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Revista de Folklore número

463



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Castilla sigue hablando. 100 años de Miguel Delibes

URDIALES YUSTE, Jorge

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 463 - sumario >



Castilla le habló a Miguel Delibes hace 34 años con los temas de siempre (la sequía, la sed, el asado…), a través de las novedades del momento (Castilla en el Mercado Común, el canaricultor, las tentavivas de repoblación…) y también recuperando en el último momento aquellos oficios y costumbres que tendían a desaparecer (las oreanas del Sil, el cangrejo de patas blancas, los palomares…).

Miguel Delibes, ya en los años 80, se volvió a patear el campo en busca de noticias. Como el médico que ausculta al paciente, Delibes tomó el pulso a su tierra hace ya tres décadas. La editorial, Destino, levantó finalmente acta del estado de Castilla en 1986, ahora hace 34 años.

Sería pueril decir que Castilla habla es un libro que no ha tenido el reconocimiento que se merece. Eso se dice de casi todos los libros y autores de los que uno habla. En Delibes el cronista de este libro lo ha oído cientos de veces, pero también lo ha oído de Cela o de Juan Ramón Jiménez. Sea como fuere, para este cronista Castilla habla es una de las joyas de Miguel Delibes. Quizá por los temas que trata, por la facilidad de su lectura… Quizá porque cualquiera se puede ver reflejado en alguno de sus capítulos o, al menos, ver reflejados a sus padres o abuelos.

Castilla habla es un largo paseo por la Castilla de los años 80. En el libro, Delibes dedica un capítulo a cada uno de los personajes con los que se “encuentra”. Les hace hablar y contar su modo de vida o su experiencia pasada sobre algo. Cada capítulo, independiente de los demás, es un vivo retrato del palpitar castellano de hace 34 años.

No pretende Delibes hacer una enciclopedia de la Castilla de entonces con este libro. Busca recoger testimonios de la gente de su tierra, casi todos curiosos y algunos desconocidos incluso para los propios castellanos. Delibes, que manifiesta sus querencias, tiene presto el olfato para encontrar los viejos oficios que ya entonces se estaban perdiendo. Los encuentra y nos los presenta en forma de capítulos de Castilla habla.

Gran parte de aquellas gentes que se presentan en el libro, hoy ya no está. Ni siquiera nos queda el escritor, que se fue en 2010. Pero todavía se encontró este cronista con Alfredo Rodríguez y su palomar, el protagonista del capítulo VIII de Castilla habla, o con Paulino, el guarda del río Omaña al que le dedica Delibes unas páginas de Mis amigas las truchas, o con Jesús María Reglero, con el que comparte tantas jornadas de caza en El último coto… Habló el cronista con Juan Delibes y Adolfo Delibes, hijos del escritor. Charló largamente con Herminio, el bichero de Vadillo de la Sierra, donde Delibes había estrenado coto en 1976. Con la excusa de visitar La Sinova, tomó el cronista el pulso a la agricultura, la caza y la política municipal actuales en el pueblo cercano de Castrillo Tejeriego. Una ama de casa castellana le explicó al cronista que todavía se pescan cangrejos de río en Renedo de Esgueva y otra señora de Villavaquerín que había hecho de extra en la película, le contó con pelos y señales cómo fue el rodaje de Las ratas en su pueblo. Incluso el cronista dio con el Nini, el protagonista, ya crecidito, y charló con él sobre aquel rodaje. Pudo entrar el cronista en la casa de Marceliano, aquel chaval que en los años 40 le espantaba las perdices al escritor en Villafuerte de Esgueva. Se acercó hasta Quintanilla de Onésimo, donde tenía cita con Rafael, almendrero por los pueblos de la zona desde que acabó la guerra, y con la técnico de Cultura del pueblo con la que habló de las bodegas y del turismo de la Ribera del Duero. Paró este cronista en Esguevillas, otro de los pueblos emblemáticos en Delibes por su caza y su pesca, a descubrir cómo llega una joven del pueblo a ser doctora en física e investigadora de la Universidad de Valladolid. Pudo conseguir este cronista muchos documentos del Miguel Delibes marinero durante la guerra civil y entrevistó a uno de aquellos voluntarios que convivieron con el escritor en el crucero Canarias. Se coló en el colegio en el que Miguel Delibes hizo el Bachillerato, el Lourdes de Valladolid, para que su director le contase de entonces y de ahora. Y finalmente recibió al cronista en su despacho de la consejería de agricultura el que fue presidente de la Diputación de Valladolid desde 2011 hasta 2019 e impulsor de las Rutas de Delibes, Jesús Julio Carnero.

Castilla sigue hablando después de la muerte de uno de sus mejores escritores. En este año del centenario, el cronista de estas historias quiere mostrar qué es lo que queda de la Castilla que se pateó Miguel Delibes en algunos de los lugares más representativos en su vida y en su obra a través de un libro que se titula Castilla sigue hablando. 100 años de Miguel Delibes (Ediciones Cinca), Madrid, 2020.

El primero de los personajes de este libro es Alfredo Rodríguez, al que entrevistó Delibes en Medina de Rioseco y, fruto de esa entrevista, escribió don Miguel el capítulo VIII de su Castilla habla.

Siguiendo los pasos del escritor, me acerqué a Medina de Rioseco en otoño de 2013 para entrevistarme con Alfredo. Hablamos de la entrevista de Miguel Delibes, del palomar de entonces, del palomar de ahora y de cómo pasan los años y el resultado fue este:

Medina de Rioseco. Otoño de 2013. Algunos de los personajes de Miguel Delibes siguen vivos. La Castilla de Delibes no ha muerto del todo. Tendrán que pasar muchos años todavía para que Delibes y su mundo sean cosa del pasado. Alfredo Rodríguez, 89 años muy bien llevados, cuenta con la fortuna de ser el protagonista del capítulo VIII de Castilla habla. Hace ya 30 años que su palomar se hizo famoso y entró en la literatura a través de un libro que entonces relataba la actualidad de los pueblos y las ciudades castellanas.

Alfredo nos recibe en su casa de Medina de Rioseco, que es una de las últimas según se sale por la carretera hacia Villalón. Sentado en su butaca de la balconada, ve pasar a la gente, los coches, la vida. Lee y ve los toros.

La casa de Alfredo Rodríguez tiene mucha solera. Tanta como para conservar el sofá en el que se sentó Isabel II cuando vino a inaugurar el Canal de Castilla. Allí mismo, en su casa, prefirió quedarse la reina.

Alfredo Rodríguez, con camisa, bien peinado y afeitado, lleva un pañuelo que le sobresale de la americana. Elena Rodríguez, que es su sobrina y además periodista, le saluda primero. Nos presentamos y comenzamos la entrevista. Queremos que nos cuente cosas de Delibes, del capítulo VIII de Castilla habla, del palomar, de cómo está el campo ahora…

Miguel Delibes estuvo en la casa de Alfredo para preguntarle por su palomar y aquella entrevista se publicó primero en El Norte de Castilla y después se hizo literatura en Castilla habla. Alfredo nos cuenta que ha estado buscando la entrevista (el recorte del periódico, suponemos) pero que no la encuentra.

Delibes dio con Alfredo a través de su prima Maribel. Fifita y Maribel vivían en la acera de Recoletos, a pocos metros de la casa de los Delibes, y como siempre tuvieron buena amistad con Conchita Delibes, esta se acercaba con frecuencia a Pozo Pedro, la finca de Alfredo.

Delibes vino a verle por el palomar. Alfredo le contó a Delibes que lo tenía para los pichones, que luego los vendía al restaurante La Rúa que está frente a su casa. El palomar lo sigue teniendo en Pozo Pedro, a 3 kilómetros de Rioseco. Ya no tiene palomas.

Alfredo nos habla siempre en pasado. En aquel tiempo el palomar estaba acotado con unos carteles (que llamaban matrículas) que anunciaban que allí había palomas y, por tanto, no se podía cazar.

En Pozo Pedro se llegaron a tener cinco palomares que hoy se han reducido a dos y sin palomas. Pozo Pedro fue algo serio en sus tiempos, con casa para los señores, para la gente que trabajaba en la finca (cuatro familias con ocho hijos), ¡hasta con capilla! Aquello tiene un aspecto rural muy emotivo pero sin duda se ve abandonado. Alfredo, buen castellano, acepta la realidad tal como le viene. Ni su edad, 89, ni que desde hace dos años ya no le hayan renovado el carné de conducir, ni el contarnos lo que aquella finca fue y ya no es, le producen más emoción que la contenida en un gesto de resignación. A Alfredo le llevan los demonios que maten a las palomas. El otro día recogió hasta ocho cartuchos junto al palomar.

Miguel Delibes, nos cuenta Alfredo, era un hombre muy comunicativo. La entrevista fue entrañable y, cuando aquella charla se hizo capítulo del libro y el libro se publicó, Delibes le mandó un ejemplar firmado. Lo solía hacer con sus personajes de carne y hueso. El libro… tampoco lo encuentra Alfredo. Quizás se lo prestó a algún familiar.

La entrevista entre Delibes y Alfredo tuvo lugar en la casa. No se acercaron al palomar de Pozo Pedro. Delibes escuchó a Alfredo con atención, tomó nota y plasmó la realidad del palomar tal y como era.

Alfredo Rodríguez le contó a Delibes muchas cosas, pero durante nuestra entrevista el anciano se explaya aún más. Le sacamos muchos otros detalles sobre su palomar, como que de él se sacaban los pichones y también dos o tres carros de palomina; que entonces llegaban a coger 100 pares de pichones por temporada; o que la palomina, sin embargo, no la vendían. Ellos tenían agricultura y la echaban para las tierras de casa.

Para Alfredo, el palomar siempre fue un entretenimiento. No llegó a ser negocio. El poco dinero que sacaba del palomar lo consiguió de vender pichones al restaurante La Rúa, que se ve desde el balcón de su casa. En la actualidad el restaurante sigue ofreciendo pichones en la carta porque hay uno de Moral de la Reina que se los trae cada ocho días. Alfredo ni vendió la palomina ni vendió palomas para el tiro al pichón, tan popular hace unos años. Era, como nos recalca una y otra vez, un entretenimiento.

De aquello que contaba Delibes en el capítulo de Castilla habla hay cosas que ya no existen, como el hotel Norte. En el solar que dejó el hotel se han construido viviendas. Tampoco están igual los palomares de los que habla el capítulo. Solo queda uno en todo el término de Rioseco.

Los años han ido pasando y Alfredo, en 2013, se ha quedado sin hermanos. Todos murieron, de once que eran. Alfredo mira por un momento a las paredes del salón y recuerda toda la gente que pasó por su casa… De aquellos ya no queda casi nadie. Alfredo, que nació y vivió siempre bajo este techo, siente cierta nostalgia de los años vividos. La resignación y el aceptar las cosas como le vienen le hacen contener la emoción. Extramuros de la casa, recuerda especialmente el casino, del que fue secretario. En una sala del corral guarda, a modo de museo, unos cuantos aperos de los de antes. Para Alfredo, con las máquinas actuales no queda nada de grano ni de nada en el campo y las ovejas apenas tienen qué comer.

Con el cambio de costumbres y de aperos también se han ido perdiendo muchas palabras que nombran esas realidades. Las que nombran las partes del palomar le salen a Alfredo sin dificultad: el capuchón del palomar es el tejado o las troneras son los redondeles que hay por dentro.

En aquellos años 80 los pichones que comían en casa de Alfredo los cocinaba Irene, la misma señora que hoy sigue atendiéndole. Irene, muy servicial y campechana, se acerca al salón de la entrevista y nos enumera el proceso: limpiarlos, pelarlos, freírlos y guisarlos. Al fin y al cabo Alfredo tenía el palomar para eso, para comerse los pichones.

Irene pone el broche final a esta entrevista contándonos cómo le preparaba los pichones a Alfredo. Una vez limpiados y pelados (en seco), se chamuscaban y se les sacaban las vísceras. Metidos en bolsas, se les congelaba. Para guisarlos, Irene necesitaba bastante cebolla, pimientos y vino blanco (o del otro, del corriente). El fuego lento haría lo demás.

Irene, que guisó y probó muchos pichones, sentencia que sabían mejor los pichones de Pozo Pedro que los de Valverde, los del primo de Alfredo.

Con el recuerdo del sabor de los pichones de Alfredo Rodríguez, el protagonista del capítulo VIII de Castilla habla, acabamos la entrevista. Alfredo, muy animado ya, nos invita a ver su palomar, ese que ingresó en la Historia de la mano de Delibes. El viejo palomar del tío Alfredo, hoy sin palomas, sigue vigilante como un centinela en tiempos de la Reconquista. Se confunde con el paisaje. Su puerta sigue abriendo, sus paredes podrían acoger a nuevas palomas… Al palomar del tío Alfredo, que es parte del paisaje rural castellano, le pasa lo que contaba Miguel Delibes en Viejas historias de Castilla la Vieja:

Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado a los cuetos, los chopos y los rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no1.




BIBLIOGRAFÍA

1. Delibes, Miguel. Viejas historias de castilla la Vieja, Destino, Barcelona, 1981.



Castilla sigue hablando. 100 años de Miguel Delibes

URDIALES YUSTE, Jorge

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 463.

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