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Reír y cantar en tiempos de guerra
Una de las muestras más singulares de la profusa producción de literatura popular y semi-popular antifrancesa que floreció en los años de la invasión napoleónica de España (1808-1814) fue El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses. Poema serio en dos cantos que, firmado «por D. B. Y. H. P.» (seudónimo de Don Benito Íñiguez de Heredia, Presbítero), fue impreso en Madrid («Por D. Luciano Vallín») y en Valencia («Por la Viuda de Agustín Laborda») en el primer año de la ocupación, en 1808. Si he encuadrado esta composición dentro del repertorio de la «literatura popular y semi-popular» es porque aquel corpus fue, en parte, invención y alimento de la creativa y anónima musa y masa popular de cultura esencialmente oral, aunque algunos de sus miembros comprasen y consumiesen también literatura de cordel. Y en parte (y este sería el caso que nos ocupa) aportación de intelectuales de refinada formación letrada pero que adoptaron usos, formatos y recursos estilísticos de la literatura más cercana a los gustos del pueblo (la de cordel, por ejemplo), con el fin de hacer más efectiva la función de propaganda política y de agitación social que desearon insuflar en sus discursos.
Es eso exactamente lo que sucede en El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses: una composición poética de factura cuidada y equilibrada, delineada por una mente conocedora o familiarizada evidentemente con tradiciones literarias diversas, empezando por la épica y la fábula grecolatinas, áureas y neoclásicas; pero que se acogió a un formato y a una poética, los del pliego y el romance de cordel, que eran propios y favoritos de las clases populares; y a una estrategia, la del anonimato o semi-anonimato (puesto que se vio atenuado por la consignación de las iniciales) que debió de ser impuesto por obvias razones de oportunidad política y de seguridad personal, en plena invasión del país por una potencia enemiga.
No creo que El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses llegase a ser nunca un poema oralizado, cantado y legítimamente inserto dentro del repertorio oral y tradicional de la gente del pueblo; pero sí me parece razonable pensar que pudo ser leído y celebrado, en privado y en voz alta, por el vulgo que en aquellos años tortuosos estuvo muy pendiente de la literatura impresa que contra los invasores franceses anduvo circulando más o menos bajo cuerda. Nuestro Asalto terrible, escrito y publicado para enardecer al pueblo, se ajusta pues, sin ninguna violencia, a la laxa etiqueta de la poesía popular o semi-popular, aunque no entrase de manera perdurable en la cadena de la transmisión oral ni haya dejado eco alguno en las tradiciones orales más tardías[1].
El pliego que lo contiene, de 16 páginas en 8º, se desarrolla en 376 versos octosílabos y está estructurado en dos partes: un Canto primero con rima de romance en é.o; y un Canto segundo con rima de romance en é.a. Aparece firmado «por D. B. Y. H. P.», quien fue, al parecer, un «Don Benito Íñiguez de Heredia, Presbítero» que debió de vivir o ejercer en Madrid y del que en aquel mismo año de 1808 andaba circulando El martirio del glorioso S. Ginés: poemita en un canto; acaso tuviera el tal presbítero algún vínculo con la muy castiza parroquia de San Ginés, de la céntrica calle madrileña del Arenal. El poema hace mención en dos ocasiones a la populosa Puerta del Sol, lo que refuerza el supuesto de que pudo ser compuesto en la capital del país. No se detalla el mes de la publicación, por lo que no sabemos si las ediciones de Madrid y Valencia fueron simultáneas, o si fue primero una y después la otra[2]. Debió de ser compuesto, en cualquier caso, en la segunda mitad del año 1808, por cuanto nombra ya a «Joseph Botellas» como jefe de los ocupantes franceses. José Bonaparte entró en Madrid el 20 de julio y fue proclamado rey el día 25 de julio de ese año.
La edición
Conviene, antes de profundizar en su análisis, hacer una lectura atenta del poema. Transcribo a partir de la edición valenciana, y regularizo la acentuación, la ortografía y la puntuación conforme a la norma académica actual:
El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses
Poema serio en dos cantos
Por D. B. Y. H. P.
Risum teneatis, amici?
Valencia
Por la Viuda de Agustín Laborda. 1808
Canto primero
Canto el asalto atrevido
que una noche obscura dieron
a un cuartel de los franceses
los ratones. Diré el miedo
y espanto que les causaron,
y cómo en breves momentos
les pillaron la galleta
que tenían de repuesto.
En vano, oyendo el ruido
del pillaje y del saqueo
los franceses a las armas
volaron desde sus lechos.
Nada les valió. Cargados
con todo el botín se fueron
los ratones, de laureles
coronados y trofeos.
Pero, ¿cómo es que triunfaron?
¿Cómo burlarse pudieron
unos míseros ratones
de los héroes de Marengo?
¿Tan valientes hace el hambre?
¿Tanto descuido en el fiero
francés pudo? Dime, Musa,
dime tú todo el suceso.
Hacía días rondaba
el cuartel del coliseo
de no cobardes ratones
un ejército soberbio.
Dos causas muy poderosas
a estos sitios los trajeron:
primeramente el olor
de la galleta, que dentro
en gran porción se encerraba.
Después, el no haber recelo
de gatos. Pues los franceses
glotones, de carne hambrientos,
cuantos atrapar podían
por los contornos aquellos
los mataban y comían
como si fuesen conejos.
Cercaban más el cuartel
los ratones: mas el miedo,
aunque entrar en él deseaban,
ponía a su audacia freno.
Si el hambre los excitaba,
perdían su atrevimiento
al ver que el cuartel estaba
de soldados siempre lleno.
Hasta que su mandarín,
el valiente Roe-queso,
situación tan miserable
tolerar más no pudiendo,
llamó a todos los ratones
y en universal congreso
habloles de esta manera
desde su elevado asiento:
«¿Hasta cuándo, mis leales
esforzados compañeros,
hasta cuándo el vil temor
nos tendrá en los agujeros
escondidos? ¿Qué esperamos?
¿En qué pensamos? ¿Qué hacemos?
La dura hambre nos aflige,
nos devora. ¡Ay! Pereciendo
estamos ya. Y sin embargo,
¿no resuelve el valor nuestro
entrar en ese cuartel
y proveernos de sustento?
¿Qué cobardía es la nuestra
tan extraña? Aliento, aliento,
salgamos de estas cavernas
do nos ha encerrado el miedo;
y si me creéis, esta noche
de las tinieblas cubiertos,
daremos terrible asalto
a ese cúmulo tremendo
de galleta. ¿Qué os parece?
¿Qué decís? Jamás el miedo
favoreció la fortuna,
sino a quien desprecia el riesgo.
Por tanto, mis camaradas,
si de estado tan funesto
libraros queréis, valor:
armad de valor los pechos;
ni la empresa es tan difícil
que no baste nuestro esfuerzo.
No, no se trata de echar
como antaño, al gato horrendo
la campanilla; antes bien,
os aseguro y prometo
que de esta vez provisión
de pan para un año haremos.
Ea, pues, manos a la obra,
y pues en profundo sueño
yacen ahora los franceses,
venid, y al cuartel entremos.
Así Roe-queso habló
y sus palabras de fuego
en todos los corazones
un valor noble encendieron.
Tal Aníbal en los Alpes
arengó al soldado fiero
para que audaz invadiese
de Italia el hermoso reino.
Todos los ratones pues
unánimes respondieron
que sí; que a la empresa ya
todos estaban resueltos.
Uno de ellos solamente
puso un reparo, diciendo:
«Señores, como es debido,
yo alabo vuestro proyecto,
y por mí vamos al punto
a esa expedición; mas veo
un inconveniente, que
puede sernos bien funesto.
Y es que, en medio del cuartel
toda la noche está ardiendo
una lámpara maldita
y podrá su luz perdernos».
Aquí el famoso Anda-listo
repuso: «Si no hay más que eso,
yo me propongo a apagarla,
y dejar en un momento
todo el cuartel sepultado
en las tinieblas». Roe-queso
prodigole mil elogios
por tamaño atrevimiento;
y díjole: «Parte pues,
joven gallardo, ahora mesmo,
y apaga esa luz molesta
para que el asalto demos».
Dícele; y parte Anda-listo
de valor y ánimo lleno,
entre los vivas y aplausos
que le dan sus compañeros.
Era ya noche avanzada,
reinaba un grande silencio,
en todo el cuartel yacían
los campeones de Marengo,
profundamente dormidos
sobre sus jergones viejos,
digeriendo el mucho vino
que aquella tarde bebieron.
Cuando el osado Anda-listo,
partiéndose del congreso,
llegó y entró en el cuartel
por un oculto agujero.
Acción memorable que
le granjeará nombre eterno
y le llenará de gloria
en los siglos venideros.
Canto segundo
¡Oh, venga, venga una taza
de café, para que pueda
mi numen ya fatigado
continuar su alta materia.
Y tú, Musa, si propicia
tu favor no me dispensas,
el asunto que he tomado
es superior a mis fuerzas.
Inspírame pues benigna
y haz que el verso mío sea
grandilocuente y sublime
cual corresponde a la idea.
Entró pues el valeroso
Anda-listo en la gran pieza
del cuartel, a tiempo que
dormían a pierna suelta
los soldados; mira lejos
la luz que apagar intenta.
Guía hacia ella sus pasos
intrépido y con cautela.
Así, mientras los troyanos
al dulce sueño se entregan
penetró atrevido Ulises
de Reso las reales tiendas.
Finalmente hasta el fanal
su valor heroico llega
sin ser oído ni visto
de la multitud francesa.
Mas, ¿cómo hizo? ¿Cómo fue
para apagar la linterna?
¿De qué maña se valió?
¿De qué raro estratagema?
Él subió (¡cosa admirable!)
con la mayor ligereza
por el tirante cordel
de que la lámpara cuelga.
Así llegó al vaso mismo
de la brillante lucerna,
y con un palo algo largo
que para el efecto lleva,
con astucia nunca vista
con indecible destreza,
del aceite en lo profundo
zambulle la ardiente mecha.
De esta manera la luz
en un instante fue muerta,
quedando el cuartel envuelto
en espantosas tinieblas.
Mas, ¡cuán cara le costó
esta inaudita proeza!
¡Qué mal las altas hazañas
a veces la suerte premia!
Pues al querer regresar
se resbaló de la cuerda
y dentro el vaso de aceite
cayó, ¡infeliz!, de cabeza.
En vano aprende a nadar
meneando manos y piernas;
allí quedó el desdichado
y feneció su carrera;
mas no feneció su nombre,
ni la gloria de su empresa,
antes bien de gente en gente
sonará en toda la tierra.
Sí, magnánimo Anda-listo,
joven de inmortales prendas,
si pueden algo mis versos,
tu memoria será eterna.
Cuando los demás ratones
vieron la lámpara muerta,
de sus ocultas guaridas
salieron a competencia.
¡Qué caterva, santos cielos,
qué prodigiosa caterva!
Gastaría un año entero
y no podría mi lengua
contarlos. No fue mayor
el ejército que a Grecia
llevó Jerjes, ni el que a Troya
Agamenón condujera.
Ni le excede en multitud
la gente que se congrega
junto a la Puerta del Sol
en los días de gaceta.
¡Tantos ratones son
que al asalto se presentan!
Esta turba pues pasmosa
de ardimiento y furor llena,
se arroja sobre el cuartel
y a favor de las tinieblas
embisten como leones
al repuesto de galleta.
¡Oh de Dios! ¡Y cuántas tortas
arrebatan y se llevan!
¡De qué botín tan hermoso
llenan sus hondas cavernas!
¡Qué estragos hacen, qué estragos,
primero que los sintieran
las dormidas y mal cautas
tropas de Joseph Botellas!
Príncipe infelice, ¿cómo
reinar en la España intentas,
viendo que hasta sus ratones
te hacen cruelmente la guerra?
Cede ya, cede prudente
a la irresistible fuerza
del hado. Errante Quijote,
torna ya en fin a tu aldea.
Créeme: tú no naciste
para cetros y diademas.
¡Qué mal hiciste en dejar
de tu pueblo la taberna!
Allí vendías tu vino
y gozabas vida quieta,
¡Y no que en duros afanes
ahora vas de ceca en meca…!
Mas, ¿qué miro? Los ratones
se han dado tal maña y priesa
que ya las tres cuartas partes
volaron de las galletas
y a buen seguro que ni una
torta quedara siquiera,
si no fuese de Pan-como
por una tonta imprudencia.
Este, jactándose necio
de denuedo y ligereza,
subió volando al montón
de tortas; tomó una de ellas
y, ¿qué sucede? Al bajar
el peso de la galleta
lo venció, y ambos rodando
cayeron una gran pieza.
El estruendo que movió
la torta dura, resuena
por el cuartel espacioso,
y los soldados despierta.
¡Quién pintara su terror
y la turbación extrema
de sus pechos, otro tiempo
animosos! Todos tiemblan,
se aturden. Tal una banda
de gorriones se consterna,
cuando oyeron de improviso
el trueno de la escopeta.
Veíanse acometidos
en las obscuras tinieblas
y sentían gente osada
que sus vituallas se llevan.
«¡Traición!», grita uno, «¡traición!»,
perdidos somos de esta hecha;
los Dólopes han entrado
aquí. ¿Quién va allá? ¿Quién reina?
Al instante, aunque el pavor
los turba y su sangre hiela,
cogen sus armas pendientes
cerca de la cabecera.
Las cogen: ¡y con qué saña
el terrible tiro asestan,
aunque no ven sus contrarios
hacia el montón de galleta…!
La horrisonante explosión
oyóse de legua y media,
y en Madrid se despertó
la gente más soñolienta.
Los ratones con buen orden
se tornan a sus cavernas
habiendo ya hecho de pan
una provisión inmensa.
No pudo ser más glorioso
el suceso de su empresa,
ni su laurel más brillante,
ni su gloria más completa.
Y lo que debe pasmar
es que la heroica proeza
solamente les costó
un herido en la cabeza,
tres extraviados, dos muertos,
uno de una bala horrenda.
Tú el otro fuiste, Anda-listo,
que en el licor de Minerva
sumergido feneciste,
y que con lágrimas tiernas
generalmente llorado
fuiste por tus altas prendas.
Entre tanto los franceses
continúan sus tremendas
descargas; y valerosos,
porque enemigos no encuentran,
dispararon aún tres veces:
tres veces la sala inmensa
del formidable estampido
se estremece toda y tiembla.
Por fin cobrado el aliento
encienden una linterna
y ven pasmados robada
casi toda la galleta.
Todo lo andan con la luz
y un ratón difunto encuentran,
e infieren que solos ellos
han cargado con la presa.
Aquí un francés exclamó
atónito en gran manera:
«hasta los ratones son
más fuertes en esta tierra».
Pero su jefe prudente
les dijo: «Soldados, cuenta
con que ningún español
esta aventura la sepa,
que seríamos su burla
y fábula; y nuestra afrenta
la cantaría en sus versos
algún maligno poeta».
Todos callarlo prometen,
y como de la refriega
estaban tan fatigados,
al sueño otra vez se entregan.
Mas la Fama al día siguiente
por sacristías, por tiendas,
por la gran Puerta del Sol,
por cafés, fondas, tabernas,
toda la aventura fue
divulgando con cien lenguas.
todo lo contó. Mortales:
¡fiaos de esta parlera!
Un crisol de influencias
El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses. Poema serio en dos cantos del presbítero don Benito Íñiguez de Heredia, es, tal y como su lectura nos ha permitido comprobar, obra bien urdida, ingeniosa y eficaz, que muestra un manejo experto de la ironía y de la hipérbole, del metro y los recursos de suspense. En ella son además discernibles modelos y mimbres que asignan a su autor una cultura literaria amplia y variada. Conforme a lo que anunciamos en el título de este trabajo, las tradiciones del romance de cordel, la epopeya satírica, la alegoría política, la fábula animal y el poema de disparates han dejado improntas evidentes en su estructura y en sus versos.
De los pliegos de cordel impresos que andaban vendiendo y voceando los ciegos por las calles toma El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses no solo el molde métrico (puesto que el romance en dos partes con asonancias diferentes era esquema predilecto) y el formato editorial, sino también los recursos de estilo (la hipérbole en especial), el subrayado de determinados tópicos (como el de la fama) y la arquitectura narrativa, desde las fórmulas de la introducción hasta los versos del cierre. Podría pasar, de hecho, por alguno de aquellos vulgares cantos de ciego si no fuera su composición especialmente cuidada y sus encabalgamientos más sofisticados que los que eran propios de la poesía impresa que corría por las acalles.
Se inscribe además, el poema de la guerra de los ratones contra los franceses, dentro de una tradición de fábulas políticas y bélicas con personajes animales que tuvo cierto recorrido en aquellos años de resistencia política y cultural contra los invasores franceses:
Entre las composiciones en verso abundan las fábulas, cuyas características propias, ya en el siglo xviii las habían hecho vehículo especialmente apto para la sátira, porque su doble lectura servía para eludir la censura cuando llegaba el caso. Es sabido que el género fabulístico es poesía narrativa, no lírica, en la que los vicios, defectos, virtudes y peculiaridades de la condición humana son encarnados por animales, y de las que se saca una consecuencia moral. Desde el primer momento fue muy fácil identificar a invasores e invadidos con los animales de sus respectivos escudos, el águila francesa y el león español, aunque no fueron los únicos. Francia siempre está presentada por animales rapaces, ya sean aves (Fábula alusiva a los sucesos del día, el León y el Águila), ya zorros o raposos (El León y la Zorra; Fábula original y del día El Raposo usurpador, de Pisón y Vargas). Otras veces son ratones y gatos los que encarnan a las dos naciones: El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses. Poema serio en dos cantos, de Benito Iñiguez de Heredia, o Muchos ratones contra cuatro gatos. Fábula alegórica a los raros acontecimientos ocurridos entre España y Francia en el año de 1808, por Pancracio Pau de Fonsels, inserto en la Colección erudita antes mencionada[3].
La composición que lleva el título de Muchos ratones contra cuatro gatos. Fábula alegórica a los raros acontecimientos ocurridos entre España y Francia en el año de 1808 es obra densa y compleja, cuyo análisis no sería del todo inoportuno aquí, aunque habrá de quedar para alguna ocasión futura. Y no por falta de interés, sino de espacio.
Creo preferible traer a colación ahora, para ilustrar el modo en que los políticos y la política de aquellos tiempos azarosos hicieron uso de la fabulística ratonil, un artículo anónimo que fue publicado en el número de 1811 del periódico gaditano El censor general, pp. 142-146, y que guarda ciertos vínculos con Muchos ratones contra cuatro gatos que ahora pasaremos por alto, porque lo que nos interesa en esta ocasión es resaltar su sesgo alegórico, que se halla relacionado también con el de El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses.
Los ratones no eran en la fábula de los Muchos ratones contra cuatro gatos trasunto en positivo (como lo eran en El asalto terrible…) de los patriotas españoles rebeldes contra los franceses, sino máscaras en negativo de los liberales tenidos por más o menos anticlericales que empezaban a constituirse en bandería pujante en el santuario gaditano que permaneció siempre fuera del alcance de los franceses. Pero el caso es que la metáfora de la casa-fortaleza-nación asediada por ratones, heroicos en el pliego de El asalto e indeseables en el de los Muchos ratones, tenía un papel central en los dos textos de 1808.
También en el aparatoso artículo que publicó El censor general de 1811:
Artículo comunicado. Se cogió el ratón y sin ratonera.
Había muchos días, por no decir meses, que se estaba oyendo en la casa de un caballero noble un ruido sordo e incómodo: ya faltaba el aceite de las lámparas, ya se hallaba algo agujereado el armario del pan, ya se advertían roídos algunos de los mejores libros de su librería que eran los más grandes y viejos, y aunque los indicios todos eran de ratón, pero no se podía dar con él. Los gatos se contentaban con mirar a lo alto. Mas como el amo no hallaba agujero alguno en su sala, no sospechaba de su guarida.
Hasta que un día pareciéndole a un ratoncillo que era ya hora de lograr su intento, se dejó ver por debajo de un cabrio, mas como advirtió en la sala luz y gente, deslumbrose, sentó mal el pie y cayó, comenzó a conmoverse toda la gente; los ratones mayores se levantaron de su madriguera para cuidar al que chillaba, pero al ver tanta gente dispuesta a perseguir al ratonsuelo, se volvieron a ocultar, mas no sin ser vistos; el amo dio entonces orden que registrasen el techo y hallaron, ¡pobre de mí!, que desde una casa vecina que era estercolero, habían venido rompiendo la pared maestra, habían roído varias viguetas, e iban socavando la viga principal, de modo que a no haberse anticipado aquel ratón, y llamado la atención, en breve el techo hubiera dado en tierra, y destruido el buen amo y sus gentes, quedarían los ratones dueños de la casa, como lo eran del vecino estercolero. ¡Feliz caída! que ha hecho se descubra el daño cuando aún hay lugar para el remedio.
Pueblo español, Nación amada, contigo habla esta parábola. Las Cortes generales y extraordinarias han declarado que tú eres el Soberano, tu eres el amo noble, leal y valeroso de la gran casa de España; en ti se hallaba luciente la lámpara de la fe que recibiste del Apóstol Santiago, y has conservado por la especial protección de María Sma., según la promesa que hizo al Santo Apóstol en Zaragoza.
Tenías una gran provisión de aceite que es la caridad de Dios, como dice S. Agustín, la cual te alumbraba, te mantenía, y te daba vigor para pelear según la expresión de S. Bernardo. Tu fe encendida por la caridad te hizo arrojar de España el arrianismo; tu fe renaciendo en D. Pelayo te dio fuerzas y constancia para guerrear con los Mahometanos hasta expelerlos; tu fe ahuyentó de España los Priscilianistas, no permitió la entrada a los Albigenses, cerró la puerta a los Luteranos y Calvinistas, tu fe al fin te ha movido a que te levantares contra el bárbaro tirano Napoleón, que intentaba introducir con su imperio la irreligión en tu gran casa.
Pero cuando todos tus hijos y criados pensábamos que íbamos a gozar pacíficamente del fruto de la victoria, comenzó a oírse en tu casa un ruido sordo e incómodo. «¿Qué es esto?», decían los pueblos. Nuestros hijos van todos al ejército y no cesamos de pagar contribuciones, y ni hay ejércitos, ni se les da de comer ni de vestir.
Todas las plazas se entregan, y no se residencia a sus gobernadores; todas las batallas se pierden, y no se castiga a ningún jefe; se cometen horribles delitos, y no se impone la pena. Solo se oye en vez de remediar los daños un ruido sordo: «fuera el despotismo, fuera jerarquías, libertad, igualdad, soberanía del pueblo».
Comenzó a obscurecerse la fe corriendo en el público inumerables escritos, no reconociendo más ley ni regla que la razón y la filosofía, abandonando la caridad de Dios, denigrando con los más viles dicterios a sus ministros, y queriendo que a esta caridad de Dios suceda la caridad francmasónica que solo se extiende a los hermanos de su cofradía.
Se advirtió agujereado el armario del pan, desacreditando pública y privadamente a los sacerdotes del Señor que guardan y reparten el pan de la doctrina. Se roen y desprecian los Libros Santos, los de los Padres de la Iglesia, los autores más clásicos de la Antigüedad, tornándolos en ridículos, y dándoles los viles epítetos de fanáticos, supersticiosos y bárbaros.
Pero como todo esto lo ocultan con el velo de la libertad, del derecho del hombre, al fin con el lenguaje de las pasiones, el pobre pueblo que es sencillo no advierte su daño, y cree que no hay malicia. Y aunque le incomoda el ruido piensa que es fuera de su casa, y más cuando en su sala, en su principal habitación donde reside con su familia no ve agujero alguno, y así a pesar de que los gatos le indican bastante e, sus miradas, en sus maídos, y en su detención, que allí está el daño, no lo advierte.
¡Pobre pueblo!, que no acabas de conocer la verdad que te dice Jesucristo en su Evangelio, que «los hijos de este siglo son más astutos que los hijos de la luz». Y lo que el proloquio común afirma, que a veces la mentira tiene más capa y apariencia de verdad que la verdad misma. Pero gracias a la divina providencia que ha dispuesto se descubra, cuando aún hay tiempo para remediarlo.
Un ratón no de los más grandes pensando imprudentemente que ya era tiempo de triunfar se manifestó, y no pudiendo sostenerse, cayó. Un Vocal, un Diputado, un Representante de la Nación, que ha jurado mantener la Religión Católica, Apostólica Romana, se arrojó a proponer el día 9 en sesión pública de Cortes que a los Religiosos no se «les debía considerar ni admitir en el número de los ciudadanos españoles».
¡Qué caída tan ignominiosa! ¡Qué muchedumbre de errores en un solo error! ¿El practicar los consejos evangélicos es delito que le priva de ser ciudadano? ¿El renunciar sus riquezas para que otros las disfruten y sirvan al estado, el abstenerse de todos los placeres de la carne, finalmente el negarse a sí mismos por el voto de obediencia son estorvbs para ser ciudadano espa ñol? ¿No es esto contrariarse directamente al Evangelio y a San Pablo?
Pasemos más. Si los Religiosos no, ¿por qué los clérigos seculares sí? Ellos han hecho voto de castidad y de obediencia, y si no hacen el de pobreza, se sabe bien cuán coartado tienen el uso de sus bienes. Pero, dirán , administran sus haciendas: también los religiosos. Cada Convento administra las suyas. Todo Convento está siempre reputado por un vecino, contribuye como vecino, ha pagado cuantos impuestos se han hecho, y más que todo vecino, porque es cierto que antes de esta guerra el estado eclesiástico pagaba 75 por 100 cuando ningún vecino el más pudiente de España llegó a pagar un 25.
Pues si se le exige al estado religioso, y paga más que todo ciudadano, ¿podrá privársele del derecho de ciudadano? Esto es injusticia que se opone a un principio fundamental de las leyes, a saber, que quien está al daño debe estar al provecho.
No es esto todo.
Se continuará.
Es obvio que, al lado del romancero de cordel, la literatura fabulística y la tradición alegórica (y la poesía de disparates, a la que llegaremos), también la epopeya satírica o burlesca se halla entre los modelos más fácilmente reconocibles de El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses. La venerable Batracomiomaquia o Batalla de las ranas y los ratones[4], que muchos antiguos atribuyeron disparatadamente a Homero y que los especialistas de hoy suelen fechar en torno a la época de Alejandro Magno, es, con sus heroicos ratones Roepan y Robapartes (entre otros), su referencia más evidente, aunque no la única. De hecho, cuando el romance del presbítero Íñiguez de Heredia encomia al héroe ratonil que
penetró atrevido Ulises
de Reso las reales tiendas
está aludiendo directamente al episodio del canto décimo de la Ilíada homérica en que Diómedes y Odiseo ingresan como espías en el campo de los troyanos y matan, entre otros, a Reso, príncipe de Tracia.
Por su parte, el episodio de la perdición del ratón Pan-como
por una tonta imprudencia.
Este, jactándose necio
de denuedo y ligereza,
subió volando al montón
de tortas; tomó una de ellas
y, ¿qué sucede? Al bajar
el peso de la galleta
lo venció, y ambos rodando
cayeron una gran pieza,
no deja de recordar la escena de la muerte de Euríalo en el canto IX de la Eneida de Virgilio, aquel en que el temerario joven, agotado por el peso de un collar, un tahalí y un casco arrancados a sus enemigos muertos, recibe un castigo fatal:
Desconciertan
a Euríalo, la sombra de los árboles,
el peso del botín, el extravío
causado por el susto[5].
Pero lo cierto es que el marco en que con encaje más claro y de manera más determinante se inscribe la estructura narrativa de El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses es, más allá del romancero de cordel, la fábula, la alegoría y la epopeya burlesca, una muy bien acotada parcela de la cultura del disparate o del mundo al revés que ha insistido, desde la Edad Media por lo menos, en representar (en versos y prosas hiperbólicos, y en imágenes pintadas en manuscritos o en muros, esculpidas en maderas de iglesia, cinceladas en bandejas de plata, impresas en grabados, publicadas en pliegos de cordel) a guerreros muy bien armados y a ejércitos regularmente nutridos enfrentándose ridículamente y muchas veces huyendo frente a animales ínfimos como el caracol, el ratón, la pulga, la araña, etc.
En una monografía que publiqué en 1995[6], yo mismo reuní un acervo muy sustancioso de versos orales y populares acerca de partidas de veinticinco sastres que se enfrentaban contra algún caracol terrible, o de doscientos esquiladores que luchaban contra una rana, o de veinticinco cordobeses amedrentados por una araña. Relatos medievales acerca de lombardos guerreros contra caracoles, anécdotas estrafalarias del ciclo narrativo de Cyrano de Bergerac, pliegos decimonónicos como el catalán Curiós y verdader romanç ab lo qual se fa veurer los estragos que va causá un Cargol tres dias avans del Diluvi Universal, en aquet Principat de Catalunya, o el castellano Verdadera y exacta relación de los horrores que ha causado un enorme caracol, en España y en Turquía formaban parte de aquella viejísima tradición de relatos en que el ratón belicoso (que no llegaba a ser tan representado como el recurrente caracol gigantesco) no dejaba de estar también presente. Tal y como atestigua, por ejemplo, esta canción gallega:
Aquel xastriño de vimbio,
aquel xastre esquirrichado,
anda fuxido no monte,
anda fuxindo dun rato[7].
A este profuso acervo verbal y visual (pues la mayoría de estos pliegos de cordel e impresos populares llevaban ilustraciones de lo más extravagante) se pueden sumar ahora una Gran historia de los hechos y estragos del más grande Caracol que se ha visto en el mundo (con un «grabado de una pieza que representa una escena de destrucción de un caracol gigante en medio del mar hundiendo un barco», como si fuera un nuevo Moby Dick[8]), o un pliego decimonónico de aleluyas ilustradas que lleva el título de Vida y estragos de un caracol[9], o un Romance paródico de El Caracol que fue registrado en 1995 en la tradición oral del pueblo de San Martín de Valvení, en la provincia de Valladolid[10].
Está por hacer, en fin, un catálogo y un estudio exhaustivo del repertorio verbal e iconográfico, español e internacional, que tiene por protagonista a un animal abyecto que se enfrenta épicamente y logra poner en fuga a todo un ejército humano. Cuando dispongamos de esa herramienta, El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses. Poema serio en dos cantos de «D. B. Y. H. P.» (Don Benito Íñiguez de Heredia, Presbítero) será, con su afortunada inventiva, su factura bien pulida y su desgraciado (aunque el poema lo enfrente con ironía) contexto sociohistórico, marcado por una guerra, una de sus piezas más logradas e interesantes.
NOTAS
[1]Acerca de los versos y relatos que sí llegaron a ingresar y a mantenerse durante decenios e incluso durante siglos en el coro de la memoria vulgar, véanse Federico Olmeda, «Guerra de la Independencia», La Ilustración Española y Americana, suplemento 32 (30 de agosto de 1908); Antonio Zavala, «Estrofas en vascuence al 2 de mayo de 1808», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares 52 (1997) pp. 255-260; Canciones de la guerra de la Independencia, recopiladas por Federico Olmeda, arreglos y adaptación de Javier Coble y Joaquín Díaz, libro y DVD (Fundación Joaquín Díaz, Urueña, 2003); José Manuel Pedrosa, «La Guerra de la Independencia en el imaginario colectivo español: dos siglos de memoria oral», Nueva Revista de Filología Hispánica 57 (2009) pp. 89-115; Pedrosa, «Canciones y leyendas en torno a la Guerra de la Independencia: historia y folclore», 1808-1812: Los emblemas de la libertad, eds. Alberto Ramos Santana, Alberto y Alberto Romero Ferrer (Cádiz, Universidad, 2009) pp. 133- 162; María Jesús Ruiz, «La niña y el soldado: la Guerra de la Independencia y otras guerras en el cancionero tradicional hispánico», Boletín de Literatura Oral 2 (2012) pp. 91-119; Crónica popular del doce, ed. María Jesús Ruiz (Sevilla: Alfar, 2014); y Carolina Ibor Monesma, «Que no quiere ser francesa: estrofillas sobre la Guerra del Francés en los repertorios folklóricos de Aragón», Boletín de Literatura Oral 5 (2015) pp. 117-140. Véase además Pedrosa, «De los funerales grotescos de Pepe Botellas en Madrid y Cádiz (julio de 1812) y de otras efigies burladas», Tradición e interculturalidad. Las relaciones entre lo culto y lo popular (siglos xix-xx), eds. Dolores Thion Soriano-Mollá, Luis Beltrán Almería, Solange Hibbs-Lissorgues y Marisa Sotelo Vázquez (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2013) pp. 19-34.
[2]El asalto terrible que los ratones dieron a la galleta de los franceses. Poema serio en dos cantos está catalogado en Ana María Freire López, Poesía popular durante la Guerra de la Independencia española (1808-1814): Índice de las composiciones publicadas en la prensa periódica y en folletos de la «Colección documental del Fraile» (Londres: Grant & Cutler, London, 1993) núm. 118. De la imprenta madrileña de D. Luciano Vallín salieron otras obras contrarias a los franceses, como los folletos (ambos de 1808) Correspondencia del General Francés Lechi, Comandante de sus tropas en Barcelona, interceptada sobre las aguas de la costa de Levante y Diálogo joco serio entre un caballero napolitano de la comitiva de Josef Napoleón, intruso rey de España, y el Alcalde de Tioja, cerca de Burgos. Acerca de la actividad de la imprenta valenciana de la Viuda de Agustín Laborda, véase Juan Gomis Coloma, Menudencias de imprenta. Producción y circulación de la literatura popular (Valencia, siglo xviii) (Valencia: Institució Alfons el Magnànim, 2015); y Gomis Coloma, «Un emporio del género de cordel. Agustín Laborda y sus menudencias de imprenta (1743-1776)», en Culturas del escrito en el mundo occidental. Del Renacimiento a la contemporaneidad, ed. Antonio Castillo (Madrid: Casa de Velázquez, 2015) pp. 239-250. De la imprenta valenciana salió, en los primeros tiempos de la invasión francesa, en 1808, algún que otro pliego y folleto antifrancés, como el titulado España libre: drama alegórico en un acto, por A. J. [Agustín Juan].
[3] Ana María Freire López, «La literatura española en 1808», Entre el Dos de Mayo y Napoleón en Chamartín: los avatares de la guerra peninsular y la intervención británica (Madrid: Ministerio de Defensa, 2005) pp. 267-283, p. 270. Véase también Freire López, Entre la Ilustración y el Romanticismo: la huella de la Guerra de la Indeplendencia en la literatura española (San Vicente del Raspeig: Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2008) pp. 100-101.
[4]Véase Ana Vián Herrero, «La Batracomiomaquia y El Crotalón: de la épica burlesca a la parodia de la historiografía», 1616: Anuario de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada 4 (1981) pp. 145-162.
[5]Virgilio, Eneida, ed. José Carlos Fernández Corte (Madrid: Cátedra, 1993) IX, vs. 524-527.
[6]Pedrosa, «Peleas de ciegos, batallas de sastres, códices iluminados y canciones», en Las dos sirenas y otros estudios de literatura tradicional (de la Edad Media al siglo xx) (Madrid: Siglo xxi, 1995) pp. 102-161. Véanse además Lilian M. C. Randall, «The snail in Gothic marginal warfare», Speculum XXXVII (1962) pp. 358-367; Roger Pinon, «From Illumination to Folksong: the Armed Snail, a Motif of Topsy-Turvy Land», Folklore Studies in the Twentieth Century: Proceedings of the Centenary Conference of the Folklore Society, ed. Venetia J. Newall (Woodbrigde-Totowa: Boydell & Brewer-Rowman & Littlefield, 1980) pp. 76-113; Fernando Gutiérrez Baños, «La figuración marginal en la baja Edad Media: temas del mundo al revés en la miniatura del siglo xv», Archivo español de arte 70 (1997) pp. 143-162; y Steffany Batista dos Santos, «O cavaleiro e o caracol: arte na margem de manuscritos medievais dos séculos xiii e xix», Revista Ars Historica 15 (2017) pp. 77-96.
[7] Armando Cotarelo Valledor, Cancioneiro da Agulla (Vigo: Galaxia, 1984) núm. 6.
[8]Manuel García-Plaza [pseudónimo de Pedro M. Cátedra], Aldara Amaro, Víctor Infantes & Francisco Mendoza, Noticias de una pequeña biblioteca. VII. Literatura popular impresa, 3. Pliegos sueltos poéticos españoles y portugueses de los siglos xviii & xix (Salamanca: SEMYR, 2005) núm. LXXXI.
[9]Tiene el número 899 en la Colección de aleluyas de la Fundación Joaquín Díaz de Urueña.
[10]Arturo Martín Criado, «Romance paródico de El caracol», Revista de Folklore 297 (2005) pp. 98-100.