósitos en la región de Umbría […] como amuleto protector contra el granizo, se lo sitúa en la parte superior de un roble, colocado en el borde de una propiedad rústica. Se cree que el granizo no puede entrar en un terreno en el que se encuentra la medalla protectora antes mencionada». Significativamente, «la virtud de proteger los edificios contra los rayos se atribuye a la misma medalla de San Benito, y para este propósito generalmente se la coloca en la parte superior del tejado de los edificios, debajo de los aleros, y dentro de las torres de los campanarios» (véase Bellucci, 1907, págs. 133, 134).
[38] Esta costumbre parecía hallarse considerablemente difundida en Europa, a juzgar por las observaciones de James Frazer acerca de la conservación del leño de Pascua, o de las hogueras solsticiales, encendidos en ocasión de una tormenta para alejar el rayo (1998, págs. 706, 716). «En muchas partes de Alemania también encienden una hoguera por medio del ‘fuego nuevo’ o en algún sitio abierto cercano a la iglesia: lo consagran y las gentes traen palos de roble, nogal y haya, que carbonizan en las hogueras y después llevan a casa. Algunos de estos palos son quemados después en casa en el ‘fuego nuevo’ y rezan para que Dios preserve la hacienda de incendio, rayos y pedrisco. Así reciben todas las casas ‘fuego nuevo’. Algunos de estos palos socarrados se guardan todo el año y se ponen en el hogar durante las tormentas fuertes, para que la casa no sea fulminada por el rayo, o los insertan en el tejado con el mismo propósito. Otros los colocan en los sembrados, huertos y prados con una oración para que Dios los guarde del añublo y el pedrisco. Estos campos medran más que los otros: la mies y las plantas que crecen en ellos no son derribadas por el granizo» (1998, págs. 690–691).
[39] Giuseppe Bellucci (1907, pág. 122).
[40] Existe información dispersa que señala a los agentes causantes de la fulminación meteórica en otras regiones de Italia y en el mismo periodo: en Puglia encontramos que los truenos son resultado, se dice, de ángeles que juegan a la pelota (véase La Sorsa, 1934, pág. 53), y en Friuli se cuenta que los truenos son producidos por los ángeles del Paraíso, que muerden nueces o rompen los platos limpiando (Ostermann, 1891, págs. 62–63). En otras zonas, como la región marchigiana y el Valle del Tevere, se atribuye la fulminación y el estruendo de las tempestades al diablo. En la región marchigiana el trueno resulta de que el diablo va en un carruaje o carroza en las nubes, o hace rodar barriles (Ginobili, 1971, págs. 41–42), mientras que en el Valle del Tevere un mito explica lo siguiente: para aterrorizar a los hombres, el diablo creó el trueno, y Jesús, para advertirles, creó los destellos de los relámpagos que le preceden (Nicasi, 1912, pág. 160). Los espíritus malignos registrados por Bellucci resultan coherentes con dicha conceptualización del diablo como entidad causante de las fulminaciones y meteoros.
[41] Ésta y la cita anterior: Bellucci (1907, pág. 85). También Caterina Pigorini Beri recoge esta concepción; escribe: «La saetta è una porcheria» (1890, 1, pág. 41).
[42] Baronti refiere, a propósito de estos términos, como apunte explicativo (2008, págs. 41–42, nota 1), la preferencia, por un lado, que en la narrativa popular manifestaban los fulmine por los muladares o estercoleros; y por otra, en lo que respecta al término de «agua sucia» aplicado al granizo, cita refiriéndose a la campagne emiliane: «Es opinión de nuestros agricultores que los vegetales afectados por el granizo adquieren cualidades venenosas –independientemente del acto del granizo al golpearlos y dañarlos–, y en consecuencia esto produce fermentación en el vegetal afectado. Pero la supuesta influencia maligna del granizo no se limita a ello; también se supone que el fenómeno actúa sobre el terreno, haciéndolo menos fértil». No obstante, cabría también pensar que a estos fenómenos se los concibiese en efecto como excrecencias o residuos de alguna entidad celeste, y que llamativamente, nombrarlos así, con un término en apariencia despectivo y no un eufemismo, no involucrase su desencadenamiento. Considerados fulmine, saette y grandine como producidos por espíritus malignos, ¿no sería pues congruente que estos fenómenos fuesen concebidos como sustancias denigrantes, sucias, asociadas con lo opuesto a la limpieza o al bien –desde un punto de vista conceptual–? ¿Y que de este modo designarlos con los términos despectivos de «basura», «suciedad» y «agua sucia» constituyese en realidad un eufemismo frente a la denominación (ominosa) de los fenómenos que remitía a los espíritus negativos que los producían? Así se entendería que el hecho de nombrarlos de esta forma no los interpelase –dado que respondía a la perspectiva humana– y no redundase en consecuencia en desencadenar su caída. Interesante señalar en este sentido el rechazo de la cultura popular por el pararrayos (parafulmini), considerado, según anota Bellucci, como «pericolosi e diabolici», tal vez por la idea de que, buscando atraer al rayo a caer en él, y siendo éste producido por espíritus considerados como de índole maligna, el pararrayos no podía ser sino un instrumento para convocar estas fuerzas (Bellucci, 1898a, págs. 70–71).
[43] Finamone (1890, pág. 17).
[44] Véase también Rosa (1871, pág. 466), quien señala: «Algunos les cuelgan [puntas de] flechas, atadas con un anillo de plata, a los niños, para salvarlos del maleficio».
[45] Wagner (1913, pág. 145).
[46] Turchi (1992, pág. 287).
[47] Bellucci (1898b, pág. 17–19).
[48] Bellucci (1898b, Tabla III, pietra 11, pág. 19).
[49] Bellucci (1989b, Tabla 11, pietre 34 y 35, pág. 65).
[50] Dini (1980, pág. 205).
[51] Bellucci (1898b, Tabla I, págs. 7, 11).