Revista de Folklore • 500 números

Fundación Joaquín Díaz

Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >

Búsqueda por: autor, título, año o número de revista *
* Es válido cualquier término del nombre/apellido del autor, del título del artículo y del número de revista o año.

Revista de Folklore número

462



Esta visualización es solo del texto del artículo.
Puede leer el artículo completo descargando la revista en formato PDF

El gallo en el carnaval leonés

RUA ALLER, Francisco Javier / GARCIA ARMESTO, María Jesús

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 462 - sumario >



El Carnaval o Antruejo, como más tradicionalmente se denomina en nuestra provincia, clausura las fiestas del invierno, dando paso a la larga y austera Quadragésima, que comienza el Miércoles de Ceniza. En el calendario rural leonés, esta fiesta se celebraba con gran regocijo, siendo de rigor las comidas con carne de cerdo y las populares orejonas.

Característico de las fiestas de rapaces y mozos eran los juegos de gallos, las peticiones que realizaban por las casas y la comida que celebraban en común con lo recaudado el Domingo Gordo, es decir el domingo anterior a la Cuaresma. En otras épocas del año, pero preferentemente en invierno, también tenían lugar en algunos pueblos de León la «carrera de gallos» y el «tiro al gallo».

Debido a que todos ellos tenían como denominador común al «rey de las gallinas» bueno es que antes de hablar de estas diversiones de pequeños y mayores (que se pierden en el recuerdo) hagamos una breve semblanza del simbolismo de esta popular ave de corral.

El gallo como símbolo

En muchos de los pueblos primitivos el gallo era un animal apotrópeo ya que, en su calidad de heraldo de la mañana, anunciaba el final de la noche y con ella de todos los peligros que encerraban las tinieblas; por ello en muchos lugares se consideraba que su canto ahuyentaba a los demonios que causaban las enfermedades. Más generalizada era la creencia de un cambio meteorológico cuando el gallo cantaba a mitad de la mañana o por la tarde, en lugar de hacerlo al amanecer[1].

Entre los pueblos mediterráneos, los griegos eran quienes más firmemente creían en el buen augurio del gallo y, para asegurarse su protección, se le representaba en amuletos y diversas esculturas que adornaban las casas. Muchas divinidades del Olimpo helénico lo habían adoptado como símbolo y así la gallinácea lo mismo aparecía en el casco de Minerva, que a los pies del iracundo Marte o del solícito Mercurio. Otras virtudes que se añadieron al gallo fueron las de la protección de las almas en su camino al otro mundo, su relación con la luz y el fuego y, sobre todo, su papel como mantenedor de la fecundidad; debido a las connotaciones sexuales que este animal tiene, al ser considerado como el «rey de las gallinas» y el macho por excelencia. En numerosos ritos matrimoniales se llevaba como ofrenda a la iglesia, o se ponían un gallo y una gallina en presencia de los contrayentes, a fin de asegurarles una larga y feliz descendencia[2].

Probablemente de la creencia griega en el gallo como protector familiar provenga la tradición de algunos de nuestros pueblos de tener un gallo en el momento del parto; a fin de que nada malo pudiera ocurrir a la madre o al recién nacido[3].

En muchas otras tradiciones aparece el gallo como ave funesta, sobre todo cuando es negro; siendo utilizado, al igual que la gallina de este plumaje en ciertos rituales mágicos. No obstante, la opinión parece dividida, por cuanto mientras que en el norte de España (Asturias, País Vasco y Navarra) tiene la consideración indicada, en otros lugares (Galicia y Cataluña) se les considera que traen suerte y riquezas, incluso las gallinas de este color son más fértiles y tanto los huevos, la sangre y otras partes de su cuerpo pueden ser empleadas para curar diversas dolencias humanas e incluso alargar la vida[4].

Y sobre todo es creencia extendida el nacimiento del basilisco del huevo que pone un gallo de siete años. Este basilisco es una mezcla de reptil y gallo, que con su sola mirada puede matar a un hombre; o hacer perecer con su aliento a las aves voladoras. Además, está tan lleno de veneno que reluce[5].

Pero pocos son los gallos que pueden llegar a esta edad fatídica. Bien como plato suculento o bien ejecutado en determinadas ceremonias festivas, el gallo da con sus plumas en tierra.

Principalmente es por Carnaval cuando tienen, o tenían lugar la mayor parte de los ritos en los que participaban los gallos. El trasfondo es el mismo; pero varía la forma de ejecutar al ave. En algunos pueblos se les colgaba de una cuerda y, pasando a galope por debajo, se les descabezaba mediante espadas, palos o con la misma mano. En otros lugares, se les enterraba hasta el cuello para convertirlos en blanco de piedras o de palos ciegos. Julio Caro Baroja, en su libro «El Carnaval» comenta algunas de estas costumbres, en las que participaban niños o gente adulta (mozos o quintos) principalmente, y que se extendían por varias regiones españolas, mayoritariamente del norte: Galicia, Asturias, Castilla y el País Vasco. Curiosamente no da cuenta de ninguna versión leonesa. Otros autores también han descrito estas fiestas del gallo por Carnaval, en distintos lugares de España[6]. Y no sólo por Carnaval, sino en otras épocas del año, (preferentemente del invierno o la primavera) el gallo o los gallos era(n) atado(s) a un árbol y servían de diana para tiro de escopetas. Estas costumbres, bastante crueles, fueron desterradas hace tiempo, por lo que para su reconstrucción es necesario recurrir a fuentes antiguas o a personas de cierta edad que puedan recordarlas. En lo que sigue, trataremos de algunas de ellas en tierras leonesas.

«El gallo»: una celebración escolar

Una de las diversiones infantiles más populares que existía en muchos pueblos leoneses durante los días de Carnaval era la que llamaban «El gallo». Esta fiesta está especialmente recogida en la Montaña, sobre todo en las comarcas de Babia y Laciana. Sobre ella escribieron autores como Restituto Martínez, Modesto Medina Bravo y Senén Rodríguez en los años veinte del pasado siglo, de los cuales nos serviremos para reconstruir esta tradición[7].

Para celebrar «El gallo» los maestros, en vísperas de Carnaval, clasificaban a sus discípulos con arreglo al adelanto de cada uno en sus estudios. Al primero de la clase se le nombraba rey, al segundo general, al tercero coronel, y así sucesivamente hasta llegar al cabo. Los más atrasados y los más pequeños eran considerados como soldados rasos. El papel de abanderado le solía corresponder a uno de los mayores, aunque fuese de los más atrasados. En las niñas solo había las distinciones de reina y princesa. Las familias de los niños se encargaban de engalanarlos con la indumentaria propia de su categoría.

En Llombera (Ayuntamiento de La Pola de Gordón, Montaña Central), un niño hacía de abanderado y otro portaba un hierro asador, para ensartar en él los torreznos y las cosas pinchables que les entregaran los vecinos. Estos actores principales se adornaban con gorros de papel con colgantes de papelines multicolores. El oficio del tesorero lo ejercía el alférez y las niñas llevaban cestas donde recogían los huevos que les regalaran.

La mañana del Domingo Gordo (anterior al martes de Carnaval) se reunía la tropa infantil en la escuela. Los altos cargos y oficiales portaban espadas y los soldados llevaban escopetas; armas todas de madera, construidas por el carpintero del pueblo. Los niños formaban y entonces se presentaba el rey, constituyendo este uno de los momentos más importantes de la fiesta. La tropa presentaba armas, el maestro se descubría y el monarca dirigía unas palabras a la tropa y al vecindario expectante:

Yo soy el rey de esta tropa,

y soy el rey encoronado;

no lo digo por España

ni por la gente que traigo,

que aunque son de edad menor,

son muy valientes soldados,

que tienen mucho valor

para mendrugos y tragos.

Otra versión era:

Yo soy el famoso rey

entre todos coronados,

pongo mi corona y cetro

como el rey ha señalado.

Y si no lo hace así

como yo lo he mandado,

que le corten la cabeza

con cuchillos afilados.

La gente se retiraba a sus casas y los niños comenzaban la ronda por el pueblo, pidiendo de puerta en puerta. Muchos eran los versos que cantaban los rapaces, y solían ser iguales para todas las casas:

Aquí estamos a esta puerta

dispuestos para cantar;

nos den pronto la limosna,

pues queremos caminar.

Buenos días, señor…

buenos días tenga usted,

aquí traigo mi bandera

que me la ha prestado el rey.

---

En estas puertas estamos

dispuestos para cantar,

darnos licencia, señores,

que queremos empezar.

Al sacerdote le dirigían salutaciones como las siguientes:

Buenos días, señor Cura,

de la casa rectoral,

que venimos a pedir

para el día Carnaval.

Buenos días, señor Cura,

buenos días, don…

que venimos a pedir

a la casa rectoral.

En otros saludos se asocia la petición:

Estas puertas son de pino,

las aldabas de nogal,

aquí vive un tabernero

que nos puede convidar.

Estas puertas son de pino,

las aldabas de cristal,

aquí vive un señor Cura

buen torrezno nos pué dar.

Cada personaje que desfilaba por el pueblo durante la postulación tenía su papel y lo mostraba en sus cantares específicos.

Así, decía el capitán:

Capitán soy de armas

y primo de un general;

cien batallas he ganado

a fuerza de pelear.

De un soplo maté cien hombres,

de un estornudo un lugar,

de un puntapié derribé

una muy fuerte ciudad.

Las plazas y los castillos

todos los hice temblar;

sólo un gallo me da guerra

y a ese le tengo [de] matar.

A la punta de mi espada

vivo le tengo de asar;

para que no se nos queme

un torrezno me ha de dar.

Soy el capitán del gallo

y aquí traigo mi asistente,

para registrar a las mozas

que están malitas del vientre.

El alférez que llevaba una bandera (a veces con un gallo dibujado en ella) cantaba estos versos:

Yo soy alférez mayor

de los niños de la escuela,

si no lo quieren creer

aquí traigo mi bandera.

---

Que la gané en Cataluña,

siendo soldado en la guerra.

Hace veinticinco años

que no he vuelto a esta tierra

hasta que el rey no lo ha mando

[= mandado]

---

Esta bandera de letras,

principio de nuestro amparo:

sabiendo un hombre leer

en cualquiera parte es guapo.

Dejemos uno por otro;

vamos a lo que hace el caso,

a lo que somos venidos.

Señoras, vayan cortando

buenas lonjas de tocino

y de longaniza un palmo,

para que mis compañeros

las fuerzas vayan cobrando.

El Alcalde decía:

Alcalde soy por este año;

nadie se meta conmigo,

que por medio de la vara

tengo hacer un desatino

de huevos y torreznos

y de jarricas de vino.

El Obispo también tenía su parte:

Soy obispo con corona,

de Roma traigo licencia,

pa casar y descasar

a los viejos y a las viejas.

Y los soldados entonaban versos como los siguientes:

Soldados del requité

somos los que aquí venimos,

en busca de los cipayos [= huevos]

que usted tenga por los nidos.

Estamos tan inrritados

contra tales enemigos

----

---- [faltan dos versos]

Municiones no tenemos,

dénos usted un chorizo,

que nos sirva de cartucho,

y de metralla tocino.

Y luego si nos descargan

una granada de vino,

verá si somos valientes

y qué tal lo resistimos.

Darnos huevos o torreznos

o dinero para pan,

para sostener la gente

que tray nuestro capitán.

Otros versos singulares los cantaban personajes diferentes, así por ejemplo un niño que llevaba un cesto y un zurrón:

Por torpe y desaplicado

me han nombrado huevero,

que con el fucico espurrido

[= hocico alargado o estirado]

olfateo el ponedero.

Otro, que era sacristán, le cantó al señor Cura, lo siguiente:

Míreme usted, señor Cura,

mejorado en mi destino,

de sacristán que lo era

en general efectivo.

Y hasta podía aparecer un gato:

Yo soy el gato murón,

el que mura los ratones,

los pequeños se me marchan,

y los grandes se me esconden.

Hay estrofas alusivas al gallo que, en ocasiones, llevaban durante la postulación:

Gente noble, gente noble,

gente de mucho dinero,

fuimos a jugar a España,

perdimos la mitad de ello,

y con la otra mitad

compramos un gallo negro.

El gallo tenía una falta,

que se nos venía muriendo.

Salga usted, señora, salga

si quiere ver al enfermo,

lo visitó el cirujano,

nada más falta el barbero.

Uno de la tropa se asomaba a la ventana y decía a los otros:

Alegraos, compañeros;

que ya la veo venir

con el torrezno en la mano

y huevos en el mandil.

Entre los cantares figuraban varios dedicados a las dueñas de las casas que se negaban a dar algo y que solían ser los más celebrados por el público. Por ejemplo:

Esta tía regañona

que vive en ese rincón

tiene una cazcarria al sayo

que la pesa un cuarterón.

Una vez recorrido el pueblo y considerado que se había recolectado lo suficiente para la fiesta, los rapaces se despedían con coplas como ésta:

Muchas gracias, la señora

la madre que la parió,

con el bien que Dios le ha dado

con sus hijos repartió.

Lo que ganaban los niños lo dedicaban a una merienda, que celebraban bien ese mismo domingo o el Martes de Carnaval.

En Llombera adelantaban la postulación al jueves anterior al Domingo Gordo, ya que la gente subía del mercado de La Pola y siempre podría mostrarse más dadivosa. Las casas a las que se pedía se llamaban «nidos», y de ahí que hubiera expresiones como ésta: «aún quedan por visitar dos nidos». Lo recaudado se guardaba hasta el Domingo Gordo, en que se hacía una comilona, siendo los niños mayores los encargados de elaborarla[8].

El Domingo Gordo por la tarde, los niños «corrían el gallo», juego que consistía en enterrar vivo un ejemplar de esta clase, dejando solamente la cabeza a ras de suelo. Se vendaba a los niños por turno, empezando por el rey y se les hacía dar varias vueltas para desorientarles, quedando luego en libertad para ir en busca del animal. Quien matara al gallo de un golpe certero con su arma, lo había ganado.

Guzmán Álvarez en El habla de Babia y Laciana, cuando se refiere a las costumbres del pueblo de Quintanilla de Babia, señala la costumbre de los niños (rapaces) de disfrazarse por Carnaval e ir pidiendo por las casas huevos, torreznos o incluso dinero. A continuación incluye estos canticos de postulación:

Aiquí estamos lus rapaces,

venimus a vesitales;

y cumu ya nun son días

ŝesdamus las buenas tardes.

-----------

A la siñura de casa

decimus cun atención:

cuecha el cuchieŝuna manu

ya diríjase al jamón.

-----------------

Denus guevus ya turrenus,

nun se ŝeulvide el jamón

ya dineiru para vinu

ya faemus una función.

------------

De esas gaŝinas pechesas,

que tiene pur el curral,

tantus guevus cumu ponen,

sáquenus mediu cuartal.

Algunas eran alusivas a determinadas personas:

Siñor mayestru querido:

sigún reparte chuletas

distribuya entre nusoutrus

siquiera cinco pesetas.

-------------------

Siñur alcalde mayor:

venimus un regimientu

capaces de cunquistar

lus fondus del intamientu».

Con el dinero que recaudaban compraban un gallo y lo enterraban: «…deixiandu ver sólu la cabeza, véndase lus guechus ya con unas espadas de madera van a daŝe hasta que lu matam. El gaŝu ya toulu demás guísanŝelu nuna casa ya cénanlu»[9].

De acuerdo con Caro Baroja, el «rey de gallos» aparece en varias obras de literatura clásica española (Quevedo, Góngora, Vicente Espinel y Mateo Alemán, entre otros, hacen alusión a este personaje) y además el propio etnógrafo nos da cuenta de estas fiestas infantiles y escolares en diferentes lugares de España: en Viana del Bollo (Orense), en algunas localidades asturianas, sorianas (Calatañazor, Casarejos, La Higuera) y en pueblos de Guadalajara, como en Alhóndiga[10].

Del «palo al gallo» a las «carreras de gallos»

Este juego de enterrar al gallo en el suelo y convertirlo en víctima propiciatoria era lo que se llama «palo al gallo» en algunas localidades de Babia. En ella participaba también los mozos o incluso la gente mayor. De acuerdo con Luis Mateo Díez en su Relato de Babia: «El animal se enterraba dejando sólo visible su cabeza. A los participantes, armados con un palo, se les vendaba los ojos y para provocar su desorientación se les hacían dar vueltas sobre sí mismos en la línea de salida. Ganaba el que lograse matar al gallo y el gallo era su premio»[11].

El mencionado Guzmán Álvarez y también, respecto a las costumbres de Quintanilla de Babia, nos indica que por Carnaval los mozos se revisten en grupos de dos o tres y portando una escoba y una vara van por las casas haciendo bromas, como comprobar que los hornos están limpios, les dan torreznos, que luego guisan las mozas y los comen conjuntamente, haciendo baile toda la noche[12].

Una costumbre antigua de las aldeas de Laciana era la «del Gallo», de la cual nos da cuenta Melchor Rodríguez Cosmen:

Se celebraba en invierno, cuando había nieve abundante. Consistía en enterrar un gallo en la nieve, dejándole la cabeza al descubierto. Los mozos con los ojos tapados y una espada en la mano, arrancando desde cierta distancia, tenían que tratar de cortarle la cabeza de un sablazo. Después para terminar la fiesta, se reunían a cenar el gallo.

Existía un cantar alusivo a esta fiesta, pero estas coplas ya no las recuerdo bien, en cambio recuerdo la melodía de habérsela oído a los viejos. De todos modos, una de las estrofas decía más o menos así:

Estigachxuvaumusenxaulalu

médicus ya ciruxanus

dixenunquinun tiene rimediu

rimediu, si non matalu»[13].

Sacrificios y fiestas del gallo entre la mocedad o los quintos de los pueblos son recogidos por Caro Baroja en varias localidades burgalesas (Poza de la Sal, Castrogeriz y Gamonal, entre otras) y de Zamora (Villalba de la Lampreana). De Olmedo (Valladolid) pudimos recoger la siguiente costumbre: «El día de la talla, los quintos compraban un gallo de un año, cada uno el suyo, y los paseaban por el pueblo, luego los mataban en la era, pero no con piedras, cada uno como podía, y los guisaban para la cena»[14].

Otra diversión que tenía al gallo como víctima era la que consistía en atar a uno o más gallos a un tronco de árbol y matarlos disparándoles con una escopeta. De esta costumbre, ya desaparecida, tenemos los datos que nos proporciona, por una parte Eva González, cuando se refiere a las tradiciones de Palacios del Sil y por otra de Francisco González, al hablarnos de la villa de Toreno (El Bierzo).

En la primera de las localidades se trataba de una fiesta invernal (casi siempre por Navidad) y cuando lo permitían las nevadas. Se conocía como «el tiru al gatson» (el tiro al gallo) y se desarrollaba de esta manera: dos mozos compraban el mejor gallo que encontraban y lo ataban a un tuero de un castañal, en el puente del Río Palacios, y desde una distancia de cien varas o un poco más le disparaban con una escopeta, al parecer no era fácil acertarle y hasta los mejores tiradores fallaban varias veces. Participaban tanto los mozos como los viejos y el que lo mataba se quedaba con él[15].

En Toreno, el juego consistía en poner, sucesivamente, cuatro o seis gallos atados a un palo y les disparaban con una escopeta o cartucho de posta desde una cierta distancia. En él participaban tanto solteros como casados y se celebraba al terminar el concejo del segundo domingo de Pascua[16].

En Cilleros (Extremadura), nos refiere José Luis Rodríguez una costumbre similar: «los animales eran colgados en un olivar que hay detrás de la ermita de San José y allí intentaban abatir a tiros al animal. En Serradilla, el martes de carnaval también se soltaban gallos alrededor de la iglesia y quienes lo deseaban podían intentar cazarlos a tiros previo pago de una cantidad estipulada de antemano por cada disparo. Antaño, en Cilleros se hizo a pedradas, luego a pedradas y a tiros, a cambio de abonar cierta cantidad por proyectil, pues cada tres piedras o un disparo valían la sexta parte del precio en que era tasado el gallo. De uno u otro modo, la sangre del animal caía en el suelo y fertilizaba el olivar, base muy importante de la economía cillerana»[17]. De manera similar, en Cronillos del Mirón (Ávila), por la fiesta de la Inmaculada (8 de diciembre) se enterraba un gallo en un cubo y la gente le iba tirando piedras, hasta que lo mataba[18].

Por lo que se refiere a las «carreras de gallos», éstas tuvieron cierto arraigo en pueblos del sur de la provincia de León, en la Ribera del Órbigo (Llamas, Secarejo, Sardonedo,…) y en la Vega del Esla (Villademor de la Vega). Consistían en colgar a uno o más gallos de una cuerda a cierta altura y los participantes, a lomos de caballos a galope, trataban de arrancarles el cuello y el que lo conseguía se quedaba con el gallo. En Villademor de la Vega recogimos el siguiente testimonio de algunas personas que recordaban cómo había tenido lugar este tipo de juegos:

El segundo día de la fiesta de San Antón se hacía la ‘corrida de patos’, en realidad eran pollos o gallinas de corral lo que se colgaba de una cuerda y lo último que ponían era un ganso, que tiene el pescuezo más fuerte…eran los vecinos los que lo daban, a los que se pedían por las casas. Se ataban en una cuerda que estaba a uno y otro lado de la calle, enfrente de la ermita de las Angustias, los mozos pasaban a caballo e intentaban descabezar a los pollos y al ganso[19].

La fiesta de San Antón era importante en Villademor de la Vega y según nos contaron había tres días de celebración, con baile y hoguera el día 17 de enero por la noche; los danzantes se disfrazaban y había unos personajes (los birrias) que iban con una careta y pegaban a las gentes por las calles[20].

Otro testimonio de carreras de gallos es el que nos proporciona Matías Rodríguez en su libro Historia de Astorga: «Y recordar que en la llamada Venta de Peñicas en la carretera de Galicia y a un kilómetro escaso de Astorga, de vez en cuando se celebraban corridas de gallos y cintas, que atraen a ese sitio a una numerosa y animada concurrencia»[21].

Algunas interpretaciones de las fiestas de gallos

Mucho se ha escrito sobre las fiestas de los gallos bajo diferentes perspectivas, desde el origen ancestral de la costumbre, el significado del gallo como animal lujurioso, los ritos de fertilidad en unos días próximos a la primavera, la alteración del orden social con el nombramiento de reyes de gallos y por supuesto sobre el cambio de mentalidad que supuso un mayor respeto a los animales y que contribuyó también a la desaparición de estas fiestas.

No es nuestra intención hacer un acopio exhaustivo de tales interpretaciones, pues puede encontrarse en una gran variedad de artículos o capítulos de libros, sino relacionarlas de alguna forma con las manifestaciones tradicionales leonesas descritas anteriormente. Además, como recuerda Caro Baroja:

…es muy posible que cantidad de reyes de gallos lo hayan sido sin pensar en qué podían representar, y muy posible también que otros muchos supieran algo sobre la interpretación cristiana de la matanza, de la interpretación de hombres como el maestro Venegas o Covarrubias, pues parece que aún en los detalles más pequeños, los actos de Carnaval han sido interpretados, de la Edad Media al siglo xix, como algo estrechamente relacionado con la moral y las costumbres y no con sacrificios protohistóricos[22].

Debemos decir en primer lugar, que el gallo no es el único animal que figura en las fiestas carnavaleras, ya que, aun manteniendo su protagonismo con una muerte que proporciona su sangre para fertilizar la tierra, otros también suelen estar representados en estas celebraciones:

Podemos considerar que los animales desempeñan en el Carnaval un papel de primer nivel, al encarnar en una sola entidad la mezcla de hombre y bestia, normalmente bajo la máscara y estructura de disfraz, con un hombre tomando la identidad de un animal, lo que le permite una gran gama de posibilidades: desde actuaciones lascivas o agresivas a los cantos y coplas satíricas y críticas con el poder y con las normas sociales establecidas.

Dentro de esta presencia animal hay que hacer una diferenciación: los animales salvajes, con los que, a menudo, entra el hombre en competencia: lobos, osos, jabalíes…etc. y los animales domesticados, que pertenecen a su entorno cotidiano y a los que el hombre emplea en su supervivencia: vacas, burros, gallos…etc[23].

Sánchez del Barrio (1999), al tratar sobre el Carnaval en Castilla y León, comenta tres tipos de juegos violentos con animales, existentes en diferentes lugares de la Comunidad: «carreras de gallos», «mazas y bromas con animales» y «mojigangas y juegos con toros (reales y simulados)». Respecto al primero dirá que se trata del juego de perseguir a los gallos hasta que los alcanzan y los matan o bien de la versión de colgar gallos y/o gansos en cuerdas para que puedan ser descabezados con la mano o con una espada de madera. También añade: «No puede olvidarse que este juego, cruento a los ojos del hombre actual, era considerado como un alarde de fuerza y una demostración del dominio que el jinete podía llegar a tener sobre su cabalgadura, por no hablar del detalle, si se quiere menor, de que quien arrancaba la cabeza se quedaba con el resto del animal para merendarlo en comunidad con sus amigos… esta tradición pervive aún en varias localidades de la región, con la simulación de la muerte del animal».

Respecto a «mojigangas y juegos con toros» nos recuerda que «... en muchos pueblos leoneses aún se celebran corridas fingidas con toros hechos de madera, telas y cartones; entre otros, recordemos los casos de Noceda del Bierzo con la ‘vaca Foira’ (dos mozos disfrazados de vaquilla con careta, cuernos de buey y rabo recorrían las calles de la localidad amedrentando a grandes y chicos), Rebollar de los Oteros con la ‘vaca de San Blas’ (dos hombres hacían de vaca y la mocería los acompañaban haciendo sonar grandes cencerros), y otros muchos lugares de las comarcas de La Cabrera y La Bañeza donde salen los denominados ‘Juanillos’, que no son otra cosa que jóvenes disfrazados de vaquilla que hacen rondas petitorias acompañados por mujeres»[24].

Otro punto que podemos destacar sobre las «carreras de gallos» de León, e incluso sobre los disfraces de Carnaval es su celebración en la festividad de San Antonio Abad (17 de enero), algo que podía ocurrir frecuentemente en otros lugares, por cuanto no había una fecha fija de inicio del período carnavalero, comenzando en torno a las fiestas más emblemáticas de los primeros meses del año: San Antón, la Candelaria, San Blas o Santa Águeda[25].

Algunas manifestaciones de las fiestas del gallo en el carnaval leonés apuntan a celebraciones de religiones grecorromanas, siendo una de las más significativas la inversión o asignación de determinados papeles a los participantes en las mismas. Esto es evidente en el «rey de gallos», que podía ser representado por niños o mozos; pero también el cambio de roles está extendido a los otros personajes de la comitiva, como eran los escolares que ocupaban un puesto de mayor o menor importancia, según su aplicación en los estudios: así había condes, alféreces, obispos, capitanes o simples soldados. David Gustavo López, en su pormenorizado estudio sobre el carnaval leonés nos recuerda también otros cambios en los papeles de los personajes, en relación con la fiesta de los locos y del obispillo, los cuales podrían tener unos orígenes en las fiestas saturnales romanas: «Eran días en los que se alteraba el orden social, llegando los amos a servir a sus esclavos. También se acostumbraba a elegir un «rey» que solía ser el más inocente o aquél que determinaban los dados, vistiéndole como tal y dotándole con autoridad durante los días de las fiestas. Al término de las saturnales, el «rey» era culpado de cuantos males había ocasionado el abandono de los valores morales tradicionales y se le castigaba por ello, inicialmente incluso con el sacrificio de su vida ante el altar del dios Saturno…No obstante, de las saturnales podrían proceder algunas fiestas burlescas y, en cierto modo, carnavalescas que, en León y en otras regiones de España, se han mantenido durante siglos en fechas similares: «fiestas de locos», «de inocentes», «el obispillo» e, incluso, «el rey o alcalde de mozos», celebrada esta última en víspera de Reyes hasta fechas recientes»[26].

Las «fiestas de los locos» son comentadas por Manuel Rubio Gago, diciendo que se celebraban en la Catedral de León desde mediados del siglo xv: «Estas fiestas duraban desde el día 8 hasta el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. En esta celebración, de claro contenido pagano, los clérigos de más baja categoría, y las gentes de la ciudad, se vestían con los trajes de sus superiores…Generalmente era elegido un «Rey de Burlas», el «Obispillo»; éste era elegido entre los bachilleres o mozos del coro y presidía el rezo en Horas de Oficio»[27].

Estos cambios de roles en las fiestas medievales son documentadas por Gonzalo Correas y recogidas por Caro Baroja:«… levantaban otros tablados los labradores en regocijos suyos de a pie, y en el castillejo metían un cántaro, y dentro del cántaro un gallo vivo, y su fiesta era que elegían un rey, y sus duques, y condes, y reina, y duquesas, y condesas, de las honradas del lugar y mozas, que con esta llaneza se trataron los pasados. El día postrero de los que duraba el reinado salían a la plaza o campo donde estaba levantado el tablado, y el rey tiraba el primero una naranja, luego sus príncipes, después todo el pueblo, con piedras, procurando cada uno derribar el tablado, y quebrar el cántaro, y el gallo era del que le quebraba; por este tiraban muchas hasta derribarlo, ya este uso fue dicha la comparación, y se usa hoy día a la banda de Ciudad Rodrigo y León»[28].

Otra interpretación bastante extendida es la que relaciona estos juegos de gallos con antiguos rituales destinados a proporcionar fertilidad a la tierra, en una época en la que comienza a resurgir la vida en ella. En muchas de las celebraciones, el gallo es enterrado para sacrificarlo, con lo cual el cuerpo y la sangre están en contacto con la tierra. Esto estaría entroncado también con la muerte del «espíritu de la cosecha», representado en muchas comunidades antiguas, y que según las creencias de las mismas, se encarnaba en un hombre o un animal que debía morir para que se produjera la renovación vegetal. En este sentido, Frazer, al hablar del «espíritu del grano» advierte que una de las formas que podía adoptar era la de un gallo[29].

Digamos, para finalizar, que el simbolismo del gallo, en las sociedades tradicionales rurales podría ser doble: por una parte encarnaría el vigor necesario que podría transmitir a los mozos en esta etapa de su ciclo vital y por otra representaría todo lo malo y negativo existente en la comunidad, con cuya muerte se alcanzaría la purificación. Sobre esto último debemos recordar que, en muchos lugares donde se practicaba el «juego de gallos», antes de ejecutar al ave se entonaban coplas sobre los acontecimientos del pueblo e incluso se leía el «testamento del gallo», donde se enumeraban, en tono jocoso, las últimas voluntades que dejaba el animal antes de morir[30].




NOTAS

[1] RÚA ALLER, F. J. (2007) Meteorología popular leonesa. Universidad de León, Secretariado de Publicaciones, León. En la página 137 se menciona lo siguiente: «Especial atención merecen las actitudes inusuales de gallos y gallinas, y de ahí que en la comarca de Luna se dijera: ‘Cuandu las gallinas s’esporpollan se dice que va a llover’, siendo ‘esporpollarse’ abrir las plumas y revolcarse en el polvo (también significa, despiojarse las gallinas). Si el gallo canta por la tarde también anuncia lluvia (Castrocalbón) o si lo hace por la noche en algunas localidades bercianas: ‘Si canta galo a noitiña, auga que se aveciña’».

[2] Sobre el simbolismo del gallo se puede ver, por ejemplo: Chevalier, J. y Gheerbrant, A. (1993) Diccionario de los símbolos, voz: «Gallo», págs. 520-522.

[3] Manuel Fernández Núñez recoge la siguiente costumbre de principios de siglo xx en tierras bañezanas: «Es de ritual, en casos de alumbramiento, visitar por la noche a la parida, llevando en un cesto gallinas, un gallo capón y chocolate. Semejante costumbre ha ido desapareciendo casi por completo; pero fue hasta hoy observada rigurosamente». (Fernández Núñez, M. (1914) «Folklore bañezano», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, Madrid, pág. 28).

[4] FERNÁNDEZ MONTES, M. (1993) «El corral de aves domésticas en la cultura española», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, XLVIII, 1, págs. 135-136.

[5] Para más información sobre el basilisco, ver, por ejemplo: RÚA ALLER, F. J. y RUBIO GAGO, M. E. (2001). La piedra celeste. Creencias populares leonesas (2ª edn), Colección, «Breviarios de la Calle del Pez», nº 13, Diputación de León, León, págs. 143-146.

[6] CARO BAROJA, J. (2006) «El gallo de Carnestolendas». En El Carnaval, Alianza Editorial, Madrid, pp. 77-94. Como otros ejemplos, también podemos citar los artículos publicados en la Revista de Folklore: Valdivielso Arce, J. L. «Fiestas de gallos en la provincia de Burgos», (1992), nº 143, pags. 167-176 y Rodríguez Plasencia, J. L. (2013), nº 375, págs 18-29.

[7] MARTÍNEZ, R. «El gallo», La Crónica de León, nº 308, León, 18 de febrero de 1928, pp 1-2; MEDINA BRAVO, M. «Costumbres infantiles», La Crónica de León, nº 311, 10 de marzo de 1928, pp. 1-2 y RODRÍGUEZ, S. «Fiesta del Gallo», La Crónica de León, nº 313, 24 de marzo de 1928, p. 1.

[8] El jueves anterior a Carnaval era denominado «Jueves gordo» o «Jueves lardero»: «Muy probablemente recibe estos nombres porque en ese día, además de abundar las carnes para las comidas de los próximos días, se solían preparar manjares con abundancia de lardo o gordo del tocino» (Cantera Ortíz de Urbina, J., Cantera Montenegro, J. y Sevilla Muñoz, J. (2002) Calendario religioso. Sus festividades, Guillermo Blázquez, editor, Madrid, pág. 155).

[9] ÁLVAREZ, G. (1988) El habla de Babia y Laciana, Ediciones Leonesas, León (Edición autorizada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas), págs. 118-119.

[10] CARO BAROJA, J., Op. Cit., págs. 78-92.

[11] DÍEZ, L. M. (1986) Relato de Babia. Colección, «Breviarios de la Calle del Pez», nº 12, Diputación de León, León, págs. 129-130.

[12] ÁLVAREZ, G., Op. Cit., pág. 119.

[13] RODRÍGUEZ COSMEN, M. (1982) El Pachxuezu. Habla medieval del occidente astur-leonés, Editorial Nebrija, León, pág. 20.

[14] CARO BAROJA. J., Op. Cit., pp. 83-92. Informó Javier Sanz, natural de Olmedo (Valladolid), información recogida en enero de 2020.

[15] GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, E. (2011) Pequena historia de nos, Piélago del Moro Ediciones, Villablino (León), pág. 148.

[16] GONZÁLEZ GONZÁLEZ, F. (2013) El habla de Toreno, (2ª edición, revisada y ampliada), Angelma, S.A., Valladolid, pág. 256.

[17] RODRÍGUEZ PLASENCIA, J. L. Op. Cit., pág. 21.

[18] Informó José María Sánchez (60 años). Información recogida en enero de 2020.

[19] Informaron José Chamorro, Javier Rodríguez y María Cruz Morán (encuesta realizada el 13 de julio de 2008 en Villademor de la Vega).

[20] RÚA ALLER, F. J. (2009) «Costumbres leonesas en torno a San Antón y el fuego», Revista de Folklore, nº 338, págs. 66-72.

[21] RODRÍGUEZ DÍEZ, M. (2009) Historia de Astorga, Akrón, S.A., Astorga (León) pág. 700.

[22] CARO BAROJA, J., Op. Cit., pág. 94.

[23]González Hontoria, G., Fernaz Chamón, A. L., González, C., Timón Tiemblo, M. P., Padilla Montoya, C. y González Pena, M. L. (1983). «El animal como protagonista en los Carnavales españoles». rev. Narria, 31: 3-9. Museo de Artes y Tradiciones Populares. Universidad Autónoma. Madrid.

[24] SÁNCHEZ BARRIO, A. (1999) Fiestas y ritos tradicionales. Castilla Ediciones, Valladolid, pp. 44-46.

[25] SÁNCHEZ BARRIO, A., Op. Cit., págs. 37-38.

[26] LÓPEZ, D.G. (2008) El carnaval. Biblioteca leonesa de tradiciones, nº 15, Diario de León, Edilesa, León, págs. 7-9.

[27] RUBIO GAGO, M. E. (1985) «Navidad: fiesta solsticial», dentro de la sección Supersticiones leonesas, publicado en Diario de León (20 de diciembre de 2012).

[28] Ver CARO BAROJA, J., Op. Cit. pág. 82.

[29] FRAZER, J.G. (2003) La rama dorada. Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, (12ª reimpresión), pp. 513-515.

[30] En realidad, el conocido como «Testamento del gallo» es una obra clásica (un «pliego de cordel») escrita por Cristóbal Bravo, poeta ciego cordobés, que la compuso en torno a 1572. Este testamento, al igual que sucede con el del asno o el de la zorra, se enmarca dentro de las fiestas de Carnaval y, al parecer en algunos lugares de León, Galicia y Portugal se leía mientras se paseaba al gallo, entronizado en procesión. (BRAVO, C. [1572 cc.]. El testamento del gallo: obra muy graciosa para reir y pasar tiempo… Publicada por la Imprenta de Andrés de Sotos [1701]. Madrid).



El gallo en el carnaval leonés

RUA ALLER, Francisco Javier / GARCIA ARMESTO, María Jesús

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 462.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz