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Tras los Santos y la festividad de los Fieles Difuntos, cuya conmemoración ha perdido buena parte de su liturgia al ir desapareciendo las cofradías de Ánimas, llegaba el tiempo de la Navidad. Cada época del año contenía un mensaje y una función, y los más jóvenes aprendían, en casa o fuera de ella, cómo era el mundo en el que vivían y cómo debían ordenarse sus relaciones para utilizarlo mejor; buena parte de esas enseñanzas llegaban a través del lenguaje oral (canciones, romances, dichos, refranes, etc.) que contenían reflexiones seculares tanto sobre temas elevados como sobre los asuntos más cotidianos. El ciclo navideño –con la gente dentro de sus casas y poco trabajo en el campo– era momento propicio para canciones seriadas (que además de entretener enseñaban) como «el reloj», «el pollo» y, sobre todo, «las doce palabritas dichas y retorneadas», que luego se utilizaban para fines diversos, desde el acto de recortar las sagradas formas hasta la aplicación para sanar personas y animales.
Existen muestras dentro de la tradición oral en que «Las doce palabras» se formulan enteramente en latín o en un latín simulado. Resurrección María de Azkue cita una versión latina que le fue cantada por un sacerdote conocido suyo; éste, decía haberla aprendido entre los estudiantes de Salamanca. Comenzaba diciendo:
Die mihi, Quot sunt?
Unus Christus qui regnat.
Die mihi, quot sunt?
duae legis tabulae...
Aurelio de Llano, el recopilador asturiano, recogió también otra versión de carácter similar:
Doce con un docorum,
once con un santorum,
diez con un angelorum,
nueve con un virginorum,
ocho de gaturulé,
siete son de espirité,
seis fue, seis diré
que encarnan en Galilé,
cinco a los pies de David,
cuatro los angeliqués,
tres patriarqués,
las dos tablas de Moisés
y una es cristi-filiu-yusés.
Para Aurelio Espinosa la narración habría pasado desde la India a través de modalidades zoroástricas, budistas, musulmanas, judaicas y cristianas hasta Occidente. Pero el tema, inserto en cierto tipo de relatos, o independientemente, se halla difundido por toda Europa; Francis J. Child nos da testimonio de él:
One? -There is one only God:
may He Help me.
Two? -Two doves with silver wings
are sporting together:
I saw how they kissed...
«Las doce palabras» como cuento presentan, también, una amplia difusión y un contenido, por lo común, bastante similar. Azkue recoge el ejemplo siguiente:
San Martín era herrero y cierto día, durante sus habituales faenas, se sentía tan agobiado e irritado que invocó al diablo, a quien parece que hizo promesa de su alma a trueque de no sabemos qué gangas. No se hizo aguardar el invocado. Se le apareció al fatigado menestral y le reclamó su alma. San Martín se negó a ello alegando que no supo lo que decía en aquel momento de arrebato. Después de larga porfía convinieron en que San Martín había de inventar un nuevo instrumento de hierro y enumerar misterios y dogmas de la religión correspondientes a las cifras aritméticas. Cumplió el Santo la primera condición construyendo en el acto la sierra, utensilio hasta entonces desconocido. Para ello, cuando nada nuevo le sugería la imaginación, elevó sus dos ojos como pidiendo auxilio sobrenatural, y fijándolos en las hojas festonadas de un castaño tuvo la feliz ocurrencia de elaborar una herramienta según el modelo que le ofrecía el árbol. Para llenar la segunda condición se entabló entre Martín y el diablo este diálogo:
-Martintxo: Esaik bat.
-Gure jauna bera doc bat, berak salbako gaiozak, baifia ez i...
En la narración San Martín iba contestando al diablo hasta el número doce pero al llegar al trece se calla y termina alegando: «No hay trece». Constantino Cabal cita un cuento ligur en el cual San Martín ayuda a un hombre engañado por el diablo, contestando al espíritu del mal todas sus preguntas:
Fue al árbol a las doce de la noche, y oyó una voz que preguntaba así:
-¡Cuál es la una?
Y dijo:
-Un solo Dios.
-¿Y las dos?
-Los dos misterios de la religión Cristiana.
-¿Y las tres?
-Las tres personas -Padre, Hijo, Espíritu Santo...
Y así fue preguntándole la voz hasta llegar a las trece:
-¿Y las trece?
El mendigo replicó:
-Vete al infierno, diablo, que no hay trece...
Y la voz terminó con amargura:
-Ah, San Martín, San Martín... ¡Y como podré vencer si te declaras tú a favor del otro!
El pobre era San Martín...
Los datos que Cabal aportaba, apuntando el valor de mágico conjuro de «Las doce palabras», se ven confirmados por un curioso detalle que en «Las Noticias», periódico de Barcelona, recogió Francisco Carreras y Candi (ejemplar del 11 de septiembre de 1920): «Un proceso de brujería incoado en Valencia en 1624, manifiesta que empleaban en actos de hechicería “las doce palabras de la fe”, con especial eficacia para librarse de la acción de los ministros de la Justicia empezando: A la una vale más el sol que la luna; a las dos, vale más Dios que vos; a las tres las tres Marías; y terminaba: Las dos tablas de Moisés, donde fue nuestro Señor Jesucristo a Jerusalén, do vive y reinará para siempre y sin fin, Amén». Constantino Cabal ofrece también la siguiente información sobre las palabritas: «En Portugal aún se las considera con poder para curar ciertos males; cuando se valen de ellas a este fin, el curandero pronuncia las palabras del demonio y el enfermo las del Santo».
El número trece aparece, pues, a veces como palabra misteriosamente relacionada con el diablo, aunque en la tradición judía se nos presente como el guarismo de la plenitud:
Doce las tribus y trece los atributos de Dios.
Las doce palabritas dichas y torneadas se caracterizan por su amplia difusión dentro de la cultura tradicional, su más que probable antigüedad aceptada por todas las hipótesis y por el mágico secreto que parecen encerrar.