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Autores como Antonio Machado[1] y Julio Caro Baroja[2] manifestaron la importancia que tuvo el tratamiento de lo popular en la obra de un autor tan destacado de nuestro Siglo de Oro como Lope de Vega. Miguel Delibes es un clásico contemporáneo que, como es sobradamente sabido, también nos ha transmitido, de modo magistral, múltiples aspectos de la cultura de nuestros pueblos.
En el presente artículo, que ve la luz el año 2020, en el que se conmemora el centenario del nacimiento del autor vallisoletano, vamos a analizar un tema que tradicionalmente ha tenido un lugar en la memoria colectiva popular y, también, su reflejo en la literatura. Nos referimos a los ríos congelados.
La Península Ibérica es una zona de clima templado, obviedad plasmada en la literatura castellana desde época medieval[3], razón por la cual los ríos congelados (especialmente cuando lo están de orilla a orilla) son un suceso climático que no se produce con la misma frecuencia que en otras latitudes, lo que significa que, cuando acontece, genera no sólo gran interés sino también su huella tanto en la memoria personal[4] y popular[5] como en la literatura, dejando también rastro documental en otro tipo de fuentes escritas.
Comenzando por estas, podemos citar, a modo de sencillos ejemplos, algunas noticias que de la congelación del Tajo en los siglos xvi y xvii se conservan en la documentación de la Catedral de Toledo. Así, en enero de 1536 «se heló el río Tajo, de tal manera que jugaban los niños sobre él y bailaban, atravesándole incluso con cabalgaduras»[6]. Y «el 6 de febrero [de 1697] se heló el Tajo a su paso por Toledo por todas partes, excepto las corrientes de las presas»[7].
Estas referencias del Siglo de Oro provienen de documentación histórica, pero también la literatura de la época proporciona noticias al respecto. Por ejemplo, D. Pedro Calderón de la Barca escribió un poema en referencia al Tormes congelado (recuérdese que el dramaturgo barroco estudió en la Universidad de Salamanca), cuyos versos fueron exitosamente conocidos, porque todavía en vida de su autor ya fueron incluidos en alguna antología poética. De una de ellas, publicada en 1670, citamos el comienzo de la mencionada poesía:
DE D. PEDRO CALDERÓN,
a un río helado.
Salid, ò Cloris divina
al Tormes que ofrece oy,
fixa puente a nuestra planta
su inquieto cristal veloz[8].
También en la Universidad de Salamanca estudió el cordobés D. Luis de Góngora. En su poesía también aparece alguna referencia a la congelación fluvial. En uno de sus sonetos, de 1621, en el que poetiza cómo un jabalí atravesó el río Manzanares, su primer cuarteto fue interpretado por un autor barroco como Salcedo Coronel de la siguiente manera: «Dijo que hizo puente su cristal para denotar el tiempo en que fue este suceso, que por ser invierno estaba helado»[9]. Aunque el responsable de la edición que utilizamos ha apuntado que fue un error de interpretación de Salcedo Coronel, por referirse a una acción venatoria acaecida en el mes de septiembre[10], lo que nos interesa es que en el siglo xvii se podía considerar como algo factible, posible y verosímil la congelación del citado río de orilla a orilla. Mas si el caso de este soneto, como parece, no se refiere al tema que nos ocupa, lo cierto es que hay otro que sí. Nos referimos a un soneto de 1624 en el que comenta las duras condiciones climáticas que acontecieron durante una visita real a Andalucía, diciendo el octavo de sus versos lo siguiente:
[...] atado el Betis a su margen para[11].
Considerando que se trata de Andalucía y de las características del Guadalquivir, además de lo que el mismo Góngora indica, estamos viendo no a una congelación de lado a lado, sino sólo parcial, junto a las orillas, algo sin duda mucho más usual en tierras como las de la Meseta que en Andalucía, pero lo suficientemente inusual en esta como para llamar la atención.
Dejando estos precedentes literarios (citados a modo de ejemplo, y sin entrar en otros muy conocidos de literaturas en otros idiomas, como la novela Orlando, de Virginia Woolf, en el que también aparece el tema de la congelación fluvial) nos centramos en la obra de Miguel Delibes, a cuya pluma debemos testimonios que muestran ambas facetas de la huella de ríos helados: la memoria personal (base de la colectiva) y el reflejo de ello en textos escritos. Los testimonios se encuentran en su libro Un año de mi vida, redactado entre 1970 y 1971, precisamente cuando, en los días finales del primero y en los iniciales del segundo, se produjo una intensísima ola de frío que todavía perdura en la memoria colectiva.
En el mencionado libro hay varias referencias al frío y la nieve de aquellos momentos, pero para nuestro análisis nos fijaremos en lo escrito en relación al día 29 de diciembre:
La radio ha dicho que en España ha sido el día más frío del siglo, pero yo creo que no. De niño recuerdo haber patinado sobre el Pisuerga helado (hoy sólo lo estaba en los bordes, aunque no hay que olvidar que los detritus de las fábricas marginales puedan dificultar la congelación) y una de las pesadillas que sufro desde la infancia está protagonizada por aquel compañero que desapareció en el hielo sin encontrar el hueco por donde se deslizó, en tanto sus pulmones estallaban[12].
Resulta asaz interesante este testimonio, por varias razones. En primer lugar, porque ejemplifica cómo sucesos climáticos poco frecuentes se graban en la memoria personal, y por ende también en la colectiva. Pero también porque, al fijar por escrito el fallecimiento de un niño en el río helado, está entroncando con una temática que tiene profundas raíces en las letras europeas, como lo muestra, por ejemplo, el poema latino titulado «De puero, qui in glacie extinctus est», escrito en el siglo viii por Paulo Diácono.
La siguiente referencia que citaremos se encuentra en lo que escribió Miguel Delibes en referencia al 4 de enero:
Las temperaturas continúan descendiendo. El termómetro ha llegado a rozar los 20º bajo cero. El Pisuerga y el Duero, según me dicen, están helados[13].
En la introducción al libro expresaba su autor esperanza de que las notas que lo componen fuesen «eficaces para otros»[14]. En el centenario del nacimiento de Miguel Delibes vemos que notas tomadas hace aproximadamente medio siglo siguen siendo de utilidad para el estudio, tanto de la literatura y de la historia como de la memoria popular.
NOTAS
[1] ANTONIO MACHADO, Poesías completas, Madrid 1984, p. 336.
[2] JULIO CARO BAROJA, Lo que sabemos del folklore, Madrid 1967, p. 11.
[3] Por ejemplo, en el Poema de Fernán González se lee: «no faze en yvierno destenppradas fryuras» (Poema de Fernán González. Edición, introducción y notas de Alonso Zamora Vicente, Madrid 1978, p. 44).
[4]Quien esto escribe, por ejemplo, recuerda haber visto un par de veces el río Bernesga congelado de orilla a orilla a su paso por León, y también el Boeza, represado en Bembibre, helado en parte, pero con un grosor del hielo que permitía a personas circular en bicicleta sobre el mismo.
[5] No es excepcional escuchar en tierras leonesas alguna conversación en la que la persona hablante comenta que alguno de sus progenitores o de sus abuelos le había transmitido la noticia de algún momento de otrora en el que algún río helado permitía pasar, por ejemplo, carros por encima.
[6] RAMÓN GONZÁLVEZ, «El clima toledano en los siglos xvi y xvii»: Boletín de la Real Academia de la Historia CLXXIV (1977)305-332, p. 311.
[7] Ibíd., p. 330.
[8]DELICIAS DE APOLO. RECREACIONES DEL PARNASO. POR LAS TRES MVSAS VRANIA, EVTERPE, Y CALÍOPE. HECHAS DE VARIAS POESÍAS, de los Mejores Ingenios de España, Zaragoza 1670, p. 121 (transcribimos respetando la ortografía original, pero acentuando al modo actual).
[9] LUIS DE GÓNGORA, Sonetos. Edición de Juan Matas Caballero, Madrid 2019, p. 1436. Por cierto que, hablando de alusiones climáticas en la poesía de Góngora, nos permitimos una pequeña digresión. En relación a un soneto de 1619 alusivo a un viaje a Portugal, dice en su noveno verso: «fresco verano», y el responsable de la edición citada comenta (p. 1328): «Parece referirse al clima de Lisboa (fresco verano, irónicamente)». Personalmente, considerando el calor veraniego de Córdoba y de Madrid, bastante más intenso que el de Lisboa, nos preguntamos si sería una ironía o, sencillamente, la plasmación de la opinión que del estío lisboeta se tendría en tierras de veranos más calurosos.
[10]Ibíd., l. c.
[11]Ibíd., p. 1614.
[12] MIGUEL DELIBES, Un año de mi vida, Barcelona 1979, pp. 108-109.
[13]Ibíd., p. 112.
[14]Ibíd., p. 10.