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Resumen: La influencia del corsarismo y la piratería proveniente de las costas africanas en la isla de La Palma (Canarias) ha sido considerable. Se proporcionan algunos testimonios de leyendas, juegos infantiles y otros aspectos derivados de este tema.
Palabras clave: leyendas de moros, juegos infantiles, La Palma, Canarias.
Abstract: The influence in La Palma (Canary Islands) of corsairs and piracy coming from the Coast of West Africa has been considerable. We will provide some evidence of several legends, children’s games and other aspects related to this topic.
Keywords: Moroccan legends; children’s games; La Palma; Canary.
1. Introducción
Entre 1569 y 1749, las islas Canarias se vieron sometidas a un constante asedio naval proveniente de embarcaciones musulmanas. A lo largo de casi dos siglos, se sucedieron capturas en la mar, golpes de mano en tierra e, incluso, diversas invasiones terrestres, acaecidas especialmente en Lanzarote, Fuerteventura y La Gomera. Las historias de cautivos y el trauma causado en una sociedad de frontera, que contempló el océano y las sequías como los dos principales vectores de integridad física o supervivencia, desembocaron en un auténtico pavor hacia aquellas embarcaciones coronadas por los gallardetes rojos de la media luna[1].
Aparte del estudio de los ataques navales o el panorama de la redención de prisioneros isleños en las plazas norteafricanas, uno de los aspectos más sugestivos de este tema es el de sus derivaciones culturales[2]. No en vano, la religiosidad, la literatura (tanto la culta como la popular), las fiestas o la toponimia se poblaron de referencias a estos hechos. En La Palma, por ejemplo, aún se conserva con plena vigencia el antiquísimo número festivo del Diálogo del Castillo y la Nave, puesto en escena cada cinco años durante el traslado de la Virgen de las Nieves desde su ermita (situada en las medianías de la isla) hasta la capital local, Santa Cruz de La Palma, cuyo germen no es más que una secular ofrenda votiva de las gentes del mar a la patrona de la isla como protectora frente a la piratería berberisca.
Las líneas que siguen aportan una serie de noticias sueltas relativas a esta temática vinculadas con La Palma no hilvanadas con anterioridad, que reflejan diversos aspectos acerca de esta cuestión: desde la formulación de una hipótesis referida a la leyenda de los Matamoros, a los más que probables apellidos de raíz africana que se prodigaron en la isla o la descripción de dos juegos infantiles que giran en torno a la figura del «moro»[3].
2. La leyenda de los Matamoros
Las reiteradas sacudidas de velas musulmanas en el litoral palmero condujeron a la materialización de un pánico colectivo[4]. Con el transcurso del tiempo, alguno de los relatos concernientes a estas agresiones se asentó en el seno de la literatura de tradición oral. Entre estas narraciones pueden colacionarse la de La Cueva Bonita (Tijarafe), la titulada La matanza de los lugareños (Tijarafe), La cruz de la reina (Puntagorda), Las campanas de la villa de San Andrés (San Andrés y Sauces) o las vinculadas a la familia apodada Matamoros, en Fuencaliente, término municipal localizado en el extremo meridional de la isla[5].
Este último relato describe el asalto, en una fecha indeterminada, de un grupo de corsarios berberiscos que, en aquella ocasión, resultó favorable a los palmeros. A consecuencia del fallido golpe de mano, uno de los invasores fue apresado y, con lo que se consiguió de su venta como esclavo, se cubrió con teja la ermita del lugar, dedicada a san Antonio Abad, hasta entonces protegida únicamente con una techumbre vegetal. El relato de unos hechos, que debieron acaecer entre finales del siglo xvi o comienzos de la siguiente centuria, ofrece en la actualidad distintas variantes y pudo referirse a una sola acción o, quizás, a varias. En el último cuarto del siglo xvii, el culto escritor Juan Pinto de Guisla (1631-1695) mencionó estas noticias en una visita pastoral a la parroquia de Mazo (de la que dependía la jurisdicción de Fuencaliente). Un siglo más tarde, José Viera y Clavijo (1731-1813) desveló también algunos pormenores aunque no coincidentes con los consignados con antelación. A diferencia del primer texto, Viera y Clavijo apuntaba la historia de una fornida mujer que hizo frente al enemigo con un chuzo y que logró abatir a varios de ellos. De igual modo, el ilustrado arcediano citaba un romance de creación local en el que se relataba este lance. Finalmente, en los albores del Novecientos, el cronista de la isla, Juan B. Lorenzo Rodríguez (1841-1908) dejó constancia de la existencia de un linaje procedente de Fuencaliente, conocido como los Matamoros, que terminó por afincarse en Santa Cruz de La Palma[6].
La fiabilidad de estos tres eruditos está fuera de duda. Las fuentes primarias han puesto de relieve asimismo la existencia en la capital de la isla de una estirpe nombrada o apellidada Matamoros. Así, el primero que aparece avecindado en Santa Cruz de La Palma es Gaspar Francisco Matamoros, asentado, en 1660, en los libros sacramentales de la parroquia de El Salvador, quien, a su vez, enlaza a finales del siglo xvi con una vecina del pago de Las Manchas, limítrofe con el de Fuencaliente. El sobrenombre de esta mujer se presenta –como se verá– abierto a la especulación. No en vano, María Francisco, que así se llamaba la abuela de Gaspar Francisco Matamoros, era apodada en su tiempo como La Ferrera, cuya acepción cabe preguntarse si no sería algún tipo evolutivo de «guerrera» o, incluso, podría interpretarse en el sentido materiales férricos, como dura, firme o tenaz.
En segundo término, pueden elucidarse algunos trazos geográficos de Fuencaliente, un paraje extenso, apartado y poco poblado en el contexto insular de La Palma, cuyo principal aporte colonizador se efectuó con indígenas procedentes de Gran Canaria. De aquí que uno de sus principales pagos se denomine Los Canarios. La agricultura de subsistencia y la explotación ganadera fueron las principales bazas económicas del lugar. Incluso, el único oratorio del lugar se puso bajo la advocación de san Antonio Abad, protector de los animales. El apellido Cabrera, por ejemplo, que se mantiene en la actualidad, procede de estos primitivos pobladores llegados en los inicios del siglo xvi[7].
Otro aspecto por señalar es la de la fiabilidad histórica de las leyendas locales. En este sentido pueden colacionarse dos relatos de contrapuestas raíces (uno falso y otro auténtico). De una parte, debe reseñarse el cuento del pirata Arzol, tenido por verídico, pero que no es más que una tergiversación de datos históricos[8]. De otro lado, debe subrayarse la tradición popular del cañón de la Cumbre: una pieza de artillería emplazada en medio del bosque (en la sierra de la isla) como alerta de posibles ataques navales que se ha podido documentar de modo fehaciente[9]. La leyenda de los Matamoros enlaza con esta última narración, recogiendo unos hilos que, en parte, pueden espigarse a través de la documentación archivística.
Por último, debe examinarse el apodo de La Ferrera por el que María Francisco, abuela de Gaspar Francisco y ascendiente conocido más remoto de la estirpe de los Matamoros, fue conocida. Lo más sencillo sería que se refiriera a una relación con el oficio de la herrería o a algún posible parentesco con ramas de la familia Ferrer. No obstante, también sería viable –aunque con muchas cautelas– una posible variación del significante «Guerrera» a «Ferrera». De ser así, se trataría de la evolución de dos palabras con raíces diferentes. Por último, resta apuntar como posible procedencia de «Ferrera» alguna vinculación con las características del hierro (resistencia, dureza...). Lo cierto es que estas dos últimas posibilidades permitirían ligar de manera inequívoca a los Matamoros de La Palma con la familia de Fuencaliente que protagonizó el rechazo de los invasores musulmanes. En el estado actual de la cuestión, las fuentes documentales disponibles, la localización geográfica de los personajes y las datas apuntan en esta dirección.
3. Las estirpes africanas de La Palma
A partir de la colonización castellana, la economía de La Palma pivotó alrededor de la agricultura y el comercio. La implantación desde principios del siglo xvi de cuatro ingenios azucareros condujo a la necesidad de mano de obra esclava. En buena medida, estas industrias se organizaron de modo autónomo al resto de la isla y, con frecuencia, los roces entre los propietarios o administradores de los ingenios y el Concejo de La Palma se tornaron frecuentes. En esta organización, cabe destacar la llegada de un importante número de esclavos destinados a las labores mecánicas y agrícolas de los ingenios. Se trataba de una población de origen africano: berberiscos o subsaharianos, muchos de ellos musulmanes. En 1595, la población morisca de la isla se cifraba en setenta y siete individuos (el 66% de los cuales vivía en Los Llanos, el 21% en Mazo, el 8% en Santa Cruz de La Palma y el resto, un 5%, lo hacía en Tijarafe)[10].
Salvo contados casos, es complicado seguir el rastro a estos moriscos. Ello se debe a varios factores como la progresiva liberación de su condición de esclavos, el proceso de aculturación y el mestizaje con la población local[11]. Esa sería la situación de Sebastián Díaz «Morisquito», casado en la parroquia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma con Juana Hernández, en 1631[12], cuya hija, Melchora de los Reyes, casaría en 1671 (en Breña Baja) con un esclavo de Simón de Frías Coello, llamado Nicolás[13], o el de Francisco Hernández, casado en 1604 con María Luis Duarte –de origen portugués–, hija de Juan Duarte e Isabel Luis[14]. Otro ejemplo es el caso de Francisco el Mayor y Francisco, el Menor, esclavos de Gonzalo Yanes. Ambos debían quedar «libres y horros» tras el fallecimiento de su dueño en 1557. Poco después, uno de ellos compró a los herederos de Antón Aparicio una casa con cubierta de paja en la villa de San Andrés. Otro caso similar fue el del morisco Francisco Álvarez, quien, en 1554, figura como propietario de unas casas en el barrio de Santa Catalina de Santa Cruz de La Palma. Ese mismo año, Juan Gallego aparece como titular de un solar en el llano de San Telmo y Catalina Sánchez como dueña de una casa y corral lindante con las de Pedro de Castilla, también en Santa Cruz de La Palma. Tanto Juan Gallego como Catalina Sánchez eran moriscos, como también lo era Inés de Vera, quien, en 1554, aparece como propietaria de una esclava negra llamada Marta, que vende a Alonso Camacho; lo mismo sucede con Francisco Martín, criado de Constanza de Belmonte, que por esas mismas fechas era el amo de un esclavillo de color prieto de nombre Pedro[15].
No obstante, a pesar de estas dificultades intrínsecas, se han podido registrar en La Palma hasta tres linajes de presumibles raíces berberiscas: Gorás o Goraz, Carta y Arcila. El primero de ellos aparece registrado en el asiento matrimonial de Gabriel Pérez y María Pestana, celebrado el 7 de febrero de 1695 en Breña Alta[16]. El padre de la contrayente fue inscrito como Juan Pérez Gorás. Lo más probable es que este apellido patronímico llegara a La Palma a raíz de la expedición a Senegal de 1556. La empresa dirigida por Juan López de Cepeda, una de las figuras más destacadas entre los gobernantes de Canarias durante el siglo xvi. Cabe recordar que López de Cepeda fue gobernador de Tenerife y La Palma tras el saqueo, en 1553, de Santa Cruz de La Palma por François Le Clerc, alias Pie de Palo. Este funcionario real organizó también una flota que, bajo las licencias reales de 1526, atacó algunas plazas de Berbería. Con este propósito se marinaron dos navíos en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Uno de ellos bajo el mando de Blas Lorenzo; el otro, a las órdenes de Hernando de Párraga. La flotilla, que zarpó de la rada isleña el 19 de diciembre de 1555, terminó por arribar al puerto de Angla de Santa Ana, ubicado al norte de la isla de Arguin (20° 36’,0 n, 16° 28’,0 w), donde capturaron a un nativo llamado Goras o Gorás, hermano de Duma, el jeque de aquellos territorios. De regreso al archipiélago, los cautivos fueron conducidos a declarar ante el escribano público de Santa Cruz de La Palma Juan de Vallejo con el fin de redactar un informe de la expedición[17]. Casi un siglo y medio más tarde, el apelativo reapareció Las Breñas. A lo largo de las siguientes décadas, el linaje se propagó por varias jurisdicciones de La Palma. Inclusive, entre los miembros de esta familia puede asentarse el de Juan Leal Gorás, primer alcalde de la ciudad de San Antonio de Texas, en los Estados Unidos de América. Sin embargo, debido a que normalmente aparecía consignado en la forma compuesta Pérez-Gorás, a finales del siglo xviii, el apellido desapareció de la isla.
En cuanto a los Carta, cabe subrayar que las referencias más remotas constan en el proceso seguido en Barlovento, en 1711, por el comisario del Santo Oficio Simón Rodríguez, contra el capitán Matías Bernardo Rodríguez Carta, a cuyos abuelos se les atribuyen antecedentes moriscos[18]. En La Palma, el apellido se documenta por vez primera el 6 de marzo de 1603, en la inscripción matrimonial de Bartolomé Carta, hijo de Juan Carta y María Jiménez, con Águeda Henríquez, hija de Bartolomé Sánchez e Isabel Henríquez[19]. Un hijo de este matrimonio, Manuel Sánchez Carta, fue mareante durante el siglo xvii y disfrutó de una desahogada situación económica a tenor de sus cartas dotales y de sus tres testamentos otorgados[20]. A partir del siglo xviii, el linaje se vinculó con el comercio y negocio naviero, en especial con la exportación de vinos y la importación de tabaco. A modo de ejemplo se deja constancia de algunos de sus miembros dedicados a estas actividades mercantiles. Así, en 1722, los herederos de Simón Sánchez Carta eran copropietarios de la balandra nombrada La Única, que se disponía a hacer viaje a la isla de Santa María o a San Miguel de Azores[21]. En 1733, uno de los hijos del citado Simón Sánchez Carta, llamado Bartolomé, era copropietario del barco Nuestra Señora de Candelaria y San Salvador, alias, el Puerco Espín, de ciento cincuenta y tres toneladas, que hizo viaje de Santa Cruz de La Palma a Campeche, en cuyo trayecto naufragó a consecuencia de un huracán, cuando navegaba al sur de Santo Domingo[22]. Pero, sin duda, el personaje de mayor relieve fue el referido Matías Bernardo Rodríguez Carta. Nacido en Santa Cruz de La Palma en 1675, desempeñó el cargo de capitán de Milicias en Tenerife, tesorero general de la Real Hacienda en Canarias y alcalde de Santa Cruz de Tenerife[23]. Al igual que su padre fue piloto y maestre; copropietario de la fragata Nuestra Señora de Candelaria, San José y las Ánimas, alias El Palmero de ciento ochenta y tres toneladas[24], de una saetía nombrada Nuestra Señora del Rosario y San Antonio de Padua, de setenta y ocho toneladas[25] y del navío Nuestra Señora de las Angustias y San Antonio de Padua, alias El Canario de ciento setenta y cinco toneladas y media[26]. Como testimonio de su saneada economía han pervivido el conocido palacio Carta y la capilla de San Matías, en Santa Cruz de Tenerife[27].
Finalmente, la tercera de las estirpes colacionadas es la de Arcila. Sobre su venero existen diversas conjeturas. No obstante, lo más probable es que se trate de un apellido toponímico con raíz en la localidad marroquí del mismo nombre, situada en el noroeste de la costa de África (35º 28’,1 n y 6º 2’,2 w), a medio camino entre Tánger y Larache. La ciudad de Arcila (o Asilah) fue fundada por la dinastía Idrisí[28]. En el siglo x, se convirtió en una importante rada a través de la que se daba salida a la producción cerealista y ganadera de su entorno. Más tarde, desde el siglo xiv, pasó a integrarse en los circuitos comerciales de las grandes ciudades costeras de la Europa cristiana[29]. Estuvo gobernada por la dinastía Omeya bajo el mando del califa al-Hakan II (961-976) y, más tarde, de los zenetas, meriníes y wattasíes. En 1471, los portugueses tomaron Arcila, la fortificaron y convirtieron en una importante plaza en la ruta del oro sahariano. Por último, en 1691, sería reconquistada por el alawita Malay Ismail. Entre 1912 y 1956, formó parte del protectorado español hasta la definitiva independencia del reino de Marruecos[30].
En 1747, se localiza el primer individuo con este apellido en La Palma: Miguel de Armas Arcila[31]. Su procedencia parece ser foránea; no en vano, en el asiento sacramental figura como hijo de Francisco de Armas y de María de Arcila Guadarrama, vecinos de La Orotava, en Tenerife. Lo más probable es que esta última fuera una de las hijas de Juan de Arcila López y Úrsula Márquez, naturales de la isla de El Hierro, cuyos antecedentes se remontan a Juan de Arcila, marido de María Abarniés, quien otorgó testamento el 24 de febrero de 1625, ante Gonzalo Padrón de Brito, escribano de aquella isla. En esta carta de últimas voluntades declaró por hijos a Manuel López, Juan Arcila, María Casañas, Catalina, Isabel, Francisca, Ana y Lucía[32]. Del mismo modo que Matías Bernardo Rodríguez Carta, Miguel de Armas Arcila se dedicó al comercio en la Carrera de Indias. En este sentido, puede desglosarse que fue propietario, a partir de 1775, de la fragata El Santísimo Sacramento, alias La Paloma Isleña, de doscientas catorce toneladas, y de dos terceras partes de otra fragata, Nuestra Señora del Rosario y el Santísimo Cristo de El Planto, alias La Paz. Además, Armas Arcila desempeñó el cargo de síndico personero y procurador mayor del Concejo de La Palma. Uno de sus hijos, José Arcila de Armas, casó, el 8 de diciembre de 1774, en Santa Cruz de La Palma con María Pérez de Brito, hija del célebre abogado Anselmo Pérez de Brito (1728-1772)[33].
4. Tradiciones populares
Del mismo modo que los ataques marítimos, la huella cultural del corsarismo norteafricano es palpable en la isla. No en vano, la amenaza berberisca sostenida a lo largo de dilatadas décadas forjó una idiosincrasia y una cultura de la que se conservan numerosas reminiscencias de carácter histórico o religioso, además de los aspectos propiamente sociológicos. Un buen ejemplo, es el citado Diálogo entre el Castillo y la Nave, número de las fiestas lustrales de la Bajada de la Virgen de Santa Cruz de La Palma que se mantiene desde las primeras décadas del siglo xviii, y que no es más que una ofrenda votiva de la gente del mar a Nuestra Señora de las Nieves, patrona de la isla, como protectora frente a los piratas musulmanes[34].
El miedo colectivo que asolaba la sociedad insular en relación con la piratería contribuyó a la búsqueda de ayudas en el orden sobrenatural, dirigiendo plegarias a los poderes celestiales. En este ámbito, conviene recordar que la primera advocación documentada en La Palma como protectora frente a las amenazas marítimas fue la Virgen del Rosario perteneciente al antiguo convento dominico de San Miguel de las Victorias, iconografía que se tuvo por prodigiosa en la batalla de Lepanto. Cabe señalar que, el 13 de noviembre de 1585, cuando se produjo el ataque a Santa Cruz de La Palma por parte de Francis Drake (1543-1596), esta efigie recibió una pública acción de gracias.
Pocos años más tarde, fue la imagen de san Luis Rey de Francia, venerada desde hacía algún tiempo en la parroquia de El Salvador, la iconografía recurrida ante la amenaza de 1599 del almirante Pieter van der Does. Sin embargo, el culto a dichas advocaciones no terminó por consolidarse. Así, en 1618, durante el ataque de Tabac Arráez, se escogió a Nuestra Señora de las Nieves como protectora de la ciudad.
En este contexto general de incertidumbre, derivado de los daños causados por los marinos berberiscos, debe subrayarse el hecho de que, en 1665, Bartolomé García Ximénez (1622-1690), prelado del archipiélago, nombrara a san Fernando Rey como patrón de Canarias. En el pertinente decreto episcopal, se justificaba la elección del monarca castellano, canonizado tan solo cuatro años antes, en razón «a la infestación de bárbaros piratas [turcos y moros] que tanto daño hacen y han hecho en estas costas cautivando tanto número de personas de ella». En estas funestas circunstancias, se entiende que, solo en una quincena de años, entre 1675 y 1690, la mitad de las parroquias de La Palma se dotaron con una imagen de este santo conquistador, quien, en el siglo xiii, arrebató a los musulmanes amplias zonas del sur peninsular[35].
Y así, a pesar de que La Palma no sufrió las trágicas secuelas de una invasión berberisca, los reiterados actos de abordaje, pillaje o secuestros y cautiverio provenientes de corsarios musulmanes se tradujeron en una verdadera sociología del miedo; expresiones como: «¡Que viene el moro!», «Moros en la costa» o, incluso, la modificación de la canción infantil «Duérmete, mi niño, que viene el coco» por «Duérmete, mi niño, que viene el moro» configuraron el carácter de los palmeros. Otro testimonio de estas formas culturales de inspiración norteafricana fue la creación de un romance referido al nombrado episodio de los Matamoros de Fuencaliente, perdido en la actualidad, que debemos suponer narraba en forma de canción aquel golpe de tierra y sus trágicas consecuencias entre la población local[36].
En este ámbito de las tradiciones populares, se deja la descripción de dos entretenimientos infantiles que beben de esta misma fuente. En primer lugar, cabe citar el juego conocido como Santa Catalina[37]. Se trata de un divertimento de corro, desarrollado en plazas o espacios públicos, basado en un romance. Se ofrece una variante registrada en Puntallana (La Palma) de las entradas descritas por Pérez Vidal. El juego consiste en la formación de un corro de niñas con una de ellas emplazada en el centro, nombrada como Catalina; estando el corro formado, todas las participantes, menos la niña del centro, comienzan a cantar:
En la tierra de moros
hay una ermita muy grande,
que la hizo Dios del cielo
para su madre sagrada.
Dentro hay una niña,
Catalina se llamaba;
todos los días de fiesta
su papá la castigaba,
porque no quería hacer
lo que mamá mandaba.
Le mandó hacer una rueda
de cuchillos y navajas.
Estando la rueda hecha,
Catalina arrodillada;
bajó un ángel del cielo
con su corona y espada:
–Sube, sube, Catalina,
que el rey del cielo te llama.
En este momento todas las niñas del corro se acercan a Catalina, en genuflexión desde el momento que dicen que se hallaba arrodillada, y la van elevando lo más que pueden, para dar la sensación que sube al cielo y al instante entonaban:
Baja, baja, Catalina
que Dios del cielo te llama,
para que cuente tus penas
a tu madre sagrada.
Descienden a Catalina, se reúnen en grupo y nombran a otra niña que hará las veces de protagonista; de nuevo harán un corro y el juego se repite desde el principio. Se continuaba así hasta cansarse y pasar a otro entretenimiento distinto.
El segundo de los juegos infantiles aludidos era el titulado ¡Oh viejo moro! El mismo partía también de un corro con una de las participantes situada en su centro. Con la mirada de las niñas dirigida a la que se encontraba en el medio, la rueda permanecía estática mientras se entonaba la siguiente canción, acompañada de palmas:
¡Oh, viejo moro!
por qué no te has casado;
que te vi enamorado
como los demás.
Dame la mano morena
para lucir la verbena,
juntitos los dos.
Bailando la dama en dama
vestido de pollo para
este cuerpo,
este talle,
este bonito meneo,
este cuerpo saleroso,
que vale mucho dinero.
Cuando se llegaba a la estrofa que empieza «Dame la mano morena», la niña del centro iba hasta la rueda y elegía a una de sus compañeras y la conducía hasta el centro; este desplazamiento se realizaba dando saltitos y moviendo los pies hacia delante y detrás; a continuación, cuando se decía «juntitos los dos», se colocaba una niña frente a la otra y, con las manos en las caderas, hacían unos giros laterales; después, en el momento en que se cantaba «Bailando la dama en dama», se bailaba, saltaba y al ritmo de la canción, se alternaban las manos entre la frente y a la cintura. Por último, cuando dicen «este cuerpo», las participantes llevaban las manos a la cintura y permanecen quietas. El juego se reiniciaba con la niña elegida.
5. Conclusiones
Más allá del hecho histórico representado por el asedio berberisco a las costas del archipiélago canario y por ende a las de La Palma durante los siglos xvii y xviii, interesa el análisis de las influencias que tantas décadas de amenazas constantes sobre la población isleña han ido conformando una propia cultura donde se entremezcla lo histórico y lo legendario, lo religioso y lo lúdico. La proximidad al continente africano, la presencia de esclavos de origen berberisco o subsahariano –por tanto vinculados a la religión musulmana– y el miedo social latente, han tejido una consistente trama que ha sostenido y alimentado la creación de leyendas sobre valerosos «héroes» o «heroínas» locales que se han significado por su enfrentamiento contra invasores de la media luna, de entre las que sabe destacarse la que da origen al apellido (o apodo) «Matamoros».
A pesar de que el mundo musulmán fuese considerado como hostil, cabe la posibilidad de que existiesen elementos de interculturalidad al convivir individuos y poblaciones de origen diverso. En ese ámbito, es muy posible la existencia, con carácter verosímil, de algunos apellidos, originados en el continente africano y que durante algunas generaciones hayan sido portados de manera individual o compuesta, como son Gorás (o Goraz), Carta y Árcila, con destacada presencia en la zona de Las Breñas.
En comparación con las islas orientales, La Palma no sufrió unos efectos tan dramáticos como en aquellas, no obstante la certera amenaza del corsario berberisco, siempre inminente, hizo proliferar el fervor popular hacia ciertas advocaciones religiosas, consideradas protectoras frente al mundo musulmán como la Virgen del Rosario, san Fernando rey, san Luis rey de Francia o la más representativa para La Palma como es la imagen de Nuestra Señora de las Nieves. El origen sagrado ha derivado en manifestaciones festivas o lúdicas que perviven en la actualidad y que constituyen elementos valiosos dentro del acervo cultural de la isla de entre las que cabe destacarse la «batalla de moros y cristianos», escenificada en el municipio de Barlovento en el marco de las fiestas de Naval, o el «Diálogo entre el Castillo y La Nave», uno de los números religioso-festivos desarrollados durante las fiestas lustrales de la Bajada de la Virgen de las Nieves.
El mismo pánico colectivo ha facilitado la introducción y divulgación de romances y juegos populares, destacando los de Santa Catalina y ¡Oh viejo moro!, expresión de como la sabiduría popular ha sabido conjugar lo dramático y lo festivo para aligerar la fuerte carga emocional subyacente. Todos estos elementos se han integrado al paso del tiempo en la cultura de La Palma, dibujando parte de su propia idiosincrasia de la que ciertos aspectos de procedencia musulmana continúan latentes.
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NOTAS
[1] Agradecemos la colaboración prestada en la elaboración de este artículo a Dulce Rodríguez González, Víctor J. Hernández Correa, Francisco J. Castro Feliciano y José Pablo Vergara Sánchez.
[2] Sobre el corsarismo y la piratería berberisca en Canarias, véanse: Anaya Hernández, Luis Alberto Moros en la costa: dos siglos de corsarismo berberisco en las islas Canarias (1569-1749). Las Palmas de Gran canaria: Fundación de Enseñanza Superior de Las Palmas de Gran Canaria, 2006; Rumeu de Armas, Antonio Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias. Madrid: Instituto Jerónimo Zurita, 1947-1950. 5 vs.
[3] Véase sobre esta cuestión las aproximaciones previas que hemos realizado: Martín Pérez, Francisco Javier, Lorenzo Tena, Antonio, Poggio Capote, Manuel. «“Tome puerto y venga rica / de sumas felicidades”: el Diálogo entre el Castillo y la Nave en las fiestas lustrales de La Palma». En: i Congreso Internacional de la Bajada de la Virgen (Santa Cruz de La Palma, 27-30 de julio de 2017). [Breña Alta (La Palma): Cartas Diferentes Ediciones, 2017, pp. 523-538; Martín Pérez, Francisco Javier, Lorenzo Tena, Antonio, Poggio Capote, Manuel. «“Isleños, moros y matamoros”: el ataque de Tabac Arráez a La Palma en 1618». Vegueta: anuario de la Facultad de Geografía e Historia, n. 19 (2019), s. p.; Poggio Capote, Manuel, Martín Pérez, Francisco J., Lorenzo Tena, Antonio ¡Ah de la nave!: historia y cultura del corso berberisco en la isla de La Palma. [Breña Alta (La Palma)]: Cartas Diferentes Ediciones, 2014.
[4] El primer ataque al archipiélago por parte de mesnadas africanas se produjo en septiembre 1569. En aquel año una flota compuesta por diez galeras y unos seiscientos hombres al mando de Calafat de Salé tomó la isla de Lanzarte. A resultas del mismo, seiscientos de sus habitantes fueron cautivos. De este ataque, del que el Cabildo de La Palma tuvo conocimiento por una carta recibida el 12 de septiembre, resultaron algunas consecuencias destacables. En primer lugar, la pertinente alerta a los pueblos del interior de la isla. En segundo término, el envío a Lanzarote de una fuerza nutrida de un centenar de hombres. La tercera de las consecuencias se plasmó en la citada sensación de miedo permanente. Consúltese: Biblioteca José Pérez Vidal (Santa Cruz de La Palma): Lorenzo Rodríguez, Juan B. Ligeras observaciones sobre la «Historia general de las yslas Canarias» por Agustín Millares. [Manuscrito]. [ca. 1900], ff. 171r-173v.
[5] Sobre las diversas versiones de esta leyenda, consúltese: Poggio Capote, Manuel, Martín Pérez, Francisco J., Lorenzo Tena, Antonio. Op. cit., pp. 292-296.
[6] Lorenzo Rodríguez, Juan B. Noticias para la historia de La Palma. Santa Cruz de La Palma: Cabildo Insular de La Palma, 1975-2011, v. i, p. 117; Viera Clavijo, José. Noticias de la historia general de las islas Canarias. Introducción y notas, Alejandro Cioranescu. Santa Cruz de Tenerife: Goya, 1982, v. i, p. 610.
[7]Betancor Quintana, Gabriel. Los indígenas en la formación de la moderna sociedad canaria: integración y aculturación de canarios, gomeros y guanches (1496-1525). [Tesis doctoral]. Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. 2003.
[8] En el seno de la familia Hernández (afincada desde hace generaciones en el límite de los municipios de Villa de Mazo y Breña Baja) se contaba que eran descendientes «de un pirata francés llamado Arzol al que le hundieron su barco y se quedó a vivir en La Palma donde puso un horno para fabricar tejas». Ello, por ejemplo, lo contaba durante la década de 1920 José Hernández Arzol. Lo cierto es que este «pirata» se trataba de un prisionero francés llamado Juan Arsole o Arzol, deportado a la isla con la categoría de soldado, junto a otros ciento noventa y nueve militares apresados en la batalla de Bailén. Juan Arsole o Arzol llegó a la isla el 29 de junio de 1810 y diez años más tarde (el 8 de enero de 1820) casó en la parroquia de Santa Ana de Breña Baja con María Pérez Méndez; era natural de Toulouse e hijo de José Arzol y Juana Sirac. Consúltese: Archivo General de La Palma, Papeles de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de La Palma, 001, Juan Arsole es el prisionero número 124 del listado; véase además: Pérez García, Jaime. «Los prisioneros franceses de La Palma». Revista de estudios generales de la isla La Palma, n. 5 (2011), pp. 249-260, especialmente pp. 251 y 257.
[9] Poggio Capote, Manuel, Regueira Benítez, Luis. «La isla de La Palma en la Guerra de la Oreja: el ataque a Puerto Naos de 1740». Anuario de estudios atlánticos, n. 60 (2014), p. 331.
[10]Anaya Hernández, Luis Alberto. «La cuantificación de los moriscos canarios a través del cómputo inquisitorial de 1595», En: José Luis Pereira Iglesias (coord.). Actas de la v Reunión científica Asociación Española de Historia Moderna. [Cádiz]: Asociación de Historia Moderna, 1999, v. i, pp. 401-408.
[11] En este sentido, la asignación a los bautizados de apellidos castellanos dificulta en extremo la identificación de estas personas.
[12]Archivo parroquial de El Salvador (Santa Cruz de La Palma): Libro 1º de matrimonios, f. 26r; Libro 1º de defunciones, f. 135v.
[13]Archivo parroquial de San José (Breña Baja): Libro 1º de matrimonios, f. 92r.
[14]Archivo parroquial de Nuestra Señora de los Remedios (Los Llanos de Aridane): Libro 1º de matrimonios, f. 27r.
[15]Hernández Martín, Luis Agustín. Protocolos de Domingo Pérez, escribano público de La Palma (1546-1567). Santa Cruz de La Palma: Caja General de Ahorros de Canarias, 1999-2005, v. ii, pp. 235 (n. 461), 449 (n. 926), 137 (n. 539), 140 (n. 544), 190 (n. 654), 152 (n. 573) y 364 (n. 1034).
[16]Archivo parroquial de San Pedro Apóstol (Breña Alta): Libro 2º de matrimonios, f. 22r.
[17]Rumeu de Armas, Antonio. «La expedición canaria al Senegal en 1556». Revista de historia [canaria], n. 74 (abril–junio de 1946), pp. 137-151.
[18] El Museo Canario: Inquisición, cxxviii-17 y xiii-21: «Genealogía, Naturaleza y Limpieza del Capitán Matías Rodríguez Carta». Citado en: Luxán Meléndez, Santiago. «La Renta de Tabacos en Canarias: del arrendamiento a la administración directa, 1717-1720». Anuario de estudios atlánticos, n. 49 (2003), pp. 447-473. (Véase nota al pie n. 53 en p. 461).
[19]Archivo de la Parroquia de El Salvador (Santa Cruz de La Palma): Libro 1º de matrimonios, f. 43r.
[20]Archivo General de La Palma (Santa Cruz de La Palma) (AGP): Protocolos notariales, escribanías de Andrés de Chávez (27 de julio de 1661), Juan Alarcón (9 de febrero de 1667), Antonio Jiménez (4 de julio de 1678 y 10 de enero de 1690) y Andrés de Huerta (13 de septiembre de 1684 9 de abril de 1687).
[21]Archivo General de La Palma, Protocolos notariales (Santa Cruz de La Palma): Escribanía de Antonio Vázquez, caja 10 (1722), ff. 120r-120v y 126r-127r.
[22] Cioranescu, Alejandro. Diccionario biográfico de canarios americanos. Santa Cruz de Tenerife: Servicio de Publicaciones de la Caja General de Ahorros de Canarias, 1992, v. i, p. 353. Véase además: Martín Pérez, F. J. Análisis estratégico del sector naviero de las islas Canarias en el periodo 1718-1778: factores determinantes en la evolución de su rendimiento. [Tesis doctoral]. Universidad de Alicante. 2015, p. 484.
[23] Pérez García, Jaime. Fastos biográficos de La Palma. Santa Cruz de La Palma: Sociedad Cosmológica, 2009, pp. 346-347.
[24]Archivo General de Indias (Sevilla): Contratación, 2856, n. 3. r. 3.
[25]Archivo General de La Palma, Protocolos notariales (Santa Cruz de La Palma): Escribanía de Antonio Vázquez, caja 13 (1732), ff. 212v-215r.
[26] Borrego Pla, María del Carmen. «Rentas y alumnos canarios en el Real Colegio de San Telmo de Sevilla». En: v Coloquio de Historia Canario-Americana (1982). Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 1985, v. 2, pp. 247-278.
[27] De la relevancia económica y social de esta familia, proporciona testimonio la abundante documentación concerniente por algunos de sus miembros en los protocolos notariales locales de los siglos xvii al xix. Entre 1661 y 1648, por ejemplo, solo en el Archivo General de La Palma (Santa Cruz de La Palma), se han podido rastrear de sesenta escrituras de diversa naturaleza relacionadas con los Carta.
[28] Primera dinastía islámica establecida en el noroeste de África, a finales del siglo viii.
[29] Gonzalbes Cravioto, Enrique. «Arcila, puerto norteafricano de recepción de los sefarditas (1492-93)». Espacio, tiempo y forma, Serie iv, Historia Moderna, t. 8 (1993), pp. 39-56.
[30]Vergara-Muñoz, Jaime, Martínez-Monedero, Miguel. «La Zagüia Sidi Alí ben Handuch de la medina de Arcila (Marruecos)». Revista Aldaba, n. 40 (2015), pp. 213-233.
[31]Archivo parroquial de El Salvador (Santa Cruz de La Palma): Libro 5º de matrimonios, f. 56r. Matrimonio de Miguel de Armas Arcila y Petronila de Brito (28 de agosto de 1747).
[32]Béthencourt Massieu, Antonio de, Rosa Olivera, Leopoldo de la. Índices de los protocolos pertenecientes a las escribanías de la isla de El Hierro. La Laguna: Instituto de Estudios Canarias, 1974.
[33]Archivo parroquial de El Salvador (Santa Cruz de La Palma): Libro 7º de matrimonios, f. 57r.
[34] Pérez Vidal, José. «Tradiciones marineras: el Castillo y la Nave», Revista de dialectología y tradiciones Populares, t. 7, cuad. 4 (1951), pp. 697-703.
[35] Poggio Capote, Manuel, Martín Pérez, Francisco J., Lorenzo Tena, Antonio. Op. cit., pp. 108-109, 205-210, 276.
[36] Pérez Vidal, José. El romancero en la isla de La Palma. Santa Cruz de La Palma: Cabildo Insular de La Palma, 1987; Trapero Trapero, Maximiano. Romancero general de La Palma. Con la colaboración de Cecilia Hernández Hernández; transcripciones musicales de Lothar Siemens Hernández. Santa Cruz de La Palma: Cabildo Insular de La Palma, 2000; Viera Clavijo, José. Op. cit.,v. i, p. 610.
[37] Pérez Vidal, José. Folclore infantil canario. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1986, pp. 254-259.