Revista de Folklore • 500 números

Fundación Joaquín Díaz

Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >

Búsqueda por: autor, título, año o número de revista *
* Es válido cualquier término del nombre/apellido del autor, del título del artículo y del número de revista o año.

Revista de Folklore número

460



Esta visualización es solo del texto del artículo.
Puede leer el artículo completo descargando la revista en formato PDF

Medicina folklórica

CHULIVER, Raúl

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 460 - sumario >



La medicina folklórica, o tradicional o popular, según lo denominan diversos investigadores de la folklorística, pertenece al estudio del Folklore Espiritual (o sea, todo aquello que es abstracto), o folklore inmaterial. Desde los últimos años y actualmente se está tratando como Patrimonio Cultural Inmaterial o Intangible, de acuerdo a los últimos Congresos realizados, y según los nuevos términos de la UNESCO.

Abordemos el concepto de medicina folklórica. Entendemos que la misma, es el amplio y heterogéneo conjunto de prácticas de intención médica que se caracterizan por ser hechos folklóricos y por tener contactos con el ejercicio ilegal de la medicina.

Sucintamente explicamos este concepto. Al decir que se caracterizan por ser hechos folklóricos entendemos, por supuesto que le corresponden las circunstancias de ser anónimo, funcionales, colectivos, tradicionales, populares, etc.

Al agregar que tienen algo que ver con el ejercicio ilegal de la medicina destacamos un rasgo fundamental de la misma, esto es, que sus agentes más señalados no están autorizados oficialmente para ejercer el arte de curar.

La relación que esto puede tener con el ejercicio ilegal de la medicina propiamente dicha no invalida su faz folklórica.

En Argentina, como veremos, el curandero es lo más común; los hay también en la ciudad y en los pueblos interioranos, pero también hay abuelas o abuelos mayores, que no son curanderos propiamente dichos, pero que curan algunos males; entre ellas mi madre, que curaba el ojeado, el empacho, dolor de cabeza, que le fue trasmitido por alguna viejita un Viernes Santo, que era la fecha optima, para que no perdiera fuerza.

Varios investigadores han tratado el estudio de la medicina folklórica, aquí nombramos algunos de ellos.

Alfred Nutt da una lista de los hechos que debe estudiar el Folklore e indica las actividades en cada uno, y como vemos hace referencia en el punto III a la medicina popular.

I. Creencias populares (religión y filosofía)
II. Costumbres populares
III. Medicina popular y casera
IV. Tradición popular (historia)
V. Fantasía popular (cuentos, cantos, juegos)
VI. Ingenio popular (refranes, adivinanzas, pegas, modismos)
VII. Arte popular (arte e industria)
VIII. Lenguaje popular

El Dr Raul Iturria, de la República Oriental del Uruguay, en su libro «Tratado de Folklore» dice: «Lo folklórico es, pues, un conjunto de hechos de construcción popular y que se trasmiten, fundamentalmente de manera oral. Existen diversos criterios de clasificación de estos hechos. A) Los que se transmiten por medio de la palabra y son el folklore literario (comprende todo lo relativo a leyendas, mitos y tradiciones), el folklore lingüístico (que tiene que ver con el habla popular, refranes, dichos) y el folklore científico ( creencias populares, supersticiones, medicina natural o primitiva)». Aquí Iturria lo describe como medicina natural.

Oreste Di Lullo, nacido en Santiago del Estero, provincia central de la República Argentina, en su intento de conocer los elementos esenciales de la identidad santiagueña, empeñó muchos años en recorrer los caminos y senderos del extenso territorio argentino en búsqueda de testimonios orales y materiales conservados por sus antiguos y memoriosos pobladores, que le brindaban versiones del pasado según se lo habían contado sus antecesores. En este sentido fue, sin saberlo, precursor de la técnica del estudio de campo, propio de las ciencias sociales actuales. Atravesó la ruta de los viejos pueblos, sin poder dejar de sentirse angustiado al ver lo que quedaba de ellos; conversó con los pocos habitantes que quedaban y recogió con igual atención el relato de sus alegrías y frustraciones; sus costumbres, sus cantos y la fatiga de sus enfermedades crónicas, casi siempre auxiliadas por la soledad y enfrentadas con la sabiduría de la medicina popular. Al retorno de estas travesías, se dedicó a escribir sus experiencias. Lo hizo bajo la influencia del pensamiento romántico y el humanismo católico que lo impulsaron a hacer de la cultura un compromiso de redención para su pueblo. De estas fuentes nace la fuerza inspiradora que mueve su pluma en prosa elegante, precisa, siempre sensible al drama humano, con su publicación «La Medicina Popular de Santiago del Estero». Posteriormente este trabajo fue ampliado en 1944 en su libro «Medicina y Alimentación».

Vemos un fragmento del documento «El machi y la medicina Indígena» de Adán Quiroga, (San Juan, 1863 - Buenos Aires, Argentina, 1904) fue un político, jurista, poeta, arqueólogo, historiador, periodista y folklorógo argentino. El documento apareció en el diario La Provincia de Tucumán en agosto de 1898.

La medicina popular, una medicina que no tiene escuela, vigente hoy en el campo, en las comunidades aborígenes, encierra sabias recetas. Las curaciones se hacen con yuyos silvestres o por cura de palabra, que realizan las curanderas o curanderos. Estas personas conocen bien las propiedades curativas de cada yuyo.

En zonas alejadas a las grandes ciudades, se practica la medicina casera, ayudándose la gente de viejas recetas, por ejemplo para curar la gripe se le colocaba un paño frío en la frente. Luego una tisana de caña , miel, leche y aspirinas. Se lo acostaba y se lo tapaba con mucho abrigo para que el enfermo transpirara. En ámbitos rurales se usa mucho las hierbas, donde la gente conoce bien sus propiedades y forma de uso. Para dolores de cabeza se colocan en las sienes rodajas de papa. Las ventosas, eran recipientes de vidrio que se aplicaban en la espalda a personas engripadas.

También están los curanderos, que tienen su forma de curar por medio de oraciones, que mantienen en secreto, que ellos no pueden revelar porque perderían su poder curativo. Ellos curan el mal de ojo, en empacho, la culebrilla, el empeine, paletilla caída, verrugas, el susto, flechado, etc.

El curandero que ejerce en la ciudad, por más que actúan injertados en la tradición medica folklórica, necesariamente participan de esta tradición que es donde precisamente extraen sus fuerzas y aseguran sus éxitos.

Distinguiremos medicina folklórica de medicina supersticiosa, en que una representa un sistema médico más o menos conservado, más o menos congruente y la otra, aspectos parciales de otras preocupaciones que han venido a insertarse sobre el tronco medico a modo de parásitos, etc. por ejemplo la profusión de medallas, estampitas religiosas que puedan verse en enfermos hospitalizados; vale decir que en los casos en que se habla de medicina supersticiosa lo que vale es la superstición como tal y cuando se habla de medicina folklórica la medicina como hecho folklórico.

Medicina popular se refiere a la medicina divulgada para ilustración del pueblo y hacerlo más accesible a las medidas de control sanitario, etc.

Medicina casera es el compendio de recetas prácticas, algunas tradicionales con las cuales se suele atender casos leves en el seno del hogar. Nada de esto es propiamente folklore.

En rigor, una bibliografía de la medicina folklórica argentina contiene la lista ordenada de los trabajos que tratan el tema en cuestión, cuando se mencionan obras de cronistas, de etnógrafos, de viajeros o de otros que por cualquier motivo traen referencias de medicina folklórica se debe tener en cuenta que estas obras o artículos no pasan de ser antecedentes para la bibliografía propiamente dicha. Por ejemplo «Medicina tradicional en el pueblo», dedica Juan Alfonso Carrizo un capítulo en su libro «Historia del Folklore».

El doctor Tobías Rosemberg, el incansable investigador del folklore tradicional de la provincia de Tucumán, Argentina, que en 1946 publicó «La serpiente en la medicina y en el Folklore», con notas de autores extranjeros y observaciones personales, también con interesantísimos apuntes de la terapéutica supersticiosa de las provincias de Tucumán y Santiago del Estero en Argentina.

Pero Paolo Mantegazza está entre los primeros que en 1858 toma apuntes y hace comparaciones de la medicina tradicional de la provincia de Entre Ríos. Mantegazza observó que el curandero entrerriano diagnosticaba y curaba valiéndose del examen de la orina como único recurso y a propósito de esto anotaba que esta técnica tenía antecedentes históricos extra-americanos, técnica, por otra parte en plena vigencia en distintos lugares del territorio. Esta simple observación pone en primer plano la necesidad de averiguar los antecedentes de nuestra medicina folklórica.

Julio Mendioroz al referirse a la medicina tradicional del noroeste argentino –zona que comprende las provincias de Salta, Catamarca, La Rioja, Tucumán– la considera como un denso conglomerado de prácticas empíricas, efectivas, unas ancestrales, otras recién adquiridas, cuando no, quizás, reminiscencias de la colonia o influencias directas de personas culturizadas en las ciudades.

Son varios los autores que han visto superficialmente algunos de los componentes de la medicina folklórica argentina, lo que constituye un mérito indiscutible. Por lo pronto esto obliga a tomar la medicina folklórica argentina como un cuadro diverso y no como una masa uniforme definitiva y siempre igual a sí misma.

El aporte de la medicina etnográfica es evidente, sobre todo teniendo en cuenta las diversas comunidades étnicas del país y el proceso de su ocupación, por ejemplo Antonio CArelli en su obra Historia de la medicina de San Juan, de 1938, reconoce que la medicina popular de Cuyo ( región comprendida entre San Juan y Mendoza en Argentina) está saturada de medicina aborigen.

Juan Bautista Ambrosetti en 1893 y 1896 toma amplias notas dedicadas a la medicina de la región misionera y de los valles calchaquíes, reunidas en su libro Supersticiones y leyendas de 1917. Vemos un fragmento:

Los elementos de la medicina clásica a través de las interpretaciones árabes, llegan con los conquistadores españoles y con éstos la medicina folklórica de España. Por ejemplo tratar el dolor de oído con aceite, muy difundido en Argentina, o aliviar el dolor de muelas con aplicaciones locales de vinagre caliente. (Juan Comas en «Influencias indígenas en la medicina hipocrática en la Nueva España» del siglo xvi).

En 1896 es Daniel Granada quien ordena el mayor número de ejemplos en varios capítulos de su clásico libro, «Supersticiones en el Rio de la Plata». Escribe Granada: «Curanderos han sido por lo general, desde antiguo hasta el día de hoy, los médicos de la gente campesina en el Río de la Plata... La población campesina, aparte de los curanderos conoce un sinnúmero de medicamentos para toda clase de dolencias. Los jesuitas hicieron prolijo estudio de las plantas medicinales del Paraná y Uruguay. Estas hierbas medicinales, estudiadas por los jesuitas y las recetas de ellos han contribuido considerablemente a constituir la ciencia médica del vulgo en el Rio de la Plata. No hay ciudad o pueblo que no tenga sus vendedores de hierbas medicinales».

Aquí vemos un fragmento del capítulo «El vulgo medico», de Daniel Granada, donde informa sobre los remedios caseros:

Los herbolarios o hierberos recogen las hierbas medicinales, y si es viernes santos mejor, han solido usar para guardarlas una bolsa hecha de cuero de nutria o de lobo marino, sin curtir y con el pelo hacia afuera y cosida con tientos o tiras delgadas del mismo cuero del animal. La llevaban en torno a la cintura con sus divisiones para colocar las diferentes hierbas medicinales: llanten, canchalagua, calaguala, meona, yerba de pollo, etc.

Pedro Barbieri publica en 1904, de un punto de vista médico-legal, el trabajo «El curanderismo en la República Argentina».

Alberto Trota en 1928, en su publicación «Los adivinos» en varios capítulos breves se tratan distintos aspectos del curanderismo como ejercicio ilegal de la medicina, ilustrados con ejemplos y reproducciones iconográficas.

Luis Ruez, en su publicación «Indios Araucanos» en 1904 registra datos sobre la medicina de los araucanos de valor folklórico, ya que esos nativos estaban parcialmente asimilados a la vida campesina de la Patagonia.

En 1941 y 1944 publica María Delia Millán de Palavecino dos breves artículos titulados «Apuntes de medicina popular y aborigen», un conjunto de recetas aborigen-criollas de la frontera argentina-boliviana.

En 1942 Jesús Carrizo Valdez presenta «Supersticiones medicinales de La Rioja y Valle de Catamarca».

En 1948 en la Revista El Hogar, Márquez Miranda con el seudónimo de Eusebio Lujan, toca el tema en «Medicina folklórica en los Valles Calchaquíes y la provincia de Salta».

La Lic. Anatilde Idoyaga Molina es Licenciada en Ciencias Antropológicas, Licenciada en Historia y Doctora en Filosofía y Letra con especialización en Antropología y una de las estudiosas e investigadoras sobre la medicina popular y medicina alternativas. Desde hace unos años realiza simposios en los Congresos Nacional de Folklore, sobre temas como las diferencias medicinas, sus concepciones y las ofertas terapéuticas, especialistas tradicionales (curanderismo), terapias caseras, religiosas (pentecostales, carismáticas y afroamericanas) y alternativas (reiki, cromoterapias, reflexología).

En el trabajo «Las medicinas tradicionales en el Noroeste Argentino Reflexiones sobre tradiciones académicas, saberes populares, terapias rituales y fragmentos de creencias indígenas» publicado por Anatilde Idoyaga Molina y Mercedes Sarudiansky, describen las medicinas tradicionales en el noroeste argentino, particularmente el curanderismo, el auto-tratamiento tradicional o medicina casera. A partir de materiales originales, obtenidos mediante entrevistas abiertas, extensas y recurrentes a informantes calificados y grupos naturales, se intentará mostrar que las prácticas de legos y de curanderos sintetizan antiguas teorías biomédicas –en su mayoría de raigambre humoral– con saberes de la medicina popular europea aportados desde el siglo xvi hasta el xx, y con prácticas rituales, muchas de éstas de raigambre católica o asociadas y refiguradas en términos de ese sistema de creencias.

Actualmente el doctor Armando Perez de Nucci, de Tucumán, que tenemos el gusto de conocer, es Doctor en Medicina y en Filosofía, Diploma en Geopolítica y en Administración de Salud. Ha publicado 33 libros, siete de ellos en colaboración con otros autores sobre Filosofía Médica, Bioética, Historia de la Medicina y Medicina Tradicional del Noroeste Argentino. Investigador de Medicinas Tradicionales Chamanicas y de Pueblos Originarios del Noroeste Argentino. Recientemente ha sido distinguido como «Personalidad de la Cultura Nacional Argentina».

Perez de Nucci en su libro Medicina Tradicional, de 1988, dice que la medicina popular incluye en su formación ideológica una actitud empírica y otra creencial y esto debería ser tenido en cuenta cuando se elaboren los planes de salud, los que deben partir de la idiosincrasia de los habitantes del lugar. Esto quiere decir que algunas prácticas deberán ser revalorizadas por la medicina oficial, por la vigencia que mantienen y el hecho de formar parte del universo milenario de los pobladores del Norte Argentino, sobre todo los de las zonas montañosas.

Dos estudios antropológicos, sobre medicina tradicional de los valles calchaquíes en Argentina, publican Martha Crivos y Amalia Eguia. Los datos integran el material relevado: en el pueblo de Molinos y zona de influencia (Valles Calchaquíes, provincia de Salta) como parte de la investigación sobre medicina tradicional de la región. El material fue recogido en los trabajos de campo realizados en la zona objeto de estudio en abril-mayo de 1977 y marzo-abril de 1980. Se trata de información referida al «pulso» que recogieron a través del testimonio de médicos campesinos y pobladores del lugar. La muestra considerada incluye diecisiete médicos campesinos y treinta y seis pobladores de las localidades de Molinos, Tomuco, Humanao, La Angostura, El Churcal, Colomé, Amaicha, Tacuil, Seclantás y El Refugio Luracatao en la provincia de Salta. Trece de los especialistas médicos entrevistados y ocho de los pobladores proporcionaron los datos que se exponen en este trabajo. La técnica utilizada la de la entrevista dirigida y abierta. Las entrevistas fueron grabadas.

Otro gran antropólogo fue el recordado amigo Rubén Pérez Bugallo, que publicó, para la desaparecida Revista Folklore de Argentina en la década del setenta, un estudios entre la medicina científica y la medicina popular tradicional. Se refiere en dicho documento a las prácticas desde la edad media hasta los años de 1990. Vemos un fragmento del tema en cuestión:

El Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires planificó incorporar en el año 2007 la medicina aborigen al sistema oficial de salud. La idea de esta concepción fue adaptar el sistema de salud a la población.

El Dr Gustavo Marin comentó a un diario de la capital: «Por su cultura, por su visión de los conceptos de salud y enfermedad, los pueblos originarios no acceden o no desean acceder al sistema formal de salud que ofrecemos. Y el sistema no ha reconocido estos saberes, por prejuicios o bien por desconocimiento o para mantener su hegemonía».

En 2016, en el departamento de Aluminé, en Neuquén, –sur de Argentina– comenzó a funcionar el primer hospital intercultural Ranguiñ Kien, donde se conjuga la medicina pública tradicional con la medicina mapuche (comunidad de pueblo originarios de esta provincia) y donde trabajan juntos médicos científicos y curanderos tradicionales. Las comunidades que no practican la medicina occidental lo hacen con el apoyo de una ceremonia religiosa a pocos metros de su cama, o recibir las hierbas y brebajes de la tradición médica de su pueblo. Este centro de salud, que es el primero en el país, es en el poblado de Ruca Choroi. Es un trabajo en conjunto entre el equipo técnico del área de salud provincial y el equipo de salud rural del hospital Alumine, junto a las comunidades Mapuche Aigo y Huenguihuel. Es el producto de 15 años de experiencia junto con estas comunidades Mapuches.

Mencionando a los mapuches, esta comunidad que habita la región sur de la Argentina, mas exactamente en la provincia de Neuquén donde hay varias comunidades, Lorenzo Loncón, de la Confederación Mapuche de Neuquén, explicó en el mes de mayo del año 2019 que la concepción de la medicina occidental es «separar todo»: al hombre y a la cultura de la naturaleza, en contraposición a la visión Mapuche, donde todo implica «unidad». Según Loncón, la medicina milenaria «ha demostrado que, si es natural, es mucho mejor que una combinación química o sintética» y que «si todas las culturas somos diferentes, también la medicina tiene que ser apropiada a cada cultura».

El curandero, el machi entre los mapuches, practicaba una medicina mágico-sacerdotal. A este tipo de médicos acudían si otros no habían sido capaces de curar al enfermo. Poseían conocimientos rudimentarios sobre la anatomía y fisiología del cuerpo humano y no eran capaces de relacionar signos y síntomas como vómitos, fiebre, calambres, etc. para hacer el diagnóstico de una enfermedad, pero sí eran capaces de diagnosticar una enfermedad mono-sintomática como sarna, ciática o gota. Poseían un profundo conocimiento sobre aguas termales, y diversos yuyos.

En caso de que el enfermo no sanara utilizando estos métodos, acudían, como último recurso, a realizar un ritual mágico llamado Machitún. Para llevar a cabo el machitún, se iluminaba la ruka (casa en mapuche) del enfermo y en un rincón se colocaba un montón de hojas de laurel con ramas de canelo en el centro, en este mismo sitio se preparaba a un carnero para ser sacrificado. Las mujeres entonaban canciones lúgubres, mientras el Machi esparcía humo de tabaco por la habitación y luego se disponía a sacrificar al animal, al cual le sacaba el corazón y lo ensartaba en las ramas del canelo. Después fingía abrir el abdomen del enfermo para determinar dónde estaba el veneno mágico, finalmente comenzaba a tocar el cultrún (instrumento o tambor mapuche) y caía al suelo en medio de un trance que lo comunicaba con los espíritus para que lo guiaran en el tratamiento que debía indicar al enfermo.

Se busca que la medicina aborigen llegue al resto de la población. La política que empieza a desplegarse es una consecuencia de los resultados del Censo de Pueblos Originarios, un trabajo difícil, ya que su realización tomó 12 años de 1994 a 2006. Se analizaron los datos del año 2000 en adelante. Se censo a 20.708 personas de 31 etnías: las mayoritarias quechuas 4482, mapuches 4350, guaraníes 3564 y kollas 1803. Entre los resultados generales concluyeron que el 90% ingresa al sistema de salud sólo cuando tiene una enfermedad y consultan al médico en alguna institución pública. Los pueblos aborígenes usan las hierbas medicinales.

La geografía de nuestra medicina folklórica, en sus grandes rasgos, se la puede hacer entrar en la división geográfica propuesta por Juan B. Ambrosetti. Basta repasar sus párrafos dedicados a las practicas supersticiosas médicas para ver que poseen perfiles diferentes. Por otra parte los grandes sectores calchaquíes, misionero-deltico y de la pampa, poseen distintos estratos etnográficos y han tenido desigual desarrollo histórico, y, por último, es distinta la influencia autóctona que ha actuado en cada uno de ellos, como ser los tipos de inmigrantes que se han radicado en tales sectores. La región patagónica con los mapuches y en cuanto a la región bonaerense, o sea la provincia de Buenos Aires, semejante a la de otros grandes centros urbanos de Argentina, presenta perfiles propios, debido al enérgico proceso de culturalización a que está sometida. La delimitación de estos sectores o regiones no deja de ser bastante artificial porque, entre otros motivos, se observa en todo el país una capa de tipo uniformizante de prácticas originada por la intensa circulación de bienes y la característica evolución de Argentina.

Ahora bien, si dejamos de lado a los médicos-hechiceros y a los herbolarios, por participar más de la etnografía que del folklore, el primer tipo que se nos presenta es el curandero o la curandera. El curandero es personaje de cuenta en la vida de las pampas argentinas. Abunda en los pueblos interioranos de nuestro país y en algunas ciudades. Paolo Mantegazza lo caracterizó como el verdadero ministro de la medicina popular.

Algunos componen quebraduras o zafaduras ( luxaciones). Otras personas son acertadas para el hígado, los empachos. He conocido curanderos sobre estos casos que menciono. Sobre todo he conocido a un curandero, y en experiencia propia, que me curó las verrugas de los dedos de las manos, tratándomelas con la papa.

Otras curaciones de la medicina folklórica que podemos mencionar es la aicadura. Según el profesor Félix Coluccio dice en su «Diccionario Folklórico», es fuerte impresión o susto experimentado por una mujer en estado de gravidez y que repercute en la mayoría de los casos directamente sobre la criatura, afectando la salud y el crecimiento antes y después del nacimiento. Para curar, debe buscarse la oportunidad del faenamiento de una vaca. Se saca la panza del animal lo más rápido posible para evitar su enfriamiento. Se hace un corte en la misma, para introducir al enfermo hasta el cuello y taparlo con una manta, manteniéndolo así hasta que la materia comienza a enfriarse. Se saca y al enfermo se lo envuelve en una manta, Se repite este proceso tres veces.

Hay un grupo de dolencias originadas por el aire, golpe de viento, enfriamiento u otras causas imprecisas. Samuel Lafone Quevedo, (Montevideo, Uruguay 1835 - Buenos Aires, Argentina, 1920), fue un industrial, humanista, arqueólogo, etnógrafo y lingüista. Acota que al trastornado se le dice huairudo, del quechua huayra que significa viento; por una razón analógica en la medicina se utilizan semillas de huairuro (planta del Perú de la familia de las leguminosas, de frutos en vaina, con semillas no comestibles, de color rojo y negro).

Caída de la paletilla se trata de la supuesta caída de algún hueso no identificable que se desprende de la caja torácica, alojándose en la boca del estómago. El folklore español –según Armando Vivante– señala a esta enfermedad en tísicos, cardíacos y con catarros crónicos en las vías digestivas. Mi madre me contaba que la vio curar con una cinta de color rosa con la que se tomaba medidas desde el codo hasta el extremo de la mano. Se repetía tres veces este procedimiento, apoyando una punta de la cinta en la boca del estomago del enfermo al mismo tiempo que se hacia una señal de la cruz. Con este procedimiento también se cura el empacho.

La culebrilla es un herpes. Tomas Rosenberg le dedica el mejor estudio folklórico, publicado en 1950. La gravedad de esta erupción en la piel es que toma forma de culebra de ahí su nombre; se aprecia por el mayor desarrollo del circuito, es decir la aproximación de la cabeza a la cola. Para su cura, se toma un sapo vivo y sobre la parte enferma se frota la barriga del animal en el sentido contrario del progreso de la erupción. Mi madre me decía que la vio curar también con tinta china.

Mal de ojo, ojeo, también llamado ojeadura, mi madre lo curaba y solía decir que había obrado una mirada fuerte. Las enfermedades causadas por daño o mal de ojo son muy comunes. Para contrarrestar esto uno debe llevar una cinta roja, o llevar un manito con los cuernos de color rojo, como amuleto. Benjamín Vicuña Mackenna entiende que la creencia en el daño y en el ojeo procede de los indios de Arauco, los araucanos de la Patagonia de Chile. Aborígenes que luego cruzaron los Andes hacia Argentina. Mi madre me decía que personas, en especial niños y también cosas, están expuestas a recibir el influjo maléfico del ojeamiento.

El aojo, o la ojeadura es una fuerza misteriosa que todo lo invade y penetra y que así puede matar a una persona, como destruir un rebaño, secar una planta o malograr una operación en que el hombre haya puesto las manos y el entendimiento. La gente de campo, de chacras, solían y algunos suelen hacer hoy en lugares muy retirados de las grandes ciudades, el jabón para su uso doméstico. Si cuando lo están haciendo se corta y alguna persona, lo ha estado mirando con atención y ponderando la habilidad, atribuyen al supuesto aojamiento el fracaso de la operación. Otro ejemplo similar es cuando se prepara la mayonesa, y se corta también se atribuyen al supuesto aojamiento el fracaso de la operación.

El flechado, también recibe otros nombres como flechadura, mal o aire de quebracho, sombra mala, paaj. Se cree que el simple hecho de estar cerca de determinadas plantas éstas flechan, produciendo urticaria, hinchazón, etc. Se trata de estar cerca de arboles como molle, la aruera, el aguaribay, manzanillo, quebracho, incluso la higuera. Con respecto al flechado de algunas plantas o árboles, estando en la provincia de Córdoba hace unos años en un festival de guitarra, un amigo se encontraba descansando debajo de un árbol leguminoso del que caía una savia, un fluido como la leche, y le cayó en la mano produciéndole una urticaria.

En su Diccionario quechua Domingo Bravo dice paaj es el quebracho (árbol) , llamada también como enfermedad de Di Lullo, es una dermatitis, llamada así en homenaje al investigador el Dr Oreste Di Lullo, que la describió y realizó una interesante investigación. En el campo la llaman el mal del quebracho y ckaracha y se lo cura atando con hilo colorado, al tronco del árbol, una tortilla de ceniza.

El susto, también llamado mal de espanto, fuga del espíritu, la pérdida del alma que queda atrapada en el lugar del espanto. Puede afectar a grandes o a chicos. Juan Bautista, Ambrosetti, Adán Quiroga, Rafael Cano, y Marta Grivos, y otros estudiosos más actuales, dejaron documentos importantes de esta afección mental basada en la creencia del espíritu independiente del cuerpo. Se lo cura llevando al enfermo al mismo lugar donde se produjo el susto y el curandero llama al espíritu a gritos, para que alma le vuelva al cuerpo.

En estudios realizados por Idoyaga Molina y Korman en 2003, señalan que no se trata de un síndrome, sino de una variedad polimorfa que la mayoría de las veces no incluye trastornos mentales, sino meramente orgánicos. En la publicación «Introducción al susto» de Alberto Rubel de 1996, dice que el susto, ante situaciones sociales que las victimas consideren estresantes, muestra la incapacidad de asumir los roles que cada sociedad determinada asigna hombres y mujeres adultos. Los factores sociales reflejados en el susto son de naturaleza intracultural e intrasocial. Las técnicas diagnósticas y terapéuticas incluyen elementos que se utilizan en la medicina tradicional como el agua, el aceite, el rezo, la formula de palabras, la invocación de deidades, la señal de la cruz y elementos naturales como el trigo. Los procedimientos terapéuticos tienden a restablecer la energía perdida, eliminar la enfermedad y a restaurar el equilibrio orgánico/emocional.

Hay varios tipos de prácticas de curaciones que pueden agruparse en tres categorías: los fundados en conocimientos empíricos o que reflejan la medicina oficial; los animistas que son la mayoría; y las curaciones de tipo religioso-supersticioso.

Ejemplo son los fundados en el empleo de vegetales y medicamentos modernos. Los segundos son el trasplante y la cura de palabra, que son los más usados, los más comunes. Los religiosos son la intervención de santos populares, rogativas, etc. Podemos acotar que los del santoral pertenecen al folklore universal, por ejemplo Santa Lucía (ojos), San Juan ( cabeza), Santa Rita (dolencias incurables), San Vicente y San Roque ( pestes), San Luis (nariz), etc.

Es claro que nociones como la de susto, envidia, pilladura, aikadura, mal aire, abertura de carnes –dolores o desgarramientos musculares– empacho, culebrilla y otras, responden a la etno-taxonomía tradicional y eran comúnmente tratadas a través de la medicina casera, la que incluye recetas vegetales, animales y minerales, curas de palabras, cataplasmas, etc. La expresión de la biomedicina determinó la suma de los tratamientos biomédicos a los tradicionales, ello implica la incorporación y refiguración de explicaciones biomédicas en términos del sistema de creencias tradicionales.

En la dinámica actual el individuo convive con varios sistemas médicos y recurre a diferentes medicinas, lo cual sin embargo no implica que las enfermedades tradicionales sean tratadas por los curanderos o por la medicina casera y que las referidas con expresiones de órganos, o términos de la medicina occidental sean atendidas por biomédicos.

La farmacopea, es por excelencia de base vegetal, varios autores argentinos traen largas listas de plantas y sus aplicaciones terapéuticas folklóricas. La lista es larga de enumerar. Como último, vemos un listado de algunas de las hierbas medicinales y para que se usan, de unas hojas antiguas que guardaba de mi madre.


Raul Chuliver. Guitarrista
Premio Santa Clara de Asís 2015
Premio Orden de la Campana 2018



Medicina folklórica

CHULIVER, Raúl

Publicado en el año 2020 en la Revista de Folklore número 460.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz